El lunes 2 de junio de 2014
nos sorprendió la noticia de la abdicación del Rey de España. La noticia la
conocí en el trabajo y la fecha no la olvidaré porque en ese momento operaban a
mi madre del menisco.
El comunicado de su majestad
fue portada en todos los medios internacionales y en algunos periódicos se
preguntaban sobre las consecuencias de tal decisión. En concreto se preguntaban
por el vacío legal existente en estos momentos, por el tratamiento que le
espera al rey y la sucesión del príncipe Felipe.
La idea general que pude
sacar de las noticias transmitidas por todos los medios de comunicación es que
la noticia fue inesperada, sorprendente y que se debe enmarcar en la más
estricta normalidad de la renovación de la institución monárquica.
No obstante, las abdicaciones
en la realeza española, echando un ojo a la Historia, no fueron un fenómeno
infrecuente ni normalizado. A continuación repasaremos brevemente las
circunstancias de anteriores abdicaciones.
En primer lugar, antes de
comenzar con nuestro repaso histórico, hay que hacer dos afirmaciones sobre la
situación del rey de España y su decisión de abdicar.
Aunque no es una
circunstancia reflejada como tal en la Constitución actual, si existe una hoja
de ruta marcada. En el artículo 57 se dice claramente que ante la abdicación o
renuncia del monarca como Jefe de Estado y una posible duda en la sucesión, el
asunto se resolverá por medio de una ley orgánica. Por tanto, el gobierno
actual (Partido Popular) no tendrá ningún problema en realizar tal ley orgánica
y pasarla a las Cortes Generales, donde será aprobada con la mayoría absoluta
(176+1). El actual Congreso de los Diputados en España está constituido por 185
miembros del Partido Popular, por lo que el asunto está claro. En el Senado no
tiene miembros suficientes para ratificar la ley, no obstante, partidos
monárquicos no le van a faltar.
Por tanto, la abdicación
llega en un momento muy oportuno, con un gobierno monárquico fuerte que puede
afrontar la sucesión sin inconveniente alguno. Las manifestaciones pidiendo
otra forma de gobierno, salvo que quieran derrocar el sistema actual, no tienen
ninguna repercusión política.
Por otro lado, respecto al
tratamiento del rey la cosa también está clara. Seguirán siendo familia real,
pues incluye a los “ascendientes de primer grado” del rey. Seguirán viviendo en
el Palacio de la Zarzuela, como hasta ahora, que sitio hay de sobra, y la única
sala que intercambiarán Juan Carlos y Felipe será el despacho oficial.
Aclaradas las posibles dudas
sobre la decisión del monarca vamos al asunto histórico. Las abdicaciones
reales en la monarquía española no son algo infrecuentes. Y no fueron los
Borbones los que iniciaron esta forma de apearse de la jefatura del Estado. Los
primeros en abdicar fueron los Austrias.
Carlos I de España y V de Alemania fue el primer monarca que abdicó en favor de su hijo,
también llamado Felipe, en el año 1555-56. La historiografía tradicional indicó
que el monarca dejó el reino a su hijo por motivos de salud. Estaba cansado de
tantas guerras y conflictos políticos, por lo que decidió retirarse al Monasterio
de Yuste para reflexionar sobre su existencia. Es una historia muy bonita esa
del monarca que se marcha en paz a un retiro tranquilo, pero lo cierto es que
dejaba a su hijo un marrón
considerable.
Entre otras cosas, Carlos V
no pudo formar el Imperio Universal que había soñado. Durante todo su reinado
tuvo la oposición de Francia y, de hecho, en el momento de su abdicación la Francia
de Enrique II luchaba contra la hegemonía de los Habsburgo en Europa. Una
guerra que sólo terminaría en 1559 con la firma de la Paz de Cateau-Cambrésis,
ya firmada por Felipe II.
Ser cabeza del catolicismo no
había impedido que la doctrina luterana se instalara en sus posesiones
alemanas. De hecho, el Concilio de Trento abierto para resolver el problema
religioso no había concluido cuando el monarca abdicó. Y en 1555 tuvo que
firmar la Paz de Augsburgo, en donde claudicaba ante los príncipes alemanes
reconociéndoles “el inalienable derecho de los alemanes de adherirse a la
confesión católica o al luteranismo”.
Y relacionado con lo anterior
está el hecho de que en su legado del trono tuvo que otorgar a su hermano
Fernando los territorios de la casa de los Habsburgo (todos menos Flandes, algo
que costaría a España mucho dinero y sangre seguir manteniendo) y a Felipe el
resto de posesiones.
Vamos, la abdicación era
consecuencia de la necesidad de afrontar la multitud de problemas que tenía la
institución monárquica con sangre nueva. ¿Nos suena de algo?
El siguiente monarca en
abdicar fue Felipe V, el
fundador de la dinastía de los Borbones en España. Es una curiosa coincidencia
que nuestro nuevo monarca vaya a ser Felipe VI, pues en la Historia suele darse
el caso de coincidencia de nombres entre el primer y el último monarca de cada
casa o institución real. Así paso, por ejemplo, con el Imperio Romano.
La abdicación de Felipe V
tampoco fue algo normalizado. El nieto del Rey Sol Francés (Luis XIV) había
conseguido el trono tras disputárselo en una cruel guerra (Guerra de Sucesión
Española) al candidato austríaco, el Archiduque Carlos. Reinó entre 1714 y
1746, aunque entremedias cedió la corona a su hijo en 1724.
Esta abdicación fue
justificada por motivos de salud. Según sus palabras se retiraba del trono “para servir a Dios desembarazado de otros
cuidados, pensar en la muerte y solicitar mi salvación”. No obstante, la
investigación actual no tiene tan claro el motivo de dejar el trono a un
muchacho de 17 años. Se ha conjeturado desde que así podía tener opciones de
acceder al trono francés (se esperaba la inminente muerte de Luis XV, lo que le
convertía en sucesor directo siempre que no reinara en España) hasta que fue
consciente de su debilidad mental y se retiró sabedor de no poder afrontar los
retos de gobierno que tenía.
La temprana muerte Luis I
(tras ocho meses) le obligó a regresar al trono. Esta decisión, vista por
algunos como ilegal, comenzó a separar a la monarquía de la clase política de aquella
época y a colocar el tema de la sucesión en el plano político.
En sentido estricto, el
sucesor de Luis debía haber sido su hermano Fernando, de 11 años, pero la
actuación de la reina
Isabel de Farnesio lo impidió. Seguramente esta reina estaba
pensando en el trono para alguno de sus hijos, pues tanto Luis como Fernando
habían nacido de la relación que tuvo Felipe V con su primera esposa María
Luisa Gabriela de Saboya. Consiguió su objetivo de no coronar a Fernando pero
tuvo que consentir que fuera proclamado Príncipe de Asturias. Confinado en un
severo “arresto domiciliario” Fernando estuvo alejado de la política para que
no conectara con los sectores políticos que deseaban entronarle y deponer a un
Felipe V cada vez más mermado mentalmente para gobernar. Finalmente, en 1746,
sucedería a su padre tras la muerte del rey.
El primogénito de Isabel de
Farnesio tuvo que esperar unos años, hasta 1759, para coronarse rey de España,
con el nombre de Carlos III.
La abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII y la de éste en
Napoleón fue uno de los capítulos más sonrojantes de la Historia Española.
El 5 de mayo de 1808, en el castillo de Marracq de la ciudad
francesa de Bayona (no confundir con la gallega del mismo nombre), Napoleón
Bonaparte obtuvo la corona española por medio de las abdicaciones de ambos
monarcas; corona que cedió a su hermano José Bonaparte.
¿Cómo se había llegado a esa
situación? Napoleón firmó con Godoy, primer ministro de Carlos IV, el Tratado
de Fontainebleau, por el cual se autorizaba a las tropas francesas a cruzar
España para tomar Portugal, aliado de los ingleses. El plan era repartirse
Portugal entre los dos países pero llegado el momento los franceses se quedaron
con todo. Y eso no fue lo peor, hicieron entrar más tropas con intención
manifiesta de tomar también España. Godoy quiso salvar a la familia real
embarcándola hacia América pero en Aranjuez se produjo un motín por los
partidarios de su hijo Fernando. El rey Carlos IV se vio obligado a abdicar en
su hijo el 19 de marzo.
La situación había sido tan
peculiar que tanto padre como hijo quisieron tener el respaldo de Francia,
verdadero poder fáctico europeo del momento. Carlos IV, parece ser, fue
convencido para protestar ante Napoleón lo que había sido una abdicación forzada.
Fernando VII necesitaba el apoyo de Napoleón para asentarse en el trono sin
problemas. Y Napoleón, que deseaba la corona española, ideó una estratagema.
Convenció a Carlos IV para ceder la corona a Napoleón y a Fernando VII para que
devolviera la corona a su padre. Hechas estas formalidades, la corona pasó a su
poder.
Tuvo que derramarse mucha
sangre en la llamada
Guerra de la Independencia española (además de la derrota
europea de Napoleón) para que Fernando VII recuperara la corona en 1813
(Tratado de Valençay).
Isabel II
abdicó debido a una revolución en 1868.
Sus inicios no fueron sencillos. Reinó
desde 1833 hasta 1868, aunque para llegar al trono hubo que derogar la Ley Sálica (que
beneficiaba en la sucesión a los varones). Lógicamente, la medida no gustó al
posible candidato al trono, el infante Carlos María Isidro, tío de Isabel II,
que desencadenó las llamadas Guerras Carlistas. A la muerte de su padre, en
1833, Isabel II tenía 3 años, por lo que su madre actuó como regente.
La regencia de su madre duró
hasta 1840, momento en el cual fue sustituido por el general Espartero. Éste
también sería posteriormente obligado a dimitir, por lo que Isabel II accedió
al trono con 13 años.
En estas ocasiones es lógico
que todos intentaran ejercer su influencia sobre la joven reina, algo muy
palpable en la elección de su esposo. La reina fue manipulada tanto por los
ministros de turno como por la camarilla de la corte. Su poder real fue
menguando a costa del aumento del poder político, pero ello se realizó con
diversas trabas y oposiciones de la reina. Lo que a la postre decidirían su destino.
La Gloriosa,
como se conoció posteriormente a la Revolución de 1868, obligó a Isabel II a
abdicar. Actualmente se considera la conjunción de motivos políticos y económicos
los causantes de tal revolución. A inicios de 1866 se produjo la primera crisis
financiera en España. En aquella ocasión no fue, como ahora, el ladrillo el que
arrastró a las entidades bancarias, sino las compañías ferroviarias. Al año
siguiente se le unió una crisis de subsistencia debido a las malas cosechas que
provocó motines entre las clases populares, que de repente se habían quedado en
el paro y sin poder alimentarse. Como es lógico, se culpó a la monarquía de
esta situación.
Las fuerzas políticas
decidieron que había llegado el momento de quitarse de la molesta Isabel II
y encabezados por Prim, progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende.
A él se sumó posteriormente Unión Liberal. El gobierno, por su parte, contestó
con medidas autoritarias y represivas respecto al resto de grupos políticos.
Se decidió un pronunciamiento
militar, el cual se inició en Cádiz el 18 de septiembre y rápidamente se
extendió por toda la
península. Tras la victoria en la Batalla de Alcolea (28
septiembre) la reina vio claramente que sólo le quedaba el exilio. Desde San
Sebastian, su lugar de veraneo, Isabel segunda marchó a Francia, donde fue
acogida por Napoleón III. Allí, en el exilio, abdicaría en su hijo, el futuro
Alfonso XII. Pero su inmediato sucesor no sería éste sino Amadeo de Saboya.
Isabel II murió en París en 1904 y sólo así volvió a España, para ser enterrada
en El Escorial.
Amadeo I de Saboya tuvo un corto reinado y tuvo que renunciar a seguir
como monarca debido a las circunstancias de la época.
La casta política que había
obligado a abdicar a Isabel II tan sólo lo había hecho porque era una seria
molestia para la vida política democrática. Pero aquellos políticos no
concebían otro sistema político que el de una monarquía, por lo que pronto plantearon
nombrar a un rey como cabeza de estado de una monarquía parlamentaria.
El elegido fue el italiano
Duque de Aosta Amadeo Fernando María de
Saboya, debido principalmente a sus ideas progresistas. Aunque quería ser el
rey de todos los españoles desde un principio no pudo ser así. Los monárquicos
tradicionales vieron como una afrenta que fuera un Parlamento el que eligiera
al rey. Los carlistas no lo consideraban un digno merecedor del trono. Los
republicanos renegaban de cualquier rey. El pueblo no se identificaba con un
rey que no conocía su idioma. La Iglesia se posicionó en su contra al apoyar
las desamortizaciones. Por si todo ello no fuera suficiente, su principal
valedor, Prim, murió tras sufrir un atentado.
Amadeo
desembarcó en Cartagena el 30 de diciembre de 1870, el mismo día que fallecía
Prim. Su primera acción de gobierno fue asistir al funeral de Prim. La
coalición que le trajo a España se fraccionó tras la muerte de Prim y el
monarca, con una amplia oposición, apenas tuvo poder de maniobra. Durante su
reinado de dos escasos años desfilaron hasta seis gobiernos distintos, aderezado
todo con un intento de asesinato, el estallido de la tercera carlista y el
recrudecimiento de la guerra en Cuba.
Se
dice que Amadeo se enteró del final de su reinado mientras esperaba a que le
sirvieran la comida en el Café de Fornos, un 11 de febrero de 1873.
Inmediatamente se marchó a la embajada italiana renunciando al trono. Y esa
misma tarde se proclamó la Primera República
Española.
Eslava
Galán definió perfectamente el reinado de este personaje: “Corto espacio dedicado a la tragedia de un hombre que fue llamado para
ser rey de un país en el que ninguno de sus súbditos quiso concederle la menor
oportunidad”.
El penúltimo rey en abdicar,
de momento, fue Alfonso XIII quién
abandonó el trono en el año 1931 tras la victoria, en las elecciones
municipales, de las candidaturas republicanas.
Este Rey accedió al trono en
el año 1906, cuando tan sólo contaba con 16 años. Su madre había ejercido la
regencia desde que muriera su padre Alfonso XII en 1885. Pronto notaría que su
reinado no sería sencillo, pues sufrió un par atentados, uno en París y otro el
día de su boda, en 1906.
Tres fueron los principales
acontecimientos a los que tuvo que hacer frente durante su reinado y en ninguno
de ellos estuvo a la altura. Tanto en la Semana Trágica de 1909 como en la
crisis de 1917 se posicionó junto a la oligarquía, alejándose del pueblo. Luego,
con el desastre de Annual de 1921, el rey no asumió ninguna responsabilidad, algo
que no olvidaron los partidos republicanos.
En aquella época la Guerra de
Marruecos ocupaba un lugar principal en los problemas de España y consecuencia
de ella fue la llegada al poder del dictador Primo de Rivera el 13 de
septiembre de 1923. El rey apoyó a este dictador y su destino quedó unido a
éste fatalmente.
Inicialmente puede que tal
acción salvara su cabeza monárquica de una población cada vez más desafecta con
la monarquía, pero cuando el dictador cayó en desgracia Alfonso XIII se vería
arrastrado irremediablemente.
En un contexto de rechazo
social contra la monarquía y del intento frustrado de varios intentos de
pronunciamiento republicano, se convocaron las elecciones municipales el 12 de
abril de1931. Estas elecciones no tenían ninguna posibilidad de afectar a la
monarquía pero los partidos republicanos, que hicieron una gran campaña, las
idearon como plebiscitarias. En su campaña dejaron clara la relación entre el
rey y el dictador y la del gobierno con la tradición caciquil. El caso fue que
la gran victoria de los partidos republicanos hizo que los resultados se
tomaran como una oposición a la monarquía reinante.
Para evitar una posible
guerra civil Alfonso XIII renunció a la Jefatura de Estado y abandonó el país,
aunque sin firmar una abdicación formal. El cambio de gobierno no fue un asunto
normalizado, pues no se realizó una transición formal de poderes. Aunque si fue
un cambio pacífico, respetando los militares y el gobierno civil la voluntad mayoritaria
del pueblo. La
Segunda República se proclamó el 14 de abril de 1931. Y el
primer lugar donde apareció la bandera republicana en el ayuntamiento fue en Éibar.
Alfonso XIII apoyó a Franco
en la Guerra Civil
Española con la idea de que era la persona indicada para
restaurar la monarquía en España. Pero cuando Franco, terminada la guerra, le
confirmó que no volvería a ser rey de España Alfonso XIII se sintió engañado y
le criticó abiertamente.
Finalmente, el 15 de enero de
1941, en su exilio italiano en Roma, abdicó definitivamente en su hijo Juan,
conde de Barcelona, quién, a su vez, renunciaría en 1977 a sus derechos
sucesorios al trono en favor de su hijo Juan Carlos, nombrado rey de España en
1975, al morir Franco.
Por tanto, como vemos, la
abdicación en nuestra monarquía no es algo tan extraño como pensamos. Quitando
a Carlos I, por ser un Austria, y al
italiano Amadeo Saboya, dentro de los Borbones, desde Felipe V a Juan Carlos I
han abdicado nada menos que 6 monarcas. Si tenemos en cuenta que han reinado en
España 10 Borbones desde el año 1700 hasta la actualidad tenemos un porcentaje
de abdicaciones del 60%. Vamos, que es más normal que un Borbón abdique que no
lo haga.
En las abdicaciones de los
anteriores Borbones hemos podido ver que sus situaciones no eran nada
sencillas. En este caso, por más que se quiera dar la impresión de normalidad,
ocurre lo mismo. El futuro rey Felipe VI tiene sólo unos pocos meses, antes de
las próximas elecciones de 2015, para asentarse en el trono y ganarse el
respeto de todos los españoles. Y su tarea se presupone ardua, pues sobre la
mesa tiene pendiente el problema catalán, el impacto social de la crisis
económica que arrastramos desde 2008, el descredito de la casta política, los
problemas de corrupción, que afectan a políticos y miembros de su familia
especialmente, y el malestar silencioso de una población cada vez más
desanimada y deseosa de cambios.
Sin temor a equivocarme,
diversas fuerzas intentarán que en las próximas consultas electorales a la
población se decida algo más que los próximos alcaldes o diputados. Pero la
verdadera pregunta que debemos empezar a plantearnos es la siguiente:
¿Estamos dispuestos a seguir manteniendo un
Jefe de Estado real, criado para ello desde la cuna, a costa de tener el cargo
prisionero de una familia, o deseamos un Jefe de Estado que podamos elegir
democráticamente entre los candidatos más preparados?
La contestación no es sencilla
dada la preparación de nuestros
últimos Presidentes de Gobierno, incapaces, entre otras cosas, de hablar inglés
correctamente. Y si ellos eran las cabezas de lista…
Esperemos que Felipe VI, dada
su numeración, doble los logros de Carlos III, uno de los borbones mejor
considerados por su pueblo.
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