Nunca antes me había
levantado tan pronto el día de mi cumpleaños, a las 6:15h, ni con las mismas
intenciones, claro.
La noche parece habernos
repuesto las fuerzas y salimos del albergue llenos de confianza. Hay una niebla
bastante espesa a esas horas, aunque como caminamos por una vereda paralela a
la carretera vamos sin miedo a perdernos. Sólo hay que preocuparse de no pisar
los charcos embarrados y de calentarse las manos a base de palmadas. ¿Por qué
no echaría unos guantes?
La niebla desapareció pronto
y nos encontramos con los primeros peregrinos, unas alemanas que andaban muy
rápido. Nosotros, a nuestro ritmo, avanzábamos unos meritorios 4 Km. /hora.
La bajada a Triacastela (662 metros de altura) es
algo dura porque, además de pronunciada, es un camino de piedras, embarrado en
ocasiones, y en donde las aldeas que cruzamos apenas sirven para descansar.
A los 12 Km. aproximadamente
llegamos a Triacastela bastante sorprendidos por nuestro rendimiento. Estábamos
a la mitad de la etapa prevista para hoy y se nos había hecho bastante corta y
llevadera. Tal vez, por ello, cometimos el error de relajarnos. Nos dedicamos a
visitar la iglesia, un bello ejemplo de estilo románico, y a descansar tomando
un suculento desayuno de café con leche, zumo y tostada.
Cuando nos pusimos otra vez
en marcha empezamos a notar la dureza del Camino: había sido sentarnos 15
minutos y todos los “males” dieron la cara. Hasta que no pasaron 15 minutos no
conseguimos volver a coger nuestro ritmo, toda vez que las molestias musculares
se aplacaron. Al cuerpo no le quedaba otra que adaptarse.
En Triacastela el Camino se
bifurca. A la izquierda se abre el itinerario que lleva a Samos, mientras que a
la derecha sigues el itinerario de San Xil. Aunque el de Samos es 6,5 Km. más largo, decidimos
cogerlo porque deseábamos visitar el famoso monasterio benedictino de su
localidad.
Al principio el trayecto
discurre por carretera, pero a los 3
Km. aproximadamente nos desviamos por el sendero del
camino tradicional. Atravesamos unos parajes encantadores, llenos de
vegetación, cruzando el río Oribio, caminando entre pequeñas aldeas formadas
por casas de pizarra. Todo es idílico y encantador hasta que el Camino comienza
a bajar, y luego a subir, y otra vez a bajar… Vamos, que se convierte en un
auténtico rompepiernas. Unido a los 16 Km. que llevábamos a cuestas, este trayecto
final se convierte en un infierno para nosotros. Ahora si que sabemos lo duro
que puede llegar a ser el Camino.
Los últimos dos kilómetros a
Samos son muy duros para nosotros y avanzamos a paso de tortuga. Llevamos dolor
en pies, espalda, piernas y rodillas; vaya, si hasta los brazos nos duelen.
Llegamos al Monasterio con la
reserva encendida y descubrimos que hasta las 15:00h no abre el albergue para
peregrinos. Hay que aprovechar las dos horas que tenemos y decidimos entrar en
un bar y comer de menú unos calamares a la romana y pulpo gallego (10€ por persona).
Monasterio de Samos |
El albergue del Monasterio es
bastante espartano: una amplia sala llena de literas y otra sala anexa con
duchas individuales, baños y lavabos. Dos voluntarios franceses llevan el
albergue, cuyo coste es la voluntad.
Nos duchamos, lavamos la ropa
y decidimos visitar el Monasterio en cuestión. Entramos a las 17:00h (3€ por persona) y la visita es guiada por uno de los
monjes. En el recorrido nos enseñan dos claustros (Feijoo y Sirenas) y la
iglesia de estilo barroco, junto a otros lugares como la sacristía, la cual
tenía una reliquia de San Benito, concretamente el fémur. Destacar las pinturas
al fresco del claustro superior. En la actualidad viven aquí 15 monjes.
Tras la visita descansamos
junto al tendedero de ropa del albergue, en unos bancos de pizarra, como no, y
aprovechamos para realizar el cuaderno de viaje que ahora transcribo.
De repente llegan a l
albergue varios chicos que voluntariamente curan los pies de los peregrinos. Yo
no estoy mal, pero mi mujer aprovecha la ocasión para que le traten los suyos,
pues suele sufrir de pies delicados. En nuestra primera etapa “de verdad” ya
tiene 3 ampollas en formación y un dedo con traumatismo. No esta mal.
Tras reparar los “neumáticos”
decidimos comprarnos unos bordones en el Monasterio. Nos cuestan 5€ y nos ayudarán a caminar mejor, sobre todo en las
subidas y las bajadas.
Luego fuimos a escuchar a la
iglesia del Monasterio “vísperas” y disfrutamos del canto gregoriano de los
monjes.
Por último, compramos víveres
para cenar en un autoservicio típico de pueblo.
La noche en el albergue fue
dura. Estaba lleno (unos 60 peregrinos), las condiciones higiénicas de algunos
“vecinos” no era la más adecuada y unos italianos entraron tarde por quedarse a
ver el partido de su selección en el Mundial de Futbol de Sudáfrica. No debían
estar muy contentos, pues empataron a uno contra Paraguay.
En total, según nuestro
cuentakilómetros, hoy caminamos unos 27 Km. ¡No está mal!
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