Si buscáis en Internet las diferencias entre los
teatros griegos y romanos, en multitud de páginas os contarán diversas
características que diferencian a unos y a otros. El graderío, la parte de la
Orchestra, el sentido religioso… Como en todas las páginas leeréis lo mismo (o
algo muy similar) vuestro cerebro concluirá que todas esas diferencias son
ciertas (por el mero hecho de verlas repetidas numerosas veces).
Pero el problema de Internet (el principal a mi
entender) es precisamente la cantidad infinita de repeticiones que puede tener
una mentira (o una verdad a medias). La copia indiscriminada de documentos de
dudosa credibilidad histórica, repetidos viralmente por numerosos aficionados,
crean una falsa impresión de veracidad en la red. Por ello, dada la magnitud de
desinformación que hoy día contiene
Internet, encontrar la verdad de las cosas resulta una búsqueda muy complicada.
No obstante, obviando al Sr. Google y sus
preferencias de búsqueda, podemos encontrar la verdad. Porque existen muchas
páginas y blogs dedicados a repetirlas y mostrarlas. Y si estás leyendo esto
hoy es tu día de suerte, pues estas en uno de esos pequeños reductos que
intentan evitar, como Asterix y Obelix, la conquista del Imperio de la
mediocridad.
A continuación os mostraré las verdaderas
diferencias entre los teatros romanos y griegos. Y lo haré haciendo un repaso a
los principales restos de teatros romanos que conservamos en España. Un 2x1 que
os servirá para realizar unas visitas culturales mucho más amenas.
¿Os animáis?
En España existen varios ejemplos de restos de
teatros romanos, aunque la gran mayoría del público general no acertará a
enumerar más de dos o tres, a lo sumo. ¿Alguien ha visitado algún teatro romano
que no sea el de Mérida? Si tu respuesta es afirmativa ya eres una excepción.
Si conoces más de 5 eres tan peculiar como yo.
La principal diferencia que se suele indicar entre
los teatros romanos y los griegos es referente a la construcción de su graderío, el lugar donde se sentaba el público.
Mientras que los griegos aprovechaban la pendiente natural de una colina para
edificarla, los romanos crearon una construcción independiente mediante
galerías.
Esto es una verdad a medias, pues los romanos,
prácticos donde los haya, edificaron numerosos teatros aprovechando diversas
colinas. El objetivo, como podéis suponer, era ahorrar costes constructivos. Y
España es un buen ejemplo de lo que decimos, pues casi todos los teatros que
conocemos se construyeron “a la manera griega”. Sólo el de Zaragoza, la
excepción que confirma la regla, se levantó en terreno plano, utilizando opus caementicium, a la manera del
Teatro de Marcelo en Roma.
Una de las medias verdades que más me gustan es la
que indica que el teatro romano
proviene, directamente, del griego. Esto es algo totalmente falso, pues los
romanos ya disfrutaban antes de conquistar Grecia de representaciones
teatrales. En concreto, las raíces itálicas del teatro romano son dos. Por un
lado los Ludi Fescennini, una suerte
de representaciones de la vida cotidiana mediante composiciones poéticas; por
otro, las Fabulae Atellanae,
representaciones satíricas llevadas a cabo por actores con máscaras. Aunque su
inicio se data hacia el s. IV a.C., su momento álgido lo fechamos en el s. II
d.C.
Lógicamente, sobre este sustrato, la influencia
griega fue un poderoso agente transformador. La primera representación de un
drama griego en latín se llevó a cabo hacia el s. III a.C. Y su éxito condujo
al teatro a ser incluido en el calendario de festejos anuales, los Ludi Scaenici.
Lo anterior me sirve de inicio para desmentir otra
de las muchas falsedades que se escuchan por Internet. La que nos dice que el
teatro romano perdió todo el componente
religioso que poseían los teatros griegos.
Es cierto que en el paisaje urbano de cualquier
ciudad griega, el teatro formaba parte de los principales edificios de la zona
religiosa y más sagrada de la polis. La representación teatral griega estaba
imbricada con la religión de una forma que los romanos no copiaron al pie de la
letra. Pero esto no quiere decir que el teatro romano tuviera un simple sentido
profano.
Muy al contrario, las autoridades romanas no
desaprovecharon la ocasión para mantener la relación religioso-política en este
espectáculo. Por un lado, los Ludi
Scaenici formaban parte de los juegos públicos celebrados en honor a los
dioses, lo que lo convertía en una actividad cívico-religiosa (al igual que el
teatro griego). Y precisamente fue este estrecho vínculo lo que llevó a la
Iglesia cristiana a condenar las obras teatrales (su dudosa moralidad, excusa
utilizada comúnmente en Internet, fue un simple pretexto). Indicar también que,
en contra de lo que suele pensar la gente común, no fue la iglesia la que cerró
los teatros. Siempre estuvo en contra, pero su clausura final llegó a causa de
los cambios de gustos de la sociedad. Cuando el Imperio dejó a un lado su
carácter cívico y comenzó con lo que luego se llamaría el feudalismo, los
ciudadanos ya no tenían tiempo para esa clase de ocio. A partir del siglo
III-IV d.C. ya no se cumplía la máxima de Cicerón: Otium cum dignitate.
Pero además de lo anterior, en la parte posterior
del teatro romano se solía construir algún tipo de edificación que honrara a
los dioses. El Teatro de Mérida es un buen ejemplo de ello, pues posee una
edificación construida para honrar a Augusto (divinizado tras su muerte). Y en
el de Itálica se erigió un templo dedicado a Isis en la parte posterior del
edificio.
Otra mentira que circula por la red es el carácter elitista del teatro romano.
Debo reconocer que la afluencia de público al teatro, respecto al anfiteatro,
por ejemplo, era manifiesta. Si comparamos los graderíos del teatro y del
anfiteatro romano de Mérida los datos son elocuentes: 6.000 por 14.000
asientos. Ahora bien, salvo para representaciones de tragedias, donde sólo
asistían personas familiarizadas con las obras griegas (es decir,
cultos/ricos), el teatro gozó de gran popularidad entre todas las clases
sociales cuando se representaban comedias mimos y pantomimos. Y, de hecho, la
diferenciación entre clases sociales en el graderío se copió en Roma
directamente de Grecia. Como pasa en los actuales campos de futbol, los
asientos más próximos eran ocupados por las personas de clases más altas (hoy
la clase la da el dinero, como es lógico en un mundo capitalista).
Pero el teatro de Mérida, con ser el más famoso de
España, no era, ni mucho menos, el más grande. Los dos mayores teatros romanos
de España se construyeron en Cádiz y Córdoba. Sus cáveas, con unos diámetros de
unos 120 metros, eran capaces de albergar a unos 20.000 espectadores. Cifra
realmente importante si tenemos en cuenta que la población media de la Gades
romana era de unas 50.000 personas.
Otra característica que suele indicarse para
destacar la diferencia entre ambos teatros es la parte de la Orchestra, el lugar donde se situaba el
coro. Efectivamente, en el teatro griego tenía forma circular y en el romano
semicircular. Efectivamente, en el griego era utilizada por el coro y los
actores, mientras que en el romano no tenía un uso activo en la función, sino
que era el lugar donde se disponían las personalidades más importantes.
Pero la diferencia en esta parte del teatro no venía
dada por una diferente imposición arquitectónica, sino por los distintos gustos
teatrales de ambas sociedades. En Grecia eran muy aficionados a las tragedias,
género en el que el coro narra la historia y los actores la representan en una
escena muy pequeña. En cambio, los romanos preferían las comedias, en donde los
actores tienen mucha más importancia que el coro, razón por la cual la escena
cobra todo el protagonismo.
Por cierto, que se suele indicar que el género teatral preferido por los romanos
era la comedia (en concreto las Fábulas
Palliata y Togata). Pero esto es otra verdad a medias. Junto a las
comedias, los espectáculos preferidos por las masas romanas eran el mimo y el
pantomimo. En el mimo se representaban comedias donde la sátira política y los
enredos amorosos eran los principales argumentos, siendo el único género donde
los actores cantaban, danzaban y recitaban sin máscaras. El pantomimo, por su
parte, se centraba en temáticas mitológico e histórico, y era un género donde
los actores, sin recitar, danzaban al son de la música y mostraban a los
diferentes personajes mediante la gestualidad de todo su cuerpo.
Desmentidas las principales afirmaciones sobre los
teatros romanos vamos a realizar, a continuación, un breve repaso por los
restos de teatros romanos que quedan en nuestro país.
Los dos teatros romanos más grandes construidos en
nuestra península son de los peor conservados. El teatro romano de Córdoba sólo
es visible, en una parte muy reducida, en el interior del Museo Arqueológico de
la ciudad. Allí podremos observar lo que queda de los tres niveles de terrazas
que daban acceso a las gradas y parte de las escaleras que conectaban las
distintas terrazas. El resto está oculto por edificaciones modernas. Se piensa
que la Orchestra se situaría en la Plaza Jerónimo Páez y la escena en la Calle
Marqués del Villar.
El otro gran teatro peninsular, el de la ciudad de
Cádiz, está un poco más visible. Podremos visitar parte de la cavea (graderío),
un tramo de muro curvo correspondiente a la fachada trasera, así como el
entramado de sujeción del graderío y parte de la orchestra. El resto, la escena
y el pórtico, permanecen ocultas por las casas modernas del barrio del Pópulo.
Personalmente, me gusta visitar las ruinas en zonas
arqueológicas. El entramado urbano romano es totalmente visible y nos podemos
hacer una mejor idea de cómo vivían nuestros antepasados. Y en España tenemos
muchas opciones si queremos visitar teatros de esta forma.
Tal vez, el más famoso sea el de Itálica
(Santiponce, Sevilla), aunque su ubicación, algo alejado de las ruinas
visitables propiamente dichas, nos impida meternos completamente en un viaje al
pasado. El Teatro romano de Clunia Sulpicia (Coruña del Conde, Burgos) es el
edificio más significativo y mejor conservado de estas ruinas. No en vano, su
cavea para 10.000 espectadores lo convertían en uno de los mayores de la
Hispania romana. Y por nombrar otro ejemplo os recomiendo visitar el Teatro
Romano de Segóbriga (Saelices, Cuenca), el cual forma un magnífico conjunto con
el anfiteatro enfrente, similar a lo que podemos ver en Mérida. Existen muchos más ejemplos en las numerosas ruinas romanas diseminadas por España, pero enumerarlos se sale del objetivo del artículo.
A la hora de preservar unas ruinas y hacerlas
accesibles a las visitas turísticas, cada Comunidad Autónoma o Provincia ha
actuado de forma diferente. Por un lado, si las ruinas están alejadas de un centro
poblacional, lo más lógico es hacer un Parque Arqueológico con centro de
interpretación. Son los casos arriba citados. En caso de ser unas ruinas
urbanas, podemos integrarlas en el entramado e incluso devolverle su función
original. Ahora bien, respetando la esencia de las ruinas. En España, tenemos
todos los ejemplos posibles.
Un ejemplo de abandono total es el Teatro de Tarraco
(Tarragona, Cataluña). A pesar de ser uno de los edificios emblemáticos de la
ciudad romana, hoy no esta musealizado, limitándose su exposición a un triste
mirador en la calle Sant Magí.
Ejemplo de lo que jamás se debe hacer con unas
ruinas arqueológicas lo tenemos en el Teatro de Sagunto. A algún iluminado
político se le ocurrió devolver la función original del teatro, pero
reformándolo con gustos, me atrevería a decir, particularísimos. La cavea se
arregló de tal manera, ligando materiales nuevos y antiguos, que ya no es
posible deshacer el entuerto (a pesar de sentencias judiciales a favor de
hacerlo). Y la escena se restauró construyendo una especie de galería que
muestra epígrafes y diversos materiales arqueológicos. Una aberración que,
además, impide la visión de la ciudad. Si un romano viera lo que le hicimos a
su teatro, no sólo se escandalizaría, sino que marcharía al senado para
convencerles de la necesidad de emprender una guerra de castigo. No es para
menos.
Los ejemplos de Córdoba o Zaragoza, son buenas
muestras de la difícil musealización de los restos cuando se encuentran
localizados bajo el entramado urbano actual. Pero si los comparamos con las
obras realizadas en Málaga o Cartagena, quedan en un escalón muy bajo.
En mi opinión, si se desea ver un teatro Romano y
entender todo lo que representaba en su época, en España existen tres lugares
principales.
El Teatro Romano de Mérida posee la escena más
impresionante, con sus dos pisos de columnas y figuras. Es el lugar donde mejor
podemos hacernos a la idea de lo que fue un teatro romano. Y, puesto que no
vamos a ver ninguna obra, una de las mejores perspectivas se consiguen desde la
parte más alta del graderío. Ahora bien, lo impresionante de las ruinas
emeritenses ha propiciado cierto descuido a la hora de fomentar mayor
explicación, in situ, de las ruinas en sí mismas. Se echa en falta un centro de
interpretación donde se desarrollen los aspectos relacionados con el teatro.
La impresionante escena del Teatro Romano de Mérida |
En este sentido, el Teatro romano de Málaga es una
excepción. Resulta mucho más interesante el centro de interpretación que las
ruinas en sí mismas. Además de un video introductorio bastante ameno (con un
guiño al mimo que no todo el mundo entiende), la sala principal posee un panel
interactivo donde poder pasar horas admirando textos e imágenes que nos
adentrarán en el maravilloso mundo teatral. Una visita tan amena e instructiva
que luego, al visitar las ruinas, nos parecen a poco. Y nada más lejos de la
realidad. Tenemos la cavea, la orchestra, parte de la escena y el vomitorium que daba acceso a las gradas.
Pero la mejor experiencia que tendréis al visitar un
teatro romano será en el de Cartagena. Su centro de interpretación es
maravilloso y contiene diversas piezas que nos muestran el ambicioso programa
ornamental que diseñó Augusto para este edificio. El Museo del Teatro Romano
nos permite conocer todos los aspectos que envolvían a este edificio lúdico, y,
como por arte de magia, nos conduce hasta las ruinas en sí mismas, última y
grandiosa sala de todo el complejo. Para muchos las ruinas le defraudarán si
las comparan con las de Mérida, pero salvo por la inimitable escena emeritense,
en nada le son inferiores. Tenemos todas las partes del mismo y hasta los
restos, en un lateral, de la iglesia en ruinas debido a los bombardeos durante
la Guerra Civil Española.
Y por terminar ya con este artículo, que se está
alargando demasiado, indicaros que no sólo en Mérida se han recuperado las
ruinas para volver a recrear funciones teatrales. También en Sagunto, Segóbriga
o Regina (Casas de Reina, Badajoz) se realizan festivales de teatro clásico. Os
recomiendo, si os gusta el tema, acercaros a alguna función situada en unas
ruinas arqueológicas. El ambiente os llevará a retroceder varios siglos.
¿Habéis estado en alguna función de esta clase?
Contar vuestra experiencia.
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