La expresión Annus
horribilis (año terrible) se utiliza cuando, al repasar lo acontecido en un
año nos damos cuenta que las cosas salieron mucho peor de lo esperado.
La expresión fue popularizada en época moderna por la
reina de Inglaterra Isabel II, quién, en el discurso de Guildhall el 24 de
noviembre de 1992, marcando el 40 aniversario de su coronación, definió así el
año que acababa de pasar. No en vano, aquel año, perdió el territorio de
Mauricio (que pasó a ser una República), se vio envuelta en varios escándalos
familiares (separación de su hijo Andrés y de su hija Ana de sus respectivas
parejas, fotos escandalosas de la Duquesa de York, confirmación del romance entre
el príncipe de Gales y Camilla Parker-Bowles), tuvo que soportar la publicación
de la autobiografía de Lady Di y hasta se le incendío el Castillo de Windsor.
Nuestra monarquía española también tuvo su particular Annus horribilis en el 2007. Aquel año,
el entonces monarca Juan Carlos I, tuvo que lidiar con la muerte por sobredosis
de la hermana menor de la Princesa de Asturias, con la censura a la portada de
la revista El Jueves, con la quema de
su foto por independentistas catalanes en Girona, con la separación de su hija,
la duquesa de Lugo, y su esposo, Jaime de Marichalar y con el encontronazo en la
XVII Cumbre Iberoamericana con Hugo Chávez, presidente de Venezuela y el famoso
“¿Por qué no te callas?”.
Pero estos problemas de las monarquías actuales se
quedan en meras anécdotas si echamos la vista hacia atrás y comprobamos si
nuestros antepasados romanos tuvieron algo similar. En verdad podría haber
elegido numerosos años, pero voy a centrarme en un momento especialmente
delicado de la historia de Roma. Y más que un año terrible lo que pasaron los
romanos fueron unos años horrorosos llenos de fracasos en los que a punto
estuvieron de desaparecer.