El público profano en historia suele asociar las
cámaras de gas con los campos de concentración y/o exterminio nazis e,
invariablemente, con los judíos.
Numerosas películas cinematográficas tratan el tema
del Holocausto judío: La lista de Schindler (1993), La vida es bella (1997), El
niño con el pijama de rayas (2008) y, hoy día, esa es la principal fuente de
información para el gran público en historia (una pena, la verdad).
También existe numerosa bibliografía especializada y
novelas sobre el tema, destacando en este último apartado Los que nos salvaron
de Jenna Blum, Una vez de Morris Gleitzman, El violinista de Mauthausen de
Andrés Pérez Domínguez, Estrella amarilla de Jennifer Roy, La llave de Sarah de
Tatiana de Rosnay…
Sea por el cine o la literatura, muchas personas
ignoran que ni los judíos fueron los primeros gaseados por los nazis en cámaras
de gas ni que este tipo de asesinato en masa fue realizado como excusa al
esfuerzo bélico de la Segunda Guerra Mundial.
Si os interesa conocer el auténtico rostro asesino del
Imperio nazi deberíais seguir leyendo.
En
julio de 1939, Philipp Bouhler, jefe de la Cancillería
del Führer, entregó una carta a Hitler en la que un padre alemán le pedía permiso al Estado para practicar la eutanasia
a su hijo discapacitado.
Karl Brandt, médico personal de Hitler, fue enviado
para investigar el caso. Cuando confirmó la existencia de una discapacidad
grave en el bebé de pocos meses procedió a la eutanasia a finales de ese mismo
mes.
El
asunto no tendría mayor importancia (salvo moral) si no fuera porque abrió la
puerta a comenzar con uno de los planes que Hitler había planeado llevar a cabo
desde hace tiempo. La prueba de ello la tenemos en unas
palabras que Hitler le dijo al director de los médicos del Reich, Gerhard
Wagner, en 1935: en el caso de un futuro conflicto, daría una “solución
radical” al “problema” de los discapacitados mentales.
Que Hitler y su ideología racista nazi concebían al
pueblo alemán, el Volksgemeinschaft, como una raza que necesitaba ser pura,
tenía como corolarios obligados la extirpación de todo lo que contaminara la
raza. En este sentido, tanto judíos como discapacitados eran objetivos principales
en la germanización del Volk alemán. Pero también se metieron en el saco
homosexuales, adversarios políticos y personas indeseables para los criterios
de los jerarcas nazis.
Que los discapacitados no tendrían un trato agradable
por parte del Führer se evidenció a los pocos meses de llegar al poder con la
aprobación de la Ley para la prevención
de descendencia genéticamente enferma. Tribunales de la Salud Genética eran
los encargados de valorar los casos y ordenar la esterilización obligatoria
para todas las personas que tenían una discapacidad determinada (incluidas
enfermedades tales como la epilepsia). En la mente de Hitler ello era tanto una
medida de compasión (la existencia y cuidado de estas personas discapacitadas
ofendía la ley del Creador sobre la selección natural) como de practicidad
económica, pues la carga social y los recursos destinados al cuidado de estos
discapacitados podían ser destinados a cuidar de los alemanes y conseguir niños
más fuertes y sanos.
El problema al aplicar esta ley fue que no sólo se
aplicó a discapacitados, sino que también se utilizó para limpiar la sociedad
de personas indeseables para el Estado, tales como vagabundos o alcohólicos.
Tal como refiere Laurence Rees en su libro sobre El
Holocausto, una de esas personas fue Paul Eggert. Este renano proveniente de
una familia con padre alcohólico fue esterilizado siendo un niño por el simple
hecho de dedicarse a la mendicidad. Su testimonio resulta ilustrativo de la
maldad que contenía esta ley, capaz de acabar con las esperanzas de un niño por
el mero hecho de haber nacido en una familia desestructurada. En vez de
intentar otorgarle un rayo de esperanza le enviaron a una clínica y le
esterilizaron sin consentimiento ni información, pues le indicaron que le
operarían de una hernia.
El
programa de esterilización forzosa afectó a unas 400.000 personas en Alemania
y tenía una cara oculta que también afecto a los alemanes arios. Puesto que el
bien de la comunidad alemana estaba por encima del bien individual, era igual
de obligatorio esterilizar a los elementos indeseables como negar el aborto a
madres de futuros niños arios sanos. Sea cual fuera el motivo de la concepción,
el niño ario tenía preferencia. Igualmente se acabó la opción de no trabajar o de
ser una persona antisocial: si estabas fuera de la norma dictada por la
comunidad eras proclive a ser denunciado, catalogado de vago o perjudicial para
la comunidad y ser incluido en el programa de esterilización.
Para ser justo, los nazis ni inventaron ni fueron los
únicos que tuvieron en su legislación un plan de esterilización social. No
olvidemos que el siglo XX estuvo contextualizado por las ideas científicas
racistas. Pero si podemos indicar que los nazis fueron los que llevaron estas
ideas más lejos.
Con ser grave este programa, el paso siguiente, ideado tras la eutanasia de julio de 1939, supuso
cruzar una línea roja que nadie antes había concebido traspasar.
Con la idea del comienzo inminente de una guerra a
escala global, Hitler comenzó a dar instrucciones para llevar a cabo el
exterminio masivo de los discapacitados alemanes. En agosto de 1939 se obligó a
las comadronas a remitir informes sobre el nacimiento de bebés discapacitados. Esos informes eran valorados por tres médicos
que, en caso afirmativo, asesinaban
al bebé con una sobredosis de morfina.
En el informe médico, no obstante, se solía indicar la muerte por alguna
enfermedad plausible, como, por ejemplo, el sarampión.
A
los niños mayores, recluidos en centros sanitarios, se les practicaba una
eutanasia sistemática. Con la excusa de vacunarlos para alguna
enfermedad (como la difteria) se les sometía a una muerte dulce por medio de
una inyección. Paul Eggert, que estuvo en uno de esos centros como consecuencia
de ser declarado un delincuente social indica que los niños eran seleccionados
durante las cenas y que jamás volvían. Paul recordaba “los gritos” de los niños
a los que les aguardaba la muerte, niños que, aterrorizados, dirigían la
“mirada” hacia atrás. Era “desesperante y terrible”.
También
los discapacitados adultos entraron en los planes de la eutanasia.
Los organizadores de este plan de eutanasia masivo fueron Viktor Brack y
Philipp Bohuler, dos nazis convencidos pero carentes de cualquier titulación
médica.
En una reunión el 9 de octubre de 1939 se creó un
protocolo para elegir a las personas que debían morir. Una de las razones a
valorar era la posible capacidad de trabajo de los pacientes. Igualmente se
estudió la manera de asesinar a un grupo de población que se calculaba en unas
70.000 personas. Dado que las inyecciones letales o los medicamentos eran
inviables para el asesinato a gran escala la solución fue otorgada por el
ingeniero químico Albert Widmann: gasear a los enfermos en una habitación con
monóxido de carbono.
Al
programa de eutanasia masiva de discapacitados se le denominó Aktion T4
(por estar situado el cuartel general de esta organización en la Tiergartenstrasse
4 de Berlín). Y muchos de los ejecutores actuaron utilizando pseudónimos, lo que nos indica del carácter delictivo y oculto del programa.
Existe un documento oficial, firmado por Hitler, en el
que autorizaba el programa de eutanasia. Aunque este documento se realizó en
octubre de 1939, tras la petición expresa de las personas implicadas en el
programa (seguramente muchas asustadas de las dimensiones que estaba tomando el
programa y del asesinato de personas que no eran enfermos incurables), fue
fechado el 1 de septiembre de 1939, día del comienzo de la Segunda Guerra
Mundial. De esta forma el Führer intentaba conectar su plan de eutanasia con
las necesidades de guerra en un pueril intento de justificación moral.
El
4 de enero de 1940 se procedió a realizar, en una prisión
de Brandemburgo convertida en centro eutanásico, el primer asesinato en una cámara de gas. A los pacientes se les
indicó que debían ducharse, se les introdujo en una sala con tuberías y se les
gaseó con monóxido de carbono. Murieron las primeras veinte personas gaseadas,
cuyos cuerpos fueron incinerados. El doctor Widmann fue quién abrió esa primera
válvula de gas.
Este método de eliminación era ideal por varios
motivos: mantenía a las víctimas en calma hasta el último momento, al no
imaginar en ningún momento su fatal destino; permitía el asesinato de un gran
número de personas a la vez; y el personal necesario para llevar a cabo el
asesinato era reducido y se mantenía alejado, material y emocionalmente, de las
víctimas.
Para los nazis se trataba de una acción de compasión,
ahorrando el sufrimiento de una vida indigna y el tormento de anticipar su
propia muerte. Más controvertida fue la participación de los médicos que
participaron en el programa, los cuales certificaban las muertes y enviaban
informes falsos a las familias sobre la verdadera causa de la muerte. Las
excusas económicas sobre no desviar cuidados hacia enfermos terminales o sociales,
al intentar favorecer al conjunto del Volk
alemán no son hoy día asumibles.
Los
nazis crearon seis centros de eutanasia: Brandemburgo, Grafeneck,
Bernburg, Hadamar y Sonnenstein en Alemania y Hartheim, en Austria. Estos
centros recogían enfermos mentales de otras instituciones mentales y el modus
operandi era el siguiente: al bajarlos del autobús se les indicaba que el
protocolo del hospital exigía una ducha antes de formalizar la entrada. En los
sótanos se les gaseaba y se les incineraba tras recopilar los empastes o
dientes de oro.
Por poner un ejemplo de la eficacia de estos centros
de exterminio de discapacitados, durante el funcionamiento del centro de
Sonnenstein, de junio de 1940 a agosto de 1941, se calcula que se mató por este
sistema a 14.751 personas. Conocer el total de víctimas asesinadas por la
Aktion T4 resulta imposible, tanto por lo dilatado en el tiempo como por la
falta de estudios específicos sobre ello. Por esta razón los valores van desde
unas cifras mínimas de 70.000 personas a otras máximas de unas 275.000 personas.
A los discapacitados no sólo se los asesinó en
Alemania y Austria, sino que también se siguió esta medida en la Polonia recién
ocupada. En el otoño de 1939, miembros de la Guardia Especial Eimann, una
unidad de las SS de Dánzig, junto con los Einsatzgruppen,
fusilaron a miles de pacientes mentales en el territorio de la zona recién
germanizada de Dánzig/Prusia Occidental. En esta ocasión no se tuvo en cuenta
ningún condicionante relativo a su posible aprovechamiento como trabajadores,
sino los mataron a todos, independientemente de la gravedad de su caso.
Desde abril de 1940 este procedimiento de exterminio
también se aplicó a los discapacitados alemanes, siendo todos ellos incluidos
en la lista para ser gaseados.
El conocimiento del programa de eutanasia por la
opinión pública alemana supuso que algunas voces se levantaran contra él. Uno
de ellos fue el obispo Clemens August Graf von Galen, de Muenster, quién denunció
los asesinatos en un sermón público el 3 de agosto de 1941. Tal fue su
implicación en el asunto que los nazis decidieron no asesinarlo para
convertirlo en un mártir de la causa.
Otros sacerdotes católicos no tuvieron tanta suerte,
como Bernhard Lichtenberg, deán de la catedral de Berlín quién falleció cuando
era trasladado a un campo de concentración.
La oposición fue llevada a cabo principalmente por
familiares, pacientes e instituciones religiosas, los cuales incluso llegaron a
convencer a personas totalmente convencidas de la necesidad de apoyar al Führer
en esta locura.
Aunque el programa de eutanasia fue eliminado el 24 de
agosto de 1941 por Hitler, debido a la oposición social, ello no significó el
desmontaje de la organización que llevaba a cabo los asesinatos. Por medio de
la descentralización y el secretismo se continuó asesinando a discapacitados y
personas consideradas indignas de vivir en el Volk alemán. Además, el programa
para los niños nunca se abandonó, aunque el método para asesinar por gas se
sustituyó por el de inyecciones letales, veneno o, directamente, hambre. Uno de
ellos fue Ernst Lossa, un adolescente asesinado con una inyección letal por su
condición de inadaptado social. También fueron seleccionados ancianos en asilos
para darles el mismo “tratamiento”.
La última víctima de la Aktion T4 fue el niño de
cuatro años Richard Jenne, asesinado el 29 de mayo de 1945 en el hospital de
Kaufbenren. La guerra ya había terminado a principios de ese mes, pero en
algunas clínicas nazis se seguía con este brutal procedimiento. En el informe
aparece que este niño fue asesinado por tifus.
Las
similitudes con las cámaras de gas que se construyeron en los campos de
exterminio polacos son evidentes. Pero además, mucho
personal dedicado a las eutanasias de discapacitados trabajó posteriormente en
los campos de exterminio.
Antes de crear este asesinato en masa en los campos,
las personas allí recluidas que no servían para trabajar fueron llevadas a
estas clínicas para gasearlas. Fue lo que se conoció como Aktion 14f13, siendo
el precedente más próximo a las cámaras de gas de los campos de exterminio tipo
Auschwitz.
Philipp Bouhler, capturado por tropas americanas el 10
de mayo de 1945 se suicidó 9 días después en el campo de concentración de Zell
am See, en Austria, donde estaba recluido.
Viktor Brack fue condenado a muerte en los Juicios de
Núremberg, al igual que el médico personal de Hitler, Karl Brandt.
Por tanto, si alguien pretende negar el gaseamiento
realizado en los campos de exterminio recordarles la Aktion T4. Y si pretenden
explicar que se trataba de un programa de eutanasia compasiva de enfermos
mentales terminales remitirles a los testimonios de personas que sufrieron
aquellos programas, como Paul Eggert, quién sufrió un trauma psicológico debido
a la violación irreversible de su integridad física. Otros, como Ernst Lossa no pudieron contarlo.
La Sociedad Max Planck, en Munich, intenta identificar
a todas las víctimas de este programa de exterminio nazi mediante la
catalogación y estudio de las muestras de cerebros que atesoran. Pues,
saltándose los límites éticos de la investigación, los nazis estudiaron los
cerebros de los discapacitados asesinados y los catalogaron científicamente. En
el año 1990, la Sociedad Max Planck le dio sepultura a unos 100.000 restos
humanos en el cementerio Waldfriedhof de Múnich, siendo una prueba más de la
barbarie cometida por los nazis contra parte de su población.
Sirva este pequeño post para recordar a un colectivo que no suele tener placas, ni homenajes ni películas que recuerden su exterminio a manos de los nazis. Recordarlos es la mejor manera de evitar que algo parecido pueda volver a suceder.
Creo que la palabra más apropiada seria eugenesia y no eutanasia.
ResponderEliminarHola, gracias por comentar.
EliminarGracias por la aportación.
En efecto, los nazis utilizaron ampliamente la eugenesia, siguiendo teorías racistas de la época que estaban en el aire y que también practicaron otros países.
No obstante, los nazis fueron los que llevaron tales teorías hasta extremos insospechados.
Saludos
¿Cómo está el tema aquel de que no se había capturado ninguna cámara de gas en ninguno de las decenas de campos de concentración nazis?
ResponderEliminarHola Carlos, gracias por comentar.
EliminarLas cámaras de gas existieron por mucho que los negacionistas inventen relatos alternativos.
Saludos
GRACIAS por documentar y divulgar estos hechos. Tenemos el deber de recordar y la obligación de impedir que ese infierno se reproduzca. ¡Un grandísimo abrazo! Paz. Shalom.
ResponderEliminarHola Jaume, gracias por comentar. En efecto, recordar lo sucedido es la mejor manera de no volver a caer con la misma piedra.
EliminarSaludos
El control sexual y por ende el de la natalidad por parte del estado es un síntoma claro de fascismo, de los 12 que indicó Umberto Eco. ¡Gran artículo por tu parte!
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar.
EliminarTotalmente de acuerdo.
Saludos
Buen artículo, gracias.
ResponderEliminar"La sombra del pasado" Florian Henckel von Donnersmarck
ResponderEliminarEnhorabuena por tan buen escrito.
Muy interesante el tema que propones, el cual nos daría lugar a verter ríos de tinta al respecto.
ResponderEliminarEn efecto, hoy en día existe una persecución del síndrome de down en nuestra sociedad y creo que una posible solución al respecto sería la subvención por parte del Estado de una adecuada educación.
Tal como han demostrado muchos síndrome de down, con esfuerzo, tiempo y dinero se puede lograr formar a estas personas e integrarlas en nuestra sociedad.
Pero la realidad es que en la mayoría de las familias tal carga resulta imposible de sostener, lo que ha conducido a esta especie de eugenesia dirigida contra este colectivo.
Mucho tiene aún que cambiar nuestra sociedad para entender que la diversidad es riqueza y que el presupuesto estatal debe ser optimizado mucho mejor.
Saludos