Resulta curioso que la historia de los tercios, uno
de los ejércitos más emblemáticos del mundo occidental, apenas sea conocida por
el gran público. Pocos saben que el año pasado (2016) se cumplieron 480 años desde su
creación oficial.
Entre muchas razones, ello se debe al escaso interés
académico que existió en el pasado reciente sobre estos soldados. Baste decir
que hasta los años setenta del siglo pasado no aparecieron los primeros
trabajos monográficos sobre ellos. Y los avances en su conocimiento apenas han
despegado. Miles de documentos permanecen pendientes de revisar en el Archivo
General de Simancas, esperando que los historiadores los analicen adecuadamente.
Lo peor de todo, a mi entender, no es la falta de
estudios (que los hay), sino que la práctica totalidad han quedado
circunscritos al ámbito universitario. Por ello, la gran masa de aficionados a
la historia, han sido aleccionados con la pseudocultura de internet, la cual,
dependiendo de quién cuente la historia, crea una leyenda rosa o negra sobre
ellos.
Por ello creo necesario realizar este breve
artículo, un compendio de 10 mentiras que la gran mayoría de personas ajenas a
la profesión histórica suelen asimilar con los tercios.
1.
Los
tercios fueron la versión moderna de las legiones romanas
Se suele indicar que el ejército de los tercios
recuperó la importancia de la infantería que antaño sirvió a Roma para dominar
toda la cuenca mediterránea. Y que, inspirándose en las legiones, superó tal
ejército otorgando a los Habsburgo un imperio global.
Sin ser mentira lo anterior, yo veo más diferencias
que similitudes con las legiones romanas. Por ejemplo, los piqueros suizos si
podían equipararse a las tropas macedónicas de Alejandro Magno, pero los
tercios eran mucho más que simples piqueros. Su uso de las armas de fuego y su
versatilidad táctica los convirtieron en un ejército impredecible.
Aunque la comparación con las legiones romanas
deberíamos hacerla únicamente con el ejército profesional que surgió a partir
del emperador Augusto, lo cierto es que desde sus inicios el ejército romano
tuvo una característica fundamental que lo diferenció de los tercios. Los
romanos dejaban a sus hombres más curtidos para entrar en último lugar a la
batalla. Primero enfrentaban a los reclutas más bisoños o a los auxiliares. En
cambio, los tercios “viejos” eran la vanguardia en el combate. Entre otras
cosas porque se pensaba que las tropas mercenarias eran de poco fiar en
cuestión al valor combativo.
El ejército romano fue una muy buena manera de
ganarse la vida. Los soldados que entraba al servicio no sólo podían medrar y
aprender un oficio sino que al final de su vida de servicio (20 años) se les
otorgaba un pedazo de tierra que cultivar. La paga era regular y, en
perspectiva, se comía y vivía mejor que cualquier campesino de la época
antigua. En cambio, a los tercios se entraba voluntario y se salía de la misma
forma. Nadie obligaba a luchar en una sociedad militarizada a causa de la
Reconquista. Y dadas las penurias económicas de los Habsburgo, los soldados
pasaron más miserias y calamidades que alegrías. La camaradería con los
compañeros de armas y el honor personal fueron las razones que mantuvieron en
armas a aquellos soldados temibles. Eso y que no sabían hacer otra cosa en la
vida. Para ellos el ejército no era una forma más de ganarse la vida, sino que
era la única forma que conocían. No obstante, en el siglo XVII, dada la crisis
reinante en España, veremos que muchos voluntarios se alistarán para conseguir
algo que comer, serán los llamados “sopistas”.
El sistema de ascensos, basado en el mérito de las
armas, hacía posible que un simple soldado bisoño pasara, a lo largo de los
años, de soldado a sargento, alférez y capitán. Llegando en algunos casos hasta
maestre de campo. Gracias a este tipo de oficialidad curtida en mil batallas
eran impensables derrotas como las que, de vez en cuando, acontecieron a
ciertas legiones dada la inexperiencia de sus mandos (Legiones perdidas de
Varo, derrotas ante Aníbal o Espartaco…).
Y, por último, tenemos el tema de los motines.
Aunque en las legiones romanas hubo casos puntuales de motines, esta fue una
realidad mucho más evidente entre los tercios, dadas las penurias económicas
que tuvieron que sufrir.
2.
La
denominación tercio proviene de su número: 3.000 hombres
Muchas personas piensan que la denominación tercio
fue otorgada porque estos ejércitos se componían de 3.000 soldados. Pero la
realidad nos dice que en muchas ocasiones la cifra de efectivos reales era muy
interior a los planeados teóricamente.
También se ha supuesto que la palabra proviene de la
separación en tres grupos (coseletes, arcabuceros y picas secas) o en la
inicial división de las fuerzas desplegadas en Italia (Milán, Nápoles y
Sicilia). Pero ninguna de las explicaciones tiene la unanimidad de los
investigadores. Por ejemplo, cuando Carlos V dividió las fuerzas en Italia
creó, poco después de su primera ordenanza, el tercio de Cerdeña, lo que
invalida la última hipótesis. Algunos historiadores dan crédito a la hipótesis
según la cual su procedencia estaría relacionada con la división del ejército
de la guerra del Rosellón en piqueros, escudados y ballesteros.
Pero lo cierto es que, a día de hoy, desconocemos de
donde proviene tal denominación para la infantería española más legendaria.
3.
Los
tercios surgieron en la Edad Moderna
Es cierto que la primera vez que aparece la palabra
tercio para designar a las tropas de infantería del ejército español es en el
año 1536. Se trata de la famosa Ordenanza de Génova, puesta en marcha por
Carlos V.
Pero tales unidades no aparecieron de repente, por
generación espontánea. Se habían ido gestando desde algún tiempo atrás. En
concreto, en la frontera entre la Edad Media y la Edad Moderna. Por tanto,
podemos decir que los tercios, aunque pertenecientes a la modernidad, fueron
diseñados y estructurados en el final del Medievo.
En concreto, la expedición del Gran Capitán a Nápoles
en 1504 ya tenía una serie de características que pervivirían en los futuros
tercios: se trató de un contingente permanente, estatal, profesional, con
administración propia y en donde el valor en el frente valía más que cualquier
título nobiliario.
Además de lo anterior, en aquél ejército ya se
hicieron uso de las primeras armas de fuego, algo que caracterizará a los
tercios españoles. Al igual que su maestría para enfrentarse con garantías de
victoria a la caballería pesada enemiga, la arma de guerra más desarrollada y
letal del Medievo.
Por tanto, si Fernando el católico no hubiera tenido
la inteligencia militar de modernizar su ejército “a la manera suiza”, creando
una infantería letal, la consecuencia hubiera sido que su nieto Carlos V no
hubiera podido crear y mantener su imperio. Y ello lo sabemos con certeza
porque eso mismo le pasó a Francia, cuya poderosa nobleza “a caballo” impidió a
la monarquía modernizarse a tiempo.
4.
Los
nobles hispanos sirvieron en los tercios mayoritariamente
Solemos pensar que la nobleza española, dada su
tradición guerrera en el Medievo, constituyó el grueso de las tropas de los
tercios. Pero lo cierto es que ocurrió lo contrario.
Aunque inicialmente los nobles siguieron ejerciendo
la carrera de armas inicialmente, la nueva manera de luchar (más profesional y
menos individual) y los escasos
incentivos (los cargos importantes se ganaban por meritocracia) les alejaron
poco a poco del frente.
Aunque de los textos contemporáneos deducimos que la
simbiosis milicia y nobleza seguían íntimamente relacionadas, tal como en el
Medievo, lo cierto es que ello resulta una imagen falsa. Una manera de mantener
un orden social irremediablemente roto. Según las estadísticas, en 1587 el
porcentaje de nobles enrolados era inferior al 5%.
Sólo cuando los monarcas, necesitados de hombres,
volvieron a recompensar generosamente a los que colocaran hombres en el campo
de batalla, los nobles recuperaron su teórica función social.
5.
Los
tercios estaban formados, exclusivamente, por españoles
Muchas personas piensan que los españoles eran los
únicos admitidos en los tercios. Pero esta característica tan particular sólo
se mantuvo hasta el año 1584, momento en el cual fueron encuadrados los
primeros italianos. En 1598 fueron aceptados los borgoñones y a comienzos del
siglo XVII valones, irlandeses e ingleses (que también los hubo católicos).
6.
La
fuerza de los tercios residía en sus piqueros
El principal poderío de la nueva infantería moderna
lo constituían las picas, las cuales sirvieron a los suizos para derrotar a la
letal caballería pesada de Carlos el Temerario, duque de Borgoña. Desde
entonces esta arma era nombrada como la “reina de las armas”, pues un frente
bien firme de estas largas picas podía hacer frente a cualquier caballería.
Los tercios adoptaron el sistema de los piqueros
suizos, pero le incorporaron un elemento que cambiaría la guerra para siempre:
las armas de fuego. Y aunque muchos piensan que fueron las picas el verdadero
poder de los tercios, en realidad, la verdadera fortaleza y razón de su éxito
fueron las armas de fuego.
Tercios españoles en pleno combate |
Baste como simple ejemplo de su fundamental importancia
el siguiente dato. En 1560, el tercio de Milán estaba compuesto por 10
compañías, de las cuales sólo 2 eran de arcabuceros (300), mientras que las
restantes 8 eran de piqueros (150 coseletes, 50 arcabuceros y 100 picas secas).
Pero en menos de 40 años, para el 1598, la ratio entre armas blancas y de fuego
era de 1:1.
Pavía (1525), Mühlberg (1547), Jemmingen (1568)
fueron algunos ejemplos de batallas victoriosas de los tercios en las que las
armas de fuego resultaron ser determinantes.
7.
Los
tercios siempre combatían igual
Ya hemos indicado arriba algunas diferencias entre
los tercios y las legiones romanas. Tal vez nos faltara nombrar la más importante:
el tercio no fue una unidad de combate, sino logística. Y esto significaba que
las tropas de los Habsburgo tenían infinidad de posibilidades a la hora de
atacar al enemigo.
Solemos imaginarnos a los tercios en formación
cerrada, conformando una gran masa de piqueros, y avanzando sin miedo hacia el
enemigo. Pero, en realidad, la batalla campal era mucho más mortífera para los
enemigos de los tercios.
Según nos contó Bernardino de Mendoza, la táctica
habitual de los tercios era desplegar, de forma sucesiva, escuadrones de
arcabuceros y mosqueteros delante del enemigo, los cuales mantenían una
cadencia de tiro constante. El desgaste que causaban al enemigo era de tal
cuantía que le obligaba a huir o atacar. En caso de verse atacados, estos
escuadrones se retiraban a la retaguardia, dejando el combate al contingente
formado por arcabuceros (que añadían más plomo al enemigo) y piqueros (que
protegían las armas de fuego). En definitiva, los tercios dominaban los tiempos
del combate. Con su ataque escalonado disminuían el número de bajas y obligaban
al rival a enfrentarse a ellos donde querían.
Pero las habilidades de los tercios no se limitaban
a la batalla campal. Su verdadero potencial se exhibía en la gran versatilidad
que poseían. Lo mismo luchaban de manera sobresaliente en batalla campal, que
asediaban una ciudad, realizaban operaciones anfibias o que efectuaban una “encamisada” en campamento enemigo.
Las encamisadas
eran acciones muy temidas por el enemigo y frecuentemente realizadas en Flandes.
Se trataba de ataques nocturnos por sorpresa, donde el objetivo era degollar al
mayor número de enemigos dormidos, inutilizar sus armas y, al huir, incendiar
tiendas y todo lo que encontraran en el camino. Su nombre deriva de la camisa
blanca que se ponían los soldados para identificarse en la noche.
8.
Los
tercios fueron el ejército de los Habsburgo
La mentira que da título al artículo suele ser uno
de los errores más comunes que se suelen cometer al hablar de los tercios.
Éstos no fueron el ejército de los Habsburgo ni mucho menos. Aunque, eso sí,
fueron su auténtica columna vertebral.
Desde el inicio de la modernidad, colocando su
inicio en las campañas italianas del Gran Capitán, los ejércitos reales se
reforzaron con mercenarios o soldados de estados vasallos. De hecho, los
tercios, con ser los soldados más temibles, eran una parte muy pequeña del
ejército de campaña. Por ejemplo, en 1557, las tropas de Felipe II que atacaron
Francia estaban formadas por unos 38.000 infantes, de los cuales únicamente unos
8.000 eran tercios. Eso sí, ellos eran los primeros en atacar, pues eran los
más preparados para ellos.
Las razones de su éxito se pueden resumir en
profesionalidad (tanto de soldados como de mandos intermedios y superiores),
gran capacidad organizativa y logística (hoy día aún no me explico cómo
pudieron mantener un ejército tan enorme en pie con las penosas comunicaciones
de la época) y un espíritu combativo fuera de lo habitual (forjado durante
siglos de Reconquista).
9.
Los
tercios eran escasamente religiosos
De los tercios se puede escuchar de todo. Desde que
se alistaban por el honor de defender a España como por ganar un trozo de pan.
Desde que eran grandes religiosos como que eran unos ateos redomados. La
leyenda rosa y la leyenda negra nos han intentado desvirtuar la imagen del
soldado español, según sus intereses particulares. Y, lo cierto, es que
existieron multitud de variables, unas más dignas que otras.
Respecto a las causas de alistamiento, las razones
fueron múltiples. Seguramente, la mayoría, se alistaron por motivos económicos,
ya fuera por salir de la pobreza o por medrar con las oportunidades que la
guerra otorgaba (en forma de saqueos principalmente). Otros se alistaron por
escapar de una situación familiar insoportable, ya fuese un infeliz matrimonio,
un trabajo heredado o un padre maltratador. En ocasiones hubo alistamientos que
ocultaban a criminales buscados por la justicia (los cuales cambiaban de nombre
al enrolarse), y, en otras, muchachos deseosos de ver mundo y correr aventuras.
Los que se alistaban con el objetivo de medrar socialmente y adquirir “honra”
por las armas debieron ser más bien escasos. Y muchos más debieron enrolarse
siguiendo a su patrón (aún la clientela era importante en la época).
Respecto a la religión de los tercios también
tenemos una doble imagen, dos caras contrapuestas de la misma moneda. A muchas
personas les pueden sorprender las palabras de un conocido clérigo reformador
de la época (Crespo), quién nos dejó la imagen de unos soldados blasfemos,
jugadores empedernidos, que no tenían dificultades en saquear iglesias
impunemente, burlarse de los sacerdotes y obviar la más mínima observancia.
En general, la imagen tradicional asociada al tercio
es la de un soldado profundamente religioso, cuyas ideas vitales supo resumir
perfectamente uno de ellos, don Diego de Villalobos y Benavides: “… enderecemos nuestras acciones a hacer esto
en defensa de la Fe de nuestro Señor Jesucristo, para que con su favor y en su
servicio a lanzadas y cuchilladas ganemos el cielo”.
Si queremos ser objetivos en este tema debemos
desviarnos de opiniones interesadas y generalidades banales. La religión,
además de tener un componente social (muy importante en la época), tiene un
componente interno importante. Y ello hace que cada cual afronte las miserias
de la guerra de manera diferente. Unos reforzarían su fe, mientras que otros
terminarían alejándose de ella. Ambas situaciones fueron muy frecuentes, sin
que por ello podamos generalizar un sentimiento común.
De lo que no tenemos duda, dados los testimonios de
los propios protagonistas, es que los tercios que luchaban en Flandes estaban
imbuidos por una fuerte religiosidad. Verdaderamente creían que su lucha contra
los protestantes era justa y necesaria. Y, seguramente, esta justificación
moral del combate fue impulsada y potenciada desde los altos mandos. Sin temor
a equivocarme puedo decir que muchos de aquellos soldados tenían más razones
religiosas para seguir la lucha que el propio Felipe II, para quien tla motivo
no era, ni de lejos, el más importante para seguir manteniendo firmemente la
guerra en Flandes.
Por tanto, el odio hacia los desmanes de los herejes
contra los católicos, la presencia de la Virgen en los estandartes de las
tropas, la idea de salvación defendiendo una causa “justa”, la creación por los
soldados de cofradías religiosas, las oraciones antes de entrar en batalla, la
vocación religiosa de muchos soldados (Cristóbal Lechuga, Bernardino de
Mendoza…). Todas son muestras de la profunda religiosidad de las tropas
españolas.
¿Por qué entonces se saqueaban los templos? Una de
las explicaciones más plausibles es por el sentimiento de superioridad
religiosa que mantenían los soldados respecto a una población local cuya
religiosidad estaba aún alejada de los preceptos decretados por la
contrarreforma. Si a ello sumamos la presencia de clérigos escasamente íntegros
entre las tropas, los cuales no desaprovechaban la ocasión para beneficiarse de
los bienes de los soldados muertos, podemos hacernos una idea del descontento
de las tropas.
10.
Los
tercios fueron un ejército de ocupación brutal en Flandes
Sobre los tercios en Flandes se ha creado una
leyenda negra, de tal magnitud, que hoy día es imposible borrarla de la mente
del público general. Una obra paradigmática de ello es Spiegel der jeught (Espejo de la juventud), en donde podemos ver
las múltiples crueldades que los españoles cometieron en la guerra de Flandes:
violaciones, asesinatos indiscriminados, despellejamientos, quema en hogueras,
desenterramiento de cadáveres para quemarlos por herejes, asesinatos de
embarazadas sacándoles los bebés de la tripa para luego asesinarlos…
Si os soy sincero, esas imágenes me recuerdan mucho
a los cuadros de Goya sobre las atrocidades cometidas por los franceses durante
la guerra de Independencia de 1808. Es más, las descripciones de violencias
gratuitas por parte de las víctimas de invasiones aparecen en todas las épocas
históricas. En muchos casos no dejan de ser un cliché literario, una excusa
necesaria para reafirmar la unión del pueblo/nación contra el invasor.
Sin negar totalmente las atrocidades cometidas (en
todas las guerras se cometen), éstas son exageradas en múltiples ocasiones. Si
un saqueo es realmente brutal se tiende a generalizar tal acción al resto de
situaciones, haciendo como norma una excepción.
Y en muchas ocasiones, tanto en Flandes como en
España (por poner los dos ejemplos citados), el odio hacia el invasor oculta
una realidad muy incómoda: una guerra civil que enfrentó a personas
pertenecientes a la misma nación. Si en Flandes el odio hacia lo español se
utilizó para ocultar la disputa entre holandeses católicos y protestantes, aquí
utilizamos la demonización del francés para obviar la gran presencia de
españoles afrancesados.
La falsa imagen sobre los tercios me sirve de pie
para terminar este artículo citando cuatro frases, de uso habitual aún en
nuestro lenguaje, que provienen de aquella época:
¡Que
viene el duque de Alba!: Se refiere al gobierno tiránico
que ejerció el tercer duque de Alba en Flandes. Su mano de hierro, en vez de
apagar la rebelión la aumentó considerablemente. Pero que no os engañen
diciendo que aún los holandeses asustan a sus hijos con esta frase, como símil
al hombre del saco. Pocos niños holandeses conocen a tal personaje hoy día.
La
furia española: Se refiere al saqueo de Amberes entre
los días 4 y 7 de noviembre de 1576. Las tropas rebeldes flamencas,
aprovechando el motín de las tropas españolas en Aalst (por no recibir su pago
desde hacía más de dos años), decidieron tomar la ciudad de Amberes (20.000
hombres). Sus habitantes, cansados de los españoles, les abrieron las puertas y
les facilitaron el ataque al castillo. Con lo que no contaban era que los
amotinados en Aalst (1600 soldados) socorrerían a la guarnición del castillo y
expulsarían de la ciudad a los holandeses. La furia española se refiere al
incendio de la ciudad y posterior saqueo vengativo que tuvieron las tropas con
la población local. Esta acción tan reprobable le costó a la corona española el
fruto logrado durante 10 años en Flandes y sirvió para alimentar, más aún, su
leyenda negra.
Hoy día la expresión ha perdido su connotación
negativa y se utiliza de forma admirativa, para alabar el coraje mostrado por
los jugadores de la selección española de futbol. Comenzó a utilizarse en los
Juegos Olímpicos de Amberes de 1920.
A
enemigo que huye puente de plata: este refrán se
atribuye a El Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), como
máxima militar. Cuantos menos enemigos se tiene enfrente mayores son las
posibilidades de éxito. Por ello, es recomendable facilitar en todo lo posible
si alguno desea marcharse. Hoy día se sigue utilizando cambiando el término
enemigo por el de competidor.
Poner
una pica en Flandes: Actualmente se utiliza con el
significado de Ser mucha la dificultad
para conseguir algo. Se refiere a la dificultad que existía, desde
tiempos de Felipe IV, para encontrar reclutas españoles que quisieran alistarse
y tomar la pica para pasar a servir en los Tercios de Flandes. También se
utiliza para indicar que se ha realizado algo muy costoso, un auténtico
hito. Algo que logró hacer durante años la corona española desde los tiempos
de Carlos V.
¿Conocéis vosotros alguna otra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario