domingo, 1 de octubre de 2017

Los tercios fueron el ejército de los Habsburgo



Resulta curioso que la historia de los tercios, uno de los ejércitos más emblemáticos del mundo occidental, apenas sea conocida por el gran público. Pocos saben que el año pasado (2016) se cumplieron 480 años desde su creación oficial.

Entre muchas razones, ello se debe al escaso interés académico que existió en el pasado reciente sobre estos soldados. Baste decir que hasta los años setenta del siglo pasado no aparecieron los primeros trabajos monográficos sobre ellos. Y los avances en su conocimiento apenas han despegado. Miles de documentos permanecen pendientes de revisar en el Archivo General de Simancas, esperando que los historiadores los analicen adecuadamente.

Lo peor de todo, a mi entender, no es la falta de estudios (que los hay), sino que la práctica totalidad han quedado circunscritos al ámbito universitario. Por ello, la gran masa de aficionados a la historia, han sido aleccionados con la pseudocultura de internet, la cual, dependiendo de quién cuente la historia, crea una leyenda rosa o negra sobre ellos.

Por ello creo necesario realizar este breve artículo, un compendio de 10 mentiras que la gran mayoría de personas ajenas a la profesión histórica suelen asimilar con los tercios.


1.     Los tercios fueron la versión moderna de las legiones romanas

Se suele indicar que el ejército de los tercios recuperó la importancia de la infantería que antaño sirvió a Roma para dominar toda la cuenca mediterránea. Y que, inspirándose en las legiones, superó tal ejército otorgando a los Habsburgo un imperio global.

Sin ser mentira lo anterior, yo veo más diferencias que similitudes con las legiones romanas. Por ejemplo, los piqueros suizos si podían equipararse a las tropas macedónicas de Alejandro Magno, pero los tercios eran mucho más que simples piqueros. Su uso de las armas de fuego y su versatilidad táctica los convirtieron en un ejército impredecible.

Aunque la comparación con las legiones romanas deberíamos hacerla únicamente con el ejército profesional que surgió a partir del emperador Augusto, lo cierto es que desde sus inicios el ejército romano tuvo una característica fundamental que lo diferenció de los tercios. Los romanos dejaban a sus hombres más curtidos para entrar en último lugar a la batalla. Primero enfrentaban a los reclutas más bisoños o a los auxiliares. En cambio, los tercios “viejos” eran la vanguardia en el combate. Entre otras cosas porque se pensaba que las tropas mercenarias eran de poco fiar en cuestión al valor combativo.

El ejército romano fue una muy buena manera de ganarse la vida. Los soldados que entraba al servicio no sólo podían medrar y aprender un oficio sino que al final de su vida de servicio (20 años) se les otorgaba un pedazo de tierra que cultivar. La paga era regular y, en perspectiva, se comía y vivía mejor que cualquier campesino de la época antigua. En cambio, a los tercios se entraba voluntario y se salía de la misma forma. Nadie obligaba a luchar en una sociedad militarizada a causa de la Reconquista. Y dadas las penurias económicas de los Habsburgo, los soldados pasaron más miserias y calamidades que alegrías. La camaradería con los compañeros de armas y el honor personal fueron las razones que mantuvieron en armas a aquellos soldados temibles. Eso y que no sabían hacer otra cosa en la vida. Para ellos el ejército no era una forma más de ganarse la vida, sino que era la única forma que conocían. No obstante, en el siglo XVII, dada la crisis reinante en España, veremos que muchos voluntarios se alistarán para conseguir algo que comer, serán los llamados “sopistas”.

El sistema de ascensos, basado en el mérito de las armas, hacía posible que un simple soldado bisoño pasara, a lo largo de los años, de soldado a sargento, alférez y capitán. Llegando en algunos casos hasta maestre de campo. Gracias a este tipo de oficialidad curtida en mil batallas eran impensables derrotas como las que, de vez en cuando, acontecieron a ciertas legiones dada la inexperiencia de sus mandos (Legiones perdidas de Varo, derrotas ante Aníbal o Espartaco…).

Y, por último, tenemos el tema de los motines. Aunque en las legiones romanas hubo casos puntuales de motines, esta fue una realidad mucho más evidente entre los tercios, dadas las penurias económicas que tuvieron que sufrir.

2.     La denominación tercio proviene de su número: 3.000 hombres

Muchas personas piensan que la denominación tercio fue otorgada porque estos ejércitos se componían de 3.000 soldados. Pero la realidad nos dice que en muchas ocasiones la cifra de efectivos reales era muy interior a los planeados teóricamente.

También se ha supuesto que la palabra proviene de la separación en tres grupos (coseletes, arcabuceros y picas secas) o en la inicial división de las fuerzas desplegadas en Italia (Milán, Nápoles y Sicilia). Pero ninguna de las explicaciones tiene la unanimidad de los investigadores. Por ejemplo, cuando Carlos V dividió las fuerzas en Italia creó, poco después de su primera ordenanza, el tercio de Cerdeña, lo que invalida la última hipótesis. Algunos historiadores dan crédito a la hipótesis según la cual su procedencia estaría relacionada con la división del ejército de la guerra del Rosellón en piqueros, escudados y ballesteros.

Pero lo cierto es que, a día de hoy, desconocemos de donde proviene tal denominación para la infantería española más legendaria.

3.     Los tercios surgieron en la Edad Moderna

Es cierto que la primera vez que aparece la palabra tercio para designar a las tropas de infantería del ejército español es en el año 1536. Se trata de la famosa Ordenanza de Génova, puesta en marcha por Carlos V.

Pero tales unidades no aparecieron de repente, por generación espontánea. Se habían ido gestando desde algún tiempo atrás. En concreto, en la frontera entre la Edad Media y la Edad Moderna. Por tanto, podemos decir que los tercios, aunque pertenecientes a la modernidad, fueron diseñados y estructurados en el final del Medievo.

En concreto, la expedición del Gran Capitán a Nápoles en 1504 ya tenía una serie de características que pervivirían en los futuros tercios: se trató de un contingente permanente, estatal, profesional, con administración propia y en donde el valor en el frente valía más que cualquier título nobiliario.

Además de lo anterior, en aquél ejército ya se hicieron uso de las primeras armas de fuego, algo que caracterizará a los tercios españoles. Al igual que su maestría para enfrentarse con garantías de victoria a la caballería pesada enemiga, la arma de guerra más desarrollada y letal del Medievo.

Por tanto, si Fernando el católico no hubiera tenido la inteligencia militar de modernizar su ejército “a la manera suiza”, creando una infantería letal, la consecuencia hubiera sido que su nieto Carlos V no hubiera podido crear y mantener su imperio. Y ello lo sabemos con certeza porque eso mismo le pasó a Francia, cuya poderosa nobleza “a caballo” impidió a la monarquía modernizarse a tiempo.

4.     Los nobles hispanos sirvieron en los tercios mayoritariamente

Solemos pensar que la nobleza española, dada su tradición guerrera en el Medievo, constituyó el grueso de las tropas de los tercios. Pero lo cierto es que ocurrió lo contrario.

Aunque inicialmente los nobles siguieron ejerciendo la carrera de armas inicialmente, la nueva manera de luchar (más profesional y menos individual)  y los escasos incentivos (los cargos importantes se ganaban por meritocracia) les alejaron poco a poco del frente.

Aunque de los textos contemporáneos deducimos que la simbiosis milicia y nobleza seguían íntimamente relacionadas, tal como en el Medievo, lo cierto es que ello resulta una imagen falsa. Una manera de mantener un orden social irremediablemente roto. Según las estadísticas, en 1587 el porcentaje de nobles enrolados era inferior al 5%.

Sólo cuando los monarcas, necesitados de hombres, volvieron a recompensar generosamente a los que colocaran hombres en el campo de batalla, los nobles recuperaron su teórica función social.

5.     Los tercios estaban formados, exclusivamente, por españoles

Muchas personas piensan que los españoles eran los únicos admitidos en los tercios. Pero esta característica tan particular sólo se mantuvo hasta el año 1584, momento en el cual fueron encuadrados los primeros italianos. En 1598 fueron aceptados los borgoñones y a comienzos del siglo XVII valones, irlandeses e ingleses (que también los hubo católicos).

6.     La fuerza de los tercios residía en sus piqueros

El principal poderío de la nueva infantería moderna lo constituían las picas, las cuales sirvieron a los suizos para derrotar a la letal caballería pesada de Carlos el Temerario, duque de Borgoña. Desde entonces esta arma era nombrada como la “reina de las armas”, pues un frente bien firme de estas largas picas podía hacer frente a cualquier caballería.

Los tercios adoptaron el sistema de los piqueros suizos, pero le incorporaron un elemento que cambiaría la guerra para siempre: las armas de fuego. Y aunque muchos piensan que fueron las picas el verdadero poder de los tercios, en realidad, la verdadera fortaleza y razón de su éxito fueron las armas de fuego.

Tercios españoles en pleno combate


Baste como simple ejemplo de su fundamental importancia el siguiente dato. En 1560, el tercio de Milán estaba compuesto por 10 compañías, de las cuales sólo 2 eran de arcabuceros (300), mientras que las restantes 8 eran de piqueros (150 coseletes, 50 arcabuceros y 100 picas secas). Pero en menos de 40 años, para el 1598, la ratio entre armas blancas y de fuego era de 1:1.

Pavía (1525), Mühlberg (1547), Jemmingen (1568) fueron algunos ejemplos de batallas victoriosas de los tercios en las que las armas de fuego resultaron ser determinantes.

7.     Los tercios siempre combatían igual

Ya hemos indicado arriba algunas diferencias entre los tercios y las legiones romanas. Tal vez nos faltara nombrar la más importante: el tercio no fue una unidad de combate, sino logística. Y esto significaba que las tropas de los Habsburgo tenían infinidad de posibilidades a la hora de atacar al enemigo.

Solemos imaginarnos a los tercios en formación cerrada, conformando una gran masa de piqueros, y avanzando sin miedo hacia el enemigo. Pero, en realidad, la batalla campal era mucho más mortífera para los enemigos de los tercios.

Según nos contó Bernardino de Mendoza, la táctica habitual de los tercios era desplegar, de forma sucesiva, escuadrones de arcabuceros y mosqueteros delante del enemigo, los cuales mantenían una cadencia de tiro constante. El desgaste que causaban al enemigo era de tal cuantía que le obligaba a huir o atacar. En caso de verse atacados, estos escuadrones se retiraban a la retaguardia, dejando el combate al contingente formado por arcabuceros (que añadían más plomo al enemigo) y piqueros (que protegían las armas de fuego). En definitiva, los tercios dominaban los tiempos del combate. Con su ataque escalonado disminuían el número de bajas y obligaban al rival a enfrentarse a ellos donde querían.

Pero las habilidades de los tercios no se limitaban a la batalla campal. Su verdadero potencial se exhibía en la gran versatilidad que poseían. Lo mismo luchaban de manera sobresaliente en batalla campal, que asediaban una ciudad, realizaban operaciones anfibias o que efectuaban una “encamisada” en campamento enemigo.   

Las encamisadas eran acciones muy temidas por el enemigo y frecuentemente realizadas en Flandes. Se trataba de ataques nocturnos por sorpresa, donde el objetivo era degollar al mayor número de enemigos dormidos, inutilizar sus armas y, al huir, incendiar tiendas y todo lo que encontraran en el camino. Su nombre deriva de la camisa blanca que se ponían los soldados para identificarse en la noche.

8.     Los tercios fueron el ejército de los Habsburgo

La mentira que da título al artículo suele ser uno de los errores más comunes que se suelen cometer al hablar de los tercios. Éstos no fueron el ejército de los Habsburgo ni mucho menos. Aunque, eso sí, fueron su auténtica columna vertebral.

Desde el inicio de la modernidad, colocando su inicio en las campañas italianas del Gran Capitán, los ejércitos reales se reforzaron con mercenarios o soldados de estados vasallos. De hecho, los tercios, con ser los soldados más temibles, eran una parte muy pequeña del ejército de campaña. Por ejemplo, en 1557, las tropas de Felipe II que atacaron Francia estaban formadas por unos 38.000 infantes, de los cuales únicamente unos 8.000 eran tercios. Eso sí, ellos eran los primeros en atacar, pues eran los más preparados para ellos.

Las razones de su éxito se pueden resumir en profesionalidad (tanto de soldados como de mandos intermedios y superiores), gran capacidad organizativa y logística (hoy día aún no me explico cómo pudieron mantener un ejército tan enorme en pie con las penosas comunicaciones de la época) y un espíritu combativo fuera de lo habitual (forjado durante siglos de Reconquista).

9.     Los tercios eran escasamente religiosos

De los tercios se puede escuchar de todo. Desde que se alistaban por el honor de defender a España como por ganar un trozo de pan. Desde que eran grandes religiosos como que eran unos ateos redomados. La leyenda rosa y la leyenda negra nos han intentado desvirtuar la imagen del soldado español, según sus intereses particulares. Y, lo cierto, es que existieron multitud de variables, unas más dignas que otras.

Respecto a las causas de alistamiento, las razones fueron múltiples. Seguramente, la mayoría, se alistaron por motivos económicos, ya fuera por salir de la pobreza o por medrar con las oportunidades que la guerra otorgaba (en forma de saqueos principalmente). Otros se alistaron por escapar de una situación familiar insoportable, ya fuese un infeliz matrimonio, un trabajo heredado o un padre maltratador. En ocasiones hubo alistamientos que ocultaban a criminales buscados por la justicia (los cuales cambiaban de nombre al enrolarse), y, en otras, muchachos deseosos de ver mundo y correr aventuras. Los que se alistaban con el objetivo de medrar socialmente y adquirir “honra” por las armas debieron ser más bien escasos. Y muchos más debieron enrolarse siguiendo a su patrón (aún la clientela era importante en la época).

Respecto a la religión de los tercios también tenemos una doble imagen, dos caras contrapuestas de la misma moneda. A muchas personas les pueden sorprender las palabras de un conocido clérigo reformador de la época (Crespo), quién nos dejó la imagen de unos soldados blasfemos, jugadores empedernidos, que no tenían dificultades en saquear iglesias impunemente, burlarse de los sacerdotes y obviar la más mínima observancia.

En general, la imagen tradicional asociada al tercio es la de un soldado profundamente religioso, cuyas ideas vitales supo resumir perfectamente uno de ellos, don Diego de Villalobos y Benavides: “… enderecemos nuestras acciones a hacer esto en defensa de la Fe de nuestro Señor Jesucristo, para que con su favor y en su servicio a lanzadas y cuchilladas ganemos el cielo”.

Si queremos ser objetivos en este tema debemos desviarnos de opiniones interesadas y generalidades banales. La religión, además de tener un componente social (muy importante en la época), tiene un componente interno importante. Y ello hace que cada cual afronte las miserias de la guerra de manera diferente. Unos reforzarían su fe, mientras que otros terminarían alejándose de ella. Ambas situaciones fueron muy frecuentes, sin que por ello podamos generalizar un sentimiento común.

De lo que no tenemos duda, dados los testimonios de los propios protagonistas, es que los tercios que luchaban en Flandes estaban imbuidos por una fuerte religiosidad. Verdaderamente creían que su lucha contra los protestantes era justa y necesaria. Y, seguramente, esta justificación moral del combate fue impulsada y potenciada desde los altos mandos. Sin temor a equivocarme puedo decir que muchos de aquellos soldados tenían más razones religiosas para seguir la lucha que el propio Felipe II, para quien tla motivo no era, ni de lejos, el más importante para seguir manteniendo firmemente la guerra en Flandes.

Por tanto, el odio hacia los desmanes de los herejes contra los católicos, la presencia de la Virgen en los estandartes de las tropas, la idea de salvación defendiendo una causa “justa”, la creación por los soldados de cofradías religiosas, las oraciones antes de entrar en batalla, la vocación religiosa de muchos soldados (Cristóbal Lechuga, Bernardino de Mendoza…). Todas son muestras de la profunda religiosidad de las tropas españolas.

¿Por qué entonces se saqueaban los templos? Una de las explicaciones más plausibles es por el sentimiento de superioridad religiosa que mantenían los soldados respecto a una población local cuya religiosidad estaba aún alejada de los preceptos decretados por la contrarreforma. Si a ello sumamos la presencia de clérigos escasamente íntegros entre las tropas, los cuales no desaprovechaban la ocasión para beneficiarse de los bienes de los soldados muertos, podemos hacernos una idea del descontento de las tropas.

10.                        Los tercios fueron un ejército de ocupación brutal en Flandes

Sobre los tercios en Flandes se ha creado una leyenda negra, de tal magnitud, que hoy día es imposible borrarla de la mente del público general. Una obra paradigmática de ello es Spiegel der jeught (Espejo de la juventud), en donde podemos ver las múltiples crueldades que los españoles cometieron en la guerra de Flandes: violaciones, asesinatos indiscriminados, despellejamientos, quema en hogueras, desenterramiento de cadáveres para quemarlos por herejes, asesinatos de embarazadas sacándoles los bebés de la tripa para luego asesinarlos…

Si os soy sincero, esas imágenes me recuerdan mucho a los cuadros de Goya sobre las atrocidades cometidas por los franceses durante la guerra de Independencia de 1808. Es más, las descripciones de violencias gratuitas por parte de las víctimas de invasiones aparecen en todas las épocas históricas. En muchos casos no dejan de ser un cliché literario, una excusa necesaria para reafirmar la unión del pueblo/nación contra el invasor.

Sin negar totalmente las atrocidades cometidas (en todas las guerras se cometen), éstas son exageradas en múltiples ocasiones. Si un saqueo es realmente brutal se tiende a generalizar tal acción al resto de situaciones, haciendo como norma una excepción.

Y en muchas ocasiones, tanto en Flandes como en España (por poner los dos ejemplos citados), el odio hacia el invasor oculta una realidad muy incómoda: una guerra civil que enfrentó a personas pertenecientes a la misma nación. Si en Flandes el odio hacia lo español se utilizó para ocultar la disputa entre holandeses católicos y protestantes, aquí utilizamos la demonización del francés para obviar la gran presencia de españoles afrancesados.

La falsa imagen sobre los tercios me sirve de pie para terminar este artículo citando cuatro frases, de uso habitual aún en nuestro lenguaje, que provienen de aquella época:

¡Que viene el duque de Alba!: Se refiere al gobierno tiránico que ejerció el tercer duque de Alba en Flandes. Su mano de hierro, en vez de apagar la rebelión la aumentó considerablemente. Pero que no os engañen diciendo que aún los holandeses asustan a sus hijos con esta frase, como símil al hombre del saco. Pocos niños holandeses conocen a tal personaje hoy día.

La furia española: Se refiere al saqueo de Amberes entre los días 4 y 7 de noviembre de 1576. Las tropas rebeldes flamencas, aprovechando el motín de las tropas españolas en Aalst (por no recibir su pago desde hacía más de dos años), decidieron tomar la ciudad de Amberes (20.000 hombres). Sus habitantes, cansados de los españoles, les abrieron las puertas y les facilitaron el ataque al castillo. Con lo que no contaban era que los amotinados en Aalst (1600 soldados) socorrerían a la guarnición del castillo y expulsarían de la ciudad a los holandeses. La furia española se refiere al incendio de la ciudad y posterior saqueo vengativo que tuvieron las tropas con la población local. Esta acción tan reprobable le costó a la corona española el fruto logrado durante 10 años en Flandes y sirvió para alimentar, más aún, su leyenda negra.
Hoy día la expresión ha perdido su connotación negativa y se utiliza de forma admirativa, para alabar el coraje mostrado por los jugadores de la selección española de futbol. Comenzó a utilizarse en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920.

A enemigo que huye puente de plata: este refrán se atribuye a El Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), como máxima militar. Cuantos menos enemigos se tiene enfrente mayores son las posibilidades de éxito. Por ello, es recomendable facilitar en todo lo posible si alguno desea marcharse. Hoy día se sigue utilizando cambiando el término enemigo por el de competidor.

Poner una pica en Flandes: Actualmente se utiliza con el significado de Ser mucha la dificultad para conseguir algo.  Se refiere a la dificultad que existía, desde tiempos de Felipe IV, para encontrar reclutas españoles que quisieran alistarse y tomar la pica para pasar a servir en los Tercios de Flandes. También se utiliza para indicar que se ha realizado algo muy costoso, un auténtico hito. Algo que logró hacer durante años la corona española desde los tiempos de Carlos V.

¿Conocéis vosotros alguna otra?

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