Pocas veces hablo de Madrid, mi ciudad, en
el apartado sobre viajes. Resulta que suelo informarme de todo lo que hay que
ver en los sitios que visito de vacaciones y, en cambio, sobre mi ciudad poco
menos que apenas conozco los lugares típicos.
Por ello voy a realizar algunas entradas
sobre lugares que puede ser no atraigan tanto a los turistas, pero que bien
merecen una visita si tenemos ocasión y fortuna de poder acceder. Y este lugar
es uno de ellos, pues no suele estar abierto al público general la mayor parte
del año. Yo aproveché el último evento organizado por Open House Madrid, un festival
internacional de arquitectura donde visitar edificios que no suelen estar
abiertos y realizar rutas arquitectónicas por la ciudad.
¿Os apetece descubrir que me encontré en
el interior de la Casa de la Villa?
Comencemos nuestra visita en el exterior
del edificio. En su fachada principal, la cual da a la Plaza de la Villa.
Se trata de un lugar histórico, donde se reunían los antiguos habitantes medievales
de Madrid para celebrar sus reuniones y decidir asuntos importantes relativos a
su villa. Sin duda, su ubicación no puede ser más acertada con la historia.
Casa de la Villa. Madrid. 2023.
La Casa de la Villa se levanta sobre el
solar del antiguo palacio de Juan de Acuña que fue adquirido por el Concejo
madrileño a su fallecimiento y derribado, junto a otras casas, en el año 1620. En
1629, Felipe IV otorgó una licencia al Concejo de Madrid para que pudieran
construir allí la que sería su sede, solucionando el problema de tener que estar
alquilando palacios de nobles para realizar las reuniones periódicas.
La construcción no fue rápida. No
comenzaría hasta 1644 y las obras se fueron dilatando en el tiempo, no siendo
el palacio inaugurado hasta 1692, ¡casi cincuenta años después!
Para aquel entonces el arquitecto que
había ideado el proyecto, Juan Gómez de Mora, ya había fallecido. Fueron varios
los que participaron en la construcción, siendo el más destacado José de
Villarreal, quién añadió la decoración escultórica, a base de escudos, sobre
las dos puertas y en las torres. Más adelante, el arquitecto municipal Juan de
Villanueva añadió la galería de columnas toscanas que da a la calle Mayor (1789),
cuyo objetivo perseguía permitir a los reyes ver la procesión de Corpus
Christi. Y, por último, Luis Bellido restauró el edificio en 1915, construyendo
un pasadizo elevado, al estilo veneciano, que lo une con la Casa de Cisneros y
permitía el trasiego de los funcionarios entre ambos lugares.
No obstante, las trazas originales de
Gómez de Mora se respetaron en lo básico: edificación sobria, con un gran
zócalo de granito en la base y muros de ladrillo que se rematan en torres con
chapiteles de pizarra en las esquinas. Un estilo barroco herreriano que apreciamos
en otros edificios de los Austrias, como El Escorial.
Como curiosidad indicar que la existencia
de dos puertas se debía a que, en el proyecto inicial, se contemplaba la
construcción de una cárcel en el edificio que, luego, no se llevó a cabo por
levantarse en otro lugar.
Pasemos ahora al interior. Tras pasar el
arco de seguridad y girar a nuestra izquierda llegaremos a la base de una
espectacular escalera. Aquí quiero detenerme en la escultura que se muestra en
la hornacina. Se trata de una Venus del siglo XVI a la que los madrileños la
apodaron la Mariblanca, por su color blanco. Construida en piedra
caliza, mide 1,70 cm y aparece acompañada por dos delfines, símbolos del mar
donde nació, y por su hijo Cupido, el de las flechas. Una copia suya se
encuentra en la Puerta del Sol y, antaño, en vez de estar sobre una columna, se
elevaba sobre una fuente. Hasta una canción tenía la escultura: “En Madrid
hubo una fuente llamada la Mariblanca, fuente más bonita que ella nunca la tuvo
una plaza”.
La escalera de honor del palacio es
similar a la que podemos encontrar en otros palacios de la época. Lo más
destacado aquí son los tapices que decoran sus paredes: los dos laterales
muestran escenas de equitación, mientras que el mayor, situado en la parte más
ancha, muestra una escena relativa a la Guerra de Troya. Este último fue realizado
por Van der Bogat, según cartón de Rubens, en el siglo XVII.
Cuando subamos las escaleras merece la
pena detenerse en una singular escultura modernista de finales del siglo XIX
llamada Náyade. Realizada por el gran Miguel Blay, muestra un desnudo femenino
que interactúa con un pájaro en una escena muy tierna.
El edificio se articula en torno a un
patio central en su interior, el cual dejaremos para la parte final del
recorrido. Los guías nos dirigirán hacia el Salón de Goya, atravesando
primero la llamada antesala real, donde se exponen retratos de los monarcas Alfonso
XIII e Isabel II.
Salón de Goya. Casa de la Villa de Madrid.
El salón lleva el nombre del pintor de Fuendetodos
debido a la existencia, presidiendo la sala, de una réplica del famoso cuadro conocido
como Alegoría de la Villa de Madrid. Esta obra fue encargada por
el Ayuntamiento como retrato de José I Bonaparte. La matrona que ocupa el lugar
principal, apoyada sobre el escudo, representa la Villa de Madrid, mientras que
la cabeza del monarca se situaba en el medallón. No busquéis tal retrato, pues
ahora mismo no existe. Y la razón la encontramos en las vicisitudes políticas
tan complejas del siglo XIX español.
Cuando se marchó José Bonaparte, en Mayo
de 1812, el Ayuntamiento envió el cuadro al taller del artista para que se
cambiara el retrato del monarca por la palabra Constitución, en alusión a la
recientemente proclamada en Cádiz. Al volver el rey intruso a Madrid, el
Ayuntamiento envió de nuevo el lienzo al taller del pintor para que José I
fuese reinstalado en el medallón. Tras la expulsión de los franceses en 1813, se
mandó al taller para que apareciera otra vez la palabra «Constitución». No
terminó aquí el «pinta» y «borra». A la llegada a España de Fernando VII se
determina que sea la efigie del rey absolutista quien figure en el lienzo. Durante
el trienio liberal un miliciano nacional rasgó con su bayoneta el retrato y el
pintor Vicente López (1826) lo restaura. En 1843 época de fervor liberal pareció
aconsejable colocar en lugar del retrato Libro de la Constitución y así se
hizo. Pero no terminaron aquí las sustituciones, porque, finalmente, el Marqués
de Sardoal, alcalde de Madrid, ordenó, en 1872, al pintor Palmaroli la búsqueda
del primitivo retrato de José I, original de Goya, pero al levantar las
sucesivas capas se pudo apreciar que estaba raspado y se decidió entonces sustituirlo
por la inscripción Dos de Mayo como una solución neutral y en recuerdo de la
heroica jornada con la que hoy aparece.
Otros dos importantes cuadros decoran las
paredes de esta sala: La Crucifixión de Francisco Ricci (1662), y el
lienzo Los enterramientos del 3 de mayo de 1808 de Vicente Palmaroli,
que pasa por ser una de sus mejores obras. Otros objetos destacables son las
mesas y los jarrones (un tibor de porcelana de Sèvres, regalado al municipio
por el presidente de la República francesa en 1905), aunque a mí me gustó
especialmente la maravillosa lámpara con decoración en cristal tallado
proveniente de LA Granja de San Ildefonso.
La siguiente estancia que veremos se
denomina la Sala de la Custodia debido a la custodia que se encuentra aquí
descansando. Se trata de una pieza excepcional de arte sacro realizada por Francisco
Álvarez con el dinero recaudado de los madrileños. El Ayuntamiento la mandó
construir porque, al no ser Madrid entonces sede episcopal y carecer por lo
mismo de catedral, no existía una custodia importante para una procesión que
presidía el rey en persona y a la que asistían las primeras autoridades del
país y de la ciudad. No escatimaron: son casi 49 kilos de plata y se estrenó en
la procesión del Corpus de 1574.
Sala de la Custodia en la Casa de la Villa de Madrid
Otras piezas importantes de esta sala son un
crucificado de marfil de estilo barroco, atribuido al italiano Alejandro
Algardi, en el que destacan minúsculos detalles, como la perfección de los
dientes dentro de la boca, o los documentos donde Alfonso X o Juan II otorgaban
derechos a la Villa de Madrid.
Pasamos ahora al Patio de cristales,
llamado así por la espectacular bóveda de vidriera que lo cubre. Este era el
antiguo patio de luces. Lo que ahora son puertas, antes eran ventanas, y sobre
ellas se encuentran las esculturas de diversos madrileños ilustres, como
Quevedo, Lope de Vega, Tirso de Molina… Lo mejor, la laboriosa bóveda de
cristal que cubre el lugar. Realizada en los años 40 del siglo pasado, muestra
el escudo de la ciudad, así como lugares tan emblemáticos como la Puerta de
Alcalá. Sin duda, una de las principales excusas para visitar el lugar.
Patio de cristales en la Casa de la Villa de Madrid. 2023
La última gran sala que veremos es el Salón
de Plenos. Al contrario de lo que suele ser en la actualidad, aquí los
concejales se situaban enfrentados unos a otros, como en el Parlamento
británico, tal como apreciamos por la disposición de los sillones.
Su riqueza ornamental es espectacular. Un
dintel sostenido por dos atlantes separa a los concejales de la Tribuna
Pública, donde os sentaréis para recibir las explicaciones de los guías. El
techo fue pintado al temple por Antonio Acisclo Palomino en 1692 con el tema
«Apología de Carlos II», monarca entonces reinante y cuyo retrato puede verse
en un medallón sostenido por un águila, dentro de la recargada decoración
arquitectónica del salón. La pintura sigue el estilo italiano imperante
entonces de pintar estructuras arquitectónicas que intentan engañar a la vista.
Las paredes están forradas en parte con telas de seda, y el retrato del monarca
actual preside la sala.
Salón de Plenos de la Casa de la Villa de Madrid. 2023
Hoy en día este lugar solo se utiliza para
eventos y celebraciones, pues el Ayuntamiento fue trasladado en el año 2008 al
antiguo Palacio de Comunicaciones, en Cibeles.
Terminaremos la visita con una sala donde
se exponen los retratos de algunos alcaldes de Madrid anteriores a 1922. Los
posteriores se encuentran en la cercana Casa de Cisneros, que dejaremos para
otro momento.
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