Seguro que muchos de vosotros conocéis la
preciosa localidad de Sigüenza. Además de poseer un precioso casco histórico
medieval y un castillo, coronando lo alto de la colina donde se extendía su
inicial poblamiento, el mayor atractivo de esta ciudad de la provincia de
Guadalajara es poder visitar su espléndida Catedral.
Dentro de la Catedral existe una capilla
de especial interés, conocida por poseer uno de los enterramientos más
principales del arte gótico español. En efecto, me refiero al llamado Doncel de
Sigüenza.
Pero que os parecería si os dijera que la
persona allí enterrada no era un doncel ni nació en Sigüenza. ¿Os interesa
conocer un poco más de este personaje?
Lo primero de todo es presentaros el sepulcro del Doncel de Sigüenza. Y lo voy a hacer
reproduciendo las palabras de Ana Vatierra, profesora y doctora de la Facultad
de CCSS y Educación1:
“La
tumba donde está enterrado el Doncel es un arcosolio adosado al muro. El
arcosolio es un hueco en forma de arco
que se usa como enterramiento desde tiempos de los primeros cristianos […].
En el fondo del nicho están pintadas
escenas relacionadas con la Pasión de Cristo. Esta estructura cobija la urna,
que descansa sobre tres leones. Está decorada al frente con dos pajes que
sostienen el escudo y motivos vegetales. Sobre esta peana está la escultura del
Doncel.
Es
un joven con el pelo largo y flequillo, según la moda del momento. Asoma bajo el
casquete de cuero que le cubre la cabeza. Está semi-recostado de perfil y con
las piernas cruzadas. Tiene el codo derecho apoyado, lo que hace que la mitad
superior de su cuerpo aparezca incorporada. Está sobre un haz de laureles,
símbolo unido a los triunfos heroicos. Lleva toda la armadura. Podemos
distinguir la capa castrense, la cota de malla y las piezas rígidas de brazos y
piernas. Sobre el pecho y en rojo fuego, contrastando con el blanco de la
piedra de alabastro sobre la que está esculpido, la cruz de Santiago. Es la
seña distintiva de la orden homónima, con carácter tanto religioso como
militar. Sus manos sostienen un libro abierto, sobre el que inclina la cabeza
en una imagen que inspira mucha paz. A sus pies hay un pajecillo triste por la
pérdida, apoyado en el casco de guerra”.
El Doncel de Sigüenza |
Tal como indica la profesora Valtierra, lo
que más ha llamado la atención de esta escultura del gótico final es su postura, mostrando al muchacho tumbado y leyendo un libro. Aunque
puede parecer una pose totalmente original para los ojos de un profano en el
arte escultórico funerario, lo cierto es que existían ejemplos donde basarse: la tumba del primer conde de
Tendilla (hoy muy deteriorada y expuesta en la Iglesia de San Ginés,
Guadalajara) o la tumba de Leonor de Aquitania en la Abadía de Fontevrault
(Anjou, Francia).
Y si nos vamos más atrás en el tiempo no
deja de ser una actualización de la
iconografía etrusca del banquete funerario. La representación del difunto
recostado y disfrutando de un placer eterno. Si en el caso de los etruscos
vemos copas y manjares, aquí nuestro protagonista aparece leyendo, seguramente
un libro de Horas. Esta actitud muestra el tópico humanista sobre la necesidad
del héroe de aunar cultura y espada por igual.
Pero las similitudes con la escultura
funeraria etrusca no terminan en la postura. La sonrisa también conecta con aquellos a través de los siglos. Y
para los que se acercan a admirar al Doncel resulta intrigante esa media
sonrisa, algo melancólica, que se adivina en su delicado rostro.
Ortega
y Gasset la definió como volátil y dialéctica.
He aquí sus palabras, recogidas en su obra El
espectador (1916)2:
“Recuerdo
que dentro de la iglesia, en un rincón de la nave occidental, hay una capilla y
en ella una estatua de las más bellas de España. Me refiero al enterramiento de
don Martín Vázquez de Arce. Es un guerrero joven, lampiño, tendido a la larga
sobre uno de sus costados. El busto se incorpora un poco apoyando un codo en un
haz de leña; en las manos tiene un libro abierto; a los pies un can y un paje;
en los labios una sonrisa volátil […] Este
mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su
pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil,
nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas
declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de
espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La
historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa
dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la
dialéctica?”.
Se equivocó el filósofo español en
denominar can a lo que en verdad es un león, símbolo de la Resurrección3.
Aunque debemos aplaudir y convenir con él que estamos ante “una estatua de las más bellas de España”.
Fue esta
descripción de Ortega y Gasset lo que llevó
a varios intelectuales a Sigüenza, con el objetivo de poder admirar tan
excelente escultura. Uno de los más prestigiosos fue D. Miguel de Unamuno, el cual realizó
un artículo (hoy en día rescatado del olvido y recogido en el libro Viajeros ilustres en Sigüenza), en el
cual realiza la siguiente descripción del sepulcro en su visita a la Catedral:
“Y
me llevó a la capilla de Santa Catalina donde duerme para siempre el doncel del libro de quien nos ha
hablado hace poco José Ortega y Gasset (véase El Espectador). Recostado sobre
su tumba lee un libro que sostiene con ambas manos y se sonríe. ¿Qué libro es?
¿Lee de veras o más bien no sueña mirando al libro, pero sin ver nada en él?”
(El Imparcial, 16- septiembre-1916)4.
Y fue
este artículo el que difundiría la equivocada
denominación de doncel para referirnos a esta estatua. Y es equivocada
porque, doncel, en el siglo XV, “definía
a los jóvenes de entre 12 y 16 años cuyas familias estaban compuestas por
hidalgos o caballeros cercanos a la nobleza”, tal como indica el guía de la
Catedral de Sigüenza a todos los visitantes. Vamos, que no habían conocido
mujer. Y resulta que nuestro protagonista era un poco más talludito cuando
murió y ya era padre de una criatura.
Sobre la pared posterior de la lápida podemos leer la breve reseña que hicieron
de su vida y la fecha de su muerte: “Aquí
yace Martín Vasques de Arze Cauallero de la Orden de Santiago que mataron los
moros socorriendo el muy ilustre señor Duque del Infantado su señor a cierta
gente de Jahén a la Acequia Gorda en la vega de Granada cobró en la hora su
cuerpo Fernando de Arze su padre y sepultólo en esta su capilla año MCCCCLXXXVI. Este año se tomaron la
ciudad de Lora, las villas de Illora, Moclín y Montefrío por cercos en que
padre e hijo se hallaron”.
Mientras que en la nacela (la moldura que,
en este caso, sirve de base a la estatua del sepulcro) se lee la edad en la que
murió:
“De
Martin Vasq(ue)s de Arse, comendador de Santiago, el qual fue muerto por los
moros enemygos de
nuestra santa fe
catolica peleando con / ellos
en la Vega
de Granada miercoles
[21 dias del
mes de iunio]
anio del nacimiento
de nuestro salvador
Ih(e)su Chr(ist)o de
mill e CCCC
e LXXXVI anos. Fue
muerto en edat
XXV”.
Además de la lápida, sabemos que Martín Vázquez
de Arce no era un doncel por un documento en el que se indica que tenía una hija. En efecto, en el legajo
209 de la Colección Diplomática citada por el obispo e historiador Minguella,
en 191, podemos leer: “…tenga cargo de
nuestra nieta doña Ana Vázquez de Arce
fija legítima del dicho Martín Vázquez nuestro hijo para casar honradamente
como a ella pertenece cuando en buena hora sea de edad…”. Puesto que no
sabemos el nombre de la madre, algunos expertos opinan que pudiera ser una hija
ilegítima.
En efecto, estamos ante un personaje que aparece en diversos
documentos históricos, como en la obra del cronista Hernando del Pulgar,
coetáneo de nuestro protagonista, donde podemos leer lo siguiente:
“Murieron
en aquella pelea dos caballeros principales; el uno se llamaba el Comendador
Martín Vázquez de Arce, y el otro Juan de Bustamante, e algunos de los
christianos”.
Describe Hernando del Pulgar el lugar
donde murió el doncel, en la acción militar de la Acequia Gorda de la vega de
Granada, en el contexto de las primeras campañas de los Reyes Católicos para
recuperar el musulmán reino de Granada.
De su corta vida es más bien poco lo que podemos
contar, aunque sabemos por el cronista Layna Serrano que desde los dieciocho
años (tal vez fuera antes) estuvo en el Palacio ducal del infantado de
Guadalajara, al servicio del duque de Mendoza.
Su padre, Fernando de Arce, como
secretario de la familia Mendoza, tuvo facilidad para introducir a su hijo en
esta pequeña corte donde se crio el doncel y llegó a ser paje de Diego Hurtado
de Mendoza, primer Duque del Infantado.
Por tanto, nada sabemos sobre su
nacimiento y más tierna infancia. Nada nos hace poder concretar que era natural
de Sigüenza, y los expertos sólo se atreven a indicar que nació en el año 1461, en algún lugar desconocido de Castilla. Bien
pudiera ser en Guadalajara, donde su padre tenía casa propia al trabajar como
secretario del duque del Infantado.
Volviendo al tema del doncel, no debemos
echar toda la culpa sobre los hombros de Unamuno a la hora de colocar este
adjetivo al difunto. El primero que le
definió como Doncel fue D. Mario Lasala, arqueólogo que escribió lo
siguiente al describir la tumba en 1889:
“¡Qué
sentimiento religioso y cuánta realidad de la situación se observa en la
estatua del moribundo guerrero, todavía orante, ya casi yacente; pero original
y acaso exclusiva, pues no he visto a ninguna que se le parezca! El hermoso
doncel (porque la efigie tiene todos los caracteres de verdadero retrato, y
debió ser bello de rostro y apuesto cuerpo), armado de punta en blanco, cae
sobre tierra derribado de mortal herida”5.
Posteriormente, sería Ricardo Orueta,
quien aceptó esta denominación, ya en pluma de literatos, y la consagró por el
resto de los tiempos en su obra La
escultura funeraria en España. Madrid, 1919.
Indica Sara Navas en un artículo
publicado en El País sobre este sepulcro, impreso en mayo de 2018, que la
denominación de doncel empleada por Lasala era el trasunto masculino de
doncella, pues en verdad le parecía estar viendo una bella mujer. Mientras
Unamuno, utilizó el término doncel como una forma romántica de resaltar la
belleza de la figura.
Pero, fuera la que fuese la razón, lo
cierto es que el epíteto poético causó
un éxito tan fulgurante que se ha consolidado hasta la actualidad, aunque
no tenga razón de ser emplearlo en el significado estricto de la palabra.
Queda otro misterio aún por resolver. Tal
como indicaba Ortega y Gasset: “Nadie
sabe quién es el autor de la escultura. Por un destino muy significativo, casi
todo lo grande es anónimo”.
En efecto, aún hoy en día ignoramos al
autor de tamaña y preciosa composición. Sabemos que el sepulcro fue labrado a
finales del siglo XV (en 1491 se recuperó el cuerpo de Martín Vázquez) y los
expertos señalan, como probable autor,
al escultor toledano Sebastián de
Almonacid, que tenía un taller en Guadalajara en la época y que, además, tiene en la catedral seguntina
una obra muy interesante, La Piedad, un altorrelieve situado en el tercer
cuerpo del mausoleo de don Fadrique de Portugal.
Lo
que nunca descubriremos es la lectura que tan absorto tiene a nuestro caballero.
Ello me recuerda unos versos que le dedicó al respecto el poeta Francisco
Vaquerizo (Canto al Doncel), que
reproduzco para despedirme:
“… los versos de todos los poetas
Y los dejo encendidos sobre tu libro mágico
Para que se haga música tu silencio de piedra”.
Espero que os gustara este homenaje al
Doncel de Sigüenza y que, con la excusa de admirarlo, os acerquéis a esta bella
localidad de Guadalajara.
Bibliografía:
1. Valtierra,
A. El sepulcro del DONCEL DE SIGÜENZA: la inmortalidad a través del arte.
número 124. www.revistaadios.es
2. Ortega
y Gasset. El Espectador. Colección Austral. Espasa Calpe.
3. Malaxecheverría,
I., Fauna fantástica en la Península Ibérica. Kriselv, San Sebastián, 1991. p.
225.
4. Artículo
completo en la web: https://laplazuela.net/index.php/cultura/11610-un-articulo-desconocido-y-olvidado-de-miguel-de-unamuno-sobre-sigueenza
5. Martínez
Gómez-Gordo, J.M. El Doncel de Sigüenza. Aache. Guadalajara, 1997. Pág. 9.
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