domingo, 6 de noviembre de 2022

En Sigüenza está enterrado un famoso doncel


Seguro que muchos de vosotros conocéis la preciosa localidad de Sigüenza. Además de poseer un precioso casco histórico medieval y un castillo, coronando lo alto de la colina donde se extendía su inicial poblamiento, el mayor atractivo de esta ciudad de la provincia de Guadalajara es poder visitar su espléndida Catedral.

Dentro de la Catedral existe una capilla de especial interés, conocida por poseer uno de los enterramientos más principales del arte gótico español. En efecto, me refiero al llamado Doncel de Sigüenza.

Pero que os parecería si os dijera que la persona allí enterrada no era un doncel ni nació en Sigüenza. ¿Os interesa conocer un poco más de este personaje?


Lo primero de todo es presentaros el sepulcro del Doncel de Sigüenza. Y lo voy a hacer reproduciendo las palabras de Ana Vatierra, profesora y doctora de la Facultad de CCSS y Educación1:

La tumba donde está enterrado el Doncel es un arcosolio adosado al muro. El arcosolio es un  hueco en forma de arco que se usa como enterramiento desde tiempos de los primeros cristianos […]. En el fondo del nicho están pintadas escenas relacionadas con la Pasión de Cristo. Esta estructura cobija la urna, que descansa sobre tres leones. Está decorada al frente con dos pajes que sostienen el escudo y motivos vegetales. Sobre esta peana está la escultura del Doncel.
Es un joven con el pelo largo y flequillo, según la moda del momento. Asoma bajo el casquete de cuero que le cubre la cabeza. Está semi-recostado de perfil y con las piernas cruzadas. Tiene el codo derecho apoyado, lo que hace que la mitad superior de su cuerpo aparezca incorporada. Está sobre un haz de laureles, símbolo unido a los triunfos heroicos. Lleva toda la armadura. Podemos distinguir la capa castrense, la cota de malla y las piezas rígidas de brazos y piernas. Sobre el pecho y en rojo fuego, contrastando con el blanco de la piedra de alabastro sobre la que está esculpido, la cruz de Santiago. Es la seña distintiva de la orden homónima, con carácter tanto religioso como militar. Sus manos sostienen un libro abierto, sobre el que inclina la cabeza en una imagen que inspira mucha paz. A sus pies hay un pajecillo triste por la pérdida, apoyado en el casco de guerra”.

El Doncel de Sigüenza

Tal como indica la profesora Valtierra, lo que más ha llamado la atención de esta escultura del gótico final es su postura, mostrando al muchacho tumbado y leyendo un libro. Aunque puede parecer una pose totalmente original para los ojos de un profano en el arte escultórico funerario, lo cierto es que existían ejemplos donde basarse: la tumba del primer conde de Tendilla (hoy muy deteriorada y expuesta en la Iglesia de San Ginés, Guadalajara) o la tumba de Leonor de Aquitania en la Abadía de Fontevrault (Anjou, Francia).

Y si nos vamos más atrás en el tiempo no deja de ser una actualización de la iconografía etrusca del banquete funerario. La representación del difunto recostado y disfrutando de un placer eterno. Si en el caso de los etruscos vemos copas y manjares, aquí nuestro protagonista aparece leyendo, seguramente un libro de Horas. Esta actitud muestra el tópico humanista sobre la necesidad del héroe de aunar cultura y espada por igual.

Pero las similitudes con la escultura funeraria etrusca no terminan en la postura. La sonrisa también conecta con aquellos a través de los siglos. Y para los que se acercan a admirar al Doncel resulta intrigante esa media sonrisa, algo melancólica, que se adivina en su delicado rostro.

Ortega y Gasset la definió como volátil y dialéctica. He aquí sus palabras, recogidas en su obra El espectador (1916)2:

Recuerdo que dentro de la iglesia, en un rincón de la nave occidental, hay una capilla y en ella una estatua de las más bellas de España. Me refiero al enterramiento de don Martín Vázquez de Arce. Es un guerrero joven, lampiño, tendido a la larga sobre uno de sus costados. El busto se incorpora un poco apoyando un codo en un haz de leña; en las manos tiene un libro abierto; a los pies un can y un paje; en los labios una sonrisa volátil […] Este mozo es guerrero de oficio: lleva cota de malla y piezas de arnés cubren su pecho y sus piernas. No obstante, el cuerpo revela un temperamento débil, nervioso. Las mejillas descarnadas y las pupilas intensamente recogidas declaran sus hábitos intelectuales. Este hombre parece más de pluma que de espada. Y, sin embargo, combatió en Loja, en Mora, en Montefrío bravamente. La historia nos garantiza su coraje varonil. La escultura ha conservado su sonrisa dialéctica. ¿Será posible? ¿Ha habido alguien que haya unido el coraje a la dialéctica?”.

Se equivocó el filósofo español en denominar can a lo que en verdad es un león, símbolo de la Resurrección3. Aunque debemos aplaudir y convenir con él que estamos ante “una estatua de las más bellas de España”.

Fue esta descripción de Ortega y Gasset lo que llevó a varios intelectuales a Sigüenza, con el objetivo de poder admirar tan excelente escultura. Uno de los más prestigiosos fue D. Miguel de Unamuno, el cual realizó un artículo (hoy en día rescatado del olvido y recogido en el libro Viajeros ilustres en Sigüenza), en el cual realiza la siguiente descripción del sepulcro en su visita a la Catedral:

Y me llevó a la capilla de Santa Catalina donde duerme para siempre el doncel del libro de quien nos ha hablado hace poco José Ortega y Gasset (véase El Espectador). Recostado sobre su tumba lee un libro que sostiene con ambas manos y se sonríe. ¿Qué libro es? ¿Lee de veras o más bien no sueña mirando al libro, pero sin ver nada en él?” (El Imparcial, 16- septiembre-1916)4.

Y fue este artículo el que difundiría la equivocada denominación de doncel para referirnos a esta estatua. Y es equivocada porque, doncel, en el siglo XV, “definía a los jóvenes de entre 12 y 16 años cuyas familias estaban compuestas por hidalgos o caballeros cercanos a la nobleza”, tal como indica el guía de la Catedral de Sigüenza a todos los visitantes. Vamos, que no habían conocido mujer. Y resulta que nuestro protagonista era un poco más talludito cuando murió y ya era padre de una criatura.

Sobre la pared posterior de la lápida podemos leer la breve reseña que hicieron de su vida y la fecha de su muerte: “Aquí yace Martín Vasques de Arze Cauallero de la Orden de Santiago que mataron los moros socorriendo el muy ilustre señor Duque del Infantado su señor a cierta gente de Jahén a la Acequia Gorda en la vega de Granada cobró en la hora su cuerpo Fernando de Arze su padre y sepultólo en esta su capilla año MCCCCLXXXVI. Este año se tomaron la ciudad de Lora, las villas de Illora, Moclín y Montefrío por cercos en que padre e hijo se hallaron”.

Mientras que en la nacela (la moldura que, en este caso, sirve de base a la estatua del sepulcro) se lee la edad en la que murió:

De Martin Vasq(ue)s de Arse, comendador de Santiago, el qual fue muerto por los moros  enemygos  de  nuestra  santa  fe  catolica  peleando  con  /  ellos  en  la  Vega  de  Granada  miercoles  [21  dias  del  mes  de  iunio]  anio  del  nacimiento  de  nuestro  salvador  Ih(e)su  Chr(ist)o  de  mill  e  CCCC  e  LXXXVI  anos.  Fue  muerto  en  edat  XXV”.

Además de la lápida, sabemos que Martín Vázquez de Arce no era un doncel por un documento en el que se indica que tenía una hija. En efecto, en el legajo 209 de la Colección Diplomática citada por el obispo e historiador Minguella, en 191, podemos leer: “…tenga cargo de nuestra nieta doña Ana Vázquez de Arce fija legítima del dicho Martín Vázquez nuestro hijo para casar honradamente como a ella pertenece cuando en buena hora sea de edad…”. Puesto que no sabemos el nombre de la madre, algunos expertos opinan que pudiera ser una hija ilegítima.

En efecto, estamos ante un personaje que aparece en diversos documentos históricos, como en la obra del cronista Hernando del Pulgar, coetáneo de nuestro protagonista, donde podemos leer lo siguiente:

Murieron en aquella pelea dos caballeros principales; el uno se llamaba el Comendador Martín Vázquez de Arce, y el otro Juan de Bustamante, e algunos de los christianos”.

Describe Hernando del Pulgar el lugar donde murió el doncel, en la acción militar de la Acequia Gorda de la vega de Granada, en el contexto de las primeras campañas de los Reyes Católicos para recuperar el musulmán reino de Granada.

De su corta vida es más bien poco lo que podemos contar, aunque sabemos por el cronista Layna Serrano que desde los dieciocho años (tal vez fuera antes) estuvo en el Palacio ducal del infantado de Guadalajara, al servicio del duque de Mendoza.

Su padre, Fernando de Arce, como secretario de la familia Mendoza, tuvo facilidad para introducir a su hijo en esta pequeña corte donde se crio el doncel y llegó a ser paje de Diego Hurtado de Mendoza, primer Duque del Infantado.

Por tanto, nada sabemos sobre su nacimiento y más tierna infancia. Nada nos hace poder concretar que era natural de Sigüenza, y los expertos sólo se atreven a indicar que nació en el año 1461, en algún lugar desconocido de Castilla. Bien pudiera ser en Guadalajara, donde su padre tenía casa propia al trabajar como secretario del duque del Infantado.

Volviendo al tema del doncel, no debemos echar toda la culpa sobre los hombros de Unamuno a la hora de colocar este adjetivo al difunto. El primero que le definió como Doncel fue D. Mario Lasala, arqueólogo que escribió lo siguiente al describir la tumba en 1889:

¡Qué sentimiento religioso y cuánta realidad de la situación se observa en la estatua del moribundo guerrero, todavía orante, ya casi yacente; pero original y acaso exclusiva, pues no he visto a ninguna que se le parezca! El hermoso doncel (porque la efigie tiene todos los caracteres de verdadero retrato, y debió ser bello de rostro y apuesto cuerpo), armado de punta en blanco, cae sobre tierra derribado de mortal herida5.

Posteriormente, sería Ricardo Orueta, quien aceptó esta denominación, ya en pluma de literatos, y la consagró por el resto de los tiempos en su obra La escultura funeraria en España. Madrid, 1919.

Indica Sara Navas en un artículo publicado en El País sobre este sepulcro, impreso en mayo de 2018, que la denominación de doncel empleada por Lasala era el trasunto masculino de doncella, pues en verdad le parecía estar viendo una bella mujer. Mientras Unamuno, utilizó el término doncel como una forma romántica de resaltar la belleza de la figura.

Pero, fuera la que fuese la razón, lo cierto es que el epíteto poético causó un éxito tan fulgurante que se ha consolidado hasta la actualidad, aunque no tenga razón de ser emplearlo en el significado estricto de la palabra.

Queda otro misterio aún por resolver. Tal como indicaba Ortega y Gasset: “Nadie sabe quién es el autor de la escultura. Por un destino muy significativo, casi todo lo grande es anónimo”.

En efecto, aún hoy en día ignoramos al autor de tamaña y preciosa composición. Sabemos que el sepulcro fue labrado a finales del siglo XV (en 1491 se recuperó el cuerpo de Martín Vázquez) y los expertos señalan, como probable autor, al escultor toledano Sebastián de Almonacid, que tenía un taller en Guadalajara en la época  y que, además, tiene en la catedral seguntina una obra muy interesante, La Piedad, un altorrelieve situado en el tercer cuerpo del mausoleo de don Fadrique de Portugal.

Lo que nunca descubriremos es la lectura que tan absorto tiene a nuestro caballero. Ello me recuerda unos versos que le dedicó al respecto el poeta Francisco Vaquerizo (Canto al Doncel), que reproduzco para despedirme:

… los versos de todos los poetas
Y los dejo encendidos sobre tu libro mágico
Para que se haga música tu silencio de piedra”.

Espero que os gustara este homenaje al Doncel de Sigüenza y que, con la excusa de admirarlo, os acerquéis a esta bella localidad de Guadalajara.

Bibliografía:

1.     Valtierra, A. El sepulcro del DONCEL DE SIGÜENZA: la inmortalidad a través del arte. número 124. www.revistaadios.es
2.     Ortega y Gasset. El Espectador. Colección Austral. Espasa Calpe.
3.     Malaxecheverría, I., Fauna fantástica en la Península Ibérica. Kriselv, San Sebastián, 1991. p. 225.
5.     Martínez Gómez-Gordo, J.M. El Doncel de Sigüenza. Aache. Guadalajara, 1997. Pág. 9.

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