Para las personas que nos gustan la
historia y el arte, los museos arqueológicos siempre son un lugar interesante
que visitar y disfrutar. En mis ya numerosos viajes de turismo cultural, siempre
hago un pequeño hueco para poder visitar el museo arqueológico de turno. Me da
igual que sea algún centro famoso, como el de Atenas, o uno sencillo como el
de, por ejemplo, Valladolid. Siempre encuentro algo interesante en ellos que
justifica la visita.
Gracias a que vivo en Madrid tengo la
suerte de poder disfrutar de uno de los mejores museos arqueológicos de España
y, me atrevería a decir, que de toda Europa. Tanto por la calidad de las piezas
expuestas, como por la renovación del edificio, la visita al Museo Arqueológico
Nacional de Madrid es, en mi opinión, una de los puntos imprescindibles en la
visita a la capital de España.
Por todo ello, os voy a realizar una
pequeña guía con las piezas más sobresalientes y un poco de información para
que todo el mundo pueda disfrutar de la visita. ¿Os interesa?
Antes de comenzar quiero realizar un
inciso. Aunque el MAN trata toda la historia de España a través de piezas
arqueológicas, esta guía tratará únicamente de la sección de Historia Antigua.
Esto se debe a varios motivos: es la etapa, en mi opinión, mejor representada;
la que posee piezas más significativas y diferenciales respecto a otros museos
arqueológicos; y se trata de la parte de la historia que mejor conozco.
En primer lugar vamos a ubicarnos. El MAN
se encuentra en la famosa calle de Serrano, número 13. Justo al lado de la
Plaza de Colón y en un edificio que comparte con el Museo de la Biblioteca
Nacional. Yo siempre me acerco hasta allí en tren (RENFE), siendo la parada más
próxima Recoletos.
Debido a la última reforma el museo se ha
modernizado bastante. A la derecha una vez que entramos tenemos baños y
taquillas de monedas para dejar nuestras cosas. En esta zona también existe una
sala subterránea para exposiciones temporales. A la izquierda se encuentra la
cafetería y la zona para talleres de niños. Justo de frente estará la zona para
adquirir las entradas y la tienda del museo.
El MAN tiene tres plantas y una
entreplanta dedicada a monedas. En la planta baja, donde adquirimos las
entradas, se expone la zona de piezas
prehistóricas.
Nunca me gustó mucho esta etapa histórica,
tal vez, por la pesadez que suponía estudiar los conjuntos cerámicos o las
distintas industrias líticas con periodizaciones artificiales bastante discutibles.
No obstante, debo reconocer que existen piezas importantes que no deben
pasarnos desapercibidas en esta parte del museo.
En mi opinión, lo más importante de esta
exposición, además de las reproducciones a tamaño real de los diferentes
homínidos que nos precedieron, se encuentra en el mundo religioso. Aquí voy a
destacar, en primer lugar, una pieza icónica que me encanta: El Ídolo
de Extremadura (Sala 7).
Se trata de un bloque de alabastro tallado
por medio de varias incisiones que representan unos ojos enigmáticos, el
cabello y una suerte de tatuajes faciales. Está datado en el tercer milenio
a.C. y pertenece a la cultura del Calcolítico. Está dentro de este tipo de
ídolos llamados oculados por destacar los ojos respecto al resto de rasgos. No
sabemos donde apareció, pero es probable que fuera en el valle del
Guadalquivir, donde se han encontrado otros ídolos oculados. Creo que se trata
de una pieza muy moderna en su configuración y creación. Una manera de decir
muchas cosas con apenas unas pequeñas incisiones de punzón. Un símbolo de que
lo bueno, si breve, dos veces bueno. Grecia tendrá sus ídolos cicládicos, pero
nosotros tenemos estos ídolos oculados de similar belleza y abstracción.
No hace falta movernos de esta sala para
poder seguir viendo ídolos curiosos. Son los denominados Ídolos placa (Sala 7).
De nuevo se trata de piezas del
Calcolítico relacionadas con la religión megalítica. Son paralelepípedos
recortados sobre láminas de esquisto y pizarra que contienen una decoración
grabada abstracta realizada con punzones. Muy presentes en las tumbas del
suroeste de la Península Ibérica, todos son muy diferentes entre sí, lo que ha
llevado a interpretarlos tanto de manera religiosa como alguna forma de
convención social para representa a un individuo o un colectivo respecto a los
demás.
Entre todos los existentes voy a destacar
el ídolo-placa de granja de Céspedes (Badajoz), con una inconfundible forma
antropomorfa. En la parte superior tenemos unos grandes ojos, la barba y un
tatuaje facial, mientras que en la parte inferior tenemos un patrón de líneas
en zigzags paralelos interpretado como el vestido. El agujero situado en la
zona superior de la pieza puede interpretarse como que también se utilizaba
para ser colgado y utilizado por los vivos en algún tipo de celebración
religiosa o social.
La última pieza prehistórica que voy a
destacar son las estelas del Bronce final y, en concreto, la denominada Estela de Solana de Cabañas (Sala 9).
Se trata de un enorme bloque de pizarra en
la que se ha grabado, de manera esquemática, la figura de un hombre y toda la
panoplia de piezas típicas de los guerreros, desde una espada hasta un carro. El
carro era un elemento mediterráneo y el artista no debía conocer bien esta arma
de guerra pues, por error, dispuso las ruedas sobre el eje central de la pieza.
Los arqueólogos no se ponen de acuerdo
sobre interpretar la pieza como un elemento funerario o si también tendría un
uso de hito en la red viaria, como una forma de delimitar territorios en base a
figuras heroicas del grupo social.
Esta pieza fue encontrada en una pedanía
del municipio de Cabañas del Castillo (Cáceres) y es típica del Bronce Final (inicio
primer milenio a.C.) de la parte occidental peninsular. Al conjunto de todas
las existentes se las denomina estelas de guerrero.
Pasemos ahora a la parte de la Protohistoria, que en España comprende las
culturas que se desarrollan entre los inicios de la Edad del Hierro y el
proceso de Romanización, es decir, el Primer Milenio a.C. Íberos, celtas y tartésicos
son los protagonistas de esta sección tan importante.
Vamos a comenzar por la misteriosa cultura
de Tartessos. Hacia los siglos VIII-VI a.C. surge, en los valles del Guadiana y
del Guadalquivir, un cultura que combina rasgos autóctonos y foráneos,
provenientes del contacto comercial con fenicios y griegos de Focea, los cuales
venían buscando plata y estaño de las minas hispanas. La nueva sociedad que
surge de este floreciente comercio logró cotas de refinamiento que la mitología
asentó en el mítico rey Argantonio.
Del contacto con estos pueblos surgieron
piezas de orfebrería de bella factura, como los encontrados en el Tesoro de Aliseda (Sala 10).
Se trata del ajuar funerario de dos
aristócratas tartésicos encontrado en Aliseda (Cáceres). Los enterrados eran un
hombre y una mujer, pues a uno pertenecía un cinturón con una bella decoración
de un hombre luchando contra un león, y a la otra una lujosa diadema, obra
maestra de la orfebrería de la época que combina el granulado y la filigrana.
El tesoro está compuesto por diversas piezas, las cuales se cree que pudieron
ser fabricadas en Oriente: un collar, un espejo, una jarra de vidrio con
jeroglíficos, un brazalete…
Otro importante tesoro que se expone en el
MAN, aunque en forma de réplica (el original está en Sevilla), es el Tesoro del Carambolo (Sala 10).
Este tesoro, formado por 21 piezas de
excelente factura, nos indica que existió un taller local en la Península
ibérica en donde trabajaron artesanos orientales y locales creando piezas con
una impronta única. Tradicionalmente se pensó que estas piezas pertenecieron al
mítico rey Argantonio, aunque hoy en día los arqueólogos prefieren pensar que las
placas decoraban a los bóvidos que serían sacrificados y el collar y brazaletes
sería el ajuar litúrgico del sacerdote.
Las mejores piezas de esta parte de la
exposición corresponden con la cultura ibérica. Y, en concreto, con su
expresión escultórica. Diversas piezas imprescindibles se suceden en las
diversas salas que nos muestran su cultura. Tal vez, la más sorprendente, por
su tamaño, es la que se encuentra en el patio central: el Monumento de Pozo Moro (Sala 12).
Se trata de un enorme sepulcro funerario,
con forma de torre, datado hacia el siglo VI a.C. y encontrado en la localidad
de Chinchilla de Montearagón (Albacete).
Tiene un claro aire oriental, en concreto de la cultura Hitita, por el uso de
bloques de piedra tipo sillar o la presencia de leones adosados al sepulcro,
los cuales tenían la función de guardianes de los restos del difunto. Su
monumentalidad se relaciona con un importante personaje, un rey o, tal vez, el
fundador de una dinastía.
A destacar los bajorrelieves del primer cuerpo,
los cuales representan una historia mítica relacionada con el difunto y que nos
pone en la pista sobre la influencia de la mitología oriental en el mundo de
los íberos.
Debemos comenzar por los del lado oeste,
en donde veremos una imagen femenina identificada con la diosa egipcia Hathor.
Sostiene en su mano una flor de loto alusiva a la vida tras la muerte. Y detrás
está la diosa de la vida, representada por un ave de larga cola.
En la cara norte el héroe, representado
como un guerrero con casco y grebas, transporta un árbol con pájaros y flores
de loto.
En la cara este tenemos relieves en
diferentes hiladas. En la sexta un ser monstruoso con un cuchillo se dispone a
realizar un sacrificio, mientras que en la zona central un personaje ofrece un
cuenco a un dios infernal de dos cabezas sentado en un trono y que sujeta un
jabalí con una mano y que se dispone a tomarse un cuenco con un ser humano;
mientras, en la octava hilada, se representa a un jabalí y a una serpiente
enroscada en sus patas, símbolo de que el primero provoca el nacimiento de la
civilización.
Por último, en la cara sur, vamos a ver a
un guerrero con penacho, tres cabezas de felino contra las que lucha (a veces
se interpreta como la lucha de Hércules contra la Hidra de Lerna) y la escena
de un matrimonio sagrado entre un hombre y una mujer de aspecto animalizado que
tendría un carácter divino.
En las salas 11 y 13 vamos a poder admirar
las principales y más conocidas esculturas del arte ibérico. En un lugar
especialmente destacado se encuentra la inconfundible Dama de Elche (Sala 13).
Esta escultura de bulto redondo de
principios del siglo IV a.C. debió ser tallada por un escultor griego como
encargo de un poderoso personaje íbero. Hoy en día su aspecto es muy diferente
al original, pues estaba policromada y tenía los ojos rellenos de pasta vítrea.
Su función funeraria parece estar confirmada por la oquedad, para contener
cenizas, existente en su zona posterior, aunque también pudiera tratarse de un
elemento para sujetar la escultura a la pared. De este icono de la escultura
ibérica tenemos más sombras que certezas, pues ignoramos si era un busto o una
imagen de cuerpo entero o la representación de una divinidad. Actualmente se
considera que muestra los rasgos de una poderosa aristócrata ibérica divinizada
tras su muerte. Si deseáis conocer más detalles de esta escultura os recomiendo
leer tranquilamente la entrada que dedico a su análisis pormenorizado (aquí).
En la sala 11 está otra escultura ibérica
aún mejor conservada y que, cosas de la fama, no tiene tantas visitas. Me
refiero a la Dama de Baza (Sala 11).
Aquí no tenemos dudas del carácter
funerario de esta escultura, pues se encontró en una tumba junto a un rico
ajuar. Tampoco sobre su policromía, la que aún es posible observar en algunos
elementos de la figura.
Se interpreta como la representación de
una importante mujer aristócrata de la ciudad íbera de Basti (actual Baza,
Granada), la cual habría sido heorizada. Ello lo comprobamos por las ricas
joyas que ostenta de influencia oriental y nos da una pista sobre la
importancia de la mujer en esta cultura como transmisora del linaje
aristocrático.
La escultura era en realidad una enorme
urna cineraria que contiene los huesos quemados de un personaje femenino, los
cuales se introdujeron en el trono.
El sillón alado donde se sienta es símbolo
de divinidad, mientras que el pájaro (pichón) que sostiene en la mano se
interpreta como el nexo entre la mujer mortal y la diosa. Sorprende encontrar
la típica panoplia de un guerrero, aunque esto se asocia a las luchas de
guerreros que se realizaban en las honras fúnebres.
Otra escultura sorprendente es la Bicha de Balazote (Sala 11). Su nombre
proviene de una primera identificación, por unos arqueólogos franceses, como
una cierva, razón por la cual la llamaron biche
(luego castellanizado como bicha). Escultura emblemática del arte ibérico, se
relaciona con una necrópolis tumular encontrada posteriormente en el término
municipal de Balazote (Albacete). Se trata de la figura de un toro con cabeza
de hombre que recuerda las figuras hititas e incluso griegas arcaicas. El no
tener todos sus lados tallados hace pensar que estaría colocada como sillar de
esquina en un monumento funerario similar al de Pozo moro. Los toros, en el
mundo antiguo oriental, eran representación de fecundidad y esta pieza, en el
contexto funerario, podría representar un símbolo de vida eterna.
Por último, por destacar una pieza de la
cultura celta, os describiré el Pectoral
de Aguilar de Anguita (Sala 14). Los celtas enterraban a sus difuntos
siguiendo el ritual de la cremación. Los restos se introducían en una urna
cerámica y se depositaban enterrados junto a un ajuar. Luego se cubría con un
túmulo y se señalizaba con una estela.
La pieza que os muestro pertenece a la
tumba de un guerrero y fue encontrada junto a un casco, un broche de cinturón,
armas inutilizadas ritualmente y un par de bocados de caballo.
El pectoral está formado por dos discos de
bronce, uno para el pecho y otro para la espalda, y varias placas discoidales y
ovales que cuelgan sujetas por cadenas. Discos y placas están decorados con
círculos concéntricos repujados y pequeñas líneas incisas, que pueden
interpretarse en relación con la simbología astral y podían tener un
significado protector para su portador. Probablemente, perteneció a un régulo
celtibérico, que se lo colocaría sobre una camisa de cuero para exhibirlo en
ceremonias donde dejar patente su estatus.
Una muestra escultórica muy característica
de este pueblo son los verracos (Sala 14) tallados toscamente en
piedra, algo que se asocia, concretamente, a los vettones, un pueblo celta que
habitó la zona de la actual Segovia. Se trata de figuras realizadas en granito,
fechadas en el siglo IV a.C. y que representan tanto a toros como a cerdos. Se
suelen interpretar como hitos que señalaban zonas de pastos o vías pecuarias
controladas por ciertos núcleos de población importantes (Oppida). Más tarde,
fueron usados de manera funeraria, pues algunos tienen inscripciones en latín.
En esta misma planta se encuentra los
restos romanos del museo. Debemos atravesar la zona donde se exponen los restos
de las islas, con especial mención para la Dama
de Ibiza (representación de la diosa cartaginesa Tanit) o la Momia guanche canaria, y dirigirnos a
la otra zona de escaleras y ascensores existente en el edificio.
Del mundo
romano, el museo posee excelentes
piezas de todos los ámbitos artísticos. Empezando por la escultura voy a
destacar la Estatua sedente de Livia (Sala
20). Se trata de una figura encontrada en Paestum, ciudad italiana de
Campania. La razón de estar aquí se debe a que las excavaciones fueron
promovidas por el Marqués de Salamanca. La escultura de la tercera esposa del
emperador Augusto muestra un magnífico estudio de los paños y una belleza
idealizada difícil de superar. Está vestida como matrona romana y el paño que
cubre su cabeza nos indica que es sacerdotisa del culto a Augusto. Los cuatro
orificios que muestra en la parte superior indica que podía haber portado la
diadema imperial, muestra de su carácter divino. No obstante, no fue su hijo
Tiberio (cuya estatua se encontró al lado y se expone junta) quién la divinizó,
sino que esa labor la realizaría posteriormente el emperador Claudio.
Una pieza que suele pasar bastante
desapercibida es el Reloj solar de Baelo
Caludia (Sala 20). En esta ciudad romana gaditana se encontró esta pieza de
excepcional riqueza que pasa por ser uno de los ejemplos mejor conservados de
la época Alto Imperial. Debió estar en un edificio público y su funcionamiento
era muy sencillo. La luz incidía por un agujero en la zona superior y marcaba
la hora según once líneas verticales. Además existían unos círculos que
marcaban los equinoccios y los solsticios.
Y en la zona dedicada a la necrópolis voy
a destacar el magnífico Sarcófago de Orestíada
(Sala 21). Perteneciente a un rico aristócrata, una rico sarcófago decorado
era el método que los hispanorromanos más poderosos demostraban su superior
jerarquía social ante el resto de la población.
En un bello bajorrelieve se muestra la
venganza de Orestes, que mató a los asesinos de su padre Agamenón (Clitemnestra
y Egisto); su huida a Delfos perseguido por las Furias y en el tribunal
ateniense, donde gracias a la diosa Atenea será absuelto.
Como hemos indicado, sólo personajes de
alta alcurnia podían permitirse enterrarse en este tipo de sarcófagos, siendo
lo más común las lápidas que aparecen en esta sala con sus breves y evocadoras
inscripciones. Sin duda también resulta interesante detenerse a leer los
nombres de los difuntos y las palabras de cariño que les dejaron sus seres
queridos.
Otro de los puntos fuertes de la
exposición romana son los mosaicos. Aquí los tenemos de todos los tipos, desde
los de formato pequeño, hasta los enormes que ocupan salas enteras. De los
primeros me gustaría destacar los mosaicos
dedicados a los juegos (Sala 19), en los que vamos a poder observar peleas
de gladiadores (Secutor vs Retiarius),
en las que se recuerda al vencedor (vicit) y al perdedor (O cruzada, símbolo de
Obiit, muerte); o las cuadrigas vencedoras en las carreras de carros. El museo
conserva los mosaicos de ganadores de las diferentes facciones (representadas
por diferentes colores), los cuales se supone que harían ganar bastante dinero
a los dueños que encargaron estos mosaicos.
También resulta interesante el mosaico con genio del año (Sala 22), el cual favorece el ciclo de
las cosechas y las estaciones, siendo la cornucopia, su símbolo de prosperidad.
Fue encontrado en Aranjuez (Madrid) y, tal vez, por deformación profesional, yo
siempre creo ver un marcado estrabismo.
Respecto a los mosaicos de gran formato
tenemos el de la Llegada triunfal de
Baco (Sala 19), que entra al circo en un carro tirado por tigres y siendo
coronado por la diosa victoria; el mosaico
de las estaciones y los meses (Sala 22), encontrado en Hellín (Albacete) y
que celebra la renovación cíclica de la Naturaleza; el mosaico geométrico con anagrama (Sala 22), perteneciente a una
lujosa villa soriana; el mosaico de los
trabajos de Hércules (Sala 22), héroe que ejemplificaba las virtudes
romanas; y el mosaico de medusa y las
estaciones (Sala 22).
Por último quisiera detenerme en un
mosaico que tiene un interés meramente personal, pues el nombre de su titular
es de un familiar cercano y siempre me hizo mucha gracia encontrármelo. Suele
pasar desapercibido por estar junto a un mosaico de grandes dimensiones llamado
el mosaico de las musas. Se trata de la Lauda
funeraria de Ursicinus (Sala 23).
Datada a mediados del siglo IV, muestra la
influencia que tuvo la expansión de la religión cristiana a partir de la
promulgación del Edicto de Milán (313). Este mosaico es una lauda funeraria que
cubría la tumba de un personaje acomodado, dueño seguramente de una villa. En
el mosaico aparece el retrato del personaje y la inscripción de su nombre
(Ursicinus), junto a la información de que murió a los 47 años dejando una hija
de 8 años; y que fue su esposa Meleta quien le dedicó la lauda. Lo más
interesante de esta pieza es comprobar la fusión de elementos cristianos (crismón
y anagrama de Cristo) y paganos (corona vegetal como símbolo victoria a la
muerte), lo que nos indica que el cristianismo aún estaba en proceso de
formación respecto a los símbolos a utilizar.
Para poder observar el resto de piezas del
mundo antiguo debemos subir a la planta superior (planta 2), pues aquí es donde
se exponen las piezas relativas a Grecia, Egipto y Oriente Próximo. Se
encuentran justo encima de las salas dedicadas al mundo íbero.
De Oriente Próximo no existe más que una
pequeña representación de piezas de la zona de Mesopotamia y Persia, destacando
entre todas la figura del Orante sumerio
(Sala 32).
Se trata de una pequeña escultura en
piedra proveniente de Mesopotamia y datada hacia el 2.500 a.C. Representa a un
personaje sumerio en posición de orante, con las manos juntas sobre el pecho y
el típico faldellín largo de lana. Estos entrañables personajes calvos
pervivieron, con escasas modificaciones, a través de los siglos en la zona
mesopotámica, constatando que un diseño exitoso nunca pasa de moda.
La colección de piezas egipcias es mucho
más importante y está muy bien representada, conservándose todo tipo de tesoros
artísticos. Seguro que a todo el mundo le sorprenderán las momias y sus
decorados sarcófagos, por lo que destacaré la Tumba de Ihé (Sala 35). Se trata del sarcófago de una sacerdotisa
cantora de Amón datado a finales de la Dinastía XXI (980 a.C.) y encontrado el
Deir el-Bahari (Tebas, Luxor).
El conjunto no tiene confusión, pues el
sarcófago bellamente decorado se expone con el ajuar de collares y recipientes
para contener ungüentos, así como unos magníficos ejemplares de vasos canopos
realizados en piedra caliza blanca. Estos vasos contenían las vísceras de la
difunta y en sus tapaderas están representadas las figuras de los cuatro hijos
de Horus, los cuales eran los encargados de custodiar unas partes muy concretas
del cuerpo muerto: Hapi, con cabeza de
babuino, custodiaba los pulmones; Amset, con cabeza humana, custodiaba
el hígado; Duamutef, con cabeza de chacal, el estómago; y Qebehsenuf, con
cabeza de halcón, los intestinos. No obstante, en la época en la que se enterró
a esta sacerdotisa esta tradición ya estaba en desuso y los vasos canopos se colocaban como símbolo
tradicional pero estaban vacíos.
Otra parte del ajuar era la caja donde se
guardaban los ushebtis, servidores en
miniatura que trabajarían por ella en el más allá.
También quería destacar de la zona egipcia
la Estela de Seankhiptah (Sala 33).
Además de ser el principal documento existente de este monarca del Segundo
Periodo Intermedio, en el texto descubrimos que se realizó para confirmar la
recalificación de un terreno rústico a otro urbanizable, lo que reportaría
pingües beneficios para el dueño de las tierras. En la parte decorada con
figuras aparece el monarca realizando una ofrenda al dios Ptah y el funcionario
Nebsumenu, dueño de las tierras y donante de la estela, realizando lo propio
con el dios Anubis.
Por último, de la sección griega, las
piezas cerámicas son las grandes protagonistas. Ya en mi libro Mis
mentiras favoritas. Historia antigua
me detenía en describir la magnífica Ánfora
bilingüe (Sala 36) que contiene,
de manera excepcional, una decoración realizada según la técnica de las figuras
negras en una cara y, en la opuesta, otra realizada con la técnica de las
figuras rojas. Por ello no voy a detenerme en ella y os mostraré dos de mis
otros ejemplos preferidos.
Uno es la Copa de Aisón (Sala 36), la cual contiene un episodio de las
hazañas del héroe Teseo. En el medallón central de este kilix, realizado con la
técnica de las figuras rojas, vemos a nuestro héroe sacando al minotauro del
laberinto ante la mirada de la diosa Atenea. Teseo representaba como ningún
otro héroe los ideales atenienses.
Una de las vasijas más delicadas que
podemos encontrar son los lecitos (Sala 36). El museo tiene una buena
colección de ellos y resulta sorprendente que la delicada pintura con la que
fueron decorados aún perviva en muchos de ellos, permitiendo en el presente
poder admirarlos. Destacar uno del Pintor de Aquiles que muestra una escena del
gineceo en donde una mujer prepara el baño atendida por su criada. Este tipo de
vasos de fondo blanco eran contenedores de perfumes pero, en época clásica, se
utilizaron en los ajuares funerarios. Esta pieza está datada en el año 440 a.C.
Otros tesoros de época medieval que
conserva el museo y merece la pena ver de cerca son los siguientes:
El Tesoro
de Guarrazar (Sala 23). Perteneciente a la cultura visigoda, contiene la
pieza más famosa de esta cultura, la corona de Recesvinto. Fue fabricada en
Toledo en el siglo VII y denota cierta influencia orientalizante. Esta corona
no estaba pensada para que el soberano la llevara en la cabeza (en verdad eran
ungidos con óleo), sino que se trataba de una ofrenda votiva religiosa. De ahí
que el nombre del monarca, que pende con letras de oro, sirviera para reconocer
al oferente. Estas piezas se colocaban en lugares importantes del templo, como
el altar o junto a sepulcros santos.
El Bote
de Zamora (Sala 23). Se trata de una auténtica joya de los artesanos
andalusíes de Madinat al-Zahra, que tallaron el marfil con letras cúficas y una
decoración vegetal y anomalística que recrea los jardines palatinos del
monarca, para quien fue realizada. La decoración cubre completamente la pieza y
fue mandado construir por el califa al-Hakam II para su favorita Subh en el
siglo X. Originalmente utilizados para contener alhajas y perfumes, los
cristianos, prendados por su valor artísticos, los utilizaron incluso para
contener reliquias religiosas.
El Crucifijo
de Don Fernando y Doña Sancha (Sala 27). Es un magnífico ejemplo de
representación románica, con un Cristo hierático y frontal que tuerce la cabeza
hacia un lado. Como curiosidad indicar que esta cruz era también relicario,
pues en la parte posterior existe un receptáculo para contener el lignum crucis, pudiendo ser una pieza
para sacar en procesión.
Para el resto de periodos históricos dejo
esta labor a otros especialistas en la materia que le pongan tanta pasión por
la historia como el que escribe.
Espero que con esta breve guía vuestra
visita al MAN sea mucho más fructífera e interesante.
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