domingo, 6 de septiembre de 2020

El Holocausto nazi no se puede demostrar


De manera periódica aparecen noticias intentando minimizar o negar el Holocausto perpetrado por los nazis en la Segunda Guerra Mundial (IIWW). Sólo es necesario ver algunos comentarios realizados en este blog a raíz de algún artículo publicado al respecto (por ejemplo el relativo a Ana Frank) para comprobar el nivel de negacionismo y desconocimiento que existe en una parte de la población.

Hoy os voy a mostrar una serie de personajes que vivieron el Holocausto nazi de la Segunda Guerra Mundial en primera persona. Sus voces, recogidas en diversos documentos es lo que han utilizado los historiadores para conformar el relato macabro del Holocausto. Sus nombres, un recuerdo imborrable para no olvidar nunca lo que pasó. ¿Os interesa conocer algo más?


Existen muchas personas relacionadas con el Holocausto que vivieron situaciones increíbles. Vamos a empezar por el ascenso de Hitler al poder. Su discurso antisemita no era compartido por todos los que le votaron y muchos de ellos jamás imaginaron hasta donde llegaría su odio hacia los judíos. Pero para estos últimos, la llegada al poder de los nazis supuso un cambio muy radical, pues muchos alemanes vieron que tendrían barra libre para atacar a este sector de la población con total impunidad.

Un ejemplo, lo vemos en el ataque con gas lacrimógeno a diversos comercios judíos y, en concreto,  al centro comercial Woolworth de Hannover, considerado un comercio controlado por judíos que atentaba contra los empresarios locales más pequeños.

Pero no sólo tenemos ejemplos de ataques impunes contra comercios. Las personas también notaron, en muchas ocasiones, cambios de actitud hacia ellos por el simple hecho de haber llegado Hitler al poder. Esto lo vemos en el relato de la judía Lucille Eichengreen: “Los niños que vivían en el mismo edificio […] dejaron de hablarnos. Nos tiraban piedras, nos insultaban, y eso era quizá tres meses después de que Hitler llegara al poder. Y no podíamos entender qué habíamos hecho para merecer ese trato. La pregunta era siempre la misma: ¿por qué?”. ¿Hasta qué punto podía existir una sociedad tan enferma como para inculcar a los niños ese odio hacia el que fue tu vecino? Por supuesto, no todos los alemanes eran así, pero resulta sintomático que muchos actuaran de este modo nada más llegar Hitler al poder.

La sociedad estaba siendo inoculada con el odio hacia los judíos de manera sibilina. Y un vector primordial de ello lo vemos en las escuelas. Rudi Bamber, en Núremberg, nos informa del cambio que se produjo en su escuela: “Un profesor de biología empezó a enseñar biología alemana con la concepción racista —los judíos eran una raza distinta de los alemanes— y se plantearon otras muchas teorías racistas”.

No es un caso único. Existe un cuento infantil publicado en Núremberg, 1938 y titulado Der Giftpilz (La seta venenosa) en el que se compara a los judíos con setas venenosas, inculcando a los más pequeños que en ocasiones es difícil distinguirlas de las buenas porque se intentan disfrazar. Ideas racistas para inculcar el odio desde la infancia. Como bien sabían los nazis, a los niños era más sencillo influirles que a los adultos con ideas propias.

Pero el documento más notorio del maltrato que dispensaron los alemanes a los judíos fue el recogido por Max Abraham en su Juda verrecke. Ein Rabbiner im Konzentrationslager [Muerte a Judá: Un rabino en un campo de concentración]. Allí relata pormenorizadamente su detención en 1933 por miembros de la SA (milicias nazis, Sturmabteilung), debido a que era judío y pertenecía al SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania), y su traslado a uno de los primeros campos de concentración. En su libro nos cuenta los tratos vejatorios que sufrió, entre los que destacaron la obligación de pelearse con porras con otros judíos, o las palizas continuas, que casi le hacen fallecer. Su caso no fue excepcional (Hans Beimler, que escapó de Dachau y terminó muriendo en la Guerra Civil española, fue otro ejemplo) y nos muestra hasta qué punto de sadismo llegaron las fuerzas de las SA y SS en el trato a los judíos antes de producirse el verdadero Holocausto.

El acoso a los judíos no se produjo sólo en Alemania, sino en todos los lugares en los que los nazis tejían su poder. Tras Eslovaquia independizarse de Chequia la judía Linda Breder relata que “fue expulsada de la escuela” y su padre perdió el trabajo.

El ejemplo ya se había producido antes en Austria. Tras su anexión a Alemania, el judío austriaco Walter Kammerling, relata que toda Viena estaba de celebración y que la gente empezó a acosarlos, atacando sus tiendas y obligándoles a hacer lo que ellos quisieran, como limpiar las calles mientras les golpeaban.

Pero estos actos espontáneos de sadismo no fueron lo peor. Desde el 1 de abril de 1938 hasta final de año se calcula que 8.000 personas (75% judíos) fueron enviadas desde Austria al campo de concentración de Dachau. La persecución hizo que a finales de 1938, 80.000 judíos austríacos hubieran salido huyendo del país.

Pero 1938 también sería el año de la persecución contra los gitanos. Muchos gitanos austríacos fueron trasladados al campo de Mauthausen (Linz) donde eran obligados a realizar penosos trabajos forzosos aderezados con crueldades varias. Adolf Gussak, una víctima directa, nos relata su experiencia: “En la cantera cargábamos piedras pesadas. Nos las teníamos que echar a la espalda y subir los 180 escalones [hasta el campo]. Las SS nos apaleaban. Así que siempre había empujones: todo el mundo quería huir de los golpes. Si alguien caía desmayado lo remataban con una bala en la nuca”.

Y también los Testigos de Jehová fueron apresados y sometidos a torturas. Un albañil que trabajó en el campo de Sachsenhausen relató en un juicio el trato que daban los guardias a este tipo de presos: “Blockführer Sorge y Blockführer Bugdalle ordenaron que un grupo de prisioneros cavara una fosa de la profundidad de la altura de un hombre, y entonces metieron allí a un testigo llamado Bachuba y lo enterraron hasta el cuello. Mientras tanto Sorge y Bugdalle se burlaban y reían de él, y luego, cuando ya solo le asomaba la cabeza, le orinaron en la cabeza. Lo dejaron allí en esa tumba otra hora más. Cuando lo desenterraron y lo sacaron de allí aún estaba vivo, pero no podía sostenerse en pie”.

Del fanatismo con el que estos Testigos de Jehová se enfrentaban a la muerte escribió Rudolf Höos, antes de ser comandante de Auschwitz: “casi corrían hacia el lugar de ejecución […]. Estaban transfigurados por el éxtasis, de pie, delante del paredón del campo de tiro, como si ya no fueran de este mundo. Así es como me imagino que los primeros mártires cristianos debieron presentarse en el circo mientras esperaban a que los animales salvajes los descuartizaran”.

Los homosexuales también fueron perseguidos y encerrados. Se calcula que durante el Tercer Reich fueron enviados a campos de concentración unos 10.000 homosexuales, muriendo en torno al 60% de los mismos.

Pero los nazis no se quedaron aquí. No querían a los judíos en su territorio y, puesto que el resto de países no estaban dispuestos a acogerlos como refugiados, decidieron sacarlos por la fuerza. El 28 de octubre de 1938, antes de que entrara en vigor una ley polaca que hacía perder la ciudadanía a todos los polacos afincados fuera del país, los alemanes llevaron a multitud de judíos polacos (17.000 personas) a la frontera y les obligaron a cruzar. Los polacos, al principio, tampoco los querían, y les obligaron a retroceder. Los judíos fueron zarandeados hasta que fueron admitidos en Polonia. Pero como recuerda Josef Broniatowski, durante aquella noche “murieron muchos ancianos y niños pequeños”.

Y fue a raíz de este suceso que Herschel, un joven judío alemán de 15 años, se vengó del trato que recibieron sus padres aquella fatídica noche para atentar contra el diplomático alemán en París Ernst Vom Rath, que murió el 9 de noviembre. Con esta magnífica excusa, Hitler retiró a la policía de las calles y dejó que el odio inoculado a la población se manifestara libremente con el objeto de vengar tamaña afrenta. En la conocida Noche de los Cristales Rotos se calcula que al menos un centenar de judíos fueron asesinados y unos 30.000 arrestados y llevados a campos de concentración.


Rudi Bamber vivió esa noche con terror, pues recibió dos visitas de los Sturmmänner; los primeros destrozaron su casa, mientras que los segundos los apalearon. A él le sacaron a la calle y le golpearon, aunque no llegaron a matarlo. Cuando se vio libre corrió a su casa para encontrarla “en un estado caótico […] la segunda banda había reventado cañerías y el agua corría por los pasillos […] había cosas tiradas por todas partes, muebles rotos, trozos de vidrios y porcelana por todas partes”. En el piso superior encontró a su padre moribundo. “Quedé absolutamente conmocionado. No podía comprender cómo habíamos podido llegar hasta ahí […]. Realmente, no podía imaginar siquiera que algo así sucediera o simplemente pudiera suceder […]. No conocía a esa gente, ellos no me conocían a mí. No tenían ningún agravio conmigo”.

No todos los alemanes compartieron esta venganza injustificada y gratuita hacia los judíos. Aunque la situación podía ser dispar incluso en la misma familia. Uwe Storjohann lo vivió en sus propias carnes. Mientras que a su padre, un antisemita, aquella noche le produjo un gran enojo por haber profanado templos gratuitamente, su madre lo vivió con tranquilidad, e incluso con satisfacción cuando, a raíz de ello una familia judía vecina se marchó del piso donde vivían.

Tras esta noche, algunos países abrieron la mano respecto a la emigración judía. Gran Bretaña, por ejemplo, logró acoger a 50.000 judíos antes de que se iniciara la guerra. Entre ellos estaba Rudi Bamber.

El 1 se septiembre de 1939 Alemania invadía Polonia, dando comienzo a la IIWW. Pocos podían imaginar entonces que este país perdería a seis millones de personas, siendo la mitad de ellos judíos. El grueso del Holocausto se gestaría en este país, aunque nadie entonces lo podía intuir.

Y comenzó con una limpieza étnica a manos de unas unidades de fuerzas especiales que avanzaban tras el ejército alemán, los temidos Einsatzgruppen. Su misión consistía en eliminar a los elementos hostiles a Alemania presentes en el terreno recién conquistado. En las primeras semanas de invasión murieron 16.000 polacos, destacando políticos, intelectuales y judíos. De la brutalidad de estos actos tenemos múltiple información de todo tipo. Sorprende, por su excepcionalidad, la de ciertos soldados alemanes como el comandante Helmuth Stieff (cartas a su mujer) o el general Johannes Blaskowitz, cuya crítica llegó al mismo Hitler.

Pero el verdadero horror de una guerra de exterminio racial por medio de los Einsatzgruppen se llevó a cabo a parir del 22 de junio de 1941, cuando Alemania decidió invadir la Unión Soviética. La llegada de los nazis provocaba pogromos contra los judíos, muchos de los cuales eran realizados con la ayuda de población local. Así pasó en Kaunas (Lituania), según relató Viera Silkinaité,  o en la ciudad de Iaçi (Rumanía), donde un judío describió la brutalidad del ataque contra su comunidad perpetrado por el gobierno rumano aliado de los nazis: “Vi que la multitud huía en un caos total, bajo el fuego de los rifles y las ametralladoras. Yo me caí al suelo y me alcanzaron dos balas. Me quedé ahí tendido durante varias horas, viendo cómo a mi alrededor morían tanto extraños como personas que conocía […] Vi a un anciano judío que había quedado discapacitado tras la guerra de 1916-1918 y exhibía en el pecho la condecoración de Bărbăţie şi Credinţă [Valentía y Lealtad]; también llevaba consigo documentos que lo eximían oficialmente de las restricciones antisemitas. Sin embargo, las balas le habían destrozado el tórax y vivió sus últimos momentos sobre un gran cubo de basura, comoun perro”. Algo más adelante, en la misma calle, yacía el hijo de un vendedor de pieles curtidas, “que se moría y sollozaba: “Madre, padre, ¿dónde estáis? Dadme un poco de agua, tengo sed” […] Unos soldados… apuñalaron con sus bayonetas [a los moribundos], para rematarlos

Los alemanes repitieron el mismo modus operandi en Ucrania. Aquí tenemos el relato de Vasyl Valdeman, un judío de 12 años de la ciudad de ucraniana de Ostrog. Los alemanes sacaron a los judíos a un campo, maltratando a la mayoría con golpes y les obligaron a cavar zanjas con la excusa de crear unas fortificaciones. “Mirábamos a nuestros padres —dice Vasyl— y cuando vimos que la abuela y mamá lloraban nos dimos cuenta de que aquello iba a ser horrible”. Una vez realizadas las zanjas los desnudaban por grupos, los llevaban a una zanja y los fusilaban. Como la unidad de soldados de las SS no era tan grande como para acabar con todos los judíos de la ciudad, este macabro ritual continuó al día siguiente. Vasyl perdió a casi toda su familia y sobrevivió, junto a su madre, gracias a que pudieron ocultarse en la casa de unos vecinos: “Se arriesgaron para que pudiéramos sobrevivir. Nadie dijo a los alemanes que estábamos escondidos allí”.

Dina Pronicheva fue una judía que escapó a esas matanzas llevadas a cabo por los alemanes en Ucrania y nos relata el trato inhumano que proferían a las víctimas: “En el otro extremo del barranco, unos siete alemanes se llevaron a dos jóvenes judías. Bajaron un poco más por el barranco, buscaron un sitio llano y empezaron a violarlas por turnos. Cuando se quedaron satisfechos, las apuñalaron… y dejaron los cuerpos así, desnudos, con las piernas abiertas”.

Dina Pronicheva fue una de los pocos supervivientes de la carnicería llevada a cabo en Babi Yar, a las afueras de Kiev, en septiembre de 1941. Los Einsatzgruppen alemanes, junto a colaboradores locales asesinaron, en tan sólo dos días, a 34.000 judíos. Ningún campo de exterminio logró superar tantas muertes en tan poco tiempo.


En enero de 1946, esta joven ucraniana declaró ante un tribunal de crímenes de guerra para Ucrania cómo consiguió sobrevivir a la masacre: primero lanzándose a la fosa y luego manteniéndose inmóvil entre los cuerpos que yacían muertos y malheridos. Tras los disparos nazis a aquellos que aún sollozaban y a pesar de que cubrieron de tierra la fosa, logró superar la asfixia y escapar por la noche de la inmensa tumba.

Más atroz es el relato de alguno de los miembros que participaron en aquellas matanzas alentadas por los alemanes. Uno de estos nombres es el del lituano Petras Zelionka, para quien matar niños le producía curiosidad: “Es tan solo darle al gatillo, la bala sale disparada y ya está”. Otros observadores confirmaron como muchos de aquellos hombres eran unos auténticos sádicos: “Una noche tras otra, los verdugos lituanos procedían a seleccionar a sus víctimas: las jóvenes, las guapas —escribió Avraham Tory en su diario—. El primer día las violaban, luego las torturaban y por último las mataban. Lo llamaban “ir a pelar patatas”. “En el comando de exterminio había cierto número de sádicos depravados —cuenta Alfred Metzner, que era conductor e intérprete—. Por ejemplo, a las embarazadas les disparaban en el vientre, por placer, y luego las arrojaban a las fosas […] Antes de la ejecución los judíos tenían que pasar por un examen corporal durante el cual… buscaban joyas y otros objetos de valor en el ano y los órganos sexuales”.

¿Cómo era posible haber llegado a semejante crueldad? Todo se debe al lavado de cerebro que los nazis realizaron entre los miembros de las SS. Aquellos judíos no eran considerados humanos, sino infrahumanos. Estaban en un escalón inferior y era necesario erradicarlos. Deshumanizar al enemigo es el primer paso necesario para poder hacer barbaridades de este tipo. Luego, la camaradería y el alcohol hicieron el resto.

Y no solo mataban a judíos. A finales de 1941, de los 3,35 millones de soviéticos apresados desde que comenzó la invasión en junio, más de dos millones habían muerto ejecutados, debido a los malos tratos sufridos en los centros de concentración o por hambre.

Gueorgui Semeniak fue uno de los prisioneros soviéticos supervivientes. Primero le encerraron en un campo junto a 80.000 presos, donde logró sobrevivir gracias a una sopa aguada que le servían en la gorra de su uniforme. Luego le trasladaron a otro campo infestado de piojos, lo que causó una epidemia de tifus que acabó con muchos: “había tantos piojos que el pelo de mucha de la gente estaba tan repleto de piojos que empezó a moverse solo. Y no era solo el pelo de la gente, y la ropa y el cuerpo desbordado de piojos, sino que si te agachabas y cogías un puñado de arena, la arena se movía por todos los piojos que tenía”. “A veces alguien pillaba una rata por la cola y la rata se daba la vuelta y le mordía en la mano. Tienen dos incisivos, muy potentes. Así que la rata está mordiendo la mano del hombre, pero este no la suelta; le pega para matarla, para tener un pedazo de carne que hervir o freír”.

Volviendo a Polonia, los alemanes crearon una división social muy clara. Ellos estaban en la cúspide, luego estaban los polacos y, más abajo, los judíos. Estos últimos, indefensos ante la ausencia de un gobierno que defendiera las leyes, comenzaron a sufrir vejaciones de alemanes y polacos por igual.

Pero lo peor estaba por llegar. Los alemanes decidieron dividir sus territorios de Polonia en dos zonas diferentes. En la más occidental comenzaron a repoblarla con alemanes, lo que supuso la deportación de miles de polacos. Todos ellos, judíos incluidos, fueron a la zona más oriental de la Polonia controlada por el Tercer Reich, una suerte de cubo de basura denominado Gobierno General. Las deportaciones masivas fueron brutales, tal como relataron testigos presenciales de ello (Michael Preisler o Anna Jeziorkowska).

Y la consecuencia lógica de llevar a tantas personas a una zona concreta fue la de crear un gueto para separar a los judíos del resto de la población. El primero se construyó en la ciudad de Lódz. Y la consecuencia de hacinar a tantas personas en tan poco espacio (unos 230.000 judíos en 4 kilómetros cuadrados) fue la de provocar hambre y desolación entre aquellos presos. Numerosas personas comenzaron a morir por suicidio o por enfermedades. Max Epstein, que entonces tenía 15 años, contaba el abatimiento vital en el que sumió su padre ante la situación de verse encerrado allí: "Se ha acabado. Yo esto no lo quiero, para nada. Mi vida ya la he vivido y no quiero vivir [más]”. Así que cerró las contraventanas, nuestra habitación estaba siempre a oscuras […] No se afeitaba, solo se quedaba allí sentado, con los postigos cerrados. No quería ver el exterior".

Otros decidieron arriesgar sus vidas y dedicarse al contrabando de alimentos para poder sobrevivir. Fue el caso de Jacob Zylberstein, quien sobrevivió los primeros meses trapicheando algo de comida con un polaco que vivía junto a su casa, aunque al otro lado de la alambrada del gueto. Los cambios duraron hasta que los alemanes atraparon al polaco y lo ejecutaron. Entonces comenzó a sufrir la misma hambre que el resto de judíos allí encerrados: “La gente se murió por cientos. Unas semanas después de que cerraran el gueto […] recuerdo que el hambre era tan colosal que mi madre salía a recoger malas hierbas y cocinaba las malas hierbas. No se dejaban perder ni las pieles de las patatas: era más que un lujo, era la mejor comida del mundo”.

Cuando la situación se volvió insostenible, y se comprobó que los alemanes no podrían trasladar a los judíos de los guetos, se siguió un plan para intentar hacerlos autosuficientes. Los judíos comenzarían a trabajar para enriquecer a los alemanes y, a cambio, no morirían de hambre.

Pero el gueto más famoso fue el de Varsovia. 400.000 judíos quedaron recluidos en unos 6,5 kilómetros cuadrados. Como en Lódz, sólo los judíos más ricos o que trabajaban en el interior del gueto podían adquirir alguno de los alimentos que eran introducidos de contrabando. Se calcula que el 80% de los alimentos del gueto provenían del mercado negro.

Halina Birenbaum, un niña de 11 años entonces, logró sobrevivir gracias a que uno de sus hermanos trabajaba en el hospital del interior del gueto, pero lo que veía todos los días la dejaba conmocionada: “Había niños tirados en las aceras, en las calles, en los patios de las casas […] tan hinchados [por el hambre] que apenas podías distinguir los ojos en sus rostros”.


La situación empeoró considerablemente cuando a los guetos polacos comenzaron a llegar judíos de otras zonas del Reich, como la misma Alemania. Aquellos judíos no estaban preparados para soportar las calamidades que se vivían en los guetos y la mortalidad aumentó considerablemente entre estos recién llegados.

Pero esta pésima situación no era nada en comparación con lo que les esperaba. Una vez confirmada la Solución Final, los judíos encerrados en el gueto de Varsovia fueron conducidos al campo de exterminio de Treblinka. Se calcula que en este campo, entre el verano de 1942 y otoño de 1943, fueron asesinadas unas 850.000 personas. Una cifra record en donde se llegó a asesinar al día, en los momentos de mayor eficacia, entre 5.000-7.000 personas. De todas ellas unas 250.000 procedían del gueto de Varsovia.

Kalman Taigman fue uno de los judíos del gueto de Varsovia enviado a Treblinka. Sobrevivió gracias a que fue seleccionado para trabajar en el campo, sacando los cadáveres de los vagones de tren (muchos morían en el camino al campo) o limpiando los barracones en los que se afeitaba a las mujeres antes de llevarlas a las cámaras de gas. Cuenta que, en ocasiones, entre la ropa encontraban algunos bebés. Su primer pensamiento era llevarlos al hospital del campo, pero luego descubrió que allí no se curaba a nadie, sino que se trataba de una zona de ejecución por fusilamiento. Todos los bebés eran asesinados arrojándolos al fuego donde se incineraban los cadáveres: “¿Qué cómo me sentía? No sentía nada […]. Me convertí en un autómata sin pensamientos. Solo me preocupaba que no me apalearan, y a veces, tener la tripa llena, eso es todo. No pensaba y no sentía. Vi el infierno, si es que tal cosa existe”.

Taigman logró sobrevivir en aquel infierno convirtiéndose en un autómata, mientras que Samuel Willenberg, otro judío transportado a Treblinka lo hizo gracias a su carácter positivo. Él trabajaba ordenado las pertenecías de los judíos asesinados y se consolaba sabiendo que los que eran forzados a trabajar en las cámaras de gas, sacando cadáveres a toda prisa día tras día vivían mucho peor que él. Tanto Willwnberg como Taigman lograron escapar del campo durante la revuelta de agosto de 1943.
                                  
En efecto, paralelamente a la creación de los guetos, los alemanes comenzaron a construir diversos campos de concentración y/o exterminio en territorio polaco, siendo el más famoso de todos Auschwitz. Jerzy Bielecki, preso político polaco, relató las condiciones inhumanas que vivieron los primeros presos enviados allí para construir el campo: “Me acostumbré a ver la muerte y a ver palizas y malos tratos [Pasados] tres o cuatro meses me acostumbré a ver eso. Una vez que estaba en un «comando» de construcción fue testigo de cómo un Kapo, enojado por el trabajo de uno de los reclusos, cogió una pala y le cortó el cuello de forma que salió un chorro de sangre y la pala se le quedó clavada hasta medio cuello. Es algo que nunca podré olvidar […] Aparece en mis sueños”.

El campo de Chelmno se creó con el único objetivo de asesinar a los judíos de Lódz que no eran aptos para trabajar. Comenzó a trabajar el 7 de diciembre de 1941 (coincidiendo con el ataque japonés a Pearl Harbour) con judíos de las zonas próximas y el método de exterminio empleado consistía en un camión que tenía conectado el tubo de escape hacia la zona de carga posterior. Las víctimas morían al asfixiarse por los gases producidos por el motor del vehículo al desplazarse. Kurt Möbius, uno de los guardias de Chelmno, relató el proceso: “Los judíos se desnudaban [en la mansión] sin separarlos por sexos. Yo era el supervisor. Ya habían empezado a dar sus objetos de valor, que unos trabajadores polacos iban recogiendo en cestas. En el pasillo había una puerta que iba al sótano y en la que se leía: “Al aseo” […] Desde la puerta del pasillo, una escalera bajaba hasta el sótano, donde había otro pasillo que, al principio, avanzaba recto, pero luego, a los pocos metros, se cruzaba en perpendicular con otro pasillo. Aquí la gente tenía que girar a la derecha y subir por una rampa hasta donde estaban aparcados los camiones, con las puertas abiertas. La rampa estaba cerrada por los dos lados por una verja de madera que llegaba hasta las mismas puertas de los camiones. Por lo general, los judíos entraban en los furgones de manera rápida y obediente, porque no desconfiaban de lo que les habían prometido [que los iban a “desinfectar]”. Pero no siempre la entrada a los camiones era pacífica y Zofia Szalek, que vivía en Chelmno, recuerda haber escuchado muchos gritos de personas pidiendo ayuda. Pero lo peor era el olor a cuerpos en descomposición que traía en sus zapatos un alemán que se alojaba en su casa y pertenecía al comando encargado de enterrar a los judíos en fosas comunes.

No sólo murieron judíos en Chelmno. El 9 de enero de 1942, 4.500 gitanos romaníes murieron en este campo y fueron sepultados en el bosque. Y los primeros judíos del gueto de Lódz llegaron poco después, el 16 de enero de 1942. Se calcula que en este campo murieron entre 150.000-300.000 personas.


Belzec era el campo de exterminio para los judíos de Cracovia, Lublin y Lwów. Y aquí se construyeron las primeras cámaras de gas fijas, construidas con el único objetivo de asesinar, pues en este campo no existían presos. Sólo se mataba. Y durante su funcionamiento entre marzo y diciembre de 1942 se asesinó a entre 450.000-550.000 personas.

El único relato que tenemos de este campo (sólo sobrevivieron los presos elegidos para trabajar allí) es el de Rudolf Reder, judío trasladado desde Lwów en agosto de 1942.

Cuenta que llegó en un tren a Belzec con la idea de que allí moriría. Al llegar les pusieron en fila y les dijeron que les darían una ducha y los utilizarían para realizar trabajos forzados. La esperanza renació en ellos y las personas se tranquilizaron.

Luego, separaron a los hombres de las mujeres. Los hombres pasaron a través de un tubo hacia las cámaras de gas, mientras a las mujeres las llevaron a los barracones para cortarles el pelo (luego utilizado para fabricar fieltro). Una vez rapadas, las mujeres siguieron el mismo camino que los hombres.

Reder logró sobrevivir a este proceso porque fue elegido para trabajar en el campo, vaciando las cámaras de gas de los cadáveres y enterrando los cuerpos. Según su relato, el proceso no era rápido: los gritos y gemidos se escuchaban “hasta unos quince minutos”.

A la hora de enterrar a los muertos “teníamos que pasar de un extremo de la tumba a otro, para llegar a la siguiente tumba. Las piernas se nos hundían en la sangre de nuestras madres, pisábamos sobre montones de cadáveres; eso era lo peor, lo más espantoso de todo […]. Íbamos de un lugar a otro como gente que ha perdido toda voluntad. Éramos una sola masa […] Las rutinas de aquella vida espantosa las desarrollábamos mecánicamente”.

Y si no realizaban el trabajo de manera correcta eran ejecutados por la noche y sustituidos por algún otro que llegaba en el siguiente cargamento.

El método llevado a cabo para asesinar en Belzec sería el elegido para matar más eficaz y rápidamente en el resto de campos, siendo el de Auschwitz el caso más conocido y atroz. La diferencia de Auschwitz respecto a Belzec era que aquí convivía un campo de concentración y otro de exterminio. Por ello, los relatos de este campo son más numerosos.


Uno de ellos es el de Eva Votavová, que llegó con su familia a Auschwitz en julio de 1942. Al bajar de los trenes de ganado ella se marchó en un grupo con su madre, el asignado al equipo de construcción, mientras que su padre fue colocado en otro grupo. Jamás lo volvió a ver. El trabajo en el campo era muy duro, la alimentación escasa y al poco tiempo su madre enfermó de fiebre tifoidea. Eva no quería que fuera al hospital, pues sabía que de allí nadie volvía (“iban directos a la cámara de gas”). Pero su madre terminó por ir y la confirmación de su muerte la halló al encontrarse con sus gafas: “Sabía que eran las de mi madre; el cristal izquierdo estaba roto desde que un Kapo alemán le pegó una bofetada a mi madre”.

Este relato nos muestra la realidad del campo, en donde, el que no moría directamente en la selección inicial, tenía muchas posibilidades de hacerlo en las siguientes semanas debido al duro trabajo, la mala alimentación y la expansión de enfermedades por las nulas condiciones higiénicas.

Jósef Paczynski, un preso político polaco, fue testigo de cómo los alemanes asesinaban a los judíos en el crematorio de Auschwitz, cuando se usaba como cámara de gas improvisada. Escondido en un tejado de la zona administrativa vio que: “[Los hombres de las SS] fueron muy educados con aquella gente. Por favor, coge tu ropa, prepara tus cosas. Y cuando estaban desnudos los hicieron entrar [en el crematorio] y luego cerraron las puertas detrás de ellos. Entonces un hombre de las SS se arrastró hasta el terrado del edificio, que era plano. Se puso una máscara de gas, abrió una trampilla [del terrado], tiró los polvos [Zyclon-B] por allí y volvió a cerrar la trampilla. Cuando lo hizo, aunque las paredes eran muy gruesas, se oyó un griterío enorme”. Al oírse los gritos, los hombres de las SS encendieron “dos motocicletas” para intentar apagar el sonido, pero Paczyński aún pudo oír “gente que chillaba durante quince o veinte minutos, cada vez más debilitados. Si alguien me hubiera visto, a mí también me habrían gaseado”.

Hans Stark, un SS de Auschwitz, fue uno a los que le encargaron lanzar estos polvos mortales, que venían en forma de granos. Según afirmó: “la gente notaba cómo le caía encima mientras se iba tirando. Entonces empezaban a lanzar unos gritos terribles, porque no sabían qué les estaba pasando […] Al cabo de un tiempo […] abrieron la cámara de gas. Los muertos estaban tirados de cualquier manera por toda la sala. Era una vista espantosa”.

El relato de Freda Wineman nos cuenta como el método de selección en Auschwitz se fue endureciendo con el paso del tiempo. Esta judía fue arrestada en Francia y llevada, junto a su familia, al campo de Birkenau (Auschwitz II, Polonia). En el relato que nos hace de cuando llegó podemos comprobar el sistema que utilizaban los nazis para separar a los recién llegados, decidiendo quienes vivían y quienes eran eliminados inmediatamente. Las madres no eran separadas de sus hijos, para evitar crear histeria, y se enviaban directamente a las cámaras de gas. Freda relata cómo los presos  que organizaban las filas pedía nque las madres jóvenes entregaran los bebés a las mujeres mayores. En ese momento no entendía que era la manera de salvar a esas madres jóvenes, pues las mujeres mayores no aptas para trabajar eran eliminadas directamente. Freda, en la selección inicial perdió a su madre y a su hermano pequeño, de trece años, que acompañó a su madre pensando que así cuidarían mejor de él.

Y uno de los miembros de los Sonderkommandos de Auschwitz encargados de retirar los cadáveres de las cámaras de gas fue Henryk Mandelbaum, un judío polaco que trabajó allí en 1944. “No es algo en lo que puedas ponerte a pensar. A mí me parecía que estaba en el infierno. Recuerdo que a veces, si me portaba mal en mi casa, mis padres me decían: “No hagas esas cosas porque irás al infierno”. Pero cuando tantos cadáveres, tantas personas a las que mataban con el gas y luego las incineraban […] Aquello era superior a nada que yo pudiera imaginar y no tenía ni idea de qué hacer. Si me niego [a trabajar para ellos] me liquidan ¿vale? Sabía que me iban a matar. Yo era joven. Perdí a mi familia. Los gasearon: a mi padre, mi madre, mi hermana y mi hermano. Así que sabía lo que pasaba y yo quería vivir y luché. Luché todo el tiempo por seguir con vida”.

Mandelbaum fue testigo del modus operandi de los nazis a la hora de llevar a los judíos a la cámara de gas. A pesar de que les intentaban llevar allí con engaños algunas veces debían emplear la fuerza bruta, pues algunos se imaginaban lo peor. Los cristales de Zyklon B los transportaban, en un ejercicio de cinismo inaudito, en una ambulancia de la cruz roja, y “el gaseado duraba entre veinte minutos y media hora”. Luego abrían las puertas: “Podías ver cómo esa gente había muerto: de pie. Tenían la cabeza caída hacia la izquierda o la derecha, hacia delante, hacia atrás. Algunos habían vomitado o sufrido una hemorragia, y soltaban diarrea. Antes de quemarlos teníamos que cortarles el pelo y arrancarles los dientes de oro. Y también mirar si la gente se había guardado algo en las ventanas de la nariz, o algún objeto de valor en la boca; las mujeres, en la vagina”.

No es el único caso de Sonderkommando que conocemos. Numerosos de estos judíos obligados a trabajar en las cámaras de gas sintieron una angustia vital muy poderosa, pues estaban colaborando, aunque forzadamente, en el exterminio perpetrado por los nazis contra su pueblo.

Dario Gabbai lo expresó claramente: “al cabo de un tiempo ya no sabes nada. Nada te preocupa. Y por eso la conciencia se te mete dentro y se te queda ahí dentro hasta hoy [preguntándote]: ¿Qué pasó? ¿Por qué hicimos aquella clase de cosas?”. Dario tiene también la respuesta: “Siempre encuentras la fuerza para vivir hasta el día siguiente”, porque el deseo de vivir es muy “poderoso”.

Morris Venezia, otro judío obligado a trabajar en las cámaras de gas tiene recuerdos aún más duros: “Nos convertimos en animales. Sentimos que debíamos suicidarnos en lugar de trabajar para los alemanes. Pero ni siquiera suicidarse es tan fácil

Nos liberaron. ¿Para qué? ¿Para qué recordemos todas aquellas barbaridades? En realidad ya no queríamos estar vivos. Así es como nos sentimos, como nos sentimos todavía hoy. Hasta ahora mismo me estoy preguntando por qué Dios me dejó vivir, ¿para qué? ¿Para recordar todo esto? Cuando me voy a la cama siempre, incluso ahora, lo rememoro todo antes de cerrar los ojos. Todo, todo, cada noche, cada noche”.

No sólo sufrieron en Auschwitz los judíos. También existen múltiples testimonios de gitanos llevados a aquel campo. Franz Rosenbach contaba 15 años cuando fue a Birkenau: “El ambiente era terrible porque muchos niños y otra gente de los bloques estaban enfermos, todo el mundo estaba revuelto en el mismo sitio. Los niños gritaban: “Mamá, tengo hambre, mamá, [dame] algo de comer, ¿tenemos algo para beber?”. No nos dejaban beber agua por el riesgo de [coger] la fiebre tifoidea y esa clase de cosas. “Mama, [dame]…” esto y lo otro. Pero las mujeres no tenían nada que darles, no tenían nada. Nos apaleaban, nos pateaban, nos humillaban sin que uno supiera por qué, no tenías ni idea de por qué”.

Además de esta situación, las mujeres debían soportar otras peores, como los abusos y violaciones: “Yo lo vi con mis propios ojos, en dos ocasiones. De noche, algunos jóvenes de las SS entraban con una tea y se acercaban a las mujeres. En su mayoría, las mujeres no sabían qué pasaba; les hacían quitarse el pañuelo de la cabeza para mirarlas bien. A veces elegían a mujeres jóvenes y [se las llevaban] detrás del bloque […] No se oía que nadie disparara, no se oía nada. A la mañana siguiente estaban allí tiradas, muertas. Las habían asesinado [tras haberlas violado]”.

Aunque para este colectivo no existen datos muy precisos, se calcula que durante la guerra murieron unos 200.000 gitanos sintis y romaníes.

Para comprender la dimensión del campo de Auschwitz podemos echar mano de las cifras analizadas por Franciszek Piper en su obra Auschwitz: How Many Perished (1996). Allí nos encontramos la cantidad de judíos transportados a este campo de exterminio desde todos los rincones de Europa. Para la mayoría esa fue su estación vital final:

Francia: 69.000    Bélgica: 25.000    Países Bajos: 60.000     
Noruega: 690       Polonia: 300.000  Alemania: 23.000
Bohemia: 46.000  Italia: 7.500          Eslovaquia: 27.000
Hungría: 430.000 Grecia: 55.000     Yugoslavia: 10.000       

En total, sólo para este campo en concreto, se trasladaron a más de 1.000.000 de personas para ser asesinadas.

Pero para cuando Auschwitz estaba funcionando como lugar de exterminio, el grueso del Holocausto ya había ocurrido. En 1941 se habían asesinado a 1,1 millones, mientras que en 1942 a 2,7 millones. Todos estos asesinatos se habían producido en las acciones de los Einsatzgruppen en el Este de Europa o en el resto de campos polacos construidos anteriormente (Belzec, Treblinka y Sobibór). Campos que fueron desmantelados con el objeto de hacerlos desaparecer junto a la gran cantidad de personas asesinadas allí. Afortunadamente, aunque los alemanes los borraron físicamente de la faz de la tierra, sus crímenes no quedaron olvidados por la Historia.

Un nota final. Todos estos testimonios, con ser valiosos, nos ofrecen una información sesgada del Holocausto. Se trata de personas que lograron sobrevivir al Holocausto, algo que no fue lo habitual. Lo normal era morir en aquellos lugares. Y esos testimonios sólo podemos intuirlos a partir de esta información secundaria. Por tanto, aunque conocido de manera bastante notable, lo peor del Holocausto jamás podremos conocerlo.

Finalizo con unas palabras de Churchill que escribió el 11 de julio de 1944: “No cabe duda de que este es, probablemente, el mayor y más horrible de los crímenes cometido nunca en toda la historia del mundo y se ha hecho con maquinaria científica, por parte de hombres que se hacen llamar civilizados, en el nombre de un gran Estado y una de las razas principales de Europa”.

Post dedicado a todas las víctimas del Holocausto nazi, a todas las que sólo podemos conocer por el relato de los escasos supervivientes. Y, por supuesto, a esas voces concretas, personales y muy reales que nos legaron el conocimiento de aquellas atrocidades y nos permiten recordar. Puede que su destino fuera precisamente ese, el ser guardianes de esos terribles sucesos.

Sin sus testimonios puede que hoy los negacionistas lo tuvieran más sencillo para tergiversar la Historia. Pero con ellos, lo sorprendente es que aún existan personas que den pábulo a este tipo de disparatadas teorías pseudocientíficas. Bien está difundirlos y combatir tanta desinformación.

Bibliografía:

Rees, Laurence. El Holocausto. Las voces de las víctimas y de los verdugos. 2017.
Espanyol Vall, Ramón. Breve historia del Holocausto. 2011.

2 comentarios:

  1. Que comentario se puede realizar luego de los desgarrantes relatos? Solamente horror.

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    1. Hola Carlos, gracias por comentar.
      Los relatos muestran la barbarie a la que puede llegar el ser humano y son importantes para recordar y evitar volver a caer en los mismos errores.

      Saludos

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