En mi visita a la ciudad francesa de
Nantes uno de mis principales objetivos era acercarme a este museo de arte. Sin
duda alguna, las pinacotecas son una de mis debilidades.
Situado en un palacio del siglo XIX al que
se añadió, recientemente, un nuevo edificio moderno para albergar el arte
contemporáneo, la particular mezcla de diferentes conceptos artísticos en sus
salas lo convierten en un referente respecto a lo que hoy en día se espera de
un museo de arte.
Puesto que deseaba ahondar un poco en la
riqueza artística que este museo posee os voy a regalar el itinerario que yo
utilicé cuando fui a visitarlo. Seguro que pasáis un entretenido tiempo
descubriendo sus maravillosas obras. ¿Os apetece pasear por este museo?
Este museo es, sin duda, el más importante
de Nantes y una de las pinacotecas más significativas de Francia. El museo fue
creado en 1801 por Napoleón Bonaparte con fondos traídos del Louvre. Su
catálogo aumentó notablemente poco tiempo después con la colección del diplomático
nantés François Cacault. Y en los siguientes años la ciudad fue enriqueciendo
este museo con compras de cuadros de autores franceses famosos y donaciones de
importantes coleccionistas. Su colección actual comprende más de 9000 obras,
con las que hacer un recorrido por la historia de la pintura entre el siglo
XIII y la actualidad, destacando importantes autores reconocidos como Georges
de La Tour, Eugène Delacroix, Fragonard, Ingres, Gustave Courbet,, Monet,
Picasso, Kandinsky…
En un primer momento este museo se ubicaba
en el antiguo Halle aux toiles (antiguo Mercado de telas), en la rue du
Calvaire, pero pronto se quedó pequeño. El edificio actual fue inaugurado en el
año 1900 y reformado en el año 2009 para convertirse en un espacio expositivo
moderno acorde al siglo XXI.
Lo primero que nos encontramos al llegar
al museo por la rue George Clemenceau es la impresionante fachada del palacio,
configurada en dos pisos con escalera de acceso donde destaca el superior lleno
de esculturas relativas a las artes. Se trata del clásico edificio palaciego
del siglo XIX configurado internamente alrededor de un patio central con dos
plantas y una impresionante escalera interior monumental.
Este es uno de los tres edificios de los
que consta este museo. La última reforma del estudio Stanton Williams concibió
el edificio anexo del cubo como un lugar moderno donde acoger la colección de
arte contemporáneo. Una pasarela colgante conecta este edificio con el palacio.
Consta de cuatro plantas y su parte arquitectónica más interesante es el magnífico
muro cortina translúcido de mármol y vidrio laminado situado en las escaleras.
Por último, en la place de l’Oratoire, existe una antigua capilla del siglo
XVII que ahora sirve para mostrar exposiciones temporales.
Vamos a empezar nuestro recorrido por la
planta baja, donde admiraremos inicialmente a los primitivos pintores
italianos con sus característicos fondos dorados. Aquí destacan las obras
de Pietro di Cristoforo Vanucci, llamado El Perugino, excepcional pintor cuatrocentista
italiano que estuvo oculto por el gran genio de su alumno Rafael. A destacar su
San Sebastián y un monje franciscano como unión de lo antiguo (fondo
dorado que remite al arte bizantino) y lo moderno (composición de figuras ya
renacentistas: rostros individualizados). El santo es representado a la manera
medieval, con la ropa de un elegante señor, siendo la flecha que sostiene en su
mano la única pista sobre su martirio. Su rostro marca el ideal de belleza
toscano que luego asumiría el gran Rafael.
Otras obras a destacar en esta sala son La
Céne de Mariotto di Nardo, La Virgen entre cuatro santos de Bernardo Daddi y
San Nicolas de Bari de Cosmé Tura.
En la siguiente sala se muestran diversas obras
de los siglos XVI-XVII de todo género: bodegones, retratos paisajes,
escenas bíblicas… Os dejo algunas pinturas de los que más me gustaron: la
impresionante Diana Cazadora de Orazio Gentileschi, con todos sus
atributos habituales (cuerno de caza, arco y aljaba, galgo, luna creciente
sobre su cabeza) y una pose manierista evidente en esa torsión imposible; la
colorida Guacamoya roja en su percha, de Salini Tommaso; el extraño bodegón de
Jan Vermeulen Vanidad con libros e instrumentos musicales; y el
instructivo cuadro de Jacob Jordaens Los jóvenes gritan mientras los viejos
cantan, que reproduce la máxima de cómo cantan los viejos, así toca la pipa
joven, o el mal ejemplo es contagioso.
También voy a destacar los íntimos
retratos de Jacob-Ferdinand Voet, un pintor barroco flamenco especializado en este
género. Este pintor fue expulsado de Roma, acusado de inmoralidad, por el papa
Inocencio XI en 1678, debido a que retrató a varias damas muy escotadas.
Asentado en París, sus retratos de medio cuerpo y con fondo neutro concentran
toda la atención en el personaje retratado. Como curiosidad indicar que este
autor utiliza la técnica de retratar los ojos ligeramente desviados para dar la
sensación de que el retratado nos mira en todo momento. Y, sí, el hombre es el
mismo, pero en dos momentos de su vida diferentes.
En la llamada sala Caravaggio vamos
a descubrir diferentes autores que juegan con el claroscuro, siendo uno de mis
preferidos Georges de La Tour, del cual se expone el excepcional La
Aparición del Ángel a San José, también conocida como El Sueño de San
José. El autor representa el momento donde el santo se ha quedado dormido
leyendo junto a una vela y un ser celestial le visita. No sabemos qué mensaje
portaba la figura infantil que le tiende la mano (la virginidad de María), un
saber oculto al igual que la vela que ilumina la estancia, sólo intuida. Una
auténtica genialidad a la hora de abordar este momento y que suponía una vuelta
de tuerca respecto a otras obras similares (San José carpintero, Louvre).
Otra obra de este autor que me maravilla
es Tocador de zanfonía, una versión del cuadro similar que conservamos
en el Museo del Prado y un personaje que aparece en otro cuadro del autor, Riña
de músicos. A destacar el brutal y sincero realismo con el que representa a
este personaje, que bien pudiera ser ciego o sufrir blefarospasmo. La Zanfonía,
por cierto, era un curioso instrumento musical de cuerda, teclas y manivela
típico de época medieval.
Por completar la sala yo no dejaría pasar La
adoración de los pastores, de Matthias Stomer, donde la luz enfoca al niño
(de este autor tenemos también un San Jerónimo tremendamente crudo), y, sobre
todo, la Judith de Virginia Vezzi. El episodio bíblico es aquí tratado
de una manera excepcional. En vez de mostrar la típica pose con la cabeza de
Holofernes cortada enseñándola triunfante, la protagonista aparece aquí
mostrando una sugerente sonrisa, muestra del trabajo realizado. La cabeza está casi
oculta bajo el lienzo, y por ello Judith aparta la mirada, evitando ver el
horror que hizo. Sin duda, mostrar ese momento posterior al asesinato, con la
leve sonrisa victoriosa es la mejor representación del gusto insano que provoca
la venganza en los seres humanos.
En las siguientes salas voy a destacar a
los autores que realizaron obras en gran formato durante el siglo XVII.
Tenemos primero a Judas Macabeo orando por los difuntos de Rubens. El
líder de la revuelta macabeo contra el gobierno seléucida aparece representado mirando
al cielo. Está orando por sus compañeros caídos tras la batalla. Según cuenta
el Libro de los Macabeos, al ir a recoger los muertos, se encontraron que bajo
la túnica de muchos de ellos había objetos consagrados a los ídolos de Yamnia,
prohibidos por la Ley judía. Judas Macabeo tuvo la idea de realizar una colecta
para realizar un sacrificio por el pecado cometido y que sus compañeros
pudieran ser perdonados y resucitar. La asociación de los Macabeos con el
Purgatorio tuvo especial importancia durante las luchas de religión en Europa,
pues los protestantes negaban la existencia de un purgatorio y rechazaron estas
obras sagradas.
La Apoteosis de San Eustaquio y su
familia, de Simón Vouet, nos muestra la historia
del general romano Placidio, convertido al cristianismo después de ver aparecer
un crucifijo entre los cuernos de un ciervo que estaba persiguiendo. El animal
le habló, invitándolo a seguir la religión de Cristo. Eso mismo hizo, junto a
toda su familia, tomando el nombre de Eustaquio. Tras sufrir varias
penalidades, él y su familia son condenados a morir quemados vivos por negarse
a sacrificar ídolos. El autor muestra el momento en el que la familia de
Eustaquio es llevada al cielo milagrosamente cantando himnos de acción de gracias.
Y lo hace mediante una composición dinámica de personajes monumentales, al
estilo italiano, y una gama de colores cálida y luminosa.
La comida en casa de Simón,
de Philippe de Champaigne, aúna las dos especialidades de este pintor protegido
del cardenal Richelieu, los temas religiosos y los retratos. Para realizar esta
obra, encargada por Ana de Austria para la abadía parisina de Val-de-Grâce, que
ella había fundado, Champaigne se inspiró en lienzos de Poussin que representan
la misma escena. A destacar la rigurosa simetría entre Cristo y Simón, el
fariseo. La herencia romana es evidente, tanto en la pose de los comensales,
como en los retratos, copiados directamente de antiguos bajorrelieves. Toda
esta erudición se ve parcialmente compensada por la aparición de los animales
domésticos o la actitud cariñosa de maría Magdalena. En esta escena Jesús
explica a Simón que quien ha pecado más gravemente merece más perdón si se
arrepiente sinceramente, porque su fe lo será aún más intensa. Una enseñanza
poderosa del cristianismo que el autor supo mostrar con un cuadro lleno de
espiritualidad.
Por último, vamos a detenernos en las teatralidades
galantes, danzantes y musciales del siglo XVIII, donde destacan autores
como Watteau, Coypel, Greuze, Lancret. De este último se ha dicho que fue un
simple imitador de Watteau, aunque en su defensa debemos indicar que su
colorido fue algo más vivo. En sus cuadros veremos la frívola corte francesa
bajo la regencia de Felipe II, duque de Orleans: vestidos elegantes, paisajes
delicados y una atmósfera de plácida alegría. Un buen ejemplo es La Camargo
bailando, donde muestra la danza de una muchacha llamada Marie Anne de
Cupis de Camargo. Famosa en aquellas fiestas galantes al aire libre, se le
atribuye haber sido la primera mujer en ejecutar el distintivo paso entrechat
quatre, para el que abandonó los zapatos con tacón y se calzó unas
zapatillas chatas, o haber recortado el vestido hasta la pantorrilla. Una
adelantada a su tiempo.
De Watteau, creador del género de las
celebraciones galantes, voy a destacar la obra titulada Emperador arlequín
en la luna. Se trata de una de las primeras obras del artista, donde
rompiendo con la pintura histórica de la época de inspiración mitológica y las
escenas de género flamencas, creo este particular estilo donde actores o
personajes de teatro paseaban por grandes parques sombreados mientras
participaban en diversos juegos amorosos. Aquí vemos una escena extraída de una
comedia de Nolant de Fatouville, emperador Arlequín en la luna. Cuenta una vez
más una de las innumerables mistificaciones de Arlequín: para poder casarse con
Columbine, Arlequín se disfraza alternativamente de granjero, boticario,
embajador del emperador de la luna y, finalmente, de emperador mismo. Entre los
aspectos inconfundibles de Watteau que ya vemos intuidos en este cuadro
destacan la figura del entrepiso, a la izquierda (personaje recurrente en el
artista), el follaje evocando un parque, la atmósfera onírica y brumosa, y los
efectos brillantes de la luz en la ropa de los personajes.
Charles Coypel tiene una obra importante a
destacar, Roland descubriendo la perfidia de Angélique. Coypel nos
muestra esa atmósfera de galantería típica de Watteau: pastores de ópera, gruta
de roca adornada con guirnaldas de flores, estatua de Venus con una concha de
sensualidad carnal, puttis giratorios... Del poema original caballeresco de
Ariosto (1532) Coypel desarrolla un momento clave en esta tragedia amorosa. Son
pastores que le cuentan la historia a Roland, sin sospechar que su historia lo
llevará a la desesperación. El conjunto de personajes, como una especie de
coro, permite a Coypel ampliar la temporalidad del cuadro y repasar toda la
relación de Angélique y Médor: los juegos de amor con las poses lánguidas,
luego su juramento grabado en el baúl del árbol para culminar en sus nupcias
evocadas al fondo por un elegante ballet.
De Greuze voy a destacar su magnífico El Guitarrista, con una moderna pose de Rock Star pero una esencia totalmente rococó. Aquí salimos de las composiciones galantes y de alta cuna para admirar un personaje contemporáneo del autor con toda su honestidad. El guitarrista aparece concentrado, mientras afina su instrumento (ver mano que ajusta las clavijas). De ahí su pose, acercando el oído al instrumento para escuchar el tono de las cuerdas. La premura del instante se entrevé al observar que apenas se ha llegado a quitar el abrigo de un solo brazo. Como curiosidad indicar que no se trata de una guitarra (el mástil es muy corto) y debía tratarse de otro instrumento más complicado de afinar, lo que explicaría su cara de disgusto.
Pasamos ahora a una sala donde
encontraremos la copia de importantes esculturas, como el Moisés de Miguel
Ángel, o la escultura de la famosa Medusa mitológica, las cuales forman
magníficos encuadres con las obras de paisajes clásicos.
Pasemos ahora a la primera planta, donde vamos a adentrarnos en el siglo XIX. Os aconsejo subir por la magnífica escalera, la cual os dejará pasmados.
Comenzaremos la visita por la sala donde
se expone Retrato de Madame de Senonnes, una obra maestra de
Ingres, acompañada por otros preciosos retratos. La representada por Ingres es
Marie Marcoz, y que el vizconde Senonnes fue su segundo marido, pues estaba
divorciada cuando conoció al vizconde que encargó este retrato. La mujer
aparece sentada en un sofá junto a cojines amarillos cuyo color contrata con el
vestido de lujoso terciopelo rojo y mangas adornadas con velo de encaje. El
rostro fue tomado de La Fornarina de Rafael, siendo un óvalo perfecto. El brazo
derecho nos ofrece la sensación de que el cuerpo está ligeramente inclinado
hacia adelante. Todo detalle está estudiado y representado con el fino dibujo
de Ingres, el cual sabe reproducir la escena como si de un fotógrafo se
tratara. Es ostensible la representación de la riqueza que muestra la dama, con
numerosas piedras preciosas en anillos, cruces, cadenas y pendientes. El espejo
define un vacío que parece agarrar a la modelo por detrás del cuello. Tratado
como un sólido oscuro, el espejo negro crea una decoración neutra que no remite
a ningún interior, una rareza fascinante. La obra de Ingres está muy bien acompañada por otros retratos femeninos de sensual belleza.
En la siguiente gran sala vamos a
encontrar obras en gran formato donde se entremezclan los estilos
prerrafaelistas, con los religiosos y románticos del siglo XIX. A destacar las
dos obras de Dubufé, Adán y Eva y El paraíso perdido; o Cristo
saliendo de la Sala del tribunal, de Gustave Doré, entre los muchos
existentes.
Pasemos a la colección orientalista,
un lugar donde la escultura y la pintura se entremezcla con un gusto exquisito.
En esta sección podremos admirar cuadros
de Delacroix, Gérôme y Lecomte du Nouy. Del primero destacar El Kaid, líder
marroquí. Este cuadro está inspirado en una escena que el pintor presenció
el 9 de abril de 1832, entre Meknes y Tánger, durante su viaje a Marruecos acompañando
al conde de Mornay en una misión diplomática. En su diario podemos leer: “La
leche ofrecida por las mujeres. Un palo con un pañuelo blanco. Primero la leche
a los abanderados que se han mojado las yemas de los dedos. Luego al Kaïd y a
los soldados…”. Toda la composición da protagonismo a la alta figura del
Kaïd que domina la escena, con su tropa debajo. Los violentos contrastes entre
el blanco del albornoz y las banderas de colores se encuentran sutilmente en
los arneses del caballo o en el cinturón del Kaïd. La brillante luz de
Marruecos también reforzó la convicción de Delacroix sobre el uso de un sistema
de colores complementarios. Esta escena, que simboliza toda la autoridad del
chef, refleja también el entusiasmo del artista por descubrir la Antigüedad
viva en Marruecos.
De Jean-León Gérôme destacar Cabeza de
mujer con cuernos de carnero. Este tondo sorprende por los rasgos faciales
ambiguos, el extraño traje cubierto de piel con mangas sedosas y rasgadas y los
hermosos cuernos de carnero curvos que emergen de su ondulado cabello rojo. ¿Se
trata de la imagen de una joven vestida para un baile de disfraces o de un
personaje mitológico? Ni la literatura ni la iconografía grecorromana alude a
una mujer con cuernos de carnero, y, sin embargo, hay que pensar que se trata
de una figura de fantasía. El encanto misterioso de esta obra reside en el tacto
fino y la atención al detalle con el que el autor confirió al personaje una
presencia inquietante.
Lecomte du Nouy fue otro destacado
orientalista francés que posee la bella obra La esclava blanca. Un claro
ejemplo de escena costumbrista con un colorido suave, donde la protagonista
fuma tranquilamente en los baños. Esta obra fue una denuncia del esclavismo,
algo muy ligado a Nantes.
Por último, voy a destacar la obra
titulada Niño gitano serbio, del orientalista especializado en retratos Charles
Zacharie Landelle. Su mirada cautivadora y el detalle de sus ropas hace que
esta imagen nos genere una sensación tan sensual como misteriosa.
La sala de los realistas es
una visita obligada, pues en ella se encuentran obras magníficas del arte
moderno. Una de las más importantes, Las cribas de trigo, de Courbet. Este
autor es conocido por mostrar de manera realista escenas rurales. En esta obra,
tanto escena de género como retrato en grupo, Coubert utilizó a sus familiares
para realizar una composición que, probablemente, nunca se llegó a producir. Desde
atrás, en el centro, su hermana Zoé tamiza el trigo, mientras que su otra
hermana Juliette, sentada, clasifica el grano; a la derecha un joven,
probablemente Désiré Binet, el hijo de Courbet que entonces tenía seis años,
observa el interior de una tara. Los detalles son numerosos: los sacos de
harina, los cuencos, la sábana, el gato envuelto son pistas de una vida
campesina sutilmente percibida. El crítico Michael Fried planteó una hipótesis
que parecía atractiva: el cuadro representaría una metáfora de la pintura misma;
el artista se proyectaría en el tamiz, los granos de trigo encarnarían el
pigmento, mientras que la hoja simbolizaría el lienzo. El contexto, sin
embargo, remite a la intención de Courbet: rehabilitar la vida rural abrogando
las materias de historia antigua y académica. En este sentido, la escena
central da la impresión de ser una ofrenda a alguna deidad. El brazo vigoroso y
extendido de Zoé recuerda el de la Sibila libia de Miguel Ángel en la Capilla
Sixtina.
Otro cuadro realista que me maravilló fue La
pequeña espigadora, de Hugo-Frédérick Salmson, de la cual estaban
realizando una copia.
En la siguiente gran sala vamos a
encontrarnos con obras interesantes, tanto de gran formato, como algunas más
pequeñas pero muy curiosas. Nada más entrar, a la derecha, nos topamos con Charlotte
Corday, de Paul Baudry, quien nos ofrece otra interesante perspectiva de la
muerte de Marat. Y en gran formato tenemos El diluvio, de Léon François
Comerre, una obra que causa una desazón al comprobar que hombres y animales
perecen ahogados entre las aguas sin posibilidad de salvación. Un campo lleno
de cadáveres tras la batalla y un quiosco que me recordó mi infancia son el resto
de obras que destacaría.
Entramos ahora en una pequeña sala donde
se exponen obras de una alegría desbordante, como Las ninfas en danza, del
oriundo de Nantes Paul Émile Chabas; de un aire medieval prerafaelista, como Alma
del bosque, de Maxence. De este autor me voy a detener en una interesante
composición: La familia Roy. Este autor, conocido por sus obras
simbolistas, realizó este retrato familiar de gran talento. El marcado formato
vertical nos remite a los grabados japoneses y sirve para agrupar a la familia
en un espacio reducido, así como para otorgar a la escena mayor amplitud y
profundidad. Si nos fijamos en los colores el autor los aplicó de una manera
muy personal: el tacto difiere entre las prendas de contornos precisos y el
paisaje, con un tacto más frío y claro. La luz se desliza desde el fondo hasta
las manos de la joven Donatienne, presentada de perfil y sosteniendo una flor
en la mano, marcando así también la singularidad de esta adolescente.
A continuación, nos adentraremos en la sala
de paisajes, la cual evoca la escuela de Barbizon. Esta escuela la formaron
un conjunto de pintores paisajistas franceses que frecuentaban el bosque de
Fontainebleau y se llegaron a asentar en la localidad que daría nombre al
grupo. Su estilo se encuadra en el realismo pictórico, el cual surgió como
contrapunto al Romanticismo, si bien sus obras se caracterizan por su
especialización casi en exclusiva en el paisaje y su estudio directo del
natural. Alejados de la estampa pintoresca de la vida campestre, su objetivo es
captar la belleza de la Naturaleza en sí misma, realizando los bocetos al
natural y terminando sus obras en el taller. Este estudio directo del natural
se suele valorar como una influencia directa del posterior impresionismo. Como
fundador de este movimiento se suele nombrar a Théodore Rousseau, aunque
también fueron pintores destacados Jean-Baptiste Camille Corot, Charles-François
Daubigny. Todos ellos están representados en esta sala: Prados atravesados
por un río (Rousseau), Demócrito y los abderitanos; paisaje
(Corot), Vista tomada a orillas del Sena (Daubigny). Y entre las obras
destaca la escultura del avestruz de Cattelan.
En el centro de esta ala del edificio encontraremos
una interesante sala dedicada a los vínculos entre Monet, con Los nenúfares
de Giverny y Góndola de Venecia, con la escultura de Rodin Les
Trois Ombres, y la obra puntillista de Paul Signac El faro de Antibes.
Un movimiento, este último, donde Signac y Seurat fueron las cabezas más
visibles y que consistió en aplicar a la realización de las pinturas los
resultados de un previo estudio científico de los efectos del color y la luz
mediante la división sistemática de los tonos a base de pequeñas pinceladas
yuxtapuestas a modo de manchas. El efecto conseguido es admirable. Sin duda, un
espacio maravilloso donde adentrarnos en las tendencias impresionistas y todo
lo que derivó posteriormente.
En esta misma planta nos adentraremos en
el arte contemporáneo. Sin duda, y esta es una impresión subjetiva, esta
es la parte que menos me gustó. Ahora bien, ello no se debió a la calidad de
las obras, sino a que personalmente no me atrae tanto este tipo de arte. Aun
así, realizaré un pequeño repaso de las obras más importantes y con una ligera
explicación para entender su significado.
En la primera sala encontraremos representadas
las corrientes del surrealismo y primitivismo, por medio de obras donde
voy a destacar el cuadro de Pierre Roy, Adrienne pescadora. Fue una obra
realizada justo después de la muerte de su compañera Adrienne Ridoux, cuya
silueta aparece al fondo con una caña de pescar. El papel doblado como un
acordeón, los hilos estirados o enrollados formando una bola cuestionan las
nociones de línea, plano, espacio y volumen.
Respecto a las obras que hunden sus raíces
en la corriente primitivista destacaré a Dubuffet con Sitio con dos
personajes (F 106) o la simplicidad de Lam con Mujer joven sobre fondo
verde claro o Maternidad IV.
La continuación del recorrido presenta la evolución
de la abstracción: primero, sus raíces en la primera mitad del siglo XX
(Kandinsky, Torres-García, Herbin, Vantongerloo), luego el vuelo de las abstracciones
líricas y gestuales en la segunda mitad del siglo (Vieira da Silva, Bryen,
Soulages, Hartung, Reigl), y finalmente el orden y los juegos visuales del arte
geométrico de Gorin, S. Delaunay, Vasarely, Soto y Morellet.
Este museo posee numerosas obras de
Kandinsky en la sala 20 que seguro os maravillarán por su particular manera de
plasmar este movimiento original de la abstracción a la que dio origen. Este
pionero que rompió con la representación pictórica del mundo natural creó una
nueva temática donde el único objetivo era la necesidad interna del artista a
la hora de componer, las cuales expresó experimentando con las posibilidades
expresivas del color y la composición. ¿Qué os hacen sentir sus composiciones?
De esta parte voy a destacar como parada
imprescindible Trama Schwarzer [Marco negro] de Kandinsky, donde el
autor entrelaza elementos figurativos y abstractos, los cuales articula
alrededor de un marco dispuesto en el centro de la composición. Las tres
figuras geométricas fundamentales (círculo, triángulo, cuadrado) están asociadas
a un código cromático que constituye un nuevo espacio donde cada línea es
tensión y donde cada color afirma su dinamismo. La impresión de movimiento y
abundancia de elementos coloreados contrasta con la cuadrícula blanca y negra,
plana y opaca, que anuncia los rumbos futuros de su pintura.
En cuanto al arte geométrico destacar Ritmo
sincopado, conocido como La Serpiente Negra de Sonia Delaunay, pues se
trata de una verdadera síntesis de todo su arte. Realizada por la artista
ucraniana cuando tenía 82 años, se divide en tres partes animadas por motivos
muy diferentes que remiten a obras anteriores. Los colores, colocados planos o
por el contrario en toques visibles, unifican el conjunto. Sus contrastes
producen un ritmo que recuerda al artista las síncopas del jazz. La banda negra
ondulante de la izquierda le da a la pintura su apodo de Serpiente Negra.
Y destacable es también Construcción
plástica n°97 Relaciones de volumen en el espacio, de Jean Gorin, por
ejemplificar la corriente llamada Neoplasticismo, un movimiento que Gorin
asumió influenciado por la obra de Piet Mondrian. El artista utiliza aquí en
tres dimensiones los elementos de sus pinturas de la misma época: líneas
rectas, colores primarios más negro, blanco y gris, pintura plana. La idea que
defendía este autor era la síntesis de pintura y arquitectura en “un arte
monumental colectivo y social”.
Del resto de obras que se exponen en esta
parte voy a mostraros las que más me llamaron la atención por su ilusión visual
(deformación profesional): la obra cinética, Sin Título, de Jesús Rafael
Soto; Transformación, de Vera Nolmar; Cuadrados con gradiente del 20
% girados en el centro 5 veces de Morellet; y Móvil negro sobre negro,
de Julio Le Parc.
Por último, también destacaré aquí la obra
de Jean Dewasne, uno de los maestros de la llamada abstracción constructiva.
Sus obras, llenas de formas y colores, seguro que no os dejarán indiferentes.
Antes de adentrarnos en el arte más actual
vamos a recorrer el pasillo central que bordea el patio interior del edificio.
Se exponen aquí numerosas obras interesantes que nos ayudarán a descubrir la revolución
del arte figurativo de finales del siglo XIX y de principios del XX. Estas
son las obras más interesantes según mi criterio personal subjetivo.
El rollo transatlántico
de Laboureur representa una experiencia vital del artista, pues imaginó esta
composición a su regreso de los Estados Unidos. Adoptando el punto de vista de
un pasajero, nos muestra un mar embravecido y una cubierta inclinada con cuatro
figuras intentando mantener el equilibrio. La línea del horizonte es la única
paralela, conformando el cuadro un sinfín de líneas oblicuas que simulan el
efecto pendular típico de esas situaciones. La novedad de esta obra está tanto
en el particular encuadre de la escena como en la simplificación con la que
plasma las formas y el color, con áreas geométricas y coloreadas planas.
Kizette en rosa,
de Tamara de Lempicka, es uno de los retratos que realizó esta artista a su
hija. Kizette está aquí vestida con un traje de verano, falda plisada y cuello
impecablemente arreglado, como una niña modelo. Pero su mirada desafiante
revela una sensualidad con olor a escándalo, característica de los retratos del
artista. La obra manifiesta de la herencia poscubista: el cuerpo de Kizette es
un conjunto de volúmenes simples; el puerto detrás combina cubos y planos. El
aspecto monumental de la figura se ve reforzado por el estrecho encuadre tomado
de los carteles publicitarios y de las técnicas cinematográficas.
Picasso fue uno de los grandes artistas
del siglo XX y este museo posee algunas obras de su etapa final, como por
ejemplo Pareja. Aquí tenemos la plasmación de una escena íntima donde
Picasso utiliza una manera muy rápida de expresar lo que quiere transmitir,
dando importancia al dibujo. Aquí las líneas de color se entrecruzan con las
acuarelas fusionando en una las dos figuras, lo que se ha interpretado como la
ternura que deseaba expresar respecto a su pareja Jacqueline. Todas sus obras
de este periodo muestran ese toque de sensualidad, erotismo y deformación de
los cuerpos haciéndolo solo uno.
Renoir, con Las Anémonas, nos
muestra la belleza de las naturalezas muertas realizadas con el impresionismo.
Puede que no sea una de las obras más interesantes del genio francés, pero desprende
alegría con la paleta de colores brillantes y cálidos.
Otras obras que me gustaron, por
diferentes motivos, fueron El café de comercio de Laboureur, con sus
influencias cubistas; La gran playa de Biarritz, de Marval, por su excepcional
uso del blanco; y El Castillo de Clisson, de Metzinguer (el puntillismo me
encanta).
En el ala que da a la calle Jules Élie
Delaunay se exponen algunos retratos de este pintor francés, quien logró un
gran reconocimiento en vida por sus obras en gran formato y que consiguió
grandes beneficios gracias a sus postreros retratos al final de su vida. El
aire sensual y la psicología del personaje que trasciende de sus
representaciones os cautivarán profundamente.
También destacaré El sueño, de
Alphonse Lecadre, por recordarme la postura en la que acababa mi hijo pequeño y
yo tras una noche sin dormir llena de lloros. Así como dos obras coloridas muy
ligadas a la ciudad, La pescadería de Nantes, de Jacques Philippe y el
Carnaval de Nantes, de Michel Noury.
Para acceder a las colecciones más
modernas del siglo XXI debemos volver a la sala 21 y dirigirnos, por la
pasarela, hasta el nuevo edificio llamado el Cubo. En sus tres plantas
vamos a poder admirar obras tan curiosas como el original POF Nº87 Coche con
doble cara de Fabrice Hyber, el alfabeto de la guerrilla de Jacques
Villeglé, o All the directions, del artista rumano de 1977 Mircea
Cantor. Una fotografía realizada en Nantes en el año 2000 donde el artista
sujeta un cartel completamente en blanco, que evoca un destino fantasma. La
imagen, que no carece de rebeldía, también está teñida de una cierta melancolía,
de una forma de desencanto. Esta dualidad se encuentra en la base de muchas
obras del artista, que se declara “artista del mundo” cuestionando a la vez las
nociones de identidad, ética, política, realidad contemporánea y sus
contradicciones.
En otras plantas descubriréis obras
curiosas y sorprendentes como las siguientes, de cuyos nombres no me acuerdo.
Y un video montaje muy curioso sobre como
una gafa se va inundando de agua de la artista Cecile Benoiton.
Por último, en la antigua Capilla,
podréis admirar las diferentes exposiciones temporales que suelen realizar.
Cuando yo visité el museo se exponía la obra, de Bruce Nauman, titulada tocando
el violín mientras paseo por el estudio. El título lo explica todo.
Hasta aquí una visita super interesante
que seguro colmará las expectativas de todos aquellos apasionados al arte.
Aunque he realizado una visita bastante pormenorizada, aún os sorprenderán
muchas otras obras que me dejé en el tintero por no realizar un recorrido
demasiado extenso. Siguiendo este esquema la visita os llevara en torno a 1,5 –
2 horas, tiempo suficiente para empaparse de la calidad de estas obras sin
acabar abrumado.
Espero que os sirva de guía para cuando
visitéis este maravilloso museo.
Hasta la próxima
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