Hoy toca reflexionar un poco sobre religión. Es cierto
que este campo se escapa un poco de la ciencia histórica a la que os tengo
acostumbrados, pero creo que es conveniente recapacitar un poco sobre una
pregunta que tiene múltiples respuestas ¿Son todas las religiones iguales?
Evidentemente, cada religión es diferente. Cada
una ha sido confeccionada en base a una realidad histórica diferente y tiene
una interrelación cultural profunda e indisociable con la sociedad y la época
en la que fue creada. Como indicó en una ocasión Tom Flynn, las religiones,
como creaciones humanas, son todas diferentes porque son manifestaciones de
culturas distintas.
Unas religiones han tenido notable éxito y han
perdurado en el tiempo de manera importante. Es el caso, por ejemplo, de las
grandes religiones monoteístas; creadas en la historia antigua y medieval, aún
mantienen prácticamente intacto su mensaje inicial.
Un aspecto importante para la perduración
de las religiones en el tiempo es su asociación con el poder terrenal.
No es casualidad que la mayor expansión del cristianismo ocurriera cuando
Constantino elevó esta religión a credo estatal. Y no es necesario indicar la
especial idiosincrasia del judaísmo o de islám en la sociedad y política de sus
fieles.
Y si nos fijamos en otras religiones antiguas podremos
ver que existía una profunda simbiosis entre el poder de los reyes o
gobernantes y el de los sacerdotes encargados de cuidar el culto religioso. Es
más, tenemos casos donde el poder de los religiosos es de tal magnitud que el
poder político tiene problemas para desembarazarse de él. Un caso paradigmático
es el del faraón Akhenatón, que llegó a cambiar la deidad principal de Egipto
con el objetivo de oponerse al poder acumulado por los sacerdotes del dios
Amon.
Pero dejando a un lado las similitudes en cuanto a la
relación terrenal de las distintas religiones, a mí me parece más importante
destacar las similitudes existentes en su mensaje.
En todas las religiones existe una similitud bastante
evidente: en todas se pretende lograr el favor de la deidad mediante
sacrificios personales. En las religiones antiguas tenemos los ejemplos de
los sacrificios rituales de animales entre los romanos o de los sacrificios
humanos en las culturas precolombinas. Pero también podemos considerar
sacrificios el seguir los preceptos ordenados por las diferentes religiones,
como no comer pescado los viernes de cuaresma en el cristianismo o realizar
cinco oraciones diarias en el islam. En el judaísmo, aún en la actualidad se
mantiene en ciertos sectores el rito de los Kaparot, consistente en sacrificar
un pollo en señal de expiación la víspera del Yom Kipur. Y en el budismo o el
hinduismo existe el sacrificio Joma, un ritual en el que la acción principal es
la realización de ofrendas en un fuego consagrado.
Otro de los aspectos más importantes en los que
coinciden todas ellas es la intención de dar sentido a nuestra existencia.
Explicar la razón por la que hemos sido creados, el objetivo de nuestra vida, y
la existencia de un más allá, sea en la forma que sea, resulta común a todas
las religiones existentes en el mundo. Cada una tiene su especial idiosincrasia
y unas son más benévolas que otras, pero la existencia de una vida trascendente
más allá de la terrenal es algo que las conecta y les da sentido. Ofrecen un
consuelo espiritual a los creyentes, en muchos casos fundamental e
insustituible.
El Dalai Lama, indicó en una ocasión que “todas
las religiones tienen el mismo mensaje de amor, compasión y de perdón”.
Es cierto. En todas podemos encontrar aspectos positivos y que son similares.
Para demostrarlo voy a mostraros unos breves ejemplos obtenidos de los
principales cultos existentes en el planeta.
Cristianismo: Todo lo que quisierais que los hombres
hagan con vosotros, hacedlo también por ellos porque ésta es la ley de los
profetas (Mateo, 7:12).
Islam: Ninguno de vosotros es un creyente, hasta que
desea para su hermano aquello que también quiere para sí mismo (Sunnah. Al Bujári
13, Muslim 45).
Judaísmo: Lo que es despreciable para ti, no lo
practiques con tus iguales. Esta es la ley; todo el resto es comentario
(Talmud, Shabbat, 31ª).
Budismo: No hieras a los otros pues no te agrada que
te hieran (Udana-Varga, 5-18).
Confucianismo: Esta es la máxima de la bondad. No
hagáis con los otros lo que no queréis que ellos hagan con vosotros (Analectas,
15, 23).
Taoísmo: Mira la ganancia de tu vecino como la tuya
propia y su pérdida como tu pérdida (T`ai Shang Kan Ying P`ien).
Brahmanismo: Este es el compendio del deber: no hagáis
nada a los otros que os causaría dolor si os lo hicieran a vosotros
(Mahabharata, 5, 1517).
Zoroastrismo: Tu naturaleza es buena sólo cuando evita
hacer a los otros todo lo que no es bueno para ti mismo (Dadistan-i-dinik, 94,
5).
De la misma manera que he podido recopilar las
anteriores sentencias sobre el bien al prójimo, podemos encontrar también
similitudes parecidas en cuanto a defender y difundir la fe entre el resto de
personas. Cada cual puede destacar el aspecto que desee de las religiones,
razón por la cual siempre existirá la excusa de utilizar la religión para
cometer actos de violencia (la yihad islámica es un buen ejemplo), sin que esa
lectura sea ni la correcta ni la única a considerar.
Por tanto, cada religión es diferente en muchos aspectos,
pero en lo básico todas pretenden lo mismo: consolarnos en cuanto a nuestra
existencia y difundir un mensaje de paz y amor en el que la convivencia entre
nosotros sea mejor.
Si alguien obtiene otro tipo de mensajes leyendo los libros sagrados de cada religión, la culpa no la tiene la religión en sí misma, sino la escasa comprensión lectora o el interés por excusarse en la religión para satisfacer deseos mundanos más aborrecibles.
Hasta la próxima
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