domingo, 17 de diciembre de 2023

Óptica de guardia (anécdotas divertidas en la óptica)

 

A principios de los años 90 del siglo pasado se popularizó una serie de televisión donde se mostraba, de una manera cómica, las anécdotas que ocurrían en una farmacia de barrio. Dirigida por Antonio Mercero, las andanzas de Lourdes Cano (Concha Cuetos) y su familia tuvieron enganchados a todos los españoles entre 1991 y 1995. No en vano ostenta el título de ser la serie más vista de la historia de España en cuota de pantalla, con una media del 48,5%.

 

Siempre he pensado que el mundo de la óptica daba para una serie similar (ahí dejo la idea) y este post tratará sobre anécdotas que me ocurrieron en el transcurso de mi trabajo diario en una óptica o que le ocurrieron a alguno de mis compañeros (es decir, todo lo que vas a leer es real).

 

¿Estáis preparados para pasar unas risas?

  

Preguntas turbadoras, pacientes inquietantes

 

Vamos con una tanda que parecen chistes malos pero que, lamentablemente, solemos escuchar día tras día.

 

Un señor entra en la óptica y realiza la siguiente pregunta:

 

-         Buenos días. ¿Hacen aquí gafas de ver?

 

-         No, las hacemos de no ver para tener a todos los clientes insatisfechos.

 

Existen clientes que entran de graciosillos, cuando su chascarrillo es más viejo que el hilo negro y más común que un Pérez en España:

 

-         Buenas tardes, ¿me pueden graduar? Veo menos que un gato de escayola.

 

-         De ser eso cierto estaría ciego. ¡CIEGO! Y no es el caso, ¿verdad?

 

Otro habitual, cuyo origen lo tenemos en un anuncio de televisión:

 

-         Necesito unas gafas porque no veo ni a tres en un burro.

 

-         Poco burros veo yo en la ciudad para tanto detalle.

 

Un clásico tendente a desaparecer, gracias a los dioses:

 

-         ¿Cuesta algo la graduación?

 

-         ¿Entras igual a todos los comercios pidiendo algún servicio técnico? ¿Acaso existe algo gratuito en esta vida?

 

El problema de los plurales mal utilizados:

 

-         ¿Cuánto cuestan un par de gafas?

 

-         Por lo general, el doble que una sola, caballero.

 

El que parece que quiere nuestra ruina:

 

-         Con esto de las operaciones de los ojos vais a tener que terminar cerrando, ¿verdad?

 

-         No se preocupe, estamos tranquilos. La intervención es, en realidad, una operación estética. ¿Usted ve que se acabaran los feos en el mundo? Pues eso.

 

El paciente con expectativas muy altas:

 

-         Buenos días. Yo quería una gafa para ver bien a todas las distancias. Trabajo con varias pantallas de ordenador y las quiero ver todas nítidas. También juego al pádel y necesito unas gafas resistentes, pero nada muy deportivo, que luego tengo que trabajar con ellas y voy de traje. ¿Qué puede ofrecerme?

 

-         ¿El traje que lleva a la oficina le sirve para jugar al pádel también? Pues eso, relaja la raja, amiga (vaya expresiones que he escuchado en mi día a día).

 

El paciente que no entiende las ofertas:

 

-         Hola, aquí pone que dos pares de gafas cuestan 99€. ¿Me dejaría una por 49,5€?

 

-         Eso no puede ser. Una gafa cuesta 79€ y la oferta consiste en llevarse un descuento extra si adquiere un segundo par de gafas. Por 20€ más se llevaría una segunda.

 

-         Si me dices que me vendes dos por 99€ no entiendo la razón de no venderme una a mí a 49,5€ y luego le vendes otra suelta a otra persona por el mismo precio y listo.

 

-         ¿De verdad que en el Carrefour se pone igual con las ofertas del 3x2?

 

Y que me decís de las personas incongruentes:

 

-         Hola. Quería una gafa muy barata. Sólo me la voy a poner para leer.

 

-         Claro, como hoy en día apenas leemos nada en el móvil.

 

Otro que a mí siempre me ha dejado loco:

 

-         Buenas. ¿Me podría enseñar gafas cuadradas?

Le enseñas un par de modelos con la forma que te pide.

-         No, estos no. Quiero un cuadrado un poco más alargado.

Le enseñas entonces gafas rectangulares y piensas que esta persona no vio Barrio Sésamo ni tuvo acceso a la educación infantil.

-         No, no. Estas no me gustan. No me sientan bien. Yo quiero otra forma rectangular. Algo así.

Y el muy hijo de fruta coge una gafa con forma redonda. ¡Redonda!

No cuadrada, no rectangular, no poliédrica en sus múltiples posibilidades. No, redonda. ¡Váyase a la mierda, Isaías! (esta es una broma personal).

 

Peticiones curiosas

 

El mundo de la óptica ha evolucionado mucho desde finales de los años 90 del siglo XX, cuando yo comencé a trabajar de cara al público. A algún compañero joven recién salido de la carrera todavía le sorprende encontrarse con algún abuelito que le pregunta si tiene a la venta termómetros, estaciones meteorológicas, prismáticos, cuentahílos o pilas para el reloj (de esto nunca tuvimos, por cierto). Antes las ópticas eran una especie de bazar donde encontrar cualquier cosa relacionada con la vista.

 

Ahor bien, a mi me han llegado a realizar peticiones de lo más variopinto: cuchillas de afeitar (aún no salgo de mi asombro), gafas para maquillarse (hubo una vez gafas con un solo lente que se movía entre una parte de la montura y otra), gafas para tomar baños UVA, un paracetamol (la bata nos hace pasar por farmacéuticos) e incluso un abuelo me pidió actualizar la cartilla de Caja Madrid (esto es más raro).

 

Negando lo evidente

 

Muchas personas no cuidan bien sus gafas. Es más, según las traen a las ópticas muchos de ellos, afirmaría que maltratan sus gafas. Si estuviera tipificado en el código penal habría tenido que avisar a la policía en más de una ocasión.

 

Cuantas veces me colocan gafas en el mostrador que parecen estar diciéndote “mátame, por favor”; “no me dejes solo con este maltratador”.

 

Y cuidado si les indicas que parece que la gafa ha sufrido un cuidado deficiente. Son capaces de decirte la clásica coletilla “me las encontré así en la mesilla al levantarme y yo las había dejado bien”. Cuanto daño hacen las mesillas en la oscuridad de la noche… O no acertar a la primera con el despertador.

 

El caso es que las excusas para intentar colar como un defecto de fabricación lo que es un mal uso o cuidado de las gafas podría ocuparme todo el post. Vamos con algunas de las más hilarantes:

 

-         Saqué las gafas de la funda y estaban así de torcidas. (No será que las gafas no han dormido nunca en la funda).

-         El lacado de las gafas se ha deteriorado solo. (Claro, y por eso el nuevo color coincide con el tinte de su pelo).

-         Siempre se rompe la misma varilla. Esta gafa está mal. (¿Ha probado a quitarse las gafas con las dos manos en vez de tirar como un animal de la misma varilla?).

-         Los cristales se han arañado solos. (Por supuesto, esos arañazos concéntricos son obra de la casualidad más que de una limpieza continuada con un elemento abrasivo).

-         Las lentes de sol de mi gafa se han curvado solas. (No será que las dejó en la guantera del coche a pleno sol durante todo el día).

-         Mis lentes solares se arañaron solas. Yo las cuido mucho y apenas las uso. (Claro, Rick. Y toda la arena de playa que tiene la montura en el bisel de los lentes apareció por generación espontánea).

-         Me dice mi hijo (adolescente) que metió sus gafas en la funda perfectamente y que al sacarlas se las encontró rotas. Él no hizo nada. (Al pedirle que muestre la funda de las gafas te dice que no la tiene, que se rompió. Pues si rompió la funda, lógico que lo de dentro también sufriera daños, ¿verdad? Ahora, que se rompa una funda sola…).

-         No entiendo como se ha roto esta montura cuando yo tengo siempre especial cuidado con ellas y me la quito siempre con las dos manos (el paciente acaba de quitarse las gafas con una mano de un tirón que casi se arranca la oreja y te las deja en el mostrador como el que tira un dado).

 

A todo el mundo les digo siempre lo mismo: cuando abro la tienda todas las mañanas las gafas siguen igual que cuando cerré por la noche. Son objetos inanimados incapaces de suicidarse o deteriorarse por sí solos. Si sufren un deterioro acusado lo más probable, como en el clima, es que la acción del hombre tenga algo que ver.

 

MacGyver entra en la óptica

 

En este mundo existen personas apañadas capaces de lograr salir de cualquier aprieto con sólo un poco de imaginación y cuatro cosillas que encuentran en casa.

 

Mientras que muchas personas pierden un tornillo de la gafa y acuden a la óptica a que se lo repongan, otras crean verdaderos artilugios dignos de aquel estadounidense con una mochila llena de infinitas soluciones.

 

Es típico encontrar gafas donde el paciente (por lo general mujer mayor) ha realizado un zurcido con hilo digno del mejor modisto. No sólo le ponen un poco de hilo para sujetar la varilla, sino que le meten tanto material que necesitas unas buenas tijeras y mucha paciencia para quitarlo y meter el tornillo correspondiente.

 

La solución masculina de este problema la tenemos en el uso del socorrido mondadientes o palillo típico del bar. El apañado caballero no solo introduce el palillo, sino que lo corta por los extremos tan al ras que resulta complicado sacarlo si no se dispone de un punzón.

 

Pero lo más original que apareció en una óptica fue esa gafa sin varilla a la que la colocaron un lapicero para poder seguir utilizándola. Un portento de la ingeniería de oficina digna de aparecer en esta clasificación.

 


Confusión con el nombre

 

Al rellenar la ficha de un paciente lo primero que le pedimos es que nos digan el nombre. Y, en ocasiones, no entendemos bien lo que nos dicen. Fue el caso que nos pasó con un cliente llamado Ángel, pero al que todos estuvimos llamando durante meses Franco.

 

Franco fue un dictador que dirigió España entre 1939 y 1975. Aunque era su apellido, no nos extrañó que alguien le pusiera a su hijo el nombre del Caudillo. Máxime cuando el bueno de Ángel había nacido durante la Guerra Civil que encumbró al dictador al poder.

 

El caso fue que Ángel tuvo que venir a la óptica en varias ocasiones y siempre le saludábamos por el nombre que creíamos que tenía: “¡Hola Franco! ¿Qué tal se encuentra hoy?”.

 

Debimos sospechar algo cuando un día, al atenderle un compañero que no le conocía, le dijo su nombre real y no le encontraba en el fichero. Rápidamente, una compañera se le acercó y le dijo por lo bajo, “no le hagas caso y búscale con el nombre de Franco”.

 

Hasta que un día, en la intimidad del gabinete, me confesó que él no se llamaba Franco y que si era así el nombre de mi encargado. Yo no salía de mi asombro. No, él no se llama Franco, tampoco.

 

Luego me fue explicando que recibía los mensajes en su móvil para recoger sus gafas y pensaba que era el encargado el que se los enviaba: “Franco tiene un mensaje: ya puede recoger sus gafas”. El hombre entendía que Franco le enviaba un mensaje. Que yuyu.

 

Al final todo quedó en una anécdota graciosa por la confusión, en el cambio del nombre en el fichero y en unas sinceras disculpas. A partir de entonces nuestro entrañable paciente pasó a ser conocido con el nombre de “Ángel, anteriormente conocido como Franco”. Así, todo seguido. Como Prince.

 

Nerviosismo en el gabinete

 

Resulta increíble comprobar el gran nerviosismo que produce, en muchas personas, entrar en un gabinete optométrico. Y eso que en ningún momento hacemos daño o realizamos tareas invasivas (a excepción de la enseñanza del uso de lentillas). Tal es el estado alterado de muchas personas que no llegan a controlar sus propios cuerpos.

 

Cuando les vas a pasar por el auto-refractómetro (ese aparato donde vemos un globo al fondo) les das dos instrucciones básicas: apoye la frente en la barra superior y la barbilla en la mentonera. Pues bien, es estadísticamente significativo el número de pacientes incapaces de colocarse correctamente, aún poniendo todo su empeño.

 

Luego, durante la graduación, les colocas delante el foróptero, ese aparato de varios kilos con el que vamos pasando lentes. Les pedimos apoyar la frente arriba y meter la nariz por en medio, con el objetivo de ver a través de los dos agujeros que tiene el aparato. No todos lo logran a la primera. Primero miramos el ojo derecho tapando el izquierdo. Y cuando pasamos al otro ojo muchas personas intentan cambiar la posición de su cabeza y meter la nariz vete a saber dónde. ¿En serio?


Un caso curioso que me ocurrió recientemente fue el siguiente. Tenía que valorar la agudeza visual de una paciente con cada ojo y le ofrecí un oclusor para que fuera ella misma la que se tapara el ojo. 


- Tápate el ojo izquierdo y dime cual es la línea de letras más pequeña que eres capaz de leer.


La paciente se tapó el ojo derecho y comenzó a leer. En ese momento debí sospechar. Una vez revisado el ojo izquierdo (soy flexible con los gustos de mis pacientes) le pido valorar el otro:


- Muy bien. Vamos a ver cómo está el otro ojo. Te hago la misma pregunta, dime la línea más pequeña que logres leer.


- No veo nada - me contesta la paciente. Como yo no la estoy mirando comienzo a subir lentes en mi pantalla para que mejore su visión. Pero me sigue diciendo que no nota mejoría. al parecerme extraño me vuelvo y compruebo que aún mantiene el oclusor tapando su ojo derecho. La diferencia es que ahora también tiene cerrado su ojo izquierdo, el cual ha guiñado. Con mucho tacto tomo el oclusor y se lo cambio de ojo. 


- Ahora sí que he mejorado - me dice la paciente. Decidí continuar corriendo un tupido velo sobre la situación.

 

Pero más fuerte es el caso de las personas que se desinhiben y se acomodan en el gabinete como fuera su casa. En invierno siempre hay alguien que entra en el gabinete y te deja el abrigo en una silla, el bolso sobre la mesa, el móvil junto a la lámpara de hendidura y las llaves del coche casi que te las deja para que tú se las guardes. Vamos, que se apropia del espacio sin pudor alguno.

 

No obstante, lo más fuerte que ha ocurrido en un gabinete fue lo que le pasó a mi compañera. Entró a graduar a una persona bastante mayor y le dijo lo siguiente:

 

-         Pase al fondo, siéntese en la silla y póngase cómoda.

 

Cuando fue a colocar el foróptero para graduarla la buena mujer se había quitado la dentadura postiza y la había dejado junto a los aparatos.

-         ¡Señora, por Dios, no tan cómoda!

 

Forópteros traicioneros

 

Hablando de forópteros. Que levante la mano aquel optometrista que no se quedó el foróptero alguna vez en la mano cuando fue a colocarlo sobre el paciente.

 

La imagen es muy cómica. Tú sujetas un foróptero de varios kilos con las dos manos intentando que no aplaste al paciente que tienes sentado, mientras el mismo piensa que su vida no corre peligro y se muestra impertérrito ante la escena.

 

Anamnesis curiosas

 

La anamnesis es una fase muy importante de toda graduación, pues es el momento donde averiguamos las necesidades y anhelos que nuestros pacientes desean conseguir con sus nuevas gafas. Por ello es importante afinar en nuestras preguntas y no dejarlas muy abiertas.

 

-         ¿Para qué quiere las gafas Antonio, para lejos o para cerca?

 

-         Para cerca, doctor. No creo que vaya a conducir más allá de Camuñas o Consuegra.

 

-         Ver para conducir es lejos, amigo.

 

En otras ocasiones nos enfrentamos a problemas que parecen pertenecer a otras disciplinas:

 

-         Tengo un problema muy gordo.

-         Dígame.

-         Se trata de un problema vaginal.

-         Lo mismo no voy a poder ayudarla…

-         Sí, claro que va a poder. Le explico. Antes leía perfectamente, pero desde hace unos meses me tengo que poner el libro a la altura de la vagina para poder leer correctamente.

-         Entonces lo que usted tiene es presbicia. Me había asustado.

 

Aquí tenemos otro caso similar:

 

-         Dígame si tiene algún problema en sus ojos.

-         Sí, hace años me dijeron que sufría espermatismo (Definición: emisión de semen).

-         Le dije algo específico en los ojos.

-         Y yo le digo que sufro de espermatismo desde hace años. Me lo dijo un oftalmólogo y me lo puso en las gafas.

-         (Tras un rápido visionado de las gafas del paciente) Creo que lo que usted sufre en los ojos es astigmatismo.

-         Pues será eso.

 

Pero, sin duda, lo mejor de las anamnesis son las soluciones que muchas personas buscan para evitar pasar por la óptica. Resulta clásico autoengañarse de la necesidad de usar gafas para leer en cerca agrandando la letra en el móvil. Yo he llegado a ver casos donde dos frases de WhatsApp no entraban en la pantalla. Pero, oye, acaba de notar hace cuatro días que no ve de cerca. Claro, Rick. Cuatro días.

 

En una ocasión un señor vino diciéndome que necesitaba gafas para ver la televisión. Que estaba desesperado. Yo le pregunté si ya le costaba leer algún subtítulo o algo parecido, y lo que me contestó me dejó de piedra:

 

-         Eso de no leer los subtítulos me pasaba hace unos años, cuando tenía una televisión de 32 pulgadas. Pero eso lo solucioné comprando una televisión de 40 pulgadas. El problema volvió al poco tiempo y compré otra televisión de 48 pulgadas. Pero no fue suficiente. A los pocos meses otra vez veía mal. Y otra televisión, esta vez de 55 pulgadas. Y ya me ha dicho mi mujer que se acabaron las televisiones. Que ya no entra una televisión más grande en el salón. Que pone el Sálvame y no puede ver a los que salen a la vez porque se queda bizca. Y aquí estoy, esperando que me haga una gafa para poder ver la televisión.

 

-         Pero hombre, le hubiera salido mejor comprar una gafa que cambiar tanto de televisión.

 

Más curioso es lo que me contó un cliente que tenía un hermano gemelo. Tras preguntarle que tal veía me dijo que sabía que necesitaba gafas para conducir. Que no veía demasiado mal, pero que sabía que las necesitaba porque de noche se notaba inseguro. Tal era su certeza que había mandado a su hermano a pasar la revisión del carnet de conducir por miedo a que le echaran para atrás. ¡Ventajas de tener un hermano gemelo!

 

Lectura de letras

 

La manera habitual de graduar en un gabinete es mostrando letras de diferentes tamaños y pidiendo al paciente que las lea a través de distintas lentes. En ocasiones, cuando queremos afinar un poco, únicamente pedimos que nos contesten si aprecian mejor visión con una lente o con otra. Pues bien. No son ni uno ni dos pacientes los que te leen la línea completa.

 

Piensas que no te ha entendido bien y le dices lo siguiente: “Le voy a pasar rápidamente entre dos lentes. Con ambas me va a poder leer las letras. Quiero que se fije en una sola y me diga si ve mejor con una lente, con la otra o si no nota diferencia”. Pues bien, amigos. Me atrevería a decir que el 95% de esas personas ¡¡¡te vuelven a leer la línea completa con cada lente!!!

 

Pasas entonces a acotar el test a una letra y vuelves a realizarle la misma petición. ¿Adivinan la respuesta más común? Leer la letra dos veces.

 

Ahí ya te cansas y pasas al otro ojo. No se puede luchar contra la subjetividad.

 

Y no quería abandonar esta sección sin hacer un llamamiento a todas aquellas personas que en vez de leer las letras “D O V H R” comienzan a decirte “Dublín Oslo Vaduz Helsinki Roma”. Entiendo que puede existir confusión con algunas letras como la “b” y la “d” en castellano, pero ¿es necesario esta locura? Os aseguro que acabas con unas ganas locas de ir a una agencia de viajes tras graduar a esas personas.

 

Gabinete de contactología, alias de los horrores

 

Antes indiqué que los ópticos no hacemos nada que pueda suponer un dolor al paciente, pues nuestra práctica es poco invasiva. Únicamente tenemos una excepción, el momento cuando colocamos o enseñamos a poner y quitar una lentilla. Aquí tocamos ojo, señoras y señores. Y en ese momento mágico todo puede pasar.

 

Lo más fuerte, aunque gracias a los dioses menos habitual, es el desmayo literal del paciente. Hay personas que se ponen tan nerviosas ante la posibilidad de que le abras los párpados y dejes posar suavemente sobre su lágrima un polímero cuyo contenido en agua es de más de 50% que, directamente, pierden el sentido. Seguro que a más de un profesional le ha pasado en su óptica que salga un compañero del gabinete de lentillas con cara de circunstancias pidiendo ayuda a alguien. Y al entrar veas al cliente de turno tirado de mala manera en la silla y, siempre, con la boca abierta.

-         ¿Pero que le hiciste, alma de cántaro?

-         Yo solo le acerqué la lentilla al ojo….

 

Más habitual es el caso de los pacientes que tienen mucha confianza en sí mismos pero que no controlan su cuerpo. Cuando les dices que intenten relajarse a la hora de colocarle la lentilla, que no hagan fuerza con los párpados y que se muevan lo menos posible ellos te contestan afirmativamente. Y con seguridad. Tú ponla, sin miedo.

 

Pues bien, tu agarras el párpado superior, lo subes un poquito y ya notas que la cosa no va bien. No sé que entenderá la gente por estar relajado, pero no consiste en intentar cerrar el párpado a toda costa cuando alguien te lo levanta. Eso es lo contrario a estar relajado. Es estar tenso.

 

¿Y cuando vas acercando la lentilla al ojo? La cabeza se mueve hacia atrás con la misma velocidad, lo que dificulta acortar la distancia lente ojo. Hay personas que tanto retroceden con la cabeza que han estado a punto de caerse de la silla. Por eso lo mejor es colocarles junto a una pared, para que la cabeza haga tope. Eso no falla.

 

Y un clásico del gabinete de lentillas es el estudiante en prácticas o el nuevo recién salido de la carrera que termina provocando un desastre al intentar enseñar a poner y quitar lentillas a un paciente. El principal vector que termina arruinando el día siempre es el mismo, por lo que una vez que pasa una vez no suele ocurrir más veces en la óptica. Al menos, durante el tiempo que lo tenemos presente.

 

Existen varios sistemas de limpieza de lentes de contacto. El más habitual es la solución única, la cual se utiliza para limpiar y aclarar las lentillas. Este líquido puede usarse directamente desde la lentilla al ojo. Ahora bien, existen otros líquidos para una limpieza más fuerte que deben neutralizarse antes de que tengan contacto con el ojo. Se llaman peróxidos y podemos compararlo con el agua oxigenada.

 

Para diferenciar unos de otros existe un código de color en los tapones. Blanco para soluciones que pueden usarse directamente y rojo para los que necesitan neutralizar. Es muy fácil de memorizar. Algo tan básico que lo das por supuesto. Craso error.

 

El caso tipo que me pasó a mi y a muchos de mis compañeros de profesión es el siguiente. Tu dejas al nuevo enseñando a un paciente a poner y quitar lentillas. Como no suelen aprender a la primera necesitan limpiar la lentilla varias veces. Y el óptico imberbe ignorante de los códigos de colores de los líquidos comienza a aclarar la lentilla con peróxido.

 

Al pasar delante del gabinete, tú escuchas al paciente lo siguiente:

 

-         No me la voy a poder poner. Es acercarla al ojo y me pica un montón. No puedo, no puedo.

 

-         Es algo normal que moleste al principio – contesta el nuevo-. Esa sensación se pasa a los pocos segundos. No tengas miedo.

 

Aquí ocurren dos cosas. O no es capaz de ponérsela, lo que le salva de la quema (nunca mejor dicho); o se la llega a poner, pues confía en las palabras del profesional que tiene delante. En ese momento comienza a aullar de dolor y el nuevo se la tiene que quitar rápidamente, pensando para sus adentros que le ha tocado el paciente blandengue. Como dijo una vez el Fary, “cómo odio al hombre blandengue”.

 

El nuevo no quiere rendirse en esta primera adaptación y le dice al paciente que se va a colocar la lentilla el mismo en su ojo para demostrarle que no pasa nada. En ese momento, si el paciente se puso la lentilla, está llorando copiosamente y sólo ve a nuestro compañero con el único ojo que tiene abierto. Como podéis imaginar, el compañero se pone la lentilla y comienza a aullar de dolor hasta sacarla.

 

Finalmente pide ayuda. Hasta ese lugar de los horrores llegas tú, dejando de atender a otros pacientes para echarle una mano. Yo me encontré con un paciente llorando de un ojo y a mi compañera con un ojo rojo como un tomate y lagrimeando también.

 

-         Algo le debe pasar a esta lentilla porque es ponerla y te la tienes que quitar.

-         Vaya. Habrá venido mal del fabricante, vamos a pedir otra y probamos otro día. Aclarar bien los ojos con solución salina (y le pones el bote en la mano).

Más tarde, cuando el paciente se marcha, hablas con el nuevo y le enseñas el código secreto de colores de los tapones de los líquidos:

tapón blanco, ojo blanco. Tapón rojo, ojo rojo.

 

¿De verdad que es tan complicado dejar unos pocos créditos en la carrera universitaria para enseñar cosas tan básicas como esta?

 

Secado rápido de las gafas

 

Existen personas muy ahorradoras, aunque en ocasiones es tal su esfuerzo que el resultado termina saliendo caro. Esto es lo que le pasó a una señora que intentó ahorrar tiempo a la hora de secar sus gafas.

 

-         Hola Mercedes. ¿Otra vez por aquí? Si hace una semana que te entregamos tus gafas nuevas. ¿Acaso vas mal con ellas?

 

-         No, que va. Estaba fenomenal. Pero vengo a hacerme otras iguales.

 

-         ¿Y eso?

 

-         Pues me ocurrió lo siguiente. Yo tengo la costumbre de lavar bien las gafas con jabón una vez que termino de recoger la cocina. Para quitar la grasa después de haber cocinado. El caso que acababa de sacar un pastel del horno y me dije, ¿para qué esperar a que se sequen las gafas al aire cuando puedo aprovechar el calor residual del horno?

 

En unos pocos minutos Mercedes entendió que los lentes orgánicos no pueden someterse a temperaturas de más de 100º.

 

Pastillas enzimáticas

 

Los contactólogos deben explicar muy bien las pautas de limpieza de las lentes de contacto si no queremos tener problemas como los de esta paciente:

 

-         Buenos días doña Carmen. ¿Qué tal va con las lentillas?

 

-         Muy bien, hijo. Con las lentillas fenomenal. Ahora bien, las pastillas esas que me distes me dan un poco de acidez.

 

-         ¿Cómo que acidez? ¿Pero que hace con ellas?

 

-         Pues tomármelas en el café para que me pasen mejor.

 

Esta buena mujer se tomaba las pastillas enzimáticas como si fuese una aspirina en vez de colocarlas en el porta-lentillas una vez a la semana. Falta de comunicación.

 

Bueno, yo creo que con estas anécdotas (todas ellas verídicas) nos hemos reído un poco.

 

Si tenéis alguna más similar no dudéis en comentar y compartirla con todos nosotros.

 

¡¡¡¡¡Feliz año a todos!!!!!

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