A principios de los años 90 del siglo
pasado se popularizó una serie de televisión donde se mostraba, de una manera
cómica, las anécdotas que ocurrían en una farmacia de barrio. Dirigida por Antonio
Mercero, las andanzas de Lourdes Cano (Concha Cuetos) y su familia tuvieron
enganchados a todos los españoles entre 1991 y 1995. No en vano ostenta el
título de ser la serie más vista de la historia de España en cuota de pantalla,
con una media del 48,5%.
Siempre he pensado que el mundo de la
óptica daba para una serie similar (ahí dejo la idea) y este post tratará sobre
anécdotas que me ocurrieron en el transcurso de mi trabajo diario en una óptica
o que le ocurrieron a alguno de mis compañeros (es decir, todo lo que vas a
leer es real).
¿Estáis preparados para pasar unas risas?
Preguntas turbadoras, pacientes
inquietantes
Vamos con una tanda que parecen chistes
malos pero que, lamentablemente, solemos escuchar día tras día.
Un señor entra en la óptica y realiza la
siguiente pregunta:
-
Buenos días. ¿Hacen aquí
gafas de ver?
-
No, las hacemos de no ver
para tener a todos los clientes insatisfechos.
Existen clientes que entran de
graciosillos, cuando su chascarrillo es más viejo que el hilo negro y más común
que un Pérez en España:
-
Buenas tardes, ¿me pueden
graduar? Veo menos que un gato de escayola.
-
De ser eso cierto estaría
ciego. ¡CIEGO! Y no es el caso, ¿verdad?
Otro habitual, cuyo origen lo tenemos en
un anuncio de televisión:
-
Necesito unas gafas
porque no veo ni a tres en un burro.
-
Poco burros veo yo en la
ciudad para tanto detalle.
Un clásico tendente a desaparecer, gracias
a los dioses:
-
¿Cuesta algo la
graduación?
-
¿Entras igual a todos los
comercios pidiendo algún servicio técnico? ¿Acaso existe algo gratuito en esta
vida?
El problema de los plurales mal
utilizados:
-
¿Cuánto cuestan un par de
gafas?
-
Por lo general, el doble
que una sola, caballero.
El que parece que quiere nuestra ruina:
-
Con esto de las
operaciones de los ojos vais a tener que terminar cerrando, ¿verdad?
-
No se preocupe, estamos
tranquilos. La intervención es, en realidad, una operación estética. ¿Usted ve
que se acabaran los feos en el mundo? Pues eso.
El paciente con expectativas muy altas:
-
Buenos días. Yo quería
una gafa para ver bien a todas las distancias. Trabajo con varias pantallas de
ordenador y las quiero ver todas nítidas. También juego al pádel y necesito
unas gafas resistentes, pero nada muy deportivo, que luego tengo que trabajar
con ellas y voy de traje. ¿Qué puede ofrecerme?
-
¿El traje que lleva a la
oficina le sirve para jugar al pádel también? Pues eso, relaja la raja, amiga (vaya
expresiones que he escuchado en mi día a día).
El paciente que no entiende las ofertas:
-
Hola, aquí pone que dos
pares de gafas cuestan 99€. ¿Me dejaría una por 49,5€?
-
Eso no puede ser. Una gafa
cuesta 79€ y la oferta consiste en llevarse un descuento extra si adquiere un
segundo par de gafas. Por 20€ más se llevaría una segunda.
-
Si me dices que me vendes
dos por 99€ no entiendo la razón de no venderme una a mí a 49,5€ y luego le
vendes otra suelta a otra persona por el mismo precio y listo.
-
¿De verdad que en el
Carrefour se pone igual con las ofertas del 3x2?
Y que me decís de las personas
incongruentes:
-
Hola. Quería una gafa muy
barata. Sólo me la voy a poner para leer.
-
Claro, como hoy en día
apenas leemos nada en el móvil.
Otro que a mí siempre me ha dejado loco:
-
Buenas. ¿Me podría
enseñar gafas cuadradas?
Le enseñas un par de modelos con la forma
que te pide.
-
No, estos no. Quiero un
cuadrado un poco más alargado.
Le enseñas entonces gafas rectangulares y
piensas que esta persona no vio Barrio Sésamo ni tuvo acceso a la educación
infantil.
-
No, no. Estas no me
gustan. No me sientan bien. Yo quiero otra forma rectangular. Algo así.
Y el muy hijo de fruta coge una gafa con
forma redonda. ¡Redonda!
No cuadrada, no rectangular, no poliédrica
en sus múltiples posibilidades. No, redonda. ¡Váyase a la mierda, Isaías!
(esta es una broma personal).
Peticiones curiosas
El mundo de la óptica ha evolucionado
mucho desde finales de los años 90 del siglo XX, cuando yo comencé a trabajar
de cara al público. A algún compañero joven recién salido de la carrera todavía
le sorprende encontrarse con algún abuelito que le pregunta si tiene a la venta
termómetros, estaciones meteorológicas, prismáticos, cuentahílos o pilas para
el reloj (de esto nunca tuvimos, por cierto). Antes las ópticas eran una
especie de bazar donde encontrar cualquier cosa relacionada con la vista.
Ahor bien, a mi me han llegado a realizar
peticiones de lo más variopinto: cuchillas de afeitar (aún no salgo de mi
asombro), gafas para maquillarse (hubo una vez gafas con un solo lente que se
movía entre una parte de la montura y otra), gafas para tomar baños UVA, un
paracetamol (la bata nos hace pasar por farmacéuticos) e incluso un abuelo me
pidió actualizar la cartilla de Caja Madrid (esto es más raro).
Negando lo evidente
Muchas personas no cuidan bien sus gafas.
Es más, según las traen a las ópticas muchos de ellos, afirmaría que maltratan
sus gafas. Si estuviera tipificado en el código penal habría tenido que avisar
a la policía en más de una ocasión.
Cuantas veces me colocan gafas en el
mostrador que parecen estar diciéndote “mátame, por favor”; “no me
dejes solo con este maltratador”.
Y cuidado si les indicas que parece que la
gafa ha sufrido un cuidado deficiente. Son capaces de decirte la clásica
coletilla “me las encontré así en la mesilla al levantarme y yo las había
dejado bien”. Cuanto daño hacen las mesillas en la oscuridad de la noche… O
no acertar a la primera con el despertador.
El caso es que las excusas para intentar
colar como un defecto de fabricación lo que es un mal uso o cuidado de las
gafas podría ocuparme todo el post. Vamos con algunas de las más hilarantes:
-
Saqué las gafas de la
funda y estaban así de torcidas. (No será que las gafas no han dormido nunca en
la funda).
-
El lacado de las gafas se
ha deteriorado solo. (Claro, y por eso el nuevo color coincide con el tinte de
su pelo).
-
Siempre se rompe la misma
varilla. Esta gafa está mal. (¿Ha probado a quitarse las gafas con las dos
manos en vez de tirar como un animal de la misma varilla?).
-
Los cristales se han
arañado solos. (Por supuesto, esos arañazos concéntricos son obra de la
casualidad más que de una limpieza continuada con un elemento abrasivo).
-
Las lentes de sol de mi
gafa se han curvado solas. (No será que las dejó en la guantera del coche a
pleno sol durante todo el día).
-
Mis lentes solares se arañaron
solas. Yo las cuido mucho y apenas las uso. (Claro, Rick. Y toda la arena de
playa que tiene la montura en el bisel de los lentes apareció por generación
espontánea).
-
Me dice mi hijo
(adolescente) que metió sus gafas en la funda perfectamente y que al sacarlas
se las encontró rotas. Él no hizo nada. (Al pedirle que muestre la funda de las
gafas te dice que no la tiene, que se rompió. Pues si rompió la funda, lógico
que lo de dentro también sufriera daños, ¿verdad? Ahora, que se rompa una funda
sola…).
-
No entiendo como se ha
roto esta montura cuando yo tengo siempre especial cuidado con ellas y me la
quito siempre con las dos manos (el paciente acaba de quitarse las gafas con
una mano de un tirón que casi se arranca la oreja y te las deja en el mostrador
como el que tira un dado).
A todo el mundo les digo siempre lo mismo:
cuando abro la tienda todas las mañanas las gafas siguen igual que cuando cerré
por la noche. Son objetos inanimados incapaces de suicidarse o deteriorarse por
sí solos. Si sufren un deterioro acusado lo más probable, como en el clima, es
que la acción del hombre tenga algo que ver.
MacGyver entra en la óptica
En este mundo existen personas apañadas
capaces de lograr salir de cualquier aprieto con sólo un poco de imaginación y
cuatro cosillas que encuentran en casa.
Mientras que muchas personas pierden un
tornillo de la gafa y acuden a la óptica a que se lo repongan, otras crean
verdaderos artilugios dignos de aquel estadounidense con una mochila llena de
infinitas soluciones.
Es típico encontrar gafas donde el
paciente (por lo general mujer mayor) ha realizado un zurcido con hilo digno
del mejor modisto. No sólo le ponen un poco de hilo para sujetar la varilla,
sino que le meten tanto material que necesitas unas buenas tijeras y mucha
paciencia para quitarlo y meter el tornillo correspondiente.
La solución masculina de este problema la
tenemos en el uso del socorrido mondadientes o palillo típico del bar. El
apañado caballero no solo introduce el palillo, sino que lo corta por los
extremos tan al ras que resulta complicado sacarlo si no se dispone de un
punzón.
Pero lo más original que apareció en una
óptica fue esa gafa sin varilla a la que la colocaron un lapicero para poder
seguir utilizándola. Un portento de la ingeniería de oficina digna de aparecer
en esta clasificación.
Confusión con el nombre
Al rellenar la ficha de un paciente lo
primero que le pedimos es que nos digan el nombre. Y, en ocasiones, no
entendemos bien lo que nos dicen. Fue el caso que nos pasó con un cliente
llamado Ángel, pero al que todos estuvimos llamando durante meses Franco.
Franco fue un dictador que dirigió España
entre 1939 y 1975. Aunque era su apellido, no nos extrañó que alguien le
pusiera a su hijo el nombre del Caudillo. Máxime cuando el bueno de Ángel había
nacido durante la Guerra Civil que encumbró al dictador al poder.
El caso fue que Ángel tuvo que venir a la
óptica en varias ocasiones y siempre le saludábamos por el nombre que creíamos
que tenía: “¡Hola Franco! ¿Qué tal se encuentra hoy?”.
Debimos sospechar algo cuando un día, al
atenderle un compañero que no le conocía, le dijo su nombre real y no le
encontraba en el fichero. Rápidamente, una compañera se le acercó y le dijo por
lo bajo, “no le hagas caso y búscale con el nombre de Franco”.
Hasta que un día, en la intimidad del
gabinete, me confesó que él no se llamaba Franco y que si era así el nombre de
mi encargado. Yo no salía de mi asombro. No, él no se llama Franco, tampoco.
Luego me fue explicando que recibía los
mensajes en su móvil para recoger sus gafas y pensaba que era el encargado el
que se los enviaba: “Franco tiene un mensaje: ya puede recoger sus gafas”.
El hombre entendía que Franco le enviaba un mensaje. Que yuyu.
Al final todo quedó en una anécdota
graciosa por la confusión, en el cambio del nombre en el fichero y en unas
sinceras disculpas. A partir de entonces nuestro entrañable paciente pasó a ser
conocido con el nombre de “Ángel, anteriormente conocido como Franco”.
Así, todo seguido. Como Prince.
Nerviosismo en el gabinete
Resulta increíble comprobar el gran
nerviosismo que produce, en muchas personas, entrar en un gabinete optométrico.
Y eso que en ningún momento hacemos daño o realizamos tareas invasivas (a
excepción de la enseñanza del uso de lentillas). Tal es el estado alterado de
muchas personas que no llegan a controlar sus propios cuerpos.
Cuando les vas a pasar por el
auto-refractómetro (ese aparato donde vemos
un globo al fondo) les das dos instrucciones básicas: apoye la frente en la
barra superior y la barbilla en la mentonera. Pues bien, es estadísticamente
significativo el número de pacientes incapaces de colocarse correctamente, aún
poniendo todo su empeño.
Luego, durante la graduación, les
colocas delante el foróptero, ese aparato de varios kilos con el que vamos
pasando lentes. Les pedimos apoyar la frente arriba y meter la nariz por en
medio, con el objetivo de ver a través de los dos agujeros que tiene el
aparato. No todos lo logran a la primera. Primero miramos el ojo derecho
tapando el izquierdo. Y cuando pasamos al otro ojo muchas personas intentan
cambiar la posición de su cabeza y meter la nariz vete a saber dónde. ¿En
serio?
Un caso curioso que me ocurrió recientemente fue el siguiente. Tenía que valorar la agudeza visual de una paciente con cada ojo y le ofrecí un oclusor para que fuera ella misma la que se tapara el ojo.
- Tápate el ojo izquierdo y dime cual es la línea de letras más pequeña que eres capaz de leer.
La paciente se tapó el ojo derecho y comenzó a leer. En ese momento debí sospechar. Una vez revisado el ojo izquierdo (soy flexible con los gustos de mis pacientes) le pido valorar el otro:
- Muy bien. Vamos a ver cómo está el otro ojo. Te hago la misma pregunta, dime la línea más pequeña que logres leer.
- No veo nada - me contesta la paciente. Como yo no la estoy mirando comienzo a subir lentes en mi pantalla para que mejore su visión. Pero me sigue diciendo que no nota mejoría. al parecerme extraño me vuelvo y compruebo que aún mantiene el oclusor tapando su ojo derecho. La diferencia es que ahora también tiene cerrado su ojo izquierdo, el cual ha guiñado. Con mucho tacto tomo el oclusor y se lo cambio de ojo.
- Ahora sí que he mejorado - me dice la paciente. Decidí continuar corriendo un tupido velo sobre la situación.
Pero más fuerte es el caso de las personas
que se desinhiben y se acomodan en el gabinete como fuera su casa. En
invierno siempre hay alguien que entra en el gabinete y te deja el abrigo en
una silla, el bolso sobre la mesa, el móvil junto a la lámpara de hendidura y
las llaves del coche casi que te las deja para que tú se las guardes. Vamos,
que se apropia del espacio sin pudor alguno.
No obstante, lo más fuerte que ha ocurrido
en un gabinete fue lo que le pasó a mi compañera. Entró a graduar a una persona
bastante mayor y le dijo lo siguiente:
-
Pase al fondo, siéntese
en la silla y póngase cómoda.
Cuando fue a colocar el foróptero para
graduarla la buena mujer se había quitado la dentadura postiza y la había
dejado junto a los aparatos.
-
¡Señora, por Dios, no tan
cómoda!
Forópteros traicioneros
Hablando de forópteros. Que levante la
mano aquel optometrista que no se quedó el foróptero alguna vez en la mano
cuando fue a colocarlo sobre el paciente.
La imagen es muy cómica. Tú sujetas un
foróptero de varios kilos con las dos manos intentando que no aplaste al
paciente que tienes sentado, mientras el mismo piensa que su vida no corre
peligro y se muestra impertérrito ante la escena.
Anamnesis curiosas
La anamnesis es una fase muy importante de
toda graduación, pues es el momento donde averiguamos las necesidades y anhelos
que nuestros pacientes desean conseguir con sus nuevas gafas. Por ello es
importante afinar en nuestras preguntas y no dejarlas muy abiertas.
-
¿Para qué quiere las
gafas Antonio, para lejos o para cerca?
-
Para cerca, doctor. No
creo que vaya a conducir más allá de Camuñas o Consuegra.
-
Ver para conducir es
lejos, amigo.
En otras ocasiones nos enfrentamos a
problemas que parecen pertenecer a otras disciplinas:
-
Tengo un problema muy
gordo.
-
Dígame.
-
Se trata de un problema
vaginal.
-
Lo mismo no voy a poder
ayudarla…
-
Sí, claro que va a poder.
Le explico. Antes leía perfectamente, pero desde hace unos meses me tengo que
poner el libro a la altura de la vagina para poder leer correctamente.
-
Entonces lo que usted
tiene es presbicia. Me había asustado.
Aquí tenemos otro caso similar:
-
Dígame si tiene algún
problema en sus ojos.
-
Sí, hace años me dijeron
que sufría espermatismo (Definición: emisión de semen).
-
Le dije algo específico
en los ojos.
-
Y yo le digo que sufro de
espermatismo desde hace años. Me lo dijo un oftalmólogo y me lo puso en las
gafas.
-
(Tras un rápido visionado
de las gafas del paciente) Creo que lo que usted sufre en los ojos es
astigmatismo.
-
Pues será eso.
Pero, sin duda, lo mejor de las anamnesis
son las soluciones que muchas personas buscan para evitar pasar por la óptica. Resulta
clásico autoengañarse de la necesidad de usar gafas para leer en cerca
agrandando la letra en el móvil. Yo he llegado a ver casos donde dos frases de WhatsApp
no entraban en la pantalla. Pero, oye, acaba de notar hace cuatro días que no
ve de cerca. Claro, Rick. Cuatro días.
En una ocasión un señor vino diciéndome
que necesitaba gafas para ver la televisión. Que estaba desesperado. Yo le
pregunté si ya le costaba leer algún subtítulo o algo parecido, y lo que me
contestó me dejó de piedra:
-
Eso de no leer los
subtítulos me pasaba hace unos años, cuando tenía una televisión de 32
pulgadas. Pero eso lo solucioné comprando una televisión de 40 pulgadas. El
problema volvió al poco tiempo y compré otra televisión de 48 pulgadas. Pero no
fue suficiente. A los pocos meses otra vez veía mal. Y otra televisión, esta
vez de 55 pulgadas. Y ya me ha dicho mi mujer que se acabaron las televisiones.
Que ya no entra una televisión más grande en el salón. Que pone el Sálvame
y no puede ver a los que salen a la vez porque se queda bizca. Y aquí estoy,
esperando que me haga una gafa para poder ver la televisión.
-
Pero hombre, le hubiera
salido mejor comprar una gafa que cambiar tanto de televisión.
Más curioso es lo que me contó un cliente
que tenía un hermano gemelo. Tras preguntarle que tal veía me dijo que sabía
que necesitaba gafas para conducir. Que no veía demasiado mal, pero que sabía
que las necesitaba porque de noche se notaba inseguro. Tal era su certeza que
había mandado a su hermano a pasar la revisión del carnet de conducir por miedo
a que le echaran para atrás. ¡Ventajas de tener un hermano gemelo!
Lectura de letras
La manera habitual de graduar en un
gabinete es mostrando letras de diferentes tamaños y pidiendo al paciente que
las lea a través de distintas lentes. En ocasiones, cuando queremos afinar un
poco, únicamente pedimos que nos contesten si aprecian mejor visión con una
lente o con otra. Pues bien. No son ni uno ni dos pacientes los que te leen la
línea completa.
Piensas que no te ha entendido bien y le
dices lo siguiente: “Le voy a pasar rápidamente entre dos lentes. Con ambas
me va a poder leer las letras. Quiero que se fije en una sola y me diga si ve
mejor con una lente, con la otra o si no nota diferencia”. Pues bien, amigos.
Me atrevería a decir que el 95% de esas personas ¡¡¡te vuelven a leer la línea
completa con cada lente!!!
Pasas entonces a acotar el test a una
letra y vuelves a realizarle la misma petición. ¿Adivinan la respuesta más
común? Leer la letra dos veces.
Ahí ya te cansas y pasas al otro ojo. No
se puede luchar contra la subjetividad.
Y no quería abandonar esta sección sin
hacer un llamamiento a todas aquellas personas que en vez de leer las letras “D
O V H R” comienzan a decirte “Dublín Oslo Vaduz Helsinki Roma”.
Entiendo que puede existir confusión con algunas letras como la “b” y la “d” en
castellano, pero ¿es necesario esta locura? Os aseguro que acabas con unas
ganas locas de ir a una agencia de viajes tras graduar a esas personas.
Gabinete de contactología, alias de
los horrores
Antes indiqué que los ópticos no hacemos
nada que pueda suponer un dolor al paciente, pues nuestra práctica es poco
invasiva. Únicamente tenemos una excepción, el momento cuando colocamos o enseñamos
a poner y quitar una lentilla. Aquí tocamos ojo, señoras y señores. Y en ese
momento mágico todo puede pasar.
Lo más fuerte, aunque gracias a los dioses
menos habitual, es el desmayo literal del paciente. Hay personas que se ponen
tan nerviosas ante la posibilidad de que le abras los párpados y dejes posar suavemente
sobre su lágrima un polímero cuyo contenido en agua es de más de 50% que,
directamente, pierden el sentido. Seguro que a más de un profesional le ha
pasado en su óptica que salga un compañero del gabinete de lentillas con cara
de circunstancias pidiendo ayuda a alguien. Y al entrar veas al cliente de
turno tirado de mala manera en la silla y, siempre, con la boca abierta.
-
¿Pero que le hiciste,
alma de cántaro?
-
Yo solo le acerqué la
lentilla al ojo….
Más habitual es el caso de los pacientes
que tienen mucha confianza en sí mismos pero que no controlan su cuerpo. Cuando
les dices que intenten relajarse a la hora de colocarle la lentilla, que no
hagan fuerza con los párpados y que se muevan lo menos posible ellos te
contestan afirmativamente. Y con seguridad. Tú ponla, sin miedo.
Pues bien, tu agarras el párpado superior,
lo subes un poquito y ya notas que la cosa no va bien. No sé que entenderá la
gente por estar relajado, pero no consiste en intentar cerrar el párpado a toda
costa cuando alguien te lo levanta. Eso es lo contrario a estar relajado. Es
estar tenso.
¿Y cuando vas acercando la lentilla al ojo?
La cabeza se mueve hacia atrás con la misma velocidad, lo que dificulta acortar
la distancia lente ojo. Hay personas que tanto retroceden con la cabeza que han
estado a punto de caerse de la silla. Por eso lo mejor es colocarles junto a
una pared, para que la cabeza haga tope. Eso no falla.
Y un clásico del gabinete de lentillas es
el estudiante en prácticas o el nuevo recién salido de la carrera que termina
provocando un desastre al intentar enseñar a poner y quitar lentillas a un
paciente. El principal vector que termina arruinando el día siempre es el
mismo, por lo que una vez que pasa una vez no suele ocurrir más veces en la
óptica. Al menos, durante el tiempo que lo tenemos presente.
Existen varios sistemas de limpieza de
lentes de contacto. El más habitual es la solución única, la cual se utiliza para
limpiar y aclarar las lentillas. Este líquido puede usarse directamente desde
la lentilla al ojo. Ahora bien, existen otros líquidos para una limpieza más
fuerte que deben neutralizarse antes de que tengan contacto con el ojo. Se
llaman peróxidos y podemos compararlo con el agua oxigenada.
Para diferenciar unos de otros existe un
código de color en los tapones. Blanco para soluciones que pueden usarse
directamente y rojo para los que necesitan neutralizar. Es muy fácil de
memorizar. Algo tan básico que lo das por supuesto. Craso error.
El caso tipo que me pasó a mi y a muchos
de mis compañeros de profesión es el siguiente. Tu dejas al nuevo enseñando a
un paciente a poner y quitar lentillas. Como no suelen aprender a la primera
necesitan limpiar la lentilla varias veces. Y el óptico imberbe ignorante de
los códigos de colores de los líquidos comienza a aclarar la lentilla con
peróxido.
Al pasar delante del gabinete, tú escuchas
al paciente lo siguiente:
-
No me la voy a poder
poner. Es acercarla al ojo y me pica un montón. No puedo, no puedo.
-
Es algo normal que
moleste al principio – contesta el nuevo-. Esa sensación se pasa a los pocos
segundos. No tengas miedo.
Aquí ocurren dos cosas. O no es capaz de
ponérsela, lo que le salva de la quema (nunca mejor dicho); o se la llega a
poner, pues confía en las palabras del profesional que tiene delante. En ese
momento comienza a aullar de dolor y el nuevo se la tiene que quitar
rápidamente, pensando para sus adentros que le ha tocado el paciente blandengue.
Como dijo una vez el Fary, “cómo odio al hombre blandengue”.
El nuevo no quiere rendirse en esta
primera adaptación y le dice al paciente que se va a colocar la lentilla el
mismo en su ojo para demostrarle que no pasa nada. En ese momento, si el
paciente se puso la lentilla, está llorando copiosamente y sólo ve a nuestro
compañero con el único ojo que tiene abierto. Como podéis imaginar, el
compañero se pone la lentilla y comienza a aullar de dolor hasta sacarla.
Finalmente pide ayuda. Hasta ese lugar de
los horrores llegas tú, dejando de atender a otros pacientes para echarle una
mano. Yo me encontré con un paciente llorando de un ojo y a mi compañera con un
ojo rojo como un tomate y lagrimeando también.
-
Algo le debe pasar a esta
lentilla porque es ponerla y te la tienes que quitar.
-
Vaya. Habrá venido mal
del fabricante, vamos a pedir otra y probamos otro día. Aclarar bien los ojos
con solución salina (y le pones el bote en la mano).
Más tarde, cuando el paciente se marcha,
hablas con el nuevo y le enseñas el código secreto de colores de los tapones de
los líquidos:
tapón blanco, ojo blanco. Tapón rojo, ojo
rojo.
¿De verdad que es tan complicado dejar
unos pocos créditos en la carrera universitaria para enseñar cosas tan básicas
como esta?
Secado rápido de las gafas
Existen personas muy ahorradoras, aunque
en ocasiones es tal su esfuerzo que el resultado termina saliendo caro. Esto es
lo que le pasó a una señora que intentó ahorrar tiempo a la hora de secar sus
gafas.
-
Hola Mercedes. ¿Otra vez
por aquí? Si hace una semana que te entregamos tus gafas nuevas. ¿Acaso vas mal
con ellas?
-
No, que va. Estaba
fenomenal. Pero vengo a hacerme otras iguales.
-
¿Y eso?
-
Pues me ocurrió lo
siguiente. Yo tengo la costumbre de lavar bien las gafas con jabón una vez que
termino de recoger la cocina. Para quitar la grasa después de haber cocinado.
El caso que acababa de sacar un pastel del horno y me dije, ¿para qué esperar a
que se sequen las gafas al aire cuando puedo aprovechar el calor residual del
horno?
En
unos pocos minutos Mercedes entendió que los lentes orgánicos no pueden
someterse a temperaturas de más de 100º.
Pastillas enzimáticas
Los contactólogos deben explicar muy bien
las pautas de limpieza de las lentes de contacto si no queremos tener problemas
como los de esta paciente:
-
Buenos días doña Carmen.
¿Qué tal va con las lentillas?
-
Muy bien, hijo. Con las
lentillas fenomenal. Ahora bien, las pastillas esas que me distes me dan un
poco de acidez.
-
¿Cómo que acidez? ¿Pero
que hace con ellas?
-
Pues tomármelas en el
café para que me pasen mejor.
Esta buena mujer se tomaba las pastillas
enzimáticas como si fuese una aspirina en vez de colocarlas en el porta-lentillas
una vez a la semana. Falta de comunicación.
Bueno, yo creo que con estas anécdotas
(todas ellas verídicas) nos hemos reído un poco.
Si tenéis alguna más similar no dudéis en
comentar y compartirla con todos nosotros.
¡¡¡¡¡Feliz año a todos!!!!!
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