Uno de los capítulos de mi último ensayo,
Mis mentiras favoritas. Historia Contemporánea, trata sobre la doble rendición
alemana en la Segunda Guerra Mundial y las mentiras que rodearon a todo aquel
esperpéntico suceso. El libro pretende, entre otras cosas, crear al lector el
gusanillo de saber más sobre las mentiras que le muestro. Puesto que este es un
tema que me apasiona, os voy a dejar un largo artículo donde amplío con
bastante información el estado de la cuestión de este tema.
Dada la relación con la historia actual de
la Rusia de Putin seguro que os servirá para entender un poco más el presente
que vivimos. Espero que os guste.
El 9 de mayo es una fecha señalada en la
Rusia actual. Desde que Putin otorgara nuevo esplendor a la celebración del Día
de la Victoria sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial, este día se ha convertido
en una efeméride clave para el nacionalismo ruso. El discurso de Putin y el
desfile castrense para mostrar al mundo el músculo militar se han convertido en
dos puntos clave de este día.
Putin hablando desde la tribuna en 2023 y culpando a Occidente de la tragedia en Ucrania. Fuente: Sputnik/Gavriil Grigorov/vía REUTERS. |
Ahora bien, más que recordar una fecha
concreta (que, como veremos, es cuestionable históricamente hablando), este
acto se ha convertido en un arma ideológica con el que fortalecer el
sentimiento patriótico y entroncarlo con el de la antigua Unión Soviética
(URSS). Es más, Putin ha prohibido cuestionar la narrativa histórica oficial
por la que se ha cambiado hasta el nombre de la peor conflagración del siglo XX
por el de Gran Guerra Patriótica.
Un retorcimiento interesado de la historia
con la de hacer olvidar el bando en el que se encontraba la URSS en 1939. Un
lavado de cerebro masivo perpetrado desde hace años con el que justificar
ataques tan discutibles como el perpetrado en Ucrania. Con el lema “Podríamos
hacerlo de nuevo”, la actual Rusia ha comenzado un camino de expansión
europea en donde, por ejemplo, Ucrania debe ser desnazificada con una operación
especial. Una peligrosa deriva que tendrá funestas consecuencias.
Afortunadamente, desde la libertad que nos
ofrecen las democracias occidentales, hoy vamos a centrarnos en un interesante
debate histórico: ¿Cuándo terminó realmente la Segunda Guerra Mundial? Seguro
que lo que vais a descubrir os dejará bastante sorprendidos.
Las mentiras
El Día de la Victoria apenas se celebró en
la URSS un par de años como día festivo tras finalizar la guerra. La razón era que Stalin no deseaban
fortalecer, aún más, el aparato militar soviético y, en concreto, al héroe de
guerra Zhukov. En 1953, tras fallecer el dictador, el culto a su imagen comenzó
a desmontarse y el recuerdo de la victoria no era estatal.
Leonid Brezhnev recuperó la importancia de
la victoria ante los nazis en 1963, pero los desfiles militares sólo se
producían en los aniversarios. Se trataba de una celebración de veteranos de
guerra bastante local, donde los supervivientes se reunían y recibían flores y
cánticos por sus vecinos. El objetivo de recuperar tal efeméride fue fortalecer
la menguante base ideológica del país y el sentimiento patriótico.
Con las mismas intenciones, pero dándole
una nueva vuelta de tuerca, Putin fortaleció tal celebración en el cambio de
siglo, convirtiéndola en algo inseparable del sentir ruso. Es más, su intención
era crear un vínculo firme con la antigua URSS. Lo que anteriormente era la
preservación de la memoria personal de cada familia de la generación afectada
por la guerra se convirtió en un acto político e ideológico donde se reinterpreta
la Segunda Guerra Mundial y el mundo actual según la visión interesada de
Putin.
En 2008 recuperó los desfiles militares. No
fue casualidad. Un año antes, en la Conferencia de Seguridad de Múnich denunció
la ampliación de la OTAN a Europa del Este. Desde entonces la demonización de
Occidente ha ido en aumento, desembocando finalmente en la guerra de Ucrania.
Por ello, artículos como este, donde se
cuestionan algunos aspectos del discurso gubernamental ruso suponen un ataque
directo a su línea de flotación.
En primer lugar, me voy a detener en
el término Gran Guerra Patriótica (1941-1945) que pretende sustituir al de
Segunda Guerra Mundial. Se han barajado muchas
opciones para explicar tal cambio. Desde que la Unión Soviética rechazaba tener
vínculo alguno con la Primera Guerra Mundial, considerada como simple guerra imperialista
donde había participado el Imperio ruso, hasta que el nuevo estado no había
tenido ataque extranjero alguno hasta 1941.
Yo enunciaría una tercera razón: ocultar
la situación de la URSS en 1939 y su importancia en el inicio de las
hostilidades. Hacer olvidar que, poco antes del inicio de la Segunda Guerra
Mundial el 1 de septiembre de 1939, Moscú y Berlín realizaron el pacto de
Molotov-Ribbentrop (23/08/1939). Se trataba de un tratado de no agresión
entre ambas naciones que incluía un protocolo adicional secreto
(descubierto tras la guerra en los archivos del Tercer Reich) en el que se
repartían zonas de influencia respecto a los países que había entre ellos. De
esta forma, Alemania se apropiaría de una parte del oeste de Polonia y de
Lituania, mientras que la Unión Soviética ocuparía a Polonia Oriental, los
Países Bálticos y parte de Finlandia.
Una semana después, Alemania invade
Polonia, y dos semanas después, la Unión Soviética hace lo mismo con la parte
de Polonia Oriental. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que este pacto
fue lo que llevó a Alemania a iniciar la Segunda Guerra Mundial, considerándose
Stalin cómplice de Hitler en el inicio de esta aberración. Sólo con la apertura
de Gorbachov se pudo tener la seguridad de la veracidad de este pacto secreto
al estudiar los archivos secretos de la URSS, pues la postura oficial soviética
hasta entonces fue la de calificar los documentos nazis como falsificaciones y
calumnias infundadas.
Hoy en día, la propaganda rusa tiende a
matizar esta versión, deslizando que el pacto era necesario para rearmarse con
el objetivo de vencer a los nazis. Una triste forma de eludir responsabilidades
y obviar que, al inicio de la guerra, la URSS era aliada de los nazis.
Además, retrasando la efeméride hasta 1941
se dejan en el olvido a todos los militares soviéticos que lucharon en las ocupaciones
de Polonia y Finlandia, falleciendo en este último país más de 90.000 soldados.
En segundo lugar, en la idea siniestra
que envuelve la celebración del Día de la Victoria. Putin ha inoculado la
perversa idea de que los soviéticos fueron los líderes de la lucha contra el
nazismo. Líderes casi exclusivos, pues la
victoria ante los alemanes era irremediable y el desembarco de Normandía fue
intrascendente (una falsedad de primer orden, pues fue la apertura de este
segundo frente, solicitada por Stalin a los aliados de manera insistente, lo
que terminó de dar la puntilla a los alemanes). Ellos fueron los que más
hombres perdieron y, por tanto, los que más se enfrentaron a los nazis. Ni un
poco de autocrítica por un régimen totalitario en el que se despreciaba la vida
de los soldados, enviados al frente a morir sin rubor alguno. Al mariscal
Zhukov le apodarían posteriormente Marshall carne por seguir la estrategia
de victoria por aplastamiento, enviando más y más hombres al frente de una
manera tan suicida que ningún país occidental hubiera aceptado.
Pero lo peor fue dar a entender que, al
ser ellos los campeones contra el nazismo, todos los que están contra los rusos
son, automáticamente, nazis. Aquí podemos ligar tal asunto con Ucrania, donde
la historia de este país en la Segunda Guerra Mundial fue re-escrito por la
vencedora URSS. Pocos saben que este país tuvo que luchar contra dos enemigos:
contra los soviéticos, a los que habían padecido el Holodomor (1932-33) y el
Gran Terror (1937-38), y contra los alemanes. Sus intentos de liberarse del
yugo soviético fueron inútiles y la historiografía oficial los consideró
colaboracionistas. Es cierto, colaboraron con los nazis entre 1939-1941, cuando
Stalin y Hitler realizaban acuerdos. Pero tras iniciar los movimientos para la
declaración de independencia de Ucrania en junio de 1941 (Acta de declaración
de independencia de Ucrania en Lviv) aquellos hombres pasaron a ser
considerados por los alemanes enemigos y fueron arrestados, pasando a luchar en
forma de guerrilla contra los nazis. Por supuesto, nada de esto apareció en la
historia oficial, donde los ucranianos fueron acusados de colaboracionistas y
castigados por ello. De aquellos lodos viene parte de la situación actual,
siendo una excusa más a la hora de atacar Ucrania.
La tercera mentira, donde me centraré
a partir de ahora, es la que se refiere al final de la Segunda Guerra Mundial.
En el medio ruso SputnikNews
podemos leer lo siguiente:
“La noche del 8 de mayo de 1945 en
Karlshorst, un suburbio de Berlín, fue firmada el acta de capitulación alemana
que puso fin a la Gran Guerra Patria, el enfrentamiento entre 1941 y 1945
contra la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
El acta entró en vigor a las 23:01
cuando en Moscú ya era el 9 de mayo. Por eso, el Día de la Victoria en Europa y
Rusia se celebra con un día de diferencia”.
Respecto a la Gran Guerra Patria ya está
todo dicho. En cuanto a la firma de la capitulación, este medio olvida indicar
que esta firma en Berlín fue una pantomima realizada por órdenes de Stalin,
molesto por haberse firmado la capitulación en la zona occidental, tal como
veremos a continuación. Por último, abducir los diferentes husos horarios para
justificar la celebración del final de la guerra en días diferentes (todos lo
celebramos el día 8 salvo soviéticos y estados satélites) es una de las
múltiples excusas que vamos a anotar para explicar lo inexplicable.
Antes de proseguir me gustaría realizar un
inciso. Cada nación es libre de celebrar lo que quiera, cuando quiera y de la
forma que quiera. Ahora bien, la Historia es única y objetiva, no admitiendo
retorcimientos por fines ideológicos. Todos los historiadores admiten el
final de la Segunda Guerra Mundial el día 8 de mayo de 1945. A
continuación, mostraremos la razón de ello.
Contexto del final de la guerra en
Europa
A finales de 1943 los aliados se reunieron
en Teherán con el objetivo de unificar esfuerzos para vencer a los nazis. Los
dirigentes Iósif Stalin, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt acordaron,
entre otras cosas, abrir un segundo frente en Europa Occidental en mayo de 1944
(petición desesperada de Stalin a los angloamericanos), la promesa de que la
Unión Soviética entraría en guerra contra Japón una vez que la Alemania nazi
fuese derrotada y que los aliados sólo aceptarían la rendición incondicional
por parte de Alemania.
Más tarde, en febrero de 1945, cuando el
desenlace de la guerra ya parecía estar claro, los tres volvieron a reunirse en
Yalta, profundizando en el acuerdo para el desarme, desmilitarización y
partición de Alemania. Esto suponía, de facto, la obligación de una rendición
incondicional que Hitler nunca estuvo dispuesto a firmar.
Ahora bien, la situación del Tercer Reich
a finales de abril de 1945 era desesperada. El avance soviético por el este era
imparable, al igual que el de las fuerzas anglo-americanas por el oeste. La
derrota era inminente, pero dadas las condiciones para la rendición, Hitler
había decidido luchar hasta el final inmolando a toda la nación.
El 16 de abril el ejército Rojo llega a
Berlín, que pasa a ser frente de batalla. Defendida por los escasos despojos de
unidades del Servicio de Seguridad (SS) y de la Wehrmacht, la lucha calle a
calle tiene pinta de suicida más que de heroica, por mucho que el ministro de
Propaganda del régimen nazi, Joseph Goebbels, intente por radio mantener los
ánimos en alza. Para el 28 de abril Hitler es consciente que los soviéticos tomarán
la cancillería en breve, por lo que realiza su testamento político, dejando el
mando supremo al gran almirante Dönitz, jefe de la Kriegsmarine, cuyo cuartel
general de hallaba en Plön, cerca del Báltico y a 340 kilómetros de Berlín. El
Führer. El 30 de abril se suicida junto a su reciente esposa Eva Braun.
Dönitz recibió la orden de continuar la
guerra, pero, tal como dejó escrito: “se aproximaba la hora más sombría que
le cabía a un soldado, la capitulación incondicional. Sabía, también, que mi nombre
se asociaría a ella para toda la Historia y que se trataría con odio de atacar
mi honor. Pero el deber me exigía que desempeñara ese papel […] Mi
programa de gobierno consistía en salvar cuántas vidas fuera posible. Si yo
hubiera renunciado, ninguna dirección única hubiera podido ejercer esa tarea”
(Karl Dönitz, Diez años y veinte días).
A pesar de estas intenciones, Dönitz
prolongó la lucha unos días más, intentando ganar tiempo para repatriar todas
las tropas del este que pudiera, así como intentar fracturar la coalición de
aliados para poder seguir la lucha contra el bolchevismo (Ian Kershaw, El
Final). En esos momentos algunos alemanes aún pensaban en convencer a los
angloamericanos para unirse a ellos en la lucha contra Stalin.
Afortunadamente para todos, la realidad
fue imponiéndose a la locura. En Italia, donde los aliados habían comenzado la
ofensiva el 9 de abril, los alemanes se retiraban incapaces de frenar a un
enemigo que les superaba ampliamente en número (600.000 alemanes vs 1,5
millones soldados aliados). Empujados sobre los Alpes, la decisión lógica fue
claudicar. El general Von Vietinghoff firmó la única capitulación en vida de
Hitler, aunque casualmente no entró en vigor hasta el 2 de mayo, una vez
fallecido.
Ese mismo día, con los aliados
angloamericanos llegando al norte de Berlín (el 3 de mayo capituló Hamburgo) y
los soviéticos tomando Berlín, Dönitz tuvo clara la necesidad de negociar la
rendición. El día 3 de mayo envió al contralmirante Von Friedeburg al cuartel
general británico con la intención de obtener una rendición parcial. Los
alemanes propusieron entregar al mariscal Montgomery las tropas de Holanda,
Noruega, Dinamarca y las que se retiraban de Prusia, además de los civiles que
marchaban con ellas.
En Yalta se había acordado que sólo se
aceptaría una rendición incondicional, general y ante los aliados en pleno. Por
lo que la primera respuesta del mariscal fue negativa. No obstante, ante la
insistencia alemana, terminó aceptando esta capitulación parcial tras debatirlo
con Churchill. Sin duda, los británicos, que ya desconfiaban de Stalin por el
futuro de Polonia y los países del este, quisieron conservar para occidente la
frontera de Dinamarca y, para su país, lo poco que quedaba de la flota del III
Reich.
El día 4 de mayo Von Friedeburg, se
presentó en el cuartel general estadounidense en Reims para proponer la
rendición parcial de las tropas ante los aliados occidentales. Eisenhower, el
comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, montó en cólera y pidió
explicaciones a Montgomery sobre lo negociado el día anterior, a lo que este
contestó: “He obrado de acuerdo a las indicaciones de mi gobierno, siguiendo
nuestros intereses militares y de acuerdo con mi conciencia”.
Eisenhower no tuvo ninguna piedad con los
alemanes y exigió lo acordado con los soviéticos, la rendición incondicional en
todos los frentes. Sus órdenes eran no enemistarse con los soviéticos, a los
que necesitaban en el pacífico para derrotar a los japoneses.
Von Friedeburg ganó tiempo indicando que
carecía de atribuciones para firmar tal cosa y a Reims llegó el coronel-general
Jodl, vicejefe del OKW. Dönitz lo envió para que intentara explicar la
imposibilidad de una capitulación total, pues aquello supondría abandonar al
ejército de Schöner en manos soviéticas. Dada la brutalidad mostrada por el
Ejército Rojo en su avance, aquello era lo mismo que firmar la sentencia de
muerte de militares y civiles que huían hacia el oeste.
A pesar de todas las negociaciones, Eisenhower
se mostró firme y sólo valoró “la rendición incondicional, inmediata y
simultánea en todos los frentes”, tal como se había pactado por los
aliados. Además, amenazó con reanudar los bombardeos y ataques de no llegar a
un acuerdo rápido.
El dilema para los alemanes era evidente:
“estas condiciones son inaceptables porque no podemos abandonar a los
ejércitos del este a los rusos. No se pueden aplicar porque ningún soldado del
frente oriental cumplirá la orden de deponer las armas y permanecer en su
posición. Por otra parte, la desesperada situación militar, el riesgo a sufrir
más bajas en el oeste debido a los bombardeos aéreos y los combates y la certeza
de un inevitable descalabro militar en un futuro cercano nos obligan a buscar
una solución para los ejércitos que siguen intactos”. (Ian Kershaw, El
Final).
Sin duda, la exigencia de Eisenhower se
vio como un chantaje, pero nada podían hacer para negarse. ¡Vae victis!
(¡Ay de los vencidos!).
Reims, la capitulación oficial
En las primeras horas del día 7 de mayo,
el coronel Jodl envió un telegrama a Dönitz avisando que se reanudarían las
hostilidades en el oeste de no firmarse una capitulación total en menos de una
hora. Jodl obtuvo plenos poderes a la 1:30h de la madrugada y estampó la firma
a las 2:41h.
Jold estampa su firma en el acta de capitulación. La guerra en Europa ha terminado. |
El acontecimiento tuvo lugar en el Collège
Moderne et Technique de Reims, el cual hizo de cuartel general de las Fuerzas
Aéreas Expedicionarias (SHAEF). El documento y su traducción lo tenéis en la
sección de documentos.
El Acta de capitulación fue firmada por el
general alemán Alfred Jodl, el general Walter Bedell Smith (Eisenhower no firmó
por no existir un mando equivalente soviético de su graduación), el general francés
F. Sevez y, en representación soviética, el general Iván Susloparov.
Según se puede leer en el documento, los
alemanes firmaron una capitulación sin condiciones, entregando todas sus
fuerzas militares tanto a las Fuerzas Expedicionarias Aliadas como, al mismo
tiempo, al Alto Mando Soviético. En el texto se indica expresamente que el cese
de hostilidades, por motivos logísticos, entraría en vigor al día siguiente, el
8 de mayo, a las 23:01h (hora centroeuropea).
En verdad se trataba del mejor acuerdo que
los alemanes podían conseguir. El tiempo que mediaba entre la firma y el cese
de hostilidades sirvió a Dönitz para trasladar un gran número de tropas y
civiles al oeste, rindiéndose ante los anglo-americanos, de los que esperaban
recibir mejor trato que frente a los soviéticos.
No obstante, su plan fue desbaratado tanto
por la insistencia de Eisenhower de firmar la capitulación en todos los
frentes, como por la rapidez de la acción. Según se calculó posteriormente,
unos 220.000 soldados alemanes fueron capturados por el Ejército Rojo entre el
1 y el 8 de mayo, y hasta 1,6 millones tras la capitulación (Ian Kershaw. El
final.)
Tras la firma Jodl dijo lo siguiente: “Con
la firma de este acuerdo, el pueblo alemán y sus Fuerzas Armadas se entregan,
para bien o para mal, a sus vencedores. En esta guerra, que ha durado más de
cinco años, han realizado hazañas y padecidos sufrimientos quizás superiores a
los de los demás pueblos de la Tierra. En esta hora sólo puedo expresar mi
esperanza de que el vencedor los tratará con generosidad”.
El comandante supremo del SHAEF envió a
los jefes del estado mayor conjunto un cablegrama, sorprendente por lo sucinto,
que rezaba: “La misión de estas fuerzas aliadas se completó a las 2.41, hora
local, del 7 de mayo de 1945. Firmado: Eisenhower”. (Ian Hastings.
Armagedón. La derrota de Alemania).
En la foto vemos a un sonriente Susloparov a la izquierda, mientras Eisenhower se retrata sujetando las plumas que rubricaron la capitulación. |
En ese momento la guerra contra Alemania
en Europa podía darse por concluida. Históricamente, tal como coinciden en
señalar todos los historiadores, la guerra en Europa terminó cuando se
cumplió el plazo firmado, es decir, el 8 de mayo. Por esta razón, tal
fecha es recordada en varios países europeos, siendo en Francia festivo
nacional a día de hoy.
El enfado de Stalin
Lo que debería haber sido motivo de
alegría y satisfacción se convirtió en un nuevo quebradero de cabeza debido al
enfado de Stalin al enterarse de la firma en Reims.
“Stalin montó en cólera al recibir la
noticia, dado que la rendición debía haberse firmado en Berlín, dirigida por el
Ejército Rojo, que había tenido que afrontar la mayor parte de la lucha”
(A. Beevor. 1945. La caída)
En ningún caso estaba dispuesto a dejar
que sus aliados occidentales se llevaran la gloria de la capitulación. En juego
estaba una cuestión de prestigio, ya que el Ejército Rojo había soportado la
peor parte de los combates durante los últimos años, así como una parte de su
desconfianza hacia las potencias occidentales (Ian Kershaw, El Final).
Como indiqué antes, los EEUU, interesados
en obtener la ayuda de la URSS en su próximo ataque a Japón, habían cedido en
Yalta a las presiones soviéticas para dejar que fueran ellos los que tomaran
Berlín. Ello, implícitamente, significaba que las fuerzas alemanas se rendirían
ante los soviéticos. Pero nada de ello estaba escrito y definido entonces.
Nadie sabía aún como llevar a cabo la rendición llegado el momento. Y, los
ingleses, viendo que la promesa de Stalin de permitir elecciones libres en los
países del este recuperados estaba convirtiéndose en papel mojado, vieron una
magnífica ocasión para jugar en los matices grises de todo acuerdo.
Abduciendo que Susloparov no tenía
autorización para firmar tal documento y que el mismo difería de lo acordado en
Yalta, exigió a los aliados la firma de un segundo documento de capitulación
(una versión más larga) en su cuartel de Berlín y ante la presencia de los
máximos representantes de la Wehrmacht y de los Aliados.
Un poco más adelante me detendré en las
variadas excusas que existen para justificar esta segunda firma, así como la
celebración el día 9 y no el 8 de mayo.
Muestra del enfado de Stalin en este
asunto fue que el general Susloparov fue llamado a Moscú con intención de
castigar su conducta en Reims, aunque luego sería perdonado por sus méritos de
guerra y por indicar, acertadamente, que de no haber firmado en Reims la
rendición no hubiera incluido a la URSS, lo que hubiera supuesto un problema
añadido.
Los aliados aceptaron la exigencia de
Moscú y obligaron a todos los periodistas que habían estado en Reims
inmortalizando la rendición no difundir la noticia hasta que los soviéticos
realizaran una ceremonia de capitulación más teatral y solemne en Berlín.
Ed Kennedy y la primicia mundial
En la capitulación de Reims asistieron,
además de los militares, 17 periodistas que representaban a las Agencias,
Estaciones de Radio y Prensa de todos los países aliados y neutrales. Fueron
llevados, desde París, el 6 de mayo, en un avión bajo la escolta y dirección
del brigadier Frank Allen, Director de Relaciones Públicas del Alto Mando
Aliado.
De vuelta a París, en una reunión en el
hotel Scribe, Allen les indicó que no podían difundir la noticia presenciada en
Reims debido a la exigencia soviética de realizar una nueva capitulación, más
formal, en Berlín. Como es lógico, los periodistas protestaron tanto por
retener la noticia más importante del siglo XX como por no poder presenciar esa
nueva capitulación.
Las órdenes causaron indignación entre los
periodistas, pues estaba claro que cualquier otra ceremonia carecía de sentido
salvo para los fines propagandísticos soviéticos. Ahora bien, la censura
militar existente impedía poder actuar a los periodistas. O eso pensaron los
militares.
Edward Kennedy era corresponsal de guerra
para la importante Agencia de Noticias AP (Associated Press). Su trayectoria en
la Guerra Civil Española, en la Italia fascista, en los combates en los
Balcanes, en la toma de Tobruk por Rommel, en el desembarco aliado en Italia
(Anzio) y en la liberación de Roma en junio de 1944 le convirtieron en un
experimentado reportero con más experiencia que muchos militares.
Acostumbrado a retener noticias durante la
guerra por no dar información al enemigo, Ed Kennedy no podía entender la razón
de retener una noticia tan importante y dejar que los soldados continuaran
muriendo en el frente cuando la guerra ya estaba, técnicamente, acabada. Como a
muchos periodistas occidentales, retener la noticia por darle gusto a un
dictador como Stalin les indignaba profundamente.
El día 7 de mayo, en París, el rumor de
una rendición inminente era vox populi. No obstante, lo que hizo cambiar
de opinión a Kennedy fue escuchar, en una radio alemana, la noticia de la
rendición por boca del mismo almirante Dönitz: “Am 8.Mai um 23 Uhr schweigen
die Waffen” (el 8 de mayo a las 23:00 callan las armas).
Ed Kennedy sabía que los alemanes no
hubieran difundido la noticia por sí mismos, por miedo a enfadar a los Aliados,
por lo que entendió que aquellos habían tenido el permiso tácito para
propagarlo. O, al menos, alguien en aquel cuartel había decidido que era más importante
salvar la vida a los muchachos del frente que atender a las intrigas políticas.
El periodista intentó convencer al Comandante
Richard Merrick, responsable de la oficina de Censura Militar Aliada, para dar
la noticia: “Durante cinco años habéis justificado que la única razón de la
censura era salvar vidas. La Guerra ha terminado. Yo mismo he asistido a la
rendición ¿¡Por qué no debe saberse!?”. Pero Merrick se negó a contravenir
las órdenes de sus superiores, sintiéndose seguro sobre que Kennedy no difundiría
la noticia debido a la censura militar existente.
Ed Kennedy usó un subterfugio para llamar
a Londres, esto es, utilizó una línea militar. Estas fueron sus palabras:
“Soy Edward Kennedy desde París. La
Guerra ha terminado, voy a empezar a dictar. Solo puedo dictar 200 palabras, es
mediodía en París, las 09,36 horas en la costa este de EEUU. Reims, Francia, 7
de mayo de 1945. Alemania se ha rendido incondicionalmente al Ejército Aliado y
a la Unión Soviética, esta madrugada, a las 02.41 horas de Francia. La
rendición tuvo lugar en una pequeña Escuela que sirve de Cuartel General al
Comandante Supremos Aliado General D. E. Eisenhower…”. (Libro, Ed Kennedy’s
War)
Como se puede imaginar, la noticia cayó
como una bomba. Los censores militares, sin instrucciones al respecto,
transmitieron la noticia, la cual llegó hasta New York. Los periódicos
norteamericanos lanzaron ediciones extras y The New York Times hizo su
histórica portada con un poco común titular de cuatro líneas más la firma de
Edward Kennedy.
Portada del 8 de mayo de 1945 |
El día 8 de mayo en todos los países
aliados la noticia de la capitulación alemana era difundida y celebrada por
doquier. Multitud de gente salió a la calle a
celebrar el final de años de guerra y penuria. Aquello ya no podía contenerse y
Churchill instó a Stalin, vía telegrama, a dar la noticia en conjunto junto a
todos los aliados (“Parecerá que los únicos que no lo saben son los
gobiernos”). Pero Stalin no podía acceder sin haber formalizado su
pantomima en Berlín.
Portada Daily Mail del 8 de mayo de 1945. Hago notar que la noticia se fecha con la hora de Berlín (French time) |
En España también los periódicos anunciaron la noticia el día 8 de mayo.
El Norte de Castilla ya indica que el 8 de mayo será la celebración del Día de la Victoria en Europa |
A las 15:00h el general Charles De Gaulle, negándose a esperar a la firma en Berlín, realizó un discurso a su pueblo: “Hemos ganado la guerra. Es la victoria de las Naciones Unidas. Es la victoria de Francia. El enemigo alemán acaba de capitular ante los ejércitos aliados del Este y el Oeste. De este modo, el halo de gloria hace que nuestras banderas brillen una vez más. La patria llevará por siempre en su mente y en su corazón a quienes murieron por ella”.
Franceses celebrando la victoria el 8 de mayo de 1945 |
A la misma hora Churchill emitió un
discurso radiofónico en similares términos: “Ayer en la mañana a las 2,45 a.
m., en el cuartel general del general Eisenhower, el general Jodl,
representante del alto mando alemán y el gran almirante Dönitz, designado jefe
del Estado alemán, firmaron el acta de rendición incondicional de todas las
fuerzas alemanas de tierra, Mar y aire en Europa.
Hoy este acuerdo será ratificado y
confirmado en Berlín […] Las hostilidades
finalizarán oficialmente un minuto después de la medianoche de hoy, 8 de mayo,
pero en el interés de salvar vidas, el cese al fuego comenzó ayer y resonó a lo
largo de todo el frente”.
Churchill saludando desde el balcón el 8 de mayo de 1945 |
En Londres, las princesas Margarita e
Isabel, la futura reina, tuvieron el permiso de salir de palacio para unirse a
las celebraciones y, según contaron posteriormente, terminaron bailando la
conga en el hotel Ritz.
Trafalgar Square llena de ingleses celebrando la victoria el 8 de mayo de 1945 |
Al otro lado del Atlántico, el presidente
estadounidense Harry S. Truman también leyó un comunicado por radio, siendo
esta frase la que pasaría a la historia: “The flags of Freedom fly all over
Europe” (Las banderas de la libertad ondean en toda Europa).
Festejos victoria el 8 de mayo de 1945 en Nueva York |
Al contrario de lo que pudiéramos
imaginar, dar la noticia del final de la guerra supuso para Ed Kennedy el final
de su carrera. El mando militar le retiró su acreditación una vez que se supo
la autoría de la noticia y su agencia de noticias, AP, le despidió
fulminantemente. Sus compañeros de profesión le dieron la espalda y ya no
volvería a trabajar salvo para medios secundarios.
A pesar de todo lo sufrido, tal como
comentó en una entrevista, “no me arrepiento y lo volvería a hacer” y
justificaba su decisión de difundir la primicia “en el hecho irrefutable de
que la guerra había terminado, de modo que no se ponía en peligro la seguridad
militar, y la gente tenía derecho a saberlo, a saber que sus hijos ya no
morirían en los campos de batalla de Europa y que volverían a sus casas”.
Ed Kennedy murió en 1963 a consecuencia de
un accidente de tráfico. En el año 2012 AP pidió disculpas a sus hijos por el
despido, reconociendo que Kennedy hizo lo correcto.
Kennedy sufrió el ostracismo profesional
en su época porque su noticia fastidió el relato oficial que había diseñado
Stalin, con la complicidad del resto aliados, para su mayor gloria: que el
Ejército Rojo había derrotado al Tercer Reich casi por su cuenta, sin apenas
ayuda del resto aliados. Para ello la capitulación de Reims debía desaparecer.
Y, por ello, en el ámbito soviético, no se difundió la firma de la que dio
noticia Kennedy.
Tal vez, de no ser por la valentía de este
periodista, que antepuso la verdad y la libertad a informar por delante de su
carrera profesional, puede que el mundo sólo hubiera conocido la segunda firma
producida en Berlín.
La segunda firma en Berlín
La segunda capitulación alemana “tuvo
lugar en Karlshorst, en el antiguo comedor de la escuela de ingeniería militar,
situadaen las afueras de Berlín, que, por entonces, era el cuartel general de
Zhúkov. A los representantes alemanes, que volaron desde Flensburgo hasta
Berlín en un avión estadounidense, les obligaron a esperar durante todo el día
8 de mayo, hasta que la delegación de los aliados llegó entre las 10 y 11 de la
noche”. (Ian Kershaw. El final).
Allí estaban reunidos, por parte alemana, el
mariscal Keitel (jefe del OKW), el almirante Von Friedeburg y el general de la
Luftwaffe, Stumpff. Por parte aliada estaban los mariscales Zhúkov (URSS) y
Tedder (G.B.), junto a los generales Spaatz (USA) y De Lattre de Tassigny (Fr.).
Los alemanes firmaron cinco copias del
documento de capitulación, terminando casi a la una y cuarto de la madrugada
del día 9 de mayo. Por esta razón, “la capitulación se retrodató al día
anterior para respetar los términos del acuerdo de Reims”. (Ian Kershaw. El
final).
La pantomima había terminado.
Y la defino como pantomima porque se trató de una representación innecesaria al
haber claudicado el gobierno de Dönitz el día anterior (los alemanes, que eran
los que se rendían, aceptaron la capitulación incondicional el día 7, entrando
en vigor el 8). Firmar una nueva rendición incondicional, una vez pasado el
plazo cuando entraba en vigor la primera y tener que falsificar las horas para
hacerlo coincidir con Reims no deja de ser un engaño de cara a la galería con
el único objetivo de reescribir la historia desde una perspectiva ideológica.
La fiesta se extendió por Berlín. “Por
toda la ciudad se dispararon salvas, mientras los oficiales y soldados del
Ejército Rojo, que habían guardado vodka y casi toda variedad de alcohol
imaginable para la ocasión, disparaban la munición que les quedaba. Las salvas
de la victoria mataron a muchas personas. Las mujeres de Berlín, conscientes de
lo que podía provocar la ingestión de tanta bebida, temblaban de miedo”. (A. Beevor. LA Segunda Guerra Mundial).
“Las estimaciones llevadas a cabo por
los dos hospitales más importantes de Berlín oscilaban entre las noventa y
cinco mil y las ciento treinta mil víctimas de violación […] En total se cree
que fueron forzadas al menos dos millones de mujeres alemanas, y una minoría
sustancial fue sometida a violaciones múltiples” (A. Beevor. 1945. La caída).
Stalin, ya con la firma de Berlín, se
dirigió a su nación en los siguientes términos: “¡Gloria a nuestro heroico
Ejército Rojo, que defendió la independencia de nuestra Patria y obtuvo la
victoria sobre el enemigo! ¡Gloria a nuestro gran pueblo, el pueblo victorioso!
¡Gloria eterna a los héroes que cayeron en la lucha contra el enemigo y dieron
su vida por la libertad y la felicidad de nuestro pueblo!”.
El 9 de mayo de 1945 los soviéticos celebran la victoria en la Plaza Roja de Moscú. |
Las excusas y su desmontaje
Los soviéticos, en su intento de escribir
la historia a su gusto, siempre renegaron de la capitulación de Reims, pues
suponía un torpedo en su línea de flotación. ¿Cómo era posible que Alemania no
se hubiera rendido al Ejército Rojo si el mismo fue quién conquistó Berlín y
llevó el peso principal de la victoria? ¿Cómo explicar que unos aliados, que
apenas fueron decisivos en el conflicto, habían monopolizado la rendición?
A continuación, muestro algunas de las
excusas por las que los soviéticos intentaron minimizar Reims y dar mayor valor
a la firma de Berlín, así como su desmontaje.
Lo primero que se intentó, tal como
mostré antes, fue ocultar el acontecimiento al mundo.
Si la capitulación de Reims no se hubiera hecho pública por Ed Kennedy es
posible que jamás hubiera pasado a la historia tal como hoy la consideramos.
Afortunadamente, intentar ocultar un suceso tan relevante no suele funcionar
por mucho tiempo. En este caso apenas aguantó poco más de 24 horas.
En segundo lugar, la táctica más
habitual en política es negar la mayor.
Niégalo siempre. Hasta las últimas consecuencias. Y, en el caso de Stalin, la
negación conllevó la afirmación de que aquella firma era un protocolo
preliminar. Tal como podemos leer en las memorias de Zhukov: “Hoy, en
Reims, los alemanes firmaron el acta preliminar de una rendición incondicional.
Sin embargo, la principal contribución, fue hecha por el pueblo soviético y no
por los aliados, por lo tanto, la capitulación debe firmarse frente al Comando
Supremo de todos los países de la coalición anti Hitler y no sólo frente al
Comando Supremo de las fuerzas aliadas. Por otra parte, no estoy de acuerdo con
que la rendición no haya sido firmada en Berlín, que fue el centro de la
agresión nazi. Nos pusimos de acuerdo con los aliados para considerar al
protocolo de Reims como preliminar”.
Esta excusa relativa al carácter
preliminar de la capitulación de Reims es una de las que más recorrido ha
tenido y es una de las más sencillas de desmontar leyendo el documento firmado en
Reims. Allí se firmó una capitulación “incondicional, inmediata y
simultánea en todos los frentes”, tal como se había pactado en Yalta. No
existen dobleces ni partes grises que deban ser ampliadas posteriormente.
Es una rendición total (en la sección documentos os dejo ambas capitulaciones para comparar).
Como es lógico, posteriormente se
realizarían otro tipo de actos más solemnes donde los vencedores pudieran
mostrar con orgullo la hazaña conseguida. Pero en ningún caso aquella rendición
puede considerarse preliminar.
Otra excusa esgrimida fue que Stalin no
podía rendirse el día 8 de mayo, pues sus tropas aún estaban luchando en el
frente oriental. En este caso la excusa tiene una importante parte de
verdad. En efecto, entre otros, el Grupo de Ejércitos Centro de Schörner
continuaban luchando ante el Ejército Rojo mientras intentaban escapar hacia
las líneas angloamericanas.
Ahora bien, una vez difundida la noticia
de la capitulación, poco a poco fueron desapareciendo los focos de resistencia.
Y esto ocurrió en todos los lugares. Por ejemplo, en Francia, hasta el 9 de
mayo no se rindieron La Rochela, Dunkerque y la isla de Ré; al día siguiente
capituló Lorient y el 11 de mayo Saint Nazaire. En la península de Curlandia
(actual Letonia), los alemanes no se rindieron hasta el día 10. Al igual que el
Ejército de Schörner. En Praga se produjo un último y sangriento levantamiento
contra los alemanes que supuso la ejecución de más de un millar y medio de
checos ante la impertérrita mirada del ejército soviético (y norteamericano),
que no entró en la ciudad hasta el día 8, cuando la insurrección (que comenzó
el 5) ya había capitulado. No obstante, entre los días 6 y 11 de mayo, en los
frentes ucranianos y en Chequia el Ejército Rojo perdió casi 50.000 soldados.
(Max Hastings. Armagedón. La derrota de Alemania). Y qué decir de la
resistencia en la Isla neerlandesa de Texel, el último campo de batalla de
Europa, donde no cesaron los combates hasta el 20 de mayo, cuando tropas canadienses
desembarcaron en la isla y desarmaron a los alemanes.
¿Por qué Stalin celebraba el día de la
victoria el día 9 de mayo mientras su ejército seguía combatiendo? Estamos en
el mismo sinsentido.
Las celebraciones se realizan en los
momentos cumbres. En una guerra, por lo general, en el momento de la firma de
la capitulación que certifica la derrota.
En ese momento no cesan las armas en todos los frentes y siempre existen casos
de resistencia final a ultranza.
Nosotros, en España, lo sabemos bien debido
a casos como los últimos de Filipinas. La guerra hispano estadounidense terminó
el 10 de diciembre de 1898 y así pasó a la historia, por mucho que en Baler
unos cuantos españoles tozudos resistieran hasta el 2 de junio de 1899. Nadie
utiliza esta última fecha para dar por concluida la guerra.
Una de las excusas más repetidas
últimamente es la de la hora. Puesto que el
final de las hostilidades era el día 8 a las 23:01h de Berlín resultaba que en
Moscú ya era día 9 de mayo (UTC+1). [Hago notar que esto deja en muy mal lugar
la segunda firma, la cual terminó de madrugada el día 9, haciendo innecesaria
esta excusa].
Esta explicación olvida que, en Gran
Bretaña, debido a la guerra, se había adoptado un particular huso horario
(UTC+2), por lo que estarían en la misma situación que Moscú. ¿Por qué cada
cual celebraba la rendición en un día diferente si en ambos lugares se había
hecho efectiva el día 9 de mayo?
La explicación está en el sentido común. Los
acontecimientos históricos se fechan en un lugar y momento determinado. Si
la rendición fue en Berlín se indica la hora local de ese punto, fijando con
ello el día exacto por el que pasará a la historia.
Todos recordamos, históricamente hablando,
que el atentado sobre las Torres Gemelas ocurrió el 11 de septiembre de 2001.
El primer avión se estrelló a las 8:46 a.m. y el segundo a las 9:03 a.m. hora
local de New York. Este segundo impacto a mí me pilló comiendo, mientras veía
las noticias de Matías Prats en Antena 3 a las 15:03 p.m. Y a alguien de Nueva
Zelanda le pillaría durmiendo, pues allí eran las 01:03h de la noche del día
siguiente. No conozco a ningún historiador de Nueva Zelanda que recuerde el
atentado el día 12 de septiembre por su particular distancia del lugar de los
hechos.
Otra excusa esgrimida era que los
aliados no deseaban que ocurriera lo mismo que en la Primera Guerra Mundial,
cuando los alemanes enviaron a firmar la capitulación a los políticos para, más
tarde, presumir de no haber sido derrotados en el campo de batalla. Por ello
Stalin habría exigido la firma de los representantes de todos los ejércitos
alemanes.
Aquí volvemos a encontrar el tema del
orgullo egoísta antes que el de la practicidad.
Se suele indicar que en Berlín se rindió la Wehrmacht, pues el Reich se mantuvo
activo hasta el 23 de mayo, cuando los aliados detuvieron la administración de
Dönitz. Un gobierno sin poder ni funciones que discutía los colores de la nueva
bandera alemana. Otra pantomima, a fin de cuentas. Pero, si en Berlín se rindió
la Wehrmacht y Dönitz se mantuvo hasta el 23 de mayo, ¿quién se rindió en
Reims? Está claro que Dönitz y, con él, la Wehrmacht que estaba a sus órdenes.
Liquidar y detener a los cabecillas del III Reich ya era lo de menos una vez
firmada la capitulación en Reims. Y la Wehrmacht, con el poder político
claudicando, no tenía excusas para proseguir una lucha que, desde hacía
semanas, se sabía inútil en términos militares.
Otra excusa interesante es aquella que
indica que la firma de Berlín era necesaria debido a que el documento de
Reims no contenía lo especificado en el acuerdo de Yalta sobre la rendición.
En la sección documentos os dejo los acuerdos alcanzados en Yalta. No veréis un
documento de rendición porque, en aquellos momentos, no se sabía como se podría
rendir Alemania (Hitler se negaba a capitular). Sí podréis leer el acuerdo para
repartirse Alemania entre los aliados, lo que, implícitamente, suponía la
rendición incondicional ante todos los ejércitos aliados.
Lo que sí leeréis en los acuerdos de Yalta
es la siguiente intención de todos los aliados: “Afirman conjuntamente su
acuerdo para determinar una política común de sus tres Gobiernos durante el
período temporal de inestabilidad de la Europa liberada, con el fin de ayudar a
los pueblos de Europa liberados de la dominación de la Alemania nazi, y a los pueblos
de los antiguos Estados satélites del Eje, a resolver por medios democráticos
sus problemas políticos y económicos más apremiantes”.
Como bien sabemos, Stalin se encargó de
que esto fuera papel mojado en Europa del Este, colocando sus gobiernos
comunistas y, tal como luego remarcaría Churchill, creando una frontera en Europa
de la que aún quedan rescoldos: “Desde Stettin, en el Báltico, a Trieste, en
el Adriático, ha caído sobre el continente (Europa) un telón de acero”.
Puesto que no quiero alargarme más en este
asunto terminaré indicando que, cuando algo necesita de muchas explicaciones y
excusas, por lo general, suele ser falso. La segunda capitulación fue
innecesaria en términos militares y, a la vez, fundamental para el prestigio de
Stalin ante sus compatriotas. Intentar obviar esta realidad con excusas varias
no deja de ser un ejercicio de funambulismo histórico cuestionable.
Un punto de unión acorde con los
tiempos donde imperaba el buen talante
El 22 de noviembre de 2004, la Asamblea
General de las Naciones Unidas en la Resolución 59/262 declaró los días 8 y 9
de mayo Jornadas de Recuerdo y Reconciliación en Honor de Quienes Perdieron la
Vida en la Segunda Guerra Mundial.
Una solución de compromiso para intentar
unificar posturas políticas o ideológicas, pero no históricas. Aquel buen rollo entre Occidente y Rusia terminó con los ataques de Putin a Ucrania en 2014 y 2022.
Historia sólo existe una. Y esa dice que
el final se produjo el 8 de mayo de 1945.
El resto son discusiones bizantinas.
Que cada cual celebre lo que quiera cuando
quiera. Pero sin escudarse en razones históricas.
La historia no se manosea al gusto del
autócrata de turno. Y para ello estamos los historiadores. Para levantar la voz
cuando eso ocurre.
Hasta la próxima
Bibliografía consultada:
Beevor, Anthony. Berlín: la caída. 1945.
Crítica. 2015.
Beevor, Anthony. La Segunda Guerra
Mundial. Pasado y Presente. 2014.
Churchill, Winston. La Segunda Guerra
Mundial. La Esfera de los Libros. 2009.
Dönitz, Karl. Diez años y veinte días. La
Esfera de los Libros. 2014.
Gilbert, Martin. LA Segunda Guerra
mundial: 1939-1945. La Esfera de los Libros. 2014.
Hastings, Ian. Armagedón. La derrota de
Alemania. Crítica. 2016.
Hernández Martínez. Eso no estaba en mi
libro de la Segunda Guerra mundial. Almuzara. 2018.
Kennedy, Edward. Ed Kennedy’s War. LSU
Press. 2012.
Kershaw, Ian. El Final. Crítica. 2022.
Lozano Cutanda, Álvaro. Stalin, el tirano
rojo. Historia Incógnita. Nowtilus S.L. 2012.
Zhukov, G. Grandes batallas de la II
Guerra Mundial. Península. 2099.
Zhukov, G. Mariscal de la Victoria: Las
memorias de la Segunda Guerra Mundial del general soviético Georgy Zhukov,
1941-1945. Stackpole Books. 2015.
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