Debo decir que nunca me gustaron las generalidades; y
mucho menos las asociadas al género. Pero sí que ha sido una constante en mi
vida escuchar a todas las mujeres que la peluquera no les hizo un trabajo
correcto. Sea cortar, teñir o vete tú a saber, el caso es que parece ser una
tendencia global el quejarse del resultado una vez que las mujeres salen de la
peluquería.
Generalmente las cosas suelen quedarse en unos cuantos
improperios, pero existen casos más graves en los que se han vivido situaciones
penosas. Y en todos ellos los protagonistas son, en vez de mujeres, hombres. En
2016, el peluquero de la barbería Donald's, en un centro comercial de Ciudad
San Cristóbal, Mixco (Guatemala) fue agredido físicamente porque se negó a
realizar un corte de pelo determinado al hijo del agresor.
En 2017 saltó la noticia de que un hombre egipcio de
42 años intentó apuñalar en el barrio de Villaverde (Madrid) a su peluquero por
haberle cobrado 9€ por el corte de pelo. Y más grave fue el apuñalamiento, en
plena calle, de un peluquero de Moscú por un cliente al que no le gustó ni el
corte de pelo ni el precio cobrado.
Y en 2018 llamó la atención el caso de un peluquero de
Bremen (Alemania) que fue rociado con gas pimienta por un cliente insatisfecho
con el corte de pelo realizado.
¿Es una tendencia actual quejarse del trabajo de los
peluqueros? ¿Y agredir a los peluqueros tras un mal trabajo? Vamos a ver que
no.
Marcial, poeta romano que escribió numerosas anécdotas
en su famosa obra titulada Epigramas, nos legó como se quejaba amargamente del
resultado de su corte de barba (Libro XI, 84):
“Barbero
desollador
Quien
no busque bajar todavía a las sombras estigias que huya, si es sensato, del
barbero Antíoco. Con cuchillos menos crueles se desgarran los blancos brazos,
cuando la turba fanática se pone en trance a los ritmos de la música frigia [se
refiere a los ritos sangrientos de Cibeles y Belona]; con más delicadeza diseca Alcón las hernias estranguladas [cirujano
de la época] y reduce con mano diestra
los huesos fracturados. Que rape éste a los cínicos sin recursos y los mentones
de los estoicos, y que libere los cuellos de los caballos de su crin llena de
polvo. Que desuelle éste al pobre Prometeo al pie de la roca escítica:
reclamará el ave carnicera a pecho descubierto [mito de Prometeo]; Penteo se refugiará junto a su madre
[según el mito Penteo fue despedazado por su madre], Orfeo junto a las ménades [Orfeo fue descuartizado por las mujeres
de Tracia], al simple sonido de las
bárbaras armas de Antíoco. Todas estas cicatrices que contáis en mi mentón,
parecidas a las que hay en la frente de un viejo pugilista, no me las ha hecho
una esposa enojada con sus uñas enfurecidas: es la navaja de Antíoco y su mano
criminal. De todos los seres vivos, sólo el chivo tiene inteligencia: toda su
vida con barba, para no sufrir a Antíoco”.
Pensar que ser peluquero es una profesión de riesgo
puede parecer descabellado, pero ya hemos visto que no lo es. Las agresiones
por parte de los clientes, con ser esporádicas, existen y en ocasiones tienen
consecuencias fatales.
Y aunque pensemos que esta actitud social es propia de
nuestros tiempos actuales, lo cierto es que esto mismo ya ocurría en época
romana, tal como nos lo dejó escrito el poeta Marcial en sus famosos Epigramas
(Libro II, 66):
“¡Dichoso
ricito!
Un
solo ricito se había desprendido de toda la corona de tu cabellera, al no haber
quedado bien sujeto con una aguja insegura. Lálage vengó este crimen con el
espejo en el que lo había visto, y Plecusa [sierva peluquera
que la peinaba] cayó herida por culpa de
la cruel cabellera. Deja ya, Lálage, de adornar tus tristes cabellos y que
ninguna esclava toque tu loca cabeza. Que una salamandra la señale o que una
despiadada navaja la monde, para que tu imagen se haga digna de tu espejo”.
También Marcial se quejó de la lentitud de algunos
barberos (Libro VII, 83):
“Lento como él
solo
Mientras
el barbero Eutrapelo repasa la cara de Luperco y le depila las mejillas, le
crece una segunda barba”.
Aquí Marcial juega con el nombre del barbero, que
significaría espabilado o ágil, para divertir con el original juego de
palabras.
Aunque también elogió la paciencia de su peluquero
ante un amigo realmente pesado con sus peticiones (Libro VIII, 52):
“Los remilgos de un pisaverde
Mi
barbero, un niño, pero de una habilidad cual no la tuvo ni Tálamo, el de Nerón,
a quien le tocaron en suerte las barbas de los Drusos
[Caludio y Nerón], se lo presté,
Cecidiano, a Rufo, a petición suya, para que le arreglara la cara una sola vez.
Mientras siguiendo sus órdenes toca mil veces los mismos pelos, dirigiendo su
mano por la censura del espejo, y le depila la piel y les da un interminable
retoque a sus cabellos ya recortados, mi barbero volvió a casa barbudo”.
Y nos enseñó que los buenos barberos eran recordados
con elocuentes epitafios (Libro VI, 52):
“Epitafio de un
barbero
En
esta tumba yace Pantagato, muerto en los años de su niñez, ternura y dolor de
su dueño, diestro en recortar las revueltas cabelleras casi sin tocar con las
tijeras y en arreglar las mejillas cerradas de barba. Aunque seas, como debes,
tierra, benévola y ligera [variante del sit tibi terra levis], no puedes ser más ligera que su mano de
artista.”
¿Fue únicamente Marcial quién escribió sobre los
peluqueros? Claro que no. Me voy a despedir con unas palabras de Séneca que,
sorprendentemente, a más de uno les parecerá que están en plena actualidad (De
la brevedad de la vida, V, 13):
“¿Por qué llamas
descansados a aquellos que pasan muchas horas con el barbero mientras les corta
el pelo que creció la noche pasada, y mientras se hace la consulta sobre
cualquiera cabello, y mientras las esparcidas guedejas se vuelven a componer, o
se compele a los desviados pelos que de una y otra parte se junten para formar
copete? Por cualquier descuido del barbero se enojan como si fueran varones; se
enfurecen si se les cortó un átomo de sus crines, o si quedó algún cabello
fuera de orden, y si no entraron todos en los rizos. ¿Cuál de éstos no quieres
más que se descomponga la paz de la república que la compostura de su cabello?
¿Cuál no anda más solícito en el adorno de su cabeza que en la salud del
Imperio, preciándose más de lindo que de honesto? ¿A éstos llamas tú
desocupados, estando tan ocupados entre el peine y el espejo?”.
Este post está dedicado a la persona que en más
ocasiones me cortó el pelo.
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