domingo, 3 de abril de 2022

Siempre salgo contenta de la peluquería


Debo decir que nunca me gustaron las generalidades; y mucho menos las asociadas al género. Pero sí que ha sido una constante en mi vida escuchar a todas las mujeres que la peluquera no les hizo un trabajo correcto. Sea cortar, teñir o vete tú a saber, el caso es que parece ser una tendencia global el quejarse del resultado una vez que las mujeres salen de la peluquería.

Generalmente las cosas suelen quedarse en unos cuantos improperios, pero existen casos más graves en los que se han vivido situaciones penosas. Y en todos ellos los protagonistas son, en vez de mujeres, hombres. En 2016, el peluquero de la barbería Donald's, en un centro comercial de Ciudad San Cristóbal, Mixco (Guatemala) fue agredido físicamente porque se negó a realizar un corte de pelo determinado al hijo del agresor.

En 2017 saltó la noticia de que un hombre egipcio de 42 años intentó apuñalar en el barrio de Villaverde (Madrid) a su peluquero por haberle cobrado 9€ por el corte de pelo. Y más grave fue el apuñalamiento, en plena calle, de un peluquero de Moscú por un cliente al que no le gustó ni el corte de pelo ni el precio cobrado.

Y en 2018 llamó la atención el caso de un peluquero de Bremen (Alemania) que fue rociado con gas pimienta por un cliente insatisfecho con el corte de pelo realizado.

¿Es una tendencia actual quejarse del trabajo de los peluqueros? ¿Y agredir a los peluqueros tras un mal trabajo? Vamos a ver que no.


Marcial, poeta romano que escribió numerosas anécdotas en su famosa obra titulada Epigramas,  nos legó como se quejaba amargamente del resultado de su corte de barba (Libro XI, 84):

Barbero desollador

Quien no busque bajar todavía a las sombras estigias que huya, si es sensato, del barbero Antíoco. Con cuchillos menos crueles se desgarran los blancos brazos, cuando la turba fanática se pone en trance a los ritmos de la música frigia [se refiere a los ritos sangrientos de Cibeles y Belona]; con más delicadeza diseca Alcón las hernias estranguladas [cirujano de la época] y reduce con mano diestra los huesos fracturados. Que rape éste a los cínicos sin recursos y los mentones de los estoicos, y que libere los cuellos de los caballos de su crin llena de polvo. Que desuelle éste al pobre Prometeo al pie de la roca escítica: reclamará el ave carnicera a pecho descubierto [mito de Prometeo]; Penteo se refugiará junto a su madre [según el mito Penteo fue despedazado por su madre], Orfeo junto a las ménades [Orfeo fue descuartizado por las mujeres de Tracia], al simple sonido de las bárbaras armas de Antíoco. Todas estas cicatrices que contáis en mi mentón, parecidas a las que hay en la frente de un viejo pugilista, no me las ha hecho una esposa enojada con sus uñas enfurecidas: es la navaja de Antíoco y su mano criminal. De todos los seres vivos, sólo el chivo tiene inteligencia: toda su vida con barba, para no sufrir a Antíoco”.

Pensar que ser peluquero es una profesión de riesgo puede parecer descabellado, pero ya hemos visto que no lo es. Las agresiones por parte de los clientes, con ser esporádicas, existen y en ocasiones tienen consecuencias fatales.

Y aunque pensemos que esta actitud social es propia de nuestros tiempos actuales, lo cierto es que esto mismo ya ocurría en época romana, tal como nos lo dejó escrito el poeta Marcial en sus famosos Epigramas (Libro II, 66):

¡Dichoso ricito!

Un solo ricito se había desprendido de toda la corona de tu cabellera, al no haber quedado bien sujeto con una aguja insegura. Lálage vengó este crimen con el espejo en el que lo había visto, y Plecusa [sierva peluquera que la peinaba] cayó herida por culpa de la cruel cabellera. Deja ya, Lálage, de adornar tus tristes cabellos y que ninguna esclava toque tu loca cabeza. Que una salamandra la señale o que una despiadada navaja la monde, para que tu imagen se haga digna de tu espejo”.

También Marcial se quejó de la lentitud de algunos barberos (Libro VII, 83):

Lento como él solo

Mientras el barbero Eutrapelo repasa la cara de Luperco y le depila las mejillas, le crece una segunda barba”.

Aquí Marcial juega con el nombre del barbero, que significaría espabilado o ágil, para divertir con el original juego de palabras.

Aunque también elogió la paciencia de su peluquero ante un amigo realmente pesado con sus peticiones (Libro VIII, 52):

Los remilgos de un pisaverde

Mi barbero, un niño, pero de una habilidad cual no la tuvo ni Tálamo, el de Nerón, a quien le tocaron en suerte las barbas de los Drusos [Caludio y Nerón], se lo presté, Cecidiano, a Rufo, a petición suya, para que le arreglara la cara una sola vez. Mientras siguiendo sus órdenes toca mil veces los mismos pelos, dirigiendo su mano por la censura del espejo, y le depila la piel y les da un interminable retoque a sus cabellos ya recortados, mi barbero volvió a casa barbudo”.
 
Relieve. Siglos I-III. Museo Estatal de Tréveris.
Y nos enseñó que los buenos barberos eran recordados con elocuentes epitafios (Libro VI, 52):

Epitafio de un barbero

En esta tumba yace Pantagato, muerto en los años de su niñez, ternura y dolor de su dueño, diestro en recortar las revueltas cabelleras casi sin tocar con las tijeras y en arreglar las mejillas cerradas de barba. Aunque seas, como debes, tierra, benévola y ligera [variante del sit tibi terra levis], no puedes ser más ligera que su mano de artista.”

¿Fue únicamente Marcial quién escribió sobre los peluqueros? Claro que no. Me voy a despedir con unas palabras de Séneca que, sorprendentemente, a más de uno les parecerá que están en plena actualidad (De la brevedad de la vida, V, 13):

¿Por qué llamas descansados a aquellos que pasan muchas horas con el barbero mientras les corta el pelo que creció la noche pasada, y mientras se hace la consulta sobre cualquiera cabello, y mientras las esparcidas guedejas se vuelven a componer, o se compele a los desviados pelos que de una y otra parte se junten para formar copete? Por cualquier descuido del barbero se enojan como si fueran varones; se enfurecen si se les cortó un átomo de sus crines, o si quedó algún cabello fuera de orden, y si no entraron todos en los rizos. ¿Cuál de éstos no quieres más que se descomponga la paz de la república que la compostura de su cabello? ¿Cuál no anda más solícito en el adorno de su cabeza que en la salud del Imperio, preciándose más de lindo que de honesto? ¿A éstos llamas tú desocupados, estando tan ocupados entre el peine y el espejo?”.

Este post está dedicado a la persona que en más ocasiones me cortó el pelo.


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