Uno de los capítulos del libro Mis
mentiras favoritas: Edad Media trata sobre la invención de las gafas en
el siglo XIII. Un avance importante y notorio que permitió a muchas personas poder
seguir trabajando cuando la presbicia les impedía ejercer trabajos manuales
donde se requería una buena visión.
Como complemento a ese capítulo vamos a abordar la
opinión que el mundo científico tenía sobre las gafas al comienzo de su existencia
y la persistencia de numerosos mitos sobre ellas. ¿Os interesa conocer un poco
esta interesante historia?
Una vez inventadas las gafas, el uso de las mismas se
expandió de manera notoria, desde Italia, por todo el continente europeo. Y aunque
al principio se trató de un artículo sólo accesible a las élites, pronto
surgirían modelos económicos, fabricados con materiales sencillos, que permitió
al grueso de la población beneficiarse de estos avances.
El primer uso que tuvieron las gafas fue
el de compensar la presbicia o vista cansada, un problema visual que afecta
a todas las personas con edad entre 40-45 años. Ello lo sabemos por la
existencia de documentos históricos o retratos gráficos, como la primera
pintura al fresco en la que se representa el uso de unas gafas. Se trata del Retrato
del cardenal Hugo de Provenza, debido al pintor Tomasso da Modena, que se
encuentra en la Iglesia de San Nicolás de Treviso y se data en 1352.
Pero, al contrario de lo que muchas personas suelen
pensar, la utilidad de las gafas se expandió a muchas otras personas, como los
miopes. La constatación de ello lo tenemos en dos cartas enviadas por el duque
de Milán a su embajador en Florencia Nicodemo Tranchedini da
Pontremoli, en donde se especifica claramente la necesidad de adquirir gafas
que compensaran la visión lejana. Los documentos están fechados en 1462 y 1466
respectivamente.
El uso generalizado de las gafas por parte de la
población necesitaba el acompañamiento científico que explicara su funcionamiento.
Pero en aquella época medieval los estudiosos que se dedicaban a la óptica
(inserta en la física) no tenían los medios suficientes para explicar la forma teórica
en la que funcionaban.
El napolitano Giovanni Battista della Porta
(1535-1615) fue uno de los primeros en dedicarse a su estudio de manera teórica
y realizó numerosos experimentos de trazados de rayos. No obstante, su falta de
formación le impidió plasmar de forma teórica los resultados que obtenía en sus
estudios prácticos.
El otro primer estudioso de las gafas en su vertiente científica
fue el monje benedictino Francesco Maurolico (1494-1575). Su obra,
publicada mucho después de morir (1611), no pudo contribuir al desarrollo de la
óptica como debiera haber hecho, pues sus conclusiones fueron mucho mejores que
las de Giovanni Battista della Porta. Entre las más destacadas
estuvieron la descripción exacta y precisa de las lentes convexas como
convergentes de la luz (congregan) y las lentes cóncavas como divergentes
(disgregan); la demostración sin lugar a dudas de que el rayo perpendicular
central no se desvía al atravesar la lente, al contrario que el resto de rayos
que afectan a otras partes de la lente; el establecimiento de una relación
proporcional entre el radio de curvatura de las lentes y su poder refractivo;
así como la relación entre el punto focal de las lentes con su curvatura, lo
que significaba dar una explicación teórica a algo que ya habían descubierto
los fabricantes de lentes, la existencia de diferentes graduaciones.
Pero la mejor aportación de Maurolico fue aplicar sus
conocimientos de las lentes para explicar de manera teórica el funcionamiento
de nuestra visión. Así, considerando el cristalino una lente, llegó a la
acertada conclusión que los defectos de refracción ocular se compensaban con
lentes contrarias a la anomalía refractiva; es decir, una potencia convergente
excesiva de nuestras lentes y estructuras oculares requerirá una lente cóncava
para compensar tal anomalía.
No obstante, el primer científico que logró formular
de manera teórica y acertada el funcionamiento de nuestro sistema visual fue Johannes
Kepler (1571-1630). Gracias a aunar los conocimientos que se tenían sobre
las lentes y la cámara oscura logró dar una explicación válida del
funcionamiento de la visión y de la razón por las que las lentes compensaban
los defectos refractivos.
Kepler equiparó el ojo a una cámara oscura, donde la
pupila sería la apertura, el cristalino la lente convergente y la retina la
pantalla donde se formaba la imagen. Y concluyó lo siguiente: “la visión
acontece cuando la imagen de todo el hemisferio del mundo que está delante del
ojo… se fija en la superficie cóncava, blanca y rojiza de la retina”. La
luz atravesaba el ojo siguiendo las leyes de la refracción y enfocaban en el
punto focal, el cual se encontraba en la retina. Esta última afirmación
desmontaba la hipótesis de la formación de la imagen en el cristalino, algo que
se había defendido hasta la fecha. Pero, con ser una conclusión correcta, le
llevaba a otra dificultad. Explicar la razón por la que no veíamos el mundo
invertido (la imagen formada en retina tras el paso de las lentes oculares
debía estar invertida obligatoriamente según las leyes físicas que regían el
funcionamiento de las lentes).
Incapaz de resolver este problema, Kepler dejó la
resolución de la inversión de la imagen por el cerebro en el ámbito del alma,
algo no cuantificable por las leyes físicas y fuera de su ámbito de actuación.
Una elegante solución que tampoco estaba muy desencaminada.
Hasta aquí la aportación de los más ilustres
científicos a la explicación teórica de las gafas y, por extensión, de nuestro
sistema visual. Ahora bien, con ser evidente las ventajas prácticas de las
gafas a la hora de resolver los problemas de la visión, no todo el mundo estaba
a favor de su uso generalizado. Como con todas las novedades, muchos médicos
intransigentes se posicionaron en contra de su uso al no poder explicarse su
funcionamiento.
Uno de ellos fue el médico español Cristóbal Méndez
(ca. 1500-1560), quién en su obra recomendaba ejercicios oculares para mejorar
la visión. Para este médico, lo mejor para mantener la vista en condiciones
óptimas era observar letras muy pequeñas hasta que los ojos lagrimearan, pues
así se limpiaban de impurezas. En cambio, respecto a las gafas, recomendaba
evitar su uso lo máximo posible, pues evitaba que el ojo se esforzara. Lo
curioso de este pensamiento es que en la consulta clínica actual son muchas las
personas que siguen teniendo en su cabeza este falso mito.
Más radical era la opinión de George Bartisch
(1535-1606), autodenominado por él mismo como oculista. Sus remedios para la
presbicia incluían diversas pociones de hierbas naturales. Respecto a las gafas
aconsejaba no utilizarlas pues era de sentido común, según él, que el ojo viera
mejor cuando no tenía ningún objeto delante. Además, era más sencillo preservar
dos ojos que cuatro. Por último, comentaba que la luz solar no podía iluminar
igual de bien el interior de la cabeza cuando se llevaban gafas, lo que debía
ser un enorme contratiempo.
Estas opiniones difundidas por el miedo a lo
desconocido tienen cierta excusa cuando las contextualizamos, pues en la época
cuando se emitieron no existía una confirmación científica del funcionamiento
de las gafas. Y siguiendo el método científico podían ser opiniones respetables,
aunque hoy sepamos que eran infundadas.
Mayor problemática tenemos cuando diversos médicos mantenían
el rechazo a las gafas cuando el mundo científico ya había encontrado, gracias
a Kepler y a muchos otros que le sucedieron, la explicación teórica a su
funcionamiento.
Los perjuicios sobre ellas y el desconocimiento
podrían explicar las siguientes conclusiones vertidas el Semanario erudito y
curioso de Salamanca, (26/11/1793, n.º 17, pág. 3): “El uso de anteojos
es perjudicial no habiendo una constante necesidad. Mr. Lecat lo apoya,
diciendo, que estos no sirven más que de fixar ó recoger la vista con
perjuicio, que de usarlos ha de ser perpetuamente; de lo contrario los nervios
ópticos experimentarán repetidas veces al día una lucha con los objetos,
representándose de diversos modos; y así la practica nos hace ver, que los que
principian á gastar anteojos, progresivamente se les vá acortando la vista,
que les hubiera sido mejor contentarse con su escasez. Todos estos documentos
no se tendrán por meras especulaciones pues están apoyadas por la práctica de los
mejores oculistas, y los cortos conocimientos de un Cirujano partidario, Autor
de este papel”.
Personalidades importantes se posicionaron en contra
del uso de las gafas: Mackenzie (1840) indicó que el lente cóncavo
agravaba la miopía. Esta conclusión, a todas luces falsa de manera general, tiene
sólo dos excepciones: en los casos de hipocorrecciones miópicas en niños (algo
que a pesar de la evidencia científica se sigue practicando en la actualidad
por algunos profesionales) y de leves pseudomiopías.
Sichel
(1848), por su parte, pensaba que las lentes convexas estaban bien en las
personas mayores para leer, pero eran perjudiciales para su visión de lejos. Esta
opinión contrasta con el conocimiento que se tenía de la hipermetropía en
lejos, la cual fue descrita por Benito Daza Valdés en el siglo XVII, por
ejemplo.
Este profundo prejuicio arraigado de que los anteojos
eran perjudiciales para los ojos también aparecía en otros textos médicos.
En uno de ellos, en 1815 se decía: "que los anteojos son absolutamente
perjudiciales para los ojos sanos es evidente. No hay otra prueba que sea
necesario que el gran número de tontos jóvenes que corren por la calle con las
gafas montadas, aunque la naturaleza les ha dado amablemente buenos órganos
visuales, y que tan sólo cumpliendo con los deberes de afectación han arruinado
su facultad visual al examinar siempre estos instrumentos innecesarios”.
Estas opiniones médicas erróneas sobre las
gafas comenzaron a cambiar en el último tercio del siglo XIX
siendo las causas de ello tanto los avances científicos en el mundo de la
óptica como la inclusión en las competencias del oftalmólogo de aspectos
realizados anteriormente en exclusiva por los ópticos, como la graduación de la
vista.
Esta última confrontación no tenía ningún futuro dada
la experiencia histórica de los ópticos a la hora de realizar el examen
refractivo de la vista y hoy en día existe una separación clara de funciones
entre el campo de la oftalmología y la optometría, relegándose para estos
últimos la casi exclusividad de la graduación de la vista.
Como conclusión podemos indicar que ante un avance
como fueron las gafas, los contrarios a su uso no se posicionaron en contra en
base a pruebas científicas, sino al desconocimiento de su explicación teórica,
al desconocimiento de sus efectos prácticos y, más tarde, por una simple lucha
de competencias profesionales, algo que se ha vivido, lamentablemente, en otros
muchos campos científicos como la psicología/psiquiatría por poner un ejemplo
paradigmático.
Bibliografía:
Gené-Sampedro, A. y Morales Hernández, M.C. El
concepto de las gafas como elemento de protección visual: una revisión de los
tres últimos siglos. Revista Gaceta Óptica.
Barbón J.J., Sampedro A., Álvarez Suárez M.L. Primeras
gafas en la pintura y miniatura del S. XIV. Arch Soc Esp Oftalmol vol.82
no.11 nov. 2007
Mi madre es de una aldea muy pequeña en la montaña asturiana y ella siempre cuenta que allí nadie llevaba gafas hasta que llegó un oculista ambulante al pueblo, puso consulta en el bar y resultó que la mitad de la población las necesitaba. Ella siempre ha sido muy miope y dice que hasta los 7 años, cuando ese hombre le puso las primeras gafas, no sabía qué era ver bien.
ResponderEliminarHola, gracias por compartir esta interesante historia.
EliminarMuchas veces nos olvidamos que las posibilidades que tenemos ahora mismo de cuidar nuestra salud visual, hace pocos años, era impensable para muchas personas en nuestro país.
Por ello es importante insistir en las revisiones periódicas, aunque pensemos que no tenemos ningún problema, pues existen problemas que no son detectables hasta que es muy tarde. La óptica y el dentista son dos de las profesiones sanitarias más accesibles para las personas en la actualidad y, aún así, muchas personas no visitan a ninguno de ellos por pereza o desconocimiento.
Espero que tu relato les abra los ojos, pues seguro que aquel optometrista ambulante le cambió, para mejor, el resto de su vida.
Saludos