domingo, 10 de mayo de 2020

Rómulo mató a Remo por traspasar los límites de la ciudad de Roma


Tal es la fama alcanzada por Roma en la antigüedad que muchas de nuestras costumbres actuales se las debemos a los romanos. No en vano, somos hijos de la cultura grecorromana, algo que podéis comprobar en mi libro Civis Romanus Sum, donde propongo numerosos ejemplos de esta asociación que recorre el tiempo.

Aunque no seamos aficionados a la historia todos conocemos episodios memorables de la historia de Roma, como la conquista de Numancia, la guerra contra Aníbal, la conquista de las Galias por Julio César o el saqueo del Templo de Jerusalén. Monumentos aún en pie y una larga tradición escrita perpetuada en las escuelas permiten recordar a los romanos y sus hazañas en las escuelas año tras año.

Pero lo que no todo el mundo conoce es que los relatos de los romanos no son tan inamovibles como solemos pensar. Su historia, en muchos aspectos, es un compromiso consensuado por la historiografía posterior. Y para demostrarlo vamos a detenernos en uno de sus episodios más conocidos, el relativo a su fundación. ¿Os interesa el tema?


Cuando hablamos de la fundación de Roma a todo el mundo le viene a la cabeza el episodio de Rómulo y Remo, esos hermanos gemelos cuya historia es digna de la mejor de las telenovelas actuales.
 
Luperca, la famosa escultura conservada en los Museos Capitolinos de Roma
Vamos a dejar que sea Tito Livio, uno de los grandes historiadores romanos el que nos relate el mito de los gemelos en su famosa obra Ad Urbe Condita (Libro I, 3-6):

“El rey siguiente es Proca. Engendra éste a Númitor y Amulio, y a Númitor, que era el mayor de sus hijos, le deja el antiguo reino de la dinastía Silvia. Pero la fuerza prevaleció sobre la voluntad paterna y el respeto a la primogenitura: Amulio es rey tras desbancar a su hermano. Acumula crimen sobre crimen: elimina la descendencia masculina de su hermano, y a su sobrina Rea Silvia, so pretexto de concederle un honor, la escoge para vestal, dejándola sin esperanza de tener hijos en razón de la virginidad perpetua.

Pero tenía que ser, en mi opinión, cosa del destino el nacimiento de tan gran ciudad y el comienzo de la mayor potencia después de la de los dioses. La vestal fue forzada, dio a luz dos gemelos y, bien por creerlo así, bien por cohonestar la falta remitiendo su responsabilidad a un dios, proclama a Marte padre de esta dudosa descendencia.

Pero ni lo dioses ni los hombres la libran a ella ni a los hijos de la crueldad del rey: la sacerdotisa es encadenada y encarcelada, y se ordena que los niños sean arrojados a la corriente del río. Por un azar debido a los dioses, el Tíber, desbordado, no permitía el acceso hasta el cauce habitual a causa de los estancamientos en remanso, y a los que llevaban a los recién nacidos les hizo concebir la esperanza de que éstos se ahogasen en esas aguas a pesar de estar remansadas. En la idea, pues, de 5cumplir así el mandato del rey, abandonan a los niños en la primera charca, lugar en que actualmente se encuentra la higuera Ruminal, antes llamada Romular, según dicen. Había, en esa zona, por entonces, extensos parajes solitarios. La tradición sostiene que, cuando el agua, al ser de poco nivel, depositó en seco la canastilla a la deriva en que habían sido colocados los niños, una loba, que había salido de los montes circundantes para calmar la sed, volvió sus pasos hacia los vagidos infantiles; que se abajó y ofreció sus mamas a los niños, amansada hasta tal punto que la encontró lamiéndolos el mayoral del ganado del rey —dicen que se llamaba Fáustulo—, y que él mismo los llevó a los establos y los encomendó a su mujer Larentia para que los criase. Hay quienes opinan que Larentia, al prostituir su cuerpo, fue llamada «loba» por los pastores y que esto dio pie a la leyenda maravillosa. Tal fue su nacimiento y su crianza. Al llegar a la mocedad, él y los demás jóvenes no permanecían inactivos en los establos o junto al ganado: recorrían los bosques cazando. Cobraron vigor con ello sus cuerpos y sus mentes, y ya no sólo acechaban a las fieras, sino que atacaban a los salteadores cargados de botín, se lo arrebataban y lo repartían entre los pastores, y se reunían con éstos para el trabajo y la diversión, siendo cada día más numeroso el grupo juvenil.

Por entonces se dice que existía ya en el monte Palatino la Lupercal actual, y Evandro, asentado en aquella zona desde mucho tiempo antes, instituyó allí una fiesta importada de Arcadia en la que jóvenes desnudos hacían carreras en son de juego y diversión en honor de Pan Liceo, al que los romanos llamaron después Inuo. Cuando estaban embebidos en estos juegos —la fecha de la fiesta era conocida—, unos salteadores, airados por la pérdida del botín, les tendieron una emboscada; Rómulo se defendió con la fuerza, a Remo lo cogieron y lo entregaron preso al rey Amulio acusándolo encima. Sobre todo, achacaban a ambos el realizar incursiones en tierras de Númitor, y saquear en ellas, como si de enemigos se tratase, después de reclutar a una pandilla de jóvenes. Remo es así entregado a Númitor para que lo castigue. Desde un principio, Fáustulo había tenido la sospecha de que eran de sangre real los niños que se criaban en su casa, pues sabía que los recién nacidos habían sido abandonados por mandato del rey y la fecha en que los había recogido coincidía con aquel hecho; pero no había querido descubrirlo prematuramente, a no ser que se presentase una oportunidad o lo forzase la necesidad. Se presentó primero la necesidad: bajo la presión del 6miedo descubre el secreto a Rómulo. Coincidió que también a Númitor, que tenía preso a Remo y había oído que los hermanos eran gemelos, le había venido a la mente el recuerdo de sus nietos al relacionar su edad y su talante nada servil, y a base de indagar llegó a un extremo en que estaba a un paso de reconocer a Remo. Se teje así desde ambos ángulos una trama en torno al rey. Rómulo, no en grupo, pues estaba en inferioridad para atacar abiertamente, sino dando orden a los pastores de que se presentasen en el palacio real cada uno por un camino distinto en un determinado momento, lanza el ataque contra el rey; viene Remo en su ayuda con otro grupo desde la mansión de Númitor, y así matan al rey.

Al iniciarse el tumulto, Númitor, propalando el rumor de que el enemigo había penetrado en la ciudad y atacado el palacio real, había atraído a la juventud de Alba a la ciudadela, para ocuparla y defenderla por las armas; y cuando vio que los jóvenes, consumado el magnicidio, se dirigían hacia él para felicitarlo, convoca inmediatamente asamblea y pone de manifiesto los crímenes de su hermano para con él, el origen de sus nietos, su nacimiento, su crianza, el modo en que habían sido reconocidos; la muerte, en fin, del tirano, y su propia responsabilidad en ella. Los jóvenes se abren paso en grupo por entre la asamblea y saludan como rey a su abuelo: un clamor unánime brota, acto seguido, de la multitud entera y le ratifica el título y el poder de rey”.

Personalmente me gustaría centrarme en el episodio relativo a la muerte de Remo, inserto en el capítulo dedicado a la fundación de Roma. Si preguntamos a cualquier persona sobre ello no nos sorprenderá descubrir que la respuesta mayoritaria fue el fratricidio directo entre los hermanos.

Continuemos con la narración de Tito Livio de su obra Ad Urbe Condita (Libro I, 6-7):

“Una vez devuelto de esta forma a Númitor el trono de Alba, caló en Rómulo y Remo el deseo de fundar una ciudad en el lugar en que habían sido abandonados y criados. Era sobreabundante, por otra parte, la población de Alba y del Lacio, a lo que había que añadir, además, a los pastores; el conjunto de todos ellos permitía esperar que Alba y Lavinio iban a ser pequeñas en comparación con la ciudad que iba a ser fundada. En estas reflexiones vino pronto a incidir un mal ancestral: la ambición de poder, y a partir de un proyecto asaz pacífico se generó un conflicto criminal. Como al ser gemelos ni siquiera el reconocimiento del derecho de primogenitura podía decidir a favor de uno de ellos, a fin de que los dioses tutelares del lugar designasen por medio de augurios al que daría su nombre a la nueva ciudad y al que mandaría en ella una vez fundada, escogen, Rómulo, el Palatino y, Remo, el Aventino como lugares para tomar los augurios.

Cuentan que obtuvo augurio, primero, Remo: seis buitres. Nada más anunciar el augurio, se le presentó doble número a Rómulo, y cada uno de ellos fue aclamado como rey por sus partidarios. Reclamaban el trono basándose, unos, en la prioridad temporal, y otros en el número de aves. Llegados a las manos en el altercado consiguiente, la pasión de la pugna da paso a una lucha a muerte. En aquel revuelo cayó Remo herido de muerte. Según la tradición más difundida, Remo, para burlarse de su hermano, saltó las nuevas murallas y, acto seguido, Rómulo, enfurecido, lo mató a la vez que lo increpaba con estas palabras: «Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas». Rómulo, por consiguiente, se hizo con el poder en solitario; la ciudad fundada recibió el nombre de su fundador”.

Tito Livio recoge que la muerte de Remo se produjo en una lucha provocada por la disparidad a la hora de interpretar los augurios entre ambos hermanos. Y que la muerte se la ocasionó, según la tradición más difundida, su hermano Rómulo cuando cruzó las murallas de Roma de manera burlesca.

Ovidio, que lo recoge en su obra Fastos (Libro IV, 805-855), nos indica a otro autor de la muerte de Remo y una relación entre hermanos algo diferente:

“Ayúdame, ¡gran Quirino!, a cantar tus hechos. Ya había pagado su culpa el hermano de Númitor, y todo el gremio pastoril se hallaba bajo la guía de los gemelos. Los dos acordaron agrupar a los campesinos y levantar unas murallas: la duda era cuál de los dos levantaría las murallas. «No hay necesidad —dijo Rómulo— de desavenencia alguna: las aves poseen la mayor fiabilidad; probemos con las aves». La proposición fue aceptada. El uno se encaminó a los roquedales del boscoso Palatino, el otro ascendió por la mañana a la cumbre del Aventino. Remo vio seis pájaros; Rómulo vio doce en hilera. Se atuvieron a lo pactado, y Rómulo se ocupó de la dirección de la ciudad. Eligieron un día para hacer el trazado de las murallas con el arado […].

Se construyó un foso hasta el firme de la roca, arrojaron frutas en el fondo y trajeron tierra del suelo vecino. Rellenaron el foso con tierra y, una vez relleno, colocaron encima un altar y un nuevo hogar se puso en marcha, prendiendo fuego. Luego, apretando la mancera, trazó Rómulo un surco para las murallas; al yugo iban una vaca blanca y un buey blanco como la nieve. Las palabras del rey fueron éstas: «Asistidme en la fundación de la ciudad, Júpiter y padre Marte y madre Vesta; volveos hacia mí, todos los dioses que la piedad exige tener presentes. Que se levante esta obra mía bajo vuestros auspicios. Que sea larga su duración y el poder de esta tierra soberana, y caiga dentro de su marco la salida y la puesta del sol». Estas plegarias hacía Júpiter dio como agüero un tronido por la izquierda y lanzó un rayo por la parte derecha del cielo. Contentos con el augurio echaron los cimientos los ciudadanos, y en escaso tiempo había una muralla nueva. Céler metía prisa a esta obra; el propio Rómulo le había llamado y le había dicho: «Céler, encárgate de estos trabajos, y que nadie pueda traspasar las murallas ni el foso abierto con la reja; cáusale la muerte a quien se atreva a cosa tal». Ignorante de ello, Remo se puso a hacer ascos de lo bajo de las murallas, diciendo: «¿Con estas murallas va a estar seguro el pueblo?». Y sin pensarlo dos veces, saltó por encima de ellas. Céler alcanzó con una pala al atrevido; éste, cubierto de sangre, fue a dar contra la dura tierra. Cuando el rey supo esto, se tragó en su interior las lágrimas que le habían brotado y guardó en su pecho la herida. No quería llorar públicamente, y mantuvo el valiente ejemplo, y dijo: «Que el enemigo pase mis murallas con este resultado».

Mas con todo celebró las exequias, y no podía ya contener el llanto, y su amor al hermano, que había disimulado, se hizo patente. Estampó los últimos besos al féretro presente y dijo: «Adiós, hermano, que contra mi voluntad me has sido arrebatado». Y ungió los miembros que iban a arder. Igual que él hicieron Fáustulo y Acá, con su triste cabellera suelta.”

En este relato tenemos que el autor de la muerte de Remo fue Céler y no Rómulo, al que sólo podríamos culpar de manera indirecta.

Ovidio, en todo el relato, resalta la armonía entre ambos hermanos, destacando el episodio del agüero de las aves y como se asumió el resultado sin mayores problemas o con el sentido funeral que le ofreció su hermano Rómulo. Es el único autor que se toma tal licencia (suponemos poética).

Un tanto diferente es el relato que nos ofrece Dionisio de Halicarnaso en su Historia Antigua de Roma (Libro I, 86-88), el cual seguramente se basó en el primer autor que compuso una historia de Roma, Quinto Fabio Pictor (obra original perdida):

“Pasó cierto tiempo en esto, y puesto que la disensión no disminuía, decidieron ambos remitirse a su abuelo materno y marcharon a Alba. Él les propuso esto: hacer a los dioses jueces de cuál de los dos debía dar su nombre a la colonia y tener la hegemonía. Tras fijar un día, les ordenó que se sentaran desde el amanecer a cierta distancia uno del otro, en los asentamientos que cada uno decidiese, y que después de hacer los sacrificios tradicionales a los dioses aguardasen augurios sagrados; aquel a quien las aves fueran primero favorables gobernaría la colonia. Los jóvenes aprobaron la idea y se marcharon, y según lo convenido se presentaron el día decisivo de la empresa. Rómulo eligió como lugar de presagio donde pensaba construir la colonia, el Palatino; Remo la colina contigua a aquella, llamada Aventino, o como dicen algunos Remoria. Una guardia de ambos estaba presente, y no se atrevería a decir lo que no hubiera aparecido. Cuando ocuparon las posiciones respectivas, tras poco tiempo, Rómulo, por la impaciencia y envidia hacia su hermano (tal vez la divinidad lo empujó), antes de observar ningún presagio envió mensajeros a su hermano y le pidió que viniera rápidamente, como si hubiera sido el primero en obtener augurios divinos. Mientras los hombres enviados por él no marchaban deprisa, avergonzados del engaño, seis buitres se le aparecieron a Remo volando desde la derecha. Al ver las aves se puso muy contento, y no mucho después los mensajeros de Rómulo lo levantaron y lo llevaron al Palatino. Cuando estuvieron en el mismo lugar Remo preguntó a Rómulo qué presagios había visto él el primero, y éste no sabía qué responder. Entonces se vieron volando doce buitres de buen augurio, al verlos tomó valor y le dijo a Remo mostrándoselos: «¿Por qué querías conocer lo sucedido antes? Tú mismo ves claramente estas aves». Remo se irritó y actuó duramente pensando que había sido engañado por él, y afirmó que no le entregaría la colonia.

A partir de este incidente surgió una disputa mayor que la anterior, ya que cada uno perseguía ocultamente tener más poder, pero aparentemente lo que hacía depender de este juicio era la igualdad, pues les había dicho su abuelo materno que a quien primero se le mostrasen las aves más favorables, ése gobernaría la colonia. Pero el mismo tipo de aves fue visto por ambos y uno vencía por verlas el primero, el otro por ver mayor número. El resto del pueblo compartió su rivalidad, y armado por sus jefes comenzó una guerra. Se produjo una dura batalla y gran mortandad en ambos bandos. En esta batalla algunos dicen que Fáustulo, el que crió a los jóvenes, quiso poner fin a la disputa de los hermanos y, como no era capaz de hacerlo, se lanzó sin armas en medio de los combatientes deseando alcanzar la muerte más rápida, como sucedió. Otros dicen también que el león de piedra que está situado en la parte principal del Foro romano junto a los rostra fue colocado sobre el cuerpo de Fáustulo, enterrado por quienes lo encontraron en el mismo sitio donde cayó. Remo murió en la batalla, y Rómulo consiguió una tristísima victoria por la muerte de su hermano y la matanza mutua de ciudadanos. Enterró a Remo en la Remoria puesto que vivo ocupó ese lugar para la fundación […].

Ésta me parece que es la historia más convincente sobre la muerte de Remo. Sin embargo, ya que se nos ha transmitido alguna versión diferente, se dirá. En efecto, algunos afirman que Remo cedió su hegemonía a Rómulo, indignado y encolerizado por el engaño, y cuando la muralla estuvo construida, queriendo mostrar la debilidad de la defensa, dijo: «Cualquier enemigo vuestro la pasaría sin dificultad, como yo», y al punto la saltó de un brinco. Céler, uno de los situados sobre la muralla, que era encargado de las obras, le dijo: «Pero cualquiera de nosotros rechazaría a ese enemigo sin dificultad», y lo golpeó con la azada en la cabeza y lo mató en el acto. Tal se dice que fue el fin de la disputa entre los hermanos.

Una vez que ya nada era obstáculo para la fundación, Rómulo designó el día en que, tras conciliarse a los dioses, iba a emprender el comienzo de las obras, y preparó lo que debía tener dispuesto para los sacrificios y festejos del pueblo. Cuando llegó el momento fijado, tras celebrar él mismo sacrificios a los dioses y ordenar a los demás hacer lo mismo según sus posibilidades, tomó los augurios divinos en primer lugar. Después ordenó que se hicieran hogueras delante de las tiendas y sacó al pueblo para que saltara sobre las llamas como purificación de sus culpas. Cuando pensó que se había hecho todo cuanto era razonablemente grato a los dioses, llamó a todos al lugar señalado y dibujó la figura de un cuadrado alrededor de la colina trazando mediante un arado, compuesto de un buey uncido junto a una vaca, un surco continuo que debía recibir la muralla. Desde entonces entre los romanos se conserva esta costumbre del surco alrededor del terreno en la fundación de ciudades”.

De su relato se desprenden varias conclusiones importantes:

·        Remo aparece en este relato como alguien rencoroso y poco de fiar, el cual se mereció la muerte que tuvo.

·        Rómulo no mató a Remo directamente, tal como contó Tito Livio. Recoge que unas tradiciones lo achacan a Céler (aquí parece que fue por voluntad propia de este personaje sin intervenir Rómulo lo más mínimo), pero él no otorga el nombre del asesino y lo enmarca en la lucha que surgió entre los partidarios de ambos hermanos.

·        El padre de los gemelos también murió en la batalla, al contrario de lo que nos contó Ovidio.

·        La fundación de la ciudad de Roma por Rómulo, con el acto sagrado de realizar los límites con un arado, se realizaron tras la muerte de Remo.

¿Qué relato es el más acertado?

Nunca lo vamos a poder saber, pues se trata de un mito transmitido oralmente que cuando fue escrito en los libros de historia ya se había difuminado con diferentes versiones.

Y, es más, tampoco nos interesa demasiado, pues no deja de ser una leyenda para poder crear un pasado mítico de la que fue la mayor ciudad  de la antigüedad.

El sacrificio que tuvo que realizar Rómulo a la hora de crear la ciudad fue enorme, pues supuso el sacrificio de su hermano gemelo. En este episodio donde el bien de la comunidad se pone por delante del propio y donde la pietas, el sentido del deber, lo acerca al otro héroe fundador, Eneas, vemos una clara característica moral muy valorada por los romanos y que Cicerón la describió de la siguiente forma: “la que nos exhorta a observar nuestros deberes con respecto a la patria, a los padres y a los parientes de sangre” (La invención retórica Libro II, 22, 66).

Sirva este post para confirmar que la Historia ni está escrita ni es tan inamovible como muchos piensan.

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