Tal es la fama alcanzada por Roma en la
antigüedad que muchas de nuestras costumbres actuales se las debemos a los
romanos. No en vano, somos hijos de la cultura grecorromana, algo que podéis
comprobar en mi libro Civis
Romanus Sum, donde propongo
numerosos ejemplos de esta asociación que recorre el tiempo.
Aunque no seamos aficionados a la historia
todos conocemos episodios memorables de la historia de Roma, como la conquista
de Numancia, la guerra contra Aníbal, la conquista de las Galias por Julio
César o el saqueo del Templo de Jerusalén. Monumentos aún en pie y una larga
tradición escrita perpetuada en las escuelas permiten recordar a los romanos y
sus hazañas en las escuelas año tras año.
Pero lo que no todo el mundo conoce es que
los relatos de los romanos no son tan inamovibles como solemos pensar. Su
historia, en muchos aspectos, es un compromiso consensuado por la
historiografía posterior. Y para demostrarlo vamos a detenernos en uno de sus
episodios más conocidos, el relativo a su fundación. ¿Os interesa el tema?
Cuando hablamos de la fundación de Roma a
todo el mundo le viene a la cabeza el episodio de Rómulo y Remo, esos hermanos
gemelos cuya historia es digna de la mejor de las telenovelas actuales.
Vamos a dejar que sea Tito Livio, uno de los grandes historiadores romanos el que nos
relate el mito de los gemelos en su
famosa obra Ad Urbe Condita
(Libro I, 3-6):
“El rey siguiente es Proca. Engendra éste
a Númitor y Amulio, y a Númitor, que era el mayor de sus hijos, le deja el
antiguo reino de la dinastía Silvia. Pero la fuerza prevaleció sobre la
voluntad paterna y el respeto a la primogenitura: Amulio es rey tras desbancar
a su hermano. Acumula crimen sobre crimen: elimina la descendencia masculina de
su hermano, y a su sobrina Rea Silvia, so pretexto de concederle un honor, la
escoge para vestal, dejándola sin esperanza de tener hijos en razón de la
virginidad perpetua.
Pero tenía que ser, en mi opinión, cosa
del destino el nacimiento de tan gran ciudad y el comienzo de la mayor potencia
después de la de los dioses. La vestal fue forzada, dio a luz dos gemelos y,
bien por creerlo así, bien por cohonestar la falta remitiendo su
responsabilidad a un dios, proclama a Marte padre de esta dudosa descendencia.
Pero ni lo dioses ni los hombres la libran
a ella ni a los hijos de la crueldad del rey: la sacerdotisa es encadenada y
encarcelada, y se ordena que los niños sean arrojados a la corriente del río. Por
un azar debido a los dioses, el Tíber, desbordado, no permitía el acceso hasta
el cauce habitual a causa de los estancamientos en remanso, y a los que
llevaban a los recién nacidos les hizo concebir la esperanza de que éstos se
ahogasen en esas aguas a pesar de estar remansadas. En la idea, pues, de
5cumplir así el mandato del rey, abandonan a los niños en la primera charca,
lugar en que actualmente se encuentra la higuera Ruminal, antes llamada
Romular, según dicen. Había, en esa zona, por entonces, extensos parajes
solitarios. La tradición sostiene que, cuando el agua, al ser de poco nivel,
depositó en seco la canastilla a la deriva en que habían sido colocados los
niños, una loba, que había salido de los montes circundantes para calmar la
sed, volvió sus pasos hacia los vagidos infantiles; que se abajó y ofreció sus
mamas a los niños, amansada hasta tal punto que la encontró lamiéndolos el mayoral
del ganado del rey —dicen que se llamaba Fáustulo—, y que él mismo los llevó a
los establos y los encomendó a su mujer Larentia para que los criase. Hay
quienes opinan que Larentia, al prostituir su cuerpo, fue llamada «loba» por
los pastores y que esto dio pie a la leyenda maravillosa. Tal fue su nacimiento
y su crianza. Al llegar a la mocedad, él y los demás jóvenes no permanecían
inactivos en los establos o junto al ganado: recorrían los bosques cazando.
Cobraron vigor con ello sus cuerpos y sus mentes, y ya no sólo acechaban a las
fieras, sino que atacaban a los salteadores cargados de botín, se lo
arrebataban y lo repartían entre los pastores, y se reunían con éstos para el
trabajo y la diversión, siendo cada día más numeroso el grupo juvenil.
Por entonces se dice que existía ya en el
monte Palatino la Lupercal actual, y Evandro, asentado en aquella zona desde
mucho tiempo antes, instituyó allí una fiesta importada de Arcadia en la que
jóvenes desnudos hacían carreras en son de juego y diversión en honor de Pan
Liceo, al que los romanos
llamaron después Inuo. Cuando estaban embebidos en estos juegos —la fecha de la
fiesta era conocida—, unos salteadores, airados por la pérdida del botín, les
tendieron una emboscada; Rómulo se defendió con la fuerza, a Remo lo cogieron y
lo entregaron preso al rey Amulio acusándolo encima. Sobre todo, achacaban a ambos
el realizar incursiones en tierras de Númitor, y saquear en ellas, como si de
enemigos se tratase, después de reclutar a una pandilla de jóvenes. Remo es así
entregado a Númitor para que lo castigue. Desde un principio, Fáustulo había
tenido la sospecha de que eran de sangre real los niños que se criaban en su
casa, pues sabía que los recién nacidos habían sido abandonados por mandato del
rey y la fecha en que los había recogido coincidía con aquel hecho; pero no
había querido descubrirlo prematuramente, a no ser que se presentase una
oportunidad o lo forzase la necesidad. Se presentó primero la necesidad: bajo
la presión del 6miedo descubre el secreto a Rómulo. Coincidió que también a
Númitor, que tenía preso a Remo y había oído que los hermanos eran gemelos, le
había venido a la mente el recuerdo de sus nietos al relacionar su edad y su
talante nada servil, y a base de indagar llegó a un extremo en que estaba a un
paso de reconocer a Remo. Se teje así desde ambos ángulos una trama en torno al
rey. Rómulo, no en grupo, pues estaba en inferioridad para atacar abiertamente,
sino dando orden a los pastores de que se presentasen en el palacio real cada
uno por un camino distinto en un determinado momento, lanza el ataque contra el
rey; viene Remo en su ayuda con otro grupo desde la mansión de Númitor, y así
matan al rey.
Al iniciarse el tumulto, Númitor,
propalando el rumor de que el enemigo había penetrado en la ciudad y atacado el
palacio real, había atraído a la juventud de Alba a la ciudadela, para ocuparla
y defenderla por las armas; y cuando vio que los jóvenes, consumado el
magnicidio, se dirigían hacia él para felicitarlo, convoca inmediatamente
asamblea y pone de manifiesto los crímenes de su hermano para con él, el origen
de sus nietos, su nacimiento, su crianza, el modo en que habían sido reconocidos; la muerte, en fin, del
tirano, y su propia responsabilidad en ella. Los jóvenes se abren paso en grupo
por entre la asamblea y saludan como rey a su abuelo: un clamor unánime brota,
acto seguido, de la multitud entera y le ratifica el título y el poder de rey”.
Personalmente me gustaría centrarme en el episodio relativo a la muerte de Remo,
inserto en el capítulo dedicado a la fundación de Roma. Si preguntamos a
cualquier persona sobre ello no nos sorprenderá descubrir que la respuesta
mayoritaria fue el fratricidio directo entre los hermanos.
Continuemos
con la narración de Tito Livio de su obra Ad Urbe Condita (Libro I, 6-7):
“Una vez devuelto de esta forma a Númitor
el trono de Alba, caló en Rómulo y Remo el deseo de fundar una ciudad en el
lugar en que habían sido abandonados y criados. Era sobreabundante, por otra
parte, la población de Alba y del Lacio, a lo que había que añadir, además, a
los pastores; el conjunto de todos ellos permitía esperar que Alba y Lavinio
iban a ser pequeñas en comparación con la ciudad que iba a ser fundada. En
estas reflexiones vino pronto a incidir un mal ancestral: la ambición de poder,
y a partir de un proyecto asaz pacífico se generó un conflicto criminal. Como
al ser gemelos ni siquiera el reconocimiento del derecho de primogenitura podía
decidir a favor de uno de ellos, a fin de que los dioses tutelares del lugar
designasen por medio de augurios al que daría su nombre a la nueva ciudad y al
que mandaría en ella una vez fundada, escogen, Rómulo, el Palatino y, Remo, el
Aventino como lugares para tomar los augurios.
Cuentan que obtuvo augurio, primero, Remo:
seis buitres. Nada más anunciar el augurio, se le presentó doble número a
Rómulo, y cada uno de ellos fue aclamado como rey por sus partidarios.
Reclamaban el trono basándose, unos, en la prioridad temporal, y otros en el
número de aves. Llegados a las manos en el altercado consiguiente, la pasión de
la pugna da paso a una lucha a muerte. En aquel revuelo cayó Remo herido de
muerte. Según la tradición más difundida, Remo, para burlarse de su hermano,
saltó las nuevas murallas y, acto seguido, Rómulo, enfurecido, lo mató a la vez
que lo increpaba con estas palabras: «Así muera en adelante cualquier otro que
franquee mis murallas». Rómulo, por consiguiente, se hizo con el poder en solitario;
la ciudad fundada recibió el nombre de su fundador”.
Tito
Livio recoge que la muerte de Remo se produjo en una lucha provocada por la
disparidad a la hora de interpretar los augurios entre ambos hermanos. Y que la
muerte se la ocasionó, según la tradición más difundida, su hermano Rómulo
cuando cruzó las murallas de Roma de manera burlesca.
Ovidio,
que lo recoge en su obra Fastos (Libro IV, 805-855), nos
indica a otro autor de la muerte de Remo y una relación entre hermanos algo
diferente:
“Ayúdame, ¡gran Quirino!, a cantar tus
hechos. Ya había pagado su culpa el hermano de Númitor, y todo el gremio
pastoril se hallaba bajo la guía de los gemelos. Los dos acordaron agrupar a
los campesinos y levantar unas murallas: la duda era cuál de los dos levantaría
las murallas. «No hay necesidad —dijo Rómulo— de desavenencia alguna: las aves poseen la mayor
fiabilidad; probemos con las aves». La proposición fue aceptada. El uno se
encaminó a los roquedales del boscoso Palatino, el otro ascendió por la mañana
a la cumbre del Aventino. Remo vio seis pájaros; Rómulo vio doce en hilera. Se
atuvieron a lo pactado, y Rómulo se ocupó de la dirección de la ciudad.
Eligieron un día para hacer el trazado de las murallas con el arado […].
Se construyó un foso hasta el firme de la
roca, arrojaron frutas en el fondo y trajeron tierra del suelo vecino.
Rellenaron el foso con tierra y, una vez relleno, colocaron encima un altar y
un nuevo hogar se puso en marcha, prendiendo fuego. Luego, apretando la
mancera, trazó Rómulo un surco para las murallas; al yugo iban una vaca blanca
y un buey blanco como la nieve. Las palabras del rey fueron éstas: «Asistidme
en la fundación de la ciudad, Júpiter y padre Marte y madre Vesta; volveos
hacia mí, todos los dioses que la piedad exige tener presentes. Que se levante
esta obra mía bajo vuestros auspicios. Que sea larga su duración y el poder de
esta tierra soberana, y caiga dentro de su marco la salida y la puesta del
sol». Estas plegarias hacía Júpiter dio como agüero un tronido por la izquierda
y lanzó un rayo por la parte derecha del cielo. Contentos con el augurio
echaron los cimientos los ciudadanos, y en escaso tiempo había una muralla
nueva. Céler metía prisa a esta obra; el propio Rómulo le había llamado y le
había dicho: «Céler, encárgate de estos trabajos, y que nadie pueda traspasar
las murallas ni el foso abierto con la reja; cáusale la muerte a quien se
atreva a cosa tal». Ignorante de ello, Remo se puso a hacer ascos de lo bajo de
las murallas, diciendo: «¿Con estas murallas va a estar seguro el pueblo?». Y
sin pensarlo dos veces, saltó por encima de ellas. Céler alcanzó con una pala
al atrevido; éste, cubierto de sangre, fue a dar contra la dura tierra. Cuando
el rey supo esto, se tragó en su interior las lágrimas que le habían brotado y
guardó en su pecho la herida. No quería llorar públicamente, y mantuvo el
valiente ejemplo, y dijo: «Que el enemigo pase mis murallas con este resultado».
Mas con todo celebró las exequias, y no
podía ya contener el llanto, y su amor al hermano, que había disimulado, se
hizo patente. Estampó los últimos besos al féretro presente y dijo: «Adiós,
hermano, que contra mi voluntad me has sido arrebatado». Y ungió los miembros
que iban a arder. Igual que él hicieron Fáustulo y Acá, con su triste cabellera
suelta.”
En
este relato tenemos que el autor de la muerte de Remo fue Céler
y no Rómulo, al que sólo podríamos culpar de manera indirecta.
Ovidio,
en todo el relato, resalta la armonía entre ambos hermanos,
destacando el episodio del agüero de las aves y como se asumió el resultado sin
mayores problemas o con el sentido funeral que le ofreció su hermano Rómulo. Es
el único autor que se toma tal licencia (suponemos poética).
Un tanto diferente es el relato que nos ofrece Dionisio de Halicarnaso en su Historia Antigua de Roma (Libro I,
86-88), el cual seguramente se basó en el primer autor que compuso una historia
de Roma, Quinto Fabio
Pictor (obra original perdida):
“Pasó cierto tiempo en esto, y puesto que
la disensión no disminuía, decidieron ambos remitirse a su abuelo materno y
marcharon a Alba. Él les propuso esto: hacer a los dioses jueces de cuál de los
dos debía dar su nombre a la colonia y tener la hegemonía. Tras fijar un día,
les ordenó que se sentaran desde el amanecer a cierta distancia uno del otro,
en los asentamientos que cada uno decidiese, y que después de hacer los
sacrificios tradicionales a los dioses aguardasen augurios sagrados; aquel a
quien las aves fueran primero favorables gobernaría la colonia. Los jóvenes
aprobaron la idea y se marcharon, y según lo convenido se presentaron el día
decisivo de la empresa. Rómulo eligió como lugar de presagio donde pensaba
construir la colonia, el Palatino; Remo la colina contigua a aquella, llamada
Aventino, o como dicen algunos Remoria. Una guardia de ambos estaba presente, y
no se atrevería a decir lo que no hubiera aparecido. Cuando ocuparon las
posiciones respectivas, tras poco tiempo, Rómulo, por la impaciencia y envidia
hacia su hermano (tal vez la divinidad lo empujó), antes de observar ningún
presagio envió mensajeros a su hermano y le pidió que viniera rápidamente, como
si hubiera sido el primero en obtener augurios divinos. Mientras los hombres
enviados por él no marchaban deprisa, avergonzados del engaño, seis buitres se
le aparecieron a Remo volando desde la derecha. Al ver las aves se puso muy
contento, y no mucho después los mensajeros de Rómulo lo levantaron y lo
llevaron al Palatino. Cuando estuvieron en el mismo lugar Remo preguntó a
Rómulo qué presagios había visto él el primero, y éste no sabía qué responder.
Entonces se vieron volando doce buitres de buen augurio, al verlos tomó valor y
le dijo a Remo mostrándoselos: «¿Por qué querías conocer lo sucedido antes? Tú
mismo ves claramente estas aves». Remo se irritó y actuó duramente pensando que
había sido engañado por él, y afirmó que no le entregaría la colonia.
A partir de este incidente surgió una
disputa mayor que la anterior, ya que cada uno perseguía ocultamente tener más
poder, pero aparentemente lo que hacía depender de este juicio era la igualdad,
pues les había dicho su abuelo materno que a quien primero se le mostrasen las
aves más favorables, ése gobernaría la colonia. Pero el mismo tipo de aves fue
visto por ambos y uno vencía por verlas el primero, el otro por ver mayor
número. El resto del pueblo compartió su rivalidad, y armado por sus jefes
comenzó una guerra. Se produjo una dura batalla y gran mortandad en ambos
bandos. En esta batalla algunos dicen que Fáustulo, el que crió a los jóvenes,
quiso poner fin a la disputa de los hermanos y, como no era capaz de hacerlo,
se lanzó sin armas en medio de los combatientes deseando alcanzar la muerte más
rápida, como sucedió. Otros dicen también que el león de piedra que está
situado en la parte principal del Foro romano junto a los rostra fue colocado
sobre el cuerpo de Fáustulo, enterrado por quienes lo encontraron en el mismo
sitio donde cayó. Remo murió en la batalla, y Rómulo consiguió una tristísima
victoria por la muerte de su hermano y la matanza mutua de ciudadanos. Enterró
a Remo en la Remoria puesto que vivo ocupó ese lugar para la fundación […].
Ésta me parece que es la historia más
convincente sobre la muerte de Remo. Sin embargo, ya que se nos ha transmitido
alguna versión diferente, se dirá. En efecto, algunos afirman que Remo cedió su
hegemonía a Rómulo, indignado y encolerizado por el engaño, y cuando la muralla
estuvo construida, queriendo mostrar la debilidad de la defensa, dijo:
«Cualquier enemigo vuestro la pasaría sin dificultad, como yo», y al punto la
saltó de un brinco. Céler, uno de los situados sobre la muralla, que era
encargado de las obras, le dijo: «Pero cualquiera de nosotros rechazaría a ese
enemigo sin dificultad», y lo golpeó con la azada en la cabeza y lo mató en el
acto. Tal se dice que fue el fin de la disputa entre los hermanos.
Una vez que ya nada era obstáculo para la
fundación, Rómulo designó el día en que, tras conciliarse a los dioses, iba a
emprender el comienzo de las obras, y preparó lo que debía tener dispuesto para
los sacrificios y festejos del pueblo. Cuando llegó el momento fijado, tras
celebrar él mismo sacrificios a los dioses y ordenar a los demás hacer lo mismo
según sus posibilidades, tomó los augurios divinos en primer lugar. Después
ordenó que se hicieran hogueras delante de las tiendas y sacó al pueblo para
que saltara sobre las llamas como purificación de sus culpas. Cuando pensó que
se había hecho todo cuanto era razonablemente grato a los dioses, llamó a todos
al lugar señalado y dibujó la figura de un cuadrado alrededor de la colina
trazando mediante un arado, compuesto de un buey uncido junto a una vaca, un
surco continuo que debía recibir la muralla. Desde entonces entre los romanos
se conserva esta costumbre del surco alrededor del terreno en la fundación de
ciudades”.
De
su relato se desprenden varias conclusiones importantes:
·
Remo
aparece en este relato como alguien rencoroso
y poco de fiar, el cual se mereció la muerte que tuvo.
·
Rómulo
no mató a Remo directamente, tal como contó Tito
Livio. Recoge que unas tradiciones lo achacan a Céler (aquí parece que fue por
voluntad propia de este personaje sin intervenir Rómulo lo más mínimo), pero él
no otorga el nombre del asesino y lo
enmarca en la lucha que surgió entre los partidarios de ambos hermanos.
·
El
padre de los gemelos también murió en la batalla,
al contrario de lo que nos contó Ovidio.
·
La
fundación de la ciudad de Roma por Rómulo, con el acto sagrado de realizar los
límites con un arado, se realizaron tras la muerte de Remo.
¿Qué
relato es el más acertado?
Nunca lo vamos a poder saber, pues se
trata de un mito transmitido oralmente que cuando fue escrito en los libros de
historia ya se había difuminado con diferentes versiones.
Y, es más, tampoco nos interesa demasiado,
pues no deja de ser una leyenda para poder crear un pasado mítico de la que fue
la mayor ciudad de la antigüedad.
El sacrificio que tuvo que realizar Rómulo
a la hora de crear la ciudad fue enorme, pues supuso el sacrificio de su
hermano gemelo. En este episodio donde el bien de la comunidad se pone por
delante del propio y donde la pietas,
el sentido del deber, lo acerca al otro héroe fundador, Eneas, vemos una clara
característica moral muy valorada por los romanos y que Cicerón la describió de
la siguiente forma: “la que nos exhorta a
observar nuestros deberes con respecto a la patria, a los padres y a los
parientes de sangre” (La invención
retórica Libro II, 22, 66).
Sirva este post para confirmar que la
Historia ni está escrita ni es tan inamovible como muchos piensan.
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