Este artículo pretende ser un pequeño gran
recordatorio de todo lo que se hizo mal en España en la epidemia de coronavirus
que nos afectó este año 2020 y, teniendo en cuenta estudios científicos,
desmentir ciertas falsedades que han recorrido las redes en los meses
posteriores a la cuarentena.
Lo que aparece aquí no debe tomarse como
una verdad absoluta pues la historia, como siempre nos enseña, cambia según
vamos conociendo datos e informes nuevos. Pero, sin duda, es la realidad que
conocemos en el momento de su publicación.
Me ha quedado un poco largo, como suele
ser habitual, por lo que os aconsejo tomaros un rato tranquilo para leerlo y,
sobre todo, asumirlo. ¿Os interesa?
El formato del artículo será tomar una
frase que se ha difundido en los medios y explicar la realidad de la misma.
El
gobierno actuó tarde porque no supo “dimensionar” lo que se les venía encima.
Pablo Iglesias, vicepresidente tercero y
ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, dijo estas palabras en una
entrevista el 17 de mayo de 2020, tras algo más de dos meses de confinamiento
social (aquí
la noticia).
Por vez primera reconocía el gobierno sin
medias tintas que actuó tarde, aunque con la coletilla de que igual que otros
gobiernos. Y en eso tiene razón. La tardanza en la actuación es una
acusación que se ha repetido en Italia, Francia, Reino Unido o los EEUU,
teniendo cada país un gobierno de signo político diferente. Da igual la
ideología gobernante en estos países pues todos colocaron por delante la
economía antes que la salud ciudadana. Por esta razón, no se cortaron las vías
de contagio a tiempo y cuando se quisieron tomar medidas las mismas fueron
deficientes y tardías.
Esta imagen del transporte de féretros en Bérgamo, Italia, por muertos por coronavirus fue algo que me impactó verdaderamente. Data del 20 de marzo. Ya era tarde para todos. |
Un buen ejemplo de desastre organizativo
lo tenemos en el mundo del fútbol, que mueve miles de millones. Resulta
paradójico que aún en febrero se negara la evidencia sobre la peligrosidad del
coronavirus (como veremos a continuación) y el día 19 miles de aficionados del
Valencia C.F. marcharan a Italia para presenciar el Atalanta vs Valencia en el
estadio de San Siro (Milán), foco principal de infección en Italia. Este
partido fue un importante foco
de transmisión del coronavirus en
España, al igual que luego lo fue el Liverpool vs Atlético de Madrid (11 de
marzo) en Reino Unido. Sin duda, se cumplió la máxima por la que la historia se
repite si no la conocemos.
Ahora bien, no todos los gobiernos
actuaron igual, lo que tuvo un reflejo directo en
las cifras de muertos. Alemania, por ejemplo, según las palabras de su virólogo
Christian Drosten, se alejó de las terribles cifras de fallecidas gracias a
realizar test contra el coronavirus de manera temprana. Según sus palabras: “El secreto está en la cantidad de test
durante la primera semana”. Gracias a desarrollar test propios a principios
de año y realizar test masivos lograron controlar los brotes principales y
aislarlos. A fecha de 18 de mayo Alemania tenía 8049 fallecidos, mientras que
España 27650. La diferencia es considerable teniendo en cuenta que la población
alemana casi duplica a la española.
Alemania no es el único país que actuó así
y que su cifra de muertos es considerablemente menor que España. Por tanto,
España está entre los países que actuaron mal. Tarde y mal. Y dentro de ese
grupo de países nosotros tenemos el puesto más nefando porque a 18 de mayo
España es el segundo país que tiene más fallecidos por millón de habitante,
sólo superado por Bélgica. Y esto es una pequeña trampa pues en Bélgica se
contabilizan todos los fallecidos con síntomas sospechosos de coronavirus,
mientras que en España sólo se cuentan los fallecidos a los que se les realizó
el test. Teniendo en cuenta la falta de test durante lo peor de la crisis
resulta lógico intuir que Bélgica está sobredimensionada y España
infradimensionada. A 13 de mayo las cifras son que Bélgica presenta 76,63 decesos
por cada 100.000 habitantes, España 57,53, Italia 51,16, Reino Unido 52 y
Francia 42. Es decir, actuamos tarde como algunos malos gobiernos, pero fuimos
el que actuó más tarde.
Pero no es el único dato nefasto que
tenemos en España. El 25 de abril saltaba a la palestra un dato horrible en el
País: “España es, con diferencia, el país del mundo con más profesionales
sanitarios contagiados por el coronavirus, según los datos oficiales
disponibles. Un informe publicado el jueves por el Centro Europeo para el Control y
Prevención de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés) destaca que mientras
el 20% de los casos registrados en España afecta a este colectivo, en Italia
ese porcentaje se reduce al 10% —si bien en Lombardía, epicentro de la epidemia
en el país, el porcentaje es también del 20%—. En Estados Unidos, los
sanitarios contagiados apenas llegan al 3% y en China se sitúa en el 3,8%”.
De nuevo, los número uno del mundo debido a la escasa capacidad del gobierno
para suministrar equipos adecuados a los sanitarios que se enfrentaron al
coronavirus (no olvidar el tema de las mascarillas defectuosas, entre muchos otros).
A 16 de mayo la cifra de sanitarios
fallecidos asciende a 76 (fuente aquí),
una cifra que supone el doble de lo que el Gobierno de España reconoce.
El
coronavirus es una simple gripe
Esta mentira está relacionada con la
supuesta incapacidad del gobierno para “dimensionar” la emergencia sanitaria
que se les venía encima.
Fernando Simón, director del Centro de Coordinación
de Alertas y Emergencias Sanitarias, realizaba unas declaraciones sobre el
coronavirus el 16 de febrero en la cadena de TV LA Sexta indicando que “Sorprende el exceso de preocupación, la
gente no se agobia con la gripe porque está acostumbrada” (aquí).
Y unos días antes, en el Heraldo
de Aragón, indicaba un par de
perlas como estas: “El coronavirus es una
enfermedad de muy bajo nivel de transmisión”, “Tiene una letalidad que no es desdeñable, pero no es tan grave como
parecía. En estos momentos, el nivel de riesgo de España es relativamente bajo.
No hay ninguna razón para alarmarse, está controlado”.
Ignoro la razón última de tamaña campaña
de desinformación, pero todos estos comunicados el único resultado que tuvo fue
el de que la población se confiara y se contagiara en niveles insospechados.
Lo sorprendente es que es falso que el
gobierno no tuviera datos suficientes en ese mes de febrero como para haber
actuado de otra manera. Ya sabíamos los datos de China a finales de enero y
la OMS, desesperada ante la impasividad de muchos gobiernos tras declarar la
alerta global el 31 de enero, advirtió el 24 de febrero que “la mortalidad del coronavirus es del 0,7%
fuera de Wuhan, siete veces más que la gripe común” (aquí).
Incluso el 21 de febrero se publicó un informe
donde se verificaba algo que ya se estaba barruntando desde enero: que pacientes
asintomáticos eran capaces de transmitir el virus de una manera mucho mayor que
en otras enfermedades víricas anteriormente conocidas. Aunque se
necesitaban más estudios para confirmar estas conclusiones provenientes de
China lo cierto era que, de ser totalmente cierto (tal como se confirmó más
tarde), la contención del coronavirus sería imposible si no se tomaban medidas
de aislamiento urgentes.
Fernando Simón, el 27 de febrero en Antena
3 dijo que “es cierto que la transmisión
se produce básicamente a partir de casos sintomáticos, pero sí que es verdad
que no se puede excluir la posibilidad de transmisión asintomática”. En verdad, lo que hemos comprobado es que la
transmisión de este virus se produce por un elevado número de personas
asintomáticas. Esa es la diferencia con otros virus respiratorios y la
razón por la que su extensión fue tan grande.
Podemos disculpar en parte al Ministerio
de Sanidad por no tomar como verídica la posibilidad apuntada de la transmisión
por asintomáticos hasta no tener más pruebas, pero en aquellas fechas ya
teníamos personas en España contagiadas sin existencia de ningún nexo de unión
con casos importados (en febrero en España sólo teníamos casos positivos
venidos de fuera de nuestras fronteras). Sólo este dato debió advertirnos sobre
la realidad del estudio sobre los asintomáticos y tomar las medidas drásticas
que muchos llevaban ya pidiendo hacía semanas.
Existía una encrucijada y se tomó el peor
camino posible. Algo típico en muchos científicos que pecan de excesivamente
ortodoxos. Prefieren morirse sabiendo la causa del fallecimiento que
equivocarse tomando como ciertas unas evidencias científicas faltas de más
estudios comparativos.
En la vida real los números se convierten
en cifras de muertos. Y entre la opción de cerrar el país y empezar a realizar
test masivos se confió en que la transmisión de asintomáticos fuera una
exageración o algo puntual y que España no tenía la pandemia fuera de control.
Con unos simples test a un grupo controlado de población hubiera bastado para
tomar el camino correcto. Pero se tomó la decisión sin conocer la verdadera
expansión del coronavirus, confiando alegremente en vete a saber que cosa.
Pero en febrero ya se sabía lo que
podía pasar. Si la gripe común tiene una
mortalidad del 0,1% y, a pesar de poseer una vacuna anual en España se estima
que mueren unas 6.000 personas al año, es fácil deducir que el coronavirus, sin
vacuna y con una teórica expansión de contagio mucho mayor, podía causar
verdaderos estragos.
Muchos pensaréis que esos datos de
mortalidad del coronavirus no eran reales. Y es cierto. Hacen falta muchos años
para conocer la mortalidad real de un virus. Pero en febrero se sabía que si no
se hacía nada las muertes en España podían llegar fácilmente a las 30.000
personas (vamos a suponer una mortalidad de cinco veces más a la gripe e igual
contagio).
Los datos de fallecidos se acercan mucho a
esa cifra a pesar de haber tomado medidas de confinamiento que hicieron bajar
notablemente el ritmo de contagios. Y la razón última es que el coronavirus
tuvo una expansión mucho mayor que la gripe debido a que es capaz de contagiar
nuevos huéspedes a través de personas sin sintomatología. Algo común con otros
virus pero que nunca habíamos visto que se convirtiera en la principal causa de
contagio.
Por último no me resisto a indicar algo
obvio pero que no todo el mundo conoce. Si el virus se transmite principalmente
por personas asintomáticas, tomar la temperatura como forma de evitar contagios
no sirve absolutamente de nada (uno de los múltiples estudios aquí).
El
nombre real del coronavirus
Dentro de la campaña de desinformación
sobre el coronavirus un aspecto muy curioso es el del nombre del virus. Aunque
resulte anecdótico es importante llamar a cada cosa por su nombre.
Por un lado tenemos el virus SARS-CoV-2,
de la familia de los coronavirus (que hay muchos). Y por otro la enfermedad que
origina, la COVID-19, que significa COronaVIrus Disease surgida en 2019. Es
algo similar al virus del VIH y la enfermedad que provocaba, el SIDA.
Por tanto, vamos a llamar a cada cosa por
su nombre para mantener un mínimo de coherencia.
El
virus fue creado en un laboratorio
Esta frase se hizo viral durante la
cuarentena y ha dado pie a múltiples teorías conspiranoides. La existencia de
un laboratorio virológico en las proximidades de Wuhan, epicentro del
coronavirus en China y primer lugar donde se detectó, dio pie a que las teorías
de una fabricación humana se extendieran como la pólvora. Incluso el presidente
Trump de los EEUU acusó de ello a China (aquí).
Trump es el típico político que encubre sus errores apuntando a un enemigo exterior. Nada nuevo bajo el sol |
Entre su opinión y la de los virólogos que
han estudiado la genética del virus me quedo con la de los segundos. Y estos
dicen que se trata de un virus creado por la naturaleza (aquí).
No puedo explicaros sus conclusiones porque no tengo la formación suficiente
para entender las razones de su conclusión. Pero si tengo la suficiente
inteligencia como para fiarme de ellos.
Otro bulo que se escuchó al principio de
la pandemia fue que el virus había sido creado por los gobiernos para
deshacerse de los mayores y no tener que pagar tantas pensiones. Eso lo escuché
hasta en la frutería de mi barrio. Ahora bien, tal idea peregrina se cae por su
propio peso si comparamos pensiones ahorradas de los fallecidos (vamos a
estimar unos 14.000) y pago compensaciones ERTEs de trabajadores enviados al
paro: el Banco de España estimaba una cifra de 4,6 millones de españoles
afectados por un ERTE con un coste de unos 6.000 millones (fuente aquí).
Por cierto, un recuerdo desde aquí para
todos aquellos trabajadores asalariados que mandaron sus empresas al paro el 13
de marzo y que a fecha de hoy aún no han cobrado la prestación y están
sobreviviendo dos meses ya con el sueldo de 13 días. Yo soy uno de ellos y así existen
cientos de miles de trabajadores en esta situación (aquí).
Luchemos
para hacer desaparecer al coronavirus
Mi mujer me recomienda que deje a Pedro
Sánchez dar las malas noticias pero no me puedo contener. Siento si se habían
hecho ilusiones y creían que con el confinamiento el coronavirus habría
desaparecido de la misma forma que llegó. El coronavirus viene para quedarse y
estará con nosotros a partir de ahora, como tantos otros virus de índole
respiratoria que conocemos.
Por ejemplo, el virus de la gripe vuelve
cada año. El virus SARS del 2002, aunque no ha vuelto a resurgir, sigue
presente en sus reservorios animales, esperando el momento adecuado para volver
a atacarnos. Incluso enfermedades bacterianas como la peste negra continúan
presentes de la misma manera. Por tanto, la cuestión no es erradicar al virus
(no se puede matar lo que no está vivo), sino aprender a convivir con él y
realizar tratamientos y vacunas capaces de hacerlo inofensivo para el ser
humano.
Sólo hemos conseguido desactivar, en toda
nuestra historia como especie, al virus de la viruela y al de la peste bovina.
Por tanto, es previsible pensar que este coronavirus no vamos a desactivarlo
de momento. Tendremos que aprender a convivir con él. Y esto no lo digo yo.
Lo dicen los principales virólogos del mundo y ya incluso la OMS (aquí).
Por tanto, todos aquellos que tenían
esperanza en confinarse dos o tres meses en casa y esperar a que todo se
solucionara por sí solo se van a llevar una gran desilusión.
El confinamiento ha sido beneficioso
para aplanar la famosa curva de fallecimientos
por la falta de cuidados médicos debido a la saturación de los hospitales. Ganar
tiempo para poder tratar a más personas y lograr entender y combatir mejor
al virus. Pero el objetivo no era erradicarlo. Nunca lo fue y es un
engaño que se ha perpetuado demasiado tiempo.
En
España no hubo triaje
Triaje es una de esas palabras que han
enriquecido nuestro vocabulario en esta crisis sanitaria. Significa escoger o
separar. En medicina, elegir a los pacientes que deben ser tratados, por
ejemplo, en la UCI, cuando las mismas están colapsadas.
Que en España se produjo un colapso del
sistema sanitario en varios puntos (Madrid, Barcelona y Castilla La Mancha
especialmente) y que los consejos de ética médica tuvieron que realizar un
lamentable triaje a numerosos pacientes afectados por el coronavirus es algo
que, aunque el gobierno niegue, es incuestionable.
El triaje, al fin y al cabo, significa decidir
quién tiene posibilidades de vivir por recibir tratamiento médico y quién va a
morir directamente abandonado en una habitación.
Lo más lamentable es que la población
más afectada por este virus sufrió un triaje antes incluso de poder entrar a un
hospital, pues se decidió dejarles en las
residencias de ancianos y no trasladarlos. Un polémico informe de la Comunidad
de Madrid indicaba que los ancianos con discapacidad y síntomas no se derivarán
al hospital (aquí).
Tal como ocurre en situaciones de
saturación, el objetivo primordial es atender prioritariamente a los pacientes
que tengan una mayor probabilidad de recuperación. Y esto, lamentablemente, se
ha vivido en España (aquí,
aquí).
La UCI no era para el más grave, sino para el que tenía más probabilidades
para vivir, decían los sanitarios a finales de marzo.
Que existió un triaje encubierto para no
trasladar a personas desde las residencias y dejarlos morir allí lo descubrimos
al verificar que la mitad de muertos por coronavirus en España fueron mayores
de 70 años. También por un documento de alta en urgencias del Hospital Infanta
Cristina, de Parla (Madrid) que indicaba lo siguiente: “Ante la situación de saturación actual, y por indicación de dirección
médica dada esta mañana, no se permite el ingreso de pacientes de residencia en
el hospital” (aquí).
Este parte data del 25 de marzo, momento en el cual se abría el hospital de
Ifema ante la saturación hospitalaria en Madrid. La anciana murió en 72 horas
con síntomas compatibles con el coronavirus. Y no, no es un caso aislado, sino
que se dio en muchos otros hospitales saturados. El drama de las residencias de
ancianos es algo con lo que tendremos que convivir como sociedad (aquí).
A finales de marzo los militares
descubrían ancianos muertos en las residencias por falta de atención. Y no sólo
médica, sino por falta de unos cuidados mínimos tan necesarios como comer o
beber. Muchos ancianos fueron abandonados y murieron de hambre antes que de
coronavirus una vez que la infección se extendió entre pacientes y cuidadores (aquí).
Las
mascarillas me protegen del coronavirus
Existe una confusión bastante importante
respecto a las mascarillas pues el gobierno de España comenzó aconsejándolas
vagamente para, más tarde, hacerlas obligatorias en varios espacios públicos.
Este cambio de criterio no proviene de la improvisación, sino de que los
científicos no se ponen de acuerdo sobre la eficacia de llevar mascarilla para
contener virus respiratorios como el coronavirus.
Antes de entrar en harina voy a dejar algo
muy claro. Las mascarillas quirúrgicas sirven para que la persona que la
utiliza no contamine su entorno con sus propios microorganismos. Y no al
revés. Es decir, llevar mascarilla no nos va a proteger de infectarnos. Es una
medida de bienestar social, no de protección personal.
Si no llevas mascarilla eres una persona
que se preocupa muy poco de la salud de la sociedad que le rodea. Es un acto
de responsabilidad social. Ahora bien, teniendo en cuenta el nivel de
responsabilidad social en cuanto a, por ejemplo, pagar impuestos en España, no
sorprende comprobar que numerosas personas incumplen esta máxima de manera
flagrante.
Si alguien tuviera unos mínimos
conocimientos de historia médica sabría que el primer cirujano que operó con
mascarilla fue el francés Paul Berger en 1897, siendo su objetivo evitar las
infecciones a los pacientes por los microorganismos existentes en su saliva.
Que las mascarillas quirúrgicas no protegen
de la infección se basa en otra importante certeza que conocemos de la
transmisión de los virus y las bacterias: No solo pueden entrar por
la nariz o la boca sino que un lugar preferente de entrada es la mucosa de los
ojos. Puesto que la mascarilla no protege los ojos su eficacia es, siendo
optimistas, bastante limitada. Por tanto, si quieren protegerse verdaderamente
van a necesitar una máscara que le cubra los ojos y una máscara con filtro de
aire. Usted estará protegido pero, si es un paciente asintomático, puede que
esté difundiendo el virus sin saberlo al resto de la población. Otra opción
menos costosa será llevar unas sencillas gafas que cubran los ojos. Por tanto,
volvamos a las gafas y olvidemos las LC por un tiempo.
Por tanto, la obligación de llevar
mascarillas se entiende en el sentido de evitar que personas enfermas (que
pueden ser asintomáticas), continúen contagiando al resto de la población.
Llevándolas puestas reducen la liberación al exterior de las gotitas expulsadas
con la tos o el estornudo, así como la propagación del virus a través de las
manos. Recordemos que estas son las principales vías de contagio: persona a
persona.
Ahora vayamos con el complicado asunto de
la eficacia de las mascarillas. Unos estudios indican que si son eficientes
para evitar los contagios (aquí),
mientras que en otros la eficacia se pone en duda (aquí).
¿A quién hacer caso?
Os dejo un último estudio
realizado en la Universidad de East Anglia (Reino Unido), donde concluyen que “el porcentaje real de protección que ofrecen
las mascarillas en situaciones prácticas tiene un valor intermedio entre el 6 y
el 19%”. Es decir, bastante bajo.
Recordemos que las mascarillas no son
una garantía contra el contagio, al menos mientras no vayan acompañadas de
otras medidas adyacentes como el distanciamiento social o el lavado frecuente
de manos.
Sin distancia social la mascarilla no sirve de nada para evitar la propagación del virus |
Las cifras de muertos del gobierno
son las reales
Dejo para el final una simple anotación de
algo que nadie se cree.
Cuando desde China llegaban las cifras de
muertos todo el mundo criticaba la falta de transparencia para difundir las
verdaderas cifras de fallecidos por coronavirus. Pero en España ha pasado lo
mismo.
A fecha de 19 de mayo el ministerio de
Sanidad ofrece la cifra de 27.709 fallecidos por coronavirus. Ahora bien, Inverence,
un grupo de investigación especializado en Big data formado por matemáticos
principalmente, ha probado que durante estos meses la información del
Ministerio de Sanidad está desajustada, y no coincide con la suma de muertes
acaecidas en hospitales, residencias y domicilios particulares. Para Inverence,
la cifra de muertos reales son 50.280. (fuente aquí).
No se trata de algo nuevo, porque las
noticias al respecto ya habían salido a los medios mucho antes. El 7 de abril
aparecía en prensa el siguiente titular: Los datos de los registros civiles
afloran miles de muertes por Covid-19 que no aparecen en las estadísticas
oficiales (aquí).
En efecto, teniendo en cuenta las cifras de muertos “habituales” para el mes de
marzo en años pasados se constata que, en Madrid, por ejemplo, se pasó de 4.311
(en 2018) y 4.125 (en 2019) a 9.007 (dato recogido de las licencias de
enterramiento). Para el gobierno en el mes de marzo en Madrid murieron por
coronavirus 3.539. No hace falta tener calculadora para comprobar que las
cuentas no salen.
Dado lo lamentable de este dato (morir por
coronavirus y ni tan si quiera aparecer en las cifras oficiales) prefiero dejar
aquí este artículo.
Por último, recordar que la mejor
protección que podemos tener frente al coronavirus, más que confiar en las
mascarillas o los guantes, es:
·
mantener una obligada
distancia social,
·
lavarse frecuentemente
las manos,
·
no tocarse los ojos, la
nariz ni la boca con las manos sin lavar e
·
implementar en los
hospitales camas, UCIs y medios suficientes para poder tratar al presumible
alto número de pacientes que desarrollarán síntomas graves por la infección.
El resto son medidas bonitas para la galería,
pero de muy cuestionable eficacia sanitaria para evitar contagios y, a la
postre, muertes.
Un apunte final:
El 19 de mayo salió en los medios una encuesta
del CIS en la que se arrojaban unos datos preocupantes. Ante la pregunta ¿Qué
confianza le merece la política que está siguiendo el gobierno actual para
luchar contra el COVID-19 en su conjunto? El 45,7% manifestaba mucha o bastante
confianza, mientras que otro 48,4% indicaba que poca o ninguna (aquí).
Personalmente no me preocupa la división
de la sociedad en dos bloques diferenciados. Lo que me preocupa, y mucho, es la
existencia de un gran número de personas que catalogan como muy buena la acción
del gobierno.
Un gobierno que, recordemos someramente, tiene
el récord mundial de muertes por millón de habitantes, el récord mundial de
sanitarios contagiados, que tiene tras de sí la pésima gestión de las
residencias de ancianos (se estima que el 50% de las víctimas del coronavirus
en España son mayores que vivían en residencias), que actuó tarde y mal ante la
catástrofe que se le venía encima, que mantuvo sin protección ni medios a los
sanitarios, que permitió el colapso de los hospitales y el triaje de enfermos
antes incluso de llegar al hospital (de personas cotizantes durante más de 40
años que cuando más necesitaban la sanidad pública no tuvieron acceso a ella) y
que, además, mantuvo sin cobrar durante más de dos meses a cientos de miles de
asalariados por no pagar sus correspondientes prestaciones del paro.
Espero que este artículo habrá los
ojos a muchas personas que, tal vez por no vivirlo en primera persona, son aún
ignorantes de lo vivido en estos meses.
Como siempre he indicado en artículos
sobre la Guerra Civil Española (donde curiosamente se me acusó de defender la
República), espero que todos estos atropellos y errores, que han costado muchas
vidas, sean juzgados y los responsables castigados en su justa medida.
La soberanía del país es del pueblo y al
mismo le corresponde juzgar a sus líderes. Pues unos líderes con impunidad, que
actúen sin miedo a las consecuencias de sus decisiones, significa vivir en un
régimen político muy alejado de los principios democráticos que tanto valoramos
en Europa.
Este artículo es justamente lo que estaba buscando porque a pesar de que no creo que hubiera malas intenciones por parte del gobierno está claro que la gestión deja mucho que desear y se cometieron errores muy graves, entre los cuales se incluyen varias mentiras. La lectura me ha resultado provechosa.
ResponderEliminarSaludos
Hola, gracias por comentar.
EliminarEn efecto, es complicado pensar en una actuación del gobierno central o de muchos autonómicos tendente a realizar una mala gestión de manera premeditada.
Ahora bien, ello no les exculpa para salir indemnes de tal situación.
En cualquier empresa privada una mala gestión tiene sus consecuencias directas en forma de despido y en los cargos políticos debería existir algo similar.
Dado que ya estamos saliendo de esta crisis lo mejor es empezar a recordar lo que se hizo mal, tanto para juzgarlo como para no repetirlo.
Saludos