viernes, 22 de mayo de 2020

Las mentiras del coronavirus en España



Este artículo pretende ser un pequeño gran recordatorio de todo lo que se hizo mal en España en la epidemia de coronavirus que nos afectó este año 2020 y, teniendo en cuenta estudios científicos, desmentir ciertas falsedades que han recorrido las redes en los meses posteriores a la cuarentena.

Lo que aparece aquí no debe tomarse como una verdad absoluta pues la historia, como siempre nos enseña, cambia según vamos conociendo datos e informes nuevos. Pero, sin duda, es la realidad que conocemos en el momento de su publicación.

Me ha quedado un poco largo, como suele ser habitual, por lo que os aconsejo tomaros un rato tranquilo para leerlo y, sobre todo, asumirlo. ¿Os interesa?


El formato del artículo será tomar una frase que se ha difundido en los medios y explicar la realidad de la misma.

El gobierno actuó tarde porque no supo “dimensionar” lo que se les venía encima.

Pablo Iglesias, vicepresidente tercero y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, dijo estas palabras en una entrevista el 17 de mayo de 2020, tras algo más de dos meses de confinamiento social (aquí la noticia).

Por vez primera reconocía el gobierno sin medias tintas que actuó tarde, aunque con la coletilla de que igual que otros gobiernos. Y en eso tiene razón. La tardanza en la actuación es una acusación que se ha repetido en Italia, Francia, Reino Unido o los EEUU, teniendo cada país un gobierno de signo político diferente. Da igual la ideología gobernante en estos países pues todos colocaron por delante la economía antes que la salud ciudadana. Por esta razón, no se cortaron las vías de contagio a tiempo y cuando se quisieron tomar medidas las mismas fueron deficientes y tardías.

Esta imagen del transporte de féretros en Bérgamo, Italia, por muertos por coronavirus fue algo que me impactó verdaderamente. Data del 20 de marzo. Ya era tarde para todos. 

Un buen ejemplo de desastre organizativo lo tenemos en el mundo del fútbol, que mueve miles de millones. Resulta paradójico que aún en febrero se negara la evidencia sobre la peligrosidad del coronavirus (como veremos a continuación) y el día 19 miles de aficionados del Valencia C.F. marcharan a Italia para presenciar el Atalanta vs Valencia en el estadio de San Siro (Milán), foco principal de infección en Italia. Este partido fue un importante foco de transmisión del coronavirus en España, al igual que luego lo fue el Liverpool vs Atlético de Madrid (11 de marzo) en Reino Unido. Sin duda, se cumplió la máxima por la que la historia se repite si no la conocemos.

Ahora bien, no todos los gobiernos actuaron igual, lo que tuvo un reflejo directo en las cifras de muertos. Alemania, por ejemplo, según las palabras de su virólogo Christian Drosten, se alejó de las terribles cifras de fallecidas gracias a realizar test contra el coronavirus de manera temprana. Según sus palabras: “El secreto está en la cantidad de test durante la primera semana”. Gracias a desarrollar test propios a principios de año y realizar test masivos lograron controlar los brotes principales y aislarlos. A fecha de 18 de mayo Alemania tenía 8049 fallecidos, mientras que España 27650. La diferencia es considerable teniendo en cuenta que la población alemana casi duplica a la española.

Alemania no es el único país que actuó así y que su cifra de muertos es considerablemente menor que España. Por tanto, España está entre los países que actuaron mal. Tarde y mal. Y dentro de ese grupo de países nosotros tenemos el puesto más nefando porque a 18 de mayo España es el segundo país que tiene más fallecidos por millón de habitante, sólo superado por Bélgica. Y esto es una pequeña trampa pues en Bélgica se contabilizan todos los fallecidos con síntomas sospechosos de coronavirus, mientras que en España sólo se cuentan los fallecidos a los que se les realizó el test. Teniendo en cuenta la falta de test durante lo peor de la crisis resulta lógico intuir que Bélgica está sobredimensionada y España infradimensionada. A 13 de mayo las cifras son que Bélgica presenta 76,63 decesos por cada 100.000 habitantes, España 57,53, Italia 51,16, Reino Unido 52 y Francia 42. Es decir, actuamos tarde como algunos malos gobiernos, pero fuimos el que actuó más tarde.

Pero no es el único dato nefasto que tenemos en España. El 25 de abril saltaba a la palestra un dato horrible en el País: “España es, con diferencia, el país del mundo con más profesionales sanitarios contagiados por el coronavirus, según los datos oficiales disponibles. Un informe publicado el jueves por el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés) destaca que mientras el 20% de los casos registrados en España afecta a este colectivo, en Italia ese porcentaje se reduce al 10% —si bien en Lombardía, epicentro de la epidemia en el país, el porcentaje es también del 20%—. En Estados Unidos, los sanitarios contagiados apenas llegan al 3% y en China se sitúa en el 3,8%”. De nuevo, los número uno del mundo debido a la escasa capacidad del gobierno para suministrar equipos adecuados a los sanitarios que se enfrentaron al coronavirus (no olvidar el tema de las mascarillas defectuosas, entre muchos otros).

A 16 de mayo la cifra de sanitarios fallecidos asciende a 76 (fuente aquí), una cifra que supone el doble de lo que el Gobierno de España reconoce.

El coronavirus es una simple gripe

Esta mentira está relacionada con la supuesta incapacidad del gobierno para “dimensionar” la emergencia sanitaria que se les venía encima.

Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, realizaba unas declaraciones sobre el coronavirus el 16 de febrero en la cadena de TV LA Sexta indicando que “Sorprende el exceso de preocupación, la gente no se agobia con la gripe porque está acostumbrada” (aquí).

Y unos días antes, en el Heraldo de Aragón, indicaba un par de perlas como estas: “El coronavirus es una enfermedad de muy bajo nivel de transmisión”, “Tiene una letalidad que no es desdeñable, pero no es tan grave como parecía. En estos momentos, el nivel de riesgo de España es relativamente bajo. No hay ninguna razón para alarmarse, está controlado”.

Ignoro la razón última de tamaña campaña de desinformación, pero todos estos comunicados el único resultado que tuvo fue el de que la población se confiara y se contagiara en niveles insospechados.

Lo sorprendente es que es falso que el gobierno no tuviera datos suficientes en ese mes de febrero como para haber actuado de otra manera. Ya sabíamos los datos de China a finales de enero y la OMS, desesperada ante la impasividad de muchos gobiernos tras declarar la alerta global el 31 de enero, advirtió el 24 de febrero que “la mortalidad del coronavirus es del 0,7% fuera de Wuhan, siete veces más que la gripe común” (aquí).

Incluso el 21 de febrero se publicó un informe donde se verificaba algo que ya se estaba barruntando desde enero: que pacientes asintomáticos eran capaces de transmitir el virus de una manera mucho mayor que en otras enfermedades víricas anteriormente conocidas. Aunque se necesitaban más estudios para confirmar estas conclusiones provenientes de China lo cierto era que, de ser totalmente cierto (tal como se confirmó más tarde), la contención del coronavirus sería imposible si no se tomaban medidas de aislamiento urgentes.

Fernando Simón, el 27 de febrero en Antena 3 dijo que “es cierto que la transmisión se produce básicamente a partir de casos sintomáticos, pero sí que es verdad que no se puede excluir la posibilidad de transmisión asintomática”.  En verdad, lo que hemos comprobado es que la transmisión de este virus se produce por un elevado número de personas asintomáticas. Esa es la diferencia con otros virus respiratorios y la razón por la que su extensión fue tan grande.

Podemos disculpar en parte al Ministerio de Sanidad por no tomar como verídica la posibilidad apuntada de la transmisión por asintomáticos hasta no tener más pruebas, pero en aquellas fechas ya teníamos personas en España contagiadas sin existencia de ningún nexo de unión con casos importados (en febrero en España sólo teníamos casos positivos venidos de fuera de nuestras fronteras). Sólo este dato debió advertirnos sobre la realidad del estudio sobre los asintomáticos y tomar las medidas drásticas que muchos llevaban ya pidiendo hacía semanas.

Existía una encrucijada y se tomó el peor camino posible. Algo típico en muchos científicos que pecan de excesivamente ortodoxos. Prefieren morirse sabiendo la causa del fallecimiento que equivocarse tomando como ciertas unas evidencias científicas faltas de más estudios comparativos.

En la vida real los números se convierten en cifras de muertos. Y entre la opción de cerrar el país y empezar a realizar test masivos se confió en que la transmisión de asintomáticos fuera una exageración o algo puntual y que España no tenía la pandemia fuera de control. Con unos simples test a un grupo controlado de población hubiera bastado para tomar el camino correcto. Pero se tomó la decisión sin conocer la verdadera expansión del coronavirus, confiando alegremente en vete a saber que cosa.

Pero en febrero ya se sabía lo que podía pasar. Si la gripe común tiene una mortalidad del 0,1% y, a pesar de poseer una vacuna anual en España se estima que mueren unas 6.000 personas al año, es fácil deducir que el coronavirus, sin vacuna y con una teórica expansión de contagio mucho mayor, podía causar verdaderos estragos.

Muchos pensaréis que esos datos de mortalidad del coronavirus no eran reales. Y es cierto. Hacen falta muchos años para conocer la mortalidad real de un virus. Pero en febrero se sabía que si no se hacía nada las muertes en España podían llegar fácilmente a las 30.000 personas (vamos a suponer una mortalidad de cinco veces más a la gripe e igual contagio).

Los datos de fallecidos se acercan mucho a esa cifra a pesar de haber tomado medidas de confinamiento que hicieron bajar notablemente el ritmo de contagios. Y la razón última es que el coronavirus tuvo una expansión mucho mayor que la gripe debido a que es capaz de contagiar nuevos huéspedes a través de personas sin sintomatología. Algo común con otros virus pero que nunca habíamos visto que se convirtiera en la principal causa de contagio.

Por último no me resisto a indicar algo obvio pero que no todo el mundo conoce. Si el virus se transmite principalmente por personas asintomáticas, tomar la temperatura como forma de evitar contagios no sirve absolutamente de nada (uno de los múltiples estudios aquí).

El nombre real del coronavirus

Dentro de la campaña de desinformación sobre el coronavirus un aspecto muy curioso es el del nombre del virus. Aunque resulte anecdótico es importante llamar a cada cosa por su nombre.

Por un lado tenemos el virus SARS-CoV-2, de la familia de los coronavirus (que hay muchos). Y por otro la enfermedad que origina, la COVID-19, que significa COronaVIrus Disease surgida en 2019. Es algo similar al virus del VIH y la enfermedad que provocaba, el SIDA.

Por tanto, vamos a llamar a cada cosa por su nombre para mantener un mínimo de coherencia.

El virus fue creado en un laboratorio

Esta frase se hizo viral durante la cuarentena y ha dado pie a múltiples teorías conspiranoides. La existencia de un laboratorio virológico en las proximidades de Wuhan, epicentro del coronavirus en China y primer lugar donde se detectó, dio pie a que las teorías de una fabricación humana se extendieran como la pólvora. Incluso el presidente Trump de los EEUU acusó de ello a China (aquí).

Trump es el típico político que encubre sus errores apuntando a un enemigo exterior. Nada nuevo bajo el sol

Entre su opinión y la de los virólogos que han estudiado la genética del virus me quedo con la de los segundos. Y estos dicen que se trata de un virus creado por la naturaleza (aquí). No puedo explicaros sus conclusiones porque no tengo la formación suficiente para entender las razones de su conclusión. Pero si tengo la suficiente inteligencia como para fiarme de ellos.

Otro bulo que se escuchó al principio de la pandemia fue que el virus había sido creado por los gobiernos para deshacerse de los mayores y no tener que pagar tantas pensiones. Eso lo escuché hasta en la frutería de mi barrio. Ahora bien, tal idea peregrina se cae por su propio peso si comparamos pensiones ahorradas de los fallecidos (vamos a estimar unos 14.000) y pago compensaciones ERTEs de trabajadores enviados al paro: el Banco de España estimaba una cifra de 4,6 millones de españoles afectados por un ERTE con un coste de unos 6.000 millones (fuente aquí).

Por cierto, un recuerdo desde aquí para todos aquellos trabajadores asalariados que mandaron sus empresas al paro el 13 de marzo y que a fecha de hoy aún no han cobrado la prestación y están sobreviviendo dos meses ya con el sueldo de 13 días. Yo soy uno de ellos y así existen cientos de miles de trabajadores en esta situación (aquí).

Luchemos para hacer desaparecer al coronavirus

Mi mujer me recomienda que deje a Pedro Sánchez dar las malas noticias pero no me puedo contener. Siento si se habían hecho ilusiones y creían que con el confinamiento el coronavirus habría desaparecido de la misma forma que llegó. El coronavirus viene para quedarse y estará con nosotros a partir de ahora, como tantos otros virus de índole respiratoria que conocemos.

Por ejemplo, el virus de la gripe vuelve cada año. El virus SARS del 2002, aunque no ha vuelto a resurgir, sigue presente en sus reservorios animales, esperando el momento adecuado para volver a atacarnos. Incluso enfermedades bacterianas como la peste negra continúan presentes de la misma manera. Por tanto, la cuestión no es erradicar al virus (no se puede matar lo que no está vivo), sino aprender a convivir con él y realizar tratamientos y vacunas capaces de hacerlo inofensivo para el ser humano.

Sólo hemos conseguido desactivar, en toda nuestra historia como especie, al virus de la viruela y al de la peste bovina. Por tanto, es previsible pensar que este coronavirus no vamos a desactivarlo de momento. Tendremos que aprender a convivir con él. Y esto no lo digo yo. Lo dicen los principales virólogos del mundo y ya incluso la OMS (aquí).

Por tanto, todos aquellos que tenían esperanza en confinarse dos o tres meses en casa y esperar a que todo se solucionara por sí solo se van a llevar una gran desilusión.

El confinamiento ha sido beneficioso para aplanar la famosa curva de fallecimientos por la falta de cuidados médicos debido a la saturación de los hospitales. Ganar tiempo para poder tratar a más personas y lograr entender y combatir mejor al virus. Pero el objetivo no era erradicarlo. Nunca lo fue y es un engaño que se ha perpetuado demasiado tiempo.

En España no hubo triaje

Triaje es una de esas palabras que han enriquecido nuestro vocabulario en esta crisis sanitaria. Significa escoger o separar. En medicina, elegir a los pacientes que deben ser tratados, por ejemplo, en la UCI, cuando las mismas están colapsadas.

Que en España se produjo un colapso del sistema sanitario en varios puntos (Madrid, Barcelona y Castilla La Mancha especialmente) y que los consejos de ética médica tuvieron que realizar un lamentable triaje a numerosos pacientes afectados por el coronavirus es algo que, aunque el gobierno niegue, es incuestionable.

El triaje, al fin y al cabo, significa decidir quién tiene posibilidades de vivir por recibir tratamiento médico y quién va a morir directamente abandonado en una habitación.

Lo más lamentable es que la población más afectada por este virus sufrió un triaje antes incluso de poder entrar a un hospital, pues se decidió dejarles en las residencias de ancianos y no trasladarlos. Un polémico informe de la Comunidad de Madrid indicaba que los ancianos con discapacidad y síntomas no se derivarán al hospital (aquí).

Tal como ocurre en situaciones de saturación, el objetivo primordial es atender prioritariamente a los pacientes que tengan una mayor probabilidad de recuperación. Y esto, lamentablemente, se ha vivido en España (aquí, aquí). La UCI no era para el más grave, sino para el que tenía más probabilidades para vivir, decían los sanitarios a finales de marzo.

Que existió un triaje encubierto para no trasladar a personas desde las residencias y dejarlos morir allí lo descubrimos al verificar que la mitad de muertos por coronavirus en España fueron mayores de 70 años. También por un documento de alta en urgencias del Hospital Infanta Cristina, de Parla (Madrid) que indicaba lo siguiente: “Ante la situación de saturación actual, y por indicación de dirección médica dada esta mañana, no se permite el ingreso de pacientes de residencia en el hospital” (aquí). Este parte data del 25 de marzo, momento en el cual se abría el hospital de Ifema ante la saturación hospitalaria en Madrid. La anciana murió en 72 horas con síntomas compatibles con el coronavirus. Y no, no es un caso aislado, sino que se dio en muchos otros hospitales saturados. El drama de las residencias de ancianos es algo con lo que tendremos que convivir como sociedad  (aquí).

A finales de marzo los militares descubrían ancianos muertos en las residencias por falta de atención. Y no sólo médica, sino por falta de unos cuidados mínimos tan necesarios como comer o beber. Muchos ancianos fueron abandonados y murieron de hambre antes que de coronavirus una vez que la infección se extendió entre pacientes y cuidadores (aquí).

Las mascarillas me protegen del coronavirus

Existe una confusión bastante importante respecto a las mascarillas pues el gobierno de España comenzó aconsejándolas vagamente para, más tarde, hacerlas obligatorias en varios espacios públicos. Este cambio de criterio no proviene de la improvisación, sino de que los científicos no se ponen de acuerdo sobre la eficacia de llevar mascarilla para contener virus respiratorios como el coronavirus.

Antes de entrar en harina voy a dejar algo muy claro. Las mascarillas quirúrgicas sirven para que la persona que la utiliza no contamine su entorno con sus propios microorganismos. Y no al revés. Es decir, llevar mascarilla no nos va a proteger de infectarnos. Es una medida de bienestar social, no de protección personal.

Si no llevas mascarilla eres una persona que se preocupa muy poco de la salud de la sociedad que le rodea. Es un acto de responsabilidad social. Ahora bien, teniendo en cuenta el nivel de responsabilidad social en cuanto a, por ejemplo, pagar impuestos en España, no sorprende comprobar que numerosas personas incumplen esta máxima de manera flagrante.

Si alguien tuviera unos mínimos conocimientos de historia médica sabría que el primer cirujano que operó con mascarilla fue el francés Paul Berger en 1897, siendo su objetivo evitar las infecciones a los pacientes por los microorganismos existentes en su saliva.

Que las mascarillas quirúrgicas no protegen de la infección se basa en otra importante certeza que conocemos de la transmisión de los virus y las bacterias: No solo pueden entrar por la nariz o la boca sino que un lugar preferente de entrada es la mucosa de los ojos. Puesto que la mascarilla no protege los ojos su eficacia es, siendo optimistas, bastante limitada. Por tanto, si quieren protegerse verdaderamente van a necesitar una máscara que le cubra los ojos y una máscara con filtro de aire. Usted estará protegido pero, si es un paciente asintomático, puede que esté difundiendo el virus sin saberlo al resto de la población. Otra opción menos costosa será llevar unas sencillas gafas que cubran los ojos. Por tanto, volvamos a las gafas y olvidemos las LC por un tiempo.

Por tanto, la obligación de llevar mascarillas se entiende en el sentido de evitar que personas enfermas (que pueden ser asintomáticas), continúen contagiando al resto de la población. Llevándolas puestas reducen la liberación al exterior de las gotitas expulsadas con la tos o el estornudo, así como la propagación del virus a través de las manos. Recordemos que estas son las principales vías de contagio: persona a persona.

Ahora vayamos con el complicado asunto de la eficacia de las mascarillas. Unos estudios indican que si son eficientes para evitar los contagios (aquí), mientras que en otros la eficacia se pone en duda (aquí). ¿A quién hacer caso?

Os dejo un último estudio realizado en la Universidad de East Anglia (Reino Unido), donde concluyen que “el porcentaje real de protección que ofrecen las mascarillas en situaciones prácticas tiene un valor intermedio entre el 6 y el 19%”. Es decir, bastante bajo.

Recordemos que las mascarillas no son una garantía contra el contagio, al menos mientras no vayan acompañadas de otras medidas adyacentes como el distanciamiento social o el lavado frecuente de manos.

Sin distancia social la mascarilla no sirve de nada para evitar la propagación del virus

Las cifras de muertos del gobierno son las reales

Dejo para el final una simple anotación de algo que nadie se cree.

Cuando desde China llegaban las cifras de muertos todo el mundo criticaba la falta de transparencia para difundir las verdaderas cifras de fallecidos por coronavirus. Pero en España ha pasado lo mismo.

A fecha de 19 de mayo el ministerio de Sanidad ofrece la cifra de 27.709 fallecidos por coronavirus. Ahora bien, Inverence, un grupo de investigación especializado en Big data formado por matemáticos principalmente, ha probado que durante estos meses la información del Ministerio de Sanidad está desajustada, y no coincide con la suma de muertes acaecidas en hospitales, residencias y domicilios particulares. Para Inverence, la cifra de muertos reales son 50.280. (fuente aquí).

No se trata de algo nuevo, porque las noticias al respecto ya habían salido a los medios mucho antes. El 7 de abril aparecía en prensa el siguiente titular: Los datos de los registros civiles afloran miles de muertes por Covid-19 que no aparecen en las estadísticas oficiales (aquí). En efecto, teniendo en cuenta las cifras de muertos “habituales” para el mes de marzo en años pasados se constata que, en Madrid, por ejemplo, se pasó de 4.311 (en 2018) y 4.125 (en 2019) a 9.007 (dato recogido de las licencias de enterramiento). Para el gobierno en el mes de marzo en Madrid murieron por coronavirus 3.539. No hace falta tener calculadora para comprobar que las cuentas no salen.

Dado lo lamentable de este dato (morir por coronavirus y ni tan si quiera aparecer en las cifras oficiales) prefiero dejar aquí este artículo.

Por último, recordar que la mejor protección que podemos tener frente al coronavirus, más que confiar en las mascarillas o los guantes, es:
·        mantener una obligada distancia social,
·        lavarse frecuentemente las manos,
·        no tocarse los ojos, la nariz ni la boca con las manos sin lavar e
·        implementar en los hospitales camas, UCIs y medios suficientes para poder tratar al presumible alto número de pacientes que desarrollarán síntomas graves por la infección.

El resto son medidas bonitas para la galería, pero de muy cuestionable eficacia sanitaria para evitar contagios y, a la postre, muertes.

Un apunte final:

El 19 de mayo salió en los medios una encuesta del CIS en la que se arrojaban unos datos preocupantes. Ante la pregunta ¿Qué confianza le merece la política que está siguiendo el gobierno actual para luchar contra el COVID-19 en su conjunto? El 45,7% manifestaba mucha o bastante confianza, mientras que otro 48,4% indicaba que poca o ninguna (aquí).

Personalmente no me preocupa la división de la sociedad en dos bloques diferenciados. Lo que me preocupa, y mucho, es la existencia de un gran número de personas que catalogan como muy buena la acción del gobierno.

Un gobierno que, recordemos someramente, tiene el récord mundial de muertes por millón de habitantes, el récord mundial de sanitarios contagiados, que tiene tras de sí la pésima gestión de las residencias de ancianos (se estima que el 50% de las víctimas del coronavirus en España son mayores que vivían en residencias), que actuó tarde y mal ante la catástrofe que se le venía encima, que mantuvo sin protección ni medios a los sanitarios, que permitió el colapso de los hospitales y el triaje de enfermos antes incluso de llegar al hospital (de personas cotizantes durante más de 40 años que cuando más necesitaban la sanidad pública no tuvieron acceso a ella) y que, además, mantuvo sin cobrar durante más de dos meses a cientos de miles de asalariados por no pagar sus correspondientes prestaciones del paro.

Espero que este artículo habrá los ojos a muchas personas que, tal vez por no vivirlo en primera persona, son aún ignorantes de lo vivido en estos meses.

Como siempre he indicado en artículos sobre la Guerra Civil Española (donde curiosamente se me acusó de defender la República), espero que todos estos atropellos y errores, que han costado muchas vidas, sean juzgados y los responsables castigados en su justa medida.

La soberanía del país es del pueblo y al mismo le corresponde juzgar a sus líderes. Pues unos líderes con impunidad, que actúen sin miedo a las consecuencias de sus decisiones, significa vivir en un régimen político muy alejado de los principios democráticos que tanto valoramos en Europa.



2 comentarios:

  1. Este artículo es justamente lo que estaba buscando porque a pesar de que no creo que hubiera malas intenciones por parte del gobierno está claro que la gestión deja mucho que desear y se cometieron errores muy graves, entre los cuales se incluyen varias mentiras. La lectura me ha resultado provechosa.

    Saludos

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    1. Hola, gracias por comentar.
      En efecto, es complicado pensar en una actuación del gobierno central o de muchos autonómicos tendente a realizar una mala gestión de manera premeditada.
      Ahora bien, ello no les exculpa para salir indemnes de tal situación.
      En cualquier empresa privada una mala gestión tiene sus consecuencias directas en forma de despido y en los cargos políticos debería existir algo similar.
      Dado que ya estamos saliendo de esta crisis lo mejor es empezar a recordar lo que se hizo mal, tanto para juzgarlo como para no repetirlo.
      Saludos

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