domingo, 2 de julio de 2023

Enrique VIII instauró el protestantismo en Inglaterra


Creo que todo el mundo que haya estudiado la historia de Inglaterra, por muy superficialmente que lo hiciera, conocerá a su monarca más famoso: Enrique VIII.

En España conocemos bien las andanzas de este rey inglés debido a que el cisma con la iglesia católica ocurrió debido al deseo del monarca de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, una de las hijas de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos.

Pero este cisma religioso, que ocurrió realmente, se suele mezclar con el protestantismo debido a intereses particulares de las facciones enfrentadas, lo que ha llevado a creer a muchos, aún hoy en día, que Enrique VIII fue el monarca que introdujo el protestantismo en Inglaterra. ¿Quieres saber la realidad de este suceso histórico?


Resulta muy curioso, como han anotado algunos historiadores que se han acercado a este episodio, que el protestantismo, asociado por lo general al puritanismo en sus costumbres, fuera desacreditado en sus inicios debido al supuesto desenfreno sexual de Enrique VIII.

En efecto, muchos críticos con el protestantismo sobresaltaron el matrimonio de Lutero con una antigua monja, Catalina de Bora, o el carácter promiscuo de Enrique VIII como formas de atacar a la nueva religión escindida de la doctrina de Roma. Pero si lo primero fue considerado un logro por el protestantismo, lo segundo resultaba una vil mentira.
 
Retrato de Enrique VIII por Hans Holbein el Joven. 1540. Galleria Nazionale d'Arte Antica Palazzo Barberini, Roma
Las razones por las que Enrique VIII rompió los lazos que le unían a la Iglesia católica son de sobra conocidas. El monarca estaba preocupado por la descendencia que tenía con su esposa, Catalina de Aragón. La misma se reducía a una hija y a cinco varones muertos al nacer o en la infancia más tierna. Todos sabemos la importancia de un hijo varón como sucesor al trono, más en aquella Inglaterra del siglo XVI, por lo que cuando se confirmó que Catalina no podría tener más hijos el monarca intentó solucionar el problema sucesorio.

Por tanto, uno de los vectores principales que llevó a Enrique VIII a pedir la anulación de su matrimonio con Catalina era eminentemente político. Ahora bien, también se mezclaban razones sentimentales, pues Ana Bolena había conquistado el corazón del rey inglés.

La negativa papal a rechazar la propuesta de Enrique VIII tenía su componente religioso y, también, su componente político. Clemente VII no deseaba enemistarse con el emperador Carlos I y durante el proceso firmó el Tratado de Barcelona con el sobrino de Catalina por el que el emperador devolvía los Estados Pontificios al Papa así como se comprometía a favorecerlo en otros asuntos italianos (como restablecer a los Médici en Florencia). Religiosamente también estaba el honor de la Iglesia en entredicho, pues el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón fue posible gracias a una bula papal emitida por Julio II.

Enrique VIII, disgustado y enojado por los años de demora del proceso (había comenzado en 1527) decidió liarse la manta a la cabeza y romper con Roma. En abril de 1532 comenzó a percibir las rentas de los beneficios eclesiásticos; el 25 de enero de 1533 se casó con Ana Bolena, en mayo de ese año Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, anuló el matrimonio con Catalina y dio validez al nuevo y el 1 de junio de 1533 coronó a  Ana Bolena como reina.

Desde Roma contraatacaron con la excomunión a la pareja real en julio de 1534, lo que llevó al cisma anglicano definitivo. El rey inglés aprobó una serie de leyes por las que se convertía en “la única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra” (Ley de supremacía), tenía potestad para elegir a los nuevos obispos (Ley designaciones eclesiásticas) y condenaba como alta traición a quienes se negaran a ello (Ley de traiciones).

Ahora bien, la ruptura con Roma se trataba de un suceso meramente económico. Al papa de Roma se le negaron todo tipo de fuentes de ingresos monetarios desde Inglaterra y los monasterios pasaron a ser confiscados por el Estado, lo que llevó aparejado que muchos nobles vieran premiada su fidelidad al monarca con parte de estas tierras monacales. Pero lo anterior no significó que en Inglaterra se fomentara un cambio de credo hacia el protestantismo.

También debemos recordar que todos aquellos católicos que se negaron a seguir a Enrique VIII como cabeza de la Iglesia en Inglaterra (entre los que destacó Tomás Moro) y fueron ejecutados, más que por motivos religiosos su condena fue por desobediencia a una orden real.

Hay que recordar que Enrique VIII, en el año 1521, publicó un tratado en contra de la reforma iniciada por Lutero. Denominado Defensa de los siete sacramentos, fue dedicado al Papa León X. Este, agradecido por el escrito antiprotestante, premió al monarca inglés con el título Defensor de la Fe (Fidei defensor).

Resulta difícil que alguien capaz de defender con esa pasión la religión católica se pasara fácilmente al protestantismo. Y aunque Thomas Cromwell, nombrado vicario del rey, tuviera ciertas inclinaciones luteranas, lo que verdaderamente pesó en su trabajo hacia el Estado fue su idea del absolutismo real.

El mejor ejemplo de que Enrique VIII no se apartó demasiado de la doctrina católica lo tenemos en los Diez artículos de Fe, publicados en 1536 como la confesión que tendría Inglaterra. En ellos vemos que se defendía la doctrina de la transustanciación, el culto a las imágenes y la devoción a los santos, aunque sólo se reconocían tres sacramentos (bautismo, penitencia y comunión) y se rechazaba la mediación de los santos. Por tanto, tenemos una primera confesión anglicana en la que Enrique VIII evitó que las reformas protestantes calaran de manera amplia.

Pero el mejor ejemplo de que Enrique VIII impidió el inicio de la reforma protestante en Inglaterra lo tenemos en las persecuciones que sometió a los protestantes.

Es cierto que inicialmente persiguió por igual, a católicos y protestantes (papistas y herejes los llamaba). A ambos los ejecutaba por negar su supremacía en cuanto a la Iglesia Anglicana más que por sus credos. Pero a partir de 1538 el rey apartó a sus consejeros luteranos y frenó todo cambio en ese sentido. Por medio de diversas leyes condenó con la hoguera la negación de la transustanciación, prohibió el matrimonio a sacerdotes y la lectura privada de la Biblia, y mantuvo la devoción hacia la Virgen y los santos entre otras muchas medidas tendentes a mantener la ortodoxia doctrinal católica.

Cuando Enrique VIII murió en 1547 Inglaterra estaba separada de Roma en cuanto a la jerarquía de poder, pero seguía siendo doctrinalmente católica.

Y fue precisamente su muerte lo que abrió el protestantismo en Inglaterra. Primero por medio de los consejeros del rey niño Eduardo VI, Somerset y Warwick, de tendencias luteranas y calvinistas respectivamente. Durante su breve reinado aprobaron una confesión de fe con ideas claramente protestantes.

Más tarde, el paso por el trono de María Tudor, llamada por los protestantes la sanguinaria debido a la persecución que les infligió, terminó de justificar el rechazo al catolicismo de Roma. También influyó que la espada imaginaria del catolicismo era blandida por el mayor enemigo inglés en la época, el imperio español.

Pero sería su sucesora, Isabel I, la que terminaría introduciendo el protestantismo en Inglaterra y convirtiendo el cisma de Enrique VIII en herejía a ojos de Roma. La confesión de fe aprobada por Isabel I y denominada los Treinta y nueve artículos (1563), que mezclaba elementos doctrinales católicos y protestantes, se convertiría en la doctrina definitiva de la iglesia anglicana a partir de entonces.

Por tanto, para concluir, indicar que Enrique VIII fue muchas cosas.

Si atendemos a la opinión de la mayoría de los ingleses, fue el monarca que les liberó del yugo de Roma, el que transformó un país medieval en un Estado moderno, reforzando la maquinaria estatal y el que dotó a los ingleses de un sentido de identidad nacional como nunca nadie lo había hecho.

Ahora bien, si nos fijamos en la opinión de sus enemigos la percepción cambia bastante. Charles de Marillac, embajador francés en Inglaterra, lo definió como “un codicioso al que todas la riquezas del mundo no le satisfacen”. Y el Papa Pablo III dijo de él que era “un tirano cruel y abominable”. Aquí en España lo consideramos libidinoso y lujurioso por haberse casado hasta en seis ocasiones. Pero curiosa es la sentencia que le dedicó Walter Raleigh, corsario y político inglés (ambas cosas eran factibles tanto entonces como ahora): “Si todos los cuadros y dibujos de un príncipe desprovisto de misericordia se perdieran en el mundo, todos se podrían volver a pintar a partir de la historia de este rey”. 

Lo cierto es que fue uno de los monarcas modernos que más personas llevaron al cadalso. Pero si una cosa no podemos achacarle es que iniciara la reforma protestante en Inglaterra.

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