domingo, 5 de septiembre de 2021

Somos una sociedad muy higiénica


Actualmente consideramos nuestra sociedad como bastante higiénica. En general, existe una preocupación diaria por el cuidado de nuestra higiene personal, pues la consideramos una necesidad básica relacionada con nuestra buena salud. Y tan ha llegado a ser nuestro celo que ciertos profesionales han empezado a advertir sobre los peligros de la sobrehigienización (Logan, Katzman y Balanzá-Martínez, 2015).

Lejos queda la aversión al agua medieval, o la costumbre de tirar la basura en la calle o desde las ventanas. O eso pensamos, pues si nos fijamos en los medios de comunicación siguen apareciendo noticias que nos dejan en mal lugar respecto a la higiene.

Un magnífico ejemplo lo tenemos en los medios de transporte públicos. Todos los que los utilicen en verano habrán sufrido estoicamente el mal olor corporal de algún viajero de higiene despistada. Esta situación fue de tal calibre en Viena, en el verano de 2018, que el ayuntamiento de la ciudad lanzó una campaña de concienciación regalando desodorantes en el metro.

Otra sociedad que solemos asociar a un alto grado de higiene fue la sociedad romana. En comparación con la Edad Media, los romanos y sus famosos baños y termas nos pueden parecer un lujo de la higiene corporal. Pero no era así. A continuación voy a mostrar una serie de fuentes romanas que nos indican la notoria falta de higiene que debía existir en la Roma antigua.


Uno de los olores más desagradables en un medio de transporte público es el olor a sudor. Médicamente se denomina bromhidrosis (del griego: bromos, mal olor + hidros, sudor), aunque todo el mundo lo asocia a la expresión: te huele el sobaco (axila).

Este mal olor está provocado por las secreciones de las glándulas apocrinas. En nuestro cuerpo tenemos dos tipos de glándulas sudoríparas. Las ecrinas, distribuidas por todo el cuerpo, se encargan de regular la temperatura corporal y producen un sudor compuesto por un 99% de agua y 1% de sales minerales. En cambio, las glándulas apocrinas, localizadas en axilas, ingles, pezones y ano, producen una secreción grasosa que no se evapora. Aunque esta secreción es inolora, su reacción con ciertas bacterias corporales es lo que genera el mal olor.

Aunque todos tenemos glándulas apocrinas, ciertas personas generan un mal olor superior a la media debido a ciertos factores que favorecen esta molesta circunstancia: mayor proporción genética de glándulas apocrinas, exceso de sudor, mala higiene corporal, obesidad, tabaco, consumo de ciertos alimentos (curry, ajo, pimienta…), alcohol…

Uno de los mejores ejemplos con que contamos en las fuentes romanas sobre el mal olor de axilas lo tenemos en la obra del incisivo Catulo. En uno de sus poemas se refiere al mal olor que tenía un tal Rufo (LXIX):

No te extrañes, Rufo, de que ninguna mujer quiera tenerte sobre sus delicados muslos, ni aunque la seduzcas con el regalo de un vestido especial o con el capricho de una piedra preciosa. Te hace daño cierta mala habladuría, según la cual dicen que un feroz macho cabrío habita bajo el valle de tus sobacos. A ése lo temen todas, y no es extraño: pues es un animal muy malo, y con él una chica guapa no se acostará. Por eso, o matas esa peste cruel para la nariz, o deja de extrañarte de que huyan”.

Marcial también posee algunos poemas relativos a la costumbre romana de colocarse perfume para disimular un mal olor corporal. Como todo el mundo sabe, esa solución no es la más adecuada y genera también aversión entre los que rodean a esa persona.

Hueles siempre demasiado bien
¿Qué voy a decir del hecho de que tus besos huelen a mirra, y que tienes siempre un olor que no es el tuyo? Me resulta sospechoso, Póstumo, eso de que siempre huelas bien: Póstumo, no huele bien el que siempre huele bien” (Libro II, XII)

No es bueno oler siempre bien
Porque, siempre negro de canela y de cinamomo y del nido del ave maravillosa [referencia al ave fénix, que construye su nido con esas plantas aromáticas], hueles a los botes de plomo de Niceros [perfumista de la época], te ríes de mí, Coracino, porque no huelo a nada. Yo prefiero no oler a nada que oler bien” (Libro VI, LV)

A continuación, vamos a tratar el olor a pies. La Podobromhidrosis, al igual que en el caso anterior, se trata de un problema de mala higiene enfocado en los pies. El sudor, al interaccionar con las bacterias que se encuentran en los pies, generan un mal olor característico (a queso curado) que impregna, calcetines, calzado y, en casos fuertes, el ambiente en general.


En esta ocasión no encontré ninguna referencia romana concreta al respecto (podrían valer las anteriores referencias de Marcial), por lo que ilustraré tal problema con las palabras del cínico Diógenes. Este griego de higiene descuidada tenía la costumbre de perfumarse los pies, lo que nos indica que su olor no debía ser muy agradable. Y cuando le preguntaron la razón de tal costumbre respondió lo siguiente:

Si me perfumo mis pies, el olor llega a mi nariz, si me lo pongo en la cabeza solo los pájaros pueden olerlo” (Museo del Perfume de Barcelona).

Otro mal olor corporal bastante desagradable es la halitosis.

El mal aliento bucal afecta al 25% de la población (Bosy A. Oral malodor: philosophical and practical aspects. J Can Dent Assoc. 1997; 63(3):196–201), aunque se cree que la mitad de la población ha sufrido este problema en algún momento de su vida.

La halitosis suele estar producida, en la mayor parte de las ocasiones, por una mal higiene bucal. Las bacterias de los alimentos que se quedan entre los dientes, al descomponerse, producen diversos ácidos olorosos bastante desagradables.

Un especialista en mostrarnos los problemas de halitosis que tenían los romanos fue Marcial. Dentro de su obra Epigramas, podemos encontrar numerosas referencias a personas que sufrían este problema, lo que nos da una idea de lo extendida que estaba la halitosis:

Eso de no pasar tu copa a nadie, lo haces por humanidad, Hormo, no por soberbia” (II, 15). Se refiere a que su mal aliento envenenaba la bebida. Era costumbre romana pasar la copa en la que se bebía tras brindar.

A unos les das besos y a otros les das, Póstumo, la mano. Me dices: “¿Qué prefieres? Elige”. —Prefiero la mano” (II, 21). El poeta nos indica, irónicamente, que teme el mal aliento de Póstumo.

Era un perfume lo que hasta hace un momento contenía este pequeño frasco de ónice; después de haberlo olido Pápilo, fijaos, es garum” (II, 94). Comparar el aliento de Pápilo con la salsa elaborada con pescado putrefacto nos da una idea del mal aliento del susodicho.

Una tarta llevada un rato en torno de los convidados a la hora de los postres quemaba cruelmente las manos por su excesivo calor; pero la glotonería de Sabidio ardía más aún. En seguida, pues, sopló sobre ella tres o cuatro veces con todas sus fuerzas. La tarta se templó un poco y dejó de abrasar los dedos; pero nadie pudo tocarla: ¡era pura mierda!” (III, 17).

¿Te admiras de que le huela mal la oreja a Mario? La culpa es tuya: le cuchicheas, Néstor, al oído” (III, 28).


Respecto al mal olor bucal Catulo posee diversos poemas igual de elocuentes y divertidos:

XCVII
¡Que los dioses me asistan! No creí que tuviese importancia alguna distinguir entre oler la boca o el culo de Emilio. No más limpio éste, no más sucia aquélla, pero acaso el culo es más limpio y mejor, pues no tiene dientes; y la boca tiene unos dientes de pie y medio, unas encías de carro viejo y además una abertura tan ancha como suele tener el coño una mula cuando mea en la calorina. ¿Y éste se folla a muchas y se hace el guapo, y no se le manda al molino ni de asno? Y la mujer que lo atienta, ¿no vamos a creer que ésa es capaz de lamer el culo de un verdugo enfermo?

XCVIII
Contra ti, si contra alguien, podrido Victio, puede decirse eso que se dice a los charlatanes y a los fatuos: que con esa lengua, si se te llegara el caso, podrías lamer culos y sandalias de cuero basto. Si quieres perdernos totalmente a todos nosotros, Victio, abre la boca: lograrás completamente lo que deseas”.

Los romanos pensaban que eran una sociedad muy higiénica, con sus baños y termas implantados en todas las ciudades. Tal vez, la mejor descripción de la frecuencia romana del aseo corporal sea la realizada por Séneca:

La gente se lavaba cada día los brazos y las piernas, y solo tomaba un baño completo los días de mercado [cada nueve días]” (Séneca. Cartas a Lucilio, LXXXVI, 12).

Pero hoy día, bajo nuestro criterio, los veríamos bastante guarros. Supongo que nos pasará lo mismo a nosotros cuando nuestros descendientes giren la cabeza hacia el pasado y nos vean desde su realidad. ¿Serán las poesías tan incisivas?


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