Actualmente consideramos nuestra sociedad como
bastante higiénica. En general, existe una preocupación diaria por el cuidado
de nuestra higiene personal, pues la consideramos una necesidad básica
relacionada con nuestra buena salud. Y tan ha llegado a ser nuestro celo que
ciertos profesionales han empezado a advertir sobre los peligros de la sobrehigienización
(Logan, Katzman y Balanzá-Martínez, 2015).
Lejos queda la aversión al agua medieval, o la
costumbre de tirar la basura en la calle o desde las ventanas. O eso pensamos,
pues si nos fijamos en los medios de comunicación siguen apareciendo noticias
que nos dejan en mal lugar respecto a la higiene.
Un magnífico ejemplo lo tenemos en los medios de
transporte públicos. Todos los que los utilicen en verano habrán sufrido
estoicamente el mal olor corporal de algún viajero de higiene despistada. Esta
situación fue de tal calibre en Viena, en el verano de 2018, que el
ayuntamiento de la ciudad lanzó una campaña de concienciación regalando
desodorantes en el metro.
Otra sociedad que solemos asociar a un alto grado de
higiene fue la sociedad romana. En comparación con la Edad Media, los romanos y
sus famosos baños y termas nos pueden parecer un lujo de la higiene corporal.
Pero no era así. A continuación voy a mostrar una serie de fuentes romanas que
nos indican la notoria falta de higiene que debía existir en la Roma antigua.
Uno
de los olores más desagradables en un medio de transporte público es el olor a
sudor. Médicamente se denomina bromhidrosis (del griego:
bromos, mal olor + hidros, sudor), aunque todo el mundo lo
asocia a la expresión: te huele el sobaco (axila).
Este mal olor está provocado por las secreciones de
las glándulas apocrinas. En nuestro cuerpo tenemos dos tipos de glándulas
sudoríparas. Las ecrinas, distribuidas por todo el cuerpo, se encargan de
regular la temperatura corporal y producen un sudor compuesto por un 99% de
agua y 1% de sales minerales. En cambio, las glándulas apocrinas, localizadas
en axilas, ingles, pezones y ano, producen una secreción grasosa que no se
evapora. Aunque esta secreción es inolora, su reacción con ciertas bacterias
corporales es lo que genera el mal olor.
Aunque todos tenemos glándulas apocrinas, ciertas
personas generan un mal olor superior a la media debido a ciertos factores que
favorecen esta molesta circunstancia: mayor proporción genética de glándulas
apocrinas, exceso de sudor, mala higiene corporal, obesidad, tabaco, consumo de
ciertos alimentos (curry, ajo, pimienta…), alcohol…
Uno de los mejores ejemplos con que contamos en las
fuentes romanas sobre el mal olor de axilas lo tenemos en la obra del incisivo Catulo. En uno de sus poemas se refiere
al mal olor que tenía un tal Rufo (LXIX):
“No te extrañes,
Rufo, de que ninguna mujer quiera tenerte sobre sus delicados muslos, ni aunque
la seduzcas con el regalo de un vestido especial o con el capricho de una
piedra preciosa. Te hace daño cierta mala habladuría, según la cual dicen que
un feroz macho cabrío habita bajo el valle de tus sobacos. A ése lo temen
todas, y no es extraño: pues es un animal muy malo, y con él una chica guapa no
se acostará. Por eso, o matas esa peste cruel para la nariz, o deja de
extrañarte de que huyan”.
Marcial
también posee algunos poemas relativos a la costumbre romana de colocarse
perfume para disimular un mal olor corporal. Como todo el mundo sabe, esa
solución no es la más adecuada y genera también aversión entre los que rodean a
esa persona.
“Hueles siempre
demasiado bien
¿Qué
voy a decir del hecho de que tus besos huelen a mirra, y que tienes siempre un
olor que no es el tuyo? Me resulta sospechoso, Póstumo, eso de que siempre
huelas bien: Póstumo, no huele bien el que siempre huele bien”
(Libro II, XII)
“No es bueno
oler siempre bien
Porque,
siempre negro de canela y de cinamomo y del nido del ave maravillosa
[referencia al ave fénix, que construye su nido con esas plantas aromáticas], hueles a los botes de plomo de Niceros
[perfumista de la época], te ríes de mí,
Coracino, porque no huelo a nada. Yo prefiero no oler a nada que oler bien”
(Libro VI, LV)
A
continuación, vamos a tratar el olor a pies. La Podobromhidrosis,
al igual que en el caso anterior, se trata de un problema de mala higiene
enfocado en los pies. El sudor, al interaccionar con las bacterias que se encuentran
en los pies, generan un mal olor característico (a queso curado) que impregna,
calcetines, calzado y, en casos fuertes, el ambiente en general.
En esta ocasión no encontré ninguna referencia romana
concreta al respecto (podrían valer las anteriores referencias de Marcial), por
lo que ilustraré tal problema con las palabras del cínico Diógenes. Este griego
de higiene descuidada tenía la costumbre de perfumarse los pies, lo que nos
indica que su olor no debía ser muy agradable. Y cuando le preguntaron la razón
de tal costumbre respondió lo siguiente:
“Si me perfumo
mis pies, el olor llega a mi nariz, si me lo pongo en la cabeza solo los
pájaros pueden olerlo” (Museo del Perfume de Barcelona).
Otro
mal olor corporal bastante desagradable es la halitosis.
El mal aliento bucal afecta al 25% de la población (Bosy A. Oral
malodor: philosophical and practical aspects. J Can Dent Assoc. 1997;
63(3):196–201), aunque se cree que la mitad de la población ha
sufrido este problema en algún momento de su vida.
La halitosis suele estar producida, en la mayor parte
de las ocasiones, por una mal higiene bucal. Las bacterias de los alimentos que
se quedan entre los dientes, al descomponerse, producen diversos ácidos
olorosos bastante desagradables.
Un especialista en mostrarnos los problemas de
halitosis que tenían los romanos fue Marcial.
Dentro de su obra Epigramas, podemos
encontrar numerosas referencias a personas que sufrían este problema, lo que
nos da una idea de lo extendida que estaba la halitosis:
“Eso de no pasar tu copa a nadie, lo
haces por humanidad, Hormo, no por soberbia” (II, 15). Se refiere a que su
mal aliento envenenaba la bebida. Era costumbre romana pasar la copa en la que
se bebía tras brindar.
“A unos les das besos y a otros les
das, Póstumo, la mano. Me dices: “¿Qué prefieres? Elige”. —Prefiero la mano”
(II, 21). El poeta nos indica, irónicamente, que teme el mal aliento de
Póstumo.
“Era un perfume lo que hasta hace un
momento contenía este pequeño frasco de ónice; después de haberlo olido Pápilo,
fijaos, es garum” (II, 94). Comparar el aliento de Pápilo con
la salsa elaborada con pescado putrefacto nos da una idea del mal aliento del
susodicho.
“Una tarta llevada un rato en torno de los
convidados a la hora de los postres quemaba cruelmente las manos por su
excesivo calor; pero la glotonería de Sabidio ardía más aún. En seguida, pues,
sopló sobre ella tres o cuatro veces con todas sus fuerzas. La tarta se templó
un poco y dejó de abrasar los dedos; pero nadie pudo tocarla: ¡era pura mierda!”
(III, 17).
“¿Te admiras de que le huela mal la oreja a
Mario? La culpa es tuya: le cuchicheas, Néstor, al oído” (III, 28).
Respecto al mal olor bucal Catulo posee diversos poemas igual de elocuentes y divertidos:
“XCVII
¡Que
los dioses me asistan! No creí que tuviese importancia alguna distinguir entre
oler la boca o el culo de Emilio. No más limpio éste, no más sucia aquélla,
pero acaso el culo es más limpio y mejor, pues no tiene dientes; y la boca
tiene unos dientes de pie y medio, unas encías de carro viejo y además una
abertura tan ancha como suele tener el coño una mula cuando mea en la calorina.
¿Y éste se folla a muchas y se hace el guapo, y no se le manda al molino ni de
asno? Y la mujer que lo atienta, ¿no vamos a creer que ésa es capaz de lamer el
culo de un verdugo enfermo?”
“XCVIII
Contra
ti, si contra alguien, podrido Victio, puede decirse eso que se dice a los
charlatanes y a los fatuos: que con esa lengua, si se te llegara el caso,
podrías lamer culos y sandalias de cuero basto. Si quieres perdernos totalmente
a todos nosotros, Victio, abre la boca: lograrás completamente lo que deseas”.
Los romanos pensaban que eran una sociedad muy
higiénica, con sus baños y termas implantados en todas las ciudades. Tal vez,
la mejor descripción de la frecuencia romana del aseo corporal sea la realizada
por Séneca:
“La gente se
lavaba cada día los brazos y las piernas, y solo tomaba un baño completo los
días de mercado [cada nueve días]” (Séneca. Cartas a Lucilio, LXXXVI, 12).
Pero hoy día, bajo nuestro criterio, los veríamos
bastante guarros. Supongo que nos pasará lo mismo a nosotros cuando nuestros
descendientes giren la cabeza hacia el pasado y nos vean desde su realidad.
¿Serán las poesías tan incisivas?
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