Dentro de las familias, dos son los cargos
cuya fama les precede: las suegras y las madrastras. Dejando a un lado la casualidad de que ambas pertenezcan al
género femenino, vamos a detenernos en las segundas de manera pormenorizada.
Desde pequeños nos inculcan la imagen de las
madrastras como algo malo. Los más claros ejemplos lo tenemos en los cuentos
infantiles, siendo la madrastra de Cenicienta, película de Walt Disney basada
en el cuento de hadas La Cenicienta, de Charles Perrault, o la madrastra de
Blancanieves, la narcisista Reina Grimhilde, los dos ejemplos más señeros.
Ahora bien, si a personajes históricos se
refiere, la madrastra más malvada de todas es Livia, la esposa del emperador
Augusto. Pero, ¿es cierta la mala fama que siempre le ha precedido?
Livia es uno de esos personajes históricos
que, debido a su poderosa influencia que tuvo en su tiempo, no pueden dejarnos
indiferentes. Máxime cuando en la Roma de finales del siglo I a.C. las mujeres,
por no tener importancia, no tenían ni los mismos nombres que sus iguales
varones.
Livia nació un 30 de enero del año 59 o 58
a. C. Pudo ser la segunda hija del matrimonio formado por Marco Livio Druso
Claudiano y su esposa Alfidia, pues también se la conocía como Drusila («la pequeña Drusa»). Y hasta
aquí todo lo que podemos contar de la infancia de este personaje, ejemplo del
poco interés que mostraban los romanos por constatar la vida de las mujeres.
La
historia comienza a preocuparse de ella cuando en el año 42 a. C., contando con
unos dieciséis años, contrajo matrimonio con Tiberio Claudio Nerón,
un primo suyo de familia patricia que contaba con unos cuarenta. Su matrimonio
se realizó sine manu, una forma menos
restrictiva que los enlaces más tradicionales, en donde la mujer cambiaba de
mano (del padre al esposo), pero mantenía patrimonio propio y cierta libertad. Con Nerón tuvo dos hijos, el futuro
emperador Tiberio y Nerón Claudio Druso Germánico o Druso el Mayor.
Este segundo lo tuvo justo después de divorciarse
de su marido y contraer matrimonio con Octaviano, el futuro emperador Augusto. Hacia el 39 a.C. Octaviano ya se había
fijado en la bella muchacha y negoció con Nerón su matrimonio. El primer
marido de Livia vio con buenos ojos la unión, pues afín al bando de Marco
Antonio había tenido que exiliarse de Roma debido a la lucha que mantuvo aquel
con Octaviano. Sin duda, en su mente estaba asegurarse las espaldas ante el
nuevo gobernante de Roma y medrar políticamente.
Octaviano, por su parte, tuvo que
divorciarse a su vez de Escribonia, que le había dado una hija. Pero nada le
importaba pues, al contrario de lo que solía ocurrir en los matrimonios
patricios, en este caso la llama del amor había prendido fulgurantemente. Ello
lo sabemos gracias a Suetonio, que escribió lo siguiente: “le profesó hasta el final un amor y una estima sin rival” (Vidas de
los doce Césares, «Vida del Divino Augusto» LXII, 2).
El
17 de enero del año 38 a.C. formalizaron el matrimonio tras meses de relación.
La fecha fue obligada por los pontífices, que pusieron la condición de aprobar
el matrimonio siempre después de que Livia diera a luz al hijo que había
engendrado con su primer marido. Aunque la pareja cambió el nombre del retoño
para evitar habladurías sobre la paternidad del pequeño, estas no cesaron
durante toda la vida de Druso el mayor.
La
unión de ambos también era buena políticamente.
Livia progresaba enormemente en el escalafón social, mientras que Octaviano
estrechaba lazos con la alta y antigua nobleza senatorial (Livia pertenecía a
la gens Claudia). Pero los autores
antiguos críticos con Livia sólo nos dejaron para la posteridad el ansia de
poder de la mujer.
Escultura de Livia. MAN, Madrid. |
En el año 35 a.C. su marido Augusto la
liberó de la tutela muliebris a la
que estaban sometidas todas las mujeres romanas de la época. Aunque no tenía
ningún cargo público, a partir de entonces pudo dirigir su vida
independientemente e influir en su marido, al que aconsejaba sobre asuntos de
Estado. Livia amasó una gran fortuna con negocios agrícolas y dedicó parte de
ella a la filantropía.
Pero nada de esto pasó al relato
histórico. Muchos de los historiadores romanos tenían una visión de la mujer
muy diferente de la que Livia hacía gala. La mujer era fundamental para tener y
criar hijos, pero no podía salirse del rol de esposa y madre. Las mujeres que
no respetaban la tradición eran condenadas y vistas como adúlteras,
conspiradoras, intrigantes, manipuladoras y que hacían perder la razón a los
hombres. Cleopatra es un ejemplo muy cercano en el tiempo al de Livia. Dos
mujeres que sobresalieron en un mundo de hombres y al que la historia no trató
demasiado bien.
Si
existe un historiador cuya influencia ha pesado notoriamente sobre la imagen
posterior de Livia, ese es Tácito.
La misoginia de este autor es tan evidente que no dejó de aprovechar cualquier
rumor sobre Livia para desprestigiar su memoria.
La
mala fama de madrastra que tiene Livia se contextualiza con los problemas que
tuvo Augusto para elegir sucesor. En el relato
tradicional vemos a una intrigante Livia que va eliminando a todos y cada uno
de los candidatos al trono con el objetivo de encumbrar en él a su hijo
Tiberio.
El
primer candidato fue Marco Claudio Marcelo,
hijo de Octavia, hermana de Augusto. Su carrera se aceleró para que estuviera
preparado para la sucesión, pero una enfermedad se lo llevó por delante. El
teatro de Marcelo de Roma lleva este nombre en su honor y, aunque las causas de
su muerte debieron ser naturales, ya tácito recogió el rumor referente a que
Livia había asesinado al primer candidato debido a que deseaba que reinara
alguien de su sangre. Dión Casio recoge
el siguiente rumor al respecto:
“Se
escuchó el rumor de que, cuando Marcelo, sobrino de Augusto, murió en 23 a. C.,
no fue por muerte natural, y que detrás de esto se encontraba Livia"
(Dión Casio 55.33.4).
El
segundo candidato podía haber sido Druso el mayor,
segundo hijo de Livia, pero su muerte accidental en Germania, al caerse de un
caballo en el 9 a.C. también truncó los planes sucesorios.
Los
siguientes candidatos al trono en los que se
fijó Augusto fueron los hijos de su amigo el general Agripa y Julia, su única
hija biológica nacida de su matrimonio con Escribonia. Cayo y Lucio, los dos varones mayores, fueron adoptados como hijos
(eran nietos carnales de Augusto) y el pueblo les quería, razón por la cual la
sucesión parecía ser más que lógica.
Pero nuevamente la diosa fortuna impidió
que tal idea pudiera materializarse: “A
Lucio, cuando marchaba hacia los ejércitos de Hispania, y a Cayo, que volvía de
Armenia gravemente herido, los arrebató una muerte fatalmente prematura o tal
vez una astucia de su madrastra Livia” (Tácito, Anales, I, 3, 3).
Como vemos, Tácito, empeñado en desprestigiar a Livia por todos los medios, insinúa que la mujer tuvo algo que ver en
la muerte de ambos, cuando en realidad era difícil que pudiera haber
intervenido desde la distante Roma. El historiador romano no hace otra cosa
que equiparar en Livia la figura de la malvada madrastra capaz de perjudicar a
sus hijastros por beneficio propio. Un personaje que ya tenía una larga
tradición en la cultura romana e incluso griega.
No obstante, esta imagen de malvada madrastra empieza a flaquear cuando nos
percatamos de que Livia no siempre conspiraba contra sus hijastros. Por
ejemplo, cuando Augusto exilió a su hija Julia debido al escándalo de su
adulterio con Julo Antonio, se sabe que Livia se opuso a la decisión. Y eso que
el cornudo era su hijo Tiberio.
Si Tiberio llegó finalmente al trono de
emperador de Roma no fue por las maquinaciones de Livia, tal como Tácito quiso
hacernos entender. Seguramente, como toda madre, hizo todo lo posible porque su
hijo llegara al trono, pero resulta difícil dar pábulo a sus supuestos
envenenamientos y conjuras.
Pero
si es difícil creer el envenenamiento de los hijastros, mucho más es sostener
el del mismo Augusto. Las fuentes antiguas,
luego perpetuadas en la modernidad por la obra Yo, Claudio de Robert Graves, infundieron el rumor sobre la última
fechoría de Livia, el asesinato de Augusto en su lecho de muerte. Según estas
fuentes Livia habría envenenado unos higos con el fin de acelerar la muerte del
emperador y evitar una posible sucesión en Agripa Póstumo, el último hijo de
Julia y Agripa.
Y otorgan veracidad al suceso al indicar
que una de las primeras medidas de Tiberio emperador fue asesinar a Agripa
Póstumo. Ahora bien, preguntado por la ejecución, Tiberio confesó que había
sido el mismo Augusto en su lecho de muerte el que la había ordenado,
limitándose el a cumplir tal orden.
Agripa póstumo no era un personaje
modélico. Llevaba desde el año 9 exiliado en la isla de Planasia y todos
conocían su carácter salvaje e incontrolable. Sin duda, en Augusto existían
serias reticencias a la hora de que este personaje pudiera llegar al trono y
derrumbar toda su obra política, pues ciertamente era nulo respecto a temas
políticos.
Pero lo
que desmonta totalmente la idea del envenenamiento al marido es que Augusto
murió el 19 de agosto del año 14 sin que Tiberio, su sucesor, estuviera
presente. Ya sabemos de numerosos accesos al trono casuales en donde el sucesor sale de la habitación del difunto
gobernante anterior. Y esa hubiera sido la ocasión propicia de haber querido
Livia realizar tal acción. Tiempo tuvo, pues estuvo casado con Augusto algo más
de 50 años.
Me parece más factible la despedida que
nos relata Suetonio, propia de dos enamorados: “Livia, vive recordando nuestro amor, ¡y adiós!” (Vidas de los doce
Césares, «Vida del Divino Augusto» XCIX, 1).
Por tanto, Livia fue una mujer admirable en su tiempo, que logró llegar a cotas de
poder e independencia nunca vistas hasta entonces en el género femenino.
Sobrevivió a su hijo Druso el mayor, y a un par de sus nietos, sufriendo al
final de su vida el rechazo de su hijo Tiberio, que se negó a rendirle honores
tras su muerte, resentido por haberle obligado a divorciarse de Vipsania, la
mujer que amaba, por razones dinásticas.
Estatua de Livia con el atuendo de la divinidad Ceres. Museo del Louvre, París. |
Una
mujer con sus luces y sus sombras, pero que no fue la madrastra tan malvada que
nos intentaron legar las crónicas más contrarias a su figura.
Quedémonos con las palabras que le dedicó Veleyo Patérculo:
“[Livia era] una mujer excelsa y más parecida en todo a los dioses que a los
hombres, cuyo poder nadie notó, salvo cuando aliviaba un peligro o aumentaba la
dignidad”. (Historia romana II, 130, 5).
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¿Mujeres envenenadoras? No creo, son todas seres de luz.
ResponderEliminarHola, gracias por comentar.
EliminarDetecto cierta ironía.
Con las mujeres ocurre lo mismo que con los hombres, existen buenas, malas y regulares.
La generalización y los clichés siempre inducen al error.
Saludos