La expresión Annus
horribilis (año terrible) se utiliza cuando, al repasar lo acontecido en un
año nos damos cuenta que las cosas salieron mucho peor de lo esperado.
La expresión fue popularizada en época moderna por la
reina de Inglaterra Isabel II, quién, en el discurso de Guildhall el 24 de
noviembre de 1992, marcando el 40 aniversario de su coronación, definió así el
año que acababa de pasar. No en vano, aquel año, perdió el territorio de
Mauricio (que pasó a ser una República), se vio envuelta en varios escándalos
familiares (separación de su hijo Andrés y de su hija Ana de sus respectivas
parejas, fotos escandalosas de la Duquesa de York, confirmación del romance entre
el príncipe de Gales y Camilla Parker-Bowles), tuvo que soportar la publicación
de la autobiografía de Lady Di y hasta se le incendío el Castillo de Windsor.
Nuestra monarquía española también tuvo su particular Annus horribilis en el 2007. Aquel año,
el entonces monarca Juan Carlos I, tuvo que lidiar con la muerte por sobredosis
de la hermana menor de la Princesa de Asturias, con la censura a la portada de
la revista El Jueves, con la quema de
su foto por independentistas catalanes en Girona, con la separación de su hija,
la duquesa de Lugo, y su esposo, Jaime de Marichalar y con el encontronazo en la
XVII Cumbre Iberoamericana con Hugo Chávez, presidente de Venezuela y el famoso
“¿Por qué no te callas?”.
Pero estos problemas de las monarquías actuales se
quedan en meras anécdotas si echamos la vista hacia atrás y comprobamos si
nuestros antepasados romanos tuvieron algo similar. En verdad podría haber
elegido numerosos años, pero voy a centrarme en un momento especialmente
delicado de la historia de Roma. Y más que un año terrible lo que pasaron los
romanos fueron unos años horrorosos llenos de fracasos en los que a punto
estuvieron de desaparecer.
En el año 216 a.C. Roma estaba derrotada. En el
transcurso de la Segunda Guerra Púnica los fracasos se sucedían sin remedio y
el poderoso general cartaginés Aníbal parecía no poder ser frenado en su avance
hacia Roma.
Tesino (218 a.C.), Trebia (218 a.C.) y Trasimeno (217
a.C.) son los nombres de sendas batallas en las que los romanos mordieron el
polvo una y otra vez ante Aníbal, que empezó a ganarse la fama de reputado
estratega. Nada parecía poder detener a Aníbal, que comenzó a arrasar y saquear
las ciudades italianas con el objetivo de proveerse recursos para su ejército.
Esta debilidad la entendió Quinto Fabio Máximo, quién
decidió realizar una táctica de tierra quemada para debilitar al ejército
cartaginés. Estrategia muy poco honorable para un romano, sus detractores
aprovecharon una pequeña victoria ante tropas auxiliares de Marco Minucio Rufo para darle el rango de
dictador y permitirle atacar a Aníbal. En la Batalla de Geronium (217 a.C.)
Minucio fue derrotado por Aníbal y sólo la intervención de Fabio Máximo logró
que pudiera escapar con vida.
El
año 217 a.C. había sido un auténtico fiasco para Roma. Pero lo peor estaba por
llegar al año siguiente. El 2 de agosto de 216 a.C. se
produjo una de esas grandes derrotas que quedan marcadas a fuego en la
conciencia de los pueblos. En la Batalla
de Cannas, Aníbal derrotó brillantemente a los romanos y les produjo una
cantidad de víctimas nunca antes vista.
En Cannas los romanos reunieron 16 legiones (unos
87.000 hombres), en un despliegue militar nunca visto. Por ejemplo, en
Trasimeno, una de las últimas derrotas romanas ante Aníbal, se enfrentaron 30.000
romanos. En Trebia, unos 40.000. Nada comparable a Cannas.
Aníbal, con un ejército mucho menor (se calcula que
contaba con 40.000 hombres de infantería pesada, 6000 de infantería ligera y 8000
de caballería) logró vencer a los romanos dejando que avanzaran por el centro y
envolviéndoles por las alas. La derrota fue tan contundente que la mayor parte
del ejército fue totalmente aniquilado: Polibio cifra las bajas en 70.000
hombres, mientras que Tito Livio las baja a 50.000.
La desolación romana la podemos entender leyendo a
Tito Livio (Ad Urbe Condita, (XXII, 54):
“A Roma ni
siquiera habían llegado noticias de la supervivencia de este contingente de
ciudadanos y aliados [se refiere a Cayo Terencio Varrón], sino del exterminio del ejército con sus generales
y la destrucción de la totalidad de las tropas. Jamás fue tan acusado el pánico
y la confusión dentro de las murallas de Roma sin haber sido tomada la ciudad.
Por eso me rendiré a la dificultad y no intentaré contar lo que empequeñecería
al exponerlo. Tras la pérdida de un cónsul y un ejército el año anterior en el
Trasimeno, se habían multiplicado no las heridas sino las catástrofes, pues se
anunciaba que se habían perdido dos cónsules y dos ejércitos consulares y que
no quedaba campamento romano alguno, ni jefe, ni soldado; Apulia, el Samnio, y
casi toda Italia ya, habían pasado a poder de Aníbal. Sin lugar a dudas,
cualquier otro pueblo habría sucumbido aplastado por tamaño desastre”.
Esta
gran derrota ha ocultado otra también muy grave producida en la Galia en fechas
muy próximas (215 a.C.) y cuando a los romanos lo que
menos le sobraban eran hombres. En aquella ocasión dos legiones (entre romanos
y auxiliares) fue totalmente aniquilada por la tribu gala de los Boyos, quienes
se habían unido a Aníbal.
Polibio nos indica cual era la misión de Lucio Poumio
en la Galia así como su desenlace (Historias, III, 106 y 118):
“Confiaron al
pretor Lucio Posturnio, nombrado
general, una legión, con la que le mandaron al país de los galos: querían producir
escisiones entre los galos que militaban a favor de Aníbal”
“Y como si la
Fortuna quisiera hacer rebosar la medida y combatir a favor de los hechos ya
consumados, al cabo de pocos días, cuando el terror poseía todavía a la ciudad
de Roma [debido a la derrota en Cannas ante Aníbal], el general enviado a la Galia Cisalpina, cayó inesperadamente en una
emboscada de los galos, y perecieron él y sus tropas, sin que se salvara nadie”.
Para conocer un poco más el desastre que le ocurrió a
Lucio Postumio en la Galia debemos leer a Tito Livio, quien nos informa de lo
siguiente al respecto (Ad Urbe Condita, XXIII. 24):
“Precisamente
mientras se daban estos pasos llegaron noticias de un nuevo desastre, pues
aquel año la mala suerte los acumulaba uno sobre otro: Lucio Postumio, el
cónsul electo, y su ejército habían sido aniquilados en la Galia. Había una
extensa selva, que los galos llamaban Lítana, por donde iba a cruzar con su
ejército. A izquierda y derecha en torno al camino los galos cortaron los
árboles de esta selva de tal forma que si no se los tocaba se mantenían de pie,
pero si se les daba un ligero impulso se venían abajo. Postumio tenía dos legiones
romanas y había alistado en la vertiente del mar Adriático tantos aliados que
metió en los campos enemigos veinticinco mil hombres armados. Los galos se
habían apostado alrededor de la entrada del bosque y, cuando la columna se
internó en la selva, empujaron los árboles cortados que estaban más hacia
fuera; al desplomarse éstos, unos sobre otros, no pudiendo resistir el impulso
por estar mal asegurados, cayeron a ambos lados y sepultaron armas, hombres y
caballos, hasta el punto que apenas si se salvaron diez hombres, pues la
mayoría sucumbieron asfixiados bajo los troncos de los árboles y las ramas
rotas, y el grupo restante, en pleno desconcierto ante aquella inesperada
circunstancia, fue liquidado por los galos armados que rodeaban todo el
contorno de la selva, y de tantos como eran solamente fueron hechos prisioneros
unos pocos que se dirigieron al puente de un río y fueron interceptados por los
enemigos que previamente habían bloqueado dicho puente. Allí sucumbió Postumio,
batiéndose con todas sus fuerzas para no caer prisionero. Los boyos, entre
ovaciones, llevaron los despojos del cadáver y la cabeza cortada del general al
templo que entre ellos era objeto de mayor veneración. Luego, vaciando la
cabeza según su costumbre, cincelaron en oro el cráneo y lo utilizaban como
vaso sagrado para hacer libaciones en las solemnidades y servía al mismo tiempo
de copa al sacerdote y los rectores de los templos. Los galos obtuvieron
también un botín tan importante como la victoria, pues aunque gran parte de los
animales habían sido aplastados al desplomarse los árboles, sin embargo los
demás objetos de valor, como no se produjo dispersión ninguna por huir, fueron
hallados esparcidos por el suelo todo a lo largo de la columna abatida.
Al
recibirse la noticia de este desastre cundió el pánico en la ciudad durante
muchos días, hasta tal punto que se cerraron las tiendas, la ciudad quedó
desierta como si fuera de noche y el senado encargó a los ediles recorrer la
ciudad y ordenar que se abriesen las tiendas y eliminar de las calles las
manifestaciones de abatimiento público. Después, Tiberio Sempronio reunió al
senado, confortó a los senadores y los animó a que no se desalentaran ante
contratiempos menos importantes, ellos que no se habían dejado abatir por el
desastre de Cannas; que, por lo que se refería al enemigo cartaginés y a
Aníbal, sólo con que las cosas salieran tan bien como esperaba, se podía obviar
sin peligro la guerra de la Galia y dejarla para más adelante”.
En definitiva, un desastre que podemos equiparar con
la famosa emboscada en el bosque de Teutoburgo (9 d.C.) donde Publio Quintilio Varo perdió tres legiones
completas en Germania. Aunque aquí se perdieron menos hombres el contexto era
totalmente inapropiado.
Roma, en aquellos momentos, estaba casi derrotada. Las
sublevaciones se sucedían por doquier, tanto en provincias como la Galia como
en dominios italianos (Capua, Siracusa o Tarento). Los reinos fronterizos
aprovecharon para atacarles, como Filipo V de Macedonia, que pactó con Aníbal
tras Cannas. Y las únicas alegrías romanas se encontraban en Hispania, en donde
las crónicas nos informan en el año 216 a.C. sobre pequeñas victorias en Dertosa (Tortosa) y junto a Iliturgi
(Mengíbar, provincia de Jaén) que impiden enviar refuerzos a Aníbal en Italia.
Polibio indicó que: “Entonces la derrota de los romanos era innegable y habían perdido su
reputación guerrera, pero la peculiaridad de su constitución y la prudencia de
sus deliberaciones no sólo les permitieron recobrar el dominio de Italia (tras derrotar
a los cartagineses), sino que poco tiempo después se hicieron dueños del
universo”.
¿Cómo
lo consiguieron?
Primero lograron derrotar al ejército cartaginés,
comandado por Asdrúbal el Calvo, en Cerdeña. Con su victoria en la Batalla de
Cornus (215 a.C.) no sólo evitaron la invasión de la isla y la rebelión de las
ciudades que deseaban pasarse al bando cartaginés, sino que lograron mantener
el suministro de grano a la ciudad de Roma (muy menguado por la presencia de
Aníbal en Italia).
En Italia decidieron otorgar el mando de las
operaciones a Fabio Máximo, quién inicio una guerra de guerrillas contra Aníbal
que le permitía curtir a los soldados sin experiencia y debilitar al enemigo
sin arriesgarse a una derrota total en una batalla directa. Debido al éxito de
esta estrategia adquirió el agnomen o sobrenombre de Cunctator significa “el que
retrasa”.
En Hispania, la llegada de Publio Cornelio Escipión, el futuro Escipión
el Africano, en el año 209 a.C. hizo cambiar el curso de la contienda. Con una
audaz toma de Qart Hadasht, renombrada
Cartago Nova (Cartagena) y una victoria ante Asdrúbal en Baecula que puso los
cimientos para la conquista de los territorios cartagineses en la península
ibérica. La salida final de los cartagineses se produciría con la victoria de
Escipión en la Batalla de Ilipa (206 a.C.).
Y tras recuperarse de sus heridas lograron cambiar el
curso de la contienda general pasando a la acción. Recobraron Italia sitiando
Capua y aguantando el ataque de Aníbal intentando ayudar a los sitiados. Su
victoria les valió recobrar otras ciudades italianas rebeldes, como Tarento.
También cortaron toda posible ayuda a Aníbal. En el
año 207 a.C. derrotaron completamente al ejército que avanzaba desde Hispania
comandado por Asdrúbal y reforzado en la Galia. Tampoco Magón, el otro hermano
de Aníbal que como Asdrúbal tuvo que huir de Hispania tras la derrota ante
Escipión, pudo ayudar al cartaginés y fue derrotado en el año 203 a.C. al
desembarcar en Italia.
Pero el golpe de efecto definitivo fue el desembarco
de Escipión en África (204 a.C.), su alianza con Masinisa, rey nominal de
Numidia al que ayudó a colocar en el trono, y su victoria en la Batalla de los
Grandes Campos. La negociación de paz con Cartago se convirtió en papel mojado cuando
Aníbal desembarcó en África y se dispuso a enfrentarse a Escipión. En la famosa
batalla de Zama (202 a.C.) Aníbal fue derrotado y los romanos lograron superar
una guerra que casi les hizo desaparecer.
La
lección que debemos aprender de estos episodios es
nuestra actitud ante el fracaso. A continuación os dejo unas cuantas frases
memorables al respecto:
·
Un fracasado es un hombre que ha cometido
un error y no es capaz de convertirlo en experiencia (Elbert Hubbard).
·
No se sale adelante celebrando éxitos sino
superando fracasos (Orion S. Marden)
·
El fracaso fortifica a los fuertes
(Antoine de Saint-Exupéry)
·
Cada fracaso enseña al hombre algo que
necesitaba aprender (Charles Dickens)
·
El fracaso es una gran oportunidad para
empezar otra vez con más inteligencia (Henry Ford).
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