Inmersos en la tercera ola de coronavirus y con una
mutación (cepa británica) que parece tener la propiedad de contagiarse de
manera mucho más eficaz entre los humanos, muchas personas se están preguntando
cual es la mejor manera de protegerse de los posibles contagios.
El estudio científico del coronavirus SARS-CoV-2 de la
COVID-19 nos ha mostrado que varias son las medidas importantes que debemos
tener en cuenta a la hora de intentar minimizar el riesgo de contagios. La
población conoce perfectamente la necesidad de mantener un adecuado distanciamiento
social (2 metros mejor que 1), usar mascarillas en todo momento en
el que nos encontramos en lugares cerrados o interactuando con otras personas
ajenas a nuestro más íntimo núcleo familiar y, por supuesto, mantener una
adecuada higiene de manos con jabón u otros productos desinfectantes como
geles hidroalcohólicos.
Pero, ¿acaso no estamos olvidando proteger una de las
entradas del coronavirus SARS-CoV-2 de la COVID-19 en nuestro organismo?
El 7 de febrero de 2020 fallecía, debido a la
COVID-19, el doctor Li Wenliang (1986-2020). Puede que os suene el
nombre. Se trataba de un oftalmólogo que trabajaba en el Hospital Central de
Wuhan. Fue el primero que dio la voz de alarma sobre una nueva enfermedad, similar
en síntomas al síndrome respiratorio agudo grave (SARS), que estaba afectando a
sus pacientes de una manera importante. La advertencia sobre la existencia de
este posible peligroso brote la realizó a finales de diciembre de 2019.
Cuando esta información se hizo pública la policía de
Wuhan amonestó al doctor indicando expresamente “hacer comentarios falsos en
Internet”. No solo se le obligó a firmar una carta de disculpa, sino que se
le censuró y se le advirtió de posibles procesos judiciales si continuaba por
ese camino.
Dejando a un lado la polémica política que provocaron
las advertencias censuradas del doctor Li Wenlian y la falta de libertad de
expresión existente en los regímenes comunistas (algo que nos daría para
rellenar varios artículos), me gustaría subrayar la especialidad del primer
sanitario que dio la voz de alarma: oftalmólogo.
Hoy en día sabemos que la COVID-19 tiene, como
principal medio de contagio, los aerosoles que exhalamos con nuestra
respiración. Y que muchos contagios virales se producen a través de los ojos.
Diversos estudios1,2 confirmaron la
relación entre la conjuntivitis y el SARS-CoV-2, ratificando tanto que puede considerarse
un síntoma del coronavirus como que “los ojos no son solo una de las
puertas de entrada para que el virus ingrese al cuerpo, sino también una fuente
potencial de contagio”.
En efecto, el coronavirus es capaz de transmitirse a
través de las lágrimas e infecta nuestro organismo internándose en nuestro
sistema circulatorio a través de la conjuntiva ocular.
Según refirieron algunos oftalmólogos, en torno al
20% de pacientes afectados por coronavirus sufrían conjuntivitis en algún
momento de la evolución de la enfermedad. Esta conjuntivitis era similar a
cualquier otra conjuntivitis vírica, siendo bilateral, con enrojecimiento de ojos,
pero sin dolor ni legañas.
Ahora bien, como en todas las enfermedades nuevas, los
estudios son muy sesgados y necesitan de un mayor número de pacientes para
empezar a considerarse del todo fiables. Era necesario comprobar en el
laboratorio si nuestros ojos eran susceptibles al coronavirus SARS-CoV-2. Y los
diversos estudios científicos llevados a cabo no terminaban de ser
concluyentes.
En julio de 2020 un estudio3 realizado con
72 pacientes informaba de que sólo en dos casos había aparecido conjuntivitis,
lo que permitía concluir a los autores que el riesgo de infección a través de
los ojos tenía un peligro bajo.
En agosto de 2020 apareció una revisión4 en
la revista British Journal of Ophthalmology en la que se indicaba
expresamente que “aunque parece que la probabilidad de la superficie ocular
como vía de entrada de la infección es baja, la infección o transmisión del
SARS-CoV-2 a través de la superficie ocular puede causar conjuntivitis y otros
malestares oculares. Por tanto, la protección adecuada de los ojos es un
procedimiento esencial de prevención, sobre todo para el personal médico”.
Los estudios anteriores contrastan poderosamente con
otros trabajos llevados a cabo sobre el terreno. Por ejemplo, en un estudio5
indio de agosto de 2020 los autores descubrieron que con el uso de protectores
oculares en los sanitarios que visitaban enfermos de la COVID-19 el nivel de
contagio entre ellos había desaparecido.
Este estudio parecía confirmar otro bastante difundido
en las primeras etapas de la pandemia en el que investigadores chinos
destacaban el curioso dato de que del total de los enfermos por coronavirus sólo
el 5,8% utilizaba gafas habitualmente6.
¿Qué conclusiones podemos sacar de toda
esta información?
Si bien necesitamos realizar más estudios al respecto,
parece bastante claro que nuestros ojos son una vía de contagio del SARS-CoV-2.
Y aunque diversos trabajos parecen minimizar su importancia en este sentido al
sostener que los casos de conjuntivitis no son tan comunes como al principio se
barajaba, aún faltan desarrollar más investigaciones que se centren en otros
aspectos importantes como si nuestros ojos actúan como transporte del virus
hacia otras partes de nuestro cuerpo donde empezaría la infección.
Esta hipótesis de trabajo es la que parece más
factible con los datos prácticos que tenemos. Y si hacemos caso a un estudio7
aparecido en la prestigiosa revista Lancet en junio de 2020 parece que tal
protección estaría más que justificada. En este estudio se indica expresamente que:
·
“protegerse los ojos reduce el
riesgo de contagio casi a la tercera parte” (aproximadamente un 65%).
·
“el uso óptimo de mascarillas y
protección ocular en escenarios sanitarios y públicos debería regirse por estos
resultados”.
En la siguiente infografía perteneciente al artículo
podemos comprobar la eficacia a la hora de prevenir contagios del
distanciamiento social, de las mascarillas y de la protección ocular.
Por tanto, viendo que hasta los estudios más
conservadores indican que los ojos pueden ser una vía de contagio y que una
adecuada protección ocular (utilizando gafas o mascarilla facial) es
eficaz para minimizar este tipo de contagios, mi recomendación es
utilizar esta información para combatir al virus más eficazmente.
Los ojos siempre han sido los grandes olvidados por
parte de la población. En la playa ha costado mucho difundir que tan importante
es cubrir nuestra piel con crema solar como proteger a nuestros ojos de la
radiación ultravioleta.
Ahora, en medio de esta pandemia global de coronavirus
SARS-CoV-2, es importante que tanto ópticos como oftalmólogos hagamos oír
nuestra voz entre la población y recomendar encarecidamente la protección
ocular como un medio eficaz para evitar los contagios.
Por tanto, añadamos a la clásica triada
distanciamiento-mascarilla-higiene la protección ocular como el cuarto elemento
a tener presente.
Esta protección ocular, en lugares con fuerte
presencia de coronavirus, debe ser con gafas de protección bien ajustadas a la
cara. Ahora bien, en el día a día de la población común, en principio es
suficiente con el uso de unas gafas que tengan los cristales lo suficientemente
grandes para cubrir nuestros ojos en su totalidad o, en caso de no
utilizarlas por carecer de graduación, el uso de una máscara facial.
Bibliografía:
1. Xie,
H., Jiang, S., Xu, K. et al. SARS-CoV-2 in the ocular surface of COVID-19
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2. Francesca
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3. Zhang
X, Chen X, Chen L, Deng C, Zou X, Liu W, Yu H, Chen B, Sun X. The evidence of
SARS-CoV-2 infection on ocular surface. Ocul Surf. 2020 Jul;18(3):360-362. doi:
10.1016/j.jtos.2020.03.010. Epub 2020 Apr 11. PMID: 32289466; PMCID:
PMC7194535.
4. Chen
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transmission route? British Journal of Ophthalmology Published Online First: 11
August 2020. doi: 10.1136/bjophthalmol-2020-316263
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doi:10.1001/jama.2020.15586
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W, Wang X, Li J, et al. Association of Daily Wear of Eyeglasses With
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SARS-CoV-2 and COVID-19: a systematic review and meta-analysis. The Lancet Volume
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