Uno de los capítulos del libro Civis
Romanus Sum, disponible en Amazon,
trata sobre la caída de rayos y relata la suerte que tuvo un personaje antiguo
de sobrevivir a la caída de un par de estas descargas de energía.
Con esta excusa vamos a hablar un poco de
rayos y mostrar que no siempre caen a personas anónimas en la historia.
Las probabilidades de que nos caiga un
rayo son de 1 entre 300.000. Aunque, por supuesto, todo depende del lugar en
donde nos encontremos para que las probabilidades aumenten.
Se necesita aire húmedo, caliente y en
ascenso para generar los rayos, por lo que existen lugares en la Tierra donde
se es más proclive a sufrir un ataque del dios Júpiter (eso pensaban los
romanos de los rayos).
Florida, en los EEUU, es uno de esos
lugares propicios, donde existe una siniestra media de 5 muertes por rayos al
año. Y aunque en el 90% de las ocasiones las personas sobreviven al impacto de
un rayo, las secuelas pueden ser importantes.
Una de las más evidentes son las figuras
de Lichtenberg, producidas cuando la energía del rayo obliga a salir a los
glóbulos rojos de los capilares a alta velocidad. La consecuencia es que en el
cuerpo de las personas afectadas se pueden ver, como tatuajes, las
ramificaciones capilares rotas.
Típicas figuras de Lichtenberg |
Dentro de los casos de personas que
sobrevivieron a los rayos las experiencias son variopintas. El record de
impactos de rayo lo tiene Roy Sullivan, un guardabosque del Parque Nacional de
Shenandoah, en Virginia, al que le cayeron siete rayos. Sobrevivió a todos
ellos sin grandes secuelas, aunque terminaría suicidándose en 1983 tras caer en
una depresión.
Un caso con graves secuelas fue el de Falk
Weltzien, al que se le paró el corazón el 1 de octubre de 2012 a causa de la
caída de un rayo. Fue reanimado gracias a la asistencia inmediata de una
enfermera que estaba cerca, lo que le salvó la vida, pero las siguientes
semanas sufrió una dolorosa neuropatía, tuvo que recuperarse de quemaduras
varias y le quedó afectado un pulmón y los tímpanos.
Pero antes hemos indicado que los rayos
también afectan a personajes históricos y, en este caso, el ejemplo más
evidente es el del emperador romano Augusto. El relato de tal incidente lo
tenemos en la crónica que realizó Suetonio:
“Consagró
un templo a Júpiter Tonante, porque le
libró del peligro, cuando en una expedición contra los cántabros,
durante la noche, un rayó rozó
ligeramente su litera y mató a un esclavo que iba delante para
alumbrarle”. (Vida de Augusto, 29, 3).
Los romanos pensaban que era el dios
Júpiter quien lanzaba estos rayos con el objeto de realizar castigos. Este
pensamiento proviene de la mitología griega, en donde Zeus castigó a Asclepios
la osadía de haber resucitado a Hipólito, el hijo de Teseo, fulminándolo con un
rayo.
Escultura de Júpiter Tonans en el Museo del Prado de Madrid |
Augusto, consciente de que la providencia
le había salvado y que debía hacer un sacrificio a los dioses por su buena
fortuna, decidió levantar en el año 22 a.C. un templo en honor a Júpiter
Tronante. Al contrario de lo que era habitual, el templo no fue revestido de
mármol, sino levantado enteramente en este material. Y el emperador solía
visitar tal templo frecuentemente (Suetonio, Vida de Augusto, 91), tal vez en
agradecimiento por haber salvado su vida.
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