Hace unos meses leí un libro muy interesante sobre
religión. No os preocupéis, no he sufrido una crisis teológica. Se titula Breve historia de las religiones, y en
él se explican, de manera concisa pero acertada, las distintas religiones que
han existido, y siguen existiendo, en la historia.
Aunque debo decir que coincido con muchas de las
conclusiones históricas a las que llega el autor, uno de los temas me animó a
investigar un poco más y profundizar en cuestiones exclusivamente históricas.
¿Desde cuándo podemos rastrear la existencia de la religión?
Creo que aportando ciertos conocimientos
arqueológicos podemos completar un poco más la visión del autor. ¿Os interesa
el tema?
Francisco Díez de Velasco Abellán es el autor de
esta pequeña joya que recomiendo encarecidamente leer. Su análisis
histórico-teológico de las religiones no tiene desperdicio y entre las muchas
conclusiones memorables que aporta me quedo con una de las primeras que leí y
más me gustaron: “La religión ha actuado
y actúa como clave en los mecanismos de sustentación de privilegios de todo
tipo […] La religión, por tanto, ha sido y es un mecanismo más del desempeño
del poder, del control social”.
En el segundo capítulo de la obra, tras habernos
explicado las dificultades existentes para definir de manera global el concepto
de religión, se adentra en las religiones étnicas, primer y más antiguo
contacto de los humanos con la religión. Y dentro de este segundo capítulo
existe un apartado con una pregunta realmente interesante: “¿Hay religión desde siempre?”.
Para los creacionistas, tal como plantea el autor,
la pregunta tiene una respuesta afirmativa, pues la creación divina conllevaría
tal condición de forma implícita.
Ahora bien, para todos aquellos que sabemos que Adán
y Eva no se pueden tomar como un relato histórico fidedigno, se plantea una
pregunta: ¿podemos rastrear el origen de la religión?
La religión la podemos dividir en dos facetas
diferenciadas. Una interna, perteneciente a la cognición humana, imposible de
rastrear en el pasado. Y otra externa, donde aparecen comportamientos
culturales colectivos. Para entenderlo mejor, la interna sería nuestra relación
particular con la deidad (la cual nos pertenece a nosotros como individuos y de
la que nadie más tiene porqué tener conocimiento alguno); y la externa los
ritos que practicamos con nuestros correligionarios, como por ejemplo asistir a
misa o celebrar un rito.
Precisamente, prestando atención a los ritos,
podemos rastrear la existencia de religión en las sociedades antiguas. E
incluso antes de existir la civilización como tal la entendemos. Díez de
Velasco se vale de la arqueología funeraria para rastrear la existencia de
religión entre los primeros humanos: los homo
sapiens.
En nuestro pasado más remoto como especie existió un
momento en donde convivimos con otra especie diferente de homínido, el homo neandertal, por lo que el autor se
interroga sobre la posibilidad de que este espécimen también conociera la
religión.
El autor deshecha tal idea en base a dos
conclusiones de gran peso. Por un lado, minimiza la importancia de los
enterramientos neandertales conocidos. Por ejemplo, respecto al famoso de la
cueva de Kebara (Israel), en donde apareció un cuerpo sin cabeza, el autor
plantea la duda de si la retirada de parte del cadáver se produjo fortuita o
intencionadamente. Por otro lado, la religión necesita como vehículo el
lenguaje y el autor no termina de mojarse en el tema, dada la controversia
existente entre los investigadores a este respecto.
En cambio, respecto a nuestra especie no plantea
duda alguna. El lenguaje es algo existente desde nuestros primeros antepasados
y los ritos funerarios son claramente intencionados, tanto por el uso del color
ocre en los cadáveres como por la presencia de ajuares en las tumbas.
La figura del neandertal como especie ha sufrido un
gran cambio en los últimos decenios. De considerarse una especie de mono
troglodita incapaz de realizar ninguna acción propia de nuestra especie, se ha
pasado a asemejarlos dada la posibilidad de hasta haber podido existir una
hibridación entre nosotros y ellos (el ADN nos lo confirmará).
Mientras leía las conclusiones respecto a los
neandertales y su aparentemente falta de capacidad para tener religión recordé
mis años de estudiante de primero de carrera. En la asignatura de Prehistoria
(una de las que menos me gustó de toda la carrera) creía haber leído la
existencia de varios enterramientos neandertales intencionados, lo que
matizaría las conclusiones del autor. Por tanto, ni corto ni perezoso, decidí
desempolvar mis apuntes y buscar enterramientos neandertales en donde
existiesen pruebas de una intencionalidad. Tras un breve repaso encontré varios
ejemplos de ello. Pero el asunto no es tan sencillo como parece.
Antes de entrar en el asunto del enterramiento
quiero anotar un estudio reciente que despeja, un tanto, el asunto del habla
Neandertal. Stephen Wroe, investigador de la Universidad de Nueva Inglaterra,
volvió a analizar un hueso hioides neandertal descubierto en Israel en 1989.
Anteriores estudios realizaron la hipótesis de que el neandertal podría hablar
en base a este hueso, pues nosotros lo tenemos idéntico. El nuevo estudio de
Wroe, utilizando tecnología de imágenes de rayos X en 3D, logró dos cosas muy
importantes: reconstruir la estructura interna compleja del hueso y confirmar
que, mecánicamente, su comportamiento era igual al nuestro. Es decir, los
neandertales tenían la posibilidad de hablar, pues tenían los medios para
hacerlo. Y estudios genéticos añaden que poseían el gen necesario para
desarrollar el habla. Por tanto, la primera dificultad para tener religión
parece que ha desaparecido con la últimas investigaciones.
Respecto a los enterramientos, la existencia de los
mismos por parte de los neandertales es algo que conocemos desde hace mucho
tiempo. La intencionalidad está fuera de toda duda y tenemos varios ejemplos de
ello. El famoso de La Chapelle aux-Saints (Francia) fue puesto en duda dada la
antigüedad de la excavación. Pero recientes estudios en la zona llevados a cabo
por Rendu y su equipo confirmaron la existencia de otros similares en la zona.
Sus conclusiones fueron claras: “los neandertales
en esta parte de Europa hacían lo necesario para enterrar a sus muertos”.
Recreación de un enterraiento neandertal |
Otros ejemplos de enterramientos intencionados de
neandertales los tenemos diseminados por varias zonas del mundo. En Francia
destaca el conjunto de tumbas infantiles de La Ferrassie, unas bajo túmulo,
otras en fosa cubierta por una gran laja de piedra; o el de Le Regourdou, con
una tumba bajo túmulo. Amud, en Palestina, o Taramsa Hill, en Egipto, donde un
niño fue enterrado en un pozo de extracción de materias primas y cubierto con
los materiales de la zona, son dos ejemplos más de ello.
La intencionalidad, a pesar de la escasez de
ejemplos (unas 35 inhumaciones de neandertales), parece claramente evidente por
varias razones. Las características de las inhumaciones (40% niños, mayoría en
lugares de hábitat, fosa cubierta) y su distribución geográfica y temporal (70%
concentradas en oeste europeo y Próximo Oriente; circunscritas a cronologías
entre el 60.000/40.000 BP) nos aleja del azar y nos confirma la intencionalidad.
Otra cosa diferente es encontrar enterramientos
neandertales con ofrendas, similares a las que hicieron nuestros antepasados
Sapiens. Pues la intencionalidad del enterramiento no es indicativa de un
ritual simbólico. No podemos inferir de forma directa que enterramiento está
unido a religión. Ese es un error derivado de nuestra apreciación cultural
actual, la cual asocia religión y enterramiento. Esta relación no fue tan clara
en el pasado.
No obstante, la existencia de ofrendas en los
enterramientos si podría ponernos sobre la pista de cierta mentalidad
simbólica. Y entre los diversos enterramientos neandertales tenemos varios
ejemplos de ello.
En Shanidar IV (Kurdistán iraquí) el análisis
polínico mostró que los cuerpos fueron depositados sobre un lecho de flores de
distintos colores. Y en Teshik Tash (Uzbekistan) se encontró el enterramiento
de un niño, de unos 70.000 años, que reposaba sobre un lecho de huesos de
caballo, había sido cubierto por flores y presentaba, alrededor del cuerpo,
cinco pares de cuernos de cabra montés.
Estos son los ejemplos más significativos, aunque no los únicos. En
Skhul IV y V se encontraron conchas perforadas junto a los cadáveres y en La
Ferrassie V 3 raederas.
Por supuesto, el consenso sobre las ofrendas
neandertales está muy lejos de alcanzarse. Pues lo que unos investigadores lo
consideran prueba indiscutible otros lo matizan. Por ejemplo, las ofrendas
florales de Shanidar IV algunos investigadores lo explican como una
eventualidad natural. Y el resto de objetos que han podido aparecer en los
enterramientos, al aparecer en cualquier lugar del hábitat (y no presentar una
especificidad directa con los enterramientos), minimizan su supuesto valor
simbólico. En muchos casos podría tratarse, simplemente, de una medida higiénica.
Pero tengan los enterramientos neandertales ajuares
asociados o no la pregunta que nos interesa es la siguiente: ¿Es suficiente la
presencia de ofrendas para inferir un simbolismo asociado a la muerte? Es
decir, ¿comenzó así la religión?
En el estudio antes referido de Rendu et al los
investigadores, como dijimos, concluyeron la existencia de una inhumación
intencionada. Pero, respecto al tema que ahora nos ocupa la conclusión fue la
siguiente: “No podemos saber si esta
práctica [inhumación] era parte de un ritual o meramente pragmática”.
Lo cierto es que no podemos inferir que la presencia
de objetos en la tumba los podemos asimilar directamente a un ajuar de tipo
simbólico. En primer lugar, porque no se trata de objetos específicos
relacionados con la muerte. En segundo, porque para que existan unas creencias
metafísicas en el más allá, debe existir cierto desarrollo cultural presente en
su vida diaria. Es decir, si no existen objetos de carácter simbólico
utilizados en la vida de los neandertales, en su día a día, resulta complicado
inferir que exista un pensamiento metafísico simbólico. Para ello se necesita
un desarrollo cognitivo que, por ejemplo, objetivase su propia existencia
dentro de un marco espacial/temporal. Y eso no lo inferimos de ningún resto
material neandertal.
Por tanto, la existencia de ciertos objetos en las
inhumaciones intencionales neandertales los podemos interpretar como
manifestaciones de afectividad y/o respeto social al difunto más que por
motivos de simbolismo metafísico relacionado con algún tipo de religión
primitiva. En muchos casos, a la necesidad higiénica/sanitaria de eliminar el
cuerpo del difunto, se le unió el deseo de evitar que fuera pasto de los
carroñeros. Pero en ningún caso podemos identificar una serie de ritos
sistemáticos empleados de forma habitual, típica de simbolismos religiosos.
Y esta característica, de intencionalidad sin
simbolismo religioso, no solo está presente en los neandertales, sino también
en los primeros Sapiens que convivieron con ellos. Será más adelante, con la
evolución social, cultural, tecnológica y lingüística del Sapiens, cuando
nuestros antepasados desarrollen un sistema simbólico desarrollado que podamos
equiparar a una religión que vehiculice el fenómeno de la muerte.
Por tanto, la adquisición de la religión no fue un
proceso de súbita aparición. Se trató, más bien, de un desarrollo cognitivo
paulatino que comenzó con las inhumaciones intencionales neandertales (más o
menos esporádicas) y se asentó mediante la cohesión social y la permanencia de
una gran densidad de población en un mismo lugar. Fue, por tanto, un desarrollo
cultural progresivo.
Como conclusión puedo afirmar que la hipótesis
mantenida por el autor del libro parece confirmarse tras el estudio minucioso
de los restos arqueológicos neandertales. Si tenemos en cuenta los
enterramientos como muestra de la existencia de simbolismo religioso, no será
hasta los Homo Sapiens cuando encontremos verdaderas muestras de ello. Los
neandertales, con tener inhumaciones intencionales y, algunas, con un posible y
sencillo ajuar, no parecen haber pasado de un simbolismo individual, muestra de
cierto afecto con el fallecido pero no de unos ritos que infieran la existencia
de un culto religioso.
Algunos habréis leído la existencia de desmenuzamientos
intensos de los huesos de los difuntos, como es el caso de Zafarraya, en
ocasiones interpretados en calidad de canibalismo ritual, como los practicados
en L’Hortus y Kaprina. Otros la existencia de prácticas zoolátricas, como el
culto al oso cavernario de la cueva de Regourdou y el cuestionado de la cueva
de Drachenhöhle. Ambas actitudes son muestras claras de una cultura espiritual
o subsistema simbólico. Pero todas estas sospechas de posibles simbolismos
están muy discutidas y no tienen el consenso suficiente como para pasar de la
hipótesis de trabajo.
Lo que tiene mayor consenso es la interpretación del
cuidado de ancianos (algunos con traumatismos que hacía necesario el cuidado
del grupo) como muestra de las capacidades cognitivas de los neandertales y su
capacidad para realizar abstracciones mentales de cierta complejidad. Pero de
ahí a inferir la existencia de un simbolismo religioso aún queda un largo
camino.
Sin duda los neandertales fueron nuestros primos más
cercanos, pero nuestras diferencias con ellos debieron ser notables. De tal
cuantía que originó su final extinción y su sustitución por nosotros.
BIBLIOGRAFÍA
Montes Gutiérrez, Rafaél: Origen del comportamiento simbólico
neandertales y humanos modernos a debate. DEPARTAMENTO DE PREHISTORIA Y
ARQUEOLOGÍA UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA. En la red: http://www.rafaelmontes.net/wp-content/uploads/2014/02/Origen-del-comportamiento-simbolico.pdf
MUÑOZ AMILIBIA, A. Mª (ed) (2001). Prehistoria. Tomo
I. paleolítico y Mesolítico. Madrid. UNED.
Blog Arqueología Cognitiva. Los enterramientos del
paleolítico Medio. En la red: http://arqueologiacognitiva.blogspot.com.es/2011/02/los-enterramientos-del-paleolitico.html
Blog Paleoantropología hoy. El Viejo de La Chapelle-aux-Saints ¿fue enterrado intencionalmente? En la
red: http://paleoantropologiahoy.blogspot.com.es/2013/12/el-viejo-de-la-chapelle-aux-saints-fue.html
Díez de Velasco, F.: Breve
historia de las religiones. Alianza Editorial. 2014.
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