domingo, 1 de junio de 2025

Leyendas urbanas (IV): La femme fatale

 

Las historias sobre mujeres fatales que llevan a la desgracia a los hombres que se dejan embaucar por ellas es un cliché que se ha venido repitiendo desde tiempos inmemoriales.

 

Resulta un relato tremendamente atractivo para todos aquellos moralistas tradicionales que desean cohibir la libertad de las mujeres, presentándolas como la encarnación de los pecados más horrendos. Algo muy típico de la sociedad patriarcal en la que la humanidad se viene desarrollando desde hace siglos.


 

Una de las leyendas más recurrentes en los últimos tiempos es aquella en la que un hombre es atrapado por los encantos femeninos de una mujer para, al despertar, descubrir que aquella mujer le ha engañado, robándole, contagiándole cualquier enfermedad o, en los casos más extremos, dejándole con algún órgano interno menos.

 

¿Os apetece conocer un poco más sobre esta leyenda urbana?

 

¿Qué nos dice esta leyenda urbana?

 

Recuerdo perfectamente, en los peores años del SIDA, allá por los años ochenta del siglo pasado, el siguiente relato: un hombre conoce a una atractiva mujer en cualquier fiesta, la cual siempre estaba dispuesta a pasar una apasionada noche de amor con el protagonista sin protección alguna. La historia pasaba a convertirse en truculenta cuando el chico se levantaba a la mañana siguiente para descubrir que la chica había desaparecido, dejándole el siguiente mensaje escrito con pintalabios en el espejo del baño: “Bienvenido al mundo del SIDA”.

 

La malvada mujer que realizaba estos actos se podía considerar una diablesa o demonio. Y en historias igual de siniestras, la diablesa no era una palabra figurada. A inicios del siglo XXI circuló en España un relato sobre un chico que conocía a una muchacha en una discoteca. La misma era bellísima, aunque cojeaba un poco. Tras pasarlo bien accedía a marcharse a casa con él, pasando una noche de pasión. Sólo en la intimidad descubría el chico que estaba ante un ser maligno con patas de cabra o, en otras versiones, con garras. Una suerte de ser mitológico denominado lamia (en la antigüedad) que terminaba asesinándolo. Sin duda, este relato es el que más conecta con las historias del pasado, tal como comprobaremos más adelante.

 

Y esta leyenda tenía una versión aún más truculenta. El inicio era siempre el mismo. Una mujer atractiva se mostraba fácilmente disponible para el confiado protagonista, llevándole a casa de un amigo o a un hotel para pasar juntos una noche apasionada. En este caso el chico era drogado para que perdiera el conocimiento, lo que le impedía disfrutar de su cita. Y eso no era lo peor. Cuando despertaba al cabo de unas horas (o incluso días), ya fuera en el hotel o en una cuneta, descubría que le había extraído un riñón. Según estas historias los ricos lograban de esta forma órganos sanos con los que recuperar sus maltrechos cuerpos a costa de los pobres.

 

Además de jugar con el miedo de la mujer fatal, aquí se mezclaba la repulsa gratuita hacia los ricos y poderosos como añadido para hacer más atractivo el relato.

 

¿De dónde surgió esta leyenda urbana?

 

Los miedos a contagiarse de una enfermedad o perder un órgano los podemos rastrear desde época antigua, siendo los relatos actuales simples ecos de aquellas historias lejanas.

 

La misma historia del contagio del SIDA por una mujer manipuladora la encontramos en una época anterior donde la enfermedad temida era la sífilis.

 

Los encuentros con mujeres predadoras que llevaban a la perdición a los hombres que caían ante sus encantos los encontramos, a decenas en los textos antiguos. Un buen ejemplo es Dion de Prusa y su relato sobre las lamias, o los relatos de Odiseo enfrentándose a las sirenas o a la bruje Circe.

 

También eran brujas las que podían extraer órganos a los confiados hombres que se dejaban seducir. Es el caso relatado en la obra Metamorfosis, de Apuleyo. Menroe y Pantia, dos brujas de cuidado extraen el corazón a un hombre mientras duerme.

 

Como vemos, el relato de la femme fatale tiene un largo recorrido.

 

Toda leyenda urbana tiene un sustrato real

 

Lamentablemente, siempre la realidad supera a la ficción. Y en el relato que tratamos existen casos de contagios deliberados por parte de personas sin escrúpulos.

 

En 2006 los medios publicaron la noticia sobre Sarah Porter, una británica de 43 años, que fue condenada y encarcelada por contagiar deliberadamente con el virus del sida a diferentes hombres que había conocido en pubs nocturnos.

 

Otro caso no muy alejado de nuestra época ocurrió en Reino Unido (2018), donde Daryll Rowe también fue encarcelado en aquel país por contagiar deliberadamente a otros hombres con VIH.

 

Como vemos, estos comportamientos vengativos por parte de personas desequilibradas no entienden de géneros y, gracias a los dioses, son realmente escasos y anecdóticos como para temerlos en nuestra vida normal. No estoy diciendo que no debamos tener siempre precaución lógica ante los desconocidos. Pero resulta complicado creer que estemos ante un peligro extendido.

 

En cuanto al robo de órganos no existe una historia real que lo respalde. Nadie encontró jamás el testimonio de primera mano de alguien al que le ocurriera este problema. Y esto tiene una explicación muy sencilla. Lamentablemente, en algunos lugares de este mundo, la vida humana tiene tan poco valor que no hace falta montar un peligroso entramado criminal en el primer mundo para obtener órganos humanos ilegales. Según la OMS, entre el 5-10% de trasplantes de órganos realizados en el mundo se efectúan bajo algún tipo de transacción comercial.

 

Toda leyenda urbana tiene su teoría de la conspiración

 

En este caso, más que conspiración, lo que tenemos entre las manos es un relato moralizante contra las mujeres demasiado desinhibidas. Un alegato a no caer, en el caso de los hombres, ante los encantos manipuladores de mujeres desconocidas demasiado fáciles.

 

No deja de ser una muestra del patriarcado social, donde se supone que una mujer no debe mostrarse especialmente disponible ante los hombres para no ser considerada una especie de bruja. Y con la intención de seguir manteniendo ese pensamiento tradicional, aparecen este tipo de relatos donde se advierte de los nefastos riesgos que corren los hombres si se dejan tentar por las pecaminosas mujeres. Un relato exitoso en ciertos círculos que podríamos rastrear, en el mundo católico, hasta la misma historia de Adán y Eva y el pecado capital.

 

Toda leyenda urbana se centra en algún miedo irracional

 

Existe un miedo comprensible en todo ser humano a contagiarse de una enfermedad mortal (el SIDA en sus inicios era una sentencia de muerte) o verse privado contra su voluntad de alguno de sus órganos.

 

Pero en el trasfondo de todas estas historias radica un elemento común aún más definitivo, esto es, el temor hacia ciertas mujeres desinhibidas, las cuales se perciben como predadoras y manipuladoras con el sexo opuesto. Un peligro a evitar siguiendo las normas sociales tradicionales.

 

¿Existen precedentes de esta leyenda urbana en la antigüedad?

 

Ya hemos visto muchos precedentes antiguos de esta historia. No obstante, me voy a detener en uno en concreto, por mostrarnos que ya en la antigüedad se reían de este tipo de historias truculentas inventadas por los sectores más tradicionales.

 

Me refiero al relato escrito por Luciano de Samosata en su libro Historia verdadera (siglo II d.C.). Este libro, al contrario de lo que su título afirma, estaba compuesto por relatos totalmente falsos.

 

Según nos cuenta Luciano, en una ocasión llegó junto a sus compañeros de viaje hasta la isla de Cobálusa, la cual estaba únicamente habitada por bellas muchachas vestidas con largos vestidos hasta los pies.

 

Las chicas, tremendamente amables y dispuestas alojan a cada hombre en cada una de sus casas. El lugar parecía paradisíaco y el encanto proferido por aquellas muchachas hizo que los hombres no se fijaran en la gran cantidad de huesos que se encontraban esparcidos por el lugar.

 

Luciano, mientras la muchacha cocinaba para él, descubrió la razón del largo vestido: ocultar unas patas de asno con pezuñas. Desenvaina entonces su espada y amenaza a la chica, la cual le cuenta sus malvados planes: emborracharlos y asesinarlos mientras duermen.

 

Se trataba de una especie de criaturas marinas llamadas Onoscélides que atraían a los viajeros para asesinarlos. Una suerte de sirenas que entronca este relato con otros muchos de similar corte y trama.

 

Las referencias hacia otros relatos antiguos es evidente: lugares apartados, mujeres que atraen a los viajeros incautos con sus encantos para asesinarlos, pata de asno para mostrar su carácter demoníaco (algo que se repite con las lamias o las sirenas)….

 

Conclusión

 

Como hemos podido comprobar, la leyenda de la femme fatale tiene un elaborado pasado tendente a criminalizar las costumbres desinhibidas de las mujeres. Siempre surgen en círculos tradicionales e intentan simular relatos verídicos ocurridos recientemente.

 

Si en el pasado se daba mayor énfasis a los lugares exóticos donde ocurrían los hechos que al trasfondo moral (existía una idea sobre la sexualidad mucho más abierta), en la actualidad este vector de la historia sólo aparece al relatar casos de extracciones de órganos en lugares tropicales.

 

En cambio, se mantiene con fuerza la idea de la mujer pecaminosa, una variante muy entrelazada con la cultura grecolatina católica, donde la mujer siempre se consideró, en parte, como la mala de la película (Eva, María Magdalena…).

 

Una nueva versión de este mito aparece en la actualidad bajo la forma de el peligro que supone para los hombres verse arruinados ante la actitud de una mujer desinhibidas, a las cuales, las leyes actuales protegen en exceso (según algunos). Seguro que habréis escuchado la historia del hombre que conoce a una chica y mantiene relaciones sexuales durante la noche. La sorpresa se la lleva el muchacho al día siguiente cuando es arrestado por la policía, acusado de violación.

 

Una historia tan imaginativa como las clásicas y con escasa credibilidad para cualquiera que tenga dos dedos de frente. Las violaciones no se pueden inventar.

 

Me despido con unas palabras de Valle Inclán sobre la femme fatale, una suerte de figura literaria que se puso de moda en el siglo XIX y que dio un nuevo impulso para ofrecer una imagen distorsionada y artificiosa de un tipo de mujer que anida, especialmente, en la imaginación masculina:

 

son desastres de los cuales quedan siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que matan por ellas; otros se extravían”.

 

Hasta la próxima

 

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