Las historias sobre mujeres fatales que
llevan a la desgracia a los hombres que se dejan embaucar por ellas es un
cliché que se ha venido repitiendo desde tiempos inmemoriales.
Resulta un relato tremendamente atractivo
para todos aquellos moralistas tradicionales que desean cohibir la libertad de
las mujeres, presentándolas como la encarnación de los pecados más horrendos.
Algo muy típico de la sociedad patriarcal en la que la humanidad se viene
desarrollando desde hace siglos.
Una de las leyendas más recurrentes en los
últimos tiempos es aquella en la que un hombre es atrapado por los encantos
femeninos de una mujer para, al despertar, descubrir que aquella mujer le ha
engañado, robándole, contagiándole cualquier enfermedad o, en los casos más
extremos, dejándole con algún órgano interno menos.
¿Os apetece conocer un poco más sobre esta
leyenda urbana?
¿Qué nos dice esta leyenda urbana?
Recuerdo perfectamente, en los peores años
del SIDA, allá por los años ochenta del siglo pasado, el siguiente relato: un
hombre conoce a una atractiva mujer en cualquier fiesta, la cual siempre estaba
dispuesta a pasar una apasionada noche de amor con el protagonista sin
protección alguna. La historia pasaba a convertirse en truculenta cuando el
chico se levantaba a la mañana siguiente para descubrir que la chica había
desaparecido, dejándole el siguiente mensaje escrito con pintalabios en el
espejo del baño: “Bienvenido al mundo del SIDA”.
La malvada mujer que realizaba estos actos
se podía considerar una diablesa o demonio. Y en historias igual de siniestras,
la diablesa no era una palabra figurada. A inicios del siglo XXI circuló en
España un relato sobre un chico que conocía a una muchacha en una discoteca. La
misma era bellísima, aunque cojeaba un poco. Tras pasarlo bien accedía a
marcharse a casa con él, pasando una noche de pasión. Sólo en la intimidad
descubría el chico que estaba ante un ser maligno con patas de cabra o, en
otras versiones, con garras. Una suerte de ser mitológico denominado lamia (en
la antigüedad) que terminaba asesinándolo. Sin duda, este relato es el que más
conecta con las historias del pasado, tal como comprobaremos más adelante.
Y esta leyenda tenía una versión aún más
truculenta. El inicio era siempre el mismo. Una mujer atractiva se mostraba fácilmente
disponible para el confiado protagonista, llevándole a casa de un amigo o a un
hotel para pasar juntos una noche apasionada. En este caso el chico era drogado
para que perdiera el conocimiento, lo que le impedía disfrutar de su cita. Y
eso no era lo peor. Cuando despertaba al cabo de unas horas (o incluso días),
ya fuera en el hotel o en una cuneta, descubría que le había extraído un riñón.
Según estas historias los ricos lograban de esta forma órganos sanos con los
que recuperar sus maltrechos cuerpos a costa de los pobres.
Además de jugar con el miedo de la mujer
fatal, aquí se mezclaba la repulsa gratuita hacia los ricos y poderosos como
añadido para hacer más atractivo el relato.
¿De dónde surgió esta leyenda urbana?
Los miedos a contagiarse de una enfermedad
o perder un órgano los podemos rastrear desde época antigua, siendo los relatos
actuales simples ecos de aquellas historias lejanas.
La misma historia del contagio del SIDA
por una mujer manipuladora la encontramos en una época anterior donde la
enfermedad temida era la sífilis.
Los encuentros con mujeres predadoras que
llevaban a la perdición a los hombres que caían ante sus encantos los
encontramos, a decenas en los textos antiguos. Un buen ejemplo es Dion de Prusa
y su relato sobre las lamias, o los relatos de Odiseo enfrentándose a las
sirenas o a la bruje Circe.
También eran brujas las que podían extraer
órganos a los confiados hombres que se dejaban seducir. Es el caso relatado en
la obra Metamorfosis, de Apuleyo. Menroe y Pantia, dos brujas de cuidado
extraen el corazón a un hombre mientras duerme.
Como vemos, el relato de la femme fatale
tiene un largo recorrido.
Toda leyenda urbana tiene un sustrato
real
Lamentablemente, siempre la realidad
supera a la ficción. Y en el relato que tratamos existen casos de contagios
deliberados por parte de personas sin escrúpulos.
En 2006 los medios publicaron la noticia
sobre Sarah Porter, una británica de 43 años, que fue condenada y encarcelada
por contagiar deliberadamente con el virus del sida a diferentes hombres que
había conocido en pubs nocturnos.
Otro caso no muy alejado de nuestra época
ocurrió en Reino Unido (2018), donde Daryll Rowe también fue encarcelado en aquel
país por contagiar deliberadamente a otros hombres con VIH.
Como vemos, estos comportamientos
vengativos por parte de personas desequilibradas no entienden de géneros y,
gracias a los dioses, son realmente escasos y anecdóticos como para temerlos en
nuestra vida normal. No estoy diciendo que no debamos tener siempre precaución
lógica ante los desconocidos. Pero resulta complicado creer que estemos ante un
peligro extendido.
En cuanto al robo de órganos no existe una
historia real que lo respalde. Nadie encontró jamás el testimonio de primera
mano de alguien al que le ocurriera este problema. Y esto tiene una explicación
muy sencilla. Lamentablemente, en algunos lugares de este mundo, la vida humana
tiene tan poco valor que no hace falta montar un peligroso entramado criminal
en el primer mundo para obtener órganos humanos ilegales. Según la OMS, entre
el 5-10% de trasplantes de órganos realizados en el mundo se efectúan bajo
algún tipo de transacción comercial.
Toda leyenda urbana tiene su teoría
de la conspiración
En este caso, más que conspiración, lo que
tenemos entre las manos es un relato moralizante contra las mujeres demasiado desinhibidas.
Un alegato a no caer, en el caso de los hombres, ante los encantos
manipuladores de mujeres desconocidas demasiado fáciles.
No deja de ser una muestra del patriarcado
social, donde se supone que una mujer no debe mostrarse especialmente
disponible ante los hombres para no ser considerada una especie de bruja. Y con
la intención de seguir manteniendo ese pensamiento tradicional, aparecen este
tipo de relatos donde se advierte de los nefastos riesgos que corren los
hombres si se dejan tentar por las pecaminosas mujeres. Un relato exitoso en
ciertos círculos que podríamos rastrear, en el mundo católico, hasta la misma
historia de Adán y Eva y el pecado capital.
Toda leyenda urbana se centra en algún
miedo irracional
Existe un miedo comprensible en todo ser
humano a contagiarse de una enfermedad mortal (el SIDA en sus inicios era una
sentencia de muerte) o verse privado contra su voluntad de alguno de sus
órganos.
Pero en el trasfondo de todas estas
historias radica un elemento común aún más definitivo, esto es, el temor hacia
ciertas mujeres desinhibidas, las cuales se perciben como predadoras y
manipuladoras con el sexo opuesto. Un peligro a evitar siguiendo las normas
sociales tradicionales.
¿Existen precedentes de esta leyenda
urbana en la antigüedad?
Ya hemos visto muchos precedentes antiguos
de esta historia. No obstante, me voy a detener en uno en concreto, por
mostrarnos que ya en la antigüedad se reían de este tipo de historias
truculentas inventadas por los sectores más tradicionales.
Me refiero al relato escrito por Luciano
de Samosata en su libro Historia verdadera (siglo II d.C.). Este libro,
al contrario de lo que su título afirma, estaba compuesto por relatos
totalmente falsos.
Según nos cuenta Luciano, en una ocasión
llegó junto a sus compañeros de viaje hasta la isla de Cobálusa, la cual estaba
únicamente habitada por bellas muchachas vestidas con largos vestidos hasta los
pies.
Las chicas, tremendamente amables y
dispuestas alojan a cada hombre en cada una de sus casas. El lugar parecía paradisíaco
y el encanto proferido por aquellas muchachas hizo que los hombres no se
fijaran en la gran cantidad de huesos que se encontraban esparcidos por el
lugar.
Luciano, mientras la muchacha cocinaba
para él, descubrió la razón del largo vestido: ocultar unas patas de asno con
pezuñas. Desenvaina entonces su espada y amenaza a la chica, la cual le cuenta
sus malvados planes: emborracharlos y asesinarlos mientras duermen.
Se trataba de una especie de criaturas
marinas llamadas Onoscélides que atraían a los viajeros para asesinarlos. Una
suerte de sirenas que entronca este relato con otros muchos de similar corte y
trama.
Las referencias hacia otros relatos
antiguos es evidente: lugares apartados, mujeres que atraen a los viajeros
incautos con sus encantos para asesinarlos, pata de asno para mostrar su
carácter demoníaco (algo que se repite con las lamias o las sirenas)….
Conclusión
Como hemos podido comprobar, la leyenda de
la femme fatale tiene un elaborado pasado tendente a criminalizar las
costumbres desinhibidas de las mujeres. Siempre surgen en círculos
tradicionales e intentan simular relatos verídicos ocurridos recientemente.
Si en el pasado se daba mayor énfasis a
los lugares exóticos donde ocurrían los hechos que al trasfondo moral (existía
una idea sobre la sexualidad mucho más abierta), en la actualidad este vector
de la historia sólo aparece al relatar casos de extracciones de órganos en
lugares tropicales.
En cambio, se mantiene con fuerza la idea de
la mujer pecaminosa, una variante muy entrelazada con la cultura grecolatina
católica, donde la mujer siempre se consideró, en parte, como la mala de la película
(Eva, María Magdalena…).
Una nueva versión de este mito aparece en
la actualidad bajo la forma de el peligro que supone para los hombres verse
arruinados ante la actitud de una mujer desinhibidas, a las cuales, las leyes
actuales protegen en exceso (según algunos). Seguro que habréis escuchado la
historia del hombre que conoce a una chica y mantiene relaciones sexuales
durante la noche. La sorpresa se la lleva el muchacho al día siguiente cuando
es arrestado por la policía, acusado de violación.
Una historia tan imaginativa como las
clásicas y con escasa credibilidad para cualquiera que tenga dos dedos de
frente. Las violaciones no se pueden inventar.
Me despido con unas palabras de Valle
Inclán sobre la femme fatale, una suerte de figura literaria que se puso de
moda en el siglo XIX y que dio un nuevo impulso para ofrecer una imagen
distorsionada y artificiosa de un tipo de mujer que anida, especialmente, en la
imaginación masculina:
“son desastres de los cuales quedan
siempre vestigios en el cuerpo y en el alma. Hay hombres que matan por ellas;
otros se extravían”.
Hasta la próxima
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