Angers es la antigua capital del antiguo
ducado de Anjou y, hoy en día, pertenece a los Países del Loira. Sí, ese río
famoso por sus castillos. Situada sobre la ribera del río Maine, y próximo a la
conjunción de este afluente con el río Loira, su importancia radica en
encontrarse a mitad de camino entre París y la Bretaña francesa.
Puerto fluvial de gran actividad en el
pasado, también destaca por el gran número de órdenes religiosas existentes, cuyos
misioneros han sido enviados por todo el mundo. Varios templos religiosos
maravillosos son el resultado visible de este pasado.
Angers es famosa por su castillo. Pero no
es el único encanto que atesora. Numerosos e interesantes museos, un entramado
medieval con las típicas casas de entramado de madera, y una población dinámica
son motivos suficientes como para dejarse caer un día por allí si estáis cerca.
Yo lo hice desde Nantes, ciudad que está a 40 minutos en tren.
¿Os apetece descubrir esta bonita
población francesa?
Nosotros llegamos a Angers en tren desde
Nantes. Existe una muy buena frecuencia diaria y el trayecto son unos 40
minutos. La estación donde debéis bajar se llama Angers Saint-Laud. Tomando la
calle que está enfrente y girando a la izquierda en la primera glorieta que
encontremos no tardaremos en toparnos con el monumento más famoso de la ciudad,
el Castillo de Angers.
Antes de entrar os aconsejo adquirir, en
la Oficina de Turismo que está enfrente, el Angers City Pass, una tarjeta que
nos dará acceso a todos y cada uno de los monumentos y museo que veremos en la
ciudad a lo largo del día. Su precio para 24h son 17€.
Esta fortificación del siglo XIII, elevada
sobre un promontorio que domina el Maine, resulta impresionante a la vista. La
muralla que circunscribe la fortificación principal tiene un perímetro de casi
un kilómetro y son hasta 17 torres las que custodian los diferentes tramos. Las
mismas se construyeron en con esquisto bretón y arenisca francesa, de ahí su
particular aspecto bitono tan característico. Todo ello se rodea de un foso.
En el interior se construyeron diferentes
edificios palaciegos a partir del siglo XVII, además de capillas religiosas o
jardines. Además de residencia de los duques de Anjou, el edificio también fue
utilizado posteriormente como cárcel durante mucho tiempo, así como academia
militar, donde casualmente estudió el primer duque de Wellington, famoso por
vencer a Napoleón en Waterloo.
Os aconsejo comenzar la visita
dirigiéndoos hacia vuestra izquierda. Traspasaremos un jardín con bellos
parterres y, cruzando una valla, llegaremos a un conjunto de edificios que, en
otro tiempo albergaba la residencia del gobernador. El elemento más
antiguo es la torreta de pizarra de la escalera, que data del siglo XV.
El atrio de la puerta de los campos
alberga todavía hoy el rastrillo original. Detrás existe un segundo
matacán y otro rastrillo. Aunque desaparecida en parte, aquí se encontraba la
puerta de acceso al castillo en época medieval. En las salas anexas existe una
composición artística de Sarkis que combina miniaturas de hierro forjado y
luces de neón de diferentes colores.
Desde esta parte podemos acceder al adarve
de las murallas y pasear por ellas admirando las bellas construcciones
internas, así como el exterior. Una imagen privilegiada que nos ayudará a
orientarnos.
Volvamos a bajar al jardín y caminemos
hacia el castillete, una pintoresca construcción del siglo XV
caracterizada por las torretas rematadas con chapiteles en las esquinas. Su
función era la de dar una entrada digna al patio señorial de la fortaleza.
El patio señorial se encuentra en la
esquina sudoeste de la fortaleza y está rodeado por edificaciones construidas
por los condes y duques de Anjou entre los siglos IX-XV. A destacar la residencia
real, levantada por el rey Renato hacia 1440. Posee tres plantas conectadas
por una escalera en una torreta. Nada tiene que ver la construcción por este
lado que a la vuelta, donde son de destacar las gárgolas.
En su interior, cada piso está constituido
por dos salas bordeadas en el sector norte por una galería. En la planta baja
se evoca la evolución del lugar entre los siglos IX-XVIII con dibujos y
maquetas.
Las plantas superiores eran los aposentos
del rey Renato y su esposa. Apenas quedan restos de las chimeneas monumentales
que calentaban las salas, de los frescos y de los motivos vegetales decorativos
de las ventanas. En ellos existe una exposición sobre la vida medieval y el
famoso tapiz del Apocalipsis que será el colofón de nuestra visita. Lo que más
me gustó, por su originalidad, fueron las composiciones medievales con piezas
Playmobil.
Anexa a la residencia real se encuentra la
capilla, construida por Luis II hacia 1410. Posee una sola nava de amplias
proporciones donde destacan las bóvedas angevinas. En su interior debemos
fijarnos en los restos pictóricos de las paredes, en las bellas vidrieras, en
la puerta original de madera o en el pequeño oratorio privado, el cual poseía
un sistema de calefacción propio.
Pero si por algo es famoso este castillo
es por conservar una obra maestra única de la tapicería medieval. Me refiero al
conocido como Tapiz del Apocalipsis. Se trata una de representación del
Apocalipsis de San Juan, realizado al final del siglo XIV, del que se conservan
103 metros de los 130 originales. Su altura de 4,5 metros, junto con la
longitud indicada, lo convierten en el tapiz historiado más grande de toda la
Edad Media.
Fueron necesarios siete años para
elaborarse, un plazo muy breve dadas las dimensiones colosales de la pieza.
Jean de Bruges, pintor del rey, fue quien diseñó los cartones. La documentación
nos indica que este tapiz estuvo colgado en la corte del arzobispo de Arles
durante la celebración de los esponsales de Luis II con Yolanda de Aragón en el
año 1400.
Está tejido exclusivamente con lana y en
su origen estaba compuesto por un conjunto de seis tapices de 6 metros de alto
y 23 de largo. La composición es la siguiente: una figura principal seguida de
dos niveles con 7 escenas enmarcadas entre una franja de cielo y otra de
tierra.
El tapiz representa, a modo de viñetas de
cómic, la profecía de San Juan. Se trata del famoso Apocalipsis, el último
libro del Nuevo Testamento. Este escrito de finales del primer siglo de nuestra
era relata las visiones proféticas de San Juan y la lucha entre el bien y el
mal. Tras una serie de catástrofes que asolan el mundo, los hombres se verán
tentados por un falso profeta, la bestia, que deberá ser combatida por Cristo y
sus seguidores.
Las escenas se deben interpretar de
izquierda a derecha, empezando por el nivel superior. El tapiz representa tres
series de siete plagas. La primera es la apertura de los siete sellos del Libro
de las Revelaciones, correspondiéndole a cada sello una plaga. La primera son
los Cuatro Jinetes del Apocalipsis (peste, hambre, guerra y muerte). La segunda
los cataclismos anunciados por las siete tormentas. Las plagas terminan con las
siete copas derramadas por los ángeles.
En el tercer cuadro aparece la historia de
los dos Testigos y la Mujer combatiendo con Satán, simbolizado con forma de
dragón y acompañado por dos acólitos.
En el cuarto Satán seduce a lo hombres.
Y en el quinto y el sexto se representa la
victoria sobre el dragón y la caída de Babilonia, que, junto al advenimiento de
la Nueva Jerusalén, símbolo del paraíso en la tierra, encarnan el final
esperanzador de las Revelaciones de San Juan. No en vano Apocalipsis no
significa fin del mundo, sino Revelación. Justo lo que sentiremos al admirar
tan bella obra.
Pero, además de su valor religioso, el
tapiz es un magnífico ejemplo para entender el contexto histórico, social y
político del siglo XIV en Francia: la época de la Guerra de los Cien Años, la
peste y el hambre. Merece mucho la pena fijarse en los múltiples detalles y
seguir las explicaciones de la audio-guía para empaparse lo máximo posible en
esta joya artística. Así descubriremos que los franceses retrataron a los
enemigos de Cristo como ingleses. O nos angustiaremos con escenas de
catástrofes, como la del ahogamiento. En definitiva, una obra de arte única en
el mundo cuya visita merece la pena por sí misma.
Frente a la entrada del castillo se
encuentra el barrio medieval, caracterizado por sus calles estrechas y casas
antiguas con entramados de madera. Os aconsejo perderos un poco por este lugar,
aunque siempre avanzando de frente, dejando el castillo a nuestras espaldas.
No tardaremos en llegar hasta la
escalinata que da acceso a la Catedral de San Maurice de Angers.
La escenografía utilizada para
presentarnos este templo resulta impresionante. Situado en lo alto de una loma
y con sus puntiagudas torres en la fachada, simula mucha más altura de la que
realmente tiene. Su estilo es gótico angevino, una variante donde es
característica su única portada de entrada (las clásicas góticas francesas
tienen tres) o sus bóvedas mucho más abombadas que las tradicionales góticas.
Dentro de los aspectos donde fijarse debe
destacar, en primer lugar, las magníficas esculturas románicas de su fachada
(en reforma cuando la visité).
Y, ya en su interior, el grandioso altar,
el púlpito de madera labrada y las excepcionales vidrieras, donde la ventana
del transepto de San Julián está considerada como una obra maestra de las
vidrieras francesas del siglo XIII.
Justo detrás de la Catedral se abre la
Place Sainte-Croix, lugar donde nos encontraremos la que dicen la casa de
entramado de madera más bella de la ciudad. La Casa Adam, hoy una tienda
de artesanía, es un edificio residencial del siglo XV famoso por las esculturas
que decoran sus fachadas. Entre ellas el más irreverente es el llamado
Tricouillard, un hombre que enseña el culo y algo más. También podemos ver el
árbol de la fruta prohibida y el lugar que ocupaban las figuras de Adán y Eva,
arrancadas durante la Revolución Francesa. Cuando yo visité la ciudad este
edificio estaba siendo reformado, por lo que os dejo una imagen obtenida de
Internet de antes de la reforma.
Pero no os desaniméis por lo anterior. En
los alrededores vais a encontrar también otras casas de entramado de madera con
decoración labrada que son una preciosidad.
Desde aquí podemos acercarnos a la plaza
de Ralliement, plaza principal de la ciudad donde destaca el edificio del Grand
Théâtre d’Angers. Construido en el siglo XIX, en su emblemática fachada de
piedra blanca podremos admirar las cuatro estatuas que representan a la poesía,
la tragedia, la comedia y la música, temas que se encuentran en su programación
de espectáculos.
Muy próximo se encuentra el Museo Pincé,
ubicado en una preciosa casa renacentista.
Cuando visité este museo tenía una curiosa
exposición temporal sobre seducción en la planta inferior.
En las plantas superiores se encuentra un
curioso museo que atesora piezas de muy diferentes culturas: Grecia y Roma
clásicas, el antiguo Egipto, el arte precolombino, el arte chino y el arte
japonés. Sólo por el viaje que realizaremos merece la pena su visita.
Volvamos a la plaza de Ralliement y busquemos
un lugar para comer en alguna de sus múltiples terrazas.
Una vez saciados tomemos la Rue de Alsacia.
Llegaremos hasta el mejor edificio modernista de la ciudad, la Maison Bleue,
donde merece la pena admirar un momento los mosaicos en art Deco que decoran su
fachada.
Muy cerca de este punto se encuentra la Iglesia
de San José, un templo que no suele aparecer en las guías turísticas, pero
que a mí me encantó por las bellas líneas arquitectónicas y sus preciosas
vidrieras.
Dirijamos ahora nuestros pasos hacia la Colegiata
de San Martín, uno de los monumentos carolingios mejor conservados de toda
Francia. En su interior podremos admirar numerosas esculturas procedentes de
iglesias y capillas de Anjou, así como bajar a su cripta arqueológica. A lo
largo de todo el año se realizan varias exposiciones temporales, siendo la que
me tocó visitar e arte urbano. Sin duda, un acierto la escenificación.
Muy cerca de aquí, en la plaza San Eloy,
encontremos la Torre de San Aubin, el antiguo campanario de la Abadía
del siglo XII que se levantaba en este lugar (quedan restos del claustro
románico en el patio de la Prefectura) y que me recordó poderosamente al de la
Colegiata de León.
Por la misma plaza accedemos al Museo
de Bellas Artes de Angers. Se trata de uno de los mejores museos de arte
que podremos visitar en la ciudad.
Su exposición tiene dos partes bien
diferenciadas. Por un lado, podremos pasear entre las piezas arqueológicas que
nos descubrirán la historia de Angers. A destacar el bello mosaico de Ralliement
o la colección escultórica medieval.
En una segunda parte, el museo expone
obras pictóricas y escultóricas datadas entre los siglos XIV y XXI. Un
interesante recorrido por los diferentes estilos artísticos con obras no muy
conocidas por el gran público, pero tremendamente interesantes. A continuación,
os abriré la boca con los cuadros más interesantes de cada sección.
En el primer piso vamos a iniciar el
recorrido por los primitivos italianos, con su pintura religiosa de fondos
dorados por influencia bizantina. A destacar El Juicio Final de Segna di
Bonaventura, La Virgen y el niño de la Escuela de Pisa o el Tríptico
de la Crucifixión, otra obra anónima, esta vez proveniente de Avignon.
La parte de la pintura flamenca me gustó
especialmente, con dos excepcionales obras de Roger van der Weiden: Crucifixión
y La Virgen y el Niño rodeados de los santos. A estos dos añadiré la Circuncisión,
de autor anónimo del siglo XVI, que aunque no es flamenco me gustó por la
precisión en los detalles.
Seguiremos con retratos, escenas de género
y naturalezas muertas de los siglos XVI-XVIII. Aquí destaca poderosamente el Retrato
de Duquesnoy, de Jacobs Jordaens, inconfundible al sostener una figura de
bronce, el Bodegón con cesta, flores, insectos y pájaros de Jan van
Kessel o El perro herido, de Frans Snyders.
Antes de terminar con esta planta debemos
maravillarnos con un poco más de pintura religiosa, tanto francesa como
italiana, de los siglos XVII-XVIII. Las obras maestras que no debemos dejar
escapar son, en primer lugar, Jesús entre doctores, de Philippe de
Champaigne. El autor representó un pasaje del Evangelio de San Lucas donde Jesús
dialoga en el Templo con los doctores con doce años. Sus padres estaban
preocupados por haberse ausentado largo tiempo y la escena muestra cuando lo
encuentran. Champaigne representa a Jesús señalando el dominio celestial, el
reino de su padre, y tratando con la otra mano de calmar las preocupaciones de
sus padres. En esta pintura de composición muy estricta, Champaigne utiliza una
gama de azules (color celestial), interrumpida sólo a la derecha por la
intrusión del rojo del vestido de María y el oro del manto de José.
En Alegoría de la simulación, de Lorenzo
Lippi, vemos una curiosa asociación que no suele mostrarse junta. La máscara, emblema
del teatro, de la imitación, pero también de la falsedad, la mentira y el
disimulo. La granada, cuya piel contiene numerosos granos pequeños, evoca
unidad, pero también una falsa apariencia porque a veces reserva sorpresas una
vez abierta. Los dos símbolos asociados podrían significar simulación, una idea
presente tanto en la máscara como en la granada. Por su carácter enigmático y
distante, este hermoso retrato es característico de la pintura erudita que se
practicaba entonces en Florencia.
En la segunda planta descubriremos autores
franceses de categoría como Fragonard en su faceta mitológica (Júpiter
seduciendo a Calisto), Jean Baptiste (Las nadadoras), el festivo Watteau
(La fiesta de campaña) y Chardin, del cual admiraremos sus naturalezas
muertas.
Un cuadro que no debemos dejar escapar es Amor
español, de Jean-Baptiste Le Prince. En un interior burgués, una joven
parece estar dormitando. Asomado a la ventana, un joven toca la guitarra. El
tema del cuadro es Spanish Love, un juego de seducción. Estos dos
personajes van vestidos con trajes lujosos, pero no tienen nada de español. En
realidad, este término designa, en el siglo XVIII, una moda fantástica
inspirada en las pinturas flamencas y en los trajes teatrales contemporáneos.
Está considerada la obra maestra de este autor. Y la misma podemos compararla
con Lección de música del rococó Boucher o con Paolo y Francesca
de Ingres, ya en estilo neoclásico, que veremos un poco más adelante.
No quiero marcharme de esta sección sin
destacar Madame de Porcin, de Greuze. El típico retrato femenino del
autor donde una muchacha en pose despreocupada sostiene un perro spaniel decorado
con corona de flores. ¿Es este spaniel una alusión oculta a la frivolidad de
esta joven elegante y sensual o, por el contrario, este símbolo de fidelidad no
casa con la sonrisa juvenil de una joven?
En la siguiente galería se encuentran las
obras del siglo XIX. Por un lado, tenemos temas clásicos, como El combate de
los romanos y los sabinos interrumpido por las sabinas, de François-André
Vincent o La muerte de Príamo, de Pierre Narcisse Guérin. Y, por otro,
obras orientales donde destacaré Árabe de luto por su corcel, de Jean-Baptiste
Mauzaisse. Este cuadro muestra con dramatismo la desesperación del hombre tras
morir su montura. En el segundo plano, decapitado, el asesino de su caballo
yace en el suelo. Al fondo se extiende el desierto bordeado de áridas colinas.
Sin duda, un precursor del romanticismo, ahondando en el sentimiento de la
muerte del amigo.
También del siglo XIX tengo que destacar
algunas originales obras que me maravillaron como Retrato de la señorita
Laura Leroux, de Jean-Jacques Henner, quien nos plasma un retrato
misterioso gracias a la combinación del traje negro con el azul Prusia del
fondo neutro. Escena de Romeo y Julieta de Shakespeare, de Couder y Juana
de Arco insultada en su prisión, de Isidore Patrois, quién utilizó el
simbolismo utilizado con Jesús insultado por los judíos para equiparar a la heroína
francesa con una deidad.
Bodinier es un artista que tiene tres
interesantes retratos: Mujer de Velletri, Joven italiana en la fuente
y La propuesta de matrimonio, el cual es un retrato triple que supone un
claro ejemplo del realismo idealizado.
Del siglo XX el museo tiene numerosas
obras y composiciones, las cuales tocan todos los estilos artísticos y de las
cuales os dejo unas pinceladas. Como siempre, os muestro aquellas que más me
removieron por dentro.
Para terminar, no os olvidéis, ya en la
planta sótano, admirar la galería de esculturas académicas, donde destaca
poderosamente la obra de Charles Gumery La Danza. Fue creada para
sustituir una realizada por Carpeaux para la Ópera de París que tuvo gran
polémica en su tiempo por el realismo de los desnudos femeninos. No obstante,
no llegó a sustituirla nunca, al haberse rebajado la controversia cuando fue
finalizada. Esta escultura representa la danza de tres bacantes, cuyo
movimiento se expresa mediante el tratamiento arremolinado de las cortinas y
los gestos animados de estas jóvenes. Merece la pena rodearla para admirar
todos sus detalles.
Os aconsejo salir por el jardín del museo,
donde vais a descubrir una colorida figura que se ha convertido en un icono de
este lugar. Se trata de El árbol de la serpiente, una obra de Niki de
Saint Phalle. Diseñada para ser una fuente, esta estatua multicolor representa
un árbol cuyas ramas terminan en cabezas de serpiente. Entre los animales de su
bestiario, Niki de Saint Phalle incluye especialmente las serpientes. Ejercen
tanto terror como fascinación sobre el artista, quien se expresó así sobre
ellas: “Para mí, representaban la vida misma, una fuerza primitiva indomable.
Al hacer serpientes yo mismo, pude transformar el miedo que me inspiraban en
alegría”. Esta transformación se encuentra en la fisonomía del reptil, toda
curvas y ondulaciones, con colores chispeantes. Presente en muchas culturas, la
serpiente es a veces malvada y temida, encarnando el pecado como en la Biblia,
a veces beneficiosa y venerada, convirtiéndose en signo de fertilidad y
sabiduría. Aquí el artista reinterpreta mitos antiguos, como el de la Hidra de
Lerna o el de Medusa. Combinando la serpiente, el árbol y el agua, Niki de
Saint Phalle crea un ser imaginario, símbolo de vida y energía.
Bajando las escaleras llegaremos al jardín
de Bellas Artes, topándonos con las ruinas de un claustro (y un gorila
escondido entre la vegetación).
Justo a la espalda de este museo se
encuentra la Galería David d´Angers. Ubicado en la antigua abadía de
Toussaint, cuyo techo se perdió por los avatares de la historia y hoy en día ha
sido sustituido por una impresionante cubierta de cristal, este recoleto lugar
muestra algunos yesos del famoso escultor romántico del siglo XIX. Estas piezas
eran los bocetos que realizaba el artista antes de crear las figuras en mármol
o bronce. Aunque por lo general suelen desecharse, el artista tuvo la idea de
donarlas a su ciudad para que sus conciudadanos pudieran admirarlas.
Podremos pasear entre personajes públicos
por todos conocidos. Uno de los que destaca poderosamente es Gutenberg,
inventor de la imprenta en 1440. Se representa mayor, con barba. Sujeta la
página que acaba de escribir y lleva una inscripción bíblica: Et la lumière fut
(Y la luz se hizo). En el zócalo alto destacan los cuatro bajorrelieves que
escenifican a pensadores y escritores de las cuatro partes del mundo, cuyas
ideas se difundieron gracias a la imprenta.
El otro es el monumento del marqués de Bonchamps,
captado en su momento magnánimo, cuando, agonizando, decide indultar a los
prisioneros republicanos encerrados en la iglesia de Sainte Florent le Vieil (entre
los que estaba el padre del escultor). Sin duda, estas esculturas heroicas servían
para fortalecer el ideal republicano y servir de ejemplo de virtud cívica.
Entre las esculturas religiosas su
realización más notable se encuentra en el frontón del Panteón de París. En
esta alegoría de Francia aparece la Patria, simbolizada como una mujer en el
centro, coronando a hombres famosos de la historia de Francia, como Voltaire,
Rousseau, La Fayette o el joven general Napoleón.
David d´Angers se aplicó en inmortalizar
los rasgos de los hombres famosos que conoció en vida, tanto en forma de bustos
y medallones. Existía la creencia en la época donde se pensaba que se podía
comprender la personalidad de un hombre a partir de la observación de sus
características físicas (fisiognomía). Por ello, David intentó ser fiel a la apariencia
de sus modelos, acentuando algunos aspectos para plasmar su carácter. Sin duda,
lo mejor son las expresiones faciales de cada personaje que logró trasladar a
su obra.
En la planta superior tenemos una
auténtica galería donde reconocer figuras prominentes, tanto hombres de letras
como Goethe o Victor Hugo, compositores como Paganini, científicos como Fresnel
o militares como La Fayette.
Si aún os queda tiempo para seguir
visitando cosas en Angers yo os recomendaría dirigiros al barrio de Le Doutre,
al otro lado del río Maine. Se trata de un barrio encantador, con un aire a
pueblo antiguo y rincones preciosos. Os aconsejo pasar el Puente de Verdún (el
más antiguo de la ciudad) y caminar hasta la Iglesia de la Trinidad y alrededores,
donde encontrareis bonitas casas con entramados de madera.
Justo enfrente de esta iglesia, en la
tienda llamada La cave Vraurepaire, podréis encontrar una escultura
oculta en su fachada (retirar madera lateral). Esta es una de las múltiples
sorpresas que depara este particular barrio.
Como último consejo indicar que aquí se
encuentra el Museo Jean Lurçat. Ubicado en el Hospital Saint-Jean (siglo
XII), el lugar expone una interesante colección de tapices contemporáneos
llamada Le Chant du Mond. Sin duda, un guiño moderno al Tapiz del Apocalipsis.
Hasta aquí mi recorrido por Angers. En un
día tendréis que ser rápidos si queréis verlo todo. Por tanto, si deseáis
empaparos un poco más de esta bella localidad pensad en dedicadle un par de
días.
Os dejo los horarios de las principales
atracciones turísticas, aunque os recomiendo siempre informaros antes en la
oficina de turismo por si existe algún cambio.
Horarios:
Castillo: diario de 10:00 a 17:30h
Catedral: diario de 8:00 a 20:00h
Museo Pincé: sábado y domingo de 10:00 a
18:00h
Colegiata de San Martín: diario de 13:00 a
19:00h
Museo Bellas Artes de Angers: martes a
domingo de 10:00 a 18:00h
Galería David d´Angers: diario de 10:00 a
18:00h
Hasta la próxima
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