domingo, 7 de mayo de 2023

En España no han existido muchos exilios



Cuando preguntamos a las personas profanas sobre los exilios llevados a cabo en España dos son los momentos clave a los que se suelen referir. Por un lado la expulsión de los judíos, acompañada de diversos mitos que dejan a los Reyes Católicos como unos monstruos intransigentes. Por otro, el gran exilio republicano tras la guerra civil, plagado de tristes escenas documentadas fotográficamente.

Ambos acontecimientos, debido a la interesada publicidad y a la gran significación histórica que tuvieron (no vamos ahora a minimizarlos), han logrado ocultar los otros numerosos exilios de los que nuestro país fue triste protagonista. Hasta el punto de asociar exilio a minorías o derrotados en una guerra, cuando también existieron exilios políticos que afectaron a todo el espectro ideológico.

España tiene el dudoso honor de ser uno de los países que más exilios ha perpetrado entre los siglos XV-XX. ¿Te interesa saber cuáles fueron?



Los exilios en España están ligados al Estado Moderno, pues fue en este momento en el que grandes masas de personas fueron obligadas a establecerse fuera de forma temporal o permanentemente debido a multitud de factores.

Lo anterior no quiere decir que no existieran exilios en épocas históricas anteriores y, sin duda, sería bueno lograr estudiar algunos de ellos. Pero de forma general podemos indicar que se trataron de exilios protagonizados por personajes concretos y sus familiares más allegados. El mítico Cid puede ser un buen ejemplo de ello.

Y es que la Edad Media podemos considerarla un presagio de lo que ocurriría más adelante. Exilios como el de los mozárabes de Al-Ándalus fueron un triste ejemplo de lo que ocurriría en los siglos venideros.

Gregorio Marañón, uno de los tantos exiliados que tuvo España, cuantificaba en su obra Españoles fuera de España los exilios españoles: “Para darnos cuenta del profundo valor de las emigraciones españolas es preciso recordar, ante todo, su número y su volumen. Puede decirse que las emigraciones políticas no se han interrumpido desde que España se constituye como Estado, cuando se unen Castilla y Aragón, por el matrimonio de los Reyes Católicos, y cuando, poco después, en 1492, el último rey moro pierde Granada y termina la Reconquista.
En el espacio de poco más de cuatro siglos, a partir de entonces, han ocurrido catorce grandes éxodos políticos, sin contar con innumerables expatriaciones menos nutridas, aun cuando a veces de tanta trascendencia política como las más numerosas. Sobre todo a partir del final del siglo XVIII, las fronteras españolas, y principalmente la de Francia, han sido constantemente holladas por los emigrados, ya con el paso trémulo de dolor, al partir sin saber cuándo será el retorno, ya con la prisa alegre de la vuelta. No es exageración decir que han sido excepcionales los hombres de gobierno españoles que no han conocido esa gran tristeza y esa gran alegría; y algunos más de una vez”.

Gregorio Marañón, crítico con la dictadura de Primo de Rivera (fue condenado a un mes de cárcel) y crítico con el comunismo que hizo suya la República, estuvo exiliado entre 1936 y 1942. Un bando le tomaba por un peligroso intelectual de izquierdas (aunque luego utilizara su figura para lavar su imagen en el exterior) mientras que en el otro la mutación hacia el comunismo le había obligado a huir temiendo ser fusilado. Sin duda fue una persona muy autorizada a hablar de los exilios españoles por conocerlos en primera persona.

Y aunque en el párrafo anterior Marañón se centra en la vertiente de sufrimiento, desgarro y miseria que suele acompañar a los exiliados, olvida acompañarlo con la otra cara de la moneda; con la desertización material, moral e intelectual que deja en el país el exilio de personas. Estas dos vertientes nunca deben separarse, pues explican perfectamente la desgracia doble de un exilio.

Comencemos nuestro somero repaso a ese conjunto de exilios patrios trasladándonos al inicio de la Edad Moderna. En España, este comienzo estuvo marcado por un doble proceso de configuración y afirmación de la Monarquía hispánica y su Imperio. Las víctimas de este proceso unificador fueron las minorías religiosas y políticas existentes en su interior.

En 1492 podemos colocar el inicio de los exilios modernos en nuestro país. Los judíos fueron expulsados por no compartir el credo cristiano y tener hábitos distintos; es decir, se erradicó una parte de la población española por motivos religiosos.

El objetivo oficial de esta medida pretendía facilitar la integración de los conversos en la religión católica; al eliminar cualquier posible contacto con los judíos se pensaba que se integraría mucho mejor y tendrían menos oportunidades o tentaciones para volver a su religión originaria.

Tal como demostró Joseph Pérez en Historia de una tragedia, la expulsión tuvo como excusa este argumento religioso pero escondía el anhelo de la unificación política. Algo imposible en una minoría social que actuaba y se regía como un estado dentro del Estado español.
 
Expulsión de los judíos de España (año 1492), según Emilio Sala (1889)
Se estima que vivían en España unos 200.000 judíos a finales del siglo XV, siendo unos 80.000 los que decidieron exiliarse (el resto prefirieron convertirse y mantener sus posesiones). La gran parte de ellos viajaron a Portugal (unos 50.000), mientras que el resto se diseminaron por África norte y, sobre todo, por el Imperio otomano, lugar en el que consiguieron grandes logros.

La expulsión anterior minimizó los dos exilios religiosos siguientes. Algo incomprensible cuando la dureza y amplitud de los mismos fue notablemente superior. Sin duda, la falta de estudios en ambos casos, en comparación con el exilio judío, puede ser una causa de ese diferente trato historiográfico.

Desde 1540 vamos a comenzar a ver el inicio de la salida al extranjero de los primeros intelectuales protestantes. Este exilio religioso no ha tenido mucha “publicidad” historiográfica debido a su carácter selectivo y minoritario. Apenas afectó a los miembros de la élite intelectual y clerical.

En España el luteranismo no arraigó de la misma forma que en países vecinos debido a la existencia de la inquisición. En 1540 comenzaron las primeras detenciones tras descubrir el foco principal en el convento de San Isidoro del Campo (Sevilla). Ello supuso que muchos intelectuales se marcharan con destino a Suiza, Alemania, Flandes, Italia, Francia e Inglaterra.

En 1559 la inquisición celebró varios actos de fe con más de 50 personas quemadas en la hoguera, lo que supuso el final del protestantismo en España. No obstante, desde el exilio los protestantes intentaron hacer llegar sus textos a la Península, si bien era una quimera que pudiese arraigar con la inquisición algún aspecto de ese pensamiento religioso.

La siguiente gran expulsión en nuestro país fue la de los moriscos, la cual aconteció en el año 1609. Los moriscos eran los musulmanes del al-Ándalus bautizados tras la pragmática de conversión forzosa de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502. Tanto los convertidos con anterioridad al catolicismo de forma voluntaria como los convertidos obligatoriamente en adelante pasaron a ser denominados moriscos. Este grupo social nunca llegó a adaptarse a la sociedad cristiana y siempre se mantuvieron alejados del grueso de la sociedad, principalmente en Valencia y el Reino de Aragón.

En estos lugares vivían fundamentalmente en el campo, en calidad de vasallos de los señores, en condiciones mucho más duras que las de la población católica. Odiados por los católicos viejos, rechazados por la Corona, que veía con inquietud la posibilidad de una nueva sublevación que actuase como una quinta columna de los piratas berberiscos, los turcos o los franceses y detestados por la Iglesia, que con toda lógica dudaba de la sinceridad de su conversión, los moriscos devinieron en una masa objeto de toda clase de sospechas y de imposible integración por cuanto suponía la pervivencia dentro de España de un pueblo inasimilable y hostil.

El inicio del éxodo de la población musulmana se produjo desde la misma conquista de Granada. Desde 1492 hasta 1568 se estima que se marcharon unas 200.000 personas. Se produjo a través de un goteo continuo desde puertos valencianos hasta Argel, Marruecos o Libia. Allí se instalaban y se dedicaban, en muchas ocasiones, al corso. La clandestinidad de las salidas hace que sea muy difícil cuantificar cifras concretas.

En la expulsión se tuvieron en cuenta factores como la imposible aculturación, o la posibilidad de que este grupo supusiera una quinta columna de los enemigos del país, aunque tales argumentos fueron meras excusas para justificar una expulsión masiva, contundente, cruel y espectacular.
 
La Expulsión de los Moriscos, de Vicente Carducho (Museo del Prado, Madrid).
En total fueron desterrados unas 300.000 personas en unas condiciones mucho más atroces que las que soportaron los judíos: la mayoría fueron robados y muchos vendidos. Un episodio lamentable ocurrió en Val de Laguar, en donde 1500 perecieron esperando un barco que jamás llegó. Por otro lado, todos aquellos que se resistieron a la medida fueron masacrados.

La medida fue terrible para el Reino de Valencia. Un tercio de su población fue expulsada, lo que repercutió negativamente en su producción agrícola. Mientras los nobles se tuvieron que conformar con la adquisición de las tierras de los moriscos, la burguesía se arruinó al no poder cobrar las rentas por los préstamos a los moriscos.

En el siglo XVIII los exilios conocen una nueva vertiente: los exilios políticos.

Desde 1704 vamos a ver un exilio continuado de los llamados austracistas. Se trata de todas aquellas personas afines a los Austrias en la Guerra de sucesión española. El primer exilio se produjo, como hemos indicado, en 1704, al fracasar la conjura austracista contra el virrey de Cataluña, Velasco. A pesar de este fracaso, el bando austriaco, junto a apoyos ingleses, provocaron el exilio borbónico de Barcelona.

Según avanzó la guerra y los borbones fueron ganando terreno, los austracistas de Valencia y Aragón fueron exiliándose a Cataluña o el extranjero. Finalmente, tras la toma de Barcelona en 1713-1714, se produjo el gran exilio austracista. La fuerte represión borbónica provocó un exilio forzado que quedó registrado en las listas denominadas “echados de Barcelona”. Los destinos principales fueron Fuenterrabía, Ceuta, Génova, Roma, Rosellón, Marsella y, por supuesto, la corte de Viena. En total se ha calculado que se exiliaron entre 25.000 y 30.000 españoles.

Con la Paz de Viena (1725) se permitió regresar a los austracistas, aunque recuperar sus posesiones fue difícil y supuso pleitos contra el Estado que llegaron hasta sus descendientes.

En 1767 se produjo una expulsión religiosa con motivos políticos. Se expulsaron de España y todos sus territorios a los jesuitas.

La medida fue inspirada por Campomanes y Manuel de Roda, mientras que quién dirigió la expulsión fue el conde de Aranda.

La operación se planificó en la madrugada del 2 al 3 de abril. Y entre abril y mayo se llevaron a cabo los desplazamientos hacia los puertos de la costa. Los destinos de los exiliados fueron Córcega, en primera instancia, en donde pasaron muchas penurias, y luego los Estados Pontificios (Bolonia, Ferrara y Rávena).

En total fueron expulsados unos 5.000 jesuitas. 855 se secularizaron para volver a España (aunque no todos lo lograron), quedándose el resto en Italia.
 
Un grupo de jesuitas camino del puerto. Grabado s. XVIII
Aunque una de las excusas que se pusieron en la época fue que los jesuitas fueron los principales instigadores del motín de Esquilache (1766), las verdaderas razones fueron otras. En concreto, por constituir un núcleo de poder absolutamente al margen del Estado. Además, su monopolio de la educación les creó bastantes enemigos, tanto entre laicos como entre eclesiásticos.

En el siglo XIX los expulsados por motivos ideológicos fueron la norma pues España vivió, durante gran parte del siglo, una discontinua aunque persistente guerra civil.

Entre 1813 y 1814, con el final de la guerra de Independencia y el retorno de Fernando VII los afrancesados salieron de España con dirección a Francia. Se estima que salieron unas 10.000 personas.

Resulta curioso comprobar que, junto a ellos, muchos liberales, enemigos en el conflicto, también tomaron el camino del exilio. Los liberales exiliados tras la vuelta del absolutismo se instalaron en Francia e Inglaterra (Londres principalmente). Y a estos primeros se les fueron sumando todos aquellos implicados en las tentativas insurreccionales fallidas que ocurrieron posteriormente.

Pero la gran diáspora se produjo en 1823, tras la invasión de los cien mil hijos de San Luis y la segunda restauración absolutista. Entre estos exiliados estuvo Francisco de Goya.

Durante el trienio liberal las expatriaciones fueron escasas y afectaron a grupos muy comprometidos con el absolutismo que prefirieron instalarse en Francia (Bayona y París). En cambio, el éxodo político iniciado en 1823 fue de amplias proporciones y larga duración. Se estima un éxodo de unas 20.000 personas.

La amnistía de 1832 y la muerte de Fernando VII al año siguiente permitieron la vuelta de los liberales a España.

El siguiente grupo exiliado de nuestro país fue el de los carlistas. Fueron exiliados tras cada una de sus derrotas ante los liberales asentados en el poder.

El primer exilio se produjo en 1833 y fue protagonizado por Don Carlos y sus allegados. Se marcharon a Portugal, negándose a reconocer como heredera legítima a Isabel (regencia de María Cristina).

Durante la primera guerra carlista muchos refugiados cruzaron la frontera hacia Francia, instalándose en Bayona, Béziers y Toulouse. Luego, con la derrota en 1839, unos 8.000 carlistas terminaron pasando a Francia. Más tarde, el final de la resistencia en Cataluña en 1840 supuso que otros 15.000 carlistas pasaran a Francia.

Las sucesivas amnistías y las presiones de las autoridades francesas redujeron este contingente en la década de los cuarenta. Entre 1849-1872 hubo exilios carlistas, aunque poco importantes.

La segunda guerra carlista y su final en 1876 provocó un nuevo exilio, calculando el estado francés que acogió a unos 20.000 refugiados. Fueron internados en campos y recibieron un insuficiente subsidio con el objeto de obligarles a aceptar los indultos del gobierno español. La mayor parte de los soldados volvieron, mientras que los oficiales terminaron quedándose en Europa o América.

Entre 1836-1843 los conflictos entre liberales provocaron puntuales destierros, aunque poco significativos numéricamente hablando; igual podemos decir de los primeros republicanos.

Más importante fue el exilio obligatorio de líderes progresistas y demócratas en la década de 1860. Portugal, para los demócratas y Francia, Bélgica, Suiza o Inglaterra para los progresistas fueron los principales destinos. Entre ellos estaban futuras personalidades políticas como Prim, Sagasta o Zorrilla.

En 1868 se produjo el destronamiento y destierro de la reina Isabel II a París, lugar en donde moriría. Otras víctimas del sexsenio democrático (junto a los fieles a Isabel II) fueron los federales, los cantonalistas e internacionalistas, cuya vida en el exilio fue penosa.
 
caricatura exilio Isabel II
En 1874 cae la primera república y regresa la monarquía con Alfonso XII, lo que provoca el exilio de numerosos republicanos hacia Francia. Desde allí debieron volver a emigrar más lejos por exigencias españolas al gobierno francés.

La restauración de la monarquía ofreció a España un merecido periodo de estabilidad que minimizó, aunque no terminó de forma definitiva con los sucesivos exilios.

El siglo XX tiene la triste fama de ser una época llena de desgarradores exilios. Y ello no sólo afectó a España, sino que fue la norma en todo el continente europeo. Y todo ello debido al auge de ideologías confrontadas y beligerantes que consideraban al rival político como al enemigo mortal.

El fin del imperio colonial provocó numerosos exilios, sobre todo de jóvenes que no deseaban enrolarse en la guerra o personajes puntuales protagonistas de revueltas y motines (los anarquistas, por ejemplo).

En la dictadura de Primo de Rivera varios personajes importantes, y de distinto signo político, se exilian: Sanchez Guerra, Unamuno, Blasco Ibañez o Marcelino Domingo.

Incluso bajo la experiencia democrática republicana hubo diferentes exilios: políticos del anterior gobierno, la familia real de Alfonso XIII a Roma y los jesuitas (unas 3500 personas en 1932).
 
Expulsión de los Jesuitas de España
Además de los anteriores hubo exilios tras el fracaso de la sanjurjada (1932), tras los episodios de 1934 e incluso los meses precedentes a la guerra civil. Los temores de personalidades de derechas, simples creyentes y gentes asustadas por el cariz que tomaba la violencia social, emigraron a Estoril o el País Vasco Francés.

También tomaron el mismo camino personalidades de la primera república, a ltomar conciencia de la deriva que estaba tomando esta segunda república, tales como Alcalá-Zamora o Alejandro Lerroux.

Durante la guerra miles de refugiados salieron de la Península huyendo de la confrontación bélica. Génova o Marsella fueron los destinos más frecuentes.

No obstante, el exilio republicano tras el final de la guerra civil, documentado fotográficamente en toda su crudeza, se ha erigido como el icono perfecto de la salida forzada del país por motivos políticos.

La magnitud del exilio, en la frontera francesa se acumularon 500.000 personas (aunque unas 200.000 volvieron en los meses siguientes); la especificidad de ciertos grupos, como los contingentes de niños a Inglaterra o la URSS; o el perfil sociológico del mismo (abundaban intelectuales y gente de cultura, siendo sólo un tercio las personas sin cualificación profesional) fueron factores determinantes en esta imagen que logró minimizar u olvidar exilios pasados en el siglo XX.

Igualmente, la relevancia de este exilio se explica por dos factores más: partida del país de todo un aparato de Estado y la configuración de gobiernos en el extranjero derivó en un exilio prolongado y, en muchos casos, definitivo. Esta radicalidad e irreversibilidad no se dio en exilios anteriores. Francia, México o Argentina fueron destinos principales para estos exiliados.
 
Refugiados españoles en la frontera francesa
La comentada irreversibilidad y la gran cuantía de exiliados hicieron de este exilio el más devastador, con diferencia, de todos los sufridos en el siglo XX. Pero sin olvidar este hecho irrefutable, tampoco debemos olvidar exilios anteriores que afectaron a políticos “de derechas” o a minorías expulsadas por oponerse a la idea unitaria o absolutista del Estado.

Durante la etapa franquista también hubo exiliados políticos, quienes desde París o Toulouse organizaron lugares comunes de lucha contra la dictadura, independientes de los republicanos de 1939. Aquí tuvieron cabida izquierdistas, disidentes falangistas y personalidades de distinta importancia que no desconectaron del país y que volvieron tras la muerte de Franco para poner su aportación en la Transición Española. Pero esto… ¡ya es otra historia!

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