domingo, 9 de enero de 2022

Los alemanes fueron los verdugos en la Segunda Guerra Mundial


Resulta muy sencillo culpabilizar al pueblo alemán de numerosos crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. El Holocausto judío, perpetrado por los nazis en los campos de exterminio, es el ejemplo más conocido y difundido entre la población actual.

Pero la persecución racial no se limitó a los campos. También existió durante el avance hacia el este de los ejércitos alemanes y la acción de los Einsatzgruppen, auténticos escuadrones de la muerte dedicados a realizar matanzas de judíos, gitanos y políticos enemigos del nazismo. Casi millón y medio de personas civiles murieron sin ningún juicio en sus acciones en Polonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania y parte de Rusia.

Todo esto, de manera más o menos profunda, se suele conocer entre el público profano. Ahora bien, ¿conoce ese público que pasa de puntillas por la Historia los crímenes cometidos por los aliados contra los alemanes? Creo que no demasiado.


Resulta obvio que todas las personas que se han acercado a la Segunda Guerra Mundial con un mínimo de profundidad y objetividad se han percatado que en ella se enfrentaron monstruos muy similares. Ahora bien, resulta paradójico que sólo se muestren, por norma, las atrocidades cometidas por los derrotados y no por los vencedores.

Dijo George Orwell que La Historia la escriben los vencedores, aunque yo no soy muy partidario de eso. Existe un relato de los vencedores, el cual se suele imponer entre el público profano. Un relato de los vencidos, una minoría que se niega a asumir la derrota y pretenden volver a su posición dominante. Y, por último, una historia tendente a la objetividad que, entendiendo las anteriores dos caras de la moneda, intentan separar el mito de la realidad. Esta última es la historia que siempre pretendo mostrar en este  blog.

Volviendo al tema que nos ocupa vamos a poner una serie de ejemplos con los que comprender por qué los alemanes, además de ser verdugos, también fueron víctimas, durante la Segunda Guerra Mundial. Y cuando me refiero a víctimas pienso, principalmente, en las víctimas civiles.

El bombardeo de ciudades alemanas durante el final de la contienda, cuando la guerra ya estaba decidida, es uno de los casos más conocidos de atrocidades cometidas por los aliados contra los civiles alemanes.

Los bombardeos aéreos estratégicos durante la Segunda Guerra Mundial fue un recurso utilizado por todos los contendientes. Y aunque se intentaron excusar las víctimas civiles como daños colaterales de objetivos bélicos, lo cierto fue que el daño a la población civil indefensa era uno de los principales objetivos. De esta forma se lograba dañar la moral enemiga como nunca se había realizado antes.

Fueron los alemanes los primeros en utilizar este terror psicológico contra la población de Varsovia. El 13 de septiembre la  Luftwaffe arrasó el barrio judío de la capital polaca con bombas explosivas e incendiarias.

No obstante, el bando aliado no tardó en realizar incursiones similares. Su plan de ataque aparece en diferentes informes de guerra, como el recogido en la obra Harris, Arthur Travers (1995) (2011). «Despatch on war operations, 23rd February, 1942, to 8th May, 1945: “Atacar con el fin de romper la moral de la población haciendo las ciudades físicamente inhabitables y sumir a la población en una sensación de peligro constante”. El primer ataque aéreo masivo tuvo como objetivo Colina, el 30-31 de mayo de 1942, destruyendo la ciudad por completo. No obstante, el lugar en el que más destrucción y víctimas se efectuaron fue en Hamburgo, durante la Operación Gomorra. El 75% de la ciudad fue destruida y unas 30.000 personas civiles murieron en los bombardeos.

Dejando a un lado la consideración moral de tales ataques, insertos en una guerra, el bombardeo de Dresde tiene otras connotaciones diferentes. Entre el 13 y el 15 de febrero de 1945 (3 meses antes de la capitulación alemana) la Royal Air Force británica (RAF) y las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos (USAAF) realizaron un atroz bombardeo sobre esta preciosa ciudad alemana, denominada la Florencia del Elba por su gran riqueza arquitectónica.
 
Fotografía de Dresde tras los bombardeos realizada por Richard Peter en 1945
Con un limitado interés militar en aquel momento de la contienda (sólo se alcanzaron dos objetivos militares por mera casualidad) y con una ciudad atestada de personas refugiadas del este, el ataque resulta, a día de hoy, poco entendible bajo criterios exclusivamente militares. Las consecuencias del bombardeo masivo fueron terribles: una ciudad completamente devastada y más de 20.000 víctimas mortales. El uso de potentes bombas explosivas que perforaban los refugios, así como el lanzamiento de bombas incendiarias, que provocaron una tormenta ígnea, fueron los principales causantes de la devastación.

Tal como indicó el Dr. Gregory H. Stanton: “el Holocausto nazi es uno de los más viles genocidios de la Historia. Pero el bombardeo aliado de Dresde y la destrucción nuclear de Hiroshima y Nagasaki fueron también crímenes de guerra [...] Todos somos capaces de cometer el mal y debe haber leyes que nos disuadan de hacerlo”.

Dresde estaba atestada de refugiados alemanes provenientes del este. Escapaban del terror rojo; ese ejército soviético que se vengaba de las atrocidades cometidas anteriormente por los alemanes pagando sobre la población civil con la misma moneda.

Polonia, el primer país liberado sufrió los primeros envites del ejército aliado de liberación, el cual tenía la consigna de acabar con cualquier alemán y violar a todas sus mujeres. Los comisarios políticos alentaban a ello profusamente con mensajes explícitos: “¡Véngate! ¡Tú eres un soldado vengador! …¡Mata al alemán, y salta sobre la mujer alemana! ¡Así es como un soldado ruso celebra la victoria”.

Estas instrucciones fueron llevadas a cabo con total sadismo en el avance por Prusia Oriental, siendo Nemmersdorf un buen ejemplo de atrocidades cometidas sobre la población civil.
 
Escenas de la Masacre de Nemmersdorf
Anthony Beevor, en su libro Berlín: La Caída, trató el polémico tema de las violaciones masivas realizadas por el ejército Rojo en la toma de la capital germana. Según sus palabras: “El destino más extendido de toda mujer y niña, independientemente de su edad, era ser víctima de las violaciones colectivas”. En efecto, las violaciones colectivas de una manada de una docena de hombres era lo más habitual, siendo sus objetivos desde niñas de doce años hasta ancianas de más de setenta.

Siguiendo con Beevor, “Las estimaciones llevadas a cabo por los dos hospitales más importantes de Berlín oscilaban entre las noventa y cinco mil y las ciento treinta mil víctimas de violación. Un médico calculó que de unas cien mil berlinesas violadas, unas diez mil murieron a raíz de la agresión. La causa de muerte más extendida en estos casos era el suicidio. La tasa de mortalidad fue, al parecer, mucho mayor entre el millón cuatrocientas mil personas que habían sufrido esta suerte en Prusia Oriental, Pomerania y Silesia. En total se cree que fueron forzadas al menos dos millones de mujeres alemanas, y una minoría sustancial —que tal vez llegue más bien a ser una mayoría— fue sometida a violaciones múltiples”.

Y por no culpabilizar solo a un bando aliado también Beevor ha tratado los crímenes de guerra estadounidenses en su obra Ardenas, 1944 : la última apuesta de Hitler. Allí descubriremos crímenes de guerra aliados ocultos para la opinión pública general, como el fusilamiento, sin juicio, de 60 prisioneros alemanes en Chenogne o la violación de unas 11.000 mujeres civiles alemanas en su avance hacia Berlín.

Un ejemplo de genocidio contra los alemanes, bastante oculto para la opinión pública, fue el realizado tras la Segunda Guerra Mundial en la zona de los Sudetes, actual Chequia.

La expulsión de alemanes étnicos de Europa central y oriental, tras acabar la contienda, tenía como justificación el castigo colectivo por haber colaborado con los nazis tras la secesión del territorio denominado Sudetes de Checoslovaquia bajo los Acuerdos de Múnich de 1938. Esta expulsión, en verdad, podemos clasificarla de una auténtica limpieza étnica anti-germánica por parte de los checoslovacos de origen eslavo occidental.

En 1938, la región de los Sudetes de Checoslovaquia estaba poblada por personas de origen germano en más de un 75%, razón por la cual podemos hacernos una ligera idea de lo que supuso expulsar a unas personas que llevaban viviendo allí desde el siglo XV.

Las expulsiones fueron alentadas por los políticos checoslovacos y realizadas por voluntarios sin escrúpulos, muchas veces ayudados por militares del ejército checo. Durante las expulsiones obligatorias se cometieron numerosas atrocidades contra la población civil indefensa.

Un testigo directo de lo que ocurrió en Praga fue el gran maestro de ajedrez Ludek Pachmann: “Si hay un infierno en la tierra, estaba en Praga el 5 de mayo de 1.945. En las farolas de mi amada ciudad había colgados de los pies y como antorchas vivientes, hombres de las SS [...]. Bandas armadas que se llamaban partisanos expulsaba gente de sus casas. En la desembocadura del Wassergasse colgaban tres cadáveres desnudos, con amputaciones que los hacían irreconocibles, les habían sacado todos los dientes, la boca era un agujero sangrante. Otros alemanes eran obligados a arrastrar a sus muertos en Stefangasse. Ancianos, mujeres, niños eran torturados, castigados hasta la muerte. Violaciones, bárbaras atrocidades [...]. Yo no cuento estas barbaridades para difamar a mis compatriotas sino porque estoy convencido de que solo habrá entendimiento entre los pueblos cuando todos reconozcan cómo ocurrieron los hechos”.

Otro caso atroz se produjo en Postoloprty (Bohemia Noroccidental). Entre 800 y 1.000 alemanes estuvieron concentrados en el cuartel del Ejército checoslovaco en Postoloprty a principios de junio de 1945, esperando su traslado forzoso a Alemania. De ellos fueron fusilados 763 sin juicio, incluidos cinco chicos menores de 15 años. En 2009 se logró dar con los culpables de tal genocidio: el capitán Vojtěch Černý y el jefe de la Policía de Postoloprty, Bohuslav Marek. ¿Por qué no fueron conocidos antes? El historiador Prokop Tomek nos informa sobre ello: “Los cuerpos fueron exhumados, pero más bien se trató de barrer el asunto de la palestra porque fueron trasladados a crematorios y quemados. Hoy no sabemos exactamente quién en concreto murió allí. No conocemos los nombres de las víctimas. Existía la Ley 115 del año 1946 que justificaba los hechos cometidos como venganza por los crímenes del nazismo”.

Según los acuerdos de Postdam, la expulsión “pacífica y ordenada” comenzó el 25 de enero de 1946 y se alargó hasta octubre de aquel año, en un suceso que me recordó la expulsión de los judíos de la España de los Reyes Católicos. Aunque sin duda fue más violenta. En esta ocasión los alemanes expulsados no tuvieron ocasión de malvender sus posesiones; la expulsión obligatoria conllevó pérdida de la nacionalidad checoslovaca y de sus propiedades, sujetas a confiscación sin compensación por el gobierno de Praga.
 
Refugiados alemanes, marcados cuan judíos, esperan su traslado
Entre 1,2 y 1,6 millones de alemanes fueron trasladados a Alemania Occidental y otros 800.000 hacia Alemania Oriental, muriendo en torno a unos 20.000 según las estimaciones más conservadoras (200.000 la cifran las más abultadas). Mientras unos fallecieron por las penosas condiciones del traslado (hambre o frío), en otros casos se debió al trato violento de los ganadores, que se vengaron de manera cruel de aquellos civiles. Aquellas atrocidades provocaron más muertes entre los refugiados en forma de suicidios. En los campos de concentración checoslovacos fueron habituales las violaciones y los castigos sádicos.

Y no solo en Checoslovaquia. En Polonia existieron campos de concentración similares a los alemanes, en funcionamiento hasta 1948, aunque en esta ocasión los civiles alemanes fueron las víctimas que sufrieron las penalidades de aquellos lugares. Valga como ejemplo un testimonio sobre lo que pasaba en el campo polaco de Schwientochlowitz:

Los guardias usaban garrotes, maderas, pértigas y las muletas de los alemanes para pegarles los 15 golpes cada uno. A veces cambiaban la paliza por la pena de muerte, para lo cual tomaban al alemán de pies y manos y como un espolón con la cabeza por delante lo golpeaban contra la pared (...) Los guardias violaron a las mujeres, por lo que una joven de 13 años quedó en estado (…) Enseñaron a sus perros a atacar a los alemanes mordiéndoles en los testículos. Pero aún quedaban 3.000 prisioneros, y Shlomo los odiaba aún más que en febrero, ya que se resistían a morir (...) Al final los piojos llegaron para ayudar a Shlomo: un hombre enfermó de tifus y él y el otro hombre de su cama murieron, y al poco la fiebre se había extendido por todo el campamento de Shlomo (...).

Shlomo Morel, director del campo de concentración de Shlomo,  logró acabar con la vida de 2.500 civiles alemanes en tan solo siete meses.

Creo que con los ejemplos citados de pasada se puede comprender hasta qué punto la venganza de las fuerzas aliadas difirió muy poco de la actuación de sus enemigos alemanes. Esta circunstancia resultó muy palpable para los derrotados, pero también para lugares liberados como Francia. Para muchos franceses, la “liberación” aliada de su territorio fue una brutal masacre de civiles. Volviendo de nuevo a Beevor, con su obra EL Día D, la Batalla de Normandía conllevó  20.000 muertos entre la población civil, a los que habría que añadir otros 15.000 fallecidos como consecuencia de los bombardeos preparatorios durante los cinco meses previos al desembarco. Las ciudades de Caen, Saint-Lô, Falaise, Lisieux, Argentan... fueron arrasadas por los aliados, para sorpresa y espanto de sus habitantes.
 
Estado de la ciudad francesa de Saint-Lô tras los bombardeos aliados
Baste como conclusión de todo esto la siguiente frase:
La guerra es un mal que deshonra al género humano (François Fenelón)


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