Resulta muy sencillo culpabilizar al pueblo alemán
de numerosos crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. El
Holocausto judío, perpetrado por los nazis en los campos de exterminio, es el
ejemplo más conocido y difundido entre la población actual.
Pero la persecución racial no se limitó a los
campos. También existió durante el avance hacia el este de los ejércitos
alemanes y la acción de los Einsatzgruppen,
auténticos escuadrones de la muerte dedicados a realizar matanzas de judíos,
gitanos y políticos enemigos del nazismo. Casi millón y medio de personas
civiles murieron sin ningún juicio en sus acciones en Polonia, Lituania,
Bielorrusia, Ucrania y parte de Rusia.
Todo esto, de manera más o menos profunda, se suele
conocer entre el público profano. Ahora bien, ¿conoce ese público que pasa de
puntillas por la Historia los crímenes cometidos por los aliados contra los
alemanes? Creo que no demasiado.
Resulta obvio que todas las personas que se han
acercado a la Segunda Guerra Mundial con un mínimo de profundidad y objetividad
se han percatado que en ella se enfrentaron monstruos muy similares. Ahora
bien, resulta paradójico que sólo se muestren, por norma, las atrocidades
cometidas por los derrotados y no por los vencedores.
Dijo George Orwell que La Historia la escriben los vencedores, aunque yo no soy muy
partidario de eso. Existe un relato de los vencedores, el cual se suele imponer
entre el público profano. Un relato de los vencidos, una minoría que se niega a
asumir la derrota y pretenden volver a su posición dominante. Y, por último,
una historia tendente a la objetividad que, entendiendo las anteriores dos
caras de la moneda, intentan separar el mito de la realidad. Esta última es la
historia que siempre pretendo mostrar en este
blog.
Volviendo al tema que nos ocupa vamos a poner una
serie de ejemplos con los que comprender por qué los alemanes, además de ser
verdugos, también fueron víctimas, durante la Segunda Guerra Mundial. Y cuando
me refiero a víctimas pienso, principalmente, en las víctimas civiles.
El bombardeo
de ciudades alemanas durante el final de la contienda, cuando la guerra ya
estaba decidida, es uno de los casos más conocidos de atrocidades cometidas por
los aliados contra los civiles alemanes.
Los bombardeos aéreos estratégicos durante la
Segunda Guerra Mundial fue un recurso utilizado por todos los contendientes. Y
aunque se intentaron excusar las víctimas civiles como daños colaterales de
objetivos bélicos, lo cierto fue que el daño a la población civil indefensa era
uno de los principales objetivos. De esta forma se lograba dañar la moral
enemiga como nunca se había realizado antes.
Fueron los alemanes los primeros en utilizar este
terror psicológico contra la población de Varsovia. El 13 de septiembre la Luftwaffe arrasó el barrio judío de la capital
polaca con bombas explosivas e incendiarias.
No obstante, el bando aliado no tardó en realizar
incursiones similares. Su plan de ataque aparece en diferentes informes de
guerra, como el recogido en la obra Harris, Arthur Travers (1995) (2011).
«Despatch on war operations, 23rd February, 1942, to 8th May, 1945: “Atacar con el fin de romper la moral de la
población haciendo las ciudades físicamente inhabitables y sumir a la población
en una sensación de peligro constante”. El primer ataque aéreo masivo tuvo
como objetivo Colina, el 30-31 de mayo de 1942, destruyendo la ciudad por
completo. No obstante, el lugar en el que más destrucción y víctimas se
efectuaron fue en Hamburgo, durante la Operación Gomorra. El 75% de la ciudad
fue destruida y unas 30.000 personas civiles murieron en los bombardeos.
Dejando a un lado la consideración moral de tales
ataques, insertos en una guerra, el
bombardeo de Dresde tiene otras connotaciones diferentes. Entre el 13 y el
15 de febrero de 1945 (3 meses antes de la capitulación alemana) la Royal Air
Force británica (RAF) y las Fuerzas Aéreas del Ejército de los Estados Unidos
(USAAF) realizaron un atroz bombardeo sobre esta preciosa ciudad alemana,
denominada la Florencia del Elba por su gran riqueza arquitectónica.
Con un limitado interés militar en aquel momento de
la contienda (sólo se alcanzaron dos objetivos militares por mera casualidad) y
con una ciudad atestada de personas refugiadas del este, el ataque resulta, a
día de hoy, poco entendible bajo criterios exclusivamente militares. Las
consecuencias del bombardeo masivo fueron terribles: una ciudad completamente
devastada y más de 20.000 víctimas mortales. El uso de potentes bombas
explosivas que perforaban los refugios, así como el lanzamiento de bombas
incendiarias, que provocaron una tormenta ígnea, fueron los principales
causantes de la devastación.
Tal como indicó el Dr. Gregory H. Stanton: “el Holocausto nazi es uno de los más viles
genocidios de la Historia. Pero el bombardeo aliado de Dresde y la destrucción
nuclear de Hiroshima y Nagasaki fueron también crímenes de guerra [...] Todos somos capaces de cometer el mal y
debe haber leyes que nos disuadan de hacerlo”.
Dresde estaba atestada de refugiados alemanes
provenientes del este. Escapaban del terror rojo; ese ejército soviético que se
vengaba de las atrocidades cometidas anteriormente por los alemanes pagando
sobre la población civil con la misma moneda.
Polonia, el primer país liberado sufrió los primeros
envites del ejército aliado de liberación, el cual tenía la consigna de acabar
con cualquier alemán y violar a todas sus mujeres. Los comisarios políticos
alentaban a ello profusamente con mensajes explícitos: “¡Véngate! ¡Tú eres un soldado vengador! …¡Mata al alemán, y salta sobre
la mujer alemana! ¡Así es como un soldado ruso celebra la victoria”.
Estas instrucciones fueron llevadas a cabo con total
sadismo en el avance por Prusia Oriental, siendo Nemmersdorf un buen ejemplo de
atrocidades cometidas sobre la población civil.
Anthony Beevor, en su libro Berlín: La Caída, trató el polémico tema de las violaciones masivas realizadas por el
ejército Rojo en la toma de la capital germana. Según sus palabras: “El destino más extendido de toda mujer y
niña, independientemente de su edad, era ser víctima de las violaciones
colectivas”. En efecto, las violaciones colectivas de una manada de una
docena de hombres era lo más habitual, siendo sus objetivos desde niñas de doce
años hasta ancianas de más de setenta.
Siguiendo con Beevor, “Las estimaciones llevadas a cabo por los dos hospitales más importantes
de Berlín oscilaban entre las noventa y cinco mil y las ciento treinta mil
víctimas de violación. Un médico calculó que de unas cien mil berlinesas
violadas, unas diez mil murieron a raíz de la agresión. La causa de muerte más
extendida en estos casos era el suicidio. La tasa de mortalidad fue, al
parecer, mucho mayor entre el millón cuatrocientas mil personas que habían
sufrido esta suerte en Prusia Oriental, Pomerania y Silesia. En total se cree
que fueron forzadas al menos dos millones de mujeres alemanas, y una minoría
sustancial —que tal vez llegue más bien a ser una mayoría— fue sometida a
violaciones múltiples”.
Y por no culpabilizar solo a un bando aliado también
Beevor ha tratado los crímenes de guerra estadounidenses en su obra Ardenas, 1944 : la última apuesta de Hitler.
Allí descubriremos crímenes de guerra aliados ocultos para la opinión pública
general, como el fusilamiento, sin juicio, de 60 prisioneros alemanes en
Chenogne o la violación de unas 11.000 mujeres civiles alemanas en su avance
hacia Berlín.
Un ejemplo de genocidio contra los alemanes,
bastante oculto para la opinión pública, fue el realizado tras la Segunda
Guerra Mundial en la zona de los Sudetes, actual Chequia.
La expulsión de alemanes étnicos de Europa central y
oriental, tras acabar la contienda, tenía como justificación el castigo
colectivo por haber colaborado con los nazis tras la secesión del territorio
denominado Sudetes de Checoslovaquia bajo los Acuerdos de Múnich de 1938. Esta
expulsión, en verdad, podemos clasificarla de una auténtica limpieza étnica anti-germánica por parte de
los checoslovacos de origen eslavo occidental.
En 1938, la región de los Sudetes de Checoslovaquia
estaba poblada por personas de origen germano en más de un 75%, razón por la
cual podemos hacernos una ligera idea de lo que supuso expulsar a unas personas
que llevaban viviendo allí desde el siglo XV.
Las expulsiones fueron alentadas por los políticos
checoslovacos y realizadas por voluntarios sin escrúpulos, muchas veces
ayudados por militares del ejército checo. Durante las expulsiones obligatorias
se cometieron numerosas atrocidades contra la población civil indefensa.
Un testigo directo de lo que ocurrió en Praga fue el
gran maestro de ajedrez Ludek Pachmann: “Si
hay un infierno en la tierra, estaba en Praga el 5 de mayo de 1.945. En las
farolas de mi amada ciudad había colgados de los pies y como antorchas
vivientes, hombres de las SS [...].
Bandas armadas que se llamaban partisanos expulsaba gente de sus casas. En la
desembocadura del Wassergasse colgaban tres cadáveres desnudos, con
amputaciones que los hacían irreconocibles, les habían sacado todos los
dientes, la boca era un agujero sangrante. Otros alemanes eran obligados a
arrastrar a sus muertos en Stefangasse. Ancianos, mujeres, niños eran
torturados, castigados hasta la muerte. Violaciones, bárbaras atrocidades [...]. Yo no cuento estas barbaridades para
difamar a mis compatriotas sino porque estoy convencido de que solo habrá
entendimiento entre los pueblos cuando todos reconozcan cómo ocurrieron los
hechos”.
Otro caso atroz se produjo en Postoloprty (Bohemia Noroccidental).
Entre 800 y 1.000 alemanes estuvieron concentrados en el cuartel del Ejército
checoslovaco en Postoloprty a principios de junio de 1945, esperando su
traslado forzoso a Alemania. De ellos fueron fusilados 763 sin juicio,
incluidos cinco chicos menores de 15 años. En 2009 se logró dar con los
culpables de tal genocidio: el capitán Vojtěch Černý y el jefe de la Policía de
Postoloprty, Bohuslav Marek. ¿Por qué no fueron conocidos antes? El historiador
Prokop Tomek nos informa sobre ello: “Los
cuerpos fueron exhumados, pero más bien se trató de barrer el asunto de la
palestra porque fueron trasladados a crematorios y quemados. Hoy no sabemos
exactamente quién en concreto murió allí. No conocemos los nombres de las
víctimas. Existía la Ley 115 del año 1946 que justificaba los hechos cometidos
como venganza por los crímenes del nazismo”.
Según los acuerdos de Postdam, la expulsión “pacífica
y ordenada” comenzó el 25 de enero de 1946 y se alargó hasta octubre de aquel
año, en un suceso que me recordó la expulsión de los judíos de la España de los
Reyes Católicos. Aunque sin duda fue más violenta. En esta ocasión los alemanes
expulsados no tuvieron ocasión de malvender sus posesiones; la expulsión
obligatoria conllevó pérdida de la nacionalidad checoslovaca y de sus
propiedades, sujetas a confiscación sin compensación por el gobierno de Praga.
Entre 1,2 y 1,6 millones de alemanes fueron
trasladados a Alemania Occidental y otros 800.000 hacia Alemania Oriental, muriendo
en torno a unos 20.000 según las estimaciones más conservadoras (200.000 la
cifran las más abultadas). Mientras unos fallecieron por las penosas
condiciones del traslado (hambre o frío), en otros casos se debió al trato
violento de los ganadores, que se vengaron de manera cruel de aquellos civiles.
Aquellas atrocidades provocaron más muertes entre los refugiados en forma de
suicidios. En los campos de concentración checoslovacos fueron habituales las
violaciones y los castigos sádicos.
Y no solo en Checoslovaquia. En Polonia existieron campos de concentración similares a los alemanes,
en funcionamiento hasta 1948, aunque en esta ocasión los civiles alemanes
fueron las víctimas que sufrieron las penalidades de aquellos lugares. Valga
como ejemplo un testimonio sobre lo que pasaba en el campo polaco de Schwientochlowitz:
“Los guardias
usaban garrotes, maderas, pértigas y las muletas de los alemanes para pegarles
los 15 golpes cada uno. A veces cambiaban la paliza por la pena de muerte, para
lo cual tomaban al alemán de pies y manos y como un espolón con la cabeza por
delante lo golpeaban contra la pared (...) Los guardias violaron a las mujeres, por lo que una joven de 13 años
quedó en estado (…) Enseñaron a sus
perros a atacar a los alemanes mordiéndoles en los testículos. Pero aún
quedaban 3.000 prisioneros, y Shlomo los odiaba aún más que en febrero, ya que
se resistían a morir (...) Al final
los piojos llegaron para ayudar a Shlomo: un hombre enfermó de tifus y él y el
otro hombre de su cama murieron, y al poco la fiebre se había extendido por
todo el campamento de Shlomo (...)”.
Shlomo Morel, director del campo de concentración de
Shlomo, logró acabar con la vida de
2.500 civiles alemanes en tan solo siete meses.
Creo que con los ejemplos citados de pasada se puede
comprender hasta qué punto la venganza de las fuerzas aliadas difirió muy poco
de la actuación de sus enemigos alemanes. Esta circunstancia resultó muy
palpable para los derrotados, pero también para lugares liberados como Francia.
Para muchos franceses, la “liberación” aliada de su territorio fue una brutal
masacre de civiles. Volviendo de nuevo a Beevor, con su obra EL Día D, la Batalla de Normandía
conllevó 20.000 muertos entre la
población civil, a los que habría que añadir otros 15.000 fallecidos como
consecuencia de los bombardeos preparatorios durante los cinco meses previos al
desembarco. Las ciudades de Caen, Saint-Lô, Falaise, Lisieux, Argentan...
fueron arrasadas por los aliados, para sorpresa y espanto de sus habitantes.
Baste como conclusión de todo esto la siguiente
frase:
La
guerra es un mal que deshonra al género humano
(François Fenelón)
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