domingo, 7 de noviembre de 2021

Los bebés romanos siempre eran alimentados con leche materna


¿Leche materna o biberón? ¿Qué es mejor para el recién nacido? Estas preguntas suelen ser comunes en las madres primerizas. Y si leemos la literatura existente en el tema veremos que diferentes expertos tienen opiniones dispares; mientras unos recomiendan la leche materna hasta incluso cuando los niños tienen dentición, otros abogan por el biberón desde los primeros meses.

De manera general se suele aconsejar que en los primeros seis meses el bebé se crie con leche materna, siendo a partir de entonces la madre la que tiene la libertad de escoger el método más cómodo para su rutina diaria, pues los diferentes experimentos no parecen indicar que los niños sufran ningún tipo de problema al tomar leche sustitutiva a partir del medio año de vida.

¿Qué hacían los antiguos romanos? Veremos que tenían también múltiples soluciones.


De forma general, en la antigüedad, las mujeres eran las encargadas de tener hijos y cuidar de la casa. Por ello, una de sus misiones era amamantar a su prole directamente. Y, cuando ello no era posible, se contrataba a una matrona para realizar tal trabajo.

Desde el final de la República y a partir del Imperio fue habitual que las madres romanas pudientes contrataran directamente a una matrona para evitar el engorro de dar el pecho a sus bebés y se deformara su figura. Quintiliano se hace eco de esta costumbre y advierte sobre la importancia de elegir bien a la ama de leche, llamada nutrix: “Las nodrizas son las primeras personas a las que oirá el niño, a ellas tratará de imitar en sus palabras y no hay que olvidar que somos muy tenaces por naturaleza en retener lo que recibimos en los primeros años, como las vasijas conservan el sabor del primer líquido que reciben” (Quintiliano, I, 1, 4-5).
 
Pintura mural pompeyana. Museo Arqueológico de Nápoles
Por supuesto, los autores más conservadores no estaban muy conformes con esta costumbre moderna. Tácito es uno de ellos: “Ahora se entrega al recién nacido a cualquier criada griega, a la que ayudan algunos esclavos de los menos capacitados. Esas almas inocentes asimilan los cuentos y chismes de esa gente y nadie tiene en cuenta lo que se dice o hace ante los pequeños amos” (Diálogo de Oradores).

Pero esta visión particular de las familias nobles romanas nos puede hacer errar en las conclusiones que saquemos sobre la lactancia pues sólo nos muestra una cara de la moneda. La de las familias más pudientes.

Resulta que en la antigua Roma esas familias eran una excepción. La gran parte de los romanos eran pobres, debían trabajar a diario para subsistir y no tenían ningún complejo respecto a amamantar a sus retoños de forma natural. En ningún caso podían permitirse pagar a una nodriza lo que podían hacer por sí mismos y el problema surgía cuando la madre no podía dar leche a su hijo (o aquella no era suficiente en cantidad).

En esos casos las madres romanas usaban diferentes biberones realizados con arcilla, llamados guttus tintinnabula.
 
Biberón romano. MUNCYT.
Etimológicamente guttus significa “vaso donde el líquido fluye gota a gota”, mientras que tintinnabula significa “ruido tintineante”. Bastante descriptivo, ¿verdad?

Un inciso. Nuestra palabra biberón proviene del francés biberon, que fue introducida a finales del siglo XIX. La palabra francesa proviene del latín bibere, que significa beber.

Volvamos a los biberones romanos. Se trataba de recipientes, similares a nuestros botijos actuales, que poseían una boquilla pequeña para favorecer la toma por parte del bebé. La panza, en la que se depositaba el alimento, poseía diferentes formas, algunas de animales para hacerlo más atractivo al pequeño. Y en su interior se introducían pequeñas piezas que al sacudir el biberón producían un ruido que hacía las veces de sonajero. Me imagino a los pequeños, condicionados como los perros de Paulov, a los que se les abrían los ojos al escuchar el característico tintineo del biberón.

El alimento consistía en papillas de cereales y pan mojado en leche de vaca o de agua. Su volumen, por los ejemplares encontrados arqueológicamente, solían tener entre 50-100 mililitros.

Como podemos imaginar, el mayor problema de estos biberones era la limpieza. Restos de residuos de comida se quedaban adheridos en porciones inaccesibles del biberón, como la estrecha boquilla, lo que era un perfecto caldo de cultivo para diversas bacterias patógenas que infectaban el alimento y, por consiguiente, al bebé. Por tanto, una de las causas de la gran mortandad infantil en el mundo romano pudo deberse a este tipo de biberones escasamente higiénicos.

A los niños romanos que fallecían a edad temprana se les solía enterrar en ánforas junto a ajuares funerarios que contenían estos biberones. Ejemplos de ello los tenemos en la necrópolis de Himera, Sicilia (siglo V a.C.) o en la de la antigua ciudad portuaria helenística de Parion. Y es que los romanos no inventaron el biberón, sino que ya existía en el mundo griego y, me atrevo a afirmar, desde época prehistórica (lamentablemente no han quedado este tipo de biberones realizados con pieles pero seguro que también existieron). Los más antiguos datan de la Época de los Metales, como el encontrado en Ratisbona (entre 1350-800 a.C.).

Biberón de la Edad de los metales

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