¿Leche materna o biberón? ¿Qué es mejor para el recién
nacido? Estas preguntas suelen ser comunes en las madres primerizas. Y si
leemos la literatura existente en el tema veremos que diferentes expertos
tienen opiniones dispares; mientras unos recomiendan la leche materna hasta
incluso cuando los niños tienen dentición, otros abogan por el biberón desde
los primeros meses.
De manera general se suele aconsejar que en los
primeros seis meses el bebé se crie con leche materna, siendo a partir de
entonces la madre la que tiene la libertad de escoger el método más cómodo para
su rutina diaria, pues los diferentes experimentos no parecen indicar que los
niños sufran ningún tipo de problema al tomar leche sustitutiva a partir del
medio año de vida.
¿Qué hacían los antiguos romanos? Veremos que tenían
también múltiples soluciones.
De forma general, en la antigüedad, las mujeres eran
las encargadas de tener hijos y cuidar de la casa. Por ello, una de sus
misiones era amamantar a su prole directamente. Y, cuando ello no era posible,
se contrataba a una matrona para realizar tal trabajo.
Desde el final de la República y a partir del Imperio
fue habitual que las madres romanas pudientes contrataran directamente a una
matrona para evitar el engorro de dar el pecho a sus bebés y se deformara su
figura. Quintiliano se hace eco de esta costumbre y advierte sobre la
importancia de elegir bien a la ama de leche, llamada nutrix: “Las nodrizas son las
primeras personas a las que oirá el niño, a ellas tratará de imitar en sus
palabras y no hay que olvidar que somos muy tenaces por naturaleza en retener
lo que recibimos en los primeros años, como las vasijas conservan el sabor del
primer líquido que reciben” (Quintiliano, I, 1, 4-5).
Por supuesto, los autores más conservadores no estaban
muy conformes con esta costumbre moderna.
Tácito es uno de ellos: “Ahora se entrega
al recién nacido a cualquier criada griega, a la que ayudan algunos esclavos de
los menos capacitados. Esas almas inocentes asimilan los cuentos y chismes de
esa gente y nadie tiene en cuenta lo que se dice o hace ante los pequeños amos”
(Diálogo de Oradores).
Pero esta visión particular de las familias nobles
romanas nos puede hacer errar en las conclusiones que saquemos sobre la
lactancia pues sólo nos muestra una cara de la moneda. La de las familias más
pudientes.
Resulta que en la antigua Roma esas familias eran una
excepción. La gran parte de los romanos eran pobres, debían trabajar a diario
para subsistir y no tenían ningún complejo respecto a amamantar a sus retoños
de forma natural. En ningún caso podían permitirse pagar a una nodriza lo que
podían hacer por sí mismos y el problema surgía cuando la madre no podía dar
leche a su hijo (o aquella no era suficiente en cantidad).
En esos casos las madres romanas usaban diferentes
biberones realizados con arcilla, llamados guttus
tintinnabula.
Etimológicamente guttus
significa “vaso donde el líquido fluye gota a gota”, mientras que tintinnabula significa “ruido
tintineante”. Bastante descriptivo, ¿verdad?
Un inciso. Nuestra palabra biberón proviene del
francés biberon, que fue introducida
a finales del siglo XIX. La palabra francesa proviene del latín bibere, que significa beber.
Volvamos a los biberones romanos. Se trataba de
recipientes, similares a nuestros botijos actuales, que poseían una boquilla
pequeña para favorecer la toma por parte del bebé. La panza, en la que se
depositaba el alimento, poseía diferentes formas, algunas de animales para
hacerlo más atractivo al pequeño. Y en su interior se introducían pequeñas
piezas que al sacudir el biberón producían un ruido que hacía las veces de
sonajero. Me imagino a los pequeños, condicionados como los perros de Paulov, a
los que se les abrían los ojos al escuchar el característico tintineo del
biberón.
El alimento consistía en papillas de cereales y pan
mojado en leche de vaca o de agua. Su volumen, por los ejemplares encontrados
arqueológicamente, solían tener entre 50-100 mililitros.
Como podemos imaginar, el mayor problema de estos
biberones era la limpieza. Restos de residuos de comida se quedaban adheridos en
porciones inaccesibles del biberón, como la estrecha boquilla, lo que era un
perfecto caldo de cultivo para diversas bacterias patógenas que infectaban el
alimento y, por consiguiente, al bebé. Por tanto, una de las causas de la gran
mortandad infantil en el mundo romano pudo deberse a este tipo de biberones
escasamente higiénicos.
A los niños romanos que fallecían a edad temprana se
les solía enterrar en ánforas junto a ajuares funerarios que contenían estos
biberones. Ejemplos de ello los tenemos en la necrópolis de Himera, Sicilia
(siglo V a.C.) o en la de la antigua ciudad portuaria helenística de Parion. Y
es que los romanos no inventaron el biberón, sino que ya existía en el mundo
griego y, me atrevo a afirmar, desde época prehistórica (lamentablemente no han
quedado este tipo de biberones realizados con pieles pero seguro que también
existieron). Los más antiguos datan de la Época de los Metales, como el
encontrado en Ratisbona (entre 1350-800 a.C.).
Biberón de la Edad de los metales |
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