Se utiliza la frase el canto del cisne cuando queremos referirnos a la última obra o
actuación de un artista justo antes de jubilarse o de morir.
Por ejemplo, la colección póstuma de Franz Schubert se tituló Schwanengesang (El canto del cisne) por este motivo, equiparándola
con, por ejemplo, el Réquiem de Mozart o la Novena Sinfonía de Beethoven.
O en 2015 la Fundación Mapfre de Madrid reunió un
conjunto de obras del Museo D´Orsay en la que reagrupaban las obras de sus
grandes pintores academicistas de finales del siglo XIX. Titulada el canto del
cisne, suponía recordar la última expresión de este arte clásico antes de que
la modernidad acabara con el arte anterior tal y como se conocía entonces.
Pero, ¿de dónde viene esta expresión?; ¿es cierto que
los cisnes cantan antes de morir?
Para
averiguar el origen de esta expresión debemos retroceder hasta la Grecia
Clásica. En su mitología el cisne era un ave consagrada al
dios Apolo, dios de las artes y patrón de la música (por ello siempre se
representa con una lira). No en vano la isla en la que nació, Delos, estaba
rodeada por estos animales, a los que se les supone un símbolo de belleza. Pero
además de bellos, los griegos creían que los cisnes, justo antes de morir,
cantaban una bella canción.
Y esta creencia la podemos encontrar en numerosas
fuentes escritas, que solidificaron con los años la creencia de un último y
bello canto del cisne antes de fenecer.
Tal vez, la
primera ocasión en la que vemos esta referencia sea en un par de fábulas de
Esopo (S. VI a.C.). Una es la titulada El
cisne cogido en vez de una oca:
“Un hombre pudiente criaba una oca junto con
un
cisne,
no para lo mismo sin embargo. Pues a uno por
su
canto, a la otra para la mesa. Cuando le llegó la hora
a
la oca, que por ello había sido criada, era de noche y
el
momento no permitió distinguir una del otro. El
cisne,
cogido en vez de la oca, cantó una canción como
preludio
de su muerte y con el canto reveló su
naturaleza
y evitó la muerte.
La
fábula muestra que muchas veces la música
produce
un aplazamiento de la muerte”.
Mientras que la otra es El cisne y su amo:
“Dicen que los cisnes cantan ante la muerte.
Un
hombre
encontró un cisne puesto en venta y, como
había
oído que es un animal muy melodioso, lo
compró.
Y en cierta ocasión en que tenía convidados
se
acercó al cisne y le pidió que cantase durante la
comida.
Éste entonces se quedó en silencio, pero en
otra
ocasión más tarde, cuando creyó que iba a morir,
entonó
un treno para sí mismo; y el amo, al oírle, dijo:
«Si
no cantas más que si vas a morir, fui necio yo que
te
lo pedí entonces y no te sacrifiqué».
Así,
algunos hombres, lo que no quieren conceder
voluntariamente,
lo cumplen en contra de su voluntad”.
En ambas fábulas encontramos la referencia a que los
cisnes sólo cantan justo antes de morir un bello canto, permaneciendo en
silencio durante su vida.
Algo más tarde, la
siguiente referencia a esta particular expresión cantora la encontramos en la
obra dramática de Esquilo titulada Agamenón
(458 a.C.). En el versículo 1444-5 leemos como Climenestra compara la muerte de
Casandra con un cisne:
“Ahí yace el ofensor de esta esposa, el
deleite de las Criseidas
al
pie de Ilio, y también esta prisionera, su adivina
y
compañera de lecho, profetisa que con él compartía fielmente
su
cama, pero que frecuentaba igualmente los bancos
de
los marineros.
Ninguno
de los dos se salió con la suya en la impunidad.
Él,
de este modo, y ella, tras cantar como un cisne
el
lamento postrero de muerte, yace a su lado como su
amante;
y me ha traído un condimento para dulzura de
mi
lecho”.
Esta expresión también la puso Platón, en boca de
Sócrates, en su famoso Phaedo o Fedón (hacia el 387 a.C.):
“—¡Ah!, mi
querido Simmias—replicó Sócrates, sonriendo dulcemente—; ¿con qué trabajo
convencería yo a los demás hombres de que no tengo por una desgracia la
situación en que me encuentro, cuando de vosotros mismos no puedo conseguirlo,
pues me creéis en este momento en peor posición que antes? Me suponéis, al
parecer, muy inferior a los cisnes, por lo que respecta al presentimiento y a
la adivinación. Los cisnes, cuando presienten que van a morir, cantan aquel día
aún mejor que lo han hecho nunca, a causa de la alegría que tienen al ir a
unirse con el dios a que ellos sirven. Pero el temor que los hombres tienen a
la muerte hace que calumnien a los cisnes, diciendo que lloran su muerte y que
cantan de tristeza. No reflexionan que
no hay pájaro que cante cuando tiene hambre y frío o cuando sufre de otra
manera, ni aun el ruiseñor, la golondrina y la abubilla, cuyo canto se dice que
es efecto del dolor. Pero estos pájaros no cantan de manera alguna de tristeza,
y menos los cisnes, a mi juicio; porque perteneciendo a Apolo, son divinos, y
como prevén los bienes de que se goza en la otra vida cantan y se regocijan en
aquel día más que lo han hecho nunca. Y yo mismo pienso que sirvo a Apolo lo
mismo que ellos; que como ellos estoy consagrado a este dios; que no he
recibido menos que ellos de nuestro común dueño el arte de la adivinación, y
que no me siento contrariado al salir de esta vida. Así, pues, en este
concepto, podéis hablarme cuanto queráis, e interrogarme por todo el tiempo que
tengan a bien permitirlo los once”.
Aristóteles,
en su Historia de los Animales (343 a.C.), indicó lo
siguiente sobre los cisnes (615b):
“Los cisnes son
también aves palmípedas y viven en torno a las lagunas y marismas; viven bien,
tienen un buen carácter, cuidan mucho de sus crías y alcanzan larga vida. Si el
águila los ataca, rechazan victoriosamente el ataque, pero no empiezan la
lucha. Son aves cantoras, pero cantan
sobre todo cuando se acerca su muerte”.
Más tarde, los
romanos, al empaparse de la cultura griega, asumieron esta tradición del cisne cantor y la expresaron en
múltiples poemas.
Uno de los más famosos es el realizado por Ovidio, Metamorfosis.
En la Historia de Canente podemos
leer lo siguiente (libro XIV: 416-440):
“Había asperjado caduco Febo los litorales de
Tartesos
y
en vano su esposo por los ojos y el ánimo de Canente
ansiado
era. Los criados y el pueblo por todos
los
bosques se dispersan y opuestas luces portan.
Y
no bastante es para la ninfa llorar y lacerar sus cabellos
y
darse golpes de pecho -hace esto, aun así, todo-
y
se abalanza y deambula vesánica del Lacio por los campos.
Seis
noches ella y otras reiteradas luces del sol
la
vieron, indigente de sueño y de alimento
por
los cerros, por los valles, por donde el azar la llevaba, andando.
El
último la contempló el Tíber, del luto y del camino
fatigada
y ya depositando su cuerpo, larga, en su ribera.
Allí,
junto con lágrimas, por el propio dolor entonadas,
unas
palabras de sonido tenue afligida derramaba, como en otro tiempo
sus
canciones ya muriendo canta, exequiales, el cisne.
Por
sus lutos, al extremo, en sus tenues médulas derretida
se
consumió y, leves, poco a poco se licueció en las auras.
Su
fama, aun así, señalada en ese lugar quedó, al cual según el rito el
Canente,
por el nombre de la ninfa, lo llamaron los antiguos colonos.
Muchas
cosas tales a mí narradas durante un largo año,
y
vistas por mí, fueron. Acomodados y por la deshabituación lentos,
de
nuevo a entrar al estrecho, de nuevo dar las velas se nos ordena,
y
que dudosas nuestras rutas, y que el camino vasto, la Titania
nos
dijera, y que nos aguardaban los peligros del salvaje ponto.
Muchó
temí, lo confieso, y al hallar este litoral, a él me aferré”.
Marcial,
en sus célebres Epigramas, también se refiere al último canto del cisne
relacionándolo con el dios Apolo (Libro IX, XLII, Súplica a Apolo en favor de
Estela):
“Así te hagas
rico, Apolo, con las campiñas de Mirina; así disfrutes siempre de los viejos
cisnes; así tengas a tu servicio a las doctas hermanas y tu sacerdotisa délfica
no mienta a nadie; así te honre y te ame el Palatino: que los doce fasces, a
ruego tuyo, se los conceda rápido a Estela nuestro buen César y le dé su
anuencia. Entonces yo, feliz y deudor de una ofrenda, llevaré a sacrificar ante
tus aras rústicas un ternero con los cuernos dorados. Ya ha nacido la víctima,
Febo: ¿por qué das largas?”.
E indicándonos la tradición griega de manera
expresa y poética (Libro XIII, LXXVII, Cisnes):
“Dulces cantos
con su lengua sin fuerzas entona el cisne, cantor él mismo de su propio funeral”.
Pero fuera del ámbito de la poesía, también tenemos
referencias al último canto del cisne. Nombraré a Eliano, profesor de retórica romano que vivió entre el siglo II y
III d.C., realizó un curioso libro sobre hechos y fábulas del reino animal. Sobre
la naturaleza de los animales fue escrita en base a fuentes griegas
anteriores, razón por la cual es lógico que repitiera la tradición sobre el
canto del cisne. La leyenda aparece en dos capítulos:
Libro II, 32:
“El cisne.
Los
poetas y muchos prosistas adscriben el cisne al servicio de Apolo, mas no sé
decir en qué otra relación con la música y el canto está. Nuestros antepasados
creían que después de cantar la canción llamada «del cisne» moría. La
Naturaleza le honra más que a los hombres nobles y rectos, y con razón, pues
mientras a estos otros los alaban y lloran, los cisnes hacen una y otra cosa,
es decir, alabarse y lamentarse a sí mismos”.
Libro V, 34:
“El cisne y la
muerte.
En
las circunstancias más serias, el cisne tiene sobre los hombres ciertas la
muerte ventajas, pues sabe cuándo le llega el término de su vida, y sin
embargo, sobrelleva con buen ánimo la cercanía de la muerte, ya que ha recibido
de la Naturaleza el más bello don: tiene fe en que en la muerte no hay nada de
triste ni de doloroso. Los hombres sienten miedo de lo que ignoran y consideran
a la muerte como el mayor de los males. En cambio, tan grande es el buen ánimo
del cisne, que, hasta en el momento final de su vida, canta y rompe en un canto
fúnebre que es, por así decirlo, un homenaje a sí mismo
[…] Así pues, también el cisne canta su
propio canto funeral, ejecutando himnos en honor de los dioses o un relato de
sus propias alabanzas como viático de su partida. Sócrates testifica también
que no canta movido por la tristeza, sino más bien de alegría, porque el hombre
que tiene el corazón atormentado y triste no tiene vagar para el canto y la
melodía”.
No obstante, la
crítica romana comenzó a poner en duda esta curiosa facultad de los cisnes.
El más explícito al respecto fue Plinio el
Viejo, afamado observador de cuanto le rodeaba, quién en el año 77 a.C.
escribió lo siguiente en su famosa obra Historia
Natural (Libro X, capítulo 32):
“Se cuenta que,
en el momento de morir, los cisnes cantan lastimeramente, cosa que, por algunas
observaciones, es falsa en mi opinión”.
En este momento podríamos pensar que el supuesto canto
mortal del cisne es un mero recurso poético sin mayor base empírica. En efecto,
los cisnes que solemos conocer y que conocieron griegos y romanos fueron de la
especie cisne vulgar (Cygnus olor), doméstico, silencioso y nada dado al canto
en ningún momento de su vida.
Pero otro gran observador de la naturaleza, Leonardo da Vinci, indicó mucho después
lo siguiente sobre los cisnes: “El cisne
es blanco, sin mancha, y canta dulcemente cuando se muere, y esa canción pone
fin a su vida”.
¿Es posible que mintiera Leonardo? ¿O que fuera Plinio
el equivocado? Algo extraño en dos personas tan dadas a la observación directa.
La solución es posible que la encontrara Peter Pallas, un zoólogo y botánico
alemán, quién en el siglo XIX indicó que la leyenda del canto del cisne podría
estar relacionada con otra clase de cisne, el Cygnus cygnus, más conocido como cisne cantor. Este cisne salvaje,
propio de las regiones norteñas de Europa y Asia limítrofes con Groenlandia,
suele migrar al mediterráneo oriental durante los fríos inviernos. Y este
cisne, al contrario que el cisne vulgar, si emite una serie de notas musicales
en los últimos estertores. Ello se debe a la presencia de un bucle traqueal
adicional situado dentro de su esternón.
Este canto lastimero también fue detectado en el siglo
XIX por el zoólogo D. G. Elliot,
quién escuchó el sonido lastimero de un cisne de la tundra (similar al cantor)
al ser alcanzado por un disparo en pleno vuelo. Mientras planeaba hacia la
tierra le escuchó entonar un canto lastimero y musical que, por momentos,
sonaba “como el suave funcionamiento de
las notas de una octava”.
Por tanto, como conclusión final indicar que la
leyenda del cisne cantor puede tener una base real en la observación de la
naturaleza. Y fue por existir diversas clases diferentes de cisnes que Plinio
se equivocó al considerar tal característica una licencia poética.
Bibliografía:
Esopo. Fábulas. Biblioteca Clásica Gredos, 6. Editorial
Gredos. 1993.
Esquilo. Tragedias. Biblioteca Clásica Gredos, 97.
Editorial Gredos. 1986.
Platón. Fedón. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
Edición Electrónica de www.philosophia.cl
Aristóteles. Investigación sobre los animales.
Biblioteca Clásica Gredos, 171. Editorial Gredos. 1992.
Ovidio. Metamorfosis. Biblioteca Virtual Miguel de
Cervantes, 2002.
Marcial. Epigramas. En la red: https://ifc.dpz.es/recursos/publicaciones/23/14/ebook2388_2.pdf
Plinio el Viejo. Biblioteca Clásica Gredos, 308.
Editorial Gredos. 2010.
Eliano, Claudio. Historia de los animales. Libros
I-VIII. Biblioteca Clásica Gredos, 66. Editorial Gredos. 1984.
da Vinci, Leonardo. The Notebooks of Leonardo da
Vinci. Library of Alexandria. 1938.
Johnsgard, Paul A. The Swans of Nebraska. Prairie Fire
(USA). 2013.
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