El pasado puente de mayo me acerqué a la maravillosa
ciudad de Toledo y una de las visitas que más ganas tenía de hacer era al nuevo
Museo del Ejército, situado en el edificio histórico del Alcázar.
Desde que cerrara el de Madrid y las piezas fueran
trasladadas a Toledo no había tenido ocasión de asistir. Y debo decir que, a
pesar de las críticas recibidas, el museo ha logrado modernizarse y
actualizarse. Tanto como para que sea una de las visitas de referencia de la
ciudad.
Ahora bien, no es oro todo lo que reluce. Y sin
querer ser demasiado crítico o subjetivo, si existen algunos aspectos que no
llego a entender. A continuación os daré toda la información para visitar este
importante museo, recomendándoos encarecidamente su descubrimiento.
El museo del ejército español se encuentra en un
edificio histórico impresionante. En la colina más alta de la ciudad se alza el
Alcázar, un edificio que nos recordará la típica imagen de El Escorial. En
efecto, fue realizado en el siglo XVI bajo similares criterios, por orden de
Carlos I. Y sus tres constructores fueron Alonso de Covarrubias, Francisco de
Villalpando y Juan de Herrera. Se trata de un edificio cuadrangular, compacto y
ordenado en torno a un monumental patio central, donde destaca la figura
central de Carlos V, la doble arcada sostenida por arcos de capiteles corintios
y compuestos y la no menos asombrosa escalera imperial, obra de Villalpando .
La fachada también es de gran sobriedad y belleza, dividida en tres pisos, con
ventanas que poseen diferente decoración. Mención aparte tiene el gran escudo
imperial de la entrada, reflejo del poder universal de la monarquía de los
Austrias españoles.
En la visita al museo tenemos un itinerario paralelo
donde podemos ver las principales partes de este singular e importante edificio
de la historia española. Sólo la visita del edificio merecería la pena, pero
además es sede del museo del ejército español, uno de los más importantes del
mundo.
El cambio del museo de Madrid a Toledo ha tenido
aspectos positivos y negativos. Entre los primeros cabe destacar la
modernización de la exposición, la cual incluye numerosos paneles explicativos,
salas amplias, recorridos temáticos y ordenados, montajes audiovisuales…
Entre los aspectos negativos que pude apreciar están
varios que no son baladíes. Teniendo tanto espacio como el que tiene el edifico
del Alcázar me sorprendió enormemente que la exposición incluyera tan pocas
piezas.
Me explico. Para cualquier profano la visita es casi
inabarcable. Resulta imposible en una jornada abarcar todas las salas, por lo
que es recomendable centrarse en la época que más nos interese. Ahora bien,
para personas expertas, sorprende que de las 35.000 piezas que posee el museo apenas
se muestren unas 5.000. ¡Se podría hacer otro museo en Madrid con la mitad de
lo restante!
Algunos pensarán que ver diez cañones y cien es lo
mismo. Pero no lo es. Máxime cuando muchos de ellos tienen su historia
particular. Y este es otro fallo del nuevo museo. Han logrado crear un
recorrido histórico y cronológico genial. Pero se han olvidado de potenciar la
historicidad de cada una de las piezas expuestas. Es decir, sabremos el
armamento que usaban los tercios españoles del siglo XVI. Pero no sabremos a
ciencia cierta cuáles fueron sus principales logros. Descubriréis más
información sobre batallas épicas de nuestro ejército en las revistas y libros
especializados de la tienda que entre las vitrinas expositivas. ¿Sería ese su
objetivo realmente?
El museo, a pesar de su aire moderno, es
tremendamente confuso. Ascensores que no conectan todas las plantas, un
itinerario complicado… Os aconsejo encarecidamente estudiaros bien el mapa del
museo (os adjunto PDF al final) para no deambular como auténticos “caminantes”
por esos pasillos asépticos e idénticos.
Otro aspecto muy criticado es la entrada moderna. No
me parece tan hiriente para el gusto actual y la arquitectura tiene que ser
algo vivo que se adapte al paso del tiempo. Ahora bien, tapar la hermosa
fachada realizada por Covarrubias al público general es un crimen histórico de
magnitud insondable.
Y no menos importante es la ocultación del asedio
del Alcázar durante la Guerra civil Española. Si el antiguo museo pecaba de
subjetividad en su exposición (no en vano databa de época franquista), en el
nuevo las referencias a este periodo histórico han sido, prácticamente,
borradas. Ningún turista chino que visite el museo se llevará la idea de que
allí aconteció un importante suceso militar del siglo pasado. Y eso, por otros
motivos, también es tergiversación histórica. Pues tan malo es para la historia
una información falsa de lo sucedido como la eliminación de toda huella de un
hecho histórico. En fin, parece que no terminamos de pasar página…
A pesar de todo lo anterior debo reconocer que el
nuevo museo entra por los ojos. Es agradable de visitar (siempre que sepamos
donde estamos) y tiene una amplitud cómoda. Aunque para un romántico como yo,
conocedor del abigarramiento de piezas del antiguo museo del ejército
madrileño, el aspecto actual sea demasiado aséptico. En mi opinión parece más
un hospital que un museo. Y tratándose del museo del ejército la cosa tiene
delito, ¿verdad?
A continuación os voy a dejar la información de los
paneles así como las fotografías de la primera exposición que os encontraréis
al entrar al museo (antes de acceder al Alcázar mismo). En su día fue una
exposición temporal que, debido al interés del tema, creo que ha quedado
consolidada como importante introducción al museo en sí mismo. La estética es
idéntica al resto del museo, razón por la cual os ayudará a haceros una idea
muy aproximada de lo que os esperará más adelante.
Espero que os guste. Seguro que a más de uno se le
abrirá la boca y tendrá el gusanillo de visitar este excepcional museo.
Los
ejércitos antes del Ejército
En la historia
de la Humanidad el enfrentamiento entre grupos humanos ha sido una constante:
cazadores que pelearon por controlar los recursos, sociedades prehistóricas
defendidas por guerreros y civilizaciones antiguas engrandecidas por las
acciones de sus ejércitos. Toda una herencia recogida en la Edad Media para
crear una sociedad fundamentalmente guerrera y caballeresca.
La
aparición de las primeras armas
Las primeras
armas fueron relativamente simples, ya que se trataba de instrumentos líticos
utilizados en actividades cotidianas.
Tampoco existían
especialistas en combatir, pues no había artefactos que exigieran una
preparación previa para su uso. De modo que las hachas de piedra empleadas para
cortar la madera, o las flechas arrojadas por los arcos utilizados para la
caza, pudieron ser aprovechadas para dirimir disputas entre diferentes grupos
humanos, tal y como demuestran algunas pinturas rupestres del arte levantino.
Primeras armas prehistóricas multifuncionales |
No será hasta el
Calcolítico (c. 3.000 a.C.) cuando aparecerán las primeras armas fabricadas en
metal cobre, hecho que coincidirá con la aparición de las primeras
fortificaciones complejas, con atalayas y bastiones circulares, que dan idea de
una creciente jerarquización tanto de la sociedad como del poblamiento.
Las
primeras armas de metal
La metalurgia
del bronce permitió el avance de la tecnología armamentística. De este modo,
junto a otros utensilios que por su carácter polifuncional pudieron ser
empleados como armas, aparecieron nuevos tipos de objetos que completaron una
panoplia cada vez más especializada. Cascos, lanzas, espadas, puñales y
alabardas fueron depositados en las tumbas, resaltando el estatus de su
propietario y su carácter guerrero.
Primeras armas de metal |
Además, junto a
los objetos reales, aparecerán imágenes esquemáticas de armas y carros que
acompañaban a individuos en grabados rupestres y estelas funerarias.
Tradicionalmente, estas representaciones han sido interpretadas como guerreros
heroizados, lo que les confiere un fuerte carácter mágico y simbólico.
Íberos
y celtíberos
Armas de Íberos y Celtíberos |
A partir del
siglo VIII a.C. se observa un desarrollo progresivo de los aspectos militares
en la Península Ibérica. Coincidiendo con la introducción de la metalurgia del
hierro, las culturas ibérica y celtibérica comenzaron a presentar rasgos
propios, reconocibles en los tipos de armas y en los sistemas defensivos de sus
poblados. Al mismo tiempo, experimentaron influencias de otras tradiciones
culturales procedentes del mundo mediterráneo y Europa central, sobre todo a
partir de las confrontaciones con cartagineses y romanos.
De este modo, la
guerra resulta de importancia capital para comprender estas sociedades, al
desarrollarse en ellas una ética guerrera que llevará a la aparición de élites
militares, a la jerarquización del territorio en torno a ciudades amuralladas,
y, en último término, al desarrollo de panoplias armamentísticas.
La
guerra en las culturas Ibérica y Celtibérica
Armas Celtíberas |
Para íberos y
celtíberos, la guerra constituía una manera de conseguir prestigio y riqueza,
gracias al honor y fama que proporcionaba la victoria. Por eso, los valores
guerreros desempeñaron un papel muy importante en ambas culturas, desde sus
fases formativas y hasta la llegada del mundo romano.
De este modo, un
gran número de autores grecolatinos se hicieron eco de las excelencias de estos
ejércitos y describieron sus diferentes tácticas y modos de combatir: desde la
guerra de guerrillas hasta los enfrentamientos disputados en campo abierto,
pasando por el combate individual de campeones. En este sentido, afirmaba
Diodoro de Sicilia (5, 29, 2): “es su
costumbre cuando están formados en batalla salir de sus líneas para desafiar al
más valeroso de sus oponentes a un combate individual, blandiendo sus armas
para atemorizar a sus adversarios. Y cuando algún hombre acepta el reto de
luchar, porrumpen en cánticos alabando las hazañas de sus antepasados.”
El
cerco de Numancia
Maqueta de un guerrero numantino 134 a.C. |
Entre el año 218
y el 17 a.C. tuvo lugar la conquista romana de Hispania. Esta se realizó en
varias fases, viéndose frenada por la resistencia que las poblaciones indígenas
del norte y del interior peninsular ofrecieron al avance de las legiones
romanas.
Uno de los
acontecimientos más recordados por los escritores grecolatinos fue la Guerra de
Numancia. Esta pequeña población arévaca encabezó la lucha que los celtíberos
opusieron a Roma entre el 153 y 151 a.C.; y adquirió el protagonismo absoluto
entre el 141 y el 133 a.C., al vencer a los sucesivos cónsules que fueron
enviados a sofocar su resistencia. Para poner fin a esta situación, en el año
134 a.C., el Senado romano envió a Publio Cornelio Escipión Emiliano, el
vencedor de Cartago, quién, tras someter a la ciudad a un largo asedio,
propició su destrucción, poniendo fin a dos décadas de enfrentamiento con Roma.
Hispanos
en el ejército romano
Las legiones
romanas que participaron en las guerras de conquista del centro y norte
peninsular contaron siempre con el apoyo de tropas auxiliares reclutadas entre
las poblaciones indígenas; si bien estas luchaban bajo las órdenes de sus
correspondientes jefes y con sus propias tácticas, técnicas y armamento.
Sin embargo,
desde comienzos del siglo I a.C. Roma comenzó a integrar formaciones regulares
de hispanos en su ejército, hasta que, gracias a la política de Augusto,
pasaron a ser profesionales y dotadas de una organización homogénea.
Armas de un soldado romano |
De modo que, y
pese a que los provinciales hispanos no tenían la ciudadanía romana, fueron
equiparados a los legionarios en aspectos tácticos y técnicos, integrando alas
de caballería y cohortes de infantería cuyos efectivos acabarán por luchar en
diferentes frentes del Imperio, tan distantes como el del Rhin, el Danubio o el
norte de África.
La
legión romana
Maqueta de un soldado romano |
En época
imperial, cada legión estaba compuesta por unos 5.000 hombres, que para ser más
operativos se articulaban en unidades tácticas menores, tanto en sentido
longitudinal como en profundidad.
De este modo,
los legionarios se distribuían en diez cohortes y en sesenta centurias de 80
legionarios cada una, excepto la primera cohorte que duplicaba los efectivos de
sus centurias.
Al frente de la
legión se encontraba el legado, asistido por un cuerpo de oficiales constituido
por seis tribunos militares, un praefecto
castrorum encargado de organizar el campamento y un aquilifer que portaba
el águila de la legión.
Por su parte,
cada centuria contaba con un centurión que la mandaba; un optio que servía de lugarteniente del centurión; un signifer que llevaba el estandarte; un teserario encargado de las tareas de
seguridad; y un cornicer que
transmitía las órdenes.
El
ejército visigodo
Maqueta guerrero visigodo |
El visigodo fue,
sobre todo, un ejército de control territorial basado en el establecimiento de
tropas en las grandes ciudades y en la militarización de sus fronteras. Desde
el punto de vista táctico, se basó en una combinación flexible de la caballería
y la infantería, aunque desde el reinado de Ataulfo (410-415) se observa un
mayor peso de la primera.
Constituido
sobre una base territorial, los oficiales superiores pertenecían a la
aristocracia visigoda, mientras que la masa de guerreros estaba compuesta por
hombres libres de estirpe goda o germana. Sin embargo, desde el reinado de
Alarico (487-507) comenzaron a ser admitidos antiguos esclavos, desclasados y
provinciales de origen diverso.
La
estructura del ejército
Durante los
siglos V y VI, la composición del ejército visigodo vino a reproducir la
organización militar de las legiones romanas, establecida en una base decimal
que demostró ser de gran efectividad.
El Rey ostentaba
el mando absoluto. Por debajo de él se encontraban el Dux provinciae, con mando en la provincia, y los Comes exercitus, que mandaban los
contingentes militares de cada ciudad.
El cuerpo de
oficiales lo completaban el Thiufadadus,
que mandaría una thiufa (1.000
hombres); el Quingentenarius (500
hombres); el Centenarius (100 hombres);
y el Decanus (10 hombres).
El
arte de la guerra
Maqueta guerrero musulmán medieval |
Durante los casi
ocho siglos de presencia árabe en la Península Ibérica (711-1492), se
sucedieron numerosas confrontaciones bélicas, no sólo de cristianos contra
musulmanes, sino también entre los diversos reinos hispanos, así como de las
diferentes taifas islámicas entre sí.
La superioridad
inicial musulmana en el terreno bélico posibilitó la conquista de la práctica
totalidad de la Península, hasta que los reinos cristianos del norte lograron
contrarrestar sus efectos y situar las fronteras en los valles del Ebro y el
Tajo.
Los años finales
del siglo XI constituyen el punto de partida para la supremacía militar de los
reinos cristianos, quienes ampliarán sus fronteras a base de una sucesión de
cercos de los principales enclaves andalusíes. El avance sobre los antiguos
territorios califales sólo pudo ser contenido momentáneamente con la llegada de
otros pueblos norteafricanos, aunque a finales del siglo XIII la frontera se
situó en el Estrecho de Gibraltar, quedando reducida la presencia islámica al
reino de Granada.
Las
batallas campales
Los enfrentamientos
directos de dos grandes ejércitos en campo abierto sólo jugaron un papel
secundario a lo largo de la Edad Media.
Los
contendientes prefirieron aproximaciones indirectas al enemigo antes que
arriesgarse a la destrucción masiva de sus fuerzas, sobre todo cuando la
victoria no siempre garantizaba la consecución del objetivo prioritario: la
expansión territorial.
Armamento cristiano medieval |
Con todo, hubo
batallas campales entre cristianos y musulmanes, aunque casi nunca fueron
concebidas para destruir las fuerzas del adversario, a excepción de Las Navas
de Tolosa (1212), sino para detener incursiones enemigas –batallas de Zalaca
(1085), Consuegra (1097) y Alarcos (1195)-, o para tratar de levantar un
asedio, El Cuarte (1094), Uclés (1108), etc.
Batallas
decisivas
La victoria de
los ejércitos andalusíes y almohades en Alarcos, sobre las tropas castellanas
mandadas por Alfonso VIII (1195), supuso un freno para el avance cristiano, así
como la pérdida de un importante sector de la frontera toledana al sur del
Tajo. Además, la derrota cristiana ocasionó la quiebra de la alianza entre los
diferentes reinos, propiciando que Alfonso IX de León pactase con los árabes
para atacar a Castilla.
Por el
contrario, la trascendente victoria conseguida por la alianza de los diferentes
reinos cristianos en las proximidades de las Navas de Tolosa (1212), desmanteló
el contingente norteafricano y permitió a los castellanos afianzar su presencia
entre el Tajo y Sierra Morena.
La
organización de los ejércitos medievales
Los ejércitos
medievales eran muy heterogéneos, como consecuencia de la diversidad de
sistemas de reclutamiento, de la variedad de su armamento y del distinto nivel
de instrucción de cada contingente.
Junto a las
huestes que formaban parte del ejército regular islámico, combatieron tropas
voluntarias que cumplían el precepto coránico de la yihad, esclavos convertidos al Islam, bereberes norteafricanos e,
incluso, mercenarios de muy diversa procedencia, incluidos cristianos de otros
reinos peninsulares o europeos. Por su parte, a las mesnadas organizadas en
torno a los diferentes reyes cristianos se sumaron contingentes aportados por
nobles y señores, las milicias urbanas y concejiles, combatientes de Órdenes
Militares, así como tropas mercenarias al servicio de los diferentes reinos.
Tácticas
de combate
Maqueta caballero pesado cristiano |
La táctica de
lucha en campo abierto más representativa de los ejércitos cristianos fue la
carga de la caballería pesada. Para ello, se formaban grupos compactos de
caballeros armados con cota de malla, escudo y lanza larga, dispuestos unos
junto a otros en varias filas de profundidad que proporcionaban una gran fuerza
de choque al cargar sobre el enemigo.
Por su parte,
los musulmanes desarrollaron tácticas de combate basadas en la velocidad de
movimientos de su caballería.
Los jinetes
islámicos solían portar equipos y armas más ligeras, lo que permitía realizar
movimientos envolventes, atacar por los flancos o la retaguardia, y practicar
la táctica del tornafuy: retiradas
fingidas seguidas de inesperados retornos a la carga.
El
soldado cristiano
Armaduras cristianas final Edad Media |
La caballería
fue el arma más completa y contundente de los ejércitos cristianos
peninsulares. Los jinetes portaban espadas rectas de doble filo y largas lanzas
con las que cargaban sobre el adversario, empleando para su defensa escudos
alargados, cascos metálicos, protecciones de cuero acolchadas y mallas de
anillas entrelazadas para resguardar las diferentes partes del cuerpo.
A partir del
siglo XIII, y por la influencia continental, el perfeccionamiento de estos
equipos dará lugar a una caballería acorazada que culminará con la aparición,
en el siglo XIV, de pesadas armaduras de placas metálicas y los primeros
elementos de arnés.
Por su parte, la
infantería jugó un papel militar menor que el de la caballería, aunque también
se vio afectada por las mejoras en el armamento ofensivo, al perfeccionarse el
uso de artefactos como la ballesta o con la aparición, en el siglo XV, de una
gran variedad de tipos de alabardas y, sobre todo, las primeras armas de fuego
individuales: las espingardas o cañones de mano.
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