domingo, 7 de agosto de 2016

El judaísmo es una religión más homogénea que el resto



España es un país laico. Pero no podemos obviar la importancia que ha tenido el cristianismo en su pasado, como elemento indispensable de su configuración y esencia.

La modernidad ha logrado sacar a la religión de la vida política (al menos teóricamente) y ha permitido numerosas opciones a los ciudadanos, los cuales, se han decantado desde el seguimiento más rígido de la disciplina católica hasta el ateísmo más militante.

Teniendo en cuenta la variabilidad personal de los cristianos y las numerosas  divisiones a las que se vio sometida la religión católica, este contexto nos hace mirar religiones vecinas, como el judaísmo, con una envidia sana respecto a su homogeneidad de costumbres y ritos. 

¿O se trata de una falsa impresión?


Como España es un país de tradición católica voy a comenzar por el cristianismo y su enorme heterogeneidad.

Actualmente, existen más de 2.000 millones de fieles que practican la religión católica, lo que supone, aproximadamente, 1/3 de la población mundial. De todos ellos, la mitad, más o menos, son católicos apostólicos y romanos; es decir, siguen el mandato del Papa de Roma, el cual se basa en las palabras de Jesús y sus apóstoles.

El resto de cristianos se dividen en numerosos grupos. Los denominados ortodoxos se separaron de Roma con el cisma del año 1054 y, a su vez, se dividen en dos ramas: la griega, con patriarca en Constantinopla y la eslava, con patriarca en Moscú.

Otro grupo numeroso es el de los cristianos protestantes, surgidos de la reforma luterana del siglo XVI, lo cuales no obedecen al Papa y practican una interpretación libre de las Escrituras Sagradas. En una línea parecida se encuentran los cristianos anglicanos, cuya máxima autoridad religiosa es el monarca.

Grupos mucho más pequeños, pero con su especial idiosincrasia, se reparten por todo el mundo. En ellos, por citar sólo algunos, destacaré a los Testigos de Jehová, a los evangelistas o a los mormones.

El cristianismo no es la única religión afectada por la escisión de una parte importante de sus creyentes en grupúsculos más pequeños. El Islam, por ejemplo, que aglutina al 21% de la población mundial, también tiene diversas divisiones internas. Sin querer alargarme demasiado en el asunto nombraré la más evidente actualmente, la que distingue a chiítas y sunitas.

En el siglo VII los musulmanes tenían un evidente problema en cuanto a la sucesión de su califa (el sucesor del profeta Mahoma), pues no existía ninguna orden divina que fijara una regla. Por ello, aparecieron dos grupos enfrentados que no lograron imponerse. Por un lado estaban los chiíes, miembros del Islam más heterodoxo y que consideraban califa a los sucesores directos de Mahoma. Por otro, los sunníes, partidarios de la sunna (tradición vivida y enseñada por Mahoma) y que consideraban la sucesión del califa no como una opción hereditaria, sino que debía limitarse a la tribu del profeta, los Qurays.

Ante tales problemas Abu Bakr, padre de A´isa, esposa del profeta, obtuvo el juramento de todos y se convirtió en el primer califa. Le seguirían Umar b. Al-Khattab, compañero del profeta, y Utman, yerno de Mahoma y aristócrata quraysí. Este último fue elegido teniendo en contra una fuerte oposición, pues existía un grupo fuerte que preferían la elección de Alí, primo y yerno del profeta. Utmán sería asesinado y Alí aclamado por los partidarios opuestos al anterior califa. Se producirá entonces una especie de guerra civil denominada fitna, de la que surgirán tres grupos étnico-religiosos que se mantienen hasta hoy: los sunnís, que engloban el 90% musulmanes y para los que la religión no ostenta poder temporal en la sociedad civil; los chiítas, concentrados en Irán y parte de Irak, cuyo líder espiritual (el Ayatolá) tiene funciones de gobierno; y los jariyíes, reducidos a el sultanato de Omán, en Zanzíbar y en algunos islotes del Magreb, y cuyo principal pensamiento es que el gobernante de la comunidad islámica debe ser el musulmán más devoto. Su división, a su vez, en distintos grupos (Azraquitas, Najadatas, Ibaditas…) es elocuente de la enorme variedad existente en el interior del Islam a nada que profundizamos un poco.

Voy a nombrar, de pasada, otras dos religiones universales con gran número de fieles. En ambas, la heterogeneidad también resulta muy evidente y la variedad de pensamientos y acercamientos a la religión resulta aún más diversa que en las dos anteriores.

Por un lado, en el budismo, al no haber tenido una tradición histórica donde un único libro o una jerarquía marcaran la ortodoxia, se ha dividido en numerosas escuelas. Aunque todos creen en la figura de Buda, que significa “el despierto”, y consideran este mundo como un sueño del que es necesario despertar, la variedad de comunidades hace que distintos budistas defiendan ideas muy distintas. Por ejemplo, mientras que unos creen que Buda fue un simple humano, otros lo consideran sobrenatural. Mientras unos piensan que sólo mediante el camino de los monjes se puede alcanzar el nirvana, otros consideran que existen distintos budas y seres sobrenaturales que se reencarnan continuamente para ayudar a los humanos a alcanzar el nirvana. Son los llamados bodisatva, siendo el Dalái Lama del Tíbet un buen ejemplo.

Respecto al hinduismo, la tercera religión mundial por número de fieles, la diversidad es aún mayor, dada la amalgama de influencias que la compone. Por simplificar, podemos dividir cuatro grupos principales: los seguidores de Vishnú, los que potencian la deidad femenina Shakti, los que se centran en Shiva y los neovedantistas.

Ahora bien, la impresión externa respecto de los judíos es una homogeneidad importante respecto al resto de principales religiones universales. Cuando hablamos de judíos todos los fieles de esa religión entran dentro de nuestra imaginación colectiva. Por ejemplo, los nazis persiguieron a todos los judíos por igual. En la Edad Media, todos los judíos fueron expulsados por los recién creados estados europeos modernos.

La impresión anterior ha sido reforzada por los mismos judíos, los cuales decidieron autosegregarse del resto de sociedades con el objetivo de no ser asimilados por religiones más universales y “poderosas”. Su monoteísmo extremo, la convicción de ser el pueblo elegido por Dios y el cumplimiento de la ley de Dios son sus principales señas de identidad.

Grupo de judíos ante el Muro de las lamentaciones


Pero tras esa superficial corteza, el árbol judío, a nada que nos adentramos en sus raíces, muestra una heterogeneidad tan marcada como en las anteriores religiones nombradas. Por ejemplo, respecto a los rituales, los judíos sefardíes (herederos de los expulsados de la Península Ibérica) nada tienen que ver con los centroeuropeos (asquenazíes).

No quiero alargarme demasiado en las diferencias entre las distintas comunidades judías, por lo que nombraré solamente los principales grupos actuales.

Los más conocidos son los judíos ortodoxos, por su empecinado mantenimiento de las tradiciones más arcaicas y el rechazo a la modernidad y sus nuevas normas. Aunque son minoría, su peso en el diminuto Estado de Israel es muy importante, lo que hace muy difícil la convivencia con las minorías musulmanas de la zona. A pesar de su característico aspecto y sus particulares costumbres, no son un grupo tampoco homogéneo y muchos judíos ortodoxos renuncian a influir en la política nacional.

Lo anterior puede sorprender a los profanos pero entre la gran variedad de opiniones entre los judíos, una de las más importantes es la relativa al Estado de Jerusalén. Mientras unos judíos, llamados sionistas, consideran esencial la existencia de un estado judío, con el objetivo de no volver a sufrir persecuciones como la sufrida con el nazismo, otros no consideran ese el camino. Defienden que las tensiones generadas con otras religiones no compensa la existencia del estado judío, y consideran que su religión no necesita refugiarse en marcos territoriales.

Los judíos conservadores, al contrario que los ortodoxos, han intentado matizar las normas tradicionales de la Torá para adaptarse a las ideas surgidas de la modernidad. Aunque su posición respecto a la misma es más conservadora que la de los liberales, los cuales han aceptado la modernidad plenamente. Por ejemplo, el papel de la mujer es idéntico para los liberales, algo inferior para los conservadores y totalmente inexistente para los ortodoxos (quienes interpretan la Torá, lógicamente machista dada su antigüedad, literalmente).

Por último, como en todas las religiones, existen fieles no practicantes que han abandonado las normas religiosas a raíz de las limitaciones (libertad, matrimonio, sexualidad…) que suponen para el individuo. Por lo que muchos judíos pasan a considerar su religión un patrimonio cultural y se asimilan con el resto de ciudadanos escasamente religiosos, sea cual sea su confesión.

Por tanto, en vista de lo expuesto anteriormente, podemos concluir que en todas las religiones, sea cual sea su mensaje, existen una clara diversidad de mensajes, actitudes y comportamientos. Y ello es lógico, pues el pensamiento único y sin crítica posible es más propio de regímenes dictatoriales.

Huyamos, por tanto, de todos aquellos que intenten enseñarnos un solo camino. Escapemos del pensamiento único, o del pensamiento unidimensional, tal como lo definió Herbert Marcuse: 

Su universo del discurso está poblado de hipótesis que se autovalidan y que, repetidas incesante y monopolísticamente, se tornan en definiciones hipnóticas o dictados”.

BIBLIOGRAFÍA
Diez de Velasco, F.: Breve historia de las religiones. Alianza Editorial. 2014.
Marcuse, Herbert: El hombre unidimensional. Ariel, 2ª edición. 2009.



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