Este artículo inaugura una serie de posts
dedicados a instantáneas fotográficas las cuales se demostraron falsas al cabo
de unos años. En unos casos se tratará de poses planificadas que los fotógrafos
hicieron pasar por casuales u originales, mientras que en otras veremos cómo
con una imagen se intentó difundir un mensaje determinado que beneficiaba a
ciertos colectivos concretos.
Empecemos nuestro viaje de mentoras fotográficas con un caso muy señero, el del fotógrafo Robert Doisneau y su famoso beso a la francesa. ¿Os interesa?
La fotografía que analizamos hoy es la más
conocida del fotógrafo francés Doisneau y, posiblemente, uno de los pósteres
más vendidos de toda la historia. No en vano, la instantánea se convirtió en
un icono de la ciudad de París, cuyo ayuntamiento se puede ver al fondo.
La fotografía se tomó en el año 1950
cuando, tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se inició un periodo
denominado fotografía humanista. El mismo consistía en un intento de
recobrar la esperanza en un mundo mejor tras los sufrimientos acaecidos por el
conflicto bélico en Europa. Los niños jugando felices o las parejas en actitud
cariñosa eran una especie de símbolos con los que expresar la confianza de un
nuevo futuro mejor. Y dentro de los fotógrafos franceses humanistas destacó,
por encima de todos, Robert Doisneau.
Doisneau, tras la guerra, se dedicó a
patear parís y mostrar al mundo la vuelta a la normalidad tras la guerra.
Fotografió tanto a personas de la alta sociedad como a simples habitantes de
los suburbios, siendo un pionero en captar las imágenes de famosos, tales como
Picasso, en lugares cotidianos. Según sus palabras: “No siento un interés
particular por lo sensacional. Prefiero dejar testimonio de la vida cotidiana”.
Y en muchas de sus instantáneas el humor es un recurso que utilizó
frecuentemente.
En 1950 recibió el encargo de la
Revista Life Magazine de realizar un reportaje sobre el amor
en la primavera de París. Los estadounidenses deseaban mostrar los efectos
positivos de su Plan Marshall en Europa y Doisneau parecía el hombre perfecto
para realizar el trabajo por su gran conocimiento de la ciudad.
Lo que envió Doisneau a la revista fue una
poderosa imagen de una pareja besándose apasionadamente, sin frenar su paso,
frente al ayuntamiento de París. La escena se observa desde una terraza de
un café, dejando a la pareja en el centro de una imagen donde los transeúntes,
ignorantes del suceso, rodean y encuadran a los protagonistas.
Se trataba de una de esas fotos perfectas.
Lo que el fotógrafo Henri Cartier-Bresson denominó el instante decisivo. Ese
momento justo donde ocurre la magia. Ni un segundo antes ni uno después. Como podéis
imaginar, lograr captar esto espontáneamente era lo más difícil que un fotógrafo
podía hacer.
Doisneau realizó un reportaje de varias
fotografías para la revista Life y la que analizamos ni siquiera fue
valorada en su justa medida por los editores del artículo, pues no ocupaba ningún
lugar destacado.
La imagen comenzaría a cobrar
verdadera importancia a partir de 1986,
cuando un editor decidió hacer un cartel con ella en formato apaisado que
terminó siendo un éxito de ventas. La imagen se convirtió en un icono del amor
y la libertad en el París de la posguerra. Aparecía en postales, calendarios y
multitud de souvenirs.
Este éxito fue lo que llevaría, a la
postre, al descubrimiento de la realidad sobre esta fotografía. Y todo estaba
relacionado, como siempre, con el dinero.
Muchas personas creyeron reconocerse en la
fotografía y, viendo la posibilidad de ganar un dinero, Jean y Denise Lavergne
decidieron demandar a Doisneau por haberles fotografiado sin su consentimiento.
Llegados a ese punto Doisneau tuvo que
reconocer, en 1994, que la fotografía no era una instantánea espontánea,
tal como había dicho siempre, sino que se trataba de un posado. Lo que
todo el mundo había valorado de esa fotografía, la espontaneidad y el realismo,
se vino abajo con la confesión.
Para realizar el montaje había contratado
a dos modelos, estudiantes de interpretación, Francoise Delbart y Jacques
Carteaud. Resulta que, con todo el follón montado por el juicio, la modelo
también quiso obtener algo de tajada y demandó al fotógrafo con la intención de
obtener parte de los beneficios obtenidos por la imagen a lo largo de los años.
El juez desestimó el caso debido a que
Doisneau, en su momento, le había regalado una copia firmada, lo cual
desacreditó por completo la demanda. Si bien no pudo sacar dinero al fotógrafo,
la copia firmada si pudo venderla por la considerable cifra de 150.000€.
Estos litigios y la confesión del fraude
sobre la fotografía amargaron los últimos años de la vida de Doisneau, tal como
confirmó su hija en una declaración: “Ganamos en los tribunales, pero
[…] el Beso arruinó los últimos años de su vida”. Así como toda su
reputación, me atrevería a decir.
Resulta paradójico el poco aprecio que tenía
Doisneau con esta fotografía, máxime cuando la misma hizo que pasara a la
historia. Según sus propias palabras: “Es superficial, comercial, una imagen
prostituida”. Sin duda, en su interior sabía que su éxito procedía de un
engaño y ello le mortificaba.
Es lo que tiene engañar a todo el mundo.
Doisneau se podía haber justificado indicando que la revista tenía mucha prisa en
publicar el artículo, cosa verídica. Pero el fotógrafo confesó que no se
atrevió a fotografiar a personas reales besándose en la calle. ¡Menuda excusa!
Hoy en día las fotografías construidas a
propósito, con modelos y en una pose determinada, se consideran una aportación
artística, pues su valor reside en el proceso de creación. En ese sentido
muchos consideran que la fotografía sigue siendo una obra de arte, pues Doisneau
supo transmitir el sentimiento de apasionado amor en la vorágine de la vida
parisina.
Una pena que la instantánea fuera tomada
en una época donde se valoraba más la oportunidad en el momento de la toma. Y,
sobre todo, que nos mintiera durante tanto tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario