domingo, 4 de marzo de 2018

El antisemitismo de Hitler fue original

Voy a adentrarme en un tema peliagudo, el novedoso antisemitismo de Hitler. La Alemania nazi fue un estado fascista tremendamente antisemita. Ello le llevó, en el culmen de paroxismo, a practicar la Solución Final. El Holocausto judío ha sido una de las grandes tragedias de la historia de la Humanidad y, por no complicar mucho a la población, todas las culpas se echaron en el nazismo y, en particular, en Hitler. Fue Hitler y sus partidarios los que provocaron el Holocausto. El resto no tuvo nada que ver. ¿O sí tuvieron algo que ver? ¿De repente Hitler se sacó de la manga el odio al judío y todos le siguieron? Parece poco probable, ¿verdad?

Hoy vamos a descubrir que en la historia son tan importantes, a la hora de analizar un suceso, tanto las causas inmediatas como las de largo recorrido.


Decía Joseph Goebbels, líder de la propaganda nazi, que existían 11 principios para hacerla triunfar. Uno de ellos era el Principio de la Transfusión: Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

El antisemitismo nazi logró tener predicamento en Alemania debido a que se trataba de un sentimiento arraigado en la población desde hacía siglos y que, convenientemente, había sido mantenido vivo por diversos actores, entre ellos, el Protestantismo y la Ilustración. Vamos por partes.

Alemania basó su nacionalismo en la religión protestante. Lutero fue el líder de este movimiento rebelde con Roma. Los escritos de Lutero se consideraron sagrados y en ellos podemos leer serias críticas hacia los judíos. Por ejemplo, en su Sobre los judíos y sus mentiras (1543) podemos leer: ¿Qué debemos hacer nosotros, los cristianos, con los judíos, esa gente rechazada y condenada? Dado que viven con nosotros, no debemos soportar su comportamiento, ya que conocemos sus mentiras, sus calumnias y sus blasfemias… Debemos primeramente prender fuego a sus sinagogas y escuelas, sepultar y cubrir con basura todo aquello a lo que no prendamos fuego para que ningún hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza.

Por tanto, en la génesis del protestantismo luterano encontramos las primeras bases del antisemitismo nazi. Y esta conclusión no es original, sino que ya la sostuvieron otros historiadores como Paul Johnson o Robert Michael.

El siguiente lugar en el cual debemos pararnos ahora es en Holanda. La rebelión holandesa contra el Imperio Español del siglo XVI debemos contextualizarla dentro de la existencia de fuertes corrientes protestantes en Europa. Concretamente, en la futura Holanda tuvo gran seguimiento el calvinismo.

Muchas personas ignoran que las medidas discriminatorias nazis contra los judíos tienen fuertes paralelismos con las adoptadas por los holandeses contra los católicos. No estoy indicando que los holandeses sean culpables remotos del nazismo, ni mucho menos. Lo que indico es que el nacionalismo intransigente con el prójimo ha tenido un largo recorrido histórico y surge, como hizo la peste, de forma periódica a lo largo de los siglos.

Cuando las Provincias Unidas lograron independizarse del Imperio Español se decretó la prohibición del catolicismo, al que consideraban próximo a los españoles. Los oriundos católicos de aquellas tierras pasaron de ser holandeses a traidores. Una medida lógica políticamente (sin el apoyo del calvinismo, su identificación con el nacionalismo holandés y su erección como religión oficial hubiera sido difícil la sublevación), pero complicada a efectos prácticos en una población en la cual los católicos eran mayoría. Según leemos en la obra Anuario de Historia de la Iglesia 20 (2011), de Enrique Alonso de Velasco Esteban: “Los que se mantuvieron católicos pasaron a ser ciudadanos de segunda clase. Aunque en general no se les forzaba a pasar al calvinismo, no les estaba permitido ejercer ninguna función pública, ni celebrar su culto públicamente ni tener jerarquía eclesiástica ni contacto con sacerdotes”.

La medida podemos equipararla con muchas que tomaron los nazis para aislar a los judíos dentro de su sociedad. Por ejemplo, los nazis dividieron la sociedad en dos categorías:

·        El Volksgenossen (compañeros de la nación), que pertenecía aVolksgemeinschaft
·        El Gemeinschaftsfremde (residentes), que consideraban no pertenecer al cuerpo histórico y cultural de Alemania.En esta segunda categoría se incluía a todas las personas de origen judío, gitanos, "lavativi", "asociales hereditarios", y todas las personas con discapacidades físicas o mentales.

La Ley para la Restauración de Servicio Profesional Civil (1 abril de 1933) que prohibía a los judíos acceder a puestos de empleo del gobierno provocó que maestros, funcionarios, doctores o ingenieros debieran abandonar sus puestos de manera inmediata. Esta primera medida sería aumentada tras el control absoluto nazi de Alemania a partir de agosto de 1934.

Mientras en las provincias del norte el número de católicos fue lógicamente menguando con el paso de los años, en las provincias del sur más tardíamente anexionadas (Limburgo y Brabante) la mayoría de católicos nunca disminuyó.

Sin duda, esta conclusión debió tenerse en cuenta a la hora de implementar otra serie de medidas que aislaron a los judíos de la sociedad alemana de manera más eficaz, como fueron las Leyes de Núremberg, la creación de guettos o, finalmente, la decisión de llevar a cabo la Solución Final. Pero dejemos esto, por sus connotaciones racistas, para un poco más adelante.

Según leemos en la obra Imperiofobia y Leyenda Negra, de Mª Elvira Roca Barea: “En el primer placaat anticatólico aprobado por los Estados Generales en 1581 se ilegaliza el culto católico público y privado, se prohíbe el uso de ropas talares a los religiosos, se mandan cerrar las escuelas católicas y se prohíbe la impresión de obras católicas. Las infracciones se castigaron con multas hasta 1584 y después con confiscación de bienes. Se siguió aprobando legislación anticatólica hasta bien entrado el siglo XVIII. Las autoridades provinciales y locales publicaban regularmente placaaten anticatólicos y se llegó a prohibir que los hijos de familias católicas fuesen a estudiar al extranjero a fin de que no pudiesen mejorar su formación. No se exterminó a los católicos, pero se buscó de manera consciente y deliberada empobrecerlos cultural y económicamente”.

En los lugares con más católicos, las autoridades calvinistas hicieron la vista gorda ante las infracciones a cambio de recibir dinero. Estas tasas ilegales se denominaban recognities y, posteriormente, composities. Gracias a estos sobornos los católicos podían, por ejemplo, bautizar a sus hijos con un sacerdote católico. Pero tales tasas no hicieron otra cosa que empobrecer, aún más, a los católicos, cuyas limitaciones les impedían prosperar en la sociedad en iguales condiciones que los holandeses calvinistas. Además de ello, fue motivo de gran corrupción política en Holanda.

En temas de sobornos en la Alemania nazi resulta realmente ilustrativo el caso de Oskar Schindler, llevado a las pantallas de cine en la famosa película La lista de Schindler. Este empresario alemán sobornó a altos cargos nazis para poder mantener (y así salvar de una muerte segura) a numerosos judíos como trabajadores de su fábrica. No fue el único que aportó su grano de arena para salvar a muchos judíos de una muerte inminente. Raoul Wallenberg, diplomático sueco, proporcionó numerosos pasaportes protegidos falsos a miles de judíos y sobornó a los oficiales para que les dejaran en paz. El cónsul suizo Carl Lutz o el español Ángel Sanz-Briz, entre muchos otros, realizaron actos similares.

En 1731, tras años de crisis alimenticias causadas por epidemias en el ganado vacuno, varios diques se hundieron debido a la aparición de un molusco llamado “broma”. Interpretadas las calamidades sucesivas como un castigo divino por el pecado de la sodomía, los católicos fueron los chivos expiatorios que utilizaron los calvinistas. Las persecuciones hacia los católicos provocaron centenares de muertos.

Estas actitudes, más propias de una mentalidad medieval, tuvieron también su reflejo en la Alemania nazi, e incluso antes. En el contexto social existía la idea de que los judíos perjudicaban a la nación alemana. Esa idea difusa (que provocó el progromo de Scheunenviertel durante la hiperinflación de 1922-23) fue convenientemente potenciada por el nazismo, que la llevó hasta extremos insospechados para justificar sus leyes antisemitas. Culpables desde la derrota en la I Guerra Mundial hasta de las dificultades económicas del país, los judíos fueron sistemáticamente perseguidos como culpables de los males que sufrían los alemanes. La noche de los cristales rotos puede ser un buen ejemplo de lo que decimos.

Tuvieron que llegar los franceses, con Napoleón a la cabeza, para que a principios del siglo XIX los católicos holandeses recuperaran algunos de sus derechos civiles. Esta equiparación con el resto de la sociedad siguió su curso, lentamente, tras recuperar el país los holandeses y entronizar a Guillermo I.

La situación de indefensión que tuvieron los católicos holandeses durante tres siglos, perseguidos en sus creencias y relegados a trabajos miserables sin oportunidades para obtener una buena educación, hizo que se agruparan en numerosas instituciones confesionales de ayuda mutua para hacer valer sus derechos. A partir de mediados del siglo XIX vamos a ver en Holanda lo que se denomina columnización de la sociedad. La sociedad se fue segregando en dos columnas independientes, una calvinista y otra católica. A pesar de vivir en las mismas ciudades o barrios, los grupos no tenían contactos entre sí pues existían dos colegios, dos clubes de futbol, dos periódicos, dos programas radiofónicos…

Aunque tal segregación comenzó a diluirse tras la II Guerra Mundial, sus efectos son patentes aún en Holanda. Un ejemplo lo tenemos en las famosas poblaciones de Volendam y Marken, dos pueblos turísticos cerca de Ámsterdam separados, físicamente, por la distinta confesión de sus habitantes.

Sin duda, la existencia de guettos en las diferentes ciudades controladas por los nazis puede ser lo más parecido a este tipo de bipolarización social en la que no se deseaba la mezcla de los distintos grupos. Si en Holanda la religión era la vara de medir, en la Alemania nazi fueron los criterios raciales. La diferencia estriba en la influencia que tuvo la Ilustración en el pensamiento humano durante todo el siglo XIX.

El antisemitismo, sin querer alargarme mucho, siguió presente más adelante gracias a la Ilustración. Movimiento racional profundamente antirreligioso, muchos de sus miembros fomentaron tanto el racismo racial como el antisemitismo. Veamos algunos pensamientos del gran Voltaire sobre los judíos. En su Diccionario filosófico podemos leer sobre los judíos que “es la nación más singular que el mundo ha visto, aunque en una visión política es la más despreciable de todas […]. De un breve resumen de su historia resulta que los hebreos siempre fueron errantes o ladrones, esclavos o sediciosos… Si preguntas cuál es la filosofía de los judíos, la respuesta es breve: no tienen ninguna. Los judíos nunca fueron filósofos, ni geómetras ni astrónomos”. En otra parte de este mismo texto podemos leer: “Observamos a los judíos con la misma mirada con la que miramos a los negros, o sea, como una raza humana inferior”.

Puede que Voltaire, como opinan algunos, fuese un antirreligioso en general, pues criticó con igual dureza a cristianos y judíos, pero sus palabras alimentan el monstruo de la intolerancia (por más que algunos se empeñen en defender su tolerancia a las religiones a pesar de tan furibundas críticas).

La Ilustración, de la cual somos hijos, tuvo un lado oscuro. Es una sombra que pocas veces sale a la luz y que se ha ocultado convenientemente. Seguro que muchas personas conocen el proceso de la iglesia a Galileo. Todos podrán contar el relato “oficioso” a pesar de haberse demostrado falso. La Iglesia no condenó a Galileo por sus estudios, sino por pretender dar lecciones dogmáticas que sólo la Iglesia estaba autorizada a dar; no fue castigado, sino recluido en un retiro de lujo; fue obligado a retractarse, pero jamás dijo aquello de “y sin embargo se mueve”.

Galileo fue utilizado para ejemplificar la intolerancia de la Iglesia hacia la ciencia y por ello debía ser deformado y adaptado al mensaje que quería darse. En cambio, las muertes de la razón fueron silenciadas. ¿Acaso alguien conoce la suerte de Lavoisier, el fundador de la química? La Revolución no necesitaba ni científicos ni químicos, por lo que fue guillotinado por una excusa pueril (haber trabajado cobrando contribuciones). Pero volvamos al tema que nos ocupa.

Una consecuencia de las ideas ilustradas fue el racismo científico. Podemos definirlo como el conjunto de hipótesis, aparentemente científicas, que justificaban la creencia de una diferencia racial en las diferentes poblaciones humanas.

Durante la ilustración existió un fuerte debate entre el monogenismo y el poligenismo, es decir, entre los defensores de que todos proveníamos de una misma fuente (Adán y Eva, por ejemplo) o que proveníamos de distintas fuentes. Lógicamente, la lucha entre razón y religión llevó a una victoria moral del poligenismo. Voltaire, nuevamente, es un ejemplo de ello: “La raza negra es una especie de hombres diferentes a la nuestra como la raza spaniel lo es con respecto a el galgo inglés. La membrana mocosa, o red, la cual la Naturaleza ha extendido entre los músculos y la piel es blanca en nosotros y negra o color cobre en ellos”.

De existir diferentes razas a clasificarlas y etiquetarlas hay un pequeño paso. Este racismo científico se apoyó en diversas ciencias humanas, como la antropología, para llevar a cabo sus conclusiones.


Carl von Linné (1707-1778) y el francés George-Louis Leclerc, conde de Buffon (1707-1788), catalogaron las razas humanas y las clasificaron según su mayor o menor categoría. Sin embargo, no insistieron mucho en la superioridad o inferioridad de unas y otras, algo que se da por supuesto pero que todavía no se explota de manera consciente.

Ese paso lo veremos con Peter Camper (1722-1789), quién establecerá una taxonomía de razas humanas según la forma craneal de los seres humanos. Tomando como modelo las esculturas de los atletas griegos (consideradas perfectas), veremos cómo las razas blancas estarán en la cúspide y las razas negras en la base, poco más arriba que los chimpancés.

No obstante, será Franz Joseph Gall quién pasaría a la historia por definir una nueva ciencia denominada Frenología, según la cual las cualidades intelectuales y morales de un ser humano se manifiestan y se justifican en la forma de su cráneo. Un forma que se obtiene por herencia y en donde la evolución personal no tiene cabida. En ese momento el racismo adquiere una sustentación científicamente racional incuestionable. Una teoría, por otro lado, que se adhiere perfectamente a la idea de la predestinación, que comentaremos más adelante.

Los nazis, siguiendo estas ideas racistas, intentaron verificar el origen ario por la medida del cráneo, en concreto, por el ángulo que va de la punta de la nariz al centro de las orejas.

No fue de la única fuente racional de la que bebió el nazismo. Resultan premonitorias las palabras de Friedrich Grattenauer en 1083: “Que los judíos sean una raza particular no puede ser negado por los historiadores y los antropólogos, según la aseveración antigua pero generalmente válida de que Dios los castigó abrumándolos con un olor excepcionalmente desagradable, como con varias enfermedades hereditarias y otras detestables imperfecciones. Esto no puede ser probado enteramente, pero por otra parte no puede ser negado, aunque se tengan en cuenta todas las consideraciones teleológicas”.

No obstante, quién verdaderamente dio sustento a la ideología racista nazi fue el conde de Gobineau. Este diplomático y filósofo aficionado a la literatura consideraba que existían tres razas: blanca, negra y amarilla; de las tres sólo la blanca era capaz de generar cultura, algo innato y cuya capacidad se agotaba debido a la mezcla con el resto de razas inferiores. La raza aria, proveniente de la India y que dio lugar a los teutones, eran los poseedores de virtudes tales como el amor o la nobleza. El resto de razas carecían de estas características y, por tanto, eran inferiores.

A ello debemos sumar su unión con el darwinismo social, con el que no me voy a detener al ser de sobra conocido. Juntas todas las teorías llegamos a la siniestra conclusión: las razas inferiores lo son en función de su herencia y ésta no es otra cosa que expresión de la justicia divina. Es decir, son inferiores porque se lo merecen.

Los nazis promovieron una sociedad fuertemente racista en la que ser ario significaba estar en la cúspide social. Una suerte de atalaya que al resto de razas les estaba vedado, por nacimiento, ni tan siquiera cercarse. Los nazis, tan alemanes como cuadriculados, clasificaron convenientemente los distintos grados de razas inferiores. A los judíos se les colocó en un lugar inasimilable, al contrario que, por ejemplo, los pueblos mediterráneos como el español. Inferior al ario pero capaz de servirle como esclavo.

Las Leyes de Núremberg, que discriminaban a los judíos racialmente, clasificaron la “`pureza” judía según los antecedentes familiares que tuvieran las personas analizadas. El objetivo era no mezclar la raza aria con la judía, evitando así su perversión. Gitanos, negros y eslavos también fueron considerados como pueblos potencialmente dañinos racialmente y considerados como Untermensch o infra/subhumanos.

Este racismo científico estaba íntimamente ligado con el colonialismo europeo que tuvo su auge a finales del siglo XIX, pues justificaba moralmente tales empresas. Al contrario que el imperialismo, cuya esencia está en respetar al diferente y mezclarse con él para formar un sistema de convivencia duradero, el colonialismo no provoca ni mestizaje ni estabilidad en los lugares en los que invade. Su dicotomía metrópoli acaparadora de recursos y colonia empobrecida siempre termina de igual manera, con la lucha de independencia por parte de la segunda.

Según decía Caballero Jurado en su ensayo El racismo. Génesis y desarrollo de una ideología de la Modernidad: “El racismo encontró su caldo de cultivo ideológico en los países donde había crecido el protestantismo y el liberalismo”.

En el liberalismo, como vimos, por la idea de distintas razas con diferentes características. En el protestantismo ligado a su idea de predestinación.

Si algo diferencia a protestantes de católicos es la predestinación defendida por los primeros y el libre albedrío defendido por los segundos. Se trata de la eterna pregunta de si Dios ya concibió un plan para cada uno de nosotros o si cada uno de nosotros tenemos la libertad para tomar nuestros propios caminos.

Para los calvinistas protestantes Dios ya había trazado el plan de quienes se salvarían y quiénes no. El interés de las personas por descubrir algún signo de gracia divina y auto-convencerse de ser uno de los elegidos es lo que les influye para respetar las reglas de su confesión. Ahora bien, la misma presencia de un plan que no puedes controlar también provoca, en una versión extrema, que las malas acciones no sean asumidas por las personas que las llevan a cabo. Esta consecuencia moral del Es voluntad de Dios (o voluntad de Alá, por poner otro ejemplo) puede llevar a grandes errores morales de consecuencias trágicas para el resto de la sociedad en personas desequilibradas. Los atentados terroristas islámicos son un solo ejemplo de ello.

La idea de predestinación, junto al racismo científico, también  justificó los atropellos que los europeos realizaron durante su etapa colonialista. Y en este momento es obligado hablar de Sudáfrica y el sistema de segregación racial (Apartheid) que impusieron los colonos blancos en aquellas tierras. Colonos llamados Afrikáner cuya ascendencia era holandesa. Lo único que hacían aquellos colonos blancos era sustituir al católico por el negro y erigir su mismo sistema de columnización social en la que ellos obtenían todos los privilegios y los negros se veían sin posibilidades de salir de la miseria o ascender a una clase media.

Se trataba de la misma y repetida idea nacionalista racista de siempre, acorde con la evolución histórica de aquel país, aunque en esta ocasión fracasó debido tanto a la superioridad de población negra en la zona (casi un 70%), el aislamiento internacional, la existencia de un movimiento de resistencia liderado por Nelson Mandela, la falta de financiación externa tras la perestroika soviética o el fin de la ayuda de los EEUU tras negociar el final de la guerra en su frontera contra Namibia.

Las personas del siglo XX habían visto en sus propias carnes las consecuencias de los nacionalismos extremistas y excluyentes (II Guerra Mundial) y aunque la evolución moral de la sociedad estaba en contra de este tipo de actitudes, el apartheid sudafricano estuvo funcionando entre 1948 y 1994.

Hoy día, la crisis económica tan larga que estamos sufriendo está llevando a muchos países a abrazar, nuevamente, ideas y partidos políticos que beben de las fuentes del nacionalismo extremista excluyente. La repulsa ante los refugiados sirios, la conflictividad en Cataluña y la división entre buenos y malos catalanes o los conceptos de raza en el País Vasco son sólo algunos ejemplos de lo que estamos viviendo en España. Y nosotros no estamos en la peor de las situaciones.
 
Temo por Europa y por los tiempos que se avecinan. Por ello creo acertado finalizar con las palabras, de nuevo, de Caballero Jurado:

Contrariamente a lo predicado por sus defensores durante mucho tiempo, hoy la base científica del racismo ha sido puesta en entredicho. Recientemente, por ejemplo, el equipo dirigido por los profesores Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozi y Alberto Piazza ha publicado la gigantesca obra The History and Geography of Human Genes, donde niegan toda base científica al racismo.
Usando modernas técnicas desarrolladas por la Genética de poblaciones, llegan a la apabullante conclusión de que no hay fundamento científico alguno para clasificar a los seres humanos en razas, ya que la diversidad genética, bioquímica y sanguínea entre individuos de una misma "raza" es incluso mayor que la que existe entre "razas" consideradas distintas. Los factores biológicos en los que se basa el concepto científico de raza serían sólo externos, mientras que los datos aportados por las nuevas técnicas —análisis de los árboles filogenéticos, de los polimorfismos nucleares y del ADN mitocondrial— dibujan un panorama completamente distinto donde la noción de raza es irrelevante”.

Bibliografía:
Imperiofobia y Leyenda Negra. María Elvira Roca Barea.
Historia del Antisemitismo. Gerald Messadie.

Breve Historia del Holocausto. Ramon Espanyol Vall 

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