domingo, 27 de octubre de 2019

Pompeya es una típica ciudad romana congelada en el tiempo


En octubre de 2013 autopubliqué mi primer libro electrónico dedicado a desentrañar diversas mentiras históricas.

Con motivo de su sexto aniversario quería regalaros uno de sus capítulos; el dedicado a describir las ruinas de Pompeya y mostrar una falsedad inherente que suele acompañar a los folletos y guías de viaje, es decir, la consideración de que estamos visitando una ciudad congelada en el tiempo.


Las ruinas de Pompeya, unas de las más evocadoras y fascinantes del mundo, son una de esas visitas obligadas que toda persona debería hacer, al menos una vez, a lo largo de su vida. Guste o no la historia, atraiga más o menos el arte, sintamos mayor o menor curiosidad por la ciudad y su pasado, Pompeya nunca decepciona a nadie. Todos encontramos en ella sorpresas que ni nos imaginábamos y pensamientos que nos hacen reflexionar sobre lo efímero de nuestra existencia.

Ahora bien, es necesario documentarse previamente sobre Pompeya si se quiere ver en vez de mirar, entender en vez de imaginar, si se quiere, al fin y al cabo, conocer la vida de los pompeyanos en el año 79 d.C. Y es importante resaltar este último apunte, pues uno de los mayores errores que se cometen con estas ruinas es el de pensar que muestra una típica ciudad romana. En verdad, la Pompeya del año 79 d.C. no era ni mucho menos una ciudad romana modelo. Y cuando la erupción del Vesubio la enterró, no fue una súbita congelación en el tiempo, sino una traumática pausa; Pompeya siguió teniendo su evolución tras la erupción, y lo que hoy vemos es el resultado deformado de lo que un día fue la Pompeya romana.

Todo el mundo conoce la historia de Pompeya. Una ciudad romana situada cerca de Nápoles y al pie del Vesubio, un volcán inactivo hasta el año 79 d.C., momento en el cual decidió darse de nuevo a conocer. Sabemos con bastante precisión, gracias a Plinio el joven y a estudios posteriores en volcanes similares al Vesubio, como se desarrolló la erupción.

La mañana del 24 de agosto de aquel año el volcán inició una imparable sucesión de acontecimientos. Primero hubo una lluvia de ceniza en la cumbre, signo evidente de la presencia de magma cerca de la superficie y del contacto con el agua que se filtraba subterráneamente. A mediodía se debió escuchar un gran estruendo proveniente de la montaña. La cumbre se fracturó y una gran columna negra, formada por gases y piedra pómez clástica se elevó hasta una altura de casi 30 Km. Nadie en Pompeya había visto nunca nada igual, y, por tanto, nadie imaginaba lo que se les venía encima. Aun así, muchos habitantes, temerosos de los dioses, decidieron huir aterrorizados. Las escenas en la ciudad debieron ser frenéticas y la masa de gente enloquecida taponaría las puertas de la ciudad. En la avalancha, muchos morirían aplastados por sus convecinos.

La ceniza expulsada por el volcán pronto cubrió la ciudad, oscureciendo el cielo y adelantando la noche. Estaba acompañada de proyectiles blanquecinos, pequeñas bolas de ceniza petrificada, que aunque molestas, no tenían la fuerza suficiente como para matar a un hombre. Pero eso fue al principio. Según avanzaban las horas, la lluvia de piedra pómez aumentó en intensidad y peligro. Para cuando llegó la noche, las piedras cubrían las calles casi hasta la altura de los tejados, muchos de los cuales se derrumbaron ante la presión por el acumulo de tales piedras.

La madrugada del día 25 comenzó la fase más peligrosa de la erupción. Lenguas de fuego bajaron desde la cumbre hacia el mar, arrasando todo a su paso. Llamado técnicamente flujo piroclástico, se trataba de una nube de cenizas ardientes a la que seguía la marea de ceniza. Una auténtica ola de fuego arrasó Pompeya llevándose por delante a unas 2000 personas. Se trataba de pompeyanos que se habían escondido en sus casas con la esperanza de sobrevivir a la lluvia de piedra pómez, y de pompeyanos que habían decidido volver a sus casas para evitar que las saquearan. También debían encontrarse allí pompeyanos que decidieron emprender en ese momento la huida viendo que le fenómeno volcánico no amainaba con el paso de las horas. Para todos ellos fue demasiado tarde. Debían haberse marchado antes de la erupción, con los temblores de tierra anteriores, o al iniciarse la erupción. Pero, ¿por qué huir? Nadie sabía lo que era una erupción. La ignorancia mató a muchos pompeyanos. A otros lo hizo el miedo ante lo desconocido, la oportunidad de enriquecerse saqueando casa vacías, o la curiosidad ante tal fenómeno, como le ocurriría al famoso Plinio el viejo.

Pompeya no fue la única en sufrir la erupción. También la sufrió la cercana Oplontis, compartiendo con sus vecinos la fatalidad de que el viento soplara en su dirección. Herculano fue respetada por el viento pero el flujo piroclástico la enterró igualmente.

En pocas horas, la erupción enterró Pompeya. Y así se quedó hasta el S.XVI, momento en que se redescubrió, si bien, hasta mediados del S.XVIII no se iniciaron los trabajos de excavación arqueológica. El pensamiento de estos ilustrados investigadores fue el de hallarse ante la típica ciudad romana que ahora volvía intacta a la vida. Este pensamiento tuvo gran éxito y ha llegado intacto hasta nuestros días. El turista que visita Pompeya cree verdaderamente que todo lo que observa fue encontrado de la misma forma, y, para más inri, que los pompeyanos vivían así.

Esta idea de congelación en el tiempo se ha sustentado en ejemplos consistentes, siendo el más famoso el de la llamada “casa de los pintores trabajando”. Se encuentra fuera de las visitas turísticas, junto a la famosa “Casa de Julio Polibio”, donde podemos admirar pinturas pompeyanas de distintos estilos. Lo que encontraron los arqueólogos en la primera casa fue un amplio programa de reformas. Había materiales de construcción en el peristilo y una cuadrilla, de al menos tres pintores, trabajaba en la habitación principal. Lo sabemos porque dejaron su obra sin concluir. Debieron huir precipitadamente cuando los temblores que precedieron a la erupción derribaron los andamios y derramaron un cubo de yeso sobre la pared que decoraban. Sin duda este es un ejemplo incontestable sobre la vida más inmediata de estos pintores, pero, ¿podemos pensar que el resto de la ciudad seguía su ritmo normal cuando el Vesubio entró en erupción?

Muchas cosas no cuadran en Pompeya si uno las observa con ojo clínico, lo que ha hecho dudar a muchos investigadores sobre cuál era la situación real de Pompeya en el año 79 d.C. Como si de unos visitantes a las ruinas nos tratáramos, descubriremos varios de estos aspectos según caminamos a través de ellas.

La entrada habitual a las ruinas se realiza a través de Puerta Marina, una de las más importantes que posee la ciudad. Muchos son los que tras sacar la entrada en las taquillas se dirigen con premura al interior de la ciudad, sin percatarse en sus derruidas murallas. Pero lo más importante en este punto es la extrañeza que provoca esta entrada. Se echan de menos las tumbas y mausoleos a extramuros habituales a ambos lados del camino. Igualmente, sorprende el no bajar a unas ruinas, sino caminar al mismo nivel que el actual. Y extrañan los amarraderos para embarcaciones en la muralla, máxime teniendo el mar tan alejado.

Desconocemos si había tumbas en esta entrada, posiblemente sí, pero hoy día no queda nada. Si queremos tener una sensación similar a la de los romanos que visitaban la ciudad, atravesando los mausoleos, debemos entrar por las puertas de Nocera o Herculano. Respecto al nivel del suelo igual al actual no deja de ser una reconstrucción tendente a engañar a nuestros sentidos y hacer más patente la sensación de entrar en una ciudad congelada en el tiempo. No debemos dejarnos embaucar tan fácilmente. Pompeya es una ciudad antigua y tenía una larga historia detrás cuando fue sepultada. Los amarraderos de las murallas son un magnífico ejemplo de ello, pues muestra el cambio en la línea de la costa en los siglos transcurridos entre la construcción de la ciudad y su destrucción. Respecto a esto último, algunos investigadores sostienen que demuestran la existencia de una especie de Venecia napolitana.

Gracias a la erupción del Vesubio conservamos la ciudad de un modo inimaginable. No obstante, erupción es también destrucción, y el impacto sobre Pompeya fue devastador. Nada mejor para explicarlo que caminar unos metros en línea recta para llegar al Foro, lo que en una ciudad romana era equivalente a nuestras plazas en los pueblos. Hacia él apuntaban las dos calles principales de toda ciudad, el cardus y el decumanus, y poseía los principales edificios: la Basílica, especie de ayuntamiento, y el Templo, nuestra iglesia actual, además del mercado y otras tiendas. Era el lugar más importante de la urbe, y el que generaría más riqueza. Pero cuando vemos su estado actual es difícil imaginar su pasado esplendor. Su elegante columnata perimetral de dos pisos sólo sobrevive en un par de escasos tramos. Las estatuas, se estima medio centenar, han desaparecido. El templo, dedicado a Júpiter, Juno y Minerva, está en esta ruinoso, similar al Templo de Apolo, en el lado oeste y a la Basílica.



Muchos visitantes pensarán que no hay nada extraño en ello. Al fin y al cabo son unas ruinas bastante antiguas y lo que hemos recuperado es mucho más de lo que existe en otros yacimientos romanos. Sin negar la mayor, hay que decir que aún no se ha visto el legado de Pompeya verdadero en la plaza del Foro. Cuando el visitante recorra toda la ciudad y descubra el estado de conservación de otros monumentos, a la hora de volver a su casa y abandonar Pompeya por el Foro si qué pensará: ¡Vaya, que ruinoso!

Una visita obligada, y no muy alejada del Foro, es la del pequeño Foro triangular, rodeado de los dos Teatros de Pompeya. A nosotros nos interesa un pequeño templo situado justo detrás del Teatro grande, dedicado a la diosa Isis. Se trata de uno de los edificios mejor conservados de toda la ciudad. En su interior se encontraron numerosas estatuas, frescos y variados objetos de uso común, como lámparas. En el momento de la erupción se encontraba funcionando regularmente, algo que difícilmente podemos decir del Templo capitolino principal del Foro, cerrado por reformas. ¿Cómo es posible esta diferencia tan importante?

Pompeya sufrió un terrible terremoto en el año 62 d.C., que de hacer caso a las crónicas, dejó a la ciudad sumida en una destrucción casi total. Su efecto sobre Pompeya fue variado: Hubo que iniciar la tarea de reconstrucción de la ciudad, se produjo una nueva ordenación urbana y tal vez existió una pequeña revolución social. Muchos pompeyanos, los ricos principalmente, dejaron la ciudad tras el seísmo, siendo sustituidos por una generación de nuevos ricos que hicieron fortuna en las labores de reconstrucción de la ciudad. Si bien, estos trabajos dejan muchas dudas. Tras 17 años de reconstrucciones el Foro y los principales templos, Capitolino y Venus, estaban en obras, pero templos minúsculos t selectivos, como el de Isis, o lugares para espectáculos, Teatro y Anfiteatro, u ocio, como las Termas del Foro, funcionaban con regularidad. ¿Acaso los siempre prácticos romanos habían llevado al extremo su famosa idiosincrasia?

Si bien el terremoto nos deja incógnitas, también nos ayuda a comprender aspectos extraños. Solo con la posterior reconversión urbana se pueden entender diversas situaciones extrañas: fincas contiguas recientemente relacionadas, casas convertidas en comercios, enormes viviendas subdivididas en residencias más pequeñas… Tras el terremoto, los pompeyanos supervivientes no sólo reconstruyeron la ciudad, sino que cambiaron su fisonomía enormemente. Quien tenía dinero se dedicó a comprar fincas abandonadas y a darles otros usos. Por ejemplo, sabemos que hasta dos batanes fueron instalados en fincas que antes habían sido viviendas.

Pero el terremoto no explica las enormes tareas de reconstrucción que se llevaban a cabo en toda la ciudad en el año 79 d.C. Podemos culparle, relativamente, de la reconstrucción de los edificios públicos, pero no de los particulares. En estos últimos vemos huellas que nos indican importantes tareas de reforma, algunas consistentes en reformar lo ya reformado tras el 62 d.C. Ello ha dado que pensar a los investigadores, que sostienen la hipótesis que en Pompeya hubo más terremotos, justo antes de la erupción. No serían tan intensos como el del 62 d.C. y tan solo producirían pequeños desperfectos, grietas y desconchones, pero explicarían las reformas masivas. Por tanto, una ciudad en reformas y convulsionada por un gran terremoto 17 años antes de la erupción no puede decirse que se tratara de una típica ciudad romana.

Un aspecto que siempre ha sorprendido a los investigadores es el escaso número de cadáveres encontrado, algo más de un millar. Puesto que aún queda por excavar una cuarta parte de la ciudad, se estima que podríamos llegar a 2000 restos humanos. Sin duda es una proporción muy pequeña, teniendo en cuenta el tamaño de la ciudad. Aunque es imposible indicar una cifra aproximada, se cree que en Pompeya vivían unas 12.000 personas, cifra que aumentaría con la llegada diaria de trabajadores residentes a extramuros de la ciudad. Por tanto, muchos pompeyanos huyeron de la catástrofe. Los pequeños temblores, tal vez iniciados meses antes de la erupción, habrían sido una advertencia bastante contundente para muchos de los supervivientes del gran terremoto del 62 d.C.

Pero no solo suponemos que muchos se marcharon. Lo sabemos con certeza, pues es la única forma de explicar el vacío encontrado en las casas. Muchas estaban vacías y otras con enseres acumulados desordenadamente, tal vez objetos que abandonaron por su incapacidad para transportarlos. Igualmente encontramos pequeños tesoros escondidos, como la vajilla de plata oculta en un sótano de la “Casa del Menandro”. Sus propietarios seguro que tenían en mente regresar.

Los que no pudieron huir, por ser pobres o no tener donde ir, o los que no quisieron hacer caso a las advertencias de la Tierra, se quedaron en Pompeya y perecieron con ella. Hoy podemos ver sus rostros y sus cuerpos gracias a una técnica inventada en el S.XIX, consistente en realizar un molde de yeso del hueco dejado por la descomposición de los cuerpos en el interior de la lava solidificada. En numerosos lugares de la ciudad veremos el último momento de numerosos pompeyanos y sus posturas ante la muerte: tumbados, arrodillados, sentados con la cabeza entre las piernas, huyendo… Resulta difícil no sobrecogerse con tales imágenes.



Recapitulando un poco, hemos comprobado como Pompeya no era la típica ciudad romana cuando el Vesubio la enterró. Había sufrido una gran destrucción en el año 62 d.C., estaba en reformas y mucha población había huido consecuencia de una leve pero insidiosa actividad sísmica anterior a la erupción. A continuación descubriremos como lo que vemos hoy día tampoco era lo que existía en el año 79 d.C.

Si ya hemos paseado un poco por Pompeya nos habremos hecho una idea aproximada del nivel de conservación de la ciudad. El Anfiteatro o las Termas del Foro son visitas obligadas por su gran estado de conservación. También el interior de las enormes casas de las élites pompeyanas, o curiosear por los negocios que se abren a la calle, identificados la mayoría con tabernas por sus mostradores. Tan solo indicar unas cuantas curiosidades.

Cuando vemos una casa con tejado no debemos pensar que se trata de un milagro arqueológico. Sin duda fue reconstruida, no para engañarnos sobre la “congelación” en el tiempo, aunque ayuda a falsear la realidad, sino para conserva muchas de las pinturas que hoy día observamos en su posición original. La intemperie y la deficiente manera de conservarlas desde que salieron a la luz en el S.XIX ha provocado que hoy día apenas se conserven unas pocas en la ciudad. Las trasladadas al Museo de Nápoles, irónicamente, han sido las más afortunadas. Por tanto, disfruten de todas las que vean, pues son ejemplos frágiles y excepcionales, como las de la “Casa de la Venus Marina”.



Las casas más deslumbrantes y que más llaman la atención son las enormes propiedades con atrio y peristilo posterior. La “Casa del poeta trágico” o la “Casa de Octavio Cuartion” son magníficos ejemplos. Pero estas son las casas de los ricos. Los pobres vivían en lugares más humildes. Muchas puertas que dan a una sola habitación, hoy día llenas de escombros y malas hierbas, serían las viviendas de muchos pompeyanos. Sin duda, el turista común pasó por ellas sin prestarles atención alguna. Suele pasar. Los comerciantes solían vivir encima de sus comercios y los mendigos ocupaban mausoleos en los cementerios a extramuros, algo similar a lo que hoy día ocurre en El Cairo. También existían edificios de alquiler, más o menos lujosos, lo que completaba una oferta variada. Por tanto, las casas pompeyanas eran muy distintas entre sí y no debemos quedarnos con la tipología de las casas de las élites, por otro lado minoritarias.

Respecto a las tabernas, en las guías turísticas se comenta que los agujeros de las barras, llamados dolia, contenían comidas y bebidas para ofrecer a los clientes. ¿Alguien ha pensado como podían limpiarse de ser eso cierto? En verdad, los dolia debían contener alimentos, pero del tipo frutos secos o legumbres, siendo su uso el de tienda de comestibles en vez de taberna en algunos casos. En las tabernas los guisos se hacían en pequeños hornillos y el vino se servía en jarras y se almacenaba en ánforas. Establecimientos de este tipo se expandían por Pompeya hasta llegar a la cifra de 200, número considerable teniendo en cuenta la población de la ciudad. No obstante, su cantidad se justifica en parte por la población externa que visitaba a diario Pompeya, y en parte por la necesidad de los pompeyanos de comer fuera. Al contrario que actualmente, comer fuera era signo de pobreza y sólo los ricos podían permitirse el lujo de comer en el interior de sus casas.



Regresando de la visita al impresionante Anfiteatro, que en otro tiempo tuvo una abundante decoración pictórica, por la actual Vía dell´Abbondanza, regresaremos al Foro. En el camino, una persona atenta  puede observar numerosas curiosidades. En primer lugar puede comprobar cómo las panaderías pompeyanas tienen bastante parecido a las nuestras. Pero si les indico que conocemos como eran las hogazas, redondas al estilo pueblo, y que los obreros dedicados a amasar pan tenían un fresco de una insinuante Venus a modo del actual calendario “Pirelli”, nos percataremos de forma evidente porqué nuestra cultura es grecorromana. También salta a la vista la multitud de altares en las encrucijadas, algunos junto a fuentes, y los numerosos grafitis en los muros de las viviendas. Unos anunciaban espectáculos, otros informaban sobre alquileres y hasta había lacónicos mensajes electorales. Respecto a los grafitis, la Basílica del Foro es el edificio que más contiene, lo que nos hace dudar de la función que las guías turísticas nos ofrecen, tribunal de justicia. Hay garabateadas coplillas jocosas, máximas a modo de refranes, o el inicio de obras literarias clásicas, junto a grafitis más vulgares y soeces. Sin duda, aquí había mucha gente aburrida. También nos pudieron sorprender en nuestro camino unas construcciones de ladrillo a modo de torres, algunas junto a las fuentes. Se llaman torres de agua y su función era reducir la presión con la que bajaba el agua del castellum aqua, directamente alimentado por el acueducto Aqua Augusta. En efecto, Pompeya poseía tuberías y suministro de agua desde el S.I a.C. Este dato se valora mucho mejor con una comparación. En 1985, la ciudad de New York (EEUU) tenía menor surtido de agua que la Roma antigua.

Como las aceras pompeyanas son altas en exceso para nuestro tiempo, y muy estrechas, la mayoría de los turistas recorren la ciudad por el medio de las calzadas, confiados en que no se tendrán que apartar por el paso de ningún vehículo. Esta no era una opción de tránsito para los pompeyanos, y no por el tráfico rodado. Aunque hoy día las calles están limpias, en otro tiempo no fue así. En las calzadas se acumulaban desperdicios y defecaciones, tanto animales como humanas. No obstante, no nos alarmemos. El servicio de recogida de basuras era el agua, proveniente de las fuentes públicas o de los desagües de las casas y termas, y en último caso de la lluvia. El agua corría alegremente por las calzadas “limpiando” las calles. Ahora podemos entender mejor el significado de esas enormes piedras que, cuan paso de cebra, conectan las aceras. Bajarse a pie de calzada no debía ser muy agradable, ¿verdad?



Sólo las calles más anchas soportaban tráfico rodado, el cual estaba prohibido en el Foro, tal como comprobamos, al regresar a él y fijarnos en la calle cortada. Anteriormente dijimos que el Foro pompeyano estaba tan destruido debido a la dejadez en la reconstrucción tras el terremoto del año 62 d.C. Sin negarlo, hoy se barajan más opciones, cobrando actualmente mucha fuerza la hipótesis del saqueo posterior. Los arqueólogos han encontrado túneles y evidencias, como el grafito que dice “casa perforada”, que nos confirman la existencia de visitantes justo después del enterramiento de la ciudad. Tal vez fueran pompeyanos intentando recuperar sus enseres más preciados, aunque lo más probable es que fueran ladrones. Ello explicaría más convincentemente la desolación del Foro y el Templo capitolino. Puestos a arriesgarse excavando un inseguro túnel, que mejor que hacerlo hacia el lugar donde más estatuas y tesoros se acumulaban. Pompeya fue saqueada tras su destrucción por sus contemporáneos. Otra razón más para negar su “congelación” en el tiempo.

Pero aún hay más. La ciudad que apareció en el S.XVIII tenía un aspecto muy distinto al actual. Las excavaciones de aquella época seguían unos métodos un tanto brutales para nuestros conceptos actuales, en el sentido de que no les importaba destruir cualquier obstáculo con tal de obtener la pieza deslumbrante para el museo. Estas malas prácticas, unidas a la degradación de las ruinas por dejarlas a la intemperie han ocasionado la pérdida de multitud de pinturas. Pero el hombre siempre supera a la naturaleza y en 1943 un bombardeo aliado cayó directamente sobre Pompeya, haciendo más ruinosa la ciudad. El Teatro grande y el Foro quedaron muy dañados, así como la zona del actual restaurante. Por tanto, Pompeya volvió a sufrir nuevas catástrofes destructivas.

Para finalizar una buena visita a Pompeya debemos pasear por su zona oeste y salir por la puerta de Herculano, admirando los mausoleos y llegando a la finca campestre llamada “Villa dei Misteri”. Descubierta en 1909, conserva el friso de pintura más famoso de la ciudad, el cual representa el rito de iniciación a los misterios dionisíacos. Aunque las pinturas semejan lo que un día decoró esta sala, no son las originales. Tras ser descubiertas sufrieron daños por el terremoto de 1909 y por el salitre del ambiente, lo que provocó unas horribles manchas blanquecinas. Éstas fueron eliminadas con una mezcla de cera y petróleo, lo que confirió al fresco el brillo y la tonalidad oscura que posee en la actualidad.



Recopilando un poco hay que decir que Pompeya no fue la típica ciudad romana congelada en el tiempo, y lo que nos ha llegado hasta nuestros días, sin negar su extraordinario valor histórico, es el resultado de numerosos avatares. Una ciudad obligada a reinventarse tras el terremoto del año 62 d.C., una ciudad con la mayoría de la población huida, una urbe saqueada tras la erupción del Vesubio, tanto en tiempos antiguos como modernos, destruida en parte durante la Segunda guerra Mundial y degradada tras el paso implacable del tiempo y de los insaciables turistas. Al igual que su nombre original “Colonia Cornelia Veneria Pompeiana” se ha visto reducido notablemente, el legado que hoy disfrutamos es tan sólo una pequeña parte de lo que fue la Pompeya del año 79 d.C. Afortunadamente, la información de Pompeya la podemos contrastar con otras poblaciones similares. La erupción del Vesubio afectó a un radio de 18 Km., sepultando no sólo a Pompeya, sino ciudades próximas como Herculano. Pero esto… ¡Ya es otra historia!

Además del capítulo del libro os dejo en la sección de documentos las cartas enviadas por Plino el Joven a Tácito describiendo la muerte de su tío y los últimos instantes de Pompeya a través de los testimonios orales que pudo recopilar. Sin duda, un testimonio interesante que nos ofrece un acercamiento casi periodístico a la erupción.

Espero que os gustara el capítulo. Si es así y aún no habéis adquirido vuestro libro electrónico os animo a hacerlo en la página web de La Casa del Libro pinchando en la siguiente dirección: https://www.casadellibro.com/ebook-mis-mentiras-favoritas-ebook/9788483260586/2208941

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