Uno de los capítulos del
libro Mis Mentiras Favoritas. Historia
Antigua trata sobre los falsos mitos que rodean a los gladiadores. En él
vais a descubrir que todo aquello que os ha mostrado el cine o la televisión es
rotundamente falso, pues estos combates no eran una excusa para derramar
sangre, como mucha gente piensa habitualmente.
El final de los capítulos lo
suelo dejar abierto, indicando alguna mentira histórica relacionada con el
capítulo en cuestión. Es una manera de picaros en vuestra curiosidad e
incitaros a investigar un poco más sobre el tema.
Muchos lectores me habéis
insistido en abordar este tipo de cuestiones abiertas en el blog, como una
manera de aportar un plus a este medio y terminar la tarea iniciada en el
libro. Para todos ellos está dedicado este capítulo, en donde abordaremos la
curiosa cuestión de las mujeres gladiadoras en el mundo romano.
¿Os apetece adentraros en
este curioso episodio histórico?
Para confirmar la existencia
de mujeres gladiadoras en el mundo romano debemos buscar en las fuentes algún
testimonio de su existencia. Afortunadamente, tenemos tanto fuentes escritas
como iconográficas, por lo que su presencia está históricamente atestiguada.
Dentro de las primeras
debemos destacar los Annales (XV-3) de Tácito, en donde el
historiador romano nos narra los espectáculos celebrados en el año 63 d.C.,
durante el reinado de Nerón, donde “se celebraron juegos gladiatorios tan
magníficos como los del pasado, sin embargo muchas mujeres y senadores se rebajaron a
luchar en la arena”.
También Dion Casio nos
muestra en su Historia Romana (LXII –
17.3) la existencia de mujeres gladiadoras: “Había otro tipo de exhibición
que era de lo más desagradable y vergonzosa a la vez, cuando los hombres y las
mujeres, -no sólo pertenecientes a la clase media, si no incluso a la clase de
los senadores-, aparecían como los actores en el teatro, en el Circo, y en el
Coliseo, como aquellos a los que se tiene en baja estima. Algunos de ellos
tocaban la flauta y danzaban como mimos o actuaban en tragedias y comedias o
cantaban acompañados de la lira; montaban a caballo, mataban bestias salvajes y
luchaban como gladiadores, algunos deseando hacerlo y otros tal vez en contra
de su voluntad”.
En los textos de Juvenal
también encontramos referencias a las gladiadoras. Concretamente, en su Saturae, encontramos una curiosa
reflexión: “¿Qué pudor puede mostrar una mujer con yelmo que rechaza su sexo
y está enamorada de la fuerza bruta?.
¡Qué papelón, si hay que subastar los bienes de la esposa: un talabarte y
guanteletes y penachos y una media protectora para la pierna izquierda! O si
practica otro tipo de combates, ¡afortunado tú cuando tu amiguita venda sus
grebas!”.
Todos los textos anteriores
nos muestran la existencia de mujeres combatiendo como gladiadoras en la arena
y la repulsión que producía tal hecho en los aristócratas romanos. Este
pensamiento debemos contextualizarlo en la época en la que vivieron estos
personajes. Por un lado, el hecho de ver luchar a una mujer en un terreno
exclusivamente diseñado para los hombres (la guerra y todo lo relacionado con
ellas es ámbito exclusivo del varón) atentaba sobre los cimientos mentales de
su sociedad. Por otro lado, los gladiadores eran considerados desechos de la
sociedad; el que no lo era por ser esclavo había sido condenado a ello o no le
había quedado otra alternativa. Es cierto que también existían gladiadores
“vocacionales”, personas libres que elegían este camino en busca del glamour y la fama. No obstante, estos
personajes se preocupaban de colocarse cascos discretos que les tapen la cara y
les hagan pasar desapercibidos. Pues recordemos que un gladiador es un infamis, una escoria social a la que no
se acercaría ningún romano de bien.
No obstante, las afirmaciones
anteriores no deben confundirnos sobre la opinión de estos intelectuales sobre
los gladiadores. Para ellos los gladiadores encarnaban virtudes tan importantes
como la bravura o la capacidad de sufrimiento y sus combates eran una
importante lección moral. Cicerón, en sus Tusculanas
(2-41), nos decía: “El espectáculo de los
gladiadores suele parecer cruel e inhumano a algunos, y yo no sé si esto ocurre
por la manera en que se llevan a cabo hoy día. Pero cuando eran criminales
condenados los que luchaban con la espada... ninguna lección de las que entran
por los ojos podía ser más efectiva contra el dolor y la muerte”. Y Séneca
solía colocar a los gladiadores como ejemplo de cómo debía afrontar la muerte
un estoico: “Vivirá mal quien no sepa
morir bien. […] Como dice Cicerón,
nos son antipáticos los gladiadores cuando ansían conservar la vida toda costa;
somos sus partidarios si la desprecian. Sábete que lo mismo nos sucede a
nosotros, pues a menudo la causa de morir es el morir con temor”. (Sobre la serenidad, 11-4).
Volviendo al testimonio de
las fuentes escritas, también sabemos que Domiciano realizó un combate de
gladiadoras a la luz de las antorchas y que en un espectáculo incluyó a mujeres
y enanos, logrando un gran éxito. Suetonio (IV-1) y Dion Casio (LXVII – 8.4)
son las fuentes que nos cuentan tal acontecimiento: “celebró cacerías de
animales salvajes, combates de gladiadores por la noche a la luz de las
antorchas, y no sólo combates entre hombres, si no también combates entre
mujeres” e incluso “algunas veces hacía que se enfrentasen enanos y
mujeres”. Suponemos que no se mezclarían ambos tipos, pues la lucha estaría
tan desigualada que no tendría gran interés.
De lo anterior podríamos
deducir que los combates de mujeres eran algo exótico y excéntrico, pero este
es un error muy común que debemos desterrar. Como veremos más adelante, la
legislación en contra de que las mujeres de alta alcurnia se convirtieran en
gladiadoras evidencia que la participación en los combates era bastante más
frecuente de lo que podríamos pensar. De hecho, la participación de una mujer
gladiadora en un coliseo debía asegurar el éxito del espectáculo. Entre otras
cosas porque significaba una perversión del concepto romano de feminidad y de
la división tan tajante (cada sexo tenía sus funciones) de la sociedad antigua.
La realidad de las mujeres
gladiadoras era la de un combatiente tan preparado como los hombres. En la
mayoría de las ocasiones se trataba de profesionales y debemos olvidarnos de
equipararlas al espectáculo ofrecido por enanos o paegniarii (gladiadores payasos). Al igual que los hombres se
jugaban la vida en cada combate y luchaban hasta las últimas consecuencias.
Y al igual que ahora, la
mujer gladiadora debía luchar contra un sistema eminentemente machista. El
principal problema que encontraba una mujer gladiadora era el de lograr que un ludus (escuela de gladiadores) la contratara. Algunos
lanistae (director de la escuela) de
pensamiento conservador rechazarían a cualquier mujer simplemente por considerarlas
indignas de tal profesión, considerando su actuación como algo inmoral. Otros
más abiertos de mente tal vez ya probaron lo complicado que resultaba adaptar
el ludus a la presencia de una mujer
o llevar el día a día en un grupo donde algunos luchadores masculinos podían
ser humillados por estas guerreras. No obstante, las mujeres de las clases más
altas que deseaban formarse como gladiadoras seguro que contaron con
entrenadores individuales que les podían enseñar el oficio. Por todo lo
anterior, aunque existieron, su frecuencia en las arenas no fue excesiva, lo
que incrementaba el interés de los espectadores cuando una de ellas aparecía.
Respecto a los distintos
tipos de gladiadoras, en una famosa novela de Petronio, el Satiricón (XLV), se cita a una mujer gladiadora de la especialidad essedaria, es decir, que luchaba con un
carro, aunque no sabemos si combatía desde el mismo o sólo lo utilizaba para
entrar en la arena.
Por otro lado, podemos
deducir, analizando diferentes partes de la obra de Juvenal (Sátiras), que las gladiadoras luchaban
con varias armaturae, tales como los
tracios o mirmilones. Lo anterior nos debe poner en alerta sobre lo extendida
que estaba la profesión de gladiadora. Igualmente, de los textos de Juvenal,
deducimos que existían mujeres cazadoras que actuaban en las venationes (cacerías).
La cantidad de leyes romanas
del siglo I a.C. limitando y prohibiendo la lucha en la arena a los senadores y
sus familiares muestra que aquella era una realidad que, lamentablemente, se
solía repetir. Un edicto del año 11 d.C. decía lo siguiente: “ninguna mujer
nacida libre menor de veinte años y ningún hombre nacido libre menor de
veinticinco podían actuar como gladiadores o prestar sus servicios en la arena
o el escenario”. Y en el 19 d.C. Tiberio promulgó el Decreto Larinum, el
cual prohibía expresamente la participación en combates en la arena “de las hijas, nietas y biznietas de
senadores y de cualquier mujer cuyo esposo o padre o abuelo, ya fuera por vía
paterna o materna, hubiera pertenecido a la clase de los equites o caballeros”,
lo que nos sugiere que el hecho se seguía repitiendo. Sería en el año 200 d.C.
cuando Septimio Severo prohibiría de forma definitiva la aparición de mujeres
gladiadoras sobre la arena de los coliseos romanos.
Dentro de las fuentes
iconográficas, la pieza más importante al respecto de las gladiadoras se
encuentra en el Museo Británico. En sus vitrinas podemos admirar un relieve
proveniente de la ciudad de Halicarnaso, Turquía, en donde aparecen dos
gladiadoras, de nombres Aquilia y Amazonia, en medio de un combate. Está datado en el
siglo I d.C. y gracias a él descubrimos que las mujeres llevan descubierta
tanto la cabeza como su pecho, tal vez, como una manera muy visual de mostrar
la feminidad de los combatientes. No obstante, su equipamiento como provocator indica que en el combate si
debieron utilizar el casco. Según la inscripción que las acompaña, ambas habían
sido perdonadas (missio), tal vez por
la calidad del combate ofrecido. Este hecho excepcional, de un perdón doble,
tal vez fuera el origen de la realización de este monumento decorativo. Además,
sus nombres parecen recordar un episodio de la vida de Aquiles, el gran héroe
griego que mató a Pentesilea, reina de las amazonas.
Otra
pieza escultórica que probablemente represente a una gladiadora la tenemos en
el Museum für Kunst und Gewerbe de Hamburgo, o al menos eso es lo que
han interpretado Mauricio Pastor y
Alfonso Mañas Bastida en un artículo de la revista Florentia
iliberritana. Aunque anteriormente
se identificó esta pieza como un atleta con estrigilo, los
investigadores españoles consideran que se trata de una gladiadora empuñando
una daga, en base a su posición y vestimenta. En efecto, para estos
investigadores el hecho de mostrar el pecho desnudo sería evidencia de su baja
condición social y el vendaje existente en una de sus rodillas la prueba de su
profesión, pues era un vendaje típico de los gladiadores. La pose, levantando
la espada al aire era la típica pose del gladiador victorioso. No obstante, su
interpretación adolece de algo fundamental para lograr la unanimidad
científica: la falta de elementos defensivos, tales como casco, escudo o
grebas.
Por
tanto, la existencia de mujeres gladiadoras está suficientemente demostrada,
históricamente hablando. Y aunque su frecuencia no fue muy alta, sin duda
existieron varias guerreras que pelearon y, seguramente, murieron en la arena
de los coliseos romanos.
Fuentes:
Lillo
Redonet, F.: Gladiadores. Mito y realidad. Evohé Didaska.2011.
Matyszak,
P.: Gladiador. El manual del guerrero romano. Akal. 2012.
Si
queréis informaros un poco más el mundo de las gladiadoras os aconsejo vivistar
las siguientes páginas:
Muy buena entrada. La verdad es que el mundo de los gladiadores está demasiado mitificado. Os dejo un vídeo que explica de forma muy realista este fenómeno: https://gabrielrosselloblog.wordpress.com/2017/02/22/gladiadores-tipos-y-curiosidades/
ResponderEliminarHola Gabriel, un honor que te gustara la entrada. Aprecio mucho tu opinión dada tu pasión por la historia.
EliminarMe encantó tu blog y la entrada sobre los gladiadores. Lo visitaré de vez en cuando.
Saludos
P.D.: Este año me presento a los premios Blogger del periódico digital 20 minutos, en la sección Innovación, ciencia y tecnología. No olvides votarme desde el 17 de febrero al 10 de marzo. Muchas gracias!!!!