El
8 de agosto de 1588 tuvo lugar la Batalla de Gravelinas, donde los ingleses,
supuestamente, derrotaron a la Armada Invencible
enviada por Felipe II de España.
Sobre
este episodio histórico, tan plagado de mentiras, tienes todo un capítulo
dedicado en exclusiva en el libro de Mis Mentiras Favoritas. Como complemento,
hoy analizaremos la frase del título, presuntamente atribuida a Felipe II.
En
el tomo XIV de la
Historia General de España, escrita por Modesto Lafuente, podemos leer
el siguiente comentario, supuestamente realizado por Felipe II al recibir la
noticia de la derrota de su armada:
“Yo envié
mis naves a luchar contra los hombres, no contra las tempestades. Doy gracias a
Dios de que me haya dejado recursos para soportar tal pérdida: y no creo
importe mucho que nos hayan cortado las ramas con tal de que quede el árbol de
donde han salido y puedan salir otras”.
Como el párrafo era demasiado largo, la cultura
popular lo acortó y se quedó únicamente con la primera frase, que en la forma
que todos conocemos se expresa de la siguiente manera: “No envié mis naves a luchar contra los elementos”.
Dejando
para un análisis posterior la falsedad de la cita reproducida por Modesto
Lafuente, el hecho de acortar tal párrafo induce dos errores que aún persisten
en el ideario colectivo: el pensamiento de que sólo existiera una armada
enviada por Felipe II contra Inglaterra, y que la causa última de la derrota
fuera una tormenta.
Lafuente,
con la frase que pone en la boca de Felipe II, pretende hacer un resumen de lo
acontecido en este episodio histórico; y quería dejar claras dos cosas. Por un
lado, la resignación cristiana del monarca ante los designios divinos, algo que
cuadraba muy bien con la consideración casi beata de este monarca. Por otro
lado, la existencia de otras armadas enviadas contra Inglaterra en los años
posteriores. Lafuente conocía la existencia de otras empresas parecidas en 1596
y 1597 y deseaba dejarlo por escrito.
El
acortamiento de la frase de Lafuente no es inocente y tenía como objetivo
volver a reescribir la historia (lo que no deja de ser paradójico al tomar de
base una interpretación inventada de ella). De la resignación cristiana pasamos
a la explicación de la derrota por motivos impredecibles e incontrolables. El
hecho que fuera una tormenta y no los ingleses los que derrotaran a la Armada
dejaba a salvo la honra española.
Pero,
como dijimos, el acortamiento no es inocente. Se produjo en 1898, cuando España
perdió sus últimas colonias. El hundimiento de la Armada evocaba el reciente
hundimiento de la flota española en Cuba e intentaba que tanto uno como otro
parecieran dignos y honrosos.
Modesto
Lafuente es uno de los principales creadores de la Historia de España que todos
hemos aprendido en los libros. El problema es que en muchos pasajes históricos
por él relatados, como en este que tratamos, su imaginación romántica primaba
por delante de la veracidad de las fuentes.
En
este caso, la frase que atribuye a Felipe II es totalmente falsa, pues en
ningún momento la Armada Invencible fue
derrotada por una tempestad. De hecho, tampoco podemos decir que fuera
derrotada en sentido estricto.
El
problema para estudiar los hechos relativos a la Armada Invencible reside en la tergiversación
histórica que sufrió por parte de los contendientes. Por un lado, en el bando
español, se hizo poco hincapié en la derrota, como solía ser habitual en la
antigüedad con este tipo de acontecimientos negativos. Y cuando se hizo alguna
mención fue desafortunada, como hemos visto.
Por
parte inglesa la cosa no fue mejor. De hecho, las tergiversaciones de la
historiografía inglesa han sido las que más éxito han tenido y las que
perduran, de manera insidiosa, en el imaginario común. Entre las muchas
falsedades que inculcaron los ingleses destaca la propia denominación de la
Armada como Invencible. Este apodo fue esgrimido por los ingleses, a modo de
burla, a posteriori. En España la armada fue denominada “Grande y Felicìsima armada”.
También
seguían la costumbre, común en tiempos antiguos, de magnificar al rival vencido
para hacer mayor su victoria. Relativo a esto está la falsa idea de la
abrumante superioridad numérica de la armada española respecto a la inglesa
(cuando en realidad apenas existían diferencias), o la repetida idea de que el
combate fue una lucha entre los navíos ingleses rápidos y con cañones de largo
alcance y los pesados navíos españoles fabricados para la lucha al abordaje. En
este sentido se intentaba colocar esta batalla como una fecha clave en la
evolución de los combates navales, siendo muestra de la derrota de las tácticas
antiguas (representadas por la flota española) respecto a las novedades navales
utilizadas por los ingleses. Hoy día, nadie sostiene tal cosa. Cada armada
tenía sus armas para combatir a la contraria y ambas eran formidables enemigos.
Víctor San Juan resume perfectamente los conceptos que abordamos:
“Los barcos
ingleses se mostraron más ágiles y maniobreros que los españoles, y su
artillería, de mejor calidad, pero los galeones de la Armada Invencible
fueron sólidos e imbatibles, estuvieron muy bien defendidos y nadie se atrevió
a desafiarles a corta distancia salvo breves periodos de tiempo. Con el escaso
porcentaje de acierto de la primitiva artillería de la época, la conclusión de
los españoles fue que merecía la pena perseverar en la construcción de sólidos
galeones, sobre todo, teniendo en cuenta que eran mucho mejores al abordaje,
técnica que no hubo lugar a poner en práctica dadas las elusivas tácticas
inglesas”.
La
mentira más burda e importante que crearon los ingleses respecto a este
episodio fue considerarlo como una batalla al uso. Primero tergiversaron el
choque equiparándolo a Lepanto, auténtica batalla naval entre los colosos
mediterráneos. Luego se erigieron vencedores de la batalla, a la que añadieron
un desigual número de fuerzas.
Derrota de la armada invencible. (1796) Philippe-Jacques de Loutherbourg |
Lo
cierto fue que no hubo tal batalla. La armada española no fue concebida para
enfrentarse a la inglesa, no al menos del mismo modo que se concibió el combate
de Lepanto contra los turcos. En cambio, la armada española tenía el objetivo
de llegar sana y salva hasta los puertos de Calais o Gravelinas, donde
embarcarían a las tropas de Flandes con el objetivo de transportarlas hasta
Inglaterra.
Y
el objetivo de la armada se cumplió, pues con apenas bajas llegaron a Calais
sin que la armada inglesa, fabricada para frenarla, obtuviera los más mínimos
resultados. La misión, no obstante, fracasó, debido a que no se pudieron
embarcar a los Tercios de Flandes. Los holandeses habían ocupado todos los
puertos de gran calado e impedían el traslado de tropas en barcazas. Dada la
imposibilidad de embarcar a las tropas españolas, la misión no tenía sentido
que continuase.
Fue
tras la confirmación de la imposibilidad de embarcar las tropas cuando los
ingleses se lo jugaron todo a una carta y realizaron el ataque final. La Armada
española se dispersó y tuvo que volver a España bordeando las Islas Británicas.
Fue en ese viaje de regreso tortuoso donde se hundieron varios barcos debido al
mal tiempo. No obstante, su número no fue tan elevado como se piensa,
cifrándolo José Luis Casado Soto en 35 navíos.
Por
tanto, no hubo batalla al uso. No existió un enfrentamiento directo entre dos
armadas dispuestas para tal fin. Hubo una armada cuyo objetivo era llegar a un
punto de Flandes y otra cuya misión era evitar que llegara. La española cumplió
su objetivo y la inglesa no pudo evitarlo. Luego, arrinconados en las
proximidades de Gravelinas, existió un choque directo entre las armadas y los
ingleses lograron dispersar a la armada española, pero ésta no sufrió bajas
importantes. Su misión había fracasado antes de este desesperado ataque inglés.
La
armada española hubiera triunfado si los Tercios de Flandes hubieran dominado
algún puerto y hubieran podido embarcar. Y, por supuesto, fue la resistencia de
los holandeses más que el buen hacer inglés lo que dio al traste tal operación.
Las tormentas y otras inclemencias del tiempo no tuvieron nada que ver en el
desenlace final de la operación y su incidencia en el conjunto de la flota, en
el camino de vuelta, fue anecdótica. Existió una tormenta menor al final del
enfrentamiento entre las armadas en Gravelinas, pero más que un problema fue
una ventaja para los navíos españoles, pues les sacó más rápidamente de un
enfrentamiento directo en el que no tenían nada que ganar.
Conocida
desde hace tiempo la historia real de los acontecimientos, resulta chocante que
en el imaginario común aún persistan las mentiras divulgadas inicialmente por
la historiografía inglesa. Centrándonos en la española, que es la que más nos
compete, debemos indicar que el hecho de atribuir una derrota a una tormenta
inesperada es un cliché literario utilizado de forma repetitiva a lo largo de
la historia.
En
efecto, si analizamos diversos episodios de la antigüedad veremos casos
parecidos. Son particularmente notorios los casos griegos y chinos. En la
historia contada por los griegos antiguos, hasta en tres ocasiones una tormenta
hundió a la flota persa. En el caso de los chinos, las referencias a episodios
parecidos son aún más numerosas.
Los
historiadores han llegado a la conclusión de que cuantos más episodios
similares se repiten en la historia más probable es que sean relatos
inventados. Puesto que existe una máxima muy clara: “la Historia nunca se
repite”.
¿Porqué
persisten estos errores en nuestra historia?. La verdad es que no persisten. Han
sido superados hace mucho tiempo. El problema es que la historia popular está
tan asentada que es muy difícil sustituirla o cambiarla. El canón histórico
creado en los siglos anteriores sobre nuestra historia fue tan perfectamente
ideado y enseñado que hoy día los críticos a la costumbre son tomados por
falsos visionarios entre los profanos. Puesto que al público general le agrada
mucho más creer un orden histórico fijo, aunque sea falso, que adentrarse en el
mundo de la incertidumbre histórica. Es más sencillo que nos cuenten la
historia como un relato novelístico, con sus anécdotas conocidas, que
mostrarnos la cruda realidad de fluctuación de la historia pasada.
En
este sentido, nuestra historia como país fue construida por un reducido número
de historiadores. Ximénez de Rada ideó la historia de Castilla. Alfonso X ideó
la historia de España. Juan de Mariana en el siglo XVI, Modesto Lafuente en el siglo
XIX y Menéndez Pidal en el siglo XX la fueron actualizando y continuando,
eliminando sistemáticamente todos los datos que no cuadraran con el relato
histórico creado.
Ya
a finales del siglo XX y en este siglo XXI los historiadores están revisando la
historia tradicional y revisando sus puntos más conflictivos. La tarea no es
sencilla, pues se enfrentan a dos poderosas fuerzas contrapuestas. Por un lado,
el Estado Español, garante de la historia tradicional, no permite que las
divergencias comprometan la esencia del país que llamamos España. Por otro
lado, los estados autonómicos con identidades diferenciadas utilizan la
historia como arma política para negar el discurso tradicional, pues negando la
esencia española piensan que fortifican sus idiosincrasias localistas. Y para
ello, no dudan en tergiversar aún más plausiblemente, el discurso histórico.
Valga
como muestra lo siguiente. En el discurso histórico catalán los nacionalistas
catalanes defienden que Felipe V les anuló sus libertades propias de una nación
independiente. Por ello sus antepasados lucharon en la guerra de la
independencia contra el centralismo que deseaba imponer el monarca francés. Y,
por ello, su grito de guerra era ¡Muerte
al Borbón!
Ese
grito lo utilizan ahora para enfrentarse a la monarquía
actual, en un anacronismo tan retrógrado como falsario. Pues lo que no
cuentan los nacionalistas catalanes es que la frase está sibilinamente
acortada, como le pasó al párrafo de Modesto Lafuente. Los catalanes se unieron
al otro rival que pugnaba por lograr el trono español tras la muerte de Carlos
II. Y la frase de marras era ¡Muerte al
Borbón! ¡Arriba el Austria!
Por
último, para terminar con el capítulo sobre la Armada Invencible,
debo anotar que sabemos a ciencia cierta lo que dijo Felipe II tras enterarse
del desastre de su armada. Lo dejó por escrito en una carta remitida a los
obispos españoles, el 13 de octubre, para informarles de lo acontecido. Tras
las explicaciones pertinentes concluye:
“Debemos loar
a Dios por cuanto Él ha querido que ocurriera así. Ahora le doy las gracias por
la clemencia demostrada. Durante las tormentas que la Armada tuvo que soportar [en el viaje de vuelta], ésta hubiera podido correr peor suerte”.
Su
opinión nos cuadra perfectamente con el pensamiento de la época. La victoria o
derrota se atribuye a la Providencia divina y nuestro rey Felipe II da gracias
por no tener mayores pérdidas de forma resignada. Nada indica que la tormenta
fuera la causa de la derrota, como piensan la mayoría de las personas profanas
en el tema.
De
hecho, los ingleses también atribuyeron inicialmente su victoria a la Providencia Divina.
En las monedas acuñadas para conmemorar tal empresa podíamos
leer: “Flavit Jehovah et Dissipati Sunt”
(Jehová sopló y los dispersó). No se trata de la explicación de la victoria
inglesa sino de una metáfora, donde la fuerza del viento católico no puede
derrumbar a la Iglesia anglicana, algo evidente si damos la vuelta a la moneda
y vemos el dibujo que contiene.
No
obstante, la tentación de atribuir la victoria a Drake, una vez mitificada su
figura, era demasiado tentadora para dejarla pasar y por ello posteriormente se
cambió el discurso, haciendo a este pirata el protagonista de la victoria
inglesa. Un protagonismo realmente curioso, pues en 1589 una armada inglesa,
capitaneada por Francis Drake y enviada a España para vengar el ataque del año
pasado, fracasó estrepitosamente.
Supongo
que estas son las ironías que encierra la historia. De otro
modo, su estudio no sería tan interesante y apasionante.
FUENTES:
Lafuente,
M.: Historia General de España. Tomo
XIV. Universidad de Michigan. 2007.
Luján,
N.: Cuento de cuentos: origen y aventura
de ciertas palabras y frases proverbiales. Barcelona. Folio.1993.
Lynch,
J.: Los Austrias. Barcelona. Crítica.
2000.
Murado,
M.A.: La invención del pasado.
Barcelona. Debate. 2013.
La Armada Invencible (1588). http://www.mgar.net/var/armada.htm
Armada
Invencible. http://es.wikipedia.org/wiki/Armada_Invencible#La_estrategia
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