Acabo de ver un interesante thriller/drama histórico y me picó la curiosidad sobre la historicidad real de los sucesos que relataba.
Me puse a documentarme un poco sobre la película y, como suele ser habitual, terminé algo decepcionado con la manera de plasmar los acontecimientos reales.
Nuevamente, un director de cine realiza su versión particular de una historia verídica, modificando diversos pasajes para que cuadren en su idea de película taquillera. El problema evidente que entraña tal estrategia es el momento en el cual el espectador desea separar lo verídico de lo artificial. La amalgama está tan bien hilada que resulta casi imposible.
¿Os interesa saber qué es realidad y qué es ficción
en la película Niño 44?
Antes de comenzar debo destacar que la película, dirigida
por el sueco Daniel Espinosa, sufrió la censura en Rusia, lugar donde suceden
los hechos, por dos razones:
·
La primera, por “tergiversación de
hechos históricos”. Aspecto en el que tienen (sólo) parte de razón.
·
La segunda por una reciente ley que
prohíbe la emisión de cualquier película que “denigre la cultura rusa, amenace
la unidad nacional y mine los principios del orden constitucional”. Todo ello
en el contexto del inminente 70 aniversario de la victoria sobre la Alemania
nazi en la II Guerra Mundial. En este caso, si una sociedad no es capaz de
superar los errores del pasado, jamás podrá mirar con esperanza el futuro. Y
parece que ese el destino de la Rusia actual.
La
censura es totalmente inaceptable. Una película es un
entretenimiento. Y si los hechos reales no se asemejan a la realidad siempre se
pueden discutir y mostrar a la población los verdaderos. Pero claro, la
supuesta tergiversación de los hechos históricos no incide sobre el tratamiento
más bien superficial del asesino en serie ruso más famoso de todos los tiempos,
sino por la supuesta visión de la Rusia de Stalin del año 1953. Y ahí, poco se
puede objetar. Pues la visión de la película, en este caso, es bastante
acertada a lo que se vivió en aquellos años. Es una visión de un estado
dictatorial donde la policía puede hacer, literalmente, lo que le dé la gana
con los ciudadanos. Una realidad que se ha vivido en otros países (en España
también y la hemos superado, gracias a Dios) y que, lamentablemente, seguimos
viendo en la realidad cotidiana de varios países con regímenes dictatoriales.
Respecto a la película, en su valoración estrictamente cinematográfica, debo indicar que se trata
de un thriller totalmente recomendable. Algo lento en algunas fases y con el
error, en mi opinión, de centrarse demasiado en el sufrimiento que viven los
personajes, inmersos en la sociedad dictatorial que les tocó vivir. Hubiera
sido más interesante dar más minutos de metraje a la trama principal de la
investigación sobre el asesino en serie, pero la fidelidad de la película con
el libro, escrito por el británico Tom Rob Smith, lleva a esta situación.
En cuanto a la fidelidad a los hechos reales lo
primero que debemos indicar es la tergiversación
de fechas históricas. Los acontecimientos en la película suceden hacia el
final de la época stalinista, en 1953, mientras que la época real del asesino
en serie ruso Andréi Románovich
Chikatilo fue entre 1978 y 1994.
El autor de libro original
pensó que situando la trama en esta época podría hacer más interesante la
novela, pues incluía la lucha del protagonista contra la inmovilidad de la
burocracia; todo ello en el contexto de la ley del miedo, en donde la denuncia
de un vecino suponía el arresto y la muerte o deportación a Siberia, en el
mejor de los casos.
Sin duda, mostrar el
opresivo ambiente de aquella época, junto a las injusticias de la policía y
el sufrimiento de las personas corrientes, es uno de los puntos fuertes de
la película. Y no lo vamos a ver, como suele ser habitual, bajo el único
prisma de las víctimas, sino también nos muestran la mentalidad que movía a los
sicarios del gobierno.
Memorables son las escenas
del ajusticiamiento de los campesinos (cuyo epílogo es la adopción de las niñas
al final), el suicidio del homosexual, el trato otorgado al veterinario o las
escenas entre el protagonista y cualquiera de sus superiores.
Otro aspecto que
destacaría es la acertada imagen del cobarde Vasily. Es cierto que puede estar
muy trillado el personaje cobarde en la guerra que luego, cuando tiene un
mínimo poder, se vuelve cruel y despiadado. Pero esa transformación no es un
simple cliché. En contextos de asociación grupal, donde el grupo, en este caso
el MGB (antecedente del famoso KGB), otorga cobertura casi ilimitada, son estas
personas débiles de carácter y acomplejadas las que se transforman en
verdaderos monstruos. Y eso es lo que vemos en la película.
Respecto a la trama
principal, es cierto que existió un asesino en serie en Rusia que asesinó
brutalmente a varios niños, pero la realidad del personaje ha sido tan
distorsionada que apenas vamos a poder descubrirle.
Por cierto, que cuando
repiten la frase “En el paraíso no hay
asesinatos”, puede que el público no termine de entender el significado que
guarda. En primer lugar el paraíso se refiere al mundo comunista y los
asesinatos son, en realidad, asesinatos en serie. El asunto se intenta explicar
brevemente al final de la película, momento en el cual intentan convencer al
protagonista que este tipo de asesinos en serie no son propios de la URSS y sus
sistema de gobierno, sino de el decadente en valores mundo capitalista. La
culpabilidad a los nazis, que supuestamente mantuvieron en un campo al asesino
y lo “entrenaron” para matar al volver a su patria, resulta, cuanto menos,
forzada.
La historia del
verdadero asesino, Andréi Románovich Chikatilo, apenas tiene unas pocas
partes de verdad respecto a lo que nos muestra la película. Se trataba de una
persona de nacionalidad ucraniana, nacida en los tiempos de hambruna del
Hodomor, tal como nos muestra la película. Era miope, estaba casado, tenía dos
hijos, y trabajaba como funcionario abasteciendo una fábrica, lo que le
obligaba a viajar frecuentemente en tren. Como muestra la película, este
trabajo le permitía cometer sus crímenes de manera más disimulada.
Lo que no cuenta la
película son otros aspectos característicos del asesino, los cuales son
ignorados para plegarse a la trama principal.
Por ejemplo, Chikatilo no
estuvo prisionero en ningún campo nazi (era imposible por su edad si había
nacido en 1936), aunque sí lo estuvo su padre. Sus problemas mentales, los
cuales le llevaron al asesinato en serie, provienen de una infancia difícil,
donde era humillado por sus compañeros de clase, y por problemas de impotencia.
Su facilidad para entablar conversaciones con los niños provenía de su primer
trabajo, pues había sido maestro. Y entre sus víctimas, que llegaron a
contabilizar más de cincuenta, no sólo
había niños y niñas pequeños. Su segunda víctima, por ejemplo, fue una
prostituta de 17 años llamada Larisa Tkachenko.
El modus operandi del
asesino era captar a sus víctimas en las estaciones de tren y autobuses,
llevarlas a algún bosque cercano con cualquier pretexto y allí, violarlas y
asesinarlas con uso extremo de la fuerza. No sólo les realizaba amputaciones o
extracción de miembros, tal como deja entrever la película, sino que solía
extraerles los genitales, a modo de trofeo, los mutilaba a mordiscos e incluso
practicó el canibalismo con muchos de ellos.
Durante los 12 años que
duró su actividad criminal, la prensa realizó un gran seguimiento del caso y la
policía investigó tenazmente para dar con el asesino. Chikatilo fue arrestado
como sospechoso en alguna ocasión, pero no fue hasta 1990 que pudieron
contrastar las muestras de semen y situar al personaje en las proximidades del
último crimen cometido.
Chikatilo confesó todos
sus crímenes tras interrogarlo. Y para aquellos que duden sobre la veracidad de
una confesión bajo los duros métodos de la KGB decir, en su defensa, que
Chikalito llevó a los investigadores a la zona donde se escondían tres
cadáveres aún no conocidos.
Tras un juicio bastante
mediático, donde los psiquiatras confirmaron que estaba “legalmente cuerdo”,
fue condenado a la pena de muerte en 1992. La sentencia se llevó a cabo dos
años después, en la prisión de Rostov, de un tiro en la cabeza. Mismo final que
en la película, pero de forma muy distinta, ¿verdad?
Como final quiero comentar
la escena inicial, donde el director coloca el famoso acontecimiento del izado
de la bandera rusa sobre el Reichstag en el haber del protagonista Leno y
su amigo. Esta imagen icónica del siglo XX, que ejemplifica como ninguna otra
la derrota final de los nazis ante el ejército rojo, tiene su pequeña historia
de mentiras.
El fotógrafo ucraniano
Yevgeny Khaldei fue quién realizó la instantánea que, al igual de la realizada
por los americanos en Iwo Jima, poco tiene de original y sí mucho de
composición teatral. Khaldei quería, de hecho, realizar algo similar a lo que
habían plasmado los americanos en aquella isla japonesa, y se le ocurrió que el
Reichstag sería el edificio clave. Cogió a dos soldados y realizó la
composición. Se llamaban, realmente, Mikhail Yegorov y Meliton Kantaria, y su
elección no fue casual. Uno era georgiano, como Stalin, mientras el otro era
ruso de pura cepa, lo que venía a simbolizar la fraternidad eslava.
Khaldei quiso inmortalizar
la toma del Reichstag, ocurrida el 30 de abril de 1945. Ese día, varios
soldados izaron banderas rusas en el edificio tras tomarlo al asalto, pero le
fuego enemigo las eliminó antes de poder tomar ninguna instantánea. Ninguno de
ellos serían los protagonistas de la foto que pasó a la historia. Y tampoco se
realizó aquel día. Los dos “actores” fueron escogidos por su nacionalidad. Y la
fotografía se tomó el 2 de mayo, una vez que ya estaba la zona controlada. Tan
sólo fijarse en los viandantes que se ven en la calle. Por tanto, la película
no nos muestra la realidad, pues en ella aparece el izado de bandera como algo
casual realizado tras tomar el Reichstag.
Lo que si muestra la
película, en un guiño a la historia real de la fotografía, es la anécdota de
los relojes. Actualmente se conserva tanto la fotografía original, en donde uno
de los soldados muestra un reloj en cada muñeca, como el retoque realizado a la
hora de editarla en Moscú, en donde se eliminaron los relojes (para evitar
mostrar de forma tan evidente el saqueo de las tropas de ocupación) y se
oscureció el cielo con un humo negro intenso (que daba mayor sensación de
destrucción).
Una última reflexión. Resultan
curiosos los parecidos que unen las fotos icónicas de los vencedores, rusos y
americanos, ante nazis y japoneses, y que ya puso en evidencia Khaldei: “Dos
banderas, dos victorias, dos imágenes (manipuladas)…realizadas por dos judíos”.
Fuentes:
La roja sobre el
Reichstag. En la red: http://queaprendemoshoy.com/la-roja-sobre-el-reichstag-ruski-tambien-tiene-su-fake/
Andrei Romanovich
Chikatilo, el destripador de Rostov. En la red: http://www.criminalistica.com.mx/areas-forenses/psicologia-y-psiquiatria/519-andrei-chikatilo
No hay comentarios:
Publicar un comentario