Páginas

domingo, 17 de noviembre de 2019

Las Cruzadas se organizaron para defender a los reinos cristianos


En el año 2019 salió a la luz en España una obra clásica que abordaba el periodo medieval de las Cruzadas. Su escritor era Thomas Asbridge (1969) y el título “Las Cruzadas. Una nueva historia de las guerras por Tierra Santa”.

Este tema de las cruzadas ya lo traté en mi libro Mis mentiras favoritas, en el capítulo titulado: Las causas que originaron la primera cruzada fueron la protección de los peregrinos y la ayuda a Constantinopla.

Hoy vamos a centrarnos en una pregunta concreta de la entrevista que hicieron al autor como motivo de la publicación de su obra en España, aquella que aborda las motivaciones verdaderas que provocaron la primera cruzadas. ¿Os interesa el tema?


La entrevista completa a Thomas Asbridge podéis encontrarla en el periódico digital El Confidencial. Yo me voy a centrar en el aspecto que considero más polémico, el relevante a las motivaciones de las cruzadas.

P. ¿Se pueden entender las Cruzadas como una agresión imperialista occidental o, al contrario, como una operación de liberación?

R. Esa es una de las preguntas más importantes sobre las Cruzadas que se puede hacer y yo animo a mis alumnos a debatir sobre ello. Diría que en los últimos años algunos colegas míos historiadores no han sido lo suficientemente cautos acerca de este tema. Han presentado la Primera Cruzada como un acto de defensa, pero debemos preguntarnos si la Cristiandad estaba verdaderamente en peligro. Se trata de una mala interpretación de lo que sucedió en verdad. Las fuentes occidentales nos dicen que indudablemente los primeros cruzados pensaban que estaban defendiendo su religión, pero, sin embargo, al cotejar las fuentes musulmanas, llegué a la conclusión como historiador de que en realidad Europa no estaba en peligro. El único lugar de peligro era precisamente la Península Ibérica, entonces en plena Reconquista. El Papado debía haber llamado a luchar aquí pero no fue lo que ocurrió. Es peligroso entender las Cruzadas desde Occidente con orgullo como uno se encuentre si busca en Internet. Porque desde el otro lado se entendió como una catástrofe. Y hay pruebas en ambos sentidos.

En este sentido, resulta muy interesante leer una obra, ya clásica, de Amin Maalouf titulada "Las cruzadas vistas por los musulmanes". Aquí podremos entender como los reinos musulmanes estaban tan divididos y eran tan codiciosos que no pudieron, por sí solos, contener la fuerza cristiana que los atacó. O que cuando Saladino recuperó Jerusalén para el bando musulmán la entrada a la ciudad fue muy diferente a la que realizaron las fuerzas cristianas de la Primera Cruzada.

Pero vayamos a lo que escribí, ya hace unos cuantos años, en mi libro Mis Mentiras Favoritas, sobre este polémico tema de las razones por las que se organizaron las Cruzadas:

Las motivaciones clásicas que han justificado las cruzadas se basan en dos aspectos esgrimidos por el Papa Urbano II en el famoso discurso del concilio de Clermont de noviembre 1095. Por un lado, el Papa informó a todos los presentes de las continuas vejaciones que sufrían los peregrinos que visitaban Jerusalén, tanto durante el peligroso camino por tierras islámicas como en la propia ciudad, donde la población islámica entorpecía la realización de sus votos. Por otro lado, Urbano II transmitió la petición de ayuda que le había hecho llegar Alejo I, emperador de Constantinopla. Éste, acosado por el avance de los turcos selyúcidas, pedía hombres a occidente para salvar el cristianismo en oriente.

Existen hasta cinco versiones del discurso de Urbano II y resulta muy difícil desgranar la realidad de la leyenda, pues ninguna versión es anterior a la toma de Jerusalén. No obstante, el discurso fue un éxito y al grito de Deus le volt (Dios lo quiere), miles de personas tomaron la cruz con la intención de liberar Jerusalén. Hoy día sorprende como con unas razones tan laxas se pudo movilizar a tal cantidad de personas. Pero si investigamos un poco el contexto político-social del S. XI descubriremos que existían motivaciones más profundas que las nombradas por el Papa para generar tal migración de gente hacia oriente.

Urbano II fue un Papa de su tiempo, cuyo objetivo principal era continuar con la senda abierta por el Papa Gregorio VII en 1073. Este enérgico Papa inició una lucha contra los poderes seculares, defendiendo la primacía del poder pontificio sobre el resto de monarcas. Esta actitud le enfrentó con el emperador Enrique IV de Alemania, quien llegó a designar a un antipapa y atacó Roma, siendo rechazado por los normandos asentados en el sur de Italia. Por tanto, a Urbano II, como gregoriano convencido, le impulsaba una visión muy particular del poder internacional: la Iglesia debía ser la cabeza visible ante el resto de fuerzas y Estados. Pero esta idea chocaba con la realidad.

Los monarcas cristianos europeos no estaban de acuerdo con esta visión papal del reparto del poder y defendían su soberanía particular con especial celo. Además, la Iglesia, desde 1054, no estaba unida. En ese año se produjo el gran cisma que separó a los cristianos de oriente de los de occidente. Las excusas esgrimidas fueron viejas diferencias litúrgicas (pan ácimo en eucaristía) y canónicas, si bien la realidad era que en oriente el Papa de Roma nunca había sido considerado un superior a su patriarca. Desde entonces el cristianismo se dividió entre católicos occidentales y ortodoxos orientales.

Urbano II deseaba, por tanto, aumentar el poder del papado respecto al resto de poderes terrenales. Y tuvo la gran idea de invocar una cruzada contra los infieles musulmanes. Se trataría de un ejército cristiano y católico, cuya cabeza visible era el Papa, pues la lucha contra el infiel musulmán era una lucha religiosa. Era una ocasión única para demostrar a los belicosos monarcas terrenales que la fe movía montañas y que el poder divino del Papa estaba por encima de cualquier mortal, por muy rey que fuera. Además, la formación de este ejército católico y el éxito de su empresa, recuperar los santos lugares, llevaría a la debilitada Constantinopla a una negociación poco ventajosa respecto al cisma religioso que mantenía con Roma. Presionados por el efecto pinza entre occidente y los nuevos Estados católicos en oriente, a los bizantinos nos les quedaría más remedio que plegarse ante el Papa.

Para llevar a cabo tan grandiosa empresa el Papa Urbano II tuvo que justificar la cruzada por medio de razones que tocaran el corazón y removieran las voluntades. De ahí las causas oficiales que dio a conocer en Clermont. ¿Qué hay de cierto en ellas?

La primera razón esgrimida fueron las penurias de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén. Esta tradición se remonta al S. IV, creciendo exponencialmente el número de peregrinos según avanzaba la etapa medieval. En el S. X, la devoción a las reliquias, y la creencia de su poder salvador, estaba muy extendida y Jerusalén era la meta máxima para todo creyente. Orar donde lo hizo Jesús y visitar los lugares que aparecían en la Biblia producía una mística especial. A Jerusalén, como a cualquier otra ciudad que guardara reliquias santas, se viajaba tanto para cumplir una promesa como para obtener un perdón o una cura a una enfermedad. Dada la fama que aún hoy tienen las peregrinaciones podemos intuir la cantidad de peregrinos que todos los años marchaban hacia Jerusalén en el S. XI.

Urbano II encendió el corazón de los cristianos relatando las diversas tropelías y abusos que recibían estos peregrinos en sus viajes: eran extranjeros en Jerusalén, maltratados por los enemigos de las fe, esquilmados sus ahorros, puestas en peligro sus vidas por el mero hecho de ir a orar como un pobre peregrino que busca a Dios. ¿Es todo cierto?

Conocemos la peregrinación organizada en 1064 por diversos obispos de Alemania, en la que unos 7000 fieles marcharon a Jerusalén. Aunque tomaron la precaución de pactar con los señores de las tierras que atravesaban, no pudieron evitar ser atacados por salteadores beduinos. Tuvieron que defenderse para salvar sus vidas, cosa que lograron gracias a la inestimable ayuda del emir turco que gobernaba la región.

Este ejemplo resulta muy gráfico para entender la situación en aquellas tierras. Los peregrinos, al final del S. XI, no tenían muchos más problemas que en otros tiempos. 
El viaje a Jerusalén era arriesgado por los ladrones que acechaban la ruta, pero los mismos individuos existían en el cristianísimo camino jacobeo. Además, resulta lógico pensar que en tiempos de guerra la inseguridad aumenta, caso que se daba en la zona de Anatolia, paso obligado en la ruta terrestre a Jerusalén desde occidente. Pero por esta misma razón, muchos peregrinos optaban por viajar a oriente en barco y muchos puertos italianos se especializaron en el transporte de peregrinos, destacando sobretodos Amalfi.

En el S. XI la situación de los peregrinos no era ni mucho menos catastrófica. Mucho peores habían sido los años anteriores, donde la conquista selyúcida de Anatolia había provocado gran inseguridad, o con la intransigencia del sultán fatimí Al-Hakim. Este fanático religioso ordenó derribar en el año 1009 la Iglesia del Santo Sepulcro. Hasta se llegaron a quejar los peregrinos que pasar a Jerusalén les costaba un Besante de oro. Bueno, a mí también me pareció carísima la entrada a la Torre de Londres, pero ya que fui allí entré. Es el precio que hay que pagar por ser turista.

La otra razón que puso Urbano II como principal para acudir a Jerusalén era el peligro a que Constantinopla cayera en manos musulmanas. ¿Era eso cierto? La verdad es que, como en el caso de los peregrinos, Urbano II exageró un poquito.

La petición de ayuda del emperador bizantino Alejo I a Urbano II está demostrada y fuera de toda duda. Los mensajeros de Alejo I llegaron justo a tiempo para que el Papa Urbano II proclamara la petición de ayuda en el concilio de Piacenza. Pero el Papa suficiente tenía con asentar su poder en Italia, por lo que su prédica tuvo escasas consecuencias. Por ello, en Clermont preparó mucho más concienzudamente su discurso y supo sacar provecho de la petición bizantina. Pues, en ningún momento, Alejo I pidió una cruzada ni nada parecido. Constantinopla siempre tuvo la necesidad de recurrir a la ayuda de occidente desde que los musulmanes comenzaron a subirse a sus barbas. Era bastante habitual, en el S. XI, que numerosos mercenarios provenientes de occidente engrosaran las filas de las tropas bizantinas, compensando la endémica falta de hombres de Constantinopla. Unos se enrolaban por cuestiones religiosas, para combatir al infiel, y otros por razones más mundanas, como una buena paga. Los musulmanes los conocían como Frany, apelativo de franco. Aunque suponían una gran ayuda para Constantinopla, estos mercenarios también les ocasionaron algunos problemas. El más destacado fue el protagonizado por Roussel de Bailleul, quien quiso formar un estado independiente en Asia menor. Entonces, el débil Basileus bizantino tuvo que pedir ayuda al enemigo musulmán para vencer a tan inesperado adversario.

Dados estos precedentes, no parece muy probable que Alejo I pidiera una fuerza tan excesiva como la que Urbano II llegó a formar. Tan sólo habría pedido unos cuantos devotos mercenarios con los que rellenar los huecos de sus tropas. Y esto debió ser así porque Constantinopla, al final del S. XI, estaba en mejores condiciones que en años pasados. Por ejemplo, en 1071, las tropas bizantinas sufrieron un gran escalabro en la batalla de Manzikert, a raíz de la cual los turcos selyúcidas se asentaron firmemente en la península de Anatolia.

Entonces sí que se temió un avance musulmán hacia Europa, pues Constantinopla, el tapón de oriente, daba muestras de agonía. Gregorio VII, que ocupaba el trono de San Pedro por aquella época, no dudó en predicar una cruzada para ayudar a sus hermanos orientales. Una cosa era estar enemistados con los ortodoxos y otra bien distinta dejarles caer en manos del enemigo común islámico. No obstante, esta llamada no suscitó gran interés y Bizancio se salvó gracias a que entre los turcos existían muchas disputas internas.

Tras la muerte de Alp Arslan, el héroe de Manzikert, en 1072, las rebeliones internas dividieron el territorio en diversos estados enfrentados, hecho que se consumó definitivamente tras la muerte de su sucesor Malik Shah en 1092. De esta forma, un joven Kilij Arslan heredó la zona más próxima a Bizancio. Pero lejos de poner allí sus miras expansionistas, el turco selyúcida se enfrentaba con Danishmend, quien había fundado un reino al este de Anatolia. Siria, la otra zona selyúcida, estaba aún más dividida, enfrentándose dos hermanos a muerte, Radwan de Alepo y Dukak de Damasco. Si a esto sumamos que todos estaban enfrentados con Karbuka, atabeg de Mosul que deseaba extender su influencia sobre Siria, y que en Egipto la dinastía Fatimí se la tenía jurada a los turcos por ser suníes, entenderemos la causa por la que no cayó Constantinopla ante los musulmanes y por qué razón éstos no supieron unirse para derrotar a los cruzados que marcharon a Jerusalén.

Viendo que las excusas esgrimidas no se sostenían lo más mínimo, debemos preguntarnos por las razones reales que llevaron al éxito de esta propuesta. Estas razones os las desgrano en el libro Mis Mentiras Favoritas, aunque os puedo adelantar que mezclan intereses tanto económicos como sociales de la época.

En mi libro relacionaba la agresión de las Cruzadas con la Guerra de Irak. Hoy en día, en Occidente, se relaciona con las oleadas de inmigrantes que llegan a Europa desde países musulmanes (crisis de refugiados), pues los sectores populistas siempre terminan abogando al supuesto choque de civilizaciones para defender su visión cerrada y particular del mundo. Mientras, en el campo musulmán, se apela a las cruzadas por parte del terrorismo islámico, como forma de enfrentarse al enemigo de religión.

Particularmente, prefiero fijarme en los aspectos positivos que nos dejaron las Cruzadas. En los intercambios culturales y en la riqueza que ambos pueblos lograron obtener gracias a la convivencia y coexistencia pacífica. Deberíamos aprender mucho más de las bacterias y de la evolución, pues siempre fue más rentable cooperar que enfrentarse. Pero el ser humano siempre suele tropezar varias veces en la misma piedra….

No hay comentarios:

Publicar un comentario