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domingo, 10 de septiembre de 2017

Los vikingos apenas atacaron la Península ibérica



Uno de los capítulos de mi última publicación Mis mentiras favoritas. Edad Media trata sobre el paso de los vikingos por la Península ibérica. Al contrario de lo que solemos pensar sobre este suceso histórico, los vikingos influyeron de una manera poderosa e intensa en los doscientos años que asolaron las ciudades costeras españolas.

En el capítulo dedicado a los vikingos en el libro descubrirás las distintas oleadas de ataques que sufrió España, sus consecuencias inmediatas sobre la población y sobre los poderes locales, así como las zonas que se vieron afectadas. Todo ello ha quedado solidificado de diversas formas en nuestra mentalidad común como pueblo, aunque para el grueso de la población lo más conocido sea la romería vikinga de Catoira.

Hoy os comentaré un suceso legendario que pudo tener cierta base histórica y que se relaciona directamente con los ataques vikingos a nuestro país. ¿Os interesa el tema?


En la Basílica de San Martín de Mondoñedo, situada en el municipio lucense de Foz, existía un fresco, hoy en día ya muy deteriorado, que narraba el milagro realizado por el obispo San Gonzalo.

Según nos cuenta la leyenda atribuida al santo, una gran flota vikinga se aproximó a la localidad de Foz, lo que sumió a los lugareños en un gran temor. Aquellas gentes del Norte, denominados normanni, lormanni, lordomani o leodomanni en las crónicas, eran unos temibles piratas que asolaban los lugares por donde pasaban. Como muy bien reflejaron los clérigos que las escribieron, eran gens crudelissima, más feroz que los musulmanes.

La población, desesperada, pidió ayuda al obispo Gonzalo, el que tenía fama de santo. Este personaje había sido abad en el monasterio de Sahagún y fue obispo de la diócesis de Mondoñedo entre 1071 y 1112. Entre sus milagros está el de tirar una zapatilla al suelo y hacer que brotara un agua con propiedades milagrosas. Agua, por cierto, de la que se puede aún beber, ya que brota de la cercana fuente de A Zapata, próxima a la basílica.

El caso que San Gonzalo, ni corto ni perezoso, se decidió a intervenir. Agarró su báculo, una vara de madera de casi metro y medio terminado en cabeza de animal (el cual se puede contemplar en el museo parroquial), y subió al cercano monte de Alto da Grela. De rodillas, alzó sus plegarias al cielo, el cual comenzó a nublarse de forma repentina. Una gran tormenta se levantó y comenzó a arreciar sobre los barcos vikingos que intentaban entrar en la ría. Uno tras otro, debido a la furiosa tempestad, fueron hundiéndose ante la sorprendida mirada de los feligreses de San Gonzalo.

Sepulcro de San Gonzalo en la Basílica de San Martín de Mondoñedo


Cuando apenas quedaban unas pocas naves a flote San Gonzalo paró sus rezos, terminando en ese momento la tormenta. Su intención era que permaneciesen algunos navíos a salvo para que pudieran contar el milagro en sus tierras y desistieran de regresar.

Tal milagro es recordado en la localidad lucense todos los años, el lunes de Pascua de Pentecostés, con una romería a la capilla levantada en el preciso lugar en donde se produjo el milagroso suceso.

Numerosos investigadores han intentado contextualizar históricamente la leyenda, aunque, como es lógico, surgen muchos problemas para hacerlo. En primer lugar, la época en la que San Gonzalo estuvo al frente de la diócesis de Mondoñedo ya habían pasado la mayoría de ataques vikingos. En el siglo XI y XII lo más que hubo fueron cruzados normandos que, en su viaje a Tierra Santa, realizaban esporádicas acciones de saqueo contra las poblaciones costeras, aunque nunca ya con la furia de los primeros ataques.

Registrados en la época de San Gonzalo están las empresas lideradas por Sigurd Jorsalafari, en 1108, y por Hacon Paalson, en 1111. Pero según relatan las crónicas, en ninguna de estas dos empresas podemos encuadrar los sucesos narrados por la leyenda.

Muchos investigadores encuadran tal suceso en la tercera oleada de ataques vikingos, la cual comenzó a partir de laño 968 y fue realmente catastrófica para Galicia. La flota vikinga, liderada por el rey Gunderedo, estaba compuesta por un centenar de naves. Y tras derrotar la resistencia local en la batalla de Fornelos saquearon impunemente la comarca durante tres largos años.

Otros investigadores retrasan aún más el milagro y lo encuadran en la primera oleada de ataques, los cuales comenzaron hacia el año 844. Según esta línea de investigación, el milagro estaría relacionado con un suceso real, recogido por el obispo Prudencio Galindo, según el cual varios barcos vikingos fueron hundidos en las costas gallegas debido a las inclemencias provocadas por un temporal. El recuerdo, transmitido de boca en boca a lo largo de los siglos, terminaría atribuyéndose a este famoso personaje local.

Sea como fuera, la tradición de este suceso nos muestra el temor que inspiraban los vikingos en la población local gallega, que fue, sin duda, la más castigada por este tipo de incursiones piráticas.

Desde el 2011, los habitantes de Foz conmemoran el milagro con una gran celebración. Realizada en el último o penúltimo fin de semana de agosto, la fiesta normanda, como así se denomina, incluye una representación teatral del milagro de San Gonzalo, así como un mercado medieval y una recreación de un desembarco vikingo y el rechazo armado por parte de la población. Tal evento se repite al día siguiente para los niños, lo que resulta un gran divertimento para todos ellos.

Resulta curioso como el paso del tiempo transforma unos sucesos catastróficos para muchas localidades gallegas en una festividad de alegría y en un motor para el turismo local.

Al final va a ser cierto que los vikingos contribuyeron al desarrollo económico de la región a pesar de tantas incursiones violentas. Si antaño permitieron conectar Galicia con el Mar del Norte, doy fe que aún hoy día se sigue estirando económicamente tal recuerdo. Pero esto, ¡ya es otra historia!

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