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domingo, 9 de diciembre de 2018

La América española era profundamente racista

La conquista de América por parte del Imperio español es uno de los episodios históricos más tergiversados de la historia moderna. El interés inglés por desacreditar a su archienemigo de la época, así como la necesidad posterior de los anglosajones en desviar la atención sobre su brutal conquista de Norteamérica tejieron un conjunto de relatos que ofrecen una imagen muy negativa de la misma.

Esta leyenda negra que cubre la conquista y gobierno del continente americano por parte de los españoles se ha mantenido en el tiempo, a pesar de su evidente falta de rigor histórico. Y, aunque superado en el ámbito académico, muchas personas profanas en historia aún mantienen ideas muy equivocadas sobre este periodo histórico tan decisivo.

Hoy os voy a desmentir uno de los múltiples mitos que posee esta leyenda negra, el del racismo español con los indígenas americanos. ¿Os interesa?


Antes de comenzar me gustaría dejar clara mi opinión sobre la conquista española. No quiero que alguien pueda pensar que voy a realizar una leyenda rosa en contraposición a la leyenda negra. No tendría ningún sentido. No se puede negar que existieron masacres de pueblos enteros y mucha violencia en la conquista; algo, por otro lado, común en este tipo de sucesos. Ahora bien, tampoco podemos quedarnos con esa cara de la moneda si queremos aproximarnos a la realidad histórica. Los pactos y acuerdos con pueblos indígenas, la voluntad de crear una sociedad nueva y moderna, la mejora en medicina y educación o la equiparación con cualquier otra parte del Imperio español son aspectos frecuentemente olvidados y que también forman parte de la conquista y gobierno de los territorios americanos.

María Elvira Roca Barea, en su excelente ensayo Imperiofobia y Leyenda Negra (2016) realizaba una interesante reflexión al respecto de la actitud de los conquistadores españoles y anglosajones. Los primeros tuvieron una actitud integradora en multitud de territorios, fuera cual fuese el nivel de desarrollo de los indígenas. En cambio, en Norteamérica, la conquista racista del continente determinó la masacre de los indígenas americanos. La excusa mantenida para ello era que su nivel de civilización era tan bajo que no se podía hacer otra cosa. Una excusa sin fundamento cuando bajamos a los datos concretos.

¿Cómo consiguieron entonces los españoles sellar pactos que duraron siglos con tribus indias atrasadas que habitaban en territorios que hoy pertenecen a Estados Unidos? Los pactos llevados a cabo por los españoles con tribus de cazadores recolectores en la provincia de Sonora desmienten la máxima utilizada por los anglosajones para justificar sus masacres ante los indígenas. También lo hace el estudio de los civilizados indígenas iroqueses o los Dakota (Para mayor información os remito a la obra de Roca Barera, Parte II, capítulo 7: América).

No quiero entretenerme mucho más en este aspecto. Vayamos al supuesto racismo hispano en la América española.

En el siglo XVIII (algunos sitúan el inicio en 1711) aparece en el virreinato de Nueva España un tipo de pintura de género en la que se mostraban a diferentes grupos humanos surgidos de la mezcla entre las tres razas que conformaban el grueso de la población: blanca, indígena y negra. Es lo que se denomina cuadros de castas.

La primera vez que vi uno de estos cuadros fue en el Museo de Antropología de Madrid. Este interesante museo posee dos series de estas obras: una proveniente de Perú (única en el mundo) encargada por el virrey del Perú Manuel Amat a un autor desconocido y otra, mexicana, obra de José Joaquín Magón.

Izquierda: Colección Perú. De mestizo y mestiza, mestiza. Derecha: J.J. Magón. De español e india, mestiza

 Igualmente, en el Museo de América de Madrid existe una colección más amplia de este tipo de obras. Merece la pena destacar la colección del pintor Miguel Cabrera. Su serie está desperdigada, conservándose en Madrid 8 ejemplares, tres en Monterrey y otro en los EEUU (dos se encuentran desaparecidos).

Miguel Cabrera. De Español y mestiza, castiza.

 Estas pinturas se presentan, habitualmente, en series de dieciséis cuadros en las que aparecen, invariablemente, los dos progenitores, el hijo de ambos y la denominación taxonómica otorgada a tal mezcla racial fruto de aquella reunión.

Realizadas en México de casi exclusiva, estos cuadros de castas son puestos como ejemplo evidente del racismo existente en la América española, olvidando dos aspectos fundamentales: su aparición en el tiempo y la existencia misma de los cruces de razas, algo impensable en otras latitudes.

El pintor Arellana suele considerarse el impulsor de este género pictórico tan característico. Él configuró el modelo de representación que se repetirá hasta el siglo XIX. La manera que eligió el artista para representar a los indígenas está cargada del idealismo propio de los artistas europeos y proviene de la descripción de Américo Vespucio de 1505. De esta forma se crea un estereotipo que el cultivado europeo es lo que desea encontrar.

La aparición de este tipo de obras a inicios del siglo XVIII responde a un contexto cultural concreto. La Ilustración es un momento histórico en el que se sistematizan, y divulgan ampliamente, diversas clasificaciones de todos los seres de la naturaleza (Linneo, Buffon...).

Los borbones, influidos por este contexto en el que primaba la razón y un evidente racismo científico, dispusieron diversas ordenanzas con el objetivo de clasificar de esta forma a la población de sus territorios. No es tampoco casualidad que sea ahora cuando comencemos a ver una relación metrópoli-colonia entre España y América que no había existido anteriormente (con los Austrias América formaba parte del Imperio tanto como Castilla).

¿Mostraban estos cuadros la situación real de América o era una ilusión que pretendía crear artificialmente separaciones raciales de la población?

Resulta paradigmático, para entender esta cuestión, fijarse en las variopintas denominaciones que utilizaron los artistas a la hora de nombrar las diferentes castas. La mayor parte de ellos coinciden al nombrar el fruto de la unión entre españoles e indios, mestizos, castizos, negros y mulatos. Ahora bien, cuando bajamos al resto de mezclas la cosa se complica. Y no por utilizar denominaciones locales, sino porque se trataba, seguramente, de clasificaciones inventadas. Términos pintorescos, que en buena parte proceden de los utilizados para designar animales, en especial de ganadería caballar.

Además, eran difícilmente relacionables entre sí. Si para el pintor Miguel Cabrera la unión de indio y negro daba como resultado una China cambuja para Andrés de Islas esa misma unión daba lugar a un Lobo. De forma general se denominaba a esta unión zambo.

Curioso ejemplo con todos los tipos unidos en una misma obra. Museo Nacional del Virreynato.


La pretendida jerarquización social según un sistema de castas en la América española no fue una realidad de ningún modo. Estos cuadros no reflejaban una realidad de abajo hacia arriba, sino que mostraban el deseo de una cúspide, imbuida en el racismo científico, de imponer un modelo social dominado por la desigualdad étnica. Por tanto, este ordenamiento simbólico era más un deseo de la élite que una realidad social.

No nos confundamos al pensar que en América no existía discriminación racial. Las élites españolas y criollas (nacidos en América de padres europeos) eran las dominantes y gobernaban férreamente al resto de población. Más que una separación entre razas existía una separación por calidad de sangre. Un concepto, el de la limpieza de sangre, que proviene del medievo español y que, lejos de circunscribirse a la raza, se entiende como una exclusión religiosa. En la América española raza, en sí misma, no era excluyente per se. Otros factores influían en la posición social de los individuos, tales como el nivel socioeconómico, los valores, los vínculos familiares o la percepción social

La gran multiplicidad de situaciones de mestizaje, así como la posibilidad de promoción social entre los diversos escalafones (existía la posibilidad de blanquear la raza en tres generaciones) desmienten un sistema de castas cerrado. En verdad, la verdadera discriminación en el siglo XVIII era entre una élite rica (españoles peninsulares y blancos criollos) y el resto de la población, ampliamente entrecruzada.

El sistema de castas nunca fue infalible, siendo la mezcla y entrecruzamiento tan notable en la sociedad virreinal que resultaba imposible utilizar términos similares entre los distintos territorios. De ahí las distintas denominaciones dadas por los pintores, frecuentemente influidas tanto por sus gustos como por los del pagador del encargo.

Y fue la gran movilidad social existente en aquella sociedad la que terminaría desmoronando el sistema de castas. Se produjo una gran amalgamación y una uniformidad en costumbres e ideas que hacía imposible llevar a cabo cualquier sistema de organización racial.

Y fue la pretensión borbónica de anular el poder criollo en América, que pasó de ser un territorio imperial a una colonia, lo que determinó el rechazo de los criollos hacia los europeos y el inicio de los movimientos de independencia. Para lograr sus objetivos se produjo un acercamiento y confluencia entre los criollos y el resto de población (indígenas, mestizos, mulatos…).

Ahora bien, estos criollos, imbuidos en el racismo científico de la época y con la experiencia anterior española sobre la limpieza de sangre, pretendieron realizar una especie de colonialismo interno en el que ellos ostentarían la cúspide sustituyendo a los españoles.


¿Representan los cuadros de castas de forma fidedigna las distintas razas en la América española de la época?

Uno de los aspectos positivos que suelen atribuirse a estas obras es la valiosa información que nos muestra sobre la indumentaria, los adornos personales, el mobiliario o los utensilios utilizados en la época. Igualmente, en otros casos nos sirven para averiguar aspectos sobre la flora local, las costumbres o los oficios representados en ellas. Ahora bien, sobre los tipos humanos que aparecen en ellos las dudas son mayores.

Los primeros estudios serios de estos cuadros los realizaron los antropólogos y descubrieron que poco tenían que ver con la realidad social existente. Nicolás León lo expresó perfectamente: “El conjunto y detalles antropológicos son por lo general falsos”.

Si nos fijamos en algunas de las obras, ni los españoles eran tan blancos como aparecen representados ni algunos de los indios se correspondían con habitantes existentes entonces en Nueva España.

Por tanto, estamos, nuevamente, ante una pista sobre la falta de veracidad de estas obras. No se representaba fielmente la realidad, sino que se ofrecía una visión de lo que deseaba encontrar el europeo foráneo o lo que se deseaba transmitir desde las élites americanas.

¿Cuál fue el origen real de estas obras?

Mucho se ha discutido sobre ello y, a pesar de los ríos de tinta vertidos, nadie logra llegar a un consenso sobre esta cuestión.

Por un lado, se encuentra la opinión de que estas obras tenían como objeto mostrar una curiosidad a los europeos sobre las indumentarias, mezclas raciales y oficios existentes en Nueva España. Las ingeniosas clasificaciones eruditas de las razas y el orden jerarquizado son aspectos que cuadran muy bien con la curiosidad ilustrada de las élites del siglo XVIII. Además, los lienzos estaban realizados para enrollarse y ser transportados fácilmente. Sabemos que la serie realizada por Joaquín Magón fue llevada a Toledo por el arzobispo Francisco Antonio Lorenzana y acabó en el gabinete de historia natural.

Siguiendo este hilo conductor, algunos añaden la intención de clasificar las distintas razas con el objeto de mostrar las diferencias entre las élites gobernantes y el resto de población colonial. Este instrumento de propaganda política tendría dos objetivos: el de consolidar a una élite gobernante en base a la raza y el de combatir una idea ilustrada racista muy en boga en la época, el del debilitamiento de las razas puras debido a la mezcla con razas consideradas inferiores. En este sentido, estos cuadros pudieron tener un valor reivindicativo, mostrando que, a pesar de la diversidad, aquella sociedad estaba perfectamente ordenada, y su mezcla había originado un fruto vigoroso y espléndido.

Si bien siempre se pensó que este tipo de obras provenían y tenían un final enmarcado en las élites gobernantes peninsulares, algunos autores ponen el acento en las élites criollas. Las reformas borbónicas que limitaron el acceso a los cargos públicos a todos los criollos provocaron que este grupo social buscara otros medios para legitimarse. En el contexto de la Ilustración fue evidente empezar a crear una conciencia criolla identitaria.

Esta conciencia como grupo cerrado se creó en base a un racismo interno respecto a la población afroamericana y amerindia. En el imaginario social que deseaban crear los criollos, ellos componían una élite bastante diferenciada del resto de cruces raciales. Es decir, combaten el racismo impuesto por los borbones con otro similar en el que pretenden sustituir a los españoles en la cúspide. Realizan un llamado colonialismo interno en el que ellos, junto a los españoles, conforman lo más granado de la sociedad. Los mestizos, mezcla español e indio, son colocados en un escalafón intermedio, siendo plausible mejorar su condición si se mezclan con la jerarquía superior. En cambio, en el peldaño inferior sitúan a los negros. En estos casos, los retratos muestran los oficios más humildes y las costumbres o moralidad más bajas, potenciando visualmente ese concepto racista que deseaban imponer.

Fíjese en la violencia de la escena. Anónimo. De español y negra, mulata. Museo de América de Madrid.


Por tanto, estas pinturas podrían ilustrar, más que un proceso de mezcla racial, las fronteras sociales según el proyecto social de nación que deseaban crear los criollos una vez sacudida la dominación española. Que la práctica totalidad de pintores que conocemos de este tipo de obras sean criollos no debe parecernos una casualidad.

Sea como sea, lo cierto es que este tipo de obras nos muestra, indirectamente y lejos del discurso que deseaba inculcar, la realidad de una diversidad racial y cultural amplia y enriquecedora. Son claros testimonios de una sociedad en la que la integración entre los distintos pobladores abrió múltiples perspectivas enriquecedoras. Hoy vemos este tipo de sociedades como algo dinámico y positivo, pues estamos alejados (la mayor parte de nosotros) de los conceptos racistas de siglos anteriores.

Y es esta realidad la que debemos tener en cuenta a la hora de comparar las situaciones entre las sociedades americanas. Resulta totalmente inadecuado cargar las tintas sobre el supuesto racismo racial en la América Española, cuando la mezcla y la diversidad se abrió paso a pesar de la legislación y las ideas ilustradas, y equiparar, ocultar o minimizar ese racismo con el existente en la conquista anglosajona del continente. En el norte no existió mezcla con los indígenas, no existieron pactos ni convivencia, no se mejoraron las condiciones de vida de la población, no se llevó progreso, sino destrucción. Esa diferencia se debió al distinto momento de la conquista, pues en el norte se vivía un concepto racial en el que los nuevos territorios eran colonias legitimadas a explotar y sus habitantes inferiores carne de esclavización. Uno de los resultados de ese concepto de conquista fue la creación de una sociedad profundamente racista que, aún hoy, y a pesar de las guerras y enfrentamientos existentes por ello, mantiene latente ese problema social en multitud de estados.






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