La conquista de América por parte del Imperio español
es uno de los episodios históricos más tergiversados de la historia moderna. El
interés inglés por desacreditar a su archienemigo de la época, así como la
necesidad posterior de los anglosajones en desviar la atención sobre su brutal
conquista de Norteamérica tejieron un conjunto de relatos que ofrecen una
imagen muy negativa de la misma.
Esta leyenda negra que cubre la conquista y gobierno
del continente americano por parte de los españoles se ha mantenido en el
tiempo, a pesar de su evidente falta de rigor histórico. Y, aunque superado en
el ámbito académico, muchas personas profanas en historia aún mantienen ideas
muy equivocadas sobre este periodo histórico tan decisivo.
Hoy os voy a desmentir uno de los múltiples mitos que
posee esta leyenda negra, el del racismo español con los indígenas americanos.
¿Os interesa?
Antes de comenzar me gustaría dejar clara mi opinión sobre la conquista española.
No quiero que alguien pueda pensar que voy a realizar una leyenda rosa en
contraposición a la leyenda negra. No tendría ningún sentido. No se puede negar
que existieron masacres de pueblos enteros y mucha violencia en la conquista;
algo, por otro lado, común en este tipo de sucesos. Ahora bien, tampoco podemos
quedarnos con esa cara de la moneda si queremos aproximarnos a la realidad
histórica. Los pactos y acuerdos con pueblos indígenas, la voluntad de crear
una sociedad nueva y moderna, la mejora en medicina y educación o la
equiparación con cualquier otra parte del Imperio español son aspectos
frecuentemente olvidados y que también forman parte de la conquista y gobierno
de los territorios americanos.
María Elvira Roca Barea, en su excelente ensayo Imperiofobia y Leyenda Negra (2016)
realizaba una interesante reflexión al respecto de la actitud de los conquistadores españoles y anglosajones. Los
primeros tuvieron una actitud integradora en multitud de territorios, fuera
cual fuese el nivel de desarrollo de los indígenas. En cambio, en Norteamérica,
la conquista racista del continente determinó la masacre de los indígenas
americanos. La excusa mantenida para ello era que su nivel de civilización era
tan bajo que no se podía hacer otra cosa. Una excusa sin fundamento cuando
bajamos a los datos concretos.
¿Cómo consiguieron entonces los españoles sellar
pactos que duraron siglos con tribus indias atrasadas que habitaban en
territorios que hoy pertenecen a Estados Unidos? Los pactos llevados a cabo por
los españoles con tribus de cazadores recolectores en la provincia de Sonora
desmienten la máxima utilizada por los anglosajones para justificar sus
masacres ante los indígenas. También lo hace el estudio de los civilizados
indígenas iroqueses o los Dakota (Para mayor información os remito a la obra de
Roca Barera, Parte II, capítulo 7: América).
No quiero entretenerme mucho más en este aspecto.
Vayamos al supuesto racismo hispano en la América española.
En el siglo XVIII (algunos sitúan el inicio en 1711)
aparece en el virreinato de Nueva España un tipo de pintura de género en la que
se mostraban a diferentes grupos humanos surgidos de la mezcla entre las tres
razas que conformaban el grueso de la población: blanca, indígena y negra. Es
lo que se denomina cuadros de castas.
La primera vez que vi uno de estos cuadros fue en el Museo de Antropología de Madrid. Este
interesante museo posee dos series de estas obras: una proveniente de Perú
(única en el mundo) encargada por el virrey del Perú Manuel Amat a un autor
desconocido y otra, mexicana, obra de José Joaquín Magón.
Izquierda: Colección Perú. De mestizo y mestiza, mestiza. Derecha: J.J. Magón. De español e india, mestiza |
Igualmente, en el Museo
de América de Madrid existe una colección más amplia de este tipo de obras.
Merece la pena destacar la colección del pintor Miguel Cabrera. Su serie está
desperdigada, conservándose en Madrid 8 ejemplares, tres en Monterrey y otro en
los EEUU (dos se encuentran desaparecidos).
Miguel Cabrera. De Español y mestiza, castiza. |
Estas pinturas se presentan, habitualmente, en series
de dieciséis cuadros en las que aparecen, invariablemente, los dos
progenitores, el hijo de ambos y la denominación taxonómica otorgada a tal
mezcla racial fruto de aquella reunión.
Realizadas en México de casi exclusiva, estos cuadros de castas son puestos como
ejemplo evidente del racismo existente en la América española, olvidando dos
aspectos fundamentales: su aparición en el tiempo y la existencia misma de los
cruces de razas, algo impensable en otras latitudes.
El pintor Arellana suele considerarse el impulsor de
este género pictórico tan característico. Él configuró el modelo de
representación que se repetirá hasta el siglo XIX. La manera que eligió el
artista para representar a los indígenas está cargada del idealismo propio de los
artistas europeos y proviene de la descripción de Américo Vespucio de 1505. De
esta forma se crea un estereotipo que el cultivado europeo es lo que desea
encontrar.
La aparición de este tipo de obras a inicios del siglo
XVIII responde a un contexto cultural concreto. La Ilustración es un momento histórico en el que se sistematizan, y
divulgan ampliamente, diversas clasificaciones de todos los seres de la
naturaleza (Linneo, Buffon...).
Los borbones, influidos por este contexto en el que
primaba la razón y un evidente racismo científico, dispusieron diversas
ordenanzas con el objetivo de clasificar de esta forma a la población de sus
territorios. No es tampoco casualidad que sea ahora cuando comencemos a ver una
relación metrópoli-colonia entre España y América que no había existido
anteriormente (con los Austrias América formaba parte del Imperio tanto como
Castilla).
¿Mostraban
estos cuadros la situación real de América o era una ilusión que pretendía
crear artificialmente separaciones raciales de la población?
Resulta paradigmático, para entender esta cuestión,
fijarse en las variopintas denominaciones que utilizaron los
artistas a la hora de nombrar las diferentes
castas. La mayor parte de ellos coinciden al nombrar el fruto de la unión
entre españoles e indios, mestizos, castizos, negros y mulatos. Ahora bien,
cuando bajamos al resto de mezclas la cosa se complica. Y no por utilizar
denominaciones locales, sino porque se trataba, seguramente, de clasificaciones
inventadas. Términos pintorescos, que en buena parte proceden de los utilizados
para designar animales, en especial de ganadería caballar.
Además, eran difícilmente relacionables entre sí. Si
para el pintor Miguel Cabrera la unión de indio y negro daba como resultado una
China cambuja para Andrés de Islas esa misma unión daba lugar a un Lobo. De
forma general se denominaba a esta unión zambo.
Curioso ejemplo con todos los tipos unidos en una misma obra. Museo Nacional del Virreynato. |
La
pretendida jerarquización social según un sistema de castas en la América
española no fue una realidad de ningún modo. Estos cuadros no
reflejaban una realidad de abajo hacia arriba, sino que mostraban el deseo de
una cúspide, imbuida en el racismo científico, de imponer un modelo social
dominado por la desigualdad étnica. Por tanto, este ordenamiento simbólico era
más un deseo de la élite que una realidad social.
No nos confundamos al pensar que en América no existía
discriminación racial. Las élites españolas y criollas (nacidos en América de
padres europeos) eran las dominantes y gobernaban férreamente al resto de
población. Más que una separación entre razas existía una separación por
calidad de sangre. Un concepto, el de la limpieza de sangre, que proviene del
medievo español y que, lejos de circunscribirse a la raza, se entiende como una
exclusión religiosa. En la América
española raza, en sí misma, no era excluyente per se. Otros factores influían en la posición social de los
individuos, tales como el nivel socioeconómico, los valores, los vínculos
familiares o la percepción social
La gran multiplicidad de situaciones de mestizaje, así
como la posibilidad de promoción social entre los diversos escalafones (existía
la posibilidad de blanquear la raza
en tres generaciones) desmienten un sistema de castas cerrado. En verdad, la
verdadera discriminación en el siglo XVIII era entre una élite rica (españoles
peninsulares y blancos criollos) y el resto de la población, ampliamente
entrecruzada.
El sistema de castas nunca fue infalible, siendo la
mezcla y entrecruzamiento tan notable en la sociedad virreinal que resultaba
imposible utilizar términos similares entre los distintos territorios. De ahí
las distintas denominaciones dadas por los pintores, frecuentemente influidas
tanto por sus gustos como por los del pagador del encargo.
Y fue la gran movilidad
social existente en aquella sociedad la que terminaría desmoronando el
sistema de castas. Se produjo una gran amalgamación y una uniformidad en
costumbres e ideas que hacía imposible llevar a cabo cualquier sistema de
organización racial.
Y fue la pretensión borbónica de anular el poder
criollo en América, que pasó de ser un territorio imperial a una colonia, lo
que determinó el rechazo de los criollos hacia los europeos y el inicio de los
movimientos de independencia. Para lograr sus objetivos se produjo un
acercamiento y confluencia entre los criollos y el resto de población
(indígenas, mestizos, mulatos…).
Ahora bien, estos criollos, imbuidos en el racismo
científico de la época y con la experiencia anterior española sobre la limpieza
de sangre, pretendieron realizar una especie de colonialismo interno en el que
ellos ostentarían la cúspide sustituyendo a los españoles.
¿Representan
los cuadros de castas de forma fidedigna las distintas razas en la América
española de la época?
Uno de los aspectos positivos que suelen atribuirse a
estas obras es la valiosa información que nos muestra sobre la indumentaria,
los adornos personales, el mobiliario o los utensilios utilizados en la época.
Igualmente, en otros casos nos sirven para averiguar aspectos sobre la flora
local, las costumbres o los oficios representados en ellas. Ahora bien, sobre
los tipos humanos que aparecen en ellos las dudas son mayores.
Los primeros estudios serios de estos cuadros los
realizaron los antropólogos y descubrieron que poco tenían que ver con la
realidad social existente. Nicolás León lo expresó perfectamente: “El conjunto y detalles antropológicos son
por lo general falsos”.
Si nos fijamos en algunas de las obras, ni los españoles
eran tan blancos como aparecen representados ni algunos de los indios se correspondían
con habitantes existentes entonces en Nueva España.
Por tanto, estamos, nuevamente, ante una pista sobre
la falta de veracidad de estas obras. No se representaba fielmente la realidad,
sino que se ofrecía una visión de lo que deseaba encontrar el europeo foráneo o
lo que se deseaba transmitir desde las élites americanas.
¿Cuál
fue el origen real de estas obras?
Mucho se ha discutido sobre ello y, a pesar de los ríos
de tinta vertidos, nadie logra llegar a un consenso sobre esta cuestión.
Por un lado, se encuentra la opinión de que estas
obras tenían como objeto mostrar una
curiosidad a los europeos sobre las indumentarias, mezclas raciales y
oficios existentes en Nueva España. Las ingeniosas clasificaciones eruditas de
las razas y el orden jerarquizado son aspectos que cuadran muy bien con la
curiosidad ilustrada de las élites del siglo XVIII. Además, los lienzos estaban
realizados para enrollarse y ser transportados fácilmente. Sabemos que la serie
realizada por Joaquín Magón fue llevada a Toledo por el arzobispo Francisco
Antonio Lorenzana y acabó en el gabinete de historia natural.
Siguiendo este hilo conductor, algunos añaden la
intención de clasificar las distintas razas con el objeto de mostrar las diferencias
entre las élites gobernantes y el resto de población colonial. Este instrumento de propaganda política
tendría dos objetivos: el de consolidar a una élite gobernante en base a la
raza y el de combatir una idea ilustrada racista muy en boga en la época, el
del debilitamiento de las razas puras debido a la mezcla con razas consideradas
inferiores. En este sentido, estos cuadros pudieron tener un valor reivindicativo,
mostrando que, a pesar de la diversidad, aquella sociedad estaba perfectamente
ordenada, y su mezcla había originado un fruto vigoroso y espléndido.
Si bien siempre se pensó que este tipo de obras
provenían y tenían un final enmarcado en las élites gobernantes peninsulares,
algunos autores ponen el acento en las élites criollas. Las reformas borbónicas
que limitaron el acceso a los cargos públicos a todos los criollos provocaron
que este grupo social buscara otros medios para legitimarse. En el contexto de
la Ilustración fue evidente empezar a crear una conciencia criolla identitaria.
Esta conciencia como grupo cerrado se creó en base a
un racismo interno respecto a la población afroamericana y amerindia. En el
imaginario social que deseaban crear los criollos, ellos componían una élite
bastante diferenciada del resto de cruces raciales. Es decir, combaten el
racismo impuesto por los borbones con otro similar en el que pretenden sustituir
a los españoles en la cúspide. Realizan un llamado colonialismo interno en el
que ellos, junto a los españoles, conforman lo más granado de la sociedad. Los mestizos,
mezcla español e indio, son colocados en un escalafón intermedio, siendo
plausible mejorar su condición si se mezclan con la jerarquía superior. En cambio,
en el peldaño inferior sitúan a los negros. En estos casos, los retratos
muestran los oficios más humildes y las costumbres o moralidad más bajas,
potenciando visualmente ese concepto racista que deseaban imponer.
Fíjese en la violencia de la escena. Anónimo. De español y negra, mulata. Museo de América de Madrid. |
Por tanto, estas pinturas podrían ilustrar, más que un
proceso de mezcla racial, las fronteras
sociales según el proyecto social de nación que deseaban crear los criollos
una vez sacudida la dominación española. Que la práctica totalidad de pintores
que conocemos de este tipo de obras sean criollos no debe parecernos una
casualidad.
Sea como sea, lo cierto es que este tipo de obras nos muestra, indirectamente y lejos del discurso
que deseaba inculcar, la realidad de una
diversidad racial y cultural amplia y enriquecedora. Son claros testimonios
de una sociedad en la que la integración entre los distintos pobladores abrió
múltiples perspectivas enriquecedoras. Hoy vemos este tipo de sociedades como
algo dinámico y positivo, pues estamos alejados (la mayor parte de nosotros) de
los conceptos racistas de siglos anteriores.
Y es esta realidad la que debemos tener en cuenta a la
hora de comparar las situaciones entre las sociedades americanas. Resulta
totalmente inadecuado cargar las tintas sobre el supuesto racismo racial en la
América Española, cuando la mezcla y la diversidad se abrió paso a pesar de la
legislación y las ideas ilustradas, y equiparar, ocultar o minimizar ese
racismo con el existente en la conquista anglosajona del continente. En el
norte no existió mezcla con los indígenas, no existieron pactos ni convivencia,
no se mejoraron las condiciones de vida de la población, no se llevó progreso,
sino destrucción. Esa diferencia se debió al distinto momento de la conquista,
pues en el norte se vivía un concepto racial en el que los nuevos territorios
eran colonias legitimadas a explotar y sus habitantes inferiores carne de
esclavización. Uno de los resultados de ese concepto de conquista fue la
creación de una sociedad profundamente racista que, aún hoy, y a pesar de las
guerras y enfrentamientos existentes por ello, mantiene latente ese problema
social en multitud de estados.
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