En el año 2009 apareció publicado un libro sobre anécdotas históricas que pretendían dar una vuelta de tuerca a muchos famosos pasajes históricos. La obra, escrita por el historiador José Miguel Carrillo de Albornoz, se titulaba Las hemorroides de Napoleón. En el capítulo dedicado al general corso más famoso de todos los tiempos, la opinión del autor es la siguiente:
“Napoleón
habría perdido la gran y definitiva batalla de Waterloo precisamente porque
necesitaba refrescar su imperial trasero y de no haber tenido que estar sentado
en una bañera para calmar los terribles dolores que le impedían subirse a su
caballo, tal vez su estrategia militar hubiese sido otra” (Fuente:
Elmundo.es 01/03/2009).
¿Podemos asegurar, como historiadores, que las
hemorroides fueron la causa decisiva de la derrota de Napoleón en Waterloo?
José Miguel Carrillo de Albornoz piensa que así fue
y en su obra antes mencionada podemos leer lo siguiente al respecto: “Todos los historiadores [¿?] coinciden en que Napoleón pudo haber perdido
la decisiva batalla de Waterloo, el 18 de junio de 1815, librada entre el
ejército imperial francés y las tropas británicas y prusianas al mando del
duque de Wellington y del general Von Blücher, por un repentino y violento
ataque de hemorroides”.
Ignoro que historiadores defienden tal teoría, pero
resumir la derrota de Waterloo en una única razón me parece, cuanto menos,
desacertado. Y luego está el verbo que utiliza para defender la
argumentación, pudo haber, un indicativo (del pasado) seguido de un infinitivo
(que muestra una idea abstracta). Es decir, todos los historiadores parecen
coincidir que Napoleón podría haber perdido en Waterloo. No nos indica que
Napoleón perdió en Waterloo por las hemorroides de forma afirmativa y
concluyente, tal como parece sugerir el título y la temática de la obra en
cuestión.
Es decir, este autor pone el protagonismo en las
hemorroides de Napoleón a la hora de explicar la derrota en Waterloo y luego, a
la hora de la verdad, nos dice que podría ser la causa (o no) de la derrota. En
definitiva, no nos dice absolutamente nada.
Esta obra ha tenido predicamento en el mundo
editorial y aparece en otro libro divulgativo escrito por mi apreciado Pedro
Gargantilla, Enfermedades que cambiaron
la historia. Por supuesto, en esta obra vuelven a aparecer las famosas
hemorroides de Napoleón y las clásicas menciones a su importancia en el
resultado final de la batalla.
El inicial ataque del ejército francés, planeado
nada más amanecer, debió ser pospuesto porque “la crisis hemorroidal le impedía subirse a su caballo Marengo, con el
fin de supervisar el desarrollo de la batalla”. Que el suelo estuviese embarrado por la
copiosa lluvia que cayó durante la noche se nombra de pasada y sin darle la
misma importancia.
Además, la principal característica de Napoleón como
gran estratega militar, la de dirigir las batallas desde primera línea y tomar
audaces decisiones en el momento oportuno, estuvo en este momento limitada
debido a sus problemas anales: “En esta
ocasión sus achaques le obligaron a ausentarse prematuramente del campo de
batalla, y a seguir el combate desde su cuartel general, dolorido y agotado”.
Finalmente, a modo de interrogante condicional, el
médico Pedro Gargantilla formula la siguiente pregunta “¿Qué habría sucedido si las hemorroides imperiales no le hubiesen
impedido estar en primera línea de batalla?”. Vamos a ver que le contesta
uno de los mayores expertos en Napoleón, David Chandler.
Las
campañas de Napoleón, de David Chandler, es un libro que no
suele ser consultado por profanos en historia. Sólo los historiadores y los
apasionados por las campañas de Napoleón tienen la valentía de afrontar una
obra de 1200 páginas. Ahora bien, si deseamos saber que pasó realmente en
Waterloo debemos leernos a Chandler.
No pretendo realizar un pormenorizado estudio, paso
a paso, de la batalla de Waterloo. Para eso tenéis otros lugares en los que
deleitaros con semejante descripción. Al contrario, voy a centrarme en las
causas que motivaron la derrota en Waterloo de Napoleón y afirmar que el tema
de las hemorroides fue una simple anécdota y no una causa de peso.
El 18 de junio de 1815, en el reducido campo de
batalla de Waterloo, se dispusieron dos formidables ejércitos. Los franceses
disponían de 48.950 soldados de infantería, 15.765 de caballería y 7.232
artilleros que manejaban 246 cañones. Los ingleses de Wellington, por su parte,
tenían 49.608 soldados de infantería, 12.408 de caballería y 5.645 artilleros
que manejaban 156 cañones. Aunque la situación era bastante pareja, Wellington
contaba con 17.000 soldados apostados en Hal, a unos 15 kilómetros, cuya misión
era resistir un posible ataque francés en la zona cuyo objetivo fuera cortar el
enlace con las tropas prusianas que comandaba Blücher y se encaminaban, a toda
prisa, hacia el campo de batalla.
Este destacamento desaprovechado, según Chandler, le
podía haber costado caro a Wellington si los soldados que pelearon no hubieran
sido tan aguerridos y si la vanguardia de Blücher no hubiera llegado a tiempo
por la izquierda. Aquí ya tenemos una primera pista de las razones reales
de la derrota en Waterloo.
En la reunión que Napoleón tuvo con sus generales en
Le Caillou, antes de la batalla, el general corso tuvo su primer gran error
táctico al despreciar los rumores que afirmaban la intención de prusianos e
ingleses de unir sus fuerzas en Waterloo. La disposición de batalla de
Wellington contemplaba claramente la ayuda de los prusianos, pues en la cuña
dispuesta como frente de batalla, su lado izquierdo estaba bastante más
despoblado esperando aquellos refuerzos. Napoleón, ni supo valorar
adecuadamente la información de los espías ni supo verlo en el frente enemigo,
el cual admiró la mañana de l18 con las siguientes palabras: “¡Con qué firmeza pisan el suelo esos
soldados! ¡Qué bonita es la formación de esa caballería! […] Espléndidas
tropas, lástima que en media hora las vaya a hacer pedazos”.
No sólo las hemorroides no le impidieron ver el
frente de batalla antes de comenzar la confrontación, sino que el retraso del
ataque no se debió a ellas. Tal como se indica en las decisiones tomadas en Le
Caillou, “el general Drouot señaló que el
terreno estaba todavía tan mojado que no se iban a poder mover bien los cañones
ni emplear el fuego de rebote contra el enemigo, y propuso que se retrasara
unas horas el inicio de la batalla para dejar que el terreno se secara”.
Napoleón aceptó este consejo por los motivos tácticos más que por su comodidad
anal. Y, a la postre, fue una de las principales razones de su derrota, pues de
haber atacado a primera hora, Blücher no hubiera llegado a tiempo a Waterloo y
la victoria hubiera sido más que factible para los franceses.
El otro error grave de Napoleón fue llamar tarde a
Grouchy, quién el día anterior le había enviado una importante misiva sobre las
tropas prusianas. En vez de hacer caso a su mariscal de avanzar hacia Wavre, lo
mantuvo sin una orden clara toda la noche, despachando la orden a las diez de
la mañana, con seis horas de retraso. Napoleón subestimó el número de prusianos
y su inacción respecto a las tropas de Grouchy impidió que aquel lograra evitar
que las tropas de Blücher entraran en batalla. Sin duda, estas dos malas
decisiones condicionaron el resultado final de una confrontación en la que las
hemorroides no parecen haber tenido significado alguno.
Si podemos darle cierta importancia a su merma
física en el hecho de que Napoleón delegó todo el plan de ataque en el
inexperto mariscal Ney. Ahora bien, no todo podemos confiarlo a este aspecto
táctico cuestionable. El plan de batalla elaborado por el corso tampoco era muy
apropiado. Necesitado de un triunfo rápido, ordenó un ataque directo sin
operaciones preliminares ni provisiones de emergencia ante una eventual llegada
de los prusianos. Las instrucciones para los zapadores de D´Erlon, cuyo
objetivo era cortar la carretera de Bruselas y bloquear la retirada a Wellington,
muestra hasta qué extremo había llegado la confianza de Napoleón en su
victoria.
El inicio de la batalla comenzó a las 11:30h, con un
ataque de las tropas del príncipe Jerónimo sobre la avanzada aliada de
Hougoumont, el cual pretendía provocar que Wellington desviara tropas del
centro hacia ese flanco, debilitando el lugar en el que se concentraría el
ataque principal francés. El objetivo salió mal debido al empeño del príncipe
Jerónimo de convertir esta escaramuza en un enfrentamiento a gran escala. La
acción apenas afectó a la distribución de tropas de Wellington y, por el
contrario, mantuvo ocupadas a numerosas tropas francesas en una lucha
totalmente inútil.
A este primer error táctico se sumó la escasa
repercusión que tuvo el bombardeo, a eso de la una, de los sectores centrales
de la línea aliada. Justo antes del ataque del cuerpo de D´Erlon, Napoleón fue
consciente de la llegada inminente de tropas prusianas por su flanco derecho.
En vez de suspender en ese momento la batalla y esperar a Grouchy para lanzar
un ataque general, mantuvo su optimismo y siguió adelante. Envió un mensaje a
Grouchy para que se uniera a la batalla en ese punto, pero ya era demasiado
tarde, pues el mensaje le llegaría a las cinco de la tarde, siendo imposible
llegar a Waterloo e influir en la batalla. También desvió 10.000 infantes
comandados por el conde Lobau, junto a cuerpos de caballería, aunque serían
insuficientes ante los 30.000 hombres de Bülow que llegarían a la batalla.
A las 13:30 Napoleón ordenó atacar a las tropas de D´Erlon,
aunque lo hicieron con una disposición obsoleta; cada división avanzó formando
un frente del ancho de un batallón desplegado, lo que provocó numerosas bajas
en la aproximación. La responsabilidad de este importante error táctico no se
termina de dilucidar, pues bien pudo ser por un error interpretativo de la
orden o también pudo ser que aquellas fueran las instrucciones (ya se habían
tomado en Friedland, por ejemplo). Tampoco la caballería ayudó al avance, lo
que comprometió seriamente el resultado positivo del mismo. Si a ello sumamos
la aguerrida carga inglesa tenemos que el ataque francés fue repelido.
La caballería británica, exaltada con el triunfo, en
vez de frenar y reagruparse, avanzó imprudentemente y alcanzó a la batería francesa
dispuesta en el valle. Napoleón, que a pesar de sus hemorroides, estaba al
tanto de la marcha de la batalla y envió una nutrida fuerza de lanceros que
eliminó a casi la mitad de la caballería inglesa. Aunque Wellington había
logrado desbaratar el ataque francés, su caballería había sido mermada en una
cantidad importante.
A las 15:00h Napoleón supo que Grouchy no podría
llegar a tiempo a Waterloo, por lo que sólo le quedaba suspender la batalla o
machacar a Wellington antes de que la ayuda prusiana llegara al campo de
batalla. Napoleón se decidió por lo segundo y atacó con todo lo que le quedaba.
El ataque terminó en fracaso y, para colmo, un error
de apreciación del mariscal Ney, quién pensó que Wellington se retiraba (en
realidad se retiraban los heridos), provocó que toda la caballería francesa
fuera lanzada a una misión suicida. Lo que pretendía convertir una supuesta
retirada en desbandada general provocó que la caballería se viera sola y sin
apoyo de infantes y artilleros. A pesar de su valentía, sus cargas no lograron
vencer la resistencia inglesa. Para colmo, a eso de las 16:00h, las primeras
fuerzas prusianas de Bülow comenzaron el combate en el flanco derecho francés.
La última posibilidad que tenían los franceses era
tomar La Haie Sainte, una posición clave. En esta ocasión el mariscal Ney logró
coordinar correctamente todos los cuerpos y tomó la posición, dejando el centro
enemigo sumamente comprometido. Wellington estaba a punto de ver caer su frente
central y Ney vislumbró la victoria. Confiado en ella pidió más tropas a
Napoleón para acometer el ataque definitivo, pero Napoleón se las negó. Los
sucesivos errores tácticos de Ney en la jornada, su ignorancia sobre los apuros
reales de Wellington, y la presión de los prusianos en su flanco derecho, que
comprometían sus comunicaciones y posible retirada, llevaron a Napoleón a
reforzar el frente en el ataque prusiano en vez de otorgar a Ney unas tropas de
reserva que podían haber inclinado el triunfo definitivo hacia su lado.
Napoleón, con el envío de la Vieja Guardia, logró
recuperarse en el flanco atacado por los prusianos pero, con ello, dejó escapar
la victoria sobre Wellington. El duque se puso al frente de sus hombres y atacó
sobre la posición de Ney, que estaba generándole un gran destrozo en su mismo
centro.
Aunque Napoleón atacó el centro una vez asegurado su
flanco derecho, la derrota estaba asegurada, pues Wellington había recibido
numerosos refuerzos en sus filas. El avance final francés fue repelido y la
batalla se perdió definitivamente.
¿Cuáles fueron las causas reales de la derrota de
Waterloo?
Napoleón culpó amargamente a sus generales. Es
cierto que Grouchy pudo haber acudido más presto a Waterloo o que Ney cometió
diversos errores tácticos en el frente de batalla, pero toda la responsabilidad
final estuvo en manos de Napoleón.
El general corso subestimó al enemigo, tanto las
dotes tácticas de Wellington como ignorando los informes que indicaban la
certeza de una ayuda prusiana. Retrasó el inicio de la batalla y, en el momento
clave, negó unos refuerzos fundamentales al mariscal Ney. No supo controlar a
sus subordinados durante la batalla, que cometieron errores imperdonables y, es
más, sus decisiones tuvieron una influencia negativa en los acontecimientos una
vez comenzó la batalla.
Si a lo anterior sumamos la tenacidad encomiable con
la que Wellington logró defenderse y la oportuna llegada de los refuerzos
prusianos, tenemos el contexto completo que explica la derrota de Napoleón en
Waterloo.
¿Qué habría sucedido si las hemorroides imperiales
no le hubiesen impedido estar en primera línea de batalla?
Personalmente no creo que las hemorroides de
Napoleón influyeran en lo más mínimo en el desarrollo de la batalla. Napoleón
siempre estuvo al tanto del desarrollo de la misma y supo tomar decisiones
oportunas en el momento adecuado. El problema estuvo en que esas decisiones no
fueron las acertadas.
No valorar la ayuda prusiana en su justa medida fue,
en mi opinión, la clave más decisiva que explica su derrota. Luego, la táctica
empleada en el ataque y los errores de sus mariscales terminaron de llevar al
desastre una jornada que bien podía haber terminado con la victoria francesa.
Un magnífico artículo que demuestra la realidad editorial actual.
ResponderEliminarResulta que alguien publica un libro histórico sin contar nada nuevo, acentuando un suceso anecdótico para lograr ventas. Y, más tarde, esa afirmación sin sentido alguno es repetida hasta la saciedad por autores que no han profundizado lo suficiente en el relato histórico.
si a lo anterior unimos la propagación tipo ventilador de Internet ya tenemos la tormenta perfecta para intoxicar con mentiras a la gente.
Voy a comprar sus ebooks porque si son la mitad de rigurosos que sus artículos ya son mejores que la media editorial actual.
Hola, muchas gracias.
EliminarHoy día, en el mundo editorial prima más la cantidad que la calidad, por lo que publicaciones históricas interesantes no suelen venderse en grandes cantidades al gran público.
Espero que disfrutes con los ebooks.
Saludos