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miércoles, 20 de junio de 2018

Las hemorroides de Napoleón fueron las culpables de su derrota en Waterloo.


En el año 2009 apareció publicado un libro sobre anécdotas históricas que pretendían dar una vuelta de tuerca a muchos famosos pasajes históricos. La obra, escrita por el historiador José Miguel Carrillo de Albornoz, se titulaba Las hemorroides de Napoleón. En el capítulo dedicado al general corso más famoso de todos los tiempos, la opinión del autor es la siguiente:
Napoleón habría perdido la gran y definitiva batalla de Waterloo precisamente porque necesitaba refrescar su imperial trasero y de no haber tenido que estar sentado en una bañera para calmar los terribles dolores que le impedían subirse a su caballo, tal vez su estrategia militar hubiese sido otra” (Fuente: Elmundo.es 01/03/2009).

¿Podemos asegurar, como historiadores, que las hemorroides fueron la causa decisiva de la derrota de Napoleón en Waterloo?


José Miguel Carrillo de Albornoz piensa que así fue y en su obra antes mencionada podemos leer lo siguiente al respecto: “Todos los historiadores [¿?] coinciden en que Napoleón pudo haber perdido la decisiva batalla de Waterloo, el 18 de junio de 1815, librada entre el ejército imperial francés y las tropas británicas y prusianas al mando del duque de Wellington y del general Von Blücher, por un repentino y violento ataque de hemorroides”.

Ignoro que historiadores defienden tal teoría, pero resumir la derrota de Waterloo en una única razón me parece, cuanto menos, desacertado. Y luego está el verbo que utiliza para defender la argumentación,  pudo haber, un indicativo (del pasado) seguido de un infinitivo (que muestra una idea abstracta). Es decir, todos los historiadores parecen coincidir que Napoleón podría haber perdido en Waterloo. No nos indica que Napoleón perdió en Waterloo por las hemorroides de forma afirmativa y concluyente, tal como parece sugerir el título y la temática de la obra en cuestión.

Es decir, este autor pone el protagonismo en las hemorroides de Napoleón a la hora de explicar la derrota en Waterloo y luego, a la hora de la verdad, nos dice que podría ser la causa (o no) de la derrota. En definitiva, no nos dice absolutamente nada.

Esta obra ha tenido predicamento en el mundo editorial y aparece en otro libro divulgativo escrito por mi apreciado Pedro Gargantilla, Enfermedades que cambiaron la historia. Por supuesto, en esta obra vuelven a aparecer las famosas hemorroides de Napoleón y las clásicas menciones a su importancia en el resultado final de la batalla.

El inicial ataque del ejército francés, planeado nada más amanecer, debió ser pospuesto porque “la crisis hemorroidal le impedía subirse a su caballo Marengo, con el fin de supervisar el desarrollo de la batalla”.  Que el suelo estuviese embarrado por la copiosa lluvia que cayó durante la noche se nombra de pasada y sin darle la misma importancia.

Además, la principal característica de Napoleón como gran estratega militar, la de dirigir las batallas desde primera línea y tomar audaces decisiones en el momento oportuno, estuvo en este momento limitada debido a sus problemas anales: “En esta ocasión sus achaques le obligaron a ausentarse prematuramente del campo de batalla, y a seguir el combate desde su cuartel general, dolorido y agotado”.

Finalmente, a modo de interrogante condicional, el médico Pedro Gargantilla formula la siguiente pregunta “¿Qué habría sucedido si las hemorroides imperiales no le hubiesen impedido estar en primera línea de batalla?”. Vamos a ver que le contesta uno de los mayores expertos en Napoleón, David Chandler.

Las campañas de Napoleón, de David Chandler, es un libro que no suele ser consultado por profanos en historia. Sólo los historiadores y los apasionados por las campañas de Napoleón tienen la valentía de afrontar una obra de 1200 páginas. Ahora bien, si deseamos saber que pasó realmente en Waterloo debemos leernos a Chandler.

No pretendo realizar un pormenorizado estudio, paso a paso, de la batalla de Waterloo. Para eso tenéis otros lugares en los que deleitaros con semejante descripción. Al contrario, voy a centrarme en las causas que motivaron la derrota en Waterloo de Napoleón y afirmar que el tema de las hemorroides fue una simple anécdota y no una causa de peso.

El 18 de junio de 1815, en el reducido campo de batalla de Waterloo, se dispusieron dos formidables ejércitos. Los franceses disponían de 48.950 soldados de infantería, 15.765 de caballería y 7.232 artilleros que manejaban 246 cañones. Los ingleses de Wellington, por su parte, tenían 49.608 soldados de infantería, 12.408 de caballería y 5.645 artilleros que manejaban 156 cañones. Aunque la situación era bastante pareja, Wellington contaba con 17.000 soldados apostados en Hal, a unos 15 kilómetros, cuya misión era resistir un posible ataque francés en la zona cuyo objetivo fuera cortar el enlace con las tropas prusianas que comandaba Blücher y se encaminaban, a toda prisa, hacia el campo de batalla.

Este destacamento desaprovechado, según Chandler, le podía haber costado caro a Wellington si los soldados que pelearon no hubieran sido tan aguerridos y si la vanguardia de Blücher no hubiera llegado a tiempo por la izquierda. Aquí ya tenemos una primera pista de las razones reales de la derrota en Waterloo.

En la reunión que Napoleón tuvo con sus generales en Le Caillou, antes de la batalla, el general corso tuvo su primer gran error táctico al despreciar los rumores que afirmaban la intención de prusianos e ingleses de unir sus fuerzas en Waterloo. La disposición de batalla de Wellington contemplaba claramente la ayuda de los prusianos, pues en la cuña dispuesta como frente de batalla, su lado izquierdo estaba bastante más despoblado esperando aquellos refuerzos. Napoleón, ni supo valorar adecuadamente la información de los espías ni supo verlo en el frente enemigo, el cual admiró la mañana de l18 con las siguientes palabras: “¡Con qué firmeza pisan el suelo esos soldados! ¡Qué bonita es la formación de esa caballería! […] Espléndidas tropas, lástima que en media hora las vaya a hacer pedazos”.

No sólo las hemorroides no le impidieron ver el frente de batalla antes de comenzar la confrontación, sino que el retraso del ataque no se debió a ellas. Tal como se indica en las decisiones tomadas en Le Caillou, “el general Drouot señaló que el terreno estaba todavía tan mojado que no se iban a poder mover bien los cañones ni emplear el fuego de rebote contra el enemigo, y propuso que se retrasara unas horas el inicio de la batalla para dejar que el terreno se secara”. Napoleón aceptó este consejo por los motivos tácticos más que por su comodidad anal. Y, a la postre, fue una de las principales razones de su derrota, pues de haber atacado a primera hora, Blücher no hubiera llegado a tiempo a Waterloo y la victoria hubiera sido más que factible para los franceses.

El otro error grave de Napoleón fue llamar tarde a Grouchy, quién el día anterior le había enviado una importante misiva sobre las tropas prusianas. En vez de hacer caso a su mariscal de avanzar hacia Wavre, lo mantuvo sin una orden clara toda la noche, despachando la orden a las diez de la mañana, con seis horas de retraso. Napoleón subestimó el número de prusianos y su inacción respecto a las tropas de Grouchy impidió que aquel lograra evitar que las tropas de Blücher entraran en batalla. Sin duda, estas dos malas decisiones condicionaron el resultado final de una confrontación en la que las hemorroides no parecen haber tenido significado alguno.

Si podemos darle cierta importancia a su merma física en el hecho de que Napoleón delegó todo el plan de ataque en el inexperto mariscal Ney. Ahora bien, no todo podemos confiarlo a este aspecto táctico cuestionable. El plan de batalla elaborado por el corso tampoco era muy apropiado. Necesitado de un triunfo rápido, ordenó un ataque directo sin operaciones preliminares ni provisiones de emergencia ante una eventual llegada de los prusianos. Las instrucciones para los zapadores de D´Erlon, cuyo objetivo era cortar la carretera de Bruselas y bloquear la retirada a Wellington, muestra hasta qué extremo había llegado la confianza de Napoleón en su victoria.

El inicio de la batalla comenzó a las 11:30h, con un ataque de las tropas del príncipe Jerónimo sobre la avanzada aliada de Hougoumont, el cual pretendía provocar que Wellington desviara tropas del centro hacia ese flanco, debilitando el lugar en el que se concentraría el ataque principal francés. El objetivo salió mal debido al empeño del príncipe Jerónimo de convertir esta escaramuza en un enfrentamiento a gran escala. La acción apenas afectó a la distribución de tropas de Wellington y, por el contrario, mantuvo ocupadas a numerosas tropas francesas en una lucha totalmente inútil.
 
La batalla de Waterloo. William Sadler.

A este primer error táctico se sumó la escasa repercusión que tuvo el bombardeo, a eso de la una, de los sectores centrales de la línea aliada. Justo antes del ataque del cuerpo de D´Erlon, Napoleón fue consciente de la llegada inminente de tropas prusianas por su flanco derecho. En vez de suspender en ese momento la batalla y esperar a Grouchy para lanzar un ataque general, mantuvo su optimismo y siguió adelante. Envió un mensaje a Grouchy para que se uniera a la batalla en ese punto, pero ya era demasiado tarde, pues el mensaje le llegaría a las cinco de la tarde, siendo imposible llegar a Waterloo e influir en la batalla. También desvió 10.000 infantes comandados por el conde Lobau, junto a cuerpos de caballería, aunque serían insuficientes ante los 30.000 hombres de Bülow que llegarían a la batalla.

A las 13:30 Napoleón ordenó atacar a las tropas de D´Erlon, aunque lo hicieron con una disposición obsoleta; cada división avanzó formando un frente del ancho de un batallón desplegado, lo que provocó numerosas bajas en la aproximación. La responsabilidad de este importante error táctico no se termina de dilucidar, pues bien pudo ser por un error interpretativo de la orden o también pudo ser que aquellas fueran las instrucciones (ya se habían tomado en Friedland, por ejemplo). Tampoco la caballería ayudó al avance, lo que comprometió seriamente el resultado positivo del mismo. Si a ello sumamos la aguerrida carga inglesa tenemos que el ataque francés fue repelido.

La caballería británica, exaltada con el triunfo, en vez de frenar y reagruparse, avanzó imprudentemente y alcanzó a la batería francesa dispuesta en el valle. Napoleón, que a pesar de sus hemorroides, estaba al tanto de la marcha de la batalla y envió una nutrida fuerza de lanceros que eliminó a casi la mitad de la caballería inglesa. Aunque Wellington había logrado desbaratar el ataque francés, su caballería había sido mermada en una cantidad importante.

A las 15:00h Napoleón supo que Grouchy no podría llegar a tiempo a Waterloo, por lo que sólo le quedaba suspender la batalla o machacar a Wellington antes de que la ayuda prusiana llegara al campo de batalla. Napoleón se decidió por lo segundo y atacó con todo lo que le quedaba.

El ataque terminó en fracaso y, para colmo, un error de apreciación del mariscal Ney, quién pensó que Wellington se retiraba (en realidad se retiraban los heridos), provocó que toda la caballería francesa fuera lanzada a una misión suicida. Lo que pretendía convertir una supuesta retirada en desbandada general provocó que la caballería se viera sola y sin apoyo de infantes y artilleros. A pesar de su valentía, sus cargas no lograron vencer la resistencia inglesa. Para colmo, a eso de las 16:00h, las primeras fuerzas prusianas de Bülow comenzaron el combate en el flanco derecho francés.

La última posibilidad que tenían los franceses era tomar La Haie Sainte, una posición clave. En esta ocasión el mariscal Ney logró coordinar correctamente todos los cuerpos y tomó la posición, dejando el centro enemigo sumamente comprometido. Wellington estaba a punto de ver caer su frente central y Ney vislumbró la victoria. Confiado en ella pidió más tropas a Napoleón para acometer el ataque definitivo, pero Napoleón se las negó. Los sucesivos errores tácticos de Ney en la jornada, su ignorancia sobre los apuros reales de Wellington, y la presión de los prusianos en su flanco derecho, que comprometían sus comunicaciones y posible retirada, llevaron a Napoleón a reforzar el frente en el ataque prusiano en vez de otorgar a Ney unas tropas de reserva que podían haber inclinado el triunfo definitivo hacia su lado.

Napoleón, con el envío de la Vieja Guardia, logró recuperarse en el flanco atacado por los prusianos pero, con ello, dejó escapar la victoria sobre Wellington. El duque se puso al frente de sus hombres y atacó sobre la posición de Ney, que estaba generándole un gran destrozo en su mismo centro.
 
Wellington en Waterloo. Robert Alexander Hilingford

Aunque Napoleón atacó el centro una vez asegurado su flanco derecho, la derrota estaba asegurada, pues Wellington había recibido numerosos refuerzos en sus filas. El avance final francés fue repelido y la batalla se perdió definitivamente.

¿Cuáles fueron las causas reales de la derrota de Waterloo?

Napoleón culpó amargamente a sus generales. Es cierto que Grouchy pudo haber acudido más presto a Waterloo o que Ney cometió diversos errores tácticos en el frente de batalla, pero toda la responsabilidad final estuvo en manos de Napoleón.

El general corso subestimó al enemigo, tanto las dotes tácticas de Wellington como ignorando los informes que indicaban la certeza de una ayuda prusiana. Retrasó el inicio de la batalla y, en el momento clave, negó unos refuerzos fundamentales al mariscal Ney. No supo controlar a sus subordinados durante la batalla, que cometieron errores imperdonables y, es más, sus decisiones tuvieron una influencia negativa en los acontecimientos una vez comenzó la batalla.

Si a lo anterior sumamos la tenacidad encomiable con la que Wellington logró defenderse y la oportuna llegada de los refuerzos prusianos, tenemos el contexto completo que explica la derrota de Napoleón en Waterloo.

¿Qué habría sucedido si las hemorroides imperiales no le hubiesen impedido estar en primera línea de batalla?

Personalmente no creo que las hemorroides de Napoleón influyeran en lo más mínimo en el desarrollo de la batalla. Napoleón siempre estuvo al tanto del desarrollo de la misma y supo tomar decisiones oportunas en el momento adecuado. El problema estuvo en que esas decisiones no fueron las acertadas.

No valorar la ayuda prusiana en su justa medida fue, en mi opinión, la clave más decisiva que explica su derrota. Luego, la táctica empleada en el ataque y los errores de sus mariscales terminaron de llevar al desastre una jornada que bien podía haber terminado con la victoria francesa.





2 comentarios:

  1. Un magnífico artículo que demuestra la realidad editorial actual.
    Resulta que alguien publica un libro histórico sin contar nada nuevo, acentuando un suceso anecdótico para lograr ventas. Y, más tarde, esa afirmación sin sentido alguno es repetida hasta la saciedad por autores que no han profundizado lo suficiente en el relato histórico.
    si a lo anterior unimos la propagación tipo ventilador de Internet ya tenemos la tormenta perfecta para intoxicar con mentiras a la gente.
    Voy a comprar sus ebooks porque si son la mitad de rigurosos que sus artículos ya son mejores que la media editorial actual.

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    1. Hola, muchas gracias.
      Hoy día, en el mundo editorial prima más la cantidad que la calidad, por lo que publicaciones históricas interesantes no suelen venderse en grandes cantidades al gran público.
      Espero que disfrutes con los ebooks.
      Saludos

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