El 13 de julio de 1960, coincidiendo con el 24º aniversario de la muerte de Calvo Sotelo, Francisco Franco inauguró un monumento construido en su memoria. Ocupaba un lugar destacado al final de la Avenida del Generalísimo (Plaza Castilla) y representó la ofrenda del régimen al protomártir de la Cruzada emprendida el 17-18 de julio de 1936 contra los enemigos patrios.
Si vemos una postal antigua del monumento y la
comparamos con otra actual comprobaremos los enormes cambios que se han
producido alrededor de este monumento. El monumento es el mismo, pero todo a su
alrededor es distinto.
El anterior párrafo es un magnífico símil para poder recoger las palabras del discurso que ofreció tal día el Caudillo y estudiar todas las cosas que el avance de la investigación histórica ha modificado, enterrando numerosos mitos divulgados por el régimen franquista.
Al final el artículo me quedó bastante extenso, pues
abordo diferentes temas relacionados con los meses antes de la sublevación, por
lo que te advierto que su lectura te llevará un rato largo.
El periódico del ABC del día 14 de julio de 1960
recogió el discurso que pronunció el
Caudillo con motivo de la inauguración del monumento en memoria del
político Calvo Sotelo. Decía lo siguiente:
“La muerte de Calvo Sotelo por los propios
agentes encargados de la seguridad fue la demostración palpable de que, rotos
los frenos, la Nación se precipitaba vertiginosamente en el comunismo. Ya no
cabían dudas ni vacilaciones: el asesinato, fraguado desde el Poder, del jefe
más destacado de la oposición, unió a todos los españoles en unánime y
ferviente anhelo de salvar a España. Sin el sacrificio de Calvo Sotelo la suerte
del Movimiento Nacional pudo haber sido muy distinta. Su muerte alevosa venció
los naturales escrúpulos de los patriotas, marcándoles el camino de un deber
insoslayable”.
Vamos a diseccionar el discurso en distintas partes,
desmintiendo muchas de sus tajantes afirmaciones.
Calvo Sotelo fue asesinado por los
propios agentes encargados de la seguridad.
En esta ocasión Franco no dijo nada que no fuera
cierto. Oficiales encargados de velar por el orden público y salvaguardar la
vida de los ciudadanos estuvieron implicados en el asesinato. Ahora bien, esta participación de las fuerzas de
seguridad del Estado en el crimen debemos
matizarla un poco para comprender la esencia de la misma. En efecto, los
asesinos de Calvo Sotelo estaban dirigidos por Fernando Condés, capitán de la
Guardia Civil y algunos pertenecían al grupo de Guardias de Asalto.
La Guardia de Asalto era un grupo de seguridad
creado por la República para mantener el orden público junto a la Guardia Civil
y los carabineros. La mayoría de sus oficiales eran militares y aunque creado
por la República no se puede considerar de ningún modo el brazo armado del
Frente Popular.
José Castillo, teniente de la Guardia de Asalto, fue
asesinado el 12 de julio de 1936, según Ian Gibson, por carlistas
pertenecientes al Tercio de requetés de Madrid. Se basa en ello en la
declaración de un participante indirecto en el atentado (que responde a las iníciales
J.A.), quién nombró como probables asesinos a los carlistas Antonio Coello y Rafael
García Cortés. La causa del asesinato sería vengar el disparo que realizó José
Castillo contra José Luis Llaguno Acha, al que dejó gravemente herido. Una anónima
llamada al padre del herido, advirtiéndole que su hijo había sido vengado,
parece confirmar tal motivo.
La compañía del teniente Castillo era, según declaró uno de sus miembros (Aniceto Castro), bastante revolucionaria. Y fueron algunos miembros de su compañía los que perpetraron el asesinato de Calvo Sotelo la noche posterior, junto a civiles pertenecientes a las milicias socialistas. Éstos pertenecían a La Motorizada, una milicia de los socialistas madrileños y de la que Castillo era instructor.
Desde la muerte del capitán Faraudo varios militares
habían propuesto tomar represalias contra personalidades de la derecha. Si
ahora se llevó a cabo tal plan vengativo fue motivo de que la idea ya rondaba
por la cabeza de ciertos militares izquierdistas.
El ministro de gobernación, Juan Moles, al contrario
de lo que se indicó posteriormente por la propaganda franquista (memorias Gil
Robles), nunca autorizó ningún plan semejante. Lo que se hizo fue pedir a la
Dirección General de Seguridad un listado de falangistas fichados para proceder
al registro de sus domicilios y, al arresto, si se encontraban pistas sobre el
asesinato. En aquellos momentos, dadas las continuas amenazas falangistas que
había recibido José Castillo desde hacía meses, nadie dudó en la implicación de
este colectivo en el asesinato. Por tanto, se accedió a arrestar a falangistas
fichados y entregarlos a la autoridad. Este relato de los hechos lo transmite
Alfredo León Lupión, testigo presencial de la conversación mantenida entre Juan
Moles y los capitanes Antonio Moreno Navarro, Antonio Puig Petrolani y Demetrio
Fontán Cadarso.
En la camioneta Nº 17 de la Guardia de Asalto un
heterogéneo grupo de militares y civiles izquierdistas fueron en busca de
falangistas. Al no encontrar ninguno en sus domicilios pensaron en acercarse a
la vivienda de Gil Robles, líder de la CEDA. Al no encontrarse en su domicilio
fueron al de Calvo Sotelo, situado en la misma calle Velázquez, al que sacaron
con engaños de su casa y le asesinaron camino del cuartel. El autor de los
disparos fue, al parecer, Luis Cuenca. (Más adelante seguimos con este tema y
la supuesta implicación gubernamental).
Un último apunte. Aunque el asesinato no tiene
ningún tipo de justificación (ni tan siquiera por la venganza de un compañero),
fue el único asesinato perpetrado por policías y militares de izquierda, sobre
un miembro de la derecha española, con motivaciones políticas ajenas a sus
tareas ordinarias de garantes del orden público. Es decir, estamos ante un caso
excepcional y en ningún modo generalizable de la situación en España en aquella
época (sobre datos de violencias en aquellos meses tenemos más información
adelante).
La Nación se
precipitaba vertiginosamente en el comunismo
Esta fue una de las
excusas preferidas por el régimen franquista para justificar la legalidad de su
levantamiento armado contra el gobierno republicano. En su lógica interna
su sublevación no era tal, pues era el gobierno de la nación quién, desde el
poder, subvertía los principios jurídicos en que se cimentaba la Sociedad
Española; atentaba contra la integridad y fundamentos de la Patria; permitía
una encubierta delincuencia y había disuelto las normas indispensables de
conveniencia nacional. Al ejército no le quedó más remedio que asumir los
poderes de la soberanía y defender la patria de los enemigos internos y
externos. Y puesto que ellos ostentaban la defensa de la soberanía nacional
eran sus enemigos, levantados en armas contra ellos, quienes eran los
sublevados ilegales.
La amenaza de una
dictadura del proletariado, el mito de la revolución comunista, inspirada por
Moscú, formó parte integrante de los primeros esfuerzos intoxicadores de
alto nivel que llevó a cabo la dictadura tan pronto como terminó la guerra civil.
Para sustentar tales teorías se acudió a la mejor propaganda nazi, orquestada
por el maestro Goebbels, y se ampararon planes conspirativos “soviéticos”,
difundidos ampliamente por autores del régimen como Félix Maíz.
En 1963, el historiador estadounidense Herbert Rutledge Southworth
demostró, en su ya mítica obra El
mito de la cruzada de Franco, la falsedad del mito sobre la insurrección
comunista que preparaban las izquierdas en 1936. Según investigó Southworth,
el supuesto complot comunista que defendían los teóricos franquistas se basaba
en cuatro documentos que no eran tales (históricamente hablando), pues se
trataba de hojas mecanografiadas sin membrete ni firma.
Los dos que más se
utilizaron para demostrar la conspiración, supuestamente secretos y robados,
unas veces a anarquistas, otras a comunistas, no eran otra cosa que
falsificaciones elaboradas para atemorizar a la burguesía del momento. La
prueba definitiva de ello era su escaso secretismo, pues fueron publicados por
el periódico Claridad el 30 de mayo de 1936. Este periódico socialista, cuyo
director era Luis de Araquistáin, pretendió con su publicación demostrar la
falsedad de tales documentos “secretos” y señalar la estrategia fascista para
engañar al pueblo.
Respecto a la endeble
tesis de la preparación de una revolución comunista en España reproduzco un
fragmento elocuente de la obra de Southworth:
Si se estudian los primeros días de la guerra civil
española, se ve enseguida la falta de preparación de los republicanos. El
pueblo estaba aturdido, desorganizado y desarmado. En muchísimos sitios los
militares rebeldes tomaron el poder en las primeras horas del alzamiento, sin
que las izquierdas tuvieran tiempo de darse cuenta de lo que ocurría. Los
republicanos, desgraciadamente, carecían de planes y de armas y no habían
montado ninguna conspiración. Como observaba el embajador español en Londres,
en una carta dirigida al Times el 5 de mayo de 1938: «Si Rusia había provocado
concienzudamente la guerra, ¿cómo es que se olvidó Moscú de la cuestión
esencial, ayudar a los partidarios españoles con armas?».
Luego, el viraje
comunista del gobierno es algo que no se sustenta de ningún modo. Diversos
estudios históricos muestran que el gobierno no se encaminó por vía
revolucionaria alguna, sino que se limitó a retomar la senda reformista del
primer bienio. No obstante, tal como advierte Francisco Sánchez Pérez: es muy
habitual entre ciertos sectores “creer
que todo lo que ocurrió en la guerra, en particular en la zona republicana, ya
había sucedido antes de julio de 1936: las colectivizaciones de tierras y
fábricas, las policías políticas y los centros de detención (las mal llamadas
checas), los asesinatos políticos sistemáticos, la revolución social, las
matanzas de frailes, la omnipresencia de milicianos en las calles”.
Centrándonos en la
política social (la más proclive a la revolución) tenemos que indicar que el
gobierno, republicano de centro-izquierda, dominaba el congreso frente a los
partidos obreros, relacionados con las reivindicaciones callejeras y las
huelgas. Su labor gubernativa, en los escasos cinco meses de labor, fue
bastante moderada y nada radical. Desde un primer momento se tomaron como
objetivos la reforma agraria, laboral y la lucha contra el paro.
Entre la medidas tomadas
en el campo destacaron: la suspensión por decreto los desahucios para los
arrendatarios, colonos o aparceros de fincas rústicas, si no eran por falta de
pago; la condonación de multas por los jefes de servicios forestales a los
infractores de la legislación de Montes; Los decretos de yunteros, que buscaba
reponer en posesión de la tierra a los que ya la trabajaban como tales yunteros
durante el año agrícola 1933-1934 o siguientes, expulsados de allí por el
arbitrio del propietario y no por falta de pago; Una nueva intensificación de
cultivos, siguiendo la exitosa experiencia de noviembre de 1932 de dar tierras
por decreto a toda velocidad. Este decreto, nada arbitrario, hablaba de cuatro
supuestos para realizar la expropiación: gran concentración de la propiedad,
censo campesino elevado en relación con los habitantes, reducida extensión del
término en comparación con el censo campesino y predominio del cultivo
extensivo; Sustitución de la ley de 1935 por la reforma agraria original de
1932 y proyecto de una nueva ley de bases que garantizaba las indemnizaciones
en todos los casos; Ayudas a los yunteros asentados y financiación de la
reforma por la vía fiscal: se dieron normas para subvencionar el utillaje y las
semillas, básicamente ayudas económicas de urgencia; En general, se trataban de medidas que
amenazaban a la oligarquía en el campo.
Respecto a las medidas
laborales se incidió en la readmisión de despedidos, en la reducción del paro y
en el restablecimiento de las relaciones laborales del primer bienio y sobre
todo de los jurados mixtos. Aunque menos contundentes que las agrarias, su
importancia también fue notoria entre la oligarquía a pesar de su impulso legal
poco rotundo.
El PCE, por otra parte,
era una fuerza marginal dentro del espectro político republicano y en ningún
modo tenía hegemonía alguna (como luego adquirió en el conflicto armado) sobre
los partidos republicanos de izquierda. Y durante los escasos cinco meses de
gobierno su actitud fue de apoyo al Frente Popular, evitando acciones violentas
que perjudicaran al gobierno y favorecieran a los contrarrevolucionarios. Es
decir, su discurso se moderó y sus acciones le llevaron a la centralidad,
viendo con buenos ojos caminar junto al gobierno “republicano burgués de
izquierda” que presidía el país. Es más, continuamente denunciaron la
impaciencia de los socialistas de izquierda y la tendencia al desbordamiento de
los anarquistas, de los que se temía un putsch
o la provocación a las fuerzas de orden público, como factores negativos
desestabilizadores.
Tal como indica Fernando
Hernández Sánchez en Los mitos del 18 de
julio: “El PCE, por su parte, no
tenía peso numérico, influencia política ni parlamentaria suficientes como para
constituir una fuerza dispuesta al asalto del poder o para inducir a otros a
tomarlo. Ni la línea política de la Komintern ni las prioridades
geoestratégicas de la URSS apuntaban al desencadenamiento de una revolución
proletaria en España”.
La revolución proletaria
desapareció del horizonte inmediato relegada por la urgencia de combatir al
fascismo, razón por la cual resulta ilógico pensar en el combate de una amenaza
que ni el mismo PCE se planteaba en aquellos momentos.
Igualmente, tras la
victoria del Frente Popular se creó un clima artificial de supuesta anarquía.
El embajador norteamericano Bowers describió la puesta en marcha de una campaña
contra el gobierno presentando un panorama de anarquía que no era tal.
De nuevo Fernando Hernández
Sánchez en Los mitos del 18 de julio,
insiste en este apartado: “Desde febrero,
a la grave situación económica hubo que sumar la crisis artificial creada tras
el triunfo electoral de las izquierdas. Previendo la aplicación de la reforma
agraria, los grandes terratenientes decidieron abandonar las faenas agrícolas
para la siguiente temporada. Se detectaron fugas de capitales, retirada de fondos
bancarios, torpedeo contra el valor de la peseta y la amenaza de un cierre
patronal si el gobierno obligaba a las empresas a pagar las indemnizaciones
reconocidas a los represaliados de octubre”.
Respecto a la anarquía de los meses anteriores a la sublevación varios
autores han matizado su importancia y su significación. Me voy a quedar con
algunas conclusiones extraídas del libro Cifras
cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la segunda
República española (1931-1936) de Eduardo González Calleja.
Según el pormenorizado
estudio de este autor, varios mitos franquistas se derrumban al analizar las
cifras reales de muertos durante la República. Entre los datos más notorios
está la demostración de que el momento de más violencia fue en el periodo
contrarrevolucionario (1084 muertes en la Revolución de Asturias de las 2629
totales); que la conflictividad no estuvo presidida entre el capital y el
trabajo, sino entre los trabajadores y las fuerzas del orden; que las
violencias no se circunscribieron a la parcela política, sino también social y
laboral; que de las 530 víctimas políticas, 484 pertenecían a la izquierda,
razón por la cual se desmiente la supuesta persecución hacia las derechas; que
muchas violencias fueron espontáneas y dirigidas a tomar la justicia por su
mano;.
Las muertes de miembros de
la izquierda principalmente resultan lógicas al pensar que el gobierno de Azaña
temía más una revolución anarquista que una sublevación militar. El 74% de las
víctimas fueron abatidas por miembros de la seguridad del estado, lo que
también matiza la supuesta debilidad del gobierno en el mantenimiento del orden
público.
José Luis Ledesma también
sigue esta línea desmitificadora de la supuesta “primavera sangrienta de 1936”. Según sus palabras: “Nutriente real para el tópico eran las duras
huelgas, episodios anticlericales, enfrentamientos y atentados de esos meses.
Pero la lectura catastrofista que se hizo de esa situación real es
desproporcionada, veía a sabiendas la paja solo en el ojo ajeno y estaba guiada
por una estrategia de acoso y derribo al gobierno y a la propia República”.
Por tanto, conflictividad
existía, pues tenemos testimonios de ella en personajes, de todo el espectro
político, que la vivieron y sufrieron. Ahora bien, la labor del historiador es
mostrarla en su justa medida, fuera de las exageraciones partidistas
ideológicas. Las estimaciones actuales más acertadas cifran los muertos de
aquellos cinco meses en 351 personas, un dato único en Europa y que muestra la
violencia existente en la época.
Pero entre las muchas
conclusiones a las que han llegado los estudiosos en este apartado concreto de
nuestra historia destaca la conclusión de que más que dos Españas enfrentadas
tenemos una multitud de grupúsculos distintos enfrentados. La mayor parte de
sucesos violentos implicaron a una sola víctima y la violencia entre
falangistas y extrema izquierda se redujo a un tercio del total de muertes de
ese periodo. Los gobiernos de Azaña y Casares Quiroga ni fomentaban ni
aprobaban la violencia de los grupúsculos extremistas de izquierda. Y a partir
de mayo la República había logrado restablecer parcialmente su autoridad
limitando las movilizaciones callejeras. El éxito de este nuevo camino quedó en
el limbo debido al alzamiento militar de julio.
Defender una época de
anarquía fomentada por el gobierno en persecución de propietarios, empresarios
o religiosos antes del levantamiento armado o el viraje hacia el comunismo del
gobierno republicano fueron dos de los argumentos reiterativos con los que el
régimen franquista justificó la “legalidad” de su sublevación. Y son dos
argumentos, como hemos visto, falsos.
Escudarse en
las violencias anteriores a la guerra como escenario ineludible al inicio de la
confrontación armada es, cuanto menos, dudoso. Puso en jaque a la República e
infundió un miedo atroz a numerosas clases medias y moderadas (tanto de
derechas como de izquierdas), pero tal contexto no conducía inexorablemente a
la guerra. Dada su atomización y carácter variopinto de la misma, el final
control por parte del Estado hubiese llegado.
En este aspecto es
interesante comparar esta sublevación armada militar con la producida en 1934
por elementos socialistas. En ambos casos, como muestran los documentos históricos,
la sublevación ante la República se produjo como medida preventiva ante un
enemigo común. Si en 1934 fue ante el estado autoritario que se pensaba
impondrían las derechas, en 1936 fue ante la supuesta dictadura del
proletariado que impondría la república de izquierdas. En ambos casos, la
creencia era falsa.
El asesinato,
fraguado desde el Poder, del jefe más destacado de la oposición, unió a todos
los españoles en unánime y ferviente anhelo de salvar a España.
Aquí tenemos varios puntos
distintos que comentar. Por un lado la reiterativa acusación sobre la
implicación del gobierno en el asesinato. Esta afirmación se recoge, de
forma explícita, en la sentencia final de la Causa General: “Ha de señalarse la circunstancia de que el
Presidente de la República, D. Manuel Azaña; el Presidente del Consejo de Ministros
y Ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga; el Ministro de la
Gobernación, Juan Moles Ormella; el Director General de Seguridad, José Alonso
Mallol; el Presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio; el Comandante del
Cuerpo de Asalto, Ricardo Burillo Stolle, y algunos oficiales del mismo que
intervinieron en el asesinato, todos pertenecían a la masonería”.
La
participación de Guardias de Asalto en el asesinato no creo que signifique, per se, un crimen de Estado.
Es cierto que se trató de un crimen organizado por miembros de la seguridad del
Estado, pero se valieron de su profesión para llevar a cabo una venganza
ideológica. Es decir, se valieron de los medios puestos a su cargo por el Estado,
para llevar a cabo sus propios objetivos personales. Algo similar a lo que
hicieron algunos militares sublevados días después sin que por ello podamos
achacar la sublevación al gobierno republicano.
No hubo orden del Estado para perpetrar este crimen (nunca
se encontró tal documento) y en ningún modo, dado el modus operandi, se puede inferir una participación estatal. Más
bien se trató de un acto de venganza ciega por parte de unos militares izquierdistas
exaltados. Sólo así se entiende que participaran guardias rasos junto a
personas uniformadas y civiles, o que se abandonara el cuerpo en el cementerio
y se limpiara la camioneta.
Coincido con Gibson en la conclusión de la autoría
conjunta del asesinato entre Condés y Cuenca, autor material de los disparos. Y
ello en base al testimonio fundamental de Urbano Orad de la Torre. Este miembro
de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA) había remitido una nota a la Unión
Militar Española (UME) tras el asesinato del capitán Faraudo, diciendo que de caer otro
militar republicano procederían a vengarse matando a un destacado político de
derechas.
Según este militar, tras conocerse el asesinato de
José Castillo, se tomó la decisión de llevar a cabo la amenaza previa. El 28 de septiembre de 1978 el periódico El País
publicó la versión de este militar:
“El 12 de mayo
[sic] mataron a Castillo.
Aquella noche se reunieron un grupo de militares, con rango desde teniente
coronel a capitán, entre los que figuraban Barbetas [m'c] ,* Faraudo [ii'c ], Díaz
Tendero y otros, y decidieron que había que cumplir lo dicho. Echaron a suertes
y le toco al capitán Condes tomar el mando del grupo. Los guardias fueron
voluntarios.
Tomaron
una camioneta de Asalto con su chofer de servicio [...]. Fueron a buscar a
Goicoechea y no estaba en casa. Dijo Condes que fueran a por Gil Robles, y
tampoco estaba en su casa de la calle de Serrano [s/c]. Entonces, al pasar por la
calle de Velázquez, un guardia dijo que allí vivía Calvo Sotelo”.
La premeditación del asesinato se puede comprobar
también por la reacción de Condés ante el repentino asesinato por parte de
Cuenca. En vez de extrañarse por lo sucedido se tomó la decisión de abandonar
el cadáver en el depósito. Es imposible saber si Condés deseaba secuestrar o
asesinar a Calvo Sotelo (los dos protagonistas murieron al inicio de la guerra),
pero es muy posible la segunda opción. Luego, las palabras arrepentidas de
Condés cuando les contó lo sucedido a importantes personajes del PSOE, como
Indalecio Prieto, pueden interpretarse como sincera culpabilidad ante un suceso
obligado a realizar en contra de sus valores morales. Todas las fuentes, por
tanto, parecen corroborar la autoría del crimen en un grupo de militares
izquierdistas y la nula participación gubernamental.
Y tenemos varios testimonios de Guardias de Asalto indicando
el odio profundo que tenía el cuerpo al Presidente Casares Quiroga, razón por
la cual se antoja imposible que nadie siguiera una orden de asesinato cursada
por aquel, en caso de haberse producido. Pero además, sabemos que ante la
noticia de la muerte de Calvo Sotelo, Casares Quiroga dijo: “¡Qué barbaridad, en menudo lio nos han
metido!”. Además, los Guardias de Asalto dependían del Ministerio de la
Gobernación.
Nadie del gobierno ordenó el crimen dado que, además
de hundirles políticamente, resultaba totalmente contraproducente para la
República. Tal asesinato favoreció tanto a los rebeldes que, aún hoy, muchos
piensan en un asesinato planeado por los propios correligionarios de Calvo
Sotelo. Teoría totalmente descabellada pero que sirve para entender, aunque sea
indirectamente, la falta de veracidad a la hora de culpar al gobierno
republicano de tal crimen.
Tal como concluye Ian Gibson en su obra, la investigación
más profunda sobre aquellos sucesos: “Creemos,
en definitiva, que aquel asesinato fue el resultado de una decisión tomada por
algunos militantes de la UMRA, entre ellos el capitán Condes, siendo ejecutado
por este y Cuenca sin que los otros ocupantes de la camioneta tuvieran
conocimiento de lo que iba a ocurrir, y sin ninguna autorización, desde luego,
de los dirigentes del Partido Socialista. Podemos afirmar, además, que la
Guardia de Asalto, como tal, fue totalmente ajena al crimen, y que tampoco
tuvieron nada que ver con él ni la masonería ni el Partido Comunista, a cuyas
organizaciones no pertenecían ni Condes, ni Cuenca, ni ninguno de los jóvenes paisanos
que estuvieron aquella madrugada en la camioneta número 17”.
Por último, uno de los argumentos que se utilizaron
para implicar al gobierno en el asesinato fue la falta de investigación del crimen. Pero diversos testimonios
contradicen tal aseveración. Indalecio Prieto escribió que al día siguiente ya
se sabía el nombre de los asesinos. Y el historiador Rubio Cabezas informó que
la investigación fue obstaculizada por los oficiales superiores de la dotación
que participó en el crimen.
En efecto, Ian Gibson vuelve a mostrarnos que el
retraso en la investigación, llevada a cabo por el juez de guardia, Ursicino
Gomez Carbajo, se debió a personas muy concretas que actuaban por su cuenta y
riesgo. En concreto el sorprendido chofer de la camioneta, Bayo Cambronero, (que
negó su participación dada la trascendencia de lo que había sucedido durante su
servicio) y el teniente Alfonso Barbeta, que le obligó a callar tal suceso
valiéndose de su cargo superior. En ambas actitudes podemos encontrar el ánimo
de intentar desligarse de un acto ilegal que les implicaba indirectamente.
Ambos fueron detenidos posteriormente por encubrimiento.
El Tribunal Supremo nombró, al día siguiente a los
crímenes, a dos jueces especiales para aclararlos. En la causa por el asesinato
de Castillo entendería el magistrado Sanchez Orbeta; en la de Calvo Sotelo,
Eduardo Iglesias Portal, quien se hizo cargo del sumario a la mañana siguiente.
Además, el Gobierno emitió una nota tranquilizando al país y comprometiéndose a
respetar la legalidad y aclarar la autoría de ambos asesinatos. Es más, se
metió presión para tener el asunto aclarado antes de la próxima sesión de las
Cortes, que se celebraría el 21 de julio.
El 17 de julio, el periódico Heraldo de Madrid, publicó que las investigaciones judiciales
habían llevado a ordenar la detención de un implicado. Sabemos, a pesar de la
censura periodística, que la orden de detención era sobre Fernando Condés.
Además de la posible confesión del chofer detenido (luego puesto en libertad al
comprobarse su total ignorancia sobre el asesinato), la viuda de Calvo Sotelo
identificó la foto del Guardia Civil
como uno de los hombres que estuvieron en su casa y se llevaron a su marido.
Además, se cursaron otras órdenes de arresto contra varias personas implicadas
en el suceso, como por ejemplo el guardia que limpió la camioneta.
El inicio del Alzamiento la tarde del 17 de julio
complicaría la resolución de un crimen que los jueces ya tenían bastante
perfilado en cuanto a los culpables materiales del mismo.
Por tanto, investigación hubo, pero de ella apenas
tenemos unos esbozos debido a un suceso lamentable que ocurrió unos pocos días
después. Iniciada la guerra, milicianos socialistas entraron en el juzgado y se
llevaron toda la documentación referente al caso. Fue el sábado 25 de julio y
el relato de lo sucedido lo tenemos en base al testigo presencial Emilio
Macarrón Fernández.
Ahora bien, tal sustracción no supuso dejar de
investigar el asesinato. El 27 de julio de 1936 el Tribunal Supremo instó al
juez a realizar las diligencias necesarias para recuperar el sumario y
proseguir con la investigación. Pero en un contexto de guerra era muy
complicado localizar a los encausados (muchos ya muertos en las primeras
jornadas, tal como los dos principales encausados).
Aún así se siguió adelante con lo que se tenía, llegando
a una conclusión preliminar bastante acertada el 7 de octubre, en la cual se
especifica que los autores principales del asesinato eran Fernando Condés y
Ángel Cuenca (aquí hubo un error de identificación en el nombre, pues sabemos
que era Luis).
Nada parecido tenemos sobre los autores del asesinato del teniente Castillo, cuyo caso no pudo ser resuelto por los jueces de entonces y, posteriormente, no importó lo más mínimo al gobierno franquista.
Por último, Gil Robles, líder de la CEDA, nunca
creyó en la implicación directa del gobierno. Aquí os dejo sus palabras: “Frente a lo que se ha escrito nunca dije que
el gobierno estuviera comprometido con el crimen. Así lo afirmé de manera
taxativa en la revisión de la Diputación Permanente del 15 de julio. Lejos de
mi ánimo el recoger acusaciones en bloque y mucho menos lanzar sobre un
Gobierno, sin pruebas, una acusación de esa naturaleza [...] Creía entonces y
creo ahora que no existía complicidad del Gobierno” (José María Gil Robles:
No fue posible la pazed. Ariel,
Barcelona, 2006).
Si bien es cierto, también fue muy crítico con la
actuación anterior gubernamental, culpándola moralmente del asesinato. En la
sesión parlamentaria del 15 de julio dijo lo siguiente: “En el orden de la responsabilidad moral, a la máxima categoría de las
personas le atribuyo yo la máxima responsabilidad y, por consiguiente, la
máxima responsabilidad en el orden moral tiene que caer sobre el señor
Presidente del Consejo de Ministros”.
Indicar
que Calvo Sotelo era el líder de la oposición supone exagerar su relevancia
política. José Calvo Sotelo había ocupado cargos políticos
durante la dictadura de Primo de Rivera, destacando el de director general de
Administraciones Públicas y el de ministro de Hacienda. Con la llegada de la
República se exilió en el extranjero, regresando a España con el indulto
promovido cuando gobernaba la CEDA. Integrado dentro del partido Renovación
Española, liderado por Antonio Goicoechea, la máxima de esta agrupación
monárquica era acabar con la República tanto por medios legales como ilegales
(en este segundo camino pactaron importantes contratos militares con la Italia
fascista para el inicio de la sublevación de 1936 mucho antes de las elecciones
de aquel año).
En las elecciones de febrero de 1936 Renovación
Española obtuvo 10 escaños (12 escaños tras las revisiones posteriores, lo que
matiza que aquellas sólo favorecieran a las izquierdas), razón por la cual se
comprende que la importancia política de Calvo Sotelo no era tan notoria como
el franquismo quiso luego otorgarle.
Si debemos aceptar que se trataba de un orador incisivo y que en los meses previos al levantamiento incendió el Parlamento, junto a Gil Robles, con declaraciones que pretendían socavar la autoridad de la República frente a la sucesión de violencias que se produjeron tras las elecciones. Sin duda, su muerte violenta y el giro fascista inicial del franquismo en sus primeros momentos, hizo que sus discursos parlamentarios magnificaran su relevancia a posteriori, dado que estaban en consonancia con el recurso al Ejército para acabar con la falta de orden público y con el abierto apoyo al fascismo italiano.
Por último, como fue
evidente, el asesinato no unió a todos los españoles unánimemente, pues
de lo contrario la Guerra Civil Española no hubiera existido. Los unió en la
condena al mismo, como prueban las declaraciones de todos los políticos de la
época, fuera cual fuese su bandera. Pero ante la sublevación militar no se vio
unión alguna, sino muy al contrario una desunión entre los leales al gobierno y
los insumisos, cuyo empate técnico provocó la confrontación bélica.
Sin el
sacrificio de Calvo Sotelo la suerte del Movimiento Nacional pudo haber sido
muy distinta.
En este particular debo
dar parte de razón a Franco. El mismo caudillo, según relatan biógrafos suyos como
S. Payne o P. Preston, se terminó de convencer definitivamente respecto a la unión a la sublevación militar
que se produciría en breve. Y no sería el único que cambiaría de postura ante
el asesinato del diputado monárquico.
Aunque lo anterior no
debemos confundirlo con el inicio de la sublevación. Al contrario de lo que
afirma Payne, el asesinato no fue el detonante. La sublevación ya estaba
marcada en el calendario para finales de julio, tal como muestran los contratos
de envíos de armas desde Italia y el envío del Dragón Rapide a primeros de
Julio para transportar a Franco desde las islas Canarias al continente africano
y ponerse al frente de las tropas allí presentes. Todo lo más aceleró su puesta
en marcha, aprovechando la conmoción creada por el asesinato.
Según mi opinión personal,
creo que la sublevación se hubiese llevado a cabo el 25 de julio, festividad
del apóstol Santiago, por ser una imagen muy elocuente de la “Cruzada” que
deseaban iniciar los golpistas contra el enemigo comunista. Pero esto es una
simple e humilde opinión personal, al contrario de todos los datos y opiniones
expuestas por los diversos historiadores y basadas en documentación histórica.
BIBLIOGRAFÍA
Southworth, Herbert R.: El mito de la cruzada de Franco. 1963.
González Calleja, Eduardo:
Cifras cruentas: Las víctimas mortales de
la violencia sociopolítica en la segunda República española (1931-1936).
Comares. 2015.
Palacios, Jesús y Payne,
Stanley: Franco. Una biografía personal y
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Preston, Paul: Franco. Caudillo de España. De Bolsillo.
2006.
Beevor, Antony: La Guerra Civil Española. Planeta. 2011.
Eslava Galán, Juan: Una historia de la Guerra Civil que no va a
gustar a nadie. Planeta. 2013.
Casanova, Julián: España partida en dos. Crítica. 2013.
AA.VV.: Los mitos del 18 de julio. Crítica.
2013.
Payne, Stanley: 40 preguntas fundamentales sobre la Guerra
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Preston, Paul: La Guerra Civil Española. Debate. 2016.
Thomas, Hugh: La Guerra Civil Española. De Bolsillo.
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Tusell, Javier: La crisis de los años 30. República y guerra
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Moa, Pío: Los mitos de la Guerra Civil. La Esfera
de los libros. 2004.
Gibson, Ian: La noche que mataron a Calvo Sotelo. Argos
Vergara. 1982.
Por más vueltas que se den, el asesinato de Calvo Sotelo sólo fue el pistoletazo de salida de una Guerra Civil anunciada. El peligro del comunismo si existía y la guerra les venía bien también a los comunistas porque era un atajo para la dictadura del proletariado. La II República estaba huérfana por la izquierda y por la derecha. Se puede decir hasta la saciedad que la izquierda defendía la República, pero la república socialista soviética. Creo que hay datos abrumadores al respecto como para seguir con esa gran mentira.
ResponderEliminarHola Rubén, gracias pro comentar.
EliminarCoincido que el asesinato fue el pistoletazo de salida, pero también añadiría que la excusa perfecta para el bando sublevado.
Respecto al peligro comunista no estoy de acuerdo. El PCE era muy minoritario políticamente hablando y su intención a corto plazo no era imponer ninguna dictadura del proletariado. Los documentos históricos así lo avalan como, por ejemplo, las divergencias con Largo Caballero respecto al tema. Desde Moscú, por su parte, jamás se alentó ese tipo de medidas (también existe al respecto variada documentación).
Es cierto que la República se había quedado sola y es justo indicar, escapando de los mitos creados por los bandos contendientes, que en aquella España existían tres vectores de fuerza, similares a los existentes en el resto de Europa: el reformismo democrático representado por la República, la reacción totalitaria/autoritaria representada por los partidos "de derechas" y la revolución social representada por anarcosindicalistas y grupúsculos afines.
La guerra se produjo por el empate técnico entre las fuerzas reformistas y las reaccionarias, a lo que habría que sumar el tercio revolucionario enfrentado a ambos por igual.
La sublevación nacional era un movimiento de contrarreforma y contrarrevolución preventiva, cuya paradoja fue que, debido a su fracaso parcial, provocó el temido proceso revolucionario en las zonas que no se sublevaron contra el gobierno republicano.
Por tanto, no debemos confundir el contexto anterior a la guerra con los dos bandos enfrentados en ella ni reducir la cuestión a una lucha de clases entre "derechas" e "izquierdas".
Ya va siendo hora de dejar a un lado la mitología creada por los dos bandos contendientes y aproximarnos, sin pasión y con toda la objetividad posible, a este suceso de infausto recuerdo para nuestro país.
Saludos
Lo menos doloroso que te puedo decir es que tu parcialidad y tendenciosiosidad es manifiesta en el artículo justificando las barbaridades cometidas por milicianos, PSOistas, UGTistas, anarquistas y otros frentepopulistas y INCITADAS y promovidas legalmente en el ejercicio de la praxis leninista de los líderes del PSOE y sus líderes.
ResponderEliminarDecir que "fue el único asesinato perpetrado por policías y militares de izquierda, sobre un miembro de la derecha española" después de haber buscado tanta documentación como para escribir el artículo evidencia que quieres ver las cosas como quieres verlas y no dilucidar la verdad de lo que ocurrió y desembocó en una guerra, QUE FUE PLANIFICADA Y BUSCADA POR EL PSOE desde antes del golpe de estado del PSOE de octubre del 34.
Hola, gracias por comentar.
EliminarSiento no estar de acuerdo con tu opinión.
Lo primero indicar que yo no justifico a nada ni a nadie. Y menos un asesinato. No tengo bando al que defender ni contrario al que atacar. Intento acercarme a la historia de la manera más objetiva posible.
Ignoro en lo que te basas para indicar que el PSOE planificó la guerra, pero la historia nos dice que los que planificaron y llevaron a cabo un golpe de Estado que terminó desembocando en una guerra civil fueron unos militares próximos a las derechas políticas de aquel momento.
Y, por último pero no menos importante, aunque el PSOE de entonces tenía ideas más radicales que el actual, estaba bastante fragmentado entre un sector más próximo al comunismo y otro más cercano a los partidos republicanos de centro. No es justo indicar que la guerra fue buscada por el PSOE según lo indicas, con un claro sentido anacrónico que pretende equiparar pasado y presente de una manera continua totalmente ficticia.
Saludos