Hoy vamos a tratar un tema peliagudo: la doctrina política del ius in bello, que significa el “derecho de guerra”. Es decir, cuando un país no tiene más opción que enfrentarse a un estado contrario por medio de las armas. En ese caso, el derecho internacional regula una serie de posibilidades que pueden justificar el inicio de las confrontaciones.
Aunque
podáis pensar que este es un tema que no nos afecta en la actualidad, lo cierto
es que todo inicio de una guerra está justificado por un motivo concreto, el
llamado casus belli, es decir, el
“motivo de guerra”. Y los estados guardan mucho cuidado de justificar todas sus
acciones para hacerse parecer inocentes y obligados a luchar. Si en un pasado
se debía justificar el comienzo de una guerra ante los nobles o las clases
privilegiadas, ahora deben hacerlo ante la poderosa opinión pública.
Por
supuesto, en la mayoría de ocasiones, los casus
belli tomados como excusa para el inicio de hostilidades no son sino meras
pantallas para ocultar los verdaderos intereses. ¿Y saben quién inició todo
esto? Pues tenemos un magnífico ejemplo en la historia antigua y, en concreto,
en la guerra entre Roma y Cartago. ¿Queréis descubrirlo?
Cuando
antes comentaba la fabricación de falsos casus
belli para justificar el inicio de guerras a muchas personas se les vendría
a la mente la invasión de Irak en el año 2003. La coalición de fuerzas que
invadió el país (entre las que estaba España) tomó como casus belli la existencia de armas de destrucción masiva. El hecho,
infundado y luego demostrado como falso, permitió un ataque que los EEUU
llevaban muchos años preparando.
Pero
no sólo con mentiras se justifica una guerra. También se puede iniciar
abduciendo la defensa ante un ataque del enemigo. De nuevo los EEUU están en la
mente de todos, pues sobre el ataque a las torres gemelas aún se cierne la duda
de la responsabilidad de los servicios de seguridad estadounidenses; en efecto,
a pesar del paso de los años, muchos siguen pensando que el ataque pudo
llevarse a cabo sólo por la pasividad de las fuerzas de seguridad
estadounidenses, logrando con el ataque la justificación moral para realizar la
invasión de Afganistán en 2011.
Pues
bien, aunque pensemos que los EEUU son originales presentando razones para
justificar sus acciones bélicas, los romanos del siglo III a.C. ya utilizaban
ampliamente estas medidas de confusión. Y un claro ejemplo lo tenemos en el
tratamiento que tuvo el casus belli
que llevó al inicio de la llamada
Segunda Guerra Púnica (218 a.C.-201 a.C.).
Imagen Busto de Aníbal. Ilustración de Mommsen's “Römische Geschichte” page 265, Hannibal. |
Cuando
pensamos en Aníbal, el mejor general y estratega que tuvo la ciudad de Cartago,
la imagen que tenemos de él ha sufrido la deformación de las fuentes antiguas.
Unas fuentes que son romanas, por lo que podemos imaginar la gran subjetividad
que contienen. Para el gran público Aníbal es el gran enemigo de Roma. Ese
malvado púnico que a punto estuvo de derrotar a los buenos romanos. Seguro que
en la consideración general que hoy día se tiene de Aníbal han pesado mucho un
par de documentos.
Por
un lado, el historiador romano Tito Livio nos los describió como un gran
general y el mejor de todos los soldados. Pero, a la vez, nos legó una opinión
muy desfavorable que ha tenido gran éxito:
“Las virtudes tan pronunciadas de este hombre
se contrapesaban con defectos muy graves: una crueldad inhumana, una perfidia
peor que púnica, una falta absoluta de franqueza y de honestidad, ningún temor
a los dioses, ningún respeto por lo jurado, ningún escrúpulo religioso. Con
estas virtudes y vicios innatos militó durante tres años bajo el mando de
Asdrúbal, sin descuidar nada de lo que debiera hacer o ver quien iba a ser un
gran general”
Lo
anterior se complementa perfectamente con este supuesto relato de su vida que
escribió Cornelio Nepote:
“Mi
padre Amílcar, cuando yo era apenas un niño de nueve años, al salir de Cartago
rumbo a Hispania sacrificó varias víctimas a Júpiter Óptimo Máximo. Fue
entonces que me preguntó si quería acompañarlo a la guerra. Yo le respondí
que sí, que lo haría con gusto, y mi padre me contestó: ‘Muy bien, vendrás
conmigo si me juras lo que te pido’. Luego me llevó junto al altar de los
sacrificios y ordenó dejarnos solos. Y tras ponerse la mano sobre sí, me hizo
jurar que jamás firmaría una paz con Roma. Ese juramento lo he venido
conservando desde entonces, y nadie puede dudar que lo seguiré cumpliendo en el
futuro”.
Ambos
textos nos inducen a pensar que Aníbal no respetaba ningún pacto y que tenía un
odio innato hacia los romanos. En este sentido, si leemos a Polibio culpando al
cartaginés del inicio de la Segunda
Guerra Púnica nos parecerá hasta lógica la
conclusión romana de ir a la
guerra. Pero las cosas no son lo que parecen, ni tampoco
debemos creer lo que nos cuentan las fuentes romanas, pues al fin y al cabo lo
único que hacen es justificar la guerra en base a las mismas mentiras de
siempre: “el otro tuvo la culpa” y “nosotros no queríamos pero fuimos
atacados”.
Las
fuentes romanas justificaron el inicio de hostilidades con Cartago, por segunda
vez en su historia, debido a la toma de la ciudad ibérica de Sagunto. Sagunto
se convirtió en el casus belli de la
guerra y los historiadores romanos se preocuparon mucho de justificar la
decisión romana de iniciar las hostilidades.
Para
entender la importancia de Sagunto debemos contextualizar los hechos. Cartago,
tras perder la Primera Guerra
Púnica, se había visto privada de sus bases comerciales en
Sicilia y Cerdeña y, además, fue penalizada con el pago de una fuerte
indemnización de guerra. Para afrontarla y recuperar parte de su gloria pasada,
Cartago puso sus ojos en la Península Ibérica, famosa por su riqueza minera.
Los
romanos, posteriormente, defendieron la postura de que Cartago se expansionó
por la península con el objetivo de tomarse una revancha militar. Pero en una
embajada enviada por Roma a Amílcar en el año 231 a.C, éste les explicó los
verdaderos motivos de la expansión: pagar las deudas contraídas por Roma a
causa de las indemnizaciones de guerra. En ningún caso las acciones cartaginesas
fueron antirromanas, por lo que no podemos defender la idea romana tan
difundida con posterioridad a los hechos.
A
partir del año 237 a.C.
Amílcar Barca inició la conquista del territorio, sometiendo a las poblaciones
indígenas mediante el uso de su superior fuerza militar, llegando en ocasiones
a realizar brutales ejemplos de sometimiento: Istolacio e Indortes, dos
cabecillas al frente de una coalición indígena fueron ejemplos claros de ello.
Más tarde, su sucesor en el mando, Asdrúbal, inició una política de
acercamiento distinta, utilizando la diplomacia y desposando a una princesa
íbera. Esta nueva actitud cartaginesa lograría asentar más firmemente el poderío
cartaginés en la península.
Roma
no podía en aquel momento dirigir su mirada hacia la Península Ibérica
por estar comprometida con otros problemas, en concreto, la sublevación de los
galos. Roma temía que si galos y cartagineses se encontraban podían formar una
alianza contra ellos. Por esta razón, Roma quiso pactar con los cartagineses la
existencia de un límite para su expansión. De esta forma frenaban el posible
contacto con los galos, y dejaban un margen de expansión en la península para
momentos posteriores. Cartago, por su parte, también ganaba mucho con el
tratado, pues la delimitación de unas áreas de influencia muy concretas les
dejaba las manos libres para consolidar su imperio al sur del Ebro sin ninguna
injerencia romana.
El
río Ebro fue el límite marcado para dividir las dos zonas de influencia de las
dos potencias del mediterráneo, sellándose hacia el año 226 a.C. el conocido como
Tratado del Ebro (226 a.C.).
Este
tratado revestiría gran importancia en el futuro, pues los romanos abdujeron
que Aníbal lo había quebrantado, razón por la cual el inicio de hostilidades
contra ellos estaba más que justificada.
Tenemos
diversas copias del tratado, lo que nos brinda la ocasión de descubrir como los
historiadores romanos justificaron, mediante falsos datos, el inicio de la
guerra.
Polibio
indicó, repetidamente, la única cláusula que hoy día los historiadores dan por
verídica: “que los cartagineses no
atravesaran el río Ebro en son de guerra”. No obstante, el orgullo romano
le hizo obviar, la misma cláusula involucrando a los romanos en los mismos
términos. Tenemos que tener en cuenta que este pacto se hizo en igualdad de
condiciones entre ambos bandos.
Apiano
indica, literalmente, la cláusula que refería Polibio, pero añade otra bastante
sospechosa: “que los saguntinos y los
demás griegos de España fueran libres y autónomos”. Esta cláusula también
fue recogida, más o menos en los mismos términos, por Livio y por Zonaras. ¿Por
qué desconfiar de estas fuentes?
Lo
primero que debemos anotar es el error de Apiano al considerar Sagunto como una
ciudad griega, cuando en realidad era una ciudad ibérica.
Además
de lo anterior, hay que indicar que no existía ninguna razón en el año 226 a.C. para que Roma
incluyera una excepción al acuerdo de no atravesar el Ebro. Sagunto no era
ningún enclave importante desde el punto de vista estratégico o militar, ni
tenía ningún estrecho lazo con Roma. De hecho, el acalorado debate en el Senado
romano tras la caída de Sagunto y la posibilidad intervención de Roma es muy
elocuente al respecto. De existir acuerdo formal el debate no se habría
producido. De existir un acuerdo formal, Roma no podría haber dejado a su
suerte a Sagunto durante un asedio tan largo (8 meses). Es cierto que Roma tuvo
que lidiar con problemas en Iliria mientras el sitio a Sagunto se producía,
pero ese problema terminó antes de que Aníbal tomara al asalto la ciudad. ¿Cómo
pudo Roma pasar por alto una alianza y no enviar apoyo militar si realmente
existía un acuerdo con Sagunto? Su honor hubiera quedado en entredicho.
Por
otro lado, Polibio aseguró que los culpables del inicio de la guerra fueron los
cartagineses al no respetar el pacto que Roma tenía con Sagunto. Para ello nos
legó diferentes excusas, desde que Sagunto estaba al norte del Ebro hasta que
existía un acuerdo explícito de protección a los saguntinos. Esta última excusa
fue utilizada, como hemos visto, por el resto de historiadores. Pero no es
posible creer tal cosa, pues la demarcación de un límite en el río Ebro
separaba dos zonas de influencia distintas. El realizar acuerdos en la esfera
de influencia del contrario suponía romper el tratado.
Si
Roma pactó posteriormente con Sagunto fueron ellos los causantes últimos del
inicio hostilidades. ¿Existía un pacto anterior al tratado entre Roma y
Sagunto? Resulta poco probable, pues debemos recordar que esta ciudad no era una
colonia griega. Tampoco Roma estaba interesada en la península ibérica antes
del tratado (Dion Casio 12, 48). Sólo intereses comerciales, como socia de
Marsella (aliada romana), justificarían una alianza con Sagunto, pero dada la
necesidad romana de firmar un tratado con Cartago (y evitar el contacto con los
galos) estos fines se antojan muy secundarios y prescindibles.
De
haber existido algún tipo de acuerdo informal entre Roma y Sagunto, éste quedó
como papel mojado al firmarse el Tratado del Ebro y delimitar claramente las
zonas de influencia de cada estado. Al igual que ocurrió en la Guerra Fría, las zonas
de influencia entre ambos estados debían ser respetadas escrupulosamente si no
se deseaba crear un conflicto.
Por
tanto, la confusión existente en las fuentes sobre el contenido y obligaciones
del Tratado del Ebro debemos enmarcarlo en el contexto de culpabilizar a
Cartago, y en concreto a Aníbal, como auténticos causantes del inicio de las
hostilidades. Todo se reduce al intento de justificar la entrada en la guerra
de Roma.
¿Qué
pudo pasar en realidad?
Cartago
debe pagar indemnizaciones a Roma por su derrota y ve en la expansión por la
península ibérica una ocasión única para recuperar su poderío. Roma, en
aquellos momentos, no puede frenar el ascenso cartaginés y decide frenarlo
mediante un tratado ventajoso para Cartago, dejándole grandes posibilidades de
expansión hasta el Ebro.
Posteriormente
al tratado, la ciudad de Sagunto decidió aliarse con Roma, a pesar de estar en
la zona de influencia cartaginesa. Roma, ya libre de otros compromisos y
preocupada por el poderío creciente de Cartago, ve con buenos ojos colocar una
punta de lanza en terreno enemigo (algo similar a los misiles soviéticos en
Cuba). Aunque no fue nada formal, la sola posibilidad de un acuerdo era una
provocación para la
guerra. Sagunto, por su parte, se alió con Roma debido a
motivos puramente económicos: mantenía buenas relaciones comerciales con
Marsella y Ampurias (aliadas de Roma) y deseaban arrebatar a sus vecinos
turboletas las minas de hierro para expandir su influencia en la zona.
Aníbal
podía tolerar cierta relación informal de Sagunto con Roma. De hecho, en su
campaña de expansión del año 220
a.C. evitó expresamente molestar a Sagunto. Pero cuando
Sagunto, confiando en su poderoso protector, se dedicó al ataque de los pueblos
vecinos, aliados de Cartago, Aníbal no pudo pasar por alto tal osadía. En juego
estaba su capacidad de control en su área de influencia.
Aníbal
tuvo que recibir una embajada romana en el 219 a.C., la cual pidió el
respeto a Sagunto. Este mensaje llevaba soterrada la amenaza de guerra, pues
tal petición entraba en claro conflicto con el Tratado del Ebro. En el momento
que Aníbal emprendió el asedio y toma de Sagunto sabía que la declaración de
guerra no tardaría en llegar. Ésta llegó a Cartago en forma de ultimátum
inadmisible: Roma exigía la entrega de Aníbal para ser castigado.
Roma
decidió sacrificar a Sagunto para tener un hecho consumado que no permitiera la
vuelta a tras de los indecisos. Existía una facción dentro de Roma que deseaba
expandirse por el Mediterráneo y veían a Cartago como un rival que sólo con las
armas podría ser vencido. Eliminar a Cartago era su obsesión y supieron mover
los hilos para mostrar un callejón sin salida al resto de senadores. Por tanto,
fue esta facción de la nobleza romana, en concreto los Cornelios Escipiones, la que llevó a Roma a la confrontación
directa con Cartago. Ambas potencias, dado su imperialismo, estaban abocadas a
chocar tarde o temprano en su interés por dominar el Mediterráneo.
Luego
los romanos, como vencedores, a la hora de reescribir la historia, no tuvieron
reparo en mentir para justificar su intervención como una guerra justa.
Un
ataque a un aliado como pretexto para una intervención. La ruptura de un
acuerdo firmado anteriormente como el casus
belli que obliga a la declaración de guerra. Muchos estaréis pensando en el
ataque a las Torres Gemelas, en los intereses de la familia Bush en
Oriente Medio y en la acusación de existencia de armas de destrucción masiva en
Irak (lo que suponía una ruptura de los pactos internacionales contraídos por
Irak). Como vemos, aunque la historia nunca se repite exactamente, el ser
humano es capaz de seguir cometiendo los mismos errores por mucho tiempo que
transcurra. Pero esto, ¡ya es otra historia!
Fuentes:
Gonzalez
Wagner, C.: “Los Bárquidas en Iberia”. La
Aventura de la Historia. Nº 11. Septiembre 1999.
Penedés,
A.: “Sagunto”. Historia National
Geographic. Nº 131. Noviembre 2014.
Sancho
Royo, A.: En torno al Tratado del Ebro
entre Roma y Asdrúbal. Habis, ISSN 0210-7694, Nº 7, 1976, Págs. 75-110
Vázquez
Hoys, A.M.: Historia de Roma. UNED.
2002.
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