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domingo, 3 de noviembre de 2024

Con Franco se vivía mejor

 

Existen, aún en pleno siglo XXI, muchos enamorados y nostálgicos del Régimen dictatorial que impuso Franco tras el final de la Guerra Civil Española.

 

En cierto modo, puedo entender a aquellas personas que disfrutaron, por estar próximos al Régimen, de una buena vida (mejor que la de la mayoría) y que hoy ya no la tienen. También habrá enamorados del Régimen de Maduro cuando caiga. Y del Régimen de Putin en Rusia. Y de los Ayatolás en Irán. Son fácilmente identificables ahora mismo: esos venezolanos que se gastan el dinero (robado a los venezolanos) en comprar artículos de lujo en la calle Serrano; esos rusos con mansiones en la Costa del Sol; o esas mujeres iraníes que no tienen problemas con ir sin velo en Europa, porque ellas lo valen.

 

Los que no les echarán de menos son los venezolanos obligados a huir de su país, los rusos contrarios al régimen que han muerto o viven en el exilio temiendo por su vida o esas mujeres que viven con la imposición de llevar un atuendo y comportarse según quieren los Ayatolás.

 

Pero no se preocupen. Los últimos son mayoría y terminarán ganando. Todas las dictaduras terminan cayendo por una razón: los dictadores se mueren o los matan.

 

Hoy voy a dar unas breves pinceladas para desmentir todas las excusas que defienden los nostálgicos de la dictadura de Franco. A los que vivieron esa época les servirá de refresco de un pasado que tienen idealizado. Y los que no la vivieron y la defienden (los casos más sorprendentes, a mi modo de ver), no les servirá de mucho, me temo. Pero como dijo una vez Cicerón: “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”. Y yo no soy de los que callan. ¿Os interesa el tema?

 

Las mentiras referidas a la bonanza de la época franquista son tantas y variadas que no podría analizarlas en este breve artículo en su totalidad. Por ello, voy a elegir las más sorprendentes o comunes y contraponer el dato histórico que las desmonta. Es lo que recomendaba el sabio Aristóteles: “no basta decir solamente la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad”.

 

Gracias a Franco no entramos en la II Guerra Mundial

 

Existe un mito muy difundido que indica lo siguiente: gracias a la habilidad del Caudillo en Hendaya, pidiendo a Hitler compensaciones imposibles de complacer, logró mantener a nuestro país fuera de la II Guerra Mundial.

 

Lo primero que debemos recordar es la buena sintonía que Franco tenía con las denominadas potencias del Eje. Tanto Alemania como Italia había ayudado a Franco, de forma muy activa, a vencer en la Guerra Civil Española. El 6 de abril de 1939, cuando la guerra ya estaba acabada y no existía peligro de intervencionismo de las potencias aliadas, España se unió al pacto anti-Komintern (anticomunista), demostrando su alineamiento con los regímenes fascistas. La salida de la Sociedad de Naciones también fue otro guiño importante a tener en cuenta.

 

Dentro del gobierno franquista de los primeros años tras finalizar la guerra existía un personaje que anhelaba la aproximación total hacia Alemania. Era Ramón Serrano Suñer, ministro del Interior y hombre de confianza y cuñado del Caudillo.

 

Cuando Italia, el 10 de junio de 1940, se unió a Alemania en contra de Inglaterra, declarándoles la guerra, España decidió cambiar su status de neutral a no beligerante tres días después. Dos días más tarde invadió Tánger, desposeyéndola de su estatuto internacional. En la mente de Franco estaba la idea de lograr aprovecharse del éxito alemán en la guerra obteniendo algunos beneficios territoriales sin demasiado esfuerzo.

 

Pero el paupérrimo estado del ejército español hacía que se actuara con pies de plomo. Se temía que una declaración contundente a favor de Alemania provocara la reacción bélica del vecino francés. Por ello se entiende que se esperara a que Hitler conquistara Francia (junio de 1940) para mostrar la afinidad hacia Hitler.

 

Conquistada Francia por los alemanes, los más afines al régimen fascista se vinieron arriba. En la prensa falangista se empezó a reclamar Gibraltar y, a nivel institucional, se permitió que aviones italianos utilizaran territorio patrio para bombardear posiciones británicas. La no beligerancia era, de facto, una pre-beligerancia.

 

No obstante, la situación de España era muy comprometida tras la guerra civil. El país había quedado en una auténtica ruina y se necesitaba comida para alimentar a la población. No suele airearse mucho que, entre 1940-1946 en España murieron en torno a 40.000 por inanición.

 

Por ello, Franco jugaba a dos bandas. En marzo había firmado un acuerdo comercial con Gran Bretaña y otro con los Estados Unidos para recibir un millón de toneladas de grano bajo la condición de permanecer ajeno a las operaciones militares e impedir el tránsito más allá de los Pirineos de trigo, fosfato, manganeso y algunos productos alimentarios. Este pacto no sería cumplido por parte de España, demostrando con ello que la afinidad total con Alemania era indiscutible y que, además, podía sacar rédito de unos aliados que pretendían comprar con alimentos la neutralidad española.

 

El acercamiento de España a las potencias del Eje durante el verano de 1940 fue bastante intenso, concretándose una reunión en Hendaya, entre Franco y Hitler, para ultimar la participación española en el conflicto.

 

Este acercamiento no fue realizado por parte alemana, sino por parte española. A mediados de junio de 1940, el Caudillo envió al general Vigón a entrevistarse con Hitler y mostrarle su disponibilidad para convertirse en una nación beligerante. También facilitó que los submarinos alemanes se reaprovisionaran en nuestro país, aumentando su radio de acción hasta Brasil. Y, por supuesto, era bien conocido que cualquier asunto que pasara por los servicios secretos españoles era enviado a la embajada alemana.

 

La idea de Franco era aprovechar su incursión, en un momento de la guerra donde todo parecía jugar a favor de Alemania, para lograr satisfacer las ansias expansionistas históricas del Caudillo. Entre las peticiones estaban ampliar sus posesiones en el Sáhara y Guinea, ocupar todo Marruecos y parte de Argelia. Pero estas ideas eran pura fantasía. Quién podía otorgárselas, Hitler, no pensaba del mismo modo. Para el Führer, España era un país sin importancia del que se esperaba se uniera de forma espontánea (por las ayudas anteriores en la guerra civil) y le proporcionara materias primas y ventajas estratégicas. Sin pedir nada a cambio, claro.

 

 Aquel verano Franco indicó: “nos conviene estar dentro [de la II Guerra Mundial], pero no precipitarnos”. Su idea era obtener el mayor beneficio con la mínima participación.

 

Así llegamos al 23 de octubre de 1940, momento en el que Franco y Hitler tuvieron la famosa entrevista en Hendaya. De ella, los afines al régimen, indican que el Caudillo, con inteligencia, logró eludir comprometerse ante el alemán, quién se mostraba deseoso de que España entrara en el conflicto junto a ellos.

 

La realidad es bien distinta. En aquella reunión, Hitler logró la firma de un protocolo que comprometía la entrada de España en la guerra, aunque sin fecha precisa. Lo único que pedía Franco eran los víveres que los aliados le estaban entregando para que permaneciera neutral y, por supuesto, el armamento necesario para que sus tropas pudieran combatir. Lo de las amplias exigencias territoriales era un brindis al sol, por si sonaba la flauta.

 


Respecto a la opinión de Franco sobre el asunto valgan sus últimas palabras de despedida: “Querido Führer, a pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania en verdad me necesitara, me tendríais incondicionalmente a vuestro lado, sin ninguna exigencia”.

 

El caso fue que Alemania nunca consideró, seriamente, la entrada de España en la guerra. Lo único positivo hubiera sido la toma de Gibraltar, con lo que se hubiera cortado la comunicación de Inglaterra con su imperio de ultramar. Hacia finales de ese año 1940, cuando ya era evidente que la aviación alemana no derrocaría a Inglaterra, Hitler consideró una estrategia mediterránea. Pero pronto la abandonó.

 

Para enero de 1941 ya estaba centrándose en el este de Europa. Las derrotas italianas en los Balcanes fue un aviso de lo que un país sin un buen ejército podía suponer para Alemania. La distracción de sus tropas y el consumo de sus recursos.

 

Desde 1941 España fue considerada como un país que formaba parte del glacis defensivo del imperio alemán, proveedora de materias primas estratégicas (como el wolframio) y de ventajas comerciales. Era mucho más útil así que si hubiera intervenido directamente.

 

En febrero de 1941 Franco se entrevistó con Mussolini en Bordighera y se lamentó indicando que temía entrar en la guerra “demasiado tarde”. Tampoco convenció al italiano para defender su causa, quien veía a España como un competidor a la hora de repartir el pastel de la ribera mediterránea africana.

 

En verdad, como hemos visto, España logró escapar del horror de aquella guerra mundial a pesar de Franco (y de su interés por entrar en ella). El Caudillo siempre favoreció a Alemania en todo lo que pudo y su actitud sería castigada por los aliados, al final de la contienda, con un aislamiento internacional que supuso una importante depresión económica. Sólo en 1950 cambiaría la actitud aliada ante la amenaza de la URSS, tolerando el régimen franquista con tal de que no entrara en la órbita soviética.

 

Varias son las personas, en cambio, a las que debemos agradecer que España no entrara en la guerra. Por un lado, Hitler, que se centró en Europa del este para proseguir su expansión. Por otro lado, Hoare, embajador inglés en Madrid, quien presionó a Franco para que se mantuviera neutral negociando con los aprovisionamientos (petróleo y alimentos) y también sobornó a los militares monárquicos para que se negaran a la intervención militar. Los militares, por último, mantuvieron un enconado enfrentamiento con los falangistas por el poder, siendo Galarza y Carrero Blanco las cabezas visibles de esa lucha que terminaría por expulsar a los falangistas del gobierno.

 

Franco fue el ideólogo de la creación de embalses en España

 

Si existe una imagen icónica de Franco en el NO-DO es aquella en la que aparece inaugurando pantanos. Por ello, muchos creen, y sostienen, que esta fue una de sus mejores labores para mejorar el país. Una idea original y excelente del Caudillo para lograr acabar con la “pertinaz sequía” que impedía la recuperación económica de España tras la guerra.

 

Pero, como veremos en otros puntos más abajo, Franco no inventó nada nuevo, sino que se dedicó a continuar una senda ya iniciada anteriormente. La planificación hídrica en nuestro país podemos situarla en el año 1902, con el Plan General de Canales de Riego y Pantanos de Rafael Gasset.

 

Este ministro de Agricultura, mucho menos conocido que su sobrino el filósofo, pretendía conseguir que el sector agrario escapara de la crisis mediante una política activa de los recursos hídricos. Sus ideas lograron calar en la clase política y, durante la II República, el ministro de Obras Públicas, Indalecio Prieto, puso en marcha el Plan Nacional de Obras Hidráulicas.

 

Estas medidas se concretaron en un importante aumento del número de pantanos en España. De los escasos 60 que existían a inicios del sigo XX se pasó a 200 en 1940.

 

No obstante, si algo debemos colocar en el haber del dictador fue que, durante su mandato, la construcción de pantanos tuvo su mayor apogeo. Para el final del franquismo España contaba con más de 800 pantanos. Y, hoy en día, con un número de 1.200, somos el país europeo con mayor número de presas.

 

Franco, durante la inauguración, el 24 de septiembre de 1956, del pantano de Barrios de Luna (León).

Por tanto, como en su día indicó Indalecio Prieto, la política hidráulica “no debía ser ni de un partido, ni de un Gobierno, ni de un régimen; la política del agua debe ser del Estado, al margen de los vaivenes electorales”. Parece que, en este sentido, le hicieron caso, y se ha seguido por la senda iniciada hace ya más de 100 años.

 

Apunto simplemente, por último, que el gran desarrollo de pantanos en el franquismo también estuvo acompañado de un lado oscuro, representado por la expropiación de pueblos y la emigración forzosa de sus habitantes. Se calcula de Franco destruyó unos 500 pueblos con sus obras hidráulicas, obligando a emigrar a 50.000 personas.

 

En algunos casos la expropiación de los terrenos fue inútil, como en el caso del bello pueblo de Granadilla, en Cáceres, nunca cubierto por las aguas. En otros, se llevó un rico pasado histórico, como en el caso del pantano de Valdecañas. Su construcción sepultó la ciudad romana de Augustóbriga para siempre, siendo el único recuerdo de ella la columnata de un templo (conocido como Los Mármoles) que fue trasladado a sus orillas.

 

Con Franco todos los años nos íbamos de vacaciones

 

Resulta entrañable pensar en esas vacaciones familiares de la época del Seat 600. Ese pequeño automóvil con una capacidad impresionante para transportar a toda una familia con sus enseres hacia el destino vacacional.

 

Ahora bien, las vacaciones, tal como las conocemos hoy en día, no era algo muy común en el siglo pasado. En 1931, durante la Segunda República, la Ley del Contrato del Trabajo contemplaba un permiso anual retribuido de siete días para todos los trabajadores asalariados.

 

Fue un avance notable pues, hasta la fecha, sólo los empleados públicos, militares y maestros, gozaban de quince días de vacaciones en virtud a una ley gubernamental que databa de 1918.

 

Con Franco tenemos que esperar hasta los años sesenta para que los trabajadores volvieran a disfrutar de un permiso laboral retribuido. Y entonces, muchos españoles emigrantes a las grandes ciudades podían volver a sus pueblos para ayudar a sus progenitores en las faenas del campo. ¡Menudas vacaciones!

 

Yo viví mi infancia durante la Transición, cuando Franco ya nos había dejado. Y mis vacaciones eran, mitad del tiempo ir a los pueblos y mitad del tiempo visitar un lugar de playa. Siempre en España. Eso de salir al extranjero o montar en avión era una quimera. La primera vez que hice eso de volar fue en el viaje fin de carrera. Igual que ahora, ¿verdad?


Operación Salida de 1972 en Madrid.
 

Con Franco no había paro

 

Esta es una afirmación muy graciosa. Máxime, teniendo en cuenta que hasta el año 1973 no se realizó ningún recuento sobre ello.

 

Pero no hay que ser muy listo para entender que en la España franquista existía paro. Nuestro país pasó de una economía eminentemente agraria a principios del siglo XX a otra donde la mecanización en el campo impulsó la emigración del excedente humano hacia las ciudades, donde empezaba a desarrollarse tanto el sector industrial como el de servicios.

 

Y, fíjense si habría excedente humano desocupado, que España vivió una época de intensa emigración hacia el extranjero. Se calcula que más de dos millones de personas viajaron a Francia, Alemania o Países Bajos para trabajar en su floreciente sector industrial.

 

El dinero que ganaban y enviaban a sus familiares en nuestro país, no sólo les ayudaba a vivir un poco mejor que el resto, sino que permitió financiar y subir el nivel económico del país.

 

Franco fue el primero en desarrollar la Seguridad Social y el sistema de pensiones en España

 

El verdadero origen de la Seguridad Social nos remite al Gobierno Liberal de José Posada Herrera (1883-1884), quién creo la Comisión de Reformas Sociales con el objetivo de mejorar la precaria situación de los trabajadores en España.

 

En 1900, durante el reinado de Alfonso XIII, y bajo el gobierno conservador presidido por Francisco Silvela, se crea el primer seguro social en España, con la Ley de Accidentes de Trabajo.

 

A la Comisión le sucederá, en 1905, el Instituto de Reformas Sociales. Y, en 1908, con gobierno conservador presidido por Antonio Maura, nace el Instituto Nacional de Previsión, que sería el esbozo del sistema de seguridad social en España y que crea un sistema de jubilación de carácter voluntario auspiciado por el Estado.

 

En 1919 se crea el Retiro Obrero, que constituyó el primer sistema de jubilación pública de España de carácter ya obligatorio. El sistema establecía una edad de jubilación a los sesenta y cinco años, en el que se incluía a todos los trabajadores con una remuneración inferior a 4.000 pesetas al año y una cotización obligatoria por parte de las empresas que complementaba el Estado por los trabajadores en activo.

 

Y la primera legislación sobre protección social hacia los trabajadores la tenemos recogida en el artículo 46 de la Constitución de la II República.

 

Por tanto, para cuando la dictadura franquista se impuso en España, estas medidas ya estaban en marcha. No obstante, el mérito fue que Franco fuera continuista y no las eliminara. El 14 de diciembre de 1942 se creó el Seguro Obligatorio de Enfermedades (SOE), precedente de lo que hoy en día conocemos como Seguridad Social, con prestaciones económicas y sanitarias.

 

Y, respecto a la jubilación, en 1939, la Ley de 1 de septiembre aprobó el Subsidio de Vejez que sustituyó al Retiro Obrero. Eliminó el sistema de capitalización y estableció un sistema de reparto con pago de pensiones fijas.

 

Ya que estamos aclarando cosas diré que tampoco Franco fue el inventor de las ayudas a las familias numerosas (la primera legislación al respecto apareció durante la dictadura de Primo de Rivera, en 1926), ni de las primeras viviendas protegidas. El origen de las mismas lo tenemos en 1911, cuando se aprobó la Ley de Casas Baratas.

 

Con Franco se vivía mejor

 

Ya hemos podido comprobar, con las breves pinceladas referidas en el artículo, que el periodo de gobierno de Franco no fue, de ningún modo, un momento próspero en la vida de los españoles.

 

La posguerra fue muy dura. Más aún por haber ayudado a los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Hubo mucha hambre y mucha miseria. Hubo paro, lo que obligó a la emigración de grandes contingentes de población.

 

Algunos indicarán que con Franco hubo un desarrollo innegable. Sin duda, así fue. Pero fue un desarrollo postergado dos décadas por el fomento del autarquismo. Con Franco, como hemos visto arriba, nada fue original. Todo lo que hizo ya había sido iniciado anteriormente, retomándolo tras haberlo destruido todo con la guerra.

 

Si deseáis profundizar en toda la mentira que guarda esta frase tan manida os aconsejo leer el libro de Carlos Barciela, Con Franco vivíamos mejor. Pompa y circunstancia de cuarenta años de dictadura. Editorial Catarata, 2023.

 

Hasta la próxima

  

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