Una de las misiones que tenemos los historiadores es
la de desentrañar nuestro pasado separando las leyendas de los verdaderos
sucesos históricos. Y os puedo asegurar que no es una tarea nada sencilla.
Todos los humanos tendemos a idealizar aspectos de
nuestro pasado. Y no se trata, solamente, de mera subjetividad, sino que
tenemos un cerebro programado para ver con cierta benevolencia nuestro pasado,
rellenando la fala de memoria con trozos inventados que adornan nuestro relato.
Por ello, los historiadores siempre tenemos la
costumbre de valorar diferentes fuentes a la hora de aproximarnos a un mismo
acontecimiento, comparando las similitudes para llegar a la aproximación
histórica más plausible.
En España existe un refrán (el que da título a esta
entrada) que viene a significar lo siguiente: cuando existe un rumor puede que
sea la pista de algún fundamento cierto. Y eso mismo suele aplicarse a las leyendas
que pueblan nuestro pasado.
A continuación, vamos a intentar descubrir la realidad
histórica detrás de dos leyendas relacionadas con la visión: el cíclope y la
legendaria lucha de David contra Goliat.
El mito del cíclope
En la mitología griega, los Cíclopes eran miembros de
una raza de gigantes caracterizados por tener un solo ojo en mitad de la
frente. Aunque la mayor parte del público profano sólo conoce a Polifemo, el
cíclope al que venció el héroe de la famosa Odisea de Homero, no fue el único.
Polifemo era uno de los hijos de Poseidón y la ninfa Toosa. Pero antes que él,
existieron otros cíclopes fruto de la unión de Urano y Gea. Mientras que
Polifemo se dedicaba al pastoreo, estos otros eran herreros, artesanos y constructores.
Se trataba de enormes y testarudos gigantes con una fuerza física enorme y, por
supuesto, su característico único ojo en la frente.
Odiseo en la cueva de Polifemo, Jacob Jordaens, primera mitad del siglo XVII.
Está claro que la existencia de los cíclopes no
podemos tomarla como real pues no hemos encontrado ningún hallazgo que nos
permita dar verisimilitud a tal hipótesis. Estamos ante una leyenda literaria
sin lugar a dudas. Ahora bien, ¿qué pudo intervenir en la imaginación de los autores
clásicos de la Grecia antigua para crear este ser e incorporarlo a su mitología?
Los estudiosos del tema han teorizado sobre ello y
tenemos varias hipótesis de trabajo. En primer lugar, existe la posibilidad
de que los antiguos griegos vieran, con sus propios ojos, ejemplares de
cíclopes. Hoy en día conocemos los efectos, en este sentido, del Eléboro
Blanco, una planta teratogénica capaz de alterar diversos genes y que tenía
unos efectos totalmente perniciosos en mujeres embarazadas. En la medicina
griega era consumida para provocar el vómito, razón por la cual no podemos
descartar que, en algún momento, alguna embarazada llegara a consumirla
ignorante de sus efectos. Entre ellos, los más evidentes son la holoprosencefalia
y la ciclopía, aspecto este último relativamente frecuente en animales que
pastan este tipo de plantas.
Aunque el nacimiento de niños con ciclopía debió ser
muy extraño, es posible que algún autor clásico hubiera escuchado alguna
historia al respecto en algún momento de su vida. Estos niños apenas lograban
sobrevivir algunas horas tras nacer, pero todos aquellos que lo vieran seguro
que difundieron la noticia por doquier. Luego, la imaginación haría el resto conjeturando
la existencia de esos seres en edad adulta.
Otra hipótesis que se baraja a la hora de crear la
leyenda de los cíclopes fue desarrollada por el paleontólogo Othenio Abel en
1914. Según él, los griegos habrían confundido los cráneos de elefantes
prehistóricos enanos (Deinotherium giganteum supergrande) con los
de unos humanoides de grandes dimensiones. Los cráneos de estos animales,
además de ser del doble de tamaño que el de un humano, poseían una gran
abertura en su centro. Esta abertura nasal, desde donde surgía la trompa, fue
lo que malinterpretaron los griegos con un único ojo, al no existir ejemplares
similares de estos animales en su época. Sin duda, la imaginación hizo el resto
para configurar al cíclope mitológico que ha llegado hasta hoy en día.
Si a todo lo anterior añadimos los casos documentados de
personas de aspecto gigantesco debido al padecimiento de un tumor hipofisiario
secretor de hormona de crecimiento, los cuales además sufrían hemianopsias
bitemporales que les dejaban con una visión central muy reducida, tenemos otro
argumento más a sumar en la conformación del cíclope.
Por último, muchos cíclopes se dedicaban a fabricar
armas, siendo la profesión de herrero una de las más características. En este
sentido también se ha teorizado sobre si el uso de un parche, por parte de
los herreros, como forma de proteger uno de sus ojos de las chispas
constante producidas por tratar metales, habrían influido en la configuración
de este ser mitológico.
Como conclusión tenemos diferentes hipótesis que pudieron
actuar, juntas o por separado, para que los autores griegos crearan la figura
legendaria del cíclope.
David contra Goliat
Todos conocemos el relato bíblico del gigante filisteo
Goliat y su enfrentamiento con el pequeño pastor David. Se trata de una de esas
leyendas que intentan animarnos a enfrentarnos con cualquier reto, por difícil
que sea, pues no siempre el más poderoso logra vencer al débil. Aunque tengamos
todo en contra, siempre existe la posibilidad de vencer. La esperanza es lo último
que se pierde. Ya me entendéis.
Ahora bien, el mito cambia si resulta cierta una
hipótesis de trabajo que nos comenta Pedro Gargantilla en su libro Enfermedades
que cambiaron la historia. Según el autor, David no se habría enfrentado a
un gigante en desigualdad de condiciones, sino que habría sabido aprovechar sus
debilidades para lograr vencerle con facilidad.
Según los textos del Antiguo Testamento, Goliat era un
guerrero filisteo de colosales dimensiones: 290 centímetros de puro músculo,
recubierto por una pesada armadura de 50 kilos y que atacaba con una espada de
6 kilos. Dejando a un lado las normales exageraciones que tienden a magnificar
el poder del adversario derrotado, podemos aventurar que el filisteo era un ejemplar
con una altura y fuerza muy superior a la media. Su método de ataque era el cuerpo
a cuerpo próximo, donde no existía adversario que pudiera compararse.
Este suceso debemos encuadrarlo en un momento donde
los filisteos deciden atacar Israel. Con los dos ejércitos bien atrincherados y
sin atreverse a dar el primer paso, sus líderes decidieron dirimir la disputa
con un combate individual entre dos guerreros. Si los filisteos eligieron como
campeón al poderoso Goliat, los israelitas le enfrentarían con David, un simple
pastor sin armadura alguna.
La única forma de vencerle en singular combate era
evitando su proximidad, algo que supo ver David, un simple pastor, pero que tenía
una prodigiosa habilidad con la honda, un arma con la que era capaz de lanzar
piedras a largas distancias con una fuerza y precisión increíbles. Según los
estudios de Malcolm Gladwell, el proyectil lanzado por David equivalía a una
bala del calibre cuarenta y cinco, con fuerza suficiente para atravesar un
cráneo. Teniendo esto en cuenta se entiende el relato bíblico de su victoria:
“Metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí
una piedra, y la tiró con honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra
quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra. Así venció David
al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David
espada en su mano”. (Samuel 17, 49-50).
Pero esta victoria no fue fruto de la casualidad ni
David tenía una pelea tan desesperada contra Goliat como parece habernos transmitido
el texto bíblico. Según Pedro Gargantilla era muy probable que Goliat sufriera
gigantismo, una enfermedad donde la hormona del crecimiento tiene una secreción
exagerada, debido a un tumor hipofisario o a una hipertrofia de la hipófisis.
Esta glándula, situada en la vecindad del quiasma óptico,
suele comprimir al mismo con su crecimiento exagerado, provocando fuertes
limitaciones en el campo visual de las personas afectadas por este mal. Tal
vez, por esta condición, Goliat, según refieren los textos, necesitaba de un
escudero para que le aproximara a la batalla.
En verdad, David no se enfrentó a un enemigo imponente
en inferioridad de fuerzas, sino que se midió a una especie de minusválido con
una gran fuerza física pero escasa visión. David tampoco era un inocente
pastor, pues estaba acostumbrado a enfrentarse con osos y leones. Su táctica
fue alejarse de su rival y aprovechar los puntos ciegos en el campo visual lateral
de Goliat, es decir, supo aprovecharse de las debilidades de su enemigo para
vencerle fácilmente.
El mito legendario cambia bastante al verlo desde esta
perspectiva, ¿verdad?
Bibliografía:
Pablo Cisneros-Arias, Eva Núñez-Moscarda, Ismael
Bakkali-El Bakkali, Javier Ascaso-Puyuelo. Detrás de la pista del ojo único de
Polifemo. Revista Española de Historia y Humanidades en Oftalmología. Número 3.
2021
Gargantilla Madera, Pedro. Enfermedades que cambiaron
la historia. La esfera de los libros, 2016.
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