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domingo, 4 de diciembre de 2022

Atila, el huno que destrozaba todo a su paso


Si existe una figura histórica caracterizada como un personaje malvado y destructor ese es Atila, el rey de los hunos. Cruel y bárbaro son dos adjetivos muy utilizados para describirle. Y por todos es conocida la frase que se le atribuye “Por donde pisa mi caballo, no vuelve a nacer la hierba”, símil muy utilizado en la actualidad y que ha quedado grabado en la cultura popular para designar personas que arrasan por donde pasan con todas las cosas que encuentran.

Un ejemplo del uso actual de esta sentencia lo tenemos en el editorial dedicado al alcalde de Pinto, Rafael Sánchez, en el periódico local Al cabo de la calle: “EDITORIAL PINTO: Rafael ‘Atila’ Sánchez, por donde pisa no crece la hierba” (15/11/2017).

Ahora bien, si nos olvidamos un poco de nuestro eurocentrismo romano e investigamos la figura de Atila un poco más al este comprobaremos que la lectura que se hace de este personaje es bastante diferente. Es más, en Hungría, por ejemplo, se considera un héroe nacional, pues Árpad asentó a los húngaros en Europa del este reclamando los territorios que habían pertenecido a Atila. Aunque el resto de europeos creyeron en un parentesco de los húngaros y los hunos lo más probable es que no existiera y todo se deba a una leyenda, expresada posteriormente en el relato de Hunor y Magor.

Pero eso ahora ya da igual. No hay ciudad que no tenga una calle con su nombre. Miles de húngaros llevan el nombre de este huno tan temido, en su transcripción magiar, Attila, y otros cientos más con la variante Etele. Hasta uno de sus poetas más famosos se llamaba Attila József.

Por tanto, ¿cómo fue verdaderamente Atila?


El problema principal a la hora de estudiar el personaje de Atila es la falta de fuentes que tenemos al respecto. Es más, como todas pertenecen a sus enemigos, la visión que nos ofrecen de él resulta bastante partidista.

Un ejemplo lo tenemos en la descripción que hace el historiador Jordanes de la invasión de Italia por los hunos de Atila en el año 451: “La locura de un solo hombre provocó con su ataque la destrucción de infinitos pueblos, y el capricho de un rey arrogante destruyó en un instante lo que la Naturaleza había tardado tantos siglos en crear”. El mismo definió a Atila como “la vara de la furia de Dios, apodo que le va a acompañar de ahora en adelante como más tarde acompañaría, por ejemplo, a los vikingos. Si quemas monasterios y profanas iglesias eres el azote de Dios. No hay vuelta atrás.

Al igual que Jordanes, otros historiadores romanos como Amiano Marcelino, Claudiano o Zósimo coinciden en describir a los hunos como una raza salvaje de bárbaros volubles, desleales, apasionados por el oro y las riquezas y que practicaban con los enemigos una extrema crueldad. Veamos las palabras que le dedica, por ejemplo, Amiano Marcelino: “Pequeños y toscos, imberbes como eunucos, con unas caras horribles en las que apenas pueden reconocerse los rasgos humanos. Diríase que más que hombres son bestias que caminan sobre dos patas”. Es lógico que la imagen que tengamos de ellos no sea muy positiva, ¿verdad?

No obstante, no todo era negativo. Y si observamos otras fuentes comenzaremos a ver un tratamiento algo distinto. Por ejemplo, el poeta y obispo Sidonio Apolinar subrayó en su “Panegírico a Antemio” que los hunos eran excelentes guerreros a caballo: “De estatura media cuando van a pie, son altos si se les ve a caballo; por eso parecen con frecuencia altos cuando están sentados. Apenas se tiene en pie el niño, separado de su madre, cuando ya un caballo le ofrece su grupa: se podría pensar que los miembros de éste se adaptan a los del hombre, tan unidos se mantienen cabalgadura y jinete. Otros pueblos se dejan llevar a lomos de caballo; éste vive en ellos. Llevan en el corazón los arcos curvos y los dardos; su mano es temible y certera; creen firmemente que sus proyectiles llevan la muerte y su furia está habituada a hacer el mal por medio de un golpe infalible”.

Pero la principal fuente para ver a Atila y los hunos de una manera muy diferente a la asentada en la cultura popular es la que nos proporciona Prisco, historiador bizantino que fue enviado como embajador al campamento de Atila en el año 448.

Prisco, durante su estancia en la corte de Atila pudo comprobar que el león no es tan fiero como lo pintan. Por ejemplo, nos describe un banquete en el que: Atila está muy lejos de ser un avaricioso por el oro o las riquezas

Se había preparado una lujosa comida, servida en vajilla de plata, para nosotros y nuestros bárbaros huéspedes, pero Atila no comió más que carne en un plato de madera. En todo lo demás se mostró también templado; su copa era de madera, mientras que al resto de nuestros huéspedes se les ofrecían cálices de oro y plata. Su vestido, igualmente, era muy simple, alardeando sólo de limpieza. La espada que llevaba al costado, los lazos de sus zapatos escitas y la brida de su caballo carecían de adornos, a diferencia de los otros escitas, que llevaban oro o gemas o cualquier otra cosa preciosa”.

La fiesta de Atila. Mór Than (1870). Hungarian National Gallery.

Tal como comprobó Prisco, los hunos no eran unos bárbaros en el sentido estricto de la palabra que hoy en día le damos. Para los romanos todos los demás pueblos eran bárbaros. Pero existían diferentes grados de barbarie, por decirlo de algún modo. Y los hunos, llevaban tiempo relacionándose con los germanos romanizados de la frontera. Por ello, en su campamento, además del huno se hablaba el latín. Es más, el mismo Atila era políglota y hablaba perfectamente latín y griego, algo que debió aprender durante su cautiverio de cinco años como rehén de unos nobles romanos. Vamos, que analfabeto no era.


Prisco describió a Atila como " un hombre digno y compasivo, modesto en sus hábitos y requisitos personales, cuya corte atrajo a hombre reflexivos procedentes de diversas naciones". Y ello significa que Atila tenía gustos bastante más refinados que los que nos imaginamos de unos bárbaros analfabetos. Tanto como para que le gustara que mientras comía se recitara poesía o que se rodeara de consejeros eficaces independientemente de su nacionalidad u origen. En definitiva, un gobernante sensato que creó una eficiente administración en sus territorios y al que se le unían, por su carisma y buen hacer, diferentes pueblos. Ya nos lo indicó Prisco: “Atila era un hombre nacido para conmocionar las razas del mundo. El poder de aquel hombre orgulloso se veía incluso en los movimientos de su cuerpo”.


Pero tampoco vamos ahora a blanquear la figura de un guerrero que, bien es cierto, cometió tropelías varias a sus enemigos. Por ejemplo, en el año 447 realizó una terrible campaña por el territorio de Constantinopla y, tras derrotar al ejército bajo el mando del magister militum godo Arnegisclo se dedicó al pillaje por toda la zona de los Balcanes. Callínico, en su Vida de San Hipatio, nos describe esta incursión: “La nación bárbara de los hunos, que habitaba en Tracia, llegó a ser tan grande que más de cien ciudades fueron conquistadas y Constantinopla llegó casi a estar en peligro y la mayoría de los hombres huyeron de ella […]. Y hubo tantos asesinatos y derramamientos de sangre que no se podía contar a los muertos. ¡Ay, que incluso ocuparon iglesias y monasterios y degollaron a monjes y doncellas en gran número!”.

Era un personaje al que la fama le precedía. Y aunque no fuera del todo merecida, él mismo la cuidaba y fomentaba, con el objeto de utilizarla como arma psicológica y obtener más fácilmente sus objetivos. Y estos no eran otros que rendir ciudades u obtener tributos por retirarse a sus dominios.

No en vano, en sus ocho años de reinado, construyó un imperio que, partiendo de la moderna Hungría, se extendió del Báltico a los Balcanes y del Rin al mar Negro. Y debía ser un líder poco tendente a arrasar lo conquistado, pues a su ejército se unieron guerreros de los territorios conquistados, como ostrogodos, gépidos, esciros, suabos y alamanes. Por tanto, no arrasaba por donde pasaba, sino que se convertía en una élite guerrera y permitía a los agricultores mantener los cultivos para sostener el esfuerzo de guerra. Es cierto que su avance generó muchos desplazados, pero se trató más bien de élite guerreras que no quisieron unirse a los hunos.


La mala fama que persigue a Atila, como dijimos, es bastante inmerecida. No la tiene, por ejemplo, Alarico, primer rey de los visigodos que saqueó Roma en el año 410. Atila nunca llegó a entrar en Roma y eso se lo debemos a una conversación entre el rey de los hunos y una embajada enviada por el emperador Valentiniano III y formada por el prefecto Trigecio, el cónsul Avieno y el papa León I.

En el año 452 Atila había comenzado a invadir la parte occidental del imperio romano con la excusa de aceptar la propuesta de matrimonio de Honoria, la hermana del emperador. Esta muchacha de armas tomar había enviado una carta al rey de los hunos realizándole tal propuesta como intento desesperado de librarse el matrimonio que su hermano la había concertado con un senador. El emperador, cuando se enteró de tal propuesta la anuló, pero Atila no se dio por enterado y vino a reclamar su parte del Imperio de occidente.

En su trayecto hacia Roma arrasó con todas las ciudades que encontró en el norte de Italia. El general romano Flavio Aecio, que se había enfrentado el año anterior a Atila aliado con los visigodos y le había derrotado en la batalla de los Campos Cataláunicos (impidiendo su invasión de las Galias), no tenía fuerzas para enfrentarle en batalla abierta. Todo parecía perdido para Roma hasta que el papa León I mantuvo una cara a cara con Atila. No sabemos que se dijeron, pero Atila se retiró y no volvió a exigir la mano de Honoria ni los territorios que ello conllevaba. Aunque Próspero de Aquitania explicó el desenlace debido a la intercesión de San Pedro y San Pablo en ayuda del papa León I, otros historiadores proponer un conjunto de factores, como el desarrollo de una epidemia o el envío de tropas al Danubio por parte de Marciano. En mi opinión, también tuvo que influir mucho la participación del caballero Don dinero. Pues lo que no se soluciona con dinero se suele solucionar con más dinero.

El encuentro de San León MAgno y Atila. Rafael (1512). Estancias vaticanas.

Atila murió al año siguiente, en el año 453. Fue durante su noche de bodas tras casarse con Idilco, una muchacha de origen godo. Al parecer Atila murió debido a una hemorragia nasal o quizás una hemorragia digestiva provocada por varices esofágicas, lo que le terminó provocando una muerte por ahogamiento. Una muerte muy poco glamurosa para el gran guerrero que terminó de dar la puntilla a lo que quedaba del imperio romano de occidente.

Atila fue enterrado en tres sarcófagos en un lugar desconocido que aún hoy no se ha encontrado. Sus hijos se repartieron sus territorios y, tal como ocurre con muchas pymes familiares españolas, el reino se disolvió en pocos años debido a las luchas por el poder entre ellos.

Por tanto, cuando pensemos en Atila despojémosle un tanto de la leyenda negra que le impusieron los cronistas cristianos y recordemos la grandeza de un hombre capaz de unir a tribus diferentes con su carisma, crear un imperio en sólo ocho años, poner en jaque al imperio romano de oriente y de occidente, y crear una corte culta donde antes solo existía la barbarie más absoluta.

Desterremos por tanto esa frase que le atribuimos a él respecto a su caballo, pues ni practicó la tierra quemada por donde pasó ni fue más sanguinario que el resto de sus contemporáneos. Jordanes, que no fue precisamente uno de sus fan escribió lo siguiente sobre Atila: “Aunque era amante de la guerra, sabía dominar sus actos. Era sumamente juicioso, clemente con quienes suplicaban perdón y generoso con sus aliados”.

Bibliografía:

Atila. Por Marco Bussagli. Alianza, Madrid, 1988.

La caída del Imperio romano. Por Peter Heather. Crítica, Barcelona, 2006.

Tarín, Santiago. Viaje por las mentiras de la Historia Universal. Belacqva. 2007.

Enfermedades que cambiaron la Historia. Por Pedro Gargantilla. Esfera de los libros, Madrid, 2016.







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