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domingo, 23 de agosto de 2020

Una visita al Museo Arqueológico Nacional de Madrid (MAN)


Para las personas que nos gustan la historia y el arte, los museos arqueológicos siempre son un lugar interesante que visitar y disfrutar. En mis ya numerosos viajes de turismo cultural, siempre hago un pequeño hueco para poder visitar el museo arqueológico de turno. Me da igual que sea algún centro famoso, como el de Atenas, o uno sencillo como el de, por ejemplo, Valladolid. Siempre encuentro algo interesante en ellos que justifica la visita.

Gracias a que vivo en Madrid tengo la suerte de poder disfrutar de uno de los mejores museos arqueológicos de España y, me atrevería a decir, que de toda Europa. Tanto por la calidad de las piezas expuestas, como por la renovación del edificio, la visita al Museo Arqueológico Nacional de Madrid es, en mi opinión, una de los puntos imprescindibles en la visita a la capital de España.

Por todo ello, os voy a realizar una pequeña guía con las piezas más sobresalientes y un poco de información para que todo el mundo pueda disfrutar de la visita. ¿Os interesa?


Antes de comenzar quiero realizar un inciso. Aunque el MAN trata toda la historia de España a través de piezas arqueológicas, esta guía tratará únicamente de la sección de Historia Antigua. Esto se debe a varios motivos: es la etapa, en mi opinión, mejor representada; la que posee piezas más significativas y diferenciales respecto a otros museos arqueológicos; y se trata de la parte de la historia que mejor conozco.

En primer lugar vamos a ubicarnos. El MAN se encuentra en la famosa calle de Serrano, número 13. Justo al lado de la Plaza de Colón y en un edificio que comparte con el Museo de la Biblioteca Nacional. Yo siempre me acerco hasta allí en tren (RENFE), siendo la parada más próxima Recoletos.



Debido a la última reforma el museo se ha modernizado bastante. A la derecha una vez que entramos tenemos baños y taquillas de monedas para dejar nuestras cosas. En esta zona también existe una sala subterránea para exposiciones temporales. A la izquierda se encuentra la cafetería y la zona para talleres de niños. Justo de frente estará la zona para adquirir las entradas y la tienda del museo.



El MAN tiene tres plantas y una entreplanta dedicada a monedas. En la planta baja, donde adquirimos las entradas, se expone la zona de piezas prehistóricas.

Nunca me gustó mucho esta etapa histórica, tal vez, por la pesadez que suponía estudiar los conjuntos cerámicos o las distintas industrias líticas con periodizaciones artificiales bastante discutibles. No obstante, debo reconocer que existen piezas importantes que no deben pasarnos desapercibidas en esta parte del museo.

En mi opinión, lo más importante de esta exposición, además de las reproducciones a tamaño real de los diferentes homínidos que nos precedieron, se encuentra en el mundo religioso. Aquí voy a destacar, en primer lugar, una pieza icónica que me encanta: El Ídolo de Extremadura (Sala 7).

Se trata de un bloque de alabastro tallado por medio de varias incisiones que representan unos ojos enigmáticos, el cabello y una suerte de tatuajes faciales. Está datado en el tercer milenio a.C. y pertenece a la cultura del Calcolítico. Está dentro de este tipo de ídolos llamados oculados por destacar los ojos respecto al resto de rasgos. No sabemos donde apareció, pero es probable que fuera en el valle del Guadalquivir, donde se han encontrado otros ídolos oculados. Creo que se trata de una pieza muy moderna en su configuración y creación. Una manera de decir muchas cosas con apenas unas pequeñas incisiones de punzón. Un símbolo de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Grecia tendrá sus ídolos cicládicos, pero nosotros tenemos estos ídolos oculados de similar belleza y abstracción.



No hace falta movernos de esta sala para poder seguir viendo ídolos curiosos. Son los denominados Ídolos placa (Sala 7).

De nuevo se trata de piezas del Calcolítico relacionadas con la religión megalítica. Son paralelepípedos recortados sobre láminas de esquisto y pizarra que contienen una decoración grabada abstracta realizada con punzones. Muy presentes en las tumbas del suroeste de la Península Ibérica, todos son muy diferentes entre sí, lo que ha llevado a interpretarlos tanto de manera religiosa como alguna forma de convención social para representa a un individuo o un colectivo respecto a los demás.

Entre todos los existentes voy a destacar el ídolo-placa de granja de Céspedes (Badajoz), con una inconfundible forma antropomorfa. En la parte superior tenemos unos grandes ojos, la barba y un tatuaje facial, mientras que en la parte inferior tenemos un patrón de líneas en zigzags paralelos interpretado como el vestido. El agujero situado en la zona superior de la pieza puede interpretarse como que también se utilizaba para ser colgado y utilizado por los vivos en algún tipo de celebración religiosa o social.

La última pieza prehistórica que voy a destacar son las estelas del Bronce final y, en concreto, la denominada Estela de Solana de Cabañas (Sala 9).

Se trata de un enorme bloque de pizarra en la que se ha grabado, de manera esquemática, la figura de un hombre y toda la panoplia de piezas típicas de los guerreros, desde una espada hasta un carro. El carro era un elemento mediterráneo y el artista no debía conocer bien esta arma de guerra pues, por error, dispuso las ruedas sobre el eje central de la pieza.

Los arqueólogos no se ponen de acuerdo sobre interpretar la pieza como un elemento funerario o si también tendría un uso de hito en la red viaria, como una forma de delimitar territorios en base a figuras heroicas del grupo social.

Esta pieza fue encontrada en una pedanía del municipio de Cabañas del Castillo (Cáceres) y es típica del Bronce Final (inicio primer milenio a.C.) de la parte occidental peninsular. Al conjunto de todas las existentes se las denomina estelas de guerrero.

Pasemos ahora a la parte de la Protohistoria, que en España comprende las culturas que se desarrollan entre los inicios de la Edad del Hierro y el proceso de Romanización, es decir, el Primer Milenio a.C. Íberos, celtas y tartésicos son los protagonistas de esta sección tan importante.

Vamos a comenzar por la misteriosa cultura de Tartessos. Hacia los siglos VIII-VI a.C. surge, en los valles del Guadiana y del Guadalquivir, un cultura que combina rasgos autóctonos y foráneos, provenientes del contacto comercial con fenicios y griegos de Focea, los cuales venían buscando plata y estaño de las minas hispanas. La nueva sociedad que surge de este floreciente comercio logró cotas de refinamiento que la mitología asentó en el mítico rey Argantonio.

Del contacto con estos pueblos surgieron piezas de orfebrería de bella factura, como los encontrados en el Tesoro de Aliseda (Sala 10).

Se trata del ajuar funerario de dos aristócratas tartésicos encontrado en Aliseda (Cáceres). Los enterrados eran un hombre y una mujer, pues a uno pertenecía un cinturón con una bella decoración de un hombre luchando contra un león, y a la otra una lujosa diadema, obra maestra de la orfebrería de la época que combina el granulado y la filigrana. El tesoro está compuesto por diversas piezas, las cuales se cree que pudieron ser fabricadas en Oriente: un collar, un espejo, una jarra de vidrio con jeroglíficos, un brazalete…

Otro importante tesoro que se expone en el MAN, aunque en forma de réplica (el original está en Sevilla), es el Tesoro del Carambolo (Sala 10).

Este tesoro, formado por 21 piezas de excelente factura, nos indica que existió un taller local en la Península ibérica en donde trabajaron artesanos orientales y locales creando piezas con una impronta única. Tradicionalmente se pensó que estas piezas pertenecieron al mítico rey Argantonio, aunque hoy en día los arqueólogos prefieren pensar que las placas decoraban a los bóvidos que serían sacrificados y el collar y brazaletes sería el ajuar litúrgico del sacerdote.

Las mejores piezas de esta parte de la exposición corresponden con la cultura ibérica. Y, en concreto, con su expresión escultórica. Diversas piezas imprescindibles se suceden en las diversas salas que nos muestran su cultura. Tal vez, la más sorprendente, por su tamaño, es la que se encuentra en el patio central: el Monumento de Pozo Moro (Sala 12).

Se trata de un enorme sepulcro funerario, con forma de torre, datado hacia el siglo VI a.C. y encontrado en la localidad de  Chinchilla de Montearagón (Albacete). Tiene un claro aire oriental, en concreto de la cultura Hitita, por el uso de bloques de piedra tipo sillar o la presencia de leones adosados al sepulcro, los cuales tenían la función de guardianes de los restos del difunto. Su monumentalidad se relaciona con un importante personaje, un rey o, tal vez, el fundador de una dinastía.

A destacar los bajorrelieves del primer cuerpo, los cuales representan una historia mítica relacionada con el difunto y que nos pone en la pista sobre la influencia de la mitología oriental en el mundo de los íberos.

Debemos comenzar por los del lado oeste, en donde veremos una imagen femenina identificada con la diosa egipcia Hathor. Sostiene en su mano una flor de loto alusiva a la vida tras la muerte. Y detrás está la diosa de la vida, representada por un ave de larga cola.

En la cara norte el héroe, representado como un guerrero con casco y grebas, transporta un árbol con pájaros y flores de loto.

En la cara este tenemos relieves en diferentes hiladas. En la sexta un ser monstruoso con un cuchillo se dispone a realizar un sacrificio, mientras que en la zona central un personaje ofrece un cuenco a un dios infernal de dos cabezas sentado en un trono y que sujeta un jabalí con una mano y que se dispone a tomarse un cuenco con un ser humano; mientras, en la octava hilada, se representa a un jabalí y a una serpiente enroscada en sus patas, símbolo de que el primero provoca el nacimiento de la civilización.

Por último, en la cara sur, vamos a ver a un guerrero con penacho, tres cabezas de felino contra las que lucha (a veces se interpreta como la lucha de Hércules contra la Hidra de Lerna) y la escena de un matrimonio sagrado entre un hombre y una mujer de aspecto animalizado que tendría un carácter divino.

En las salas 11 y 13 vamos a poder admirar las principales y más conocidas esculturas del arte ibérico. En un lugar especialmente destacado se encuentra la inconfundible Dama de Elche (Sala 13).


Esta escultura de bulto redondo de principios del siglo IV a.C. debió ser tallada por un escultor griego como encargo de un poderoso personaje íbero. Hoy en día su aspecto es muy diferente al original, pues estaba policromada y tenía los ojos rellenos de pasta vítrea. Su función funeraria parece estar confirmada por la oquedad, para contener cenizas, existente en su zona posterior, aunque también pudiera tratarse de un elemento para sujetar la escultura a la pared. De este icono de la escultura ibérica tenemos más sombras que certezas, pues ignoramos si era un busto o una imagen de cuerpo entero o la representación de una divinidad. Actualmente se considera que muestra los rasgos de una poderosa aristócrata ibérica divinizada tras su muerte. Si deseáis conocer más detalles de esta escultura os recomiendo leer tranquilamente la entrada que dedico a su análisis pormenorizado (aquí).

En la sala 11 está otra escultura ibérica aún mejor conservada y que, cosas de la fama, no tiene tantas visitas. Me refiero a la Dama de Baza (Sala 11).

Aquí no tenemos dudas del carácter funerario de esta escultura, pues se encontró en una tumba junto a un rico ajuar. Tampoco sobre su policromía, la que aún es posible observar en algunos elementos de la figura.

Se interpreta como la representación de una importante mujer aristócrata de la ciudad íbera de Basti (actual Baza, Granada), la cual habría sido heorizada. Ello lo comprobamos por las ricas joyas que ostenta de influencia oriental y nos da una pista sobre la importancia de la mujer en esta cultura como transmisora del linaje aristocrático.

La escultura era en realidad una enorme urna cineraria que contiene los huesos quemados de un personaje femenino, los cuales se introdujeron en el trono.

El sillón alado donde se sienta es símbolo de divinidad, mientras que el pájaro (pichón) que sostiene en la mano se interpreta como el nexo entre la mujer mortal y la diosa. Sorprende encontrar la típica panoplia de un guerrero, aunque esto se asocia a las luchas de guerreros que se realizaban en las honras fúnebres.

Otra escultura sorprendente es la Bicha de Balazote (Sala 11). Su nombre proviene de una primera identificación, por unos arqueólogos franceses, como una cierva, razón por la cual la llamaron biche (luego castellanizado como bicha). Escultura emblemática del arte ibérico, se relaciona con una necrópolis tumular encontrada posteriormente en el término municipal de Balazote (Albacete). Se trata de la figura de un toro con cabeza de hombre que recuerda las figuras hititas e incluso griegas arcaicas. El no tener todos sus lados tallados hace pensar que estaría colocada como sillar de esquina en un monumento funerario similar al de Pozo moro. Los toros, en el mundo antiguo oriental, eran representación de fecundidad y esta pieza, en el contexto funerario, podría representar un símbolo de vida eterna.


Por último, por destacar una pieza de la cultura celta, os describiré el Pectoral de Aguilar de Anguita (Sala 14). Los celtas enterraban a sus difuntos siguiendo el ritual de la cremación. Los restos se introducían en una urna cerámica y se depositaban enterrados junto a un ajuar. Luego se cubría con un túmulo y se señalizaba con una estela.

La pieza que os muestro pertenece a la tumba de un guerrero y fue encontrada junto a un casco, un broche de cinturón, armas inutilizadas ritualmente y un par de bocados de caballo.

El pectoral está formado por dos discos de bronce, uno para el pecho y otro para la espalda, y varias placas discoidales y ovales que cuelgan sujetas por cadenas. Discos y placas están decorados con círculos concéntricos repujados y pequeñas líneas incisas, que pueden interpretarse en relación con la simbología astral y podían tener un significado protector para su portador. Probablemente, perteneció a un régulo celtibérico, que se lo colocaría sobre una camisa de cuero para exhibirlo en ceremonias donde dejar patente su estatus.

Una muestra escultórica muy característica de este pueblo son los verracos (Sala 14) tallados toscamente en piedra, algo que se asocia, concretamente, a los vettones, un pueblo celta que habitó la zona de la actual Segovia. Se trata de figuras realizadas en granito, fechadas en el siglo IV a.C. y que representan tanto a toros como a cerdos. Se suelen interpretar como hitos que señalaban zonas de pastos o vías pecuarias controladas por ciertos núcleos de población importantes (Oppida). Más tarde, fueron usados de manera funeraria, pues algunos tienen inscripciones en latín.

En esta misma planta se encuentra los restos romanos del museo. Debemos atravesar la zona donde se exponen los restos de las islas, con especial mención para la Dama de Ibiza (representación de la diosa cartaginesa Tanit) o la Momia guanche canaria, y dirigirnos a la otra zona de escaleras y ascensores existente en el edificio.

Del mundo romano, el museo posee excelentes piezas de todos los ámbitos artísticos. Empezando por la escultura voy a destacar la Estatua sedente de Livia (Sala 20). Se trata de una figura encontrada en Paestum, ciudad italiana de Campania. La razón de estar aquí se debe a que las excavaciones fueron promovidas por el Marqués de Salamanca. La escultura de la tercera esposa del emperador Augusto muestra un magnífico estudio de los paños y una belleza idealizada difícil de superar. Está vestida como matrona romana y el paño que cubre su cabeza nos indica que es sacerdotisa del culto a Augusto. Los cuatro orificios que muestra en la parte superior indica que podía haber portado la diadema imperial, muestra de su carácter divino. No obstante, no fue su hijo Tiberio (cuya estatua se encontró al lado y se expone junta) quién la divinizó, sino que esa labor la realizaría posteriormente el emperador Claudio.

Una pieza que suele pasar bastante desapercibida es el Reloj solar de Baelo Caludia (Sala 20). En esta ciudad romana gaditana se encontró esta pieza de excepcional riqueza que pasa por ser uno de los ejemplos mejor conservados de la época Alto Imperial. Debió estar en un edificio público y su funcionamiento era muy sencillo. La luz incidía por un agujero en la zona superior y marcaba la hora según once líneas verticales. Además existían unos círculos que marcaban los equinoccios y los solsticios.




Y en la zona dedicada a la necrópolis voy a destacar el magnífico Sarcófago de Orestíada (Sala 21). Perteneciente a un rico aristócrata, una rico sarcófago decorado era el método que los hispanorromanos más poderosos demostraban su superior jerarquía social ante el resto de la población.

En un bello bajorrelieve se muestra la venganza de Orestes, que mató a los asesinos de su padre Agamenón (Clitemnestra y Egisto); su huida a Delfos perseguido por las Furias y en el tribunal ateniense, donde gracias a la diosa Atenea será absuelto.

Como hemos indicado, sólo personajes de alta alcurnia podían permitirse enterrarse en este tipo de sarcófagos, siendo lo más común las lápidas que aparecen en esta sala con sus breves y evocadoras inscripciones. Sin duda también resulta interesante detenerse a leer los nombres de los difuntos y las palabras de cariño que les dejaron sus seres queridos.

Otro de los puntos fuertes de la exposición romana son los mosaicos. Aquí los tenemos de todos los tipos, desde los de formato pequeño, hasta los enormes que ocupan salas enteras. De los primeros me gustaría destacar los mosaicos dedicados a los juegos (Sala 19), en los que vamos a poder observar peleas de gladiadores (Secutor vs Retiarius), en las que se recuerda al vencedor (vicit) y al perdedor (O cruzada, símbolo de Obiit, muerte); o las cuadrigas vencedoras en las carreras de carros. El museo conserva los mosaicos de ganadores de las diferentes facciones (representadas por diferentes colores), los cuales se supone que harían ganar bastante dinero a los dueños que encargaron estos mosaicos.

También resulta interesante el mosaico con genio del año (Sala 22), el cual favorece el ciclo de las cosechas y las estaciones, siendo la cornucopia, su símbolo de prosperidad. Fue encontrado en Aranjuez (Madrid) y, tal vez, por deformación profesional, yo siempre creo ver un marcado estrabismo.



Respecto a los mosaicos de gran formato tenemos el de la Llegada triunfal de Baco (Sala 19), que entra al circo en un carro tirado por tigres y siendo coronado por la diosa victoria; el mosaico de las estaciones y los meses (Sala 22), encontrado en Hellín (Albacete) y que celebra la renovación cíclica de la Naturaleza; el mosaico geométrico con anagrama (Sala 22), perteneciente a una lujosa villa soriana; el mosaico de los trabajos de Hércules (Sala 22), héroe que ejemplificaba las virtudes romanas; y el mosaico de medusa y las estaciones (Sala 22).

Por último quisiera detenerme en un mosaico que tiene un interés meramente personal, pues el nombre de su titular es de un familiar cercano y siempre me hizo mucha gracia encontrármelo. Suele pasar desapercibido por estar junto a un mosaico de grandes dimensiones llamado el mosaico de las musas. Se trata de la Lauda funeraria de Ursicinus (Sala 23).

Datada a mediados del siglo IV, muestra la influencia que tuvo la expansión de la religión cristiana a partir de la promulgación del Edicto de Milán (313). Este mosaico es una lauda funeraria que cubría la tumba de un personaje acomodado, dueño seguramente de una villa. En el mosaico aparece el retrato del personaje y la inscripción de su nombre (Ursicinus), junto a la información de que murió a los 47 años dejando una hija de 8 años; y que fue su esposa Meleta quien le dedicó la lauda. Lo más interesante de esta pieza es comprobar la fusión de elementos cristianos (crismón y anagrama de Cristo) y paganos (corona vegetal como símbolo victoria a la muerte), lo que nos indica que el cristianismo aún estaba en proceso de formación respecto a los símbolos a utilizar.

Para poder observar el resto de piezas del mundo antiguo debemos subir a la planta superior (planta 2), pues aquí es donde se exponen las piezas relativas a Grecia, Egipto y Oriente Próximo. Se encuentran justo encima de las salas dedicadas al mundo íbero.

De Oriente Próximo no existe más que una pequeña representación de piezas de la zona de Mesopotamia y Persia, destacando entre todas la figura del Orante sumerio (Sala 32).

Se trata de una pequeña escultura en piedra proveniente de Mesopotamia y datada hacia el 2.500 a.C. Representa a un personaje sumerio en posición de orante, con las manos juntas sobre el pecho y el típico faldellín largo de lana. Estos entrañables personajes calvos pervivieron, con escasas modificaciones, a través de los siglos en la zona mesopotámica, constatando que un diseño exitoso nunca pasa de moda.



La colección de piezas egipcias es mucho más importante y está muy bien representada, conservándose todo tipo de tesoros artísticos. Seguro que a todo el mundo le sorprenderán las momias y sus decorados sarcófagos, por lo que destacaré la Tumba de Ihé (Sala 35). Se trata del sarcófago de una sacerdotisa cantora de Amón datado a finales de la Dinastía XXI (980 a.C.) y encontrado el Deir el-Bahari (Tebas, Luxor).

El conjunto no tiene confusión, pues el sarcófago bellamente decorado se expone con el ajuar de collares y recipientes para contener ungüentos, así como unos magníficos ejemplares de vasos canopos realizados en piedra caliza blanca. Estos vasos contenían las vísceras de la difunta y en sus tapaderas están representadas las figuras de los cuatro hijos de Horus, los cuales eran los encargados de custodiar unas partes muy concretas del cuerpo muerto: Hapi, con cabeza de  babuino, custodiaba los pulmones; Amset, con cabeza humana, custodiaba el hígado; Duamutef, con cabeza de chacal, el estómago; y Qebehsenuf, con cabeza de halcón, los intestinos. No obstante, en la época en la que se enterró a esta sacerdotisa esta tradición ya estaba en desuso  y los vasos canopos se colocaban como símbolo tradicional pero estaban vacíos.

Otra parte del ajuar era la caja donde se guardaban los ushebtis, servidores en miniatura que trabajarían por ella en el más allá.

También quería destacar de la zona egipcia la Estela de Seankhiptah (Sala 33). Además de ser el principal documento existente de este monarca del Segundo Periodo Intermedio, en el texto descubrimos que se realizó para confirmar la recalificación de un terreno rústico a otro urbanizable, lo que reportaría pingües beneficios para el dueño de las tierras. En la parte decorada con figuras aparece el monarca realizando una ofrenda al dios Ptah y el funcionario Nebsumenu, dueño de las tierras y donante de la estela, realizando lo propio con el dios Anubis.

Por último, de la sección griega, las piezas cerámicas son las grandes protagonistas. Ya en mi libro Mis mentiras favoritas. Historia antigua me detenía en describir la magnífica Ánfora bilingüe (Sala 36) que contiene, de manera excepcional, una decoración realizada según la técnica de las figuras negras en una cara y, en la opuesta, otra realizada con la técnica de las figuras rojas. Por ello no voy a detenerme en ella y os mostraré dos de mis otros ejemplos preferidos.


Uno es la Copa de Aisón (Sala 36), la cual contiene un episodio de las hazañas del héroe Teseo. En el medallón central de este kilix, realizado con la técnica de las figuras rojas, vemos a nuestro héroe sacando al minotauro del laberinto ante la mirada de la diosa Atenea. Teseo representaba como ningún otro héroe los ideales atenienses.



Una de las vasijas más delicadas que podemos encontrar son los lecitos (Sala 36). El museo tiene una buena colección de ellos y resulta sorprendente que la delicada pintura con la que fueron decorados aún perviva en muchos de ellos, permitiendo en el presente poder admirarlos. Destacar uno del Pintor de Aquiles que muestra una escena del gineceo en donde una mujer prepara el baño atendida por su criada. Este tipo de vasos de fondo blanco eran contenedores de perfumes pero, en época clásica, se utilizaron en los ajuares funerarios. Esta pieza está datada en el año 440 a.C.



Otros tesoros de época medieval que conserva el museo y merece la pena ver de cerca son los siguientes:

El Tesoro de Guarrazar (Sala 23). Perteneciente a la cultura visigoda, contiene la pieza más famosa de esta cultura, la corona de Recesvinto. Fue fabricada en Toledo en el siglo VII y denota cierta influencia orientalizante. Esta corona no estaba pensada para que el soberano la llevara en la cabeza (en verdad eran ungidos con óleo), sino que se trataba de una ofrenda votiva religiosa. De ahí que el nombre del monarca, que pende con letras de oro, sirviera para reconocer al oferente. Estas piezas se colocaban en lugares importantes del templo, como el altar o junto a sepulcros santos.

El Bote de Zamora (Sala 23). Se trata de una auténtica joya de los artesanos andalusíes de Madinat al-Zahra, que tallaron el marfil con letras cúficas y una decoración vegetal y anomalística que recrea los jardines palatinos del monarca, para quien fue realizada. La decoración cubre completamente la pieza y fue mandado construir por el califa al-Hakam II para su favorita Subh en el siglo X. Originalmente utilizados para contener alhajas y perfumes, los cristianos, prendados por su valor artísticos, los utilizaron incluso para contener reliquias religiosas.

El Crucifijo de Don Fernando y Doña Sancha (Sala 27). Es un magnífico ejemplo de representación románica, con un Cristo hierático y frontal que tuerce la cabeza hacia un lado. Como curiosidad indicar que esta cruz era también relicario, pues en la parte posterior existe un receptáculo para contener el lignum crucis, pudiendo ser una pieza para sacar en procesión.



Para el resto de periodos históricos dejo esta labor a otros especialistas en la materia que le pongan tanta pasión por la historia como el que escribe.

Espero que con esta breve guía vuestra visita al MAN sea mucho más fructífera e interesante.

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